EL Rincón de Yanka: LIBRO Y PELÍCULA "SHANE (RAÍCES PROFUNDAS) Y OTRAS HISTORIAS" DEL ÉPICO FAR WEST 🌲

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sábado, 14 de marzo de 2020

LIBRO Y PELÍCULA "SHANE (RAÍCES PROFUNDAS) Y OTRAS HISTORIAS" DEL ÉPICO FAR WEST 🌲

SHANE (RAÍCES PROFUNDAS)
y otras historias 


Pregúntale a la mayoría de los críticos y te dirán que le robaron a Jack Schaefer. Pregunte a la mayoría de los lectores y ellos dirán: "¿quién?" Aunque fue autor de una de las mejores novelas del Oeste de todos los tiempos, Jack Schaefer sigue siendo en gran medida desconocido. Tras su muerte, se desvaneció en el estado de "escritor regional" maldito, y ha permanecido allí, perdido entre el paria de la literatura, los westerns. Incluso después del éxito de la versión cinematográfica, Shane rara vez es reconocido por el clásico que es.

Schaefer continuó escribiendo después de Shane, produciendo dos novelas cortas, First Blood y Canyon. Luego probó literatura infantil con Old Ramon, un libro que más tarde recibió el Newbery Honor Roll. El viejo Ramón también ganó el Premio del Libro de Ohioana en 1961, y fue elegido como libro notable de la American Library Association.

Monte Walsh y Mavericks fueron otras dos novelas posteriores prominentes. Sin embargo, en 1961, el propio Schaefer había considerado la novela occidental muerta, y comenzó a escribir novelas conservacionistas, estimulado por su traslado a Albuquerque, Nuevo México. Reconoció que muchos de sus últimos trabajos fueron trabajos de amor, especialmente Canyon, y dijo: "Me senté en mi viejo portátil y lo escribí con la serena seguridad de que no tendría éxito comercial, pero sería un libro que quería escribir". Jack Schaefer murió de insuficiencia cardíaca el 24 de enero de 1991.

Cincuenta años después de su publicación, Shane había vendido más de 12 millones de copias y había sido traducido a treinta idiomas extranjeros. En 1985, los escritores de westerns de América la nombraron la mejor novela occidental jamás escrita, una década después de que la Asociación de Literatura del Oeste le otorgara a Schaefer su premio al Logro Distinguido.


PRESENTACIÓN

Shane no es una novela del Oeste más. Ni siquiera una «excelente novela» del Oeste más. Shane, para la literatura western, es un mito. Cuando iniciado el siglo XXI se repitió el experimento, ya llevado a cabo en 1985 y 1995, de pedir a los miembros de la Asociación de escritores de Western de América que elaboraran una lista con las mejores obras que este género había producido en el siglo XX, Shane encabezó la lista de votaciones en la categoría de «novela». Asimismo, los 55 votantes eligieron su homónima versión fílmica, Shane (George Stevens, 1953) —Raíces profundas en español—, como la mejor película western del siglo XX. Es más, en la lista de novelas más votadas, otra de Jack Schaefer, el autor de Shane, ocupó el noveno puesto: Monte Walsh, de nuevo un gran libro llevado con notable éxito a la pantalla. Pero, para gustos, colores. Indudablemente Shane es una de las más grandes novelas que ha dado el western, pero la cuestión de si es la mejor… Bien, en el peldaño más alto del podio, aunque sea empujándose, siempre caben tres o cuatro. De lo que no cabe duda es de que esta ópera prima de Schaefer ha llegado a calar hondo, muy hondo, entre los lectores y concitado un conjunto de emociones positivas en torno a ella que la han transformado en mito. Quizá ese plus de afectos en torno a Shane explique la paradoja de que, siendo su autor, Jack Schaefer, el único que coloca dos novelas entre las diez más votadas —y una de ellas, Shane, en primer lugar—, aparece en la lista de mejores escritores western del siglo XX en el puesto duodécimo. ¡Cuestión un tanto sorprendente!, puesto que los votantes que elegieron su novela como la mejor de todos los tiempos, y valoraron tan positivamente Monte Walsh, son los mismos que puntúan por delante de su autor a once escritores… Cosas de las votaciones, sí, pero que refuerzan ese carácter mítico de Shane y dan medida del inmenso aprecio que por la misma sienten en Estados Unidos los lectores y escritores de este género. 

Jack Schaefer no nació precisamente en el Oeste, sino en Cleveland, Ohio, en 1907, en el seno de una familia muy aficionada a la lectura, incluso su padre tenía una gran amistad con el poeta y escritor Carl Sandburg. Entre sus primeras lecturas Schaefer solía citar a Dumas, Edgar Rice Burroughs, Zane Grey y Dickens. Ya graduado en la Lakewood High School, se centra en los clásicos griegos y latinos y asiste al Oberlin College. A partir de 1929 en la Universidad de Columbia es la Literatura británica del siglo XVIII la que atrae su atención. También el cine despertó su interés, y propone una tesis sobre la imagen en movimiento que es rechazada. Parece ser que, decepcionado, abandona los ambientes universitarios y se dedica en cuerpo y alma a labrarse un nombre en el periodismo. Reportero para la United Press, editor asociado y luego editor en el New Haven Journal Courier, y más tarde en el Baltimore Sun (1942-1944), siempre mantuvo su fascinación por el mundo de la imagen llegando a dirigir Theatre News (1935-1940) y The Movies (1939-1941), entre otras publicaciones. A pesar de que, fruto de su actividad periodística, fue autor de centenares de apuntes, sketches y artículos divulgativos sobre múltiples aspectos de la vida en la frontera estadounidense, la razón para ser universalmente recordado dentro de este campo es su narrativa western y muy concretamente su primera y mejor novela, Shane. 

Shane apareció primero serializada en tres partes en la revista Argosy en 1946. En julio, septiembre y octubre concretamente. Por aquel entonces esta novela corta en tres entregas llevaba el sugerente título de Rider From Nowhere. Tres años más tarde el autor corrige el texto en profundidad y lo amplía para la edición en libro que hace Houghton Mifflin en 1949. Posteriormente, en 1953, George Stevens —con guión nada menos que de A. B. Guthrie Jr., otro de los grandes escritores del western, del que hemos publicado en esta misma colección su espléndida novela Bajo cielos inmensos— producía y dirigía la versión cinematográfica de la novela, manteniendo lo sustancial de la misma y  consiguiendo un clásico inmortal del cine western, una película que aquí en España se estrenó como Raíces profundas. 

La novela ha sido traducida a más de treinta idiomas y vendido millones de ejemplares. Sobre ella se han realizado interpretaciones psicoanalíticas, explicaciones simbólicas y lo mismo se la compara con una tragedia griega donde todo se mueve bajo el signo del Destino, que se la ha analizado a la luz de de las teorías de Turner sobre el papel de la Frontera en la Historia de los Estados Unidos y las diferentes etapas de crecimiento de la civilización norteamericana. Y, por supuesto, se la examina también como ejemplo de darwinismo social y permite hablar largo y tendido sobre el papel del héroe, el individualismo y la oposición entre el bien y el mal, y demás trascendencias. Todo eso se puede encontrar cuando se busca Shane en la ensayística sobre literatura western aparecida en revistas especializadas, estudios preliminares y tratados de esta literatura. 

La historia en sí no es argumentalmente demasiado complicada. Wyoming, 1889. A la granja de los Starret llega un misterioso jinete. Sombrío, intimidante, viste de oscuro y tanto su ropa como utillaje aparecen gastados pero extremadamente pulcros. Va de paso. Solo quiere permiso para que su caballo abreve. El pequeño Starret, Bob, se siente intimidado a la vez que atraído ante la fuerza serena, aura de seguridad y exquisitas maneras del sombrío jinete. Y esa especie de atmósfera de confianza y firmeza que el viajero proyecta parece haber calado también, para sorpresa del pequeño, en sus padres, que invitan al forastero a quedarse a comer y pernoctar al menos por esa noche en la granja. Él pide que le llamen Shane y acepta, con una cortesía que demuestra una educación esmerada, la invitación de los colonos. Y las horas pasan y la intimidad y sensación de amable familiaridad entre el jinete, la pareja de colonos y su chaval crece, pero el forastero es un hombre con un pasado oculto y se muestra cortesmente evasivo ante cualquier intento de sondeo por parte de sus anfitriones. 

El matrimonio Starret que le ha dado acogida ocupa sus 65 hectáreas de terreno, al igual que el pequeño grupo de granjeros con los que forma comunidad, en virtud de la Homestead Act, que permite reclamar la propiedad de una concesión de terreno de esas características si se explota durante cinco años. Una ley de concesión de terrenos promulgada en 1862 para favorecer la colonización y el poblamiento de los nuevos territorios adquiridos por el país. Enfrentado a estos colonos está Luke Fletcher, propietario de un extenso rancho, que quiere echarlos de sus granjas, puesto que dice necesitar todos esos terrenos de los granjeros para incrementar su explotación ganadera. Sus vaqueros hostigan continuamente a los colonos intentando amedrentarles para que se marchen. El recién llegado Shane deja entrever una familiaridad con las armas, y una habilidad en el ejercicio de la violencia, que se adivina retenida solo por un férreo autocontrol, por una decisión moral de renunciar a su utilización.

Inevitablemente, su amistad con los Starret le llevará a alinearse con ellos frente al pequeño ejército privado del ranchero. Y si solo consistiera en eso, Shane sería una novela no demasiado distinta en principio de otras muchas. Pero puestos consciéntemente ahí por el autor, o no, en Shane hay muchos contenidos más. Desde bien pronto la crítica definió Shane como un western psicológico. No solo porque el carácter de sus personajes estuviera solventemente plasmado y construido, sino por el juego de conflictos íntimos que recorre toda la novela. 

Shane, ese jinete llegado de no se sabe dónde, es un puro contraste. Terrible, afable y tranquilizador a un tiempo. Por otra parte el pequeño Starret lleva su admiración por el recién llegado hasta equipararlo como modelo y figura parental con su propio padre. La relación de Shane con la familia Starret, por momentos es un torbellino de afectos a veces bastante equívocos. Y hay otro buen puñado de ingredientes simbólicos, filosóficos y de habilidad narrativa —el trabajo en común de apoderamiento de la tierra mediante el esfuerzo; las reflexiones sobre las armas, la evolución de la comunidad de granjeros ante la amenazante situación…— que dan entidad a esta historia aparentemente simple. Todo ello narrado con tono de leyenda épica, fatalismo y aromas de nostalgia mediante los recuerdos ensoñadores de un niño. Pero no todo es grandioso, melancólico y sombrío. La otra cara de la moneda, también presente en Shane, es la descripción de una naturaleza brillante, de una tierra con un futuro espléndido, de sentimientos como la solidaridad, la amistad, la cotidianidad feliz, la fe en el progreso y, bueno, cómo no, el realismo poetizado de un solitario jinete en perpetuo ascenso de virtudes que es la representación idílica del mito del cowboy, del hombre de honor que hace lo que hay que hacer y arrostra las consecuencias. Este arquetipo del hombre bueno y fuerte del far-west, aderezado además con los tonos del héroe solitario que lucha contra el destino han hecho que Shane haya llegado a lo más íntimo de los aficionados norteamericanos al western. Si nos decían en el bachillerato que Eurípides pintaba a los hombres como eran y Esquilo los pintaba como debían ser, desde luego a Shane lo pintó Esquilo.


Con ser la mejor, primera y más famosa de las obras de Schaefer, Shane no es precisamente su única incursión en el género. A esta primera novela le seguiría una larga carrera de prestigio y éxitos dentro del western. Con el tiempo irán viendo la luz un buen montón de excelentes relatos, ensayos y varias novelas más, de ellas, dos muy relevantes: The Canyon (1953), la preferida por Schaefer de todas las salidas de su pluma, y Monte Walsh (1963), una crepuscular historia de vaqueros que suele también colarse en el top diez de las mejores novelas del Oeste de todos los tiempos. 

The Canyon narra el transcurrir de la vida de «Pequeño Oso», un guerrero Cheyenne apartado de su tribu, y su relación, muchas veces conflictiva, con la Naturaleza y las costumbres tribales de su propia gente. En esta vida solitaria en lo salvaje, cargada de lirismo y poesía, están muchas de las virtudes y peculiaridades que luego presidirán toda su narrativa. Monte Walsh es un melancólico intento de dejar constancia escrita de un Oeste que ya desaparece. Excelente jinete, magnífico domador, ser humano íntegro, Monte es un dechado de perfecciones convertidas en cowboy. Otro escalón más en la poetización que Schaefer hace de la realidad. En cuanto a su narrativa corta, ciertamente los relatos que acompañan a Shane en esta edición son buena muestra de que nuestro autor de Cleveland siempre se movió muy bien en el formato breve. Bueno, no parece haber sido partidario nunca de los maratones narrativos: sus tres principales novelas bien podrían entrar casi en la categoría de «novela-corta». Pero no hace falta siquiera ese recorrido, Schaefer, con veinte o treinta páginas por delante, demuestra ser un auténtico maestro.

Recuerda en ocasiones a su buena amiga Dorothy Johnson, la gran escritora western de Montana, en esa forma de iniciar algo grande casi como si fuera una trivial anécdota; sin embargo donde Johnson emplea una dureza y concisión muy características de ella, Schaefer se muestra amable, bienhumorado y más prolijo en el narrar. Y este tono afable y cómplice de los cuentos establece una cierta distancia con el que predomina en Shane. Relatos como Cooter James, o Ese caballo llamado Mark están distantes en el tiempo de su Shane, cerca de una decena de años… y se nota. El aliento épico-trágico que se observa en su primera novela aquí ha desaparecido. Hay más humor, más ternura, costumbrismo y descripción realista, sí, pero mucho más cercano a la caricatura bienintencionada que al sarcasmo. Y ya es muy patente en estos cuentos la presencia de lo que acabará siendo su gran tema: la Naturaleza y la relación del hombre con ella. Progresivamente, las preocupaciones medioambientales, la ecología, una tendencia animista en la observación de la vida de los animales, en el reflejo de paisajes, va invadiendo su obra. En una última etapa, obras como An American Bestiary o Conversations with a Pocket Gopher, el primero próximo al género fabulístico, «conversaciones» con animales el segundo, lo inscriben en una tendencia que también ha estado muy presente en el western americano, en sus aledaños, o al menos en sus autores. Basta recordar que, unas cuantas décadas antes, otro maestro del western como James Oliver Curwood escribía novelas como Kazán, perro lobo; Barí, hijo de Kazán o El oso, cuyos protagonistas eran animales, o también que por aquellos años Ernest Thompson Seton dedicaba casi una cincuentena de obras a reflejar la vida de las criaturas salvajes. Pero bueno, bastará con traer hasta estos renglones a Jack London y Colmillo blanco para no tener que dar demasiadas vueltas a la vinculación entre el western y la «ficción animalística», por decirlo así.

Resulta inevitable referirse finalmente a Raíces profundas en esta presentación de Shane. Para quienes tengan en mente la película de George Stevens basada en la novela de Schaefer resultará prácticamente inevitable ver a Alan Ladd con su atuendo claro con flecos y su sombrero blanco y su cara de buen tipo llegando al rancho de los Starret. No hay razón para hablar mal de una buena película porque el director haya tomado sus propias decisiones al llevar a la pantalla una obra literaria. No cabe tal reproche hacia la película. Es un gran western y hay muchísimo del Shane literario en el film de Stevens. Bastante más que lo básico de la novela está ahí. Pero les pido que hagan el esfuerzo de leer con mucha atención las primeras páginas de la novela de Schaefer.

Recuerden a Alan Ladd vestido casi de blanco. Este es el Shane de Schaefer: «llevaba pantalones negros de alguna clase de sarga metidos por dentro de unas botas altas y sujetos por la cintura con un cinturón ancho. Ambas prendas eran de un cuero negro suave labrado con intrincados dibujos. Un abrigo de la misma tela oscura que la de los pantalones descansaba pulcramente doblado en el rulo de la silla de montar. La camisa era de lino finamente hilado y de color marrón oscuro. El pañuelo que llevaba atado con holgura alrededor del cuello era de seda negra. El sombrero no era el stetson común, ni de color gris o marrón tierra.

Era totalmente negro»… Intenten verlo. El poder de la imagen cinematográfica instalada en nuestra memoria lo hace difícil, pero vale la pena. Curiosamente, en el film de Stevens, es Jack Palance el que va vestido casi como Shane (una penúltima cuestión sobre la que invitaba a fijarse un agudo ensayista del cual siento no recordar el nombre). Contra lo que muestra el Shane cinematográfico, al que desde el inicio se le ve portando su revólver, el Shane literario de Schaefer aparece inicialmente desarmado, como evitando tener el arma «a mano». Estos dos son aspectos que sí recoge la reescritura fílmica de la historia de Schaefer hecha por Clint Eastwood en El jinete pálido. Sí, va de oscuro. Sí, se arma mucho tiempo después de iniciada la película. Eastwood ha recuperado para su versión esas dos características de la novela Shane… En fin, disfruten de la historia del jinete llegado de no se sabe dónde, de la familia Starret, de sus amigos y enemigos, y de una gran historia western. Hay una novela que dio origen a todo y dos películas… y la posibilidad de disfrutar y jugar con las tres obras… porque, además, las tres son excelentes.

Shane: la épica del Far West

Las novelas del Oeste nacieron bajo el signo de la nostalgia. Comenzaron a publicarse en los años veinte del pasado siglo, cuando la épica de la frontera ya había declinado por culpa del progreso. Sin embargo, las historias de cowboys, forajidos y pieles rojas aún vibraban en la memoria colectiva, componiendo una mitología que exaltaba los mismos rasgos que los clásicos griegos y latinos: el heroísmo, el coraje, la lealtad, el autodominio, la fortaleza de espíritu, la entereza ante a la muerte. Las generaciones que crecían entre rascacielos, edificios y autopistas soñaban con llanuras infinitas, románticos duelos, largas galopadas hacia el ocaso y noches al raso, observando las estrellas. Un mundo duro y violento, pero con belleza y grandeza. El cowboy, con su vida errante y sin ataduras, encarnaba el ideal de hombre libre frente a una civilización llena de prosaicas servidumbres. No se trataba de un fenómeno estrictamente norteamericano. El western gozó de una extraordinaria popularidad en la Europa de los años cuarenta y cincuenta. Las novelas breves encuadernadas en rústica y con llamativas portadas de colores circularon por todo el mundo, y, en algunas ocasiones, invirtieron su recorrido natural, surgiendo en los rincones más inesperados. En la España de la posguerra, un general de la artillería republicana empezó a escribir desde prisión novelas del Oeste, ignorando que daba los primeros pasos de una obra que cautivaría a miles de lectores de España, Hispanoamérica y Estados Unidos. Hablo de Marcial Lafuente Estefanía, que escribió 2.600 novelas cortas donde los personajes del teatro del Siglo de Oro español se transformaban en figuras del Far West. No era una mezcla disparatada, sino una combinación perfectamente lógica, pues el hidalgo y el cowboy comparten los mismos rasgos: orgullo, estoicismo, sentido del honor y un valor temerario.

Shane ocupa un lugar privilegiado entre las novelas del Oeste. En 1946, apareció dividida en tres entregas en la revista Argosy con el sugestivo título Rider from Nowhere. Tres años más tarde, se convirtió en novela, con el texto revisado y extendido. Enseguida adquirió la condición de clásico indiscutible. En 1995, la Asociación de Escritores de Western de América eligió Shane como la mejor novela del género. Su juicio no fue menos generoso con su adaptación cinematográfica, Shane (en España, Raíces profundas), dirigida por George Stevens en 1953. Desde su punto de vista, no se había rodado otro western capaz de igualar su calidad dramática y su aliento poético. Pienso que es una opinión de un valor relativo, pues ignora los grandes logros de John Ford, el cineasta que aconsejó imprimir la leyenda y olvidar los hechos objetivos cuando se habla de la historia del Oeste. Sin embargo, evidencia la importancia de Shane, un mito pero también un símbolo de los cambios sociales experimentados por Estados Unidos en las postrimerías del siglo XIX. Ambientada en Wyoming hacia 1889, Shane brotó de la prolífica pluma de Jack Schaefer. Schaefer nació en Ohio, Cleveland, en 1907, lejos de esa frontera legendaria donde los hombres comerciaban a diario con la muerte para sobrevivir en un entorno hostil. Desde muy temprano, su familia le inculcó el amor a la literatura. Su padre era un abogado de origen alemán que mantenía una estrecha amistad con el poeta y novelista Carl Sandburg. Ya en la adolescencia, Schaefer leyó con fervor a Alexandre Dumas, Dickens, Edgar Rice Burroughs y Zane Grey, mostrando preferencia por los autores que concebían la existencia como una aventura y no como una triste rutina. Durante su estancia en el Oberlin College, se familiarizó con los clásicos griegos y latinos, lo cual insinúa que los clásicos populares casi siempre se forjan al calor de los viejos héroes de la Antigüedad. En la Universidad de Columbia, mostró interés por la literatura inglesa del siglo XVIII (Daniel Defoe, Jonathan Swift) e inició un idilio con el cine que nunca se interrumpió, fantaseando con las posibilidades artísticas de un lenguaje con el poder de sintetizar palabra, imagen, movimiento, espacio y tiempo.

El ambiente académico no le agradó y decidió dedicarse al periodismo, donde realizó una brillante labor como articulista y editor. Gracias al éxito de Shane, Schaefer pudo comprarse una casa en Santa Fe, Nuevo México, y continuar escribiendo novelas del Oeste. En 1963, publicó Monte Walsh, otra de las cumbres del género. Murió en 1991 de una insuficiencia cardíaca. Nunca viajó al Oeste, tal vez porque temía la decepción que suele producir la realidad al ser contrastada con los mitos. Su amplia obra no siempre alcanza la excelencia, pero nunca incurre en la mediocridad. Su estilo es directo, poético y reflexivo. Sus tramas exploran la naturaleza humana ante retos como el compromiso, el desarraigo y la responsabilidad. Shane narra la historia de un pistolero que huye de su pasado, sin tener muy claro qué hacer con su vida. El azar lo lleva a la granja de la familia Starret, compuesta por Joe, su esposa Marian y su pequeño hijo Bob. Los Starret sufren el acoso de Luke Fletcher, un poderoso ganadero que intenta expulsar a los colonos del valle, alegando que sus reses necesitan todo el pasto. La Homestead Act, una ley de 1862, permitía reclamar la propiedad de un terreno cuando se había trabajado en él durante al menos cinco años. De ese modo, el legislador pretendía promover la colonización de unas regiones escasamente pobladas. El principal problema de esta iniciativa residía en que aún no se había constituido un Estado con las instituciones necesarias para hacer cumplir la ley. Wyoming simplemente era un Territorio donde la civilización intentaba abrirse paso a duras penas.

Jack Schaefer cede la voz principal al pequeño Bob, que relata los hechos con la perspectiva de un niño incapaz de deslindar el mito y lo extraordinario de lo real y cotidiano. Sus ojos contemplan asombrados la llegada de un misterioso jinete a un pueblo con una sola calle y escasos edificios. Su aspecto es verdaderamente singular: pantalones negros, botas altas, cinturón ancho, camisa marrón oscura, pañuelo de seda negra atado al cuello y un sombrero negro de ala ancha que oculta parcialmente el rostro. Un abrigo negro completa el atuendo, pero aún no ha llegado el invierno y descansa cuidadosamente doblado en la silla de montar. Su indumentaria no se parece en nada a la del Shane interpretado en la pantalla por Alan Ladd, sino a la de Wilson, su rival, un pistolero encarnado por Jack Palance. El Shane de George Stevens viste un traje de trampero de color crema y un sombrero a juego con el ala corta. El Shane de Schaefer es delgado, de estatura media y de constitución casi pequeña. Tiene el rostro quemado por el sol, una melena negra y unas facciones que parecen esculpidas a hachazos. Alan Ladd era delgado y menudo, pero su rostro destaca luminoso desde el principio. Su pelo es corto y rubio. Afectuoso y cortés, cuesta trabajo creer que haya hecho algo reprobable. Parece un héroe en estado puro. Quizás André Bazin se excedió al afirmar que “era un caballero andante en busca de su Grial”, pero es cierto que parece un paladín y no un pistolero que anhela la redención de sus pecados. Bazin señala que Shane viste de blanco y viaja en un caballo blanco, lo cual no es cierto. El caballo es de color rojizo. Shane no es Tom Mix, ni Galahad, pero tampoco parece un asesino que intenta reescribir su historia. Schaefer define mejor a su personaje, señalando que en la apariencia de Shane no se aprecia “ningún rastro de frescura”. El “polvo de la distancia” se ha pegado a su piel, a sus ropas, pero esa fatiga no logra ocultar una extraña grandeza. Su mirada refleja “algún tipo de dolor que se hallaba muy dentro de él”. Bob aclara que su impresión está condicionada por su corta edad y reconoce que en el jinete se atisba un mundo que hasta entonces había permanecido oculto para su mente infantil. Sin embargo, alberga la certeza de que lo que queda más allá de su comprensión es “limpio, coherente y justo”.

Shane se detiene en la casa de los Starret para pedir agua. Joe le contesta afablemente que puede utilizar toda la que necesite. Shane bebe y se lava, tomándose la libertad de arrancar una petunia y colocarla en la banda de su sombrero. Es un gesto delicado y algo afectado, casi de dandi, pero que no le resta dureza. Joe le ofrece su hospitalidad, invitándole a comer. Cuando ya en la mesa le preguntan su nombre, responde escuetamente: «Llamadme Shane». Shane sólo necesita unos instantes para sentir afecto por el chico e intentar enseñarle cosas, basándose en su experiencia. Ese cariño se extenderá a sus padres, que no logran averiguar nada sobre su pasado, pero que de inmediato advierten su carácter fuera de lo común. Marian comenta: «Es tan amable, y en cierta manera, delicado. No es como la mayoría de los hombres que he conocido aquí. Pero hay algo en él. Algo bajo esa gentileza… Algo». Joe añade: «Sin duda es peligroso, pero no para nosotros, cielo».

Schaefer convierte el tocón de un roble en un símbolo de múltiples y profundos significados. Desde hace años, Joe lucha contra él, cortando sus raíces, pero aún no ha lograrlo desarraigarlo. Su resistencia evoca la oposición de la naturaleza a la civilización, pero también la necesidad de echar raíces. “Llevo peleándome con esta cosa tanto tiempo que ya he empezado a tomarle afecto –reconoce Joe-. Soy capaz de admirar la dureza. La clase de dureza apropiada”. Espontáneamente, Shane toma un hacha y empieza a luchar contra el tocón, atacando sus raíces. “Un hombre tiene que pagar sus deudas”, afirma en un descanso. “No nos debe nada. Muchas veces invitamos aquí a gente para comer y…”, objeta Bob, pero su padre le ataja con un gesto, explicándole que no se refiere a la comida. Shane sabe que ha encontrado una familia de acogida y la oportunidad de cambiar su destino. Durante días, Joe y Shane pelearán con el tronco, creando lazos de complicidad y afecto que no podrían explicarse con palabras. Shane ha decidido probar suerte como granjero. Trabajará duramente y se integrará en la rutina de la familia. Nunca será percibido como un extraño o como un simple peón, sino como una cálida presencia que transmite fuerza y determinación. El resto de los granjeros no tardarán en descubrir que no se trata de un hombre corriente. Un viejo trabajador del campo lo describe con elocuencia: “Es como una de esas mechas de combustión lenta. Silencioso y sin soltar chispas. Tan silencioso que uno se olvida de que está ardiendo. Y, entonces, se prende en una tremenda explosión de problemas cuando toca la pólvora. Así es él”.

Shane se compra un peto de granjero y trabaja con ahínco. Cuando apareció en la granja, no llevaba ningún arma a la vista, pero el joven Bob descubre que su escaso equipaje incluye un revólver Colt negro de acción simple, de un negro casi azulado, con la culata de marfil y una pistolera repujada. Bob habla con su padre y éste le explica que es un asunto privado, algo que no les incumbe. Sólo le advierte que no le coja demasiado afecto, pues algún día se marchará y lo sentirá mucho. Shane accede a enseñar a Bob cómo manejar un revólver, utilizando un viejo Colt con el cañón roto. Su destreza se pone de manifiesto de inmediato: “En sus manos, aquella vieja pistola parecía un ser vivo, no un objeto de metal oxidado inanimado, sino un miembro más del propio hombre”. Shane explica a Bob que una pistola sólo es una herramienta. Puede ser buena o mala, según quien la empuñe. La nueva vida de Shane se malogra cuando Fletcher recrudece su hostigamiento a los granjeros. Chris, uno de sus cowboys, le provoca en público, pero Shane rehúye la pelea, quedando como un cobarde. El señor Grafton, dueño del almacén y la cantina, descubre que Shane no tiene miedo a Chris, sino a sí mismo. Chris es muy joven. No es adversario para Shane.

El incidente correrá de boca en boca y los granjeros expresarán su malestar, asegurando que la conducta de Shane daña su reputación colectiva. Shane entiende que no se trata de algo personal, sino de una batalla que no puede aplazarse indefinidamente. Volverá a enfrentarse con Chris, rompiéndole un brazo con facilidad. No le agradará hacerlo, pues admite que su joven rival “tiene los mimbres para ser un buen hombre”. Al emplear la violencia, Shane perderá la paz interior que había adquirido como granjero. Además, se siente atraído por Marian y ésta experimenta lo mismo. Es un romance condenado a no consumarse, pues ninguno de los dos atentaría contra la felicidad de Joe y Bob. Joe descubre los sentimientos de ambos, pero no se siente dolido. Piensa que si le sucedería algo malo, su familia no quedaría desprotegida. Su miedo no es infundado. Fletcher contrata a Stark Wilson, un pistolero de Cheyenne, con el propósito de resolver su disputa con los granjeros a tiros. Finalmente, Shane tendrá que abandonar el arado, recuperar sus ropas originales y empuñar su Colt para acabar con Fletcher y Wilson. No lo hace sólo por Marian, sino porque ha experimentado lo que significa tener un hogar, un trabajo, una familia y hacerse cargo de la educación de un niño. Sabe cuál es el precio: perder ese hogar, volver a errar por los caminos, vivir como una sombra.

Aparentemente, Shane lo pierde todo, pero no es cierto. Aunque queda malherido tras abatir a Wilson y Fletcher en un trágico duelo, ya no es la misma persona. Sus errores del pasado han quedado redimidos por su sacrificio. Ha ayudado a fundar una comunidad libre y pacífica, y ha contribuido a educar a un niño, mostrándole que el trabajo, la honradez y la familia siempre son preferibles a la aventura. Sin violencia, no habría sido posible, pero después de lo sucedido ya no hay espacio para él. Al igual que el tocón de roble, encarna un mundo salvaje abocado a la extinción. La ley del revólver será reemplazada por jueces y tribunales. Su tiempo pasado y ya sólo le queda vagabundear sin rumbo. La versión cinematográfica de George Stevens transmite el mismo mensaje. Shane es el pionero que desbroza el camino. La violencia casi siempre está en el origen de las naciones, pero cuando el camino ha quedado libre de obstáculos llega la hora de la convivencia. Los héroes son los artífices de una sociedad con raíces profundas, pero se convierten en parias y marginados cuando finalizan su misión.

Shane, la novela de Jack Schaefer, rebate los prejuicios contra las novelas del Oeste, revelando que se han menospreciado injustamente. No puedo acabar sin manifestar mi gratitud a Valdemar Frontera, que está publicando en castellano los clásicos del género en unas ediciones de enorme belleza. Yo he disfrutado de la traducción de Marta Lila Murillo, que me ha permitido adentrarme en una historia fundida con mi juventud, pues aún recuerdo la conmoción que me produjo la película cuando la vi por primera vez en los años ochenta. Las nuevas generaciones apenas muestran interés por el western. Creo que se equivocan. El Oeste es la última frontera, la épica de una época sin épica, el sueño de una libertad ilimitada que no deja de escaparse de nuestras manos.