POBREZA SOCIALISTA
Recientemente se ha concedido el premio David Gistau de periodismo al escritor Alberto Olmos por su artículo "Cosas que los pobres deberían saber": instrucciones para cuando lo pierdas todo.
Se trata de un artículo muy bien escrito, de una ironía inteligente y sarcástica. Es un artículo muy literario por lo que a veces las afirmaciones que se realizan desde un punto de vista literario no coinciden con la realidad socio política que sustenta el tema tratado.
En primer lugar, afirma que "cualquiera en este país se ha venido vanagloriando de ser pobre", lo que es completamente cierto y, en parte, es la razón desde un punto de vista psicológico de que se venere la pobreza, de que se sospeche de todo aquello que rehúya la pobreza y que se mire mal a quien se aleja de ella. Porque no es cierta otra afirmación que escribe el autor a continuación: "no hay manera de salir de ella", cuando lo cierto es que sí hay manera, pero conviene al poder político que dejar atrás la pobreza se convierta en una tarea imposible o muy difícil, porque la pobreza, no lo olvidemos, es una fuente de poder político. De ahí que algunos de nuestros políticos se esfuercen denodadamente para mantener en la pobreza a los pobres y para enviar a la pobreza a masas de población que hace cuatro días eran clase media y habían salido de ella con trabajo y esfuerzo. Esto confirma otra afirmación de Olmos: "La pobreza es la obligación de mantenerse siempre pobre, no acabar de caer, ir tirando y tratar de que nadie lo note". Ésta es la situación que desea el poder político que nos gobierna, que sabe que la riqueza es fuente de libertad, por lo que se empeña en mantener en la misma situación a los pobres, a los que, a través de sucesivas promesas, permanentemente incumplidas, y de subsidios de miseria que les permiten ir sobreviviendo de mala manera, puede mantener sujetos al pesebre de sus dádivas miserables y sustentar así una fuente inagotable de votos. Nadie en su sano juicio acaba con aquello que le da de comer, y el poder socialcomunista es perverso pero no completamente idiota, al menos para las estrategias que les sirven para mantenerse en el poder.
Afirma Olmos más adelante que "la primera providencia del pobre es una actitud: no puedo comprar nada y, por lo tanto, no quiero comprar nada". Se ve que no ha visto a los pobres inundar los fines de semanas los hipermercados y grandes superficies, pues aunque puedan comprar poco, les encanta pasearse entre estantes llenos de lo que ansían y les encanta el consumo, motivo por el cual los "intelectuales" progres condenan el consumo como un pecado capital al que hay que poner límites, cuando es un monumento a la opulencia y un desprecio a la pobreza que se ha dado por primera vez en la historia en las sociedades donde existe el capitalismo tan denostado por esos progres, casi siempre de clase media o alta, a los que nunca ha faltado nada, y que denuestan el consumismo porque no se ajusta a sus deseos para los pobres, que no suelen coincidir con lo que éstos desean para sí mismos.
Se ha comprobado la existencia del síndrome de Stendhal como un conjunto de síntomas dominado por el vértigo, confusión, temblor y palpitaciones cuando se está en presencia de obras de arte especialmente bellas. Exactamente los mismos síntomas que han sentido muchos pobres que provenían de la Alemania Oriental al pasar a la Occidental, a la Alemania libre, o de cubanos que pasaron de Cuba a Miami y cambiaron el economato por los hipermercados capitalistas.
Cambio que pretenden, a la inversa, algunos de nuestros más eximios políticos del momento, como el Ministro de Consumo o el Vicepresidente de todo.
Menciona Olmos también el tiempo libre del que goza el pobre, que destinará a caminar vagando por la ciudad. No podemos estar de acuerdo, los pobres no suelen tener mucho tiempo libre, destinan todo su tiempo a encontrar su sustento. Creo que el autor confunde a los pobres con los desocupados que crea el socialismo con sus subsidios permanentes y miserables que convierten a sus beneficiarios en lumpen de clase media baja que dejaron atrás sus ocupaciones laborales y subsisten durante años con subsidios que ni les permiten vivir holgadamente ni les permiten buscar trabajo pues ganarían muy poco más con un trabajo honrado que parasitando a la sociedad. Supongo que todos conocemos personas que eran trabajadores normales y que cuando sufrieron una situación de desempleo, que por fuerza debería ser temporal, han cronificado su situación. Personalmente, puedo señalar a decenas de personas en esta situación, clase media trabajadora que quedaron en paro tras la crisis de 2008 en un arco de edades entre los cuarenta y los cincuenta años y que no han vuelto a trabajar desde entonces.
Contiene el artículo de Olmos una afirmación inteligente e insidiosa cuando dice que "la pobreza le va a salir carísima" al pobre. Pero no por lo que paga, sino por lo que deja de ganar. Cierto que los trabajos del pobre son, en muchas ocasiones, "cargar cosas, coger cosas, limpiar cosas, mover cosas", pero no es cierto que tales trabajos condenen necesariamente a la pobreza y, si lo hacen, no tendría por qué extenderse tal situación a la siguiente generación. Norbert ya cuenta en su famoso libro sobre los avances de la globalización cómo los paupérrimos, los pobres de entre los más pobres, en países muy atrasados, en cuanto consiguen un trabajo mínimamente serio retiran a sus hijos de cualquier obligación laboral (a la que han estado abocados imperiosamente hasta ahora) y los obligan a estudiar, imponiéndoles además unas exigencias que se han perdido en los países avanzados, para hacerlos huir de la pobreza. De ahí que todas las leyes de educación de los países occidentales, dominadas generalmente por la izquierda, hayan incidido en lo contrario: en bajar los estándares educativos, pues no conviene que las segundas generaciones se emancipen a través de la educación, pues pueden entonces considerarse lo suficientemente ilustrados y libres como para no seguir las pautas del progresismo internacional.
Concluye su artículo Olmos con una cita de Nina Simone: "Ser libre es no tener miedo", y pregunta: "¿usted de qué puede tener miedo si ya es pobre?". Le asiste la razón en la cita y no en la interrogación. Ser pobre es lo que más miedo da, como reconoce el autor cuando afirma que la pobreza es lo único que la gente odia de verdad. La libertad remite el miedo, y la riqueza otorga libertad. No es necesario una riqueza exuberante, basta con la riqueza de saberse poseedor de una capacidad que poder vender y con la que poder comerciar. Así, da miedo ser albañil y poder ser despedido cuando no hay otras empresas que te puedan contratar, pero no da miedo cuando eres albañil y sabes que si te despiden en una por no aceptar unas condiciones de trabajo deficientes puedes encontrar trabajo en la de enfrente. Por ello, ¿qué mecanismo utiliza el poder para someter al albañil y que tenga miedo de perder su primer empleo? Unas tasas de paro lo más altas posibles. El paro generalizado es el primer motivo de miedo del trabajador. En un país con un paro crónico de alrededor del 15% cuando las cosas van bien, es la mejor forma de sometimiento del pobre (que no puede dejar de ser pobre precisamente porque no tiene libertad para ir de un trabajo a otro). ¿Quién contribuye a que exista un paro crónico del 15%? Los sindicatos, de izquierdas, y los gobiernos, de izquierda, que mantienen la rigidez del mercado de trabajo. ¿Lo hacen para beneficiar al trabajador o para mantenerlo esposado? A no ser que sean congénitamente idiotas y no aprendan de la experiencia, no puede decirse que mantengan la rigidez del mercado de trabajo para beneficiar al trabajador, puesto que la evidencia empírica demuestra que la rigidez de dicho mercado es lo que provoca sueldos bajos y precariedad laboral.
En una sociedad como la estadounidense, que en enero de 2020, antes de la pandemia, estaba en una tasa de paro del 3%, los trabajadores eran mucho más libres que en nuestro país, puesto que un trabajador podía decir no a su empresa porque sabía que al día siguiente encontraría otro trabajo mejor pagado. En España los trabajadores no pueden decir que no a un trabajo precario porque no saben cuándo ni cómo podrán encontrar otro mejor. Aún así, contamos con ejemplos propios: desde 1998 hasta 2004 se contó con una libertad mucho mayor del mercado laboral. El resultado: un albañil que ganaba en 1998 cien mil pesetas mensuales ganaba en 2003 más de dos mil euros. Es un ejemplo que conozco personalmente.
Por eso, las políticas socialcomunistas no son políticas de liberación, sino de opresión, que favorecen el sometimiento. El socialismo no quita al rico para darle al pobre, sino que quita a todos para dárselo a la clase dirigente. ¿Tan difícil es comprender que el Estado no da, sólo quita y no te da más que migajas? El socialismo es el peor invento que se ha hecho para combatir la pobreza. El capitalismo, sin duda alguna, y como muestra la evidencia empírica, el mejor.
Como sostiene Enmanuel Rincón, si quitarle el dinero a unos para dárselo a otros resolviera el problema estructural de la pobreza, países como Venezuela o Cuba serían ricos, y no digamos África, que lleva décadas recibiendo centenares de miles de millones de dólares. Sin embargo, no sólo no son más ricos que antes de implantar el socialismo o de recibir ayudas millonarias, sino que son aún más pobres.
Por el contrario, quitar el dinero a quien lo produce con la excusa de la redistribución es robar, directamente. Los intercambios voluntarios que realizan las personas en la sociedad van estableciendo la remuneración para los productores de mercancías y servicios, siendo la remuneración de cada uno proporcional al servicio que presta a los demás, siendo, por tanto, justa (Barceló Larrán), por lo que la redistribución ya se ha producido. Quitar el excedente al que prestó el mejor servicio (aparte de una cantidad proporcionada de impuestos no confiscatoria) es, simplemente, robar.
Además, está provocando una nueva diferenciación social por clases cada vez más antagónicas: los subvencionados y sostenidos, los parásitos, de un lado, y los productores, convertidos en las sociedades occidentales cada vez más, y en particular en nuestro país, en una clase social de esclavos destinados a producir víctimas de la exacción más brutal para sostener la industria política en el poder y el statu quo de nuestros queridos y admirados progresistas.
Por eso no es extraña tampoco la connivencia entre ese poder progresista socialista y los grandes capitales de la nación. Se promueve así un capitalismo no real, sino de partes interesadas (Instituto Mises), pues el favoritismo gubernamental a tales industrias y grandes empresas suponen el sometimiento de una clase media venida a menos y cada vez más zaherida a los vaivenes que marca el poder político. El resultado es una sociedad poco dinámica, similar a los estamentos medievales, donde los pobres no pueden dejar de ser pobres por esa falta de dinámica y por la educación de baja calidad. Esta forma de organización social no tiene nada de capitalista, pues depende de la planificación del Gobierno central y de sus adláteres, es lo que podríamos denominar un socialismo corporativo provocado por el intervencionismo que convierte la sociedad en un sistema estático de castas con oligarcas corporativos no muy lejano del fascismo.
Pero esta herejía que comentamos, a pesar de basarse en la evidencia, no puede discutir que nuestros progresistas son una clase privilegiada, de seres superdotados capaces de decirnos a los demás con plena auctoritas lo que debemos hacer, considerándonos estúpidos por no ser capaces de valernos por nosotros mismos, lo que justifica que nos sometan a servidumbre por nuestro propio bien. Sus "buenas intenciones" de redistribución de la riqueza y de ayuda a los pobres justifican sus ansias de dominio y su anhelo de dirigir nuestras vidas. Han de someternos por nuestro propio bien, por lo que debemos agradecérselo. De hecho, dentro de poco en los locales donde se reparte la comida para las colas del hambre pintarán en el frontispicio la leyenda con su mantra salvífico: Nadie atrás. Así podrán leerlo los nuevos pobres creados y santificados por el poder socialista.
Para acabar con la pobreza, los socialistas no hacen más que hablar de ella. Si alguien les diera un euro por cada vez que mencionan su intención de acabar con la pobreza, los socialistas no necesitarían dejar tiesas las arcas de las Administraciones Públicas que gobiernan, pues serían todos ricos. Es lo que se ha llamado la lógica del sacerdote: me interesa que peques para así salvarte; esto es, me interesa que haya pobreza para vivir a costa de ella.
El inglés R. Owen propuso al imperio austrohúngaro hacer reformas sociales. La respuesta fue: "No deseamos que las grandes masas sean ricas e independientes, ¿cómo íbamos a gobernarlos entonces?". Es la respuesta socialista y el motivo de que jamás acaben con la pobreza, sino que la incrementan a marchas forzadas, como demuestran todos los ejemplos.
Así lo corrobora Thomas Sowell: "Aquéllos que están principalmente preocupados por el bienestar de los pobres, probablemente descubrirán con el tiempo que gran parte de la agenda de la izquierda realmente no beneficia mucho a los pobres, y parte de esa agenda en realidad empeora la situación de los pobres".
Para mantener el sacerdocio del cínico mantra del Presidente del Gobierno, el "nadie atrás", han de reiterar constantemente, incesantemente, hasta la saciedad, sus fórmulas y panfletos, coreados por unos partidos lanares que son empresas de poder y de colocación como estamos teniendo ocasión de comprobar mientras disfrutamos de nuestro ilustre Gobierno socialcomunista. Por supuesto, no pueden sostener el chiringuito sin incrementar aún más una industria política que es el cáncer que parasita la sociedad. Hay que expandir el Estado para apropiarse de él y hacer de la dependencia del Estado un estilo de vida. Es obligado también destruir la clase media y crear una masa ingente de parados y subvencionados que pesen al Estado como lastre y que sólo tengan como perspectiva continuar recibiendo sus exiguos subsidios.
No ignoran que la clase media fue el producto del auge del capitalismo y que allí donde se ha implantado el socialismo con éxito (éxito de miseria y opresión, por supuesto) la clase media ha dejado prácticamente de existir, ha sido aniquilada en un rápido proceso de destrucción organizado criminalmente desde las élites progresistas.
No pueden conseguir sus propósitos sin la propaganda y la mentira. Por eso, nuestro insigne vicepresidente de todo, lo primero que pedía era hacerse cargo de los medios a disposición de las administraciones públicas. No hacía falta entregárselos, el PSOE ya tiene sobrada experiencia en manipularlos a conciencia sin dejar un resquicio más que de mera apariencia a la libertad. También les es imprescindible controlar la educación, que en nuestro desgraciado país siempre ha estado en manos de la izquierda, por lo que ahora asistimos estupefactos al espectáculo de que el peor gobierno del mundo en hacer frente a la pandemia del coronavirus apenas ve castigada su incuria, su mala fe, su prevaricación y su actuación aparentemente criminal en las encuestas de opinión. La última ley de Educación es sólo una vuelta de tuerca para dar el golpe definitivo y que la siguiente generación tenga aún menos criterio que la "millenial", que ya de por sí deja mucho que desear en cuanto a preparación cultural y humanista, motivo por el cual todas las encuestas aseguran que el socialismo goza aún de mayoritario predicamento en esa generación de desilustrados.
A la izquierda no le importa en absoluto que para llevar adelante sus proyectos de ingeniería social, cuyo único y definitivo objetivo es crear una sociedad a su conveniencia para mantenerse en el poder, la distancia entre la verdad oficial y la realidad sea inconmensurable. Les bastará con seguir "creando la realidad" a su conveniencia, pues para ello cuentan con sus mercenarios de la información, los perros de la desinformación de los que hemos hablado en otras ocasiones.
Del mismo modo que no les importa en absoluto que sus propuestas para acabar con la pobreza sean una y otra vez desmentidas por la realidad, como la insistencia en subir el salario mínimo interprofesional sin tener en cuenta la productividad. Cada nueva subida liquida decenas de miles de puestos de trabajo precisamente de los más desfavorecidos y de los menos preparados. Pero qué les importa si se vende bien en una tertulia televisiva o en un telediario.
Walter E. Williams, que de la situación de los pobres negros en Estados Unidos sabía un rato, decía que había aprendido a evaluar los efectos de las políticas y no sus intenciones. Es muy posible que ni siquiera las intenciones de nuestros gobernantes sean buenas, pero lo que no deja lugar a dudas es que los efectos de sus políticas son desastrosos.
Williams criticaba las leyes de salario mínimo y de discriminación positiva para los negros porque ambas inhibían la libertad y eran perjudiciales para los negros a los que supuestamente pretendían ayudar. Decía que las leyes que regulan la actividad económica son obstáculos mucho más grandes para el progreso económico de los negros que la intolerancia racial y la discriminación. Lo mismo podríamos decir de las actuales leyes de salario mínimo y de discriminación positiva para la mujer en España. Las leyes de salario mínimo hacen que los trabajadores poco capacitados queden fuera del mercado laboral porque nadie está dispuesto a pagar ese salario mínimo a los trabajadores menos dotados ya que su productividad es inferior al mismo tiempo que estos trabajadores menos dotados no adquieren experiencia laboral que los haga mejores y los capacite en mayor medida, por lo que entran en el círculo vicioso del subsidio permanente y de la incompetencia sin remedio, de modo que jamás pueden escapar de su último lugar en la sociedad. Eso sí, suelen ser votantes fieles de quienes les prometen más miserable maná para continuar siendo lo que son.
Para continuar abonando tales masivos subsidios y ayudas, los progresistas utilizan, como no podía ser de otro modo, la deuda masiva. Como ésta no puede ser infinita, recurren a los déficits a través de los bancos centrales lo que provoca hiperinflación, y como no pueden controlar la inflación recurren a los controles de precios con lo que acaban por desterrar cualquier atisbo de inversión y destrozan por completo la economía. Venezuela es el ejemplo perfecto de cómo destruir un país riquísimo en poco tiempo.
Lejos de verlo, los progres camelan entonces a la población diciendo estupideces como que se puede imprimir dinero a demanda sin consecuencia negativa alguna, como nuestro insigne Ministro de Consumo o su hermano, o como algún articulista que nos viene a decir que los Estados nunca quiebran y que nunca pueden quedarse sin dinero. Se ve que no recuerda los ejemplos de Weimar, de Zimbabue o de Venezuela. Según esta teoría, los impuestos no financian nada, sólo ponen en circulación su moneda, que supuestamente les interesa a algunos compradores fantasma, pues al parecer para este autor no importa el precio de dicha moneda, como no importa que se necesite un millón de bolívares para comprar un chupachups. Según este autor, cuyo nombre no importa porque sus postulados son compartidos por la izquierda en general, lo que hay que hacer es, simplemente, orientar el modelo productivo, esto es, que un Pedro Sánchez cualquiera, desde su gran capacidad demostrada, diga a cada español lo que ha de hacer y cómo. De modo que para ello bastará con "sablear a los grandes rentistas y a la riqueza desmesurada de unos pocos individuos y sociedades". La idiotez es gratuita y se puede escribir incluso en periódicos dignos, pero no puede evitar que la verdad la desmienta a cada paso. Sólo el ahorro, la inversión, el capital, la innovación constante y la productividad pueden acabar con la pobreza, siendo ineficaz y contraproducente intentar acabar con ella mediante la redistribución, pues entonces ¿quién creará la riqueza una vez hayas desplumado a los primeros que la crearon? La respuesta está en la riqueza de los países socialistas. Ninguna.
Thomas Sowell así lo sostiene: "la historia del siglo XX está llena de ejemplos de países que se propusieron distribuir la riqueza y terminaron redistribuyendo la pobreza". Y añade: "La riqueza es lo único que puede curar la pobreza. La razón por la que hoy hay menos pobreza no es porque los pobres obtuvieron una porción más grande del pastel, sino porque todo el pastel se hizo mucho más grande". Y luego reconoce, como debemos hacer nosotros: "Sorprende la cantidad de personas que todavía caen en el argumento de que, si la vida es injusta, la respuesta es entregar más dinero y poder a los políticos."
No obstante, nuestros insignes economistas progresistas insisten en ello: cada vez más poder para el Gobierno y las administraciones. Es pertinente preguntarse si se hace por ignorancia, estupidez o simple maldad. El mismo Sowell responde en parte a la pregunta cuando dice que a los intelectuales les gusta pensar en sí mismos como personas que dicen la verdad al poder, pero con demasiada frecuencia son personas que dicen mentiras para ganar poder.
Podemos apelar al sentido común de la mayoría de las personas y preguntarles si han reparado en algo evidente: los migrantes siempre buscan el capitalismo. Hemos visto llegar pateras de Cuba a Miami y pelear a los cubanos con los policías de la Florida para tocar el suelo seco con sus pies. Nunca he visto botar barcos en Miami para huir en masa hasta el paraíso socialista cubano. Del mismo modo, veo a diario decenas de emigrantes africanos llegar a Canarias, pero no veo a los canarios cruzando el océano con riesgo de su vida para alcanzar una vida mejor en África.
¡Qué raro que todos esos migrantes busquen un lugar en un país cruelmente capitalista donde pueden vivir, incluso en el peor de los casos, con las migajas que les sobran a los malísimos capitalistas mucho mejor que en sus países de origen! ¡Qué raro que la migración siempre se produzca de los países socialistas a los países capitalistas! ¿Será que todos los migrantes son masoquistas y quieren empeorar su situación?
Como el mensaje ha calado, los más débiles mentales de los países capitalistas están buscando denodadamente subterfugios y denominaciones peregrinas para obviar la palabra maldita: capitalismo. Así, ahora quieren ponerle apellidos, desde humano a filantrópico, etc. Pero el capitalismo no necesita apellidos, sólo necesita libertad para desarrollarse y que la burocracia socialista deje en paz a las personas para buscarse la vida en el mercado. Porque la también maldita palabra mercado es la única que garantiza la prosperidad. Tal vez nuestros insignes políticos progresistas no hayan reparado en que incluso en las sociedades más represivas como la soviética existió un mercado: el mercado negro. Cuando hay libertad, en el mercado negro se comercia con lo prohibido; cuando no hay libertad, en el mercado negro se comercia con los bienes de consumo esenciales y habituales en cualquier economía libre. De ese modo hay dos precios, el oficial, que nada significa, y el real, que marca el mercado negro. Cuando no hay libertad, la gente se ve obligada a utilizar los servicios del mercado negro para alcanzar un mínimo vital. ¡Qué curioso que eso sólo ocurra en los países socialistas! Aunque no es casualidad, allí donde se implanta la locura socialista en la que unos pocos deciden la economía del conjunto ocurre siempre lo mismo. En menor medida, allí donde se cercena la competencia en el mercado, como actualmente en algunos países socialdemócratas como el nuestro, las economías se colapsan por falta de competencia. El resultado es la interrupción del progreso y la caída progresiva en la pobreza.
No podemos tener la esperanza de que los socialistas acaben comprendiendo esto, pero haremos mucho si convencemos a los pobres de que de la pobreza sólo hay un modo de escapar: la libertad. Y que la libertad necesaria para escapar de la pobreza sólo se da en un sistema político: el más capitalista posible con la mayor libertad de mercado posible.
Williams también decía que el capitalismo es el sistema más moral y más productivo jamás desarrollado por el hombre: "El capitalismo es relativamente nuevo en la historia de la humanidad. Antes del surgimiento del capitalismo, la forma en la que las personas acumulaban grandes cantidades de riqueza era a través del saqueo y la esclavización de otros hombres. El capitalismo hizo posible para las personas el volverse rico sirviendo a otras personas."
La libertad es esencial por muchas razones: humanistas, morales, sociológicas y políticas. Pero cuando se nos decía que "antes el estómago lleno que la libertad" se nos estaba mintiendo. Sólo se puede llenar el estómago desde la libertad, salvo que uno quiera comer el menú de los ganados, las sobras.
Los pobres deben tener algo claro: sin libertad no hay pan digno de tal nombre.
(*) Winston Galt es escritor. Autor de la novela Frío Monstruo y del ensayo M-XXI. La batalla por la libertad
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