Los últimos occidentales
El prestigioso historiador europeo publica “El último occidental” con La Tribuna del País Vasco
David Engels (Verviers, Bélgica, 1979) es en la actualidad uno de los más prestigiosos historiadores europeos. Profesor de investigación en el Instytut Zachodni de Poznan (Polonia), donde se encarga del estudio en profundidad de cuestiones relacionadas con la historia intelectual occidental y la identidad europea, dedica también gran parte de su trabajo a esbozar una posible reforma de las instituciones europeas basada en lo que él denomina "Hesperialismo", una profunda y renovadora combinación del mejor patriotismo europeo con el más elaborado conservadurismo cultural.
La Tribuna del País Vasco, periódico en el que David Engels publica regularmente sus artículos en España, ha reunido ahora la mayor parte de estos ensayos en un libro fundamental que, bajo el título de "El último occidental", ofrece una imagen el de una civilización, quizás la más brillante que haya creado jamás la humanidad, en franca descomposición y al borde de una asimétrica guerra civil. Los textos de Engels, tan bellos como precisos y profundos, y bañados todos ellos con la sabiduría del historiador especialista en la caída de la antigua Roma, dejan constancia y nos hablan de un mundo, el nuestro, sumido en una batalla definitiva, global y crepuscular, de la que parece que nadie saldrá indemne.
Sr. Engels, ¿qué encontrará el lector en "El último occidental?"
El último occidental es una colección de trabajos y discursos que he escrito y pronunciado durante los últimos años en varios idiomas y revistas, todos traducidos ahora al español por Carlos X. Blanco y publicados gracias a La Tribuna del País Vasco. Estos pensamientos son eminentemente personales, ya que reflejan la evolución de mis opiniones y análisis y también muy a menudo situaciones en las que me encontré; pero al mismo tiempo, también son representativos, espero, de la pregunta clave que todos los conservadores se están haciendo en estos momentos: ¿cómo puede el verdadero Occidente sobrevivir a los ataques masivos contra sus valores que está experimentando actualmente?
Al leer su libro, parece que Occidente vive una guerra de baja intensidad contra diferentes amenazas (islamismo, neocomunismo, ideología de género…) ¿Estamos perdiendo estas batallas?
Sí, me temo que sí, sobre todo porque incluso se ha prohibido llamar a esta guerra por su verdadero nombre. Para los máximos responsables de esta guerra -los globalistas políticamente correctos-, esto no es una guerra, sino un período de progreso, mientras que muchos de los que, instintivamente, sienten que algo anda mal, no se atreven a expresar sus sentimientos y opiniones porque como se enseña en la escuela, en los medios de comunicación y arman los políticos, todos los que se resisten a lo que engañosamente se llama “progreso” son reaccionarios y extremistas, incluso fascistas. Por lo tanto, Occidente se enfrenta a una de sus guerras más desastrosas, y ningún defensor se atreve a detener al atacante.
¿Cuál es el más amenazador de estos desafíos?
La verdadera amenaza no proviene del Islam ni de China, aunque sin duda éstos buscan derrocar a Occidente. La verdadera amenaza proviene de dentro y de todos aquellos que abren la puerta a estos peligros externos. Así, la corrección política es el verdadero enemigo, ya que es una ideología que pretende considerar únicamente los intereses de los individuos en particular y de la humanidad en general, mientras niega la importancia de los niveles intermedios de identidad y solidaridad como la familia, el pueblo, la región, la nación, la religión, la cultura, etc. El objetivo de la ideología de la corrección política es la destrucción de nuestra identidad occidental para que pueda establecerse un dominio mundial sobre individuos y grupos atomizados, desarraigados y mutuamente hostiles que solo se interesen en sus propios asuntos y placeres baratos. Esta no es una teoría de la conspiración sino más bien la triste realidad que se esconde detrás del vocabulario de “hermandad”, “igualdad” y “tolerancia”, tan elocuentemente expuesto por las élites políticamente correctas.
¿Cree usted que en algunos de nuestros países hay ya territorios perdidos para nuestras leyes y nuestros sistemas de convivencia?
Por desgracia, sí. Incluso diría que la mayoría de los países de Europa Occidental ya están perdidos, principalmente Francia, el Benelux, Reino Unido y gran parte de Alemania. Parece demasiado tarde para restituir el "statu quo ante", el estado de las cosas antes de la guerra, ya que, por un lado, grandes masas de europeos autóctonos se han desconectado por completo de su propia civilización, incluso la odian, mientras que, por otro lado, la islamización ha progresado tanto que muchas grandes ciudades ya están dominadas por grupos extranjeros, en su mayoría musulmanes, que están completamente alejados de la sociedad en la que viven (algo que, como nuestra sociedad está dominada principalmente por la corrección política, es bastante comprensible).
En su opinión, ¿esta guerra “ideológica” o “cultural” podría acabar convirtiéndose en un conicto armado en las calles de algunas capitales europeas?
Yo diría que esto ya está ocurriendo y se pone de manifiesto cuando sigues todas esas noticias de las que no informan los grandes medios de comunicación, pero que ilustran perfectamente cómo, en Francia o en Alemania, las “banlieues” (barrios periféricos generalmente degradados) ya son escenarios de guerra. Además, considero que los disturbios del BLM (Black Lives Matter) y el movimiento Gilets Jaunes ya eran síntomas perfectos de lo que nos espera en nuestro futuro, cuando la economía europea se derrumbe, cuando el Estado disminuya masivamente su gasto social y cuando las fuerzas policiales dejen de ser leales al Estado.
Yo no espero una guerra civil sino más bien un proceso de deconstrucción sistemática de la condición de Estado y un retorno a formas de organización más arcaicas, donde la vida cotidiana no estará dominada por la Administración estatal sino por las bandas locales, las sectas religiosas o las unidades paramilitares, hasta que la gente esté tan harta que activamente dé la bienvenida a un nuevo Estado autoritario que deberá garantizar una vez más el orden y la seguridad. Puede ser algo similar a lo que ocurrió al nal de la guerra civil romana, cuando las masas aceptaron sin resistencia la única autoridad de Augusto.
Antes estos desafíos, ¿cómo debe articularse la defensa de los grandes valores tradicionales occidentales?, ¿Desde qué posiciones políticas?
Desde mi punto de vista, esta defensa tiene que plantearse en dos niveles: por un lado, tiene que operar no solo a nivel nacional, sino también a nivel europeo, ya que todos compartimos la misma lucha en todas partes y la identidad que estamos tratando de defender no es solo nuestra nacionalidad, sino aún más nuestra identidad occidental común. Por otro lado, esta defensa, para estar realmente enraizada en nuestro pasado, debe desarrollar una actitud positiva hacia nuestros valores históricos, sobre todo la tradición grecorromana y judeocristiana. De hecho, los problemas actuales no son un accidente de la historia, sino el resultado inmediato del ultraliberalismo. Debemos rechazar el individualismo extremo, el relativismo y el hedonismo, y volver a nuestras raíces colectivas con el n de desarrollar la solidaridad necesaria. Por supuesto, dado que todas las probabilidades políticas están actualmente en contra de tal restauración, los verdaderos patriotas europeos están más obligados que nunca a vivir de acuerdo con sus ideales en su entorno privado, profesional y familiar para transmitir su identidad, que es la tema de uno de mis libros recientes, ¿Qué hacer? Vivir con la decadencia de Europa.
¿Han perdido los principales partidos conservadores su esencia y su capacidad de resistencia al convertirse en nuevas formaciones socialdemócratas?
Sí, eso me temo. Debido al traumatismo del fascismo y de la Segunda Guerra Mundial, la izquierda ha ganado la guerra cultural en Occidente y ha logrado, a más tardar desde 1968, dominar completamente la esfera ideológica a través de su control gradual sobre las escuelas, las universidades y el mundo de los medios de comunicación. En lugar de mantener su propio marco, los conservadores han querido mostrar cuán tolerantes, progresistas y modernistas eran, y han perdido el alma, y esto no solo se aplica a los políticos, sino también a las iglesias cristianas que han atravesado una dramática situación de cambio. Esto es un desastre, ya que, por el momento, en Occidente, excepto en Europa del Este, no queda ningún movimiento conservador de importancia a gran escala: incluso la mayoría de los partidos "populistas" se adhieren a muchos puntos centrales del liberalismo político, moral y económico, y combaten algunos de los síntomas de éste como la islamización o a Bruselas, pero no se enfrentan a las auténticas causas de la decadencia.
En su opinión, ¿hay un interés de las élites políticas y económicas para llevar a cabo un “Gran Reinicio” de Occidente?, ¿Por qué? ¿Se está utilizando la pandemia de Covid-19 como excusa para ello?
Absolutamente. Como ya he dicho, ha sido el objetivo del liberalismo por décadas, incluso por siglos; se trata de desmantelar las unidades tradicionales de solidaridad (desacreditadas como “opresoras”) con el n de destruir los Estados nación y de constituir alguna forma de gobierno mundial “humanitario”, basado en lo que he llamado “socialismo del multimillonario”, una forma de economía en la que las grandes masas viven en condiciones semi-socialistas mientras que las élites prosperan en un ambiente ultracapitalista.
Que la crisis del coronavirus se utiliza para promover este objetivo está dicho de manera abiertamente por muchos de los defensores de este “Gran Reinicio”. Por esto soy extremadamente escéptico sobre la necesidad, la duración y, sobre todo, por las desastrosas consecuencias de los confinamientos. Por supuesto, al menos a corto y medio plazo, será imposible lograr tal Gobierno mundial, ya que China, Estados Unidos, Rusia, la UE, India o el mundo musulmán nunca se someterán a una misma jerarquía. Pero el objetivo de eliminar a la clase media, destruir la identidad occidental y reemplazar las estructuras democráticas por un Estado de seguridad autoritario parece que hoy ya está plenamente en marcha.
Usted vive en Polonia y mantiene un contacto permanente con los países de Visegrado. ¿Son los países de Visegrado la alternativa a la actual Unión Europea?
Sí, eso espero. Muchos de los problemas que afectan a Europa Occidental no han llegado (¿todavía?) a los países de Visegrado. En parte porque fueron parcialmente “protegidos” del liberalismo por el antiguo telón de acero; en parte también debido a su resistencia contra el comunismo, que ha hecho a estos países valorar sus propias tradiciones y su identidad más que nunca. Todo esto les ha inspirado para mantenerse alerta ante las tentaciones autoritarias de Bruselas y Berlín. Por lo tanto, es de esperar que la "verdadera" Europa pueda sobrevivir en Varsovia y Budapest cuando Occidente ya se haya transformado en algo muy diferente. Sin embargo, los estados de Visegrado no son una isla: están amenazados económicamente por Bruselas y políticamente por el apoyo masivo que los medios occidentales y el establishment político ofrecen a los respectivos partidos de oposición. ¿Sobrevivirán a esta lucha? Solo cuando logren exportar su punto de vista a Occidente y ayuden a crear movimientos que combinen el patriotismo europeo y el patriotismo cultural podrán esperar moldear activamente el destino de Europa. Esto es un enfoque que he llamado “Hesperialismo” y que describí en uno de mis libros recientes, Renovatio Europae.
¿Cómo deniría este “hesperialismo”?
Inmigración masiva, declive de los valores, integración de la perspectiva de género, radicalización, sociedades paralelas, partidos políticos convertidos en cárteles, polarización social, crisis de deuda… Allá donde se mire, Europa parece desintegrarse ante nuestros ojos. El universalismo políticamente correcto nos ha llevado al borde del desastre. Si queremos evitar los peores escenarios, es hora de volver a los valores que alguna vez estuvieron en la raíz de la grandeza de Occidente. Esto solo será posible mediante una renovación fundamental de Europa sobre la base de un credo político que nos gustaría llamar “Hesperialismo”. Por un lado, necesitamos una Europa que sea lo suficientemente fuerte para proteger al Estado nación individual contra el surgimiento de China, la explosión demográfica de África, la difícil relación con Rusia y la radicalización de Oriente Próximo. Pero, por otro lado, una Europa así solo encontrará aceptación si permanece el a las tradiciones históricas de Occidente en lugar de luchar contra ellas en nombre de un universalismo multicultural quimérico. La defensa de la familia natural, una severa regulación de la inmigración, un retorno a la Ley natural, protección de un modelo económico socialmente responsable, implementación radical de la subsidiariedad, revitalización de las raíces culturales de nuestra identidad y renovación de nuestro sentido de la belleza: estos son, en resumen, los pilares de una nueva Europa “Hesperialista”.
Poco a poco, sus obras son cada vez más conocidas y apreciadas en España. ¿Cómo observa la situación política de nuestro país? ¿Qué mensaje le gustaría transmitir a sus lectores españoles?
Estoy muy feliz y honrado sobre el creciente interés que los lectores españoles muestran hacia mi trabajo, y estoy muy agradecido a La Tribuna del País Vasco por ser el principal órgano de difusión de mis escritos en España. Tengo un gran respeto y simpatía por la lucha del pueblo español por proteger su identidad cultural y autonomía política y considero a España uno de los pocos países europeos que sabe lo que significa luchar por sus propias tradiciones e identidad, tanto contra civilizaciones extranjeras como contra el marxismo cultural. También es muy triste ver cómo el mundo hispánico se encuentra actualmente desgarrado por disensiones culturales en un momento en el que el enemigo real amenaza no solo las autonomías regionales, sino la noción de tradición, historia, cultura y el cristianismo mismo. Viniendo de Bélgica, un país con grandes disensiones regionales, sé perfectamente lo difícil que puede ser para diferentes grupos lingüísticos con resentimientos históricos vivir juntos; sin embargo, los verdaderos patriotas deberían preocuparse ante todo por la supervivencia de la civilización occidental y considerar a todos los que lo hacen también como aliados y hermanos, no como enemigos.
El cristianismo y Occidente están por los suelos
como realidades históricas. Pero el nihilismo también.
Seamos honestos con nosotros mismos: a pesar de todas las esperanzas sabemos que al menos el oeste de Europa probablemente nunca más será "occidental" en el sentido que lo ha sido en los últimos siglos. La clase media está completamente aplastada entre el precariado y la élite, las grandes ciudades están en gran parte en manos de sociedades paralelas no europeas, el cristianismo ha sido completamente expulsado de la esfera pública, la imagen clásica de los sexos y el ideal occidental de feminidad y caballerosidad están mal vistos, el deseo de un progreso individual desenfrenado ha desplazado a la mayoría de las formas de solidaridad e idealismo, la democracia parlamentaria y de partidos se desacredita permanentemente, las identidades nacionales y las lenguas están en retirada frente a la abrumadora americanización, el orgullo por el gran pasado histórico de nuestro continente se considera chovinista y marginal, el declive de la educación y la investigación es casi horroroso... La lista podría seguir y seguir.
Si a esto se añade el hecho de que en los próximos años y decenios, con la extinción de las generaciones más antiguas, el equilibrio demográfico resultará aún más claramente en detrimento de los "que han vivido aquí durante más tiempo", debería quedar muy claro cómo será nuestro futuro; y los pocos jóvenes que -a menudo dando conscientemente la espalda a sus padres todavía envueltos en 1968- vuelven valientemente a la tradición histórica y a menudo también cristiana, son personas que se encontrarán pronto, incluso en el mejor de los casos concebibles, reducidos a ser una sociedad paralela entre muchas otras.
"¿Qué hacer?" -la pregunta surge en este momento-. ¿Simplemente ignorar los hechos del caso y pretender que todo es igual y seguirá siendo igual? Esto puede ser conveniente, pero ciertamente no es una solución real para la lucha diaria, ya que sólo podemos desarrollar estrategias adecuadas para el futuro basadas en un análisis despiadadamente honesto de la situación. ¿Renunciar o retirarse al papel del cínico observador solitario que hace tiempo que abandonó toda esperanza y ahora ve el colapso interno de nuestra civilización sólo como un espectáculo entretenido? Eso no sólo sería indigno, sino también cobarde e ingrato, ya que incluso el observador aparentemente no involucrado todavía se alimenta de lo que las generaciones anteriores le han dejado con la promesa de mantener y transmitir lo recibido. No, la única respuesta a la pregunta "¿qué hacer?" consiste, en primer lugar, en alcanzar una fría percepción del carácter inevitable de los trastornos intelectuales y culturales que tendrán lugar en los próximos años, de los cuales Dijon, Stuttgart y los disturbios de los BLM (Black Lives Matter) son sólo un primer y pequeño anticipo, y luego, sobre todo, en el coraje de sacar las consecuencias que se derivarán.
Quienes profesan su amor, orgullo y gratitud por nuestro pasado colectivo de los últimos siglos, cualesquiera que sean sus respectivos orígenes, se convertirán en una minoría entre muchos otros colectivos en un futuro próximo. Si quieren sobrevivir culturalmente en esta constelación y quizás también elevar su tradición a una "cultura guía" general de nuevo en el futuro, se habrán de aplicar a sí mismos dos principios: el fortalecimiento y la consolidación incondicionales de su propia identidad, así como la estrecha cooperación con grupos similares en toda Europa para poder contrarrestar de manera significativa la presión igualmente activa a nivel internacional.
Mientras que el segundo punto es eminentemente político y ya ha sido discutido en un contexto diferente - me refiero aquí a mi libro "Renovatio Europae" - el primero es principalmente privado y puede recibir un poco más de atención aquí, ya que el tema es sorprendentemente poco discutido en público, y puede, entonces, recibir un poco más de atención en estas líneas, aunque los puntos enumerados en este artículo se tratan con mucho más detalle en mi libro Was tun? Leben mit dem Niedergang Europas“ (Renovamen), que se publicará en alemán dentro de unos días. [Ya contamos con traducción española editada por EAS, 2020, ¿Qué hacer? Vivir con la Decadencia de Europa, N. del T.].
En este sentido, es fundamental la idea de no dejar ya que nuestra propia identidad cultural esté determinada, como antes sucedía, probablemente en tiempos más felices, por un colectivo civilizador, ya que la Europa actual que nos rodea se está convirtiendo cada vez más en una entidad post-histórica, desalmada, a menudo incluso antioccidental, en cuya vida cotidiana práctica las sociedades paralelas no europeas están marcando cada vez más la pauta. Más bien, debemos reapropiarnos de nuestra identidad occidental a partir de los últimos restos de la tradición viva y, sobre todo, de la experiencia histórica, y representarla y defenderla tanto interna como externamente, con pleno conocimiento de que no se nos apoya en este intento, sino que se nos opone. Pero ese proceso parcial de re-cultivo sólo puede ser creíble y significativo a largo plazo si toca no sólo la superficie sino también nuestro propio núcleo del ser, es decir, si no se limita a un abstracto "la sociedad debería quizás…" sino que implica un concreto y decidido "Actuaré así y así de ahora en adelante".
Ya sea el redescubrimiento de la tradición espiritual del cristianismo, el ideal occidental de la familia y el sexo, el servicio a la belleza, la aplicación de la virtud y la conciencia del deber en la vida cotidiana, el cuidado del orgullo por lo propio, la sostenibilidad de nuestras acciones, el respeto por la Creación, el coraje de defender las propias posiciones - todos estos puntos deben conformar nuestra vida cotidiana y la familia y el entorno; deben ser un vivo incentivo, lo digno de ser imitado, en lugar de limitarse a marcar ocasionalmente un nombre en una casilla el día de las elecciones o a hacer comentarios en los medios sociales. Esto es, por supuesto, más fácil de decir que de hacer. Todos somos, nos guste o no, hijos de nuestro tiempo y por lo tanto estamos imbuidos hasta la médula de esa "cultura de la muerte", que se basa en la suposición errónea de que el hombre no sólo es la medida sino también el amo absoluto de todas las cosas y por lo tanto debe deshacerse de todas las restricciones para poder actuar y gobernar en completa libertad - una arrogancia peligrosa, que ya había sido reconocida como hybris [arrogancia] por el Antiguo Testamento y por los griegos y que inevitablemente conduce no sólo a esas graves aberraciones políticas y morales que conocemos hoy en día en todas partes, sino que a la larga también se dirige contra el hombre mismo y conduce a desarrollos altamente problemáticos y autodestructivos como el aborto en masa, la eugenesia, la manipulación genética, el transhumanismo, la teoría del género y la eutanasia -.
La verdadera lucha por Occidente es por lo tanto casi más interna que externa, una batalla que cada uno tiene que librar por sí mismo, interna antes que externa. Por lo tanto, también sería erróneo descartar tal esfuerzo interno como mera "contemplación", tal vez incluso como ingenuidad moral, y por lo tanto pasar por alto su resplandor externo. Por el contrario, es evidente que la lucha política anterior se está desplazando cada vez más de la arena parlamentaria hacia áreas completamente diferentes, mientras que el ceremonial democrático ha degenerado en una fachada carente de significado, que en otros lugares sólo da la apariencia de legitimidad popular a las decisiones tomadas en sitios diferentes y sólo persigue los anecdótico. El verdadero poder reside ahora, por un lado, en un número cada vez menor de empresas, medios de comunicación y particulares, cada uno de los cuales tiene a menudo más peso, poder e influencia que pequeños estados europeos enteros, pero por otro lado, y sin duda cada vez en mayor medida, el poder reside en esos poderosos grupos de presión, ideológicamente cohesionados y organizados en torno a guras carismáticas, que ya han asumido el dominio de la vida cotidiana en muchos suburbios y han reducido el monopolio del Estado sobre el uso de la fuerza al absurdo.
Por lo tanto, es más urgente que nunca que los "últimos occidentales", en lugar de meterse también en la vorágine de esos grupos y perder su propia identidad, creen más bien su propia "sociedad paralela" y establezcan sus propias reglas y protejan, preserven, aumenten y transmitan el patrimonio cultural de sus antepasados en un sentido real y simbólico. Por lo tanto, la esfera política clásica también perderá cada vez más importancia, mientras que el verdadero poder de persuasión democrática o plebiscitaria provendrá de la experiencia de una vida cotidiana y familiar ejemplar, del poder que da el orden de grupos cada vez más numerosos y bien conectados, del establecimiento de un sistema educativo alternativo y de la creación de una verdadera esfera contra-pública, todo lo cual sólo puede desarrollarse con la necesaria certeza si se basa en un doble fundamento hesperialista de la fe: el redescubrimiento de las raíces cristianas de Europa y el amor a la propia patria, no sólo nacional, sino también y sobre todo, occidental. Esto implicará una larga lucha espiritual, cultural y política en un entorno que se caracterizará tanto por una creciente disminución de la importancia de las instituciones estatales como por un surgimiento atávico del principio del carisma y la lealtad.
Sólo si, al final de este desarrollo, la tradición occidental, como un orden claramente definido y fuerte en inclusión e integración, continúa existiendo mientras que el nihilismo se ha reducido a sí mismo ad absurdum, puede haber una oportunidad de restaurar dicha tradición una vez más, aunque en una medida indudablemente modificada, como la base de la coexistencia humana en Europa.
Fuente: KULTUR | 15 JUNGE FREIHEIT | nº 30 – 31 /20 | 17./ 24. Julio 2020
0 comments :
Publicar un comentario