EL Rincón de Yanka: LA MÁS EXITOSA MENTIRA DE MARX FUE LLAMAR "CIENCIA" A SUS CREENCIAS MÍSTICAS

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martes, 17 de marzo de 2020

LA MÁS EXITOSA MENTIRA DE MARX FUE LLAMAR "CIENCIA" A SUS CREENCIAS MÍSTICAS

La más exitosa mentira de Marx 
fue llamar «ciencia» a sus creencias místicas
El marxismo es sin lugar a dudas para sus creyentes la única verdad, la todopoderosa verdad revelada de una dialéctica material incuestionable
"En el fondo de toda civilización moderna late la barbarie, porque es barbarie todo lo que sea sublevación contra los principios morales y religiosos". V. de Mella


Hace ya tiempo había tomado yo nota del que la crítica socialista de Bakunin a Marx fue perfectamente acertada en sus predicciones. Empleando similares conceptos a los de Marx de conflicto de clases, concluía que una dictadura del proletariado daría lugar a una nueva clase opresora y a una nueva opresión. Lo que no previó, porque ningún socialista podría preverlo sin por ello dejar de ser socialista, es que esa nueva clase caería finalmente por la inherente inviabilidad del totalitarismo económico en una sociedad compleja.
En lugar de ello, temió que tal totalitarismo pudiera llegar a ser el permanente fin de la historia en lugar de dar lugar a su superación dialéctica por un comunismo superior especialmente si ya no hay, según Marx, lucha de clases más que contra los remanentes de la burguesía capitalista derrotada.
Bakunin adelantó la gris realidad del totalitarismo marxista y la hegemonía de una clase al mando de la dictadura en nombre del proletariado. Diljas hubo de experimentarlo para llegar a aceptarlo mientras la mayoría de los marxistas no lo aceptó ni lo sufrió en carne propia.

¿Es religión el marxismo, como he sosteniendo más de una vez? Pues en tanto aceptemos que la mejor definición de religión sería la creencia del hombre en una innegable realidad que le trasciende y a la cual se subordina encontrando significados transcendentes para sí mismo y para otros al “religarse” con ella mediante ritos específicos, no queda la menor duda que el marxismo sería por definición una religión. Por lo demás el marxismo es sin lugar a dudas para sus creyentes la única verdad, la todopoderosa verdad revelada de una dialéctica material incuestionable que trasciende toda religión revelando la auténtica naturaleza de todo lo existente y profetizando el fin de la historia.
Claro que a muchos les confunde el que los marxistas coloquen a toda religión en el terreno de la superestructura ideológica como mera mistificación de los intereses de la clase dominante, que proclamen ateísmo y persigan desde el poder la religión, en la medida de lo posible. Pero eso lo único que nos revela es que se trata de una religión totalitaria tan completa que no se limita a la negación y exterminó de cualesquiera otras, a las que califica de falsas y supersticiosas, sino que se siente obligada a autodenominarse ciencia, definiendo a la ciencia como todo lo contrario de lo que la ciencia es.

En la definición marxista de ciencia, ciencia para el creyente marxista es a la vez, dialéctica material y verdad última e incuestionable. Cuando a eso sumamos su definición polilogista de superestructura ideológica, y tomamos nota del que no sería raro para una religión proclamarse como única verdadera negando toda otra como superstición, lo que hace Marx es un truco de prestidigitador con los significados para definir como “científicas” un conjunto de afirmaciones sin prueba alguna. Y pasar su dogmática por teoría de una ciencia histórica, la que por lo demás se ha revelando falsa hasta el último detalle. Pero que subsiste porque al reclamar para sí la naturaleza de verdad incuestionable, última y definitiva, pertenece al terreno de la religión en la que el creyente puede aferrarse a su creencia contra toda evidencia.

En una religión con tiempo lineal, una tesis en creatología (teología de la creación) generalmente debe tener correspondencia en escatología (teología del fin de los tiempos). La gran pregunta de la creatología cristiana es saber por qué realizó Dios la creación. Y la respuesta agustiniana, adoptada por la iglesia ortodoxa oriental, católica romana, así como las principales denominaciones protestantes y evangélicas, es que fue por infinita bondad. Diferentes grupos heréticos, desde los primeros tiempos del cristianismo, han dado respuestas alternas entre las que destaca la idea que Dios creó al mundo por su propio sentimiento de insuficiencia y necesidad de desarrollarse. La filosofía de Plotino parte de ahí y postula que la creación es la ruptura de una unidad original ansiosa de desarrollarse, que en su separación debería tender a restablecer tal unidad original, pero ya en plenitud final, una vez desarrolladas las partes.

Las consecuencias políticas de esa creatología y escatología de la alienación han incluido la agitación revolucionaria comunista desde muy temprano, relacionando la inevitabilidad del triunfo de la revolución comunista con el profetizado segundo advenimiento. La hegeliana idea de la superación de la alienación del hombre de Dios como un descubrimiento por parte de la especie humana de su naturaleza divina es la clave de la posibilidad de una creatología y escatología potencialmente atea y/o materialista. Desarrollando esa potencialidad, el marxismo obtiene de su dialéctica material de la historia la misma fe revolucionaria que herejías cristianas –con las que comparte tradición y ritos– obtenían de su interpretación de las profecías del fin de los tiempos, con la ventaja de no sufrir competencia de otras interpretaciones de unos textos sagrados de los que ha prescindido. Con motivos tan claros como los de la descalificación de Marx a sus antecesores socialistas que calificaría despectivamente de utópicos, la generalidad de los marxistas ha preferido ignorar la larga historia del comunismo, una historia comprometedora para ellos en más de un sentido, y así, el común de marxistas y filomarxistas suelen ignorar que primera revolución comunista en tomar el poder y gobernar de manera efímera no fue la comuna de París, sino la revolución anabaptista de 1534 en Münster.
Con esta columna, que intenté redactar para que fuera razonablemente interesante por sí misma, doy completa respuesta a varios comentarios, objeciones y argumentos interesantes que me han enviado algunos lectores sobre un par de columnas recientes en que me refería al marxismo como religión, sin agotar a quien esto lea con la detallada cita de las mismas.
El socialismo es la fe ciega 
en las bondades del genocidio
En las muchas variantes del marxismo hay una fe común incuestionable y dogmas comunes centrales

Que todo socialismo tenga como axioma moral al atavismo ancestral de la envidia explicaría la supervivencia de la aspiración atávica a la que se reduce. Pero si únicamente dependiera de ello, observaríamos que, tras fracasar, la idea reaparecería bien oculta en novedosos disfraces. Pero lo nuevo son sus tácticas, mientras que apenas disimulan la repetición dogmática de lo ya ampliamente refutado en teoría y experiencia histórica. Y eso, como he comentado antes, no se explica exclusivamente por su torcida “moral” envidiosa.
Que el socialismo en su sentido amplio subsista tras cada fracaso no explica por qué subsiste el marxismo como doctrina prevaleciente entre los socialistas. Tenemos que comprender que una doctrina capaz de sobrevivir y prosperar tras la refutación teórica y el colapso histórico de la teoría marxista y el imperio soviético, se explica únicamente cuando admitimos que es una religión, una inconsistente y totalitaria religión atea y genocida. Es la quintaesencia de lo más oscuro del fenómeno religioso, sin nada de lo luminoso. Porque solo exprimiéndole justificaciones a una doctrina religiosa puede el hombre civilizado racionalizar realmente ante sí mismo el brutal sometimiento o exterminio de infinidad de inocentes. Una racionalización utilitarista de eso es posible, pero endeble. Sólida será únicamente anclada a una profunda e irrenunciable creencia transcendente.

En las muchas variantes del marxismo hay una fe común incuestionable, dogmas comunes centrales, rastreables a teorías y prácticas de socialistas que Marx denominó utópicos. Tomó el profeta de los marxistas las doctrinas mesiánicas de sectas heréticas milenaristas, activas entre Medioevo y Renacimiento, y las puso a tono con la edad de la razón, aislándolas de su contexto teológico cristiano. Así le dio alcance universal a su falsa revelación en una nueva religión que proclama, no una religiosidad no deísta tradicional, sino la novedad del ateísmo militante como parte de una concepción totalitaria –por definición absolutamente intolerante– entre cuyos dogmas incorporó el de negar su naturaleza religiosa, para imponer por la fuerza su grandilocuente misticismo como única e incuestionable verdad “científica” –extraordinaria paradoja– proscribiendo todo lo demás.

El marxismo no solo se parece a ciertas religiones. Incluye en sí lo común a todas las religiones. Y de hecho es una variante no deísta, universalista, totalitaria y genocida de las doctrinas escatológicas de ciertas herejías colectivistas cristianas. Su grado de fanatismo es fácil de ver: Lenin en 1902 ya afirmaba: “La libertad es una gran palabra; pero bajo la bandera de la libertad de industria se han hecho las guerras más rapaces, y bajo la bandera de la libertad de trabajo se ha expoliado a los trabajadores. La misma falsedad intrínseca lleva implícito el empleo actual de la expresión ‘libertad de crítica’. Personas verdaderamente convencidas de haber impulsado la ciencia no reclamarían libertad para las nuevas concepciones al lado de las viejas, sino la sustitución de estas últimas por las primeras”. Es la definición misma del fanatismo dogmático creer que las personas demuestren estar “científicamente” convencidas de la veracidad de su posición en la precisa medida que aspiren a no permitir que otras posiciones se expresen libremente.

Ya con una policía política a sus disposición para materializar su teoría totalitaria, respondió a la pretensión de otros marxistas de criticar el menor detalle de su dogma oficial marxista en el poder “nosotros respondemos: Permitidnos poneros delante de un pelotón de fusilamiento por decir eso”. El marxismo se hizo religión de Estado –y de Estado totalitario–. Marx nunca logró ser un profeta armado, pero el centro de su doctrina es el llamado a la acción revolucionaria mediante la destrucción sin límites, ni atadura moral alguna, en nombre de su atea y seudocientífica versión de la escatología herética comunista de los elegidos estableciendo el reino de dios en la tierra por la fuerza de la revolución armada y la dictadura totalitaria. El primero en materializarlo, en esos nuevos términos, fue el aristócrata ruso Vladimir I. Ulianov, alias Lenin, así, incluso tras el colapso del imperio soviético su gran influencia sobre la religiosidad marxista persistió.

La función material de una religión –que es lo que explica el éxito y fracaso cultural, a largo plazo, de grandes religiones– es la transmisión intergeneracional de valores morales que aseguren el éxito del grupo que los adopta, en la competencia económica y sociocultural del orden espontáneo. Su utilidad psicológica es que otorga sentido de trascendencia, en un marco internamente coherente de creencias y prácticas. Lo segundo explica su eficacia para lo primero. Creamos o no una u otra religión, todas compiten dentro de su cultura por llegar a definirla, y en la medida que lo logran, son determinantes para la competencia evolutiva entre culturas y civilizaciones.
Una religión que no dote a los grupos sociales en los que prevalezca de ventajas en la competencia evolutiva es una religión materialmente inconsistente. Y eso es el marxismo, porque aunque dota a sus creyentes de la torcida moral y la criminales prácticas que les capacitan para tomar el poder por cualquier medio y mantenerlo imponiendo el totalitarismo, hunde a los sociedades sobre las que se impone en el atraso material y moral, inhabilitándolas para competir con la productividad, innovación y diversidad de las sociedades libres.
El asunto, sin embargo, es que estamos en el terreno de las creencias, y como dejó claro Shafarevich, los marxistas son creyentes dogmáticos, fanáticos y adoradores de la muerte. Sus dogmas, más o menos diluidos y simplificados, se extendieron como creencias del socialismo en sentido amplio que prevalece en Occidente actualmente. No nos equivoquemos, la evolución cultural –como la biológica– puede llevar a callejones sin salida, no solo a una cultura, sino a la civilización global misma, e incluso a la especie. El socialismo siempre es un camino a la miseria material y moral, y elevado a religión totalitaria puede ser incluso el camino a la extinción.

VER+:


La clave para cambiar a tiempo la ominosa tendencia actual de la opinión, la cultura, la intelectualidad, y las masas, está en nuestras manos


Las amenazas a la libertad del hombre en sociedad son amenazas a la existencia misma de la civilización y, por consecuencia, de la propia especie humana

SOCIALISMO ES BARBARIE. 

SOCIALISMO ES MUERTE 💥