NO SOY NI DE LOS CONSERVADORES NI DE LOS PROGRESISTAS NI DE LOS INDIFERENTES:
ESTOY CENTRADO EN JESUCRISTO
Y EN SU CAUSA HUMANADA...
Jesucristo fue rechazado tanto por el sanedrín
como de los zelotes como del sistema...
Hay muchos cristianos que no creen en Él
sino en sus ideologías o en Mammón
(dios ídolo de la riqueza y del poder)
En aquel tiempo Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le contestaron: «Unos, Juan el Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas». Él les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Tomando la palabra Pedro le dijo: «Tú eres el Mesías». Y les conminó a que no hablaran con nadie acerca de esto. Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días». Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a sus discípulos, increpó a Pedro: «¡Aléjate de mí, Satanás!¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!». Y llamando a la gente y a sus discípulos les dijo: «El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará». Marcos 8, 27-35
¿Conservadores o progresistas?
(¿Ortodoxos o heterodoxos?)
Hay la pésima costumbre de hablar de “católicos progresistas (heterodoxos)” y “católicos conservadores (ortodoxos)”, utilizando conceptos políticos que no tienen nada que ver con la fe, en lugar de usar términos verdaderamente católicos, como tradicional y ortodoxo. Por no hablar de que progresismo y conservadurismo no son más que hermanos gemelos, que a menudo resulta difícil distinguir y que comparten el mismo código genético. La cuestión es si eres cristiano o no; si eres tibio o caliente. Si crees en Cristo o crees en tus ideologías. Si crees en Dios o en tus ídolos (en tu ego).
Para alivio de mis sufridos lectores, sin embargo, he preferido traducir parte de un artículo muy poco conocido sobre el tema de un verdadero sabio: G. K. Chesterton. Quizá si los católicos españoles leyéramos un poco más a Chesterton nos habríamos ahorrado las últimas décadas de suicidio político y creciente irrelevancia.
“Después de haber dicho tanto sobre los errores del progresista, me gustaría decir algo sobre los errores del conservador. De hecho, el conservador cae exactamente en el mismo error que el progresista. Ese error consiste en que cada uno de ellos permite que la verdad esté determinada por el tiempo. Es decir, juzga una cosa basándose en si es de ayer, de hoy o de mañana, y no por lo que es en la eternidad.
[…] El problema con el conservador es que asigna una importacia sobrenatural a su propio nacimiento. En lugar de contar las fechas desde el nacimiento de Cristo o (si lo prefiere) desde el nacimiento de marco Aurelio […], las cuenta desde su propio nacimiento. Lo que había cuando nació, como la Constitución británica (1), debe reverenciarse. Lo que aún no había sucedido en esa fecha en particular, como la Revolución bolchevique, debe rechazarse (2). En lugar de considerar un proceso y someterlo a la prueba de los principios, solo le importa cuánto tiempo lleva en marcha y únicamente lo somete a la prueba de si continúa avanzando o no.
Esa es la verdadera irracionalidad que en ocasiones se percibe de algún modo en cierto tipo de conservadurismo. No es que ame el pasado, sino que ama el presente, un tipo de pasión mucho más absurda. Es una ilusión imposible en su misma esencia, porque se destruye a sí misma perpetuamente. Cada avance del progresista se convierte en un estatus para el conservador. Cada revolución perversa se transforma en una valiosa institución. Cada cosa abominable que se intenta lograr se convierte en algo admirable porque se ha logrado; no porque sea una institución eficaz, sino porque ha sido el resultado de una revolución eficaz. A menudo, conservador solo significa alguien que conserva revoluciones.
Podría expresarlo diciendo que puede que yo sea un reaccionario, pero estoy seguro de que no soy un conservador. Soy un reaccionario en el sentido auténtico de que reaccionaría contra muchas cosas del pasado así como del presente. No las sometería a la prueba de un calendario que registre si ya han sucedido o no, sino a la prueba de un credo, que determine si deberían suceder. Algunas de las cosas que deseo ya han sucedido y, por lo tanto, yo las conservaría; otras no han sucedido aún y, por lo tanto, me uniría a una revolución para obtenerlas.
[…] Lo cierto es, por supuesto, que todo lo que hay de realmente pedante o inhumano en la campaña de los progresistas debe casi todo su éxito al hecho de que solo se le oponen los conservadores. No hay reaccionarios razonables que se opongan a ello, que tengan un ideal alternativo del Estado; lo único que hay es gente que comparte el mismo ideal y solo rechazan que ese ideal continúe avanzando. Los socialistas tienen una cualidad sólida y respetable: saben lo que quieren. Por lo tanto, nadie podrá presentarles una resistencia adecuada a no ser que esté verdaderamente convencido de que quiere algo distinto".
(1) Como estamos hablando de Inglaterra, no se trata de un texto, sino de la constitución no escrita que establece la división de poderes y la monarquía parlamentaria británicas, que son principalmente fruto de la llamada Revolución Gloriosa de 1688.
(2) Ese proceso es mucho más rápido en nuestra actualidad que en tiempos de Chesterton. En su época, los conservadores más o menos intentaban conservar el mundo tal como lo habían recibido; actualmente, intentan conservar las cosas tal como estaban hace cinco o diez años en el mejor de los casos.
Cristianos:
¿progresistas o conservadores?
Seguir a Jesús no nos hace conservadores o progresistas. Nos hace diferentes. Para trastornar el mundo.
Los términos progresista y progresismo nacieron, en el contexto de la Revolución Liberal del siglo XIX, para designar a los reformistas, partidarios de la idea de progreso en el plano político-institucional, el cambio social y las transformaciones económicas e intelectuales en favor de las libertades individuales, frente a los conservadores, partidarios del mantenimiento del orden existente.
Hoy en día esta idea se ha transformado en una etiqueta que se utiliza para descalificar a quien no está de acuerdo con el pensamiento imperante en la sociedad actual. Como si ese pensamiento humano y cambiante fuese una verdad absoluta, una autoridad como el César de Roma al que había que considerar un “dios” en la Tierra.
En especial se clasifica así a los cristianos evangélicos, con el foco puesto en Latinoamérica y el progresivo crecimiento de la fuerza de su voto en la política.
Por ejemplo, el defender la fidelidad conyugal, ver la promiscuidad sexual como negativa, o entender el aborto como acabar con una vida humana no es “progresista”.
Y por el contrario, quienes implantan un sistema que es conservador con los valores éticos y morales de nuestro tiempo (léase ideología de género), a pesar de su conservadurismo se etiquetan como “progresistas”.
Se llega así a la curiosa paradoja. Los cristianos que están en contra de conservar los valores arraigados en la sociedad actual son “conservadores” (a veces “ultraconservadores”) precisamente por querer romper el orden establecido.
Cuando la realidad es que la sociedad actual es “ultraconservadora” en defender obsesivamente la anarquía sexual y el infravalorar la dignidad del ser humano en sus momentos más débiles: antes de nacer, en la discapacidad y en la vejez.
No puede haber progreso real sin tener en cuenta a Dios y su palabra revelada. De hecho las actuales sociedades modernas surgen del trabajo y la fe de personas arraigadas en los valores judeo-cristianos.
Y no hay nada más ultraconservador que dar la espalda a Dios, desde Génesis a Apocalipsis se repite vez tras vez, o en cualquier libro de Historia. Y esa postura ultraconservadora de negar a Dios lleva a una sociedad que no progresa en lo esencial, aunque sí en aspectos materiales y de organización.
Los primeros cristianos, sin prejuicios de pensar si eran considerados liberales o conservadores, fueron a contracorriente de su tiempo.
Lo relata el libro de Hechos (17:5-7): Entonces los judíos que no creían (…) juntando una turba, alborotaron la ciudad; y asaltando la casa de Jasón (…) trajeron a Jasón y a algunos hermanos ante las autoridades de la ciudad, gritando: Estos que trastornan el mundo entero también han venido acá; (…) y todos éstos contravienen los decretos de César, diciendo que hay otro rey, Jesús.
A contracorriente, revolucionarios, con Jesús como rey. Eso es ser cristiano. No eran progresistas por querer cambiar el mundo, ni conservadores por defender los principios escritos en la Ley, los profetas y la enseñanza del Evangelio de Jesús.
Eran simplemente quienes tenían a Jesús como rey. Y esa es la verdadera pregunta: ¿quién es el Señor que gobierna en tu vida? ¿Los césares de nuestro tiempo o Jesús de Nazareth?
No existe nada que se pueda calificar
como cristianismo progresista
o catolicismo progresista
Es absolutamente falso que existan un catolicismo progresista -o un cristianismo progresista- y otro no progresista, o conservador.
Es muy frecuente oír hablar de que en la Iglesia Católica hay conservadores y progresistas y que las diversas disputas que surgen de vez en cuando, entre teólogos, jerarquía, y seglares tienen un trasfondo “ideológico”. Son muchos los medios de información y creadores de opinión que hablan últimamente de que, los “católicos conservadores” están atacando al Papa Francisco (Jorge Mario Bergoglio) con la intención de desprestigiarlo, sembrar dudas sobre su trayectoria como Jefe de la Iglesia, e incluso, forzarlo a renunciar… también afirman los medios que, por el contrario hay otros católicos, los “católicos progresistas” que lo apoyan y defienden frente a esa supuesta campaña de acoso y derribo, frente a los complots que supuestamente están organizándose un día sí, y el otro también para perjudicar al Papa Francisco y de paso a la Iglesia Católica.
Llama poderosamente la atención que haya quienes recurran a semejante controversia, absolutamente absurda, cuando lo que en las últimas semanas y días, lo que marca la actualidad informativa no es una cuestión “ideológica”, sino los casos de pedofilia, pederastia, abusos a menores, y la actitud de encubrimiento del actual Papa y algunos de sus colaboradores.
Pero, pretender observar el asunto desde una perspectiva de confrontación ideológica es recurrir a la mendacidad; es absolutamente falso que existan un catolicismo progresista -o un cristianismo progresista- y otro no progresista, o conservador.
Es importante señalar que cuando alguien hace referencia a progresismo, es de suponer que se está hablando de quienes actúan, emprenden acciones para avanzar, para mejorar; y que por el contrario, los no progresistas son quienes tratan de impedir el progreso y se oponen a cualquier mejora social.
Es frecuente que los medios de información hablen de progresismo y conservadurismo dentro de la Iglesia Católica, cuando salen a colación asuntos como el derecho a la vida (desde el momento de la concepción hasta la muerte), la defensa de la institución familiar, el derecho de los padres a educar a sus hijos, de acuerdo con sus convicciones y creencias; también cuando se aborda la cuestión del “homonomio” y la homosexualidad, y cuando se habla de cuestiones de moral sexual en general… por supuesto, también se clasifica a los cristianos como conservadores o no conservadores, cuando el debate gira en torno a economía, regímenes políticos, conservación del entorno, y el controvertido asunto del “calentamiento global”….
Los medios de información afirman que defender determinadas cuestiones es propio de gente conservadora, como si tal cosa fuera lo más malvado, lo más reprobable moralmente. Cuando se habla de cristianismo, en sus diversas formas (católicos, ortodoxos, protestantes…), se dice que aquellos que promueven la castidad y creen en la santidad del pacto matrimonial son “cristianos conservadores”. También se suele afirmar que los “cristianos progresistas”, por otro lado, tienen una visión más abierta de tales asuntos. Cuando se hacen tales reflexiones, solamente cabe llegar a la conclusión de que cuando un cristiano se ve ante un dilema, y está obligado a elegir, tiene la posibilidad de aplicar aquello de que “nada es verdad ni es mentira, depende del cristal con que se mira”. Pero esto no es posible si de verdad uno es cristiano. No son posibles diversas visiones o sensibilidades dentro del cristianismo.
En cuestiones de moral solamente puede haber tonos negros o tonos blancos, no son posibles los tonos grises. “Negro o blanco”, en este contexto, significa “bueno o malo”.
Cuando un ser humano acaba sabiendo que una alternativa es buena y la otra, mala, ya no puede tener justificación de ninguna clase para elegir una mezcla. No puede haber justificación para elegir parte alguna de aquello que se sabe que es malo. En moralidad, lo “negro” es, predominantemente, el resultado de intentar pretender que uno mismo es meramente “gris”.
Insistir en que “no hay tonos negros o tonos blancos, sólo hay tonos grises” es lo mismo que decir “no estoy dispuesto a ser totalmente bueno y, por favor, no me consideres totalmente malo”.
En relación con lo que vengo hablando, no es posible que haya una visión conservadora y otra “progresista” en las enseñanzas morales básicas del cristianismo. Solo son posibles la visión cristiana o la no cristiana, no caben ambas al mismo tiempo (Decía el sabio Aristóteles hace más de 2500 años, que no es posible que algo sea una cosa y la contraria al mismo tiempo, y que algo verdadero no puede ser contradictorio).
Una persona que acepta y defiende las verdades morales de la fe no es ni “conservadora” ni “progresista”, o es cristiana o no lo es… Una persona que rechaza el mensaje evangélico, la moral cristiana no es un “cristiano progresista”, sencillamente no es cristiano en absoluto.
Si alguien afirma que es cristiano y posee una visión “progresista” del matrimonio y de la sexualidad, entonces estamos hablando de que se dan circunstancias como las siguientes:
1) No cree que la Biblia es una fuente en la que confiar como referente de verdad moral.
2) No cree lo que afirma el Evangelio acerca de las propias palabras de Cristo.
3) No cree que Jesús fue un hombre de su tiempo que carecía de una comprensión completa del matrimonio y la sexualidad.
Si usted se identifica con alguna de esas opiniones, está usted de enhorabuena, es mucha la gente que está de acuerdo con usted. De hecho, usted tiene la misma opinión de las Sagradas Escrituras, de la doctrina cristiana y de Jesucristo que todos los no cristianos.
La mala noticia es que ninguna de esas opiniones es ni remotamente compatible con el cristianismo. No puedes retener tu fe cristiana mientras cuestionas la divinidad de Cristo y la legitimidad de los Evangelios.
No es posible ningún cuestionamiento –y menos relativizar- acerca de las enseñanzas morales fundamentales de la fe católica en particular y cristiana en general. O se aceptan o no se aceptan. Y quien no las acepta no puede afirmar que es cristiano.
Llegados a este punto, habrá más de uno que esté pensando, e incluso se atreva a preguntar: ¿No pretenderá usted pensar en términos de negro o blanco,… verdad?”
La mayoría de la gente, llevada por la confusión, la impotencia y el miedo que produce toda cuestión que guarde relación con cuestiones de moral, se apresura a responder, con cierto sentimiento de culpa:
“No, claro que no”, sin tener una idea clara de lo que hay de fondo en la acusación. Casi nadie se detiene a tratar de comprender que lo que en realidad se le está diciendo es:
“¿No será usted tan injusto como para discriminar entre el bien y el mal, verdad?”, o más todavía: “¿No será usted tan malvado como para dedicarse a buscar la verdad?, ¿no?”, o: “¿No será usted tan inmoral como para creer en la moral?, ¿verdad?”.
Los motivos de esa frase hecha son tan obvios —culpabilidad moral, miedo al juicio moral y una apelación para obtener un perdón total— que un solo vistazo a la realidad sería suficiente para demostrarles cuán desagradable es la confesión que están haciendo. Pero la evasión de la realidad es tanto la condición previa como la meta del, culto al relativismo moral, que generalmente suelen llamar “progresismo”.
Esta forma de creencia y de pensamiento es una negación de la moralidad, pero psicológicamente no es ésa la meta de quienes se adhieren a él. Lo que buscan no es la amoralidad, sino algo más profundamente irracional: una moralidad no absoluta, fluida, elástica, “a mitad de camino”, ni chicha ni limonada.
Los partidarios de este esquema de pensamiento y de acción no proclaman que están “más allá del bien y del mal”; lo que tratan de preservar son las “ventajas” de ambos. No desafían a la moral ni representan una extravagante versión medieval de culto satánico, de seguidores del mal.
Lo que les da un sabor peculiarmente moderno, progresista, es que no abogan por vender su alma al diablo; quieren venderla al menudeo (venta al detal, al por menor), poco a poco, a cualquier especulador que esté dispuesto a comprarla.
No constituyen una corriente de pensamiento; son un típico producto de la falta de una filosofía, de valores, de principios morales, son resultado de la bancarrota intelectual que se ha producido por un vacío moral previo, en todos o casi todos los ámbitos de la vida.
El culto a la moral gris, relativista, disfrazada de “progreso” es una moralidad acomodaticia que hace posible ese juego de renunciar, transigir, no existir; y los humanos se aferran ahora a ella en un desesperado intento por justificarlas. El aspecto dominante de esta posición no es una búsqueda de lo “blanco” sino el terror obsesivo a ser catalogado como “negro”.
Obsérvese que esta clase de “ética” propone una moralidad que implique consentir totalmente, o en parte, lo que repugna, soportar o permitir una cosa contraria a los propios principios, como criterio de valor y que, en consecuencia, haga posible medir la virtud por la cantidad de valores que uno esté dispuesto a traicionar.
Las consecuencias y los “intereses creados” como resultado de aplicar esa perspectiva pueden observarse por todas partes, a nuestro alrededor.
Por ejemplo, en política, los vocablos extremismo y radicalismo se han convertido en sinónimos de “maldad”, sin tener en cuenta el contenido de la cuestión (según esta perversa doctrina la maldad no reside en qué se defiende en forma “extremista”, o “radical” sino en el hecho de ser “extremista” o “radical”, es decir, coherente).
Otra muestra de esta peculiar forma de moralidad es la figura del “antihéroe” en la Literatura, que se caracteriza por no tener nada que lo defina, ni virtudes, ni valores, ni metas, ni carácter, ni entidad, y que sin embargo, ocupa, en obras teatrales, películas, series de televisión y novelas, la posición que antes ocupaba el héroe, con un argumento centrado en sus acciones, aun cuando él no haga ni llegue a nada.
Nótese que la expresión “los buenos y los malos” se usa en forma despectiva y, sobre todo en la televisión; predomina la rebelión contra los “finales felices”, la demanda de que a los “malos” se les den las mismas oportunidades y se les adjudique la misma cantidad de victorias.
Podrá haber hombres “grises” –que haberlos haylos- pero no puede haber principios morales “grises”. La Moral (sí, con mayúsculas) debe ser un código de negro y blanco. Y cuando alguien intenta tolerar o admitir una cosa que va contra los propios principios, a fin de lograr el tan manoseado y cacareado “consenso” y ser “políticamente correcto”, es obvio cuál de las partes inevitablemente acabará perdiendo y cuál, también de forma inevitable, ganará.
Tales son las razones por las cuales cuando a uno le preguntan:
“¿No estará usted pensando en términos de negro o blanco, verdad?”, la respuesta correcta debería ser sin duda alguna:
“¡Por supuesto, puede estar usted plenamente seguro de que estoy pensando precisamente en esos términos, pues, yo soy una persona coherente! ¿Usted no?
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