GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
El 'Leónidas' español que evitó
con sus pobres milicianos
que Galicia fuese de Napoleón
En junio de 1809, un ejército hispano formado en su mayoría por campesinos logró vencer a los franceses cerca de Pontevedra, en el puente Sampayo. Al frente se hallaba Pablo Morillo
Lo intentaron, y con mucha efusividad. Sin embargo, aquel 7 de junio de 1809, los soldados de Napoleón al mando del mariscal Ney (en la práctica, el mejor ejército de Europa en campo abierto) no lograron cumplir su doble objetivo: atravesar el río Verdugo y hacerse con el norte de la Península Ibérica. Y todo ello, gracias al buen hacer de un coronel de infantería (Pablo Morillo) y a sus 10.000 hombres; en la práctica, milicianos con mosquetes que se negaron a que la Grande Armée hiciese roja, blanca y azul su tierra. Aquella jornada Galicia se convirtió en las Termópilas.
Corría por entonces una etapa dura para España, pues Napoleón Bonaparte había decidido entrar en nuestro país para convertirlo a las bravas en un pedacito más de su imperio. Con todo, pronto se demostró que los planes iniciales del «petit incordio» -que pretendía conquistar el territorio en pocos meses- no eran ni mucho menos plausibles, pues, con rastrillos primero y fusiles después, cada región se enfrentó a los galos con la intención de hacerles pagar con sangre cada centímetro de tierra tomada.
Tras la entrada del ejército de Napoleón en la Península, se sucedieron una serie de revueltas a lo largo y ancho del territorio. Y es que, pocos estaban dispuestos a que su España se convirtiera en la «Espagne» del «pequeño corso». Además, y una vez que Bonaparte tomó el poder del país nombrando rey a su hermano José, se inició la creación de pequeñas juntas encargadas de dirigir la resistencia de los paisanos a nivel local y, poco a poco, de movilizar un ejército capaz de dar de bofetadas a los seguidores del águila imperial.
La escasa ayuda
En esas andábamos cuando los británicos, viendo como siempre los fusilazos desde Albión, decidieron que cualquiera que plantara cara a Napoleón y a su megalomanía era digno de admiración. Por ello, olvidaron las tensiones anteriores con España y enviaron a un gran número de soldados en nuestro auxilio. Ingleses o no, lo cierto es que este ejército logró llegar hasta Lisboa y dar una buena «surprise» a los galos. Desde allí, los victoriosos casacas rojas se dispusieron a entrar –bajo el mando del general John Moore -en territorio hispano para expulsar a los «monsieurs». Parecía, en definitiva, que las cosas empezaban a mejorar.
Sin embargo, estas noticias no gustaron demasiado a Napoleón quien, hasta su imperial bastón de mando de oír hablar de derrotas, decidió tomar armas en el asunto. «Napoleón entró en España con una Grand Armée de ocho cuerpos de ejército mandados por sus principales mariscales. Venció y aventó a los descoordinados ejércitos españoles, incapaces de darse un mando único, y entró en Madrid. Cuando recibió la noticia de que el ejército británico de Moore estaba en España, inmediatamente salió en su busca», afirma el general de Infantería José María Sánchez de Toca y Catalá en su obra «Batallas desiguales» (editado por Edaf).
¿Cómo actuó Moore cuando supo que el mismísimo emperador se dirigía hacía Castilla con intención de enfrentarse a él? Al parecer, se limitó a hacer el petate y huir junto a sus hombres en dirección a Galicia, donde una flota británica le esperaba para llevarle a lugar seguro. De nada sirvió que el mallorquín Don Pedro Caro y Sureda, el general que mandaba por entonces uno de los mayores contingentes españoles, le pidiera que se quedase y combatiese junto a sus hombres contra el galo en Astorga (León), pues el terror por Bonaparte ganó la partida y el general de la Pérfida Albión prefirió poner botas en polvorosa. El hispano, sabedor de que si luchaba solo con su contingente sería aplastado, no tuvo más remedio que seguirle.
«Mientras tanto, ya en Astorga, Napoleón pasó revista a su ejército y lanzó tras los ingleses al segundo cuerpo de ejército del mariscal Soult y tras él al sexto del mariscal Ney para que lo relevara en Galicia. Luego abandonó Astorga camino de Paris recalando unos días en Valladolid, donde se dedicó febrilmente a planear las operaciones militares en la Península», añade el militar español en «Batallas desiguales». Decidido a hacerse con el oeste de la Península, y aprovechando la huida de los ingleses y la retirada hispana, Bonaparte dio órdenes a ambos oficiales de avanzar hasta las puertas de Galicia y esperar allí sus órdenes. Había comenzado la guerra por las tierras gallegas.
«La ocupación de Galicia no entraba en los planes inmediatos de Napoleón. Territorio considerado pobre y sometido al clero, no merecía malgastar al ejército en una campaña sobre un país entregado de antemano. Bastaría con atraerse al alto clero (y ésta fue la estrategia de los mariscales franceses tan ignorantes como el Emperador de la realidad de este pueblo) para garantizar su dominación. Fue la persecución del ejército inglés al mando de Moore lo que determinó el movimiento de las tropas francesas y la ocupación de Galicia», afirma, en este caso, Xosé Ramón Barreiro Fernández en su dossier «La Guerra de la Independencia en Galicia».
Hacia Galicia
Para desgracia española, en enero de 1809 Soult hizo su aparición en Galicia al mando de 45.000 hombres divididos en cuatro divisiones de infantería y tres de caballería. Días después llegó Ney, con otros 17.000. Por el contrario, en el norte únicamente había unos 9.000 soldados pertenecientes al ejército de Caro y Sureda. A su vez, muchos de ellos estaban desarmados, otros tantos enfermos, y el resto mal equipados. Ante esta precaria situación, el oficial mallorquín tomó una dura decisión: su contingente no combatiría frontalmente contra los galos hasta que estuviera preparado.
Así pues, la defensa de la región se llevó a cabo mediante partidas de campesinos que, aunque no dejaron respirar ni un segundo a los galos, poco podían hacer ante un ejército del calibre del francés. Por lo tanto, sin posibilidad de detener –por el momento- a los franceses, éstos tomaron rápidamente buena parte de la región. «Esto explica que la dominación de Galicia fuera un paseo militar para los franceses, que en 20 días ocuparon todo nuestro territorio: Lugo fue ocupada el 9 de enero de 1809; Betanzos el 11, un cuerpo de ejército francés ocupó Santiago el 17; el 19 se entrega la plaza fuerte de A Coruña; el 26 se entrega la segunda plaza fuerte de Ferrol; el día 20 había sido ocupado Ourense; el 26 Pontevedra y el 31 caen las plazas de Vigo y Tui», completa Barreiro.
Los franceses combaten
En marzo de ese mismo año –cuando una buena parte del territorio gallego ya cantaba la Marsellesa al son de los disparos franceses- los españoles estaban ya hasta el sombrero de tanto galo por aquí y galo por allá, por lo que las pequeñas partidas de ataque que se habían sucedido hasta entonces se generalizaron. A su vez, un renovado Caro y Sureda inició una campaña para instar al pueblo a armarse contra el invasor y favorecer la creación de organismos de gobierno. De esta forma, comenzó la reconquista de Galicia.
Por su parte, el mando central español que aún resistía también puso su granito de arena enviando a varios oficiales para motivar la llamada a las armas. «Desconociendo la Junta Central que en Galicia se había iniciado el movimiento de liberación por parte del pueblo, despachó el 14 de febrero de 1809 a D. Manuel García del Barrio, a D. Pablo Morillo, ambos oficiales del ejército y a D. Manuel Acuña y Malvar, canónigo de Santiago (los tres residentes en Sevilla) para que reanimaran el espíritu público de los gallegos y organizaran tropas para la liberación de Galicia», añade el experto en «La Guerra de la Independencia en Galicia».
Bailén, la primera derrota en campo abierto de Napoleón
Así pues, un nuevo espíritu patriótico invadió a los gallegos que, muchas veces sin contar ni siquiera con armas de fuego, se hicieron con cualquier cosa punzante o que pudiera arrojarse y se lanzaron a la reconquista de su tierra. Mermados por la marcha de Soult a la conquista de Portugal, los franceses restantes quedaron aislados y se vieron superados por partidas de improvisados soldados que no mostraron piedad ante el invasor galo. Con más valor que cordura, el pueblo –ayudado por algunas unidades militares formadas en esos meses- tomó desde Lugo hasta Vigo pasando por Santiago.
Como cabía esperar, la movilización española colmó la paciencia de Ney, quien, a voz en grito, tomó la decisión de atacar y recuperar Santiago. Desde allí, solicitó ayuda a su camarada Soult para caer sobre las dispersas tropas españolas, las cuales dirigían sus pasos hacia Pontevedra. El galo buscaba, concretamente, una batalla definitiva que garantizase el dominio napoleónico sobre la zona. Sin embargo, sabía que, si caía derrotado, perdería Galicia (y es que, le era casi imposible recibir refuerzos desde la meseta). Por ello, pidió la colaboración de su compañero quien, cansado de batallar en Portugal, se negó. Ney se encontraba solo, pero sus soldados estaban curtidos en centenares de batallas, así que combatiría.
Los puentes de la discordia
Mientras el mariscal francés preparaba a sus soldados para marchar hacia la contienda, los oficiales españoles, avisados de que el francés iba en su busca, mantuvieron una reunión a principios de julio en la que decidieron el lugar donde plantarían batalla al poderoso ejército imperial. Tras horas de parlamento, concluyeron que establecerían su defensa a pocos minutos de Pontevedra, cerca de un caudaloso río de 44 kilómetros de extensión llamado Verdugo.
Concretamente, este lugar les pareció el idóneo debido a que, durante la contienda, habría un río entre ellos y los franceses que sólo se podía atravesar por dos puentes: el de Sampayo (que había sido volado en parte para evitar el paso del enemigo) y el de Caldelas (en perfecto estado y a 12 kilómetros del primero). Salvo algunos vados impracticables en aquella época del año, era imposible cruzar al otro lado sin controlar los dos pasos o sin contar con buques de transporte. Era perfecto, pues desde la orilla contraria del Verdugo, bombardearían a los hombres de Ney sabiendo que ellos no podrían superar el agua.
Tras cruzar el Verdugo ayudados por varias barcazas, los españoles hicieron recuento de sus efectivos. «La división del Miño tenía de 6 a 7.000 hombres con armas de fuego y otros 3.000 sin ellas (la mayoría milicianos), además de 120 caballos y nueve cañones de campaña», completa Sánchez de Toca. A su vez, este improvisado ejército contaba con el apoyo de 200 vecinos de un pueblo cercano –muchos de los cuales no portaban armas de fuego-, dos impresionantes cañones navales, y media docena de lanchas cañoneras que, desde el propio río, hostigarían a los hombres de Ney.
Frente a frente
El siete de junio de 1809 los españoles, al mando de Martín de la Carrera y el coronel Pablo Morillo, ocuparon sus posiciones dispuestos a darse de mandobles por su país y su región. «Toda la división española se estableció a lo largo de la orilla meridional del río, entre Sampayo y Caldelas, pero el centro de gravedad de la defensa estaba constituido por dos grandes cañones navales de hierro situados en un cerro, cañones que enfilaban el paso del puente (Sampayo) por encima de (varias casas). Estaban protegidos y servidos por tres artilleros y un puñado de marineros, todos a las órdenes de un piloto de la marina mercante», explica el militar en su texto.
A su vez, el resto de los cañones españoles, a los que se unían varios capturados a los galos, se distribuyeron a lo largo de la línea. Todos enfilados hacia la orilla contraria y dispuestos a hacer añicos a cualquier gabacho dispuesto a cruzar el río. Por otro lado, los 200 vecinos fueron enviados al puente de Caldelas, donde se encargarían de evitar, con la ayuda de las lanchas cañoneras, que los franceses cruzaran el agua y envolvieran al contingente principal.Los españoles contaban con 10.000 hombres mal equipados
El mariscal Ney, por su parte, hizo su aparición frente a las tropas españolas el mismo día 7. Bajo su mando, el pomposo oficial contaba nada menos que con 8.000 infantes perfectamente pertrechados con fusiles y curtidos a base de fusilazos en media Europa, 1.200 jinetes de élite y una buena cantidad de cañones con los que bombardear a Carrera y Morillo. Aquel día se jugaba todo a una carta y lo hacía sin la ayuda de su camarada Soult, a quien es bien seguro que dedicó alguna que otra maldición.
Empieza la batalla
Entre las nueve y las diez y media de la mañana, dos oficiales franceses recibieron órdenes de acercarse con medio centenar de soldados al puente Sampayo para estudiar su posible reparación. Una muy mala idea por parte de Ney, pues fueron acribillados a base de cañón y descargas de plomo por los españoles ubicados en la otra orilla. Roto el fuego, el mariscal galo probó suerte y adelantó sus cañones con la intención de acabar con la artillería enemiga. De esta forma, pretendía maniobrar con su ejército sin tener que preocuparse de perder la cabeza (literalmente) por el bombardeo hispano.
«Inmediatamente comenzó un duelo artillero entre ambas orillas que causó numerosas bajas. Los marineros de la batería cargaban los grandes cañones de a 24 con bala, palanqueta y saco de metralla, según el viejo dicho marinero “Pólvora poca y metralla hasta la boca”, con lo que cada disparo producía un gran cono letal. El retroceso sacaba a los cañones de su emplazamiento y, una vez cargados de nuevo, los sirvientes tenían que llevarlos otra vez a que asomaran el tubo entre los cestones», completa el militar en «Batallas desiguales».Ney no pudo atravesar el Verdugo en sus primeros ataques
El retronar de los cañones continuó durante buena parte de la mañana. Del lado francés, Ney esperaba tranquilo, pues confiaba en que sus experimentados «monsieurs» derrotarían a aquellos desarrapados que, hasta hacía un par de días, pasaban sus tardes criando animales o arando el campo. Tampoco vencían los nervios a los hispanos en el otro lado de la orilla. De hecho, sólo hubo un momento en que Morillo hizo una mueca de disgusto: cuando una bala de cañón pasó rozándole la cabeza y lanzó su sombrero varios metros hacia atrás.
Después de que una espesa niebla detuviera el intercambio de bolas metálicas a eso del mediodía, Ney elevó su sable por encima de la cabeza y, copando el aire, lanzó un sonoro grito: «¡Vive l'Empereur!». Al unísono, varias unidades se abalanzaron sobre el flanco derecho del río, tratando de atravesarlo en su parte más estrecha. Sin embargo, no contaban con la buena puntería de aquellos campesinos, quienes, con cientos de fusiles en ristre, llenaron el Verdugo con los casacones azules cubiertos de sangre de los franceses. Fue sólo entonces cuando el mariscal galo lanzó una mirada de disgusto, la defensa de su enemigo era más férrea de lo que parecía. Sabedor de que tenía que replantearse su ataque, y con la llegada de la noche, ordenó a sus tropas que se retiraran a su campamento por el momento.
Un asalto más
Cuando, en el día 8, despuntó el alba, Ney ya tenía preparado su nuevo plan. En este caso trataría de atravesar el río por el puente de Caldelas. «Ney desplazó 1.500 hombres hacia el puente Caldelas para envolver las posiciones de españolas del puente Sampayo y envió asimismo tropas y artillería a un pinar contiguo, llamado de Acuña a fin de neutralizar las cañoneras que (…) batían el puente. (Además), se enteró de que existían vados y mandó numerosas fuerzas de infantería y caballería ante el ala izquierda española», explica Sánchez de Toca.
Los oficiales españoles, viendo los movimientos del mariscal francés, procedieron de manera rápida. En primer lugar, Morillo acudió junto a una unidad de fusileros al puente Caldelas, únicamente defendido por 200 habitantes de los pueblos cercanos. Por suerte, tuvo tiempo de llegar ya que los improvisados soldados habían instalado multitud de trampas en el paso. Una vez frente al pontón, los soldados y los campesinos que disponían de armas de fuego formaron una hilera y cargaron sus fusiles. Acto seguido, lanzaron una letal lluvia de plomo sobre la caballería francesa que trataba de llegar hasta ellos sable y lanza en ristre. Cuando se disipó el humo de los disparos la escena era dantesca: cientos de jinetes habían muerto y el resto se retiraban desesperados.
Por otro lado, Carrera permitió a las lanchas cañoneras encargarse de las tropas francesas que intentaban atravesar el Verdugo usando los estrechos pasos ubicados a ambos lados de los puentes. Las embarcaciones acribillaron sin piedad a los hombres que intentaban cruzar el río e, incluso, llegaron a disparar contra los árboles ubicados en la orilla con la intención de que cayeran sobre los gabachos. Los franceses, por su parte, se vieron obligados a girar sobre sí mismos y volver por donde habían venido. La victoria estaba cada vez más cerca de los gallegos.
Retirada
Con el paso de las horas, y sabedor de que palpaba la derrota con los dedos, el mariscal francés ordenó lanzar un último y desesperado ataque. En este caso, los encargados de intentar causar daños a los españoles fueron sus cañones. No obstante, los hispanos dirigieron sus fusiles hacia la artillería enemiga, en lugar de hacia los soldados galos, y, descarga tras descarga, lograron acabar con los servidores de las baterías. El último cartucho de Ney se había disipado.
A partir de ese momento, el ataque fue perdiendo fuerza hasta que, desesperado, el gabacho tocó a retirada. «El día 9 los franceses habían desaparecido de la orilla de enfrente y los paisanos se acercaron cautelosamente; a las 11, una patrulla de caballería española confirmó que los franceses se habían retirado. Según un desertor llevaban 190 carros con heridos y las bajas francesas pasaban de 600. Los españoles sufrieron 110 entre muertos y heridos», finaliza el militar. Horas después, los espías españoles vieron a Ney dirigir a los restos de su ejército hacia Castilla. Galicia había sido liberada.
La gran traición venezolana que convirtió al mayor héroe de España en un «terrorífico» asesino
Gonzalo M. Quintero publica «Soldado de tierra y mar: Pablo Morillo el pacificador» (Edaf, 2017). Una obra en la que recorre la vida de un militar que, después de participar en batallas como Trafalgar o Vitoria, fue enviado a Venezuela para combatir contra los rebeldes
un héroe olvidado de la historia de España
Ni héroes, ni villanos. A pesar de que en ocasiones quiera ser narrada como un cuento de hadas protagonizado por buenos buenísimos y malos malísimos, la cruda realidad es que la historia la forjan individuos con sus claros y sus oscuros. Sujetos a los que un trauma puede hacerles modificar su perspectiva; personas que se adaptan a las circunstancias que les rodean y, en definitiva, hombres y mujeres como los que hoy pisan las calles. Aunque, eso sí, puestos en situaciones límite.
Esa dualidad es la que definió precisamente a Pablo Morillo y Morillo. Un ferviente patriota más castizo que la bandera rojigualda y un heroico militar que atesoró más victorias para la España del siglo XIX que los «Nelsones» y los «Wellingtones» para Gran Bretaña. Pero también un combatiente que instauró el denominado «Régimen del Terror» tras ser enviado por Fernando VII hasta Venezuela y Nueva Granada en 1815 para acabar con los conatos rebeldes locales que se alzaban clamando por la independencia.
En este triste período, que se extendió en Bogotá desde 1816 a 1819, Morillo creó tres tribunales que dirigieron con mano de hierro la región e iniciaron una represión que acabó con rebeldes, políticos y pensadores. Todo ello, a pesar de que su máxima siempre había sido seguir las órdenes de Fernando VII y lograr pacificar la zona aplicando «todos los medios de dulzura».
¿Qué llevó a Pablo Morrillo (héroe de batallas como Trafalgar, Bailén, Puente Sampayo o Vitoria) a cometer estas tropelías cuando jamás las había perpetrado? Según afirma a ABC Gonzalo M. Quintero Saravia, autor de «Soldado de tierra y mar. Pablo Morillo, el Pacificador» (Edaf, 2017), el rencor. Y es que, apenas unos meses atrás había sido sufrido una gran traición a manos del general venezolano Juan Bautista Arismendi en Isla Margarita (al noroeste del país).
«La isla fue de los primeros enclaves ocupados por la expedición de Morillo en tierras venezolanas y allí, en contra de la opinión de los principales líderes realistas venezolanos, perdonó a Arismendi y a sus hombres por su pasada rebelión. Cuando Morillo se marchó a Cartagena de Indias, recibió la noticia de la sublevación de Isla Margarita y del asesinato de toda la guarnición española de la plaza. Es a partir de este momento cuando Morillo empezaría a aplicar una política de represión», explica a este diario el historiador.
Aquella traición le caló en lo más hondo de su corazón y le llevó por un camino oscuro. Trayecto, por cierto, exagerado hasta el máximo exponente por los revisionistas venezolanos. Con todo, aquella negra mancha no borró el historial de un militar que ayudó a expulsar a Napoleón de España, que fue reconocido como un gran combatiente cuando todavía no alzaba ni medio palmo en el escalafón castrense por el mismísimo general Castaños y que -entre otras tantas cosas- logró mantener a raya a Simón Bolívar mientras dispuso de recursos para ello.
1-San Vicente, Trafalgar... ¿Cuál fue la participación de Morillo en las contiendas navales que enfrentaron a España contra Inglaterra?
La primera parte de la carrera militar de Morillo fue como infante de marina a bordo de distintos buques de la armada española. En este cuerpo alcanzaría el grado de sargento. Se sabe muy poco de su papel concreto en los distintos combates navales en los que participó, tan sólo que llegó a mandar una sección de infantes cumpliendo su deber, que básicamente consistía en abrir fuego contra los buques enemigos en cuanto éstos estuviesen a tiro de mosquete.
Pese al papel preponderante de la artillería de abordo mientras los buques estaban a cierta distancia, una vez cerca los disparos de la infantería de marina barrían la cubierta enemiga. No hay que olvidar que fue un tiro de mosquete de un infante de marina francés el que segó la vida de Nelson en Trafalgar.
2-¿Cuál fue su relación con los ingleses en la Guerra de la Independencia después de haber combatido contra ellos durante años?
Para contestar a esta pregunta es necesario intentar comprender la mentalidad de la época, especialmente la de los soldados (marinos y de tierra) profesionales. Hay que tener en cuenta que se trata de un contexto pre-nacionalista. El nacionalismo como ideología fue primero desarrollado en Inglaterra en el tercer tercio del siglo XVIII; de allí pasaría a los Estados Unidos; en Francia nació durante la revolución; y a España no llegaría hasta la lucha contra la invasión francesa de 1808.
El nacionalismo no entraría en juego hasta que fue necesario movilizar a la totalidad de la población para la guerra, hasta entonces los ejércitos profesionales combatían al enemigo que se les ordenaba, en una guerra limitada en la que el “odio” al enemigo podía ser un obstáculo pues, con frecuencia, el enemigo de hoy pasaba a ser el aliado de mañana y viceversa.
Dentro de este contexto, no cuesta pensar que Morillo pasase a ver a los ingleses de enemigos a aliados. Incluso con los franceses, Morillo no tendría problema en dejar de considerarlos como enemigos una vez terminada la lucha contra la invasión napoleónica. Cuando hubo de exilarse de España eligió París como residencia y no hay que olvidar que Morillo murió en el balneario de Barèges-Barzun, en el sur de Francia.
3-La batalla de Bailén le granjeó el afecto del General Castaños...
Ambos combatieron en Bailén y el lazo que se forma entre quienes han luchado en una misma batalla es siempre muy importante. No obstante, la diferencia de rango entre el entonces subteniente Morillo y el general en jefe Castaños determina que fuese difícil que entonces surgiese una verdadera amistad. La relación entre Castaños y Morillo data de más tarde, cuando Morillo ya había sido ascendido a general gracias a su prestigio y victorias militares.
4-El currículum de Morillo no se acaba nunca. Puente Sampayo, Vitoria... ¿Cuál fue su actuación más heroica en la última parte de la Guerra de la Independencia?
Las acciones de Morillo en estas batallas son difíciles de comparar, pues es muy distinta la responsabilidad de un coronel al mando de una partida de soldados y voluntarios, como fue el caso de su defensa del puente de Sampayo, con las responsabilidades de un general sobre el que recae la orden de abrir una importante batalla lanzándose junto a sus hombres contra el enemigo que ocupaba unas muy defendidas posiciones en los Altos de la Puebla en la batalla de Vitoria.
Pese al valor demostrado en los hechos de armas en los que participó, quizá sea aún más relevante su mérito como comandante del cuerpo de tropas españolas al mando de Wellington. El duque de Wellington temía que la sed de venganza provocase que las tropas españolas cometiesen excesos en la invasión del sur de Francia, lo que le enajenaría el apoyo del pueblo francés. Por esta razón decidió que sólo le acompañarían aquellas tropas de cuya disciplina podía estar seguro, entre ellas, los hombres al mando de Pablo Morillo.
5-¿Qué significó, en 1815, para un soldado tan versado como Morillo ser destinado a Venezuela para acabar con la revolución?
Morillo fue nombrado jefe de la expedición de pacificación de Costafirme por ser uno de los generales más prestigiosos con los que contaba el ejército español de la época y también por ser uno de los más jóvenes, pues para este puesto se requería una salud de hierro. El problema fundamental fue que para enfrentar una situación como la generada en América entre 1808 y 1815 no sólo era necesario alguien con experiencia como militar sino, sobre todo, con un profundo conocimiento de la realidad americana de la época y que además tuviera una profunda sensibilidad política.
6-¿Se convirtió Morillo en un tirano? Al fin y al cabo, se recuerda este período como el «Régimen del terror».
Las instrucciones originales de Morillo le ordenaban conseguir la paz aplicando “todos los medios de dulzura” y que se publicasen “indultos”, “perdones” y “olvidos generales de lo pasado”. Durante la primera época de su estancia en tierras americanas hizo todo lo posible para buscar la reconciliación pacífica entre los distintos sectores de la sociedad americana.
Los hechos que, a mi juicio, provocaron su radical cambio de perspectiva fueron las acciones de Juan Bautista Arismendi en Isla Margarita.
La isla fue de los primeros enclaves ocupados por la expedición de Morillo en tierras venezolanas y allí, en contra de la opinión de los principales líderes realistas venezolanos, perdonó a Arismendi y a sus hombres por su pasada rebelión.
Cuando el asedio a Cartagena de Indias estaba tocando a su fin, Morillo recibió la noticia de la sublevación de Isla Margarita y del asesinato de toda la guarnición de la plaza. Es a partir de este momento cuando Morillo empezaría a aplicar una política de represión. Una represión que es conocida como el “régimen del terror”y que empezó con el ajusticiamiento de los principales líderes políticos y militares de la Cartagena de Indias independentista y que continuaría en Bogotá, en este caso dirigida contra los miembros de la intelectualidad criolla con el expreso propósito de descabezar el movimiento independentista.
Es importante destacar que los instrumentos de esta política de represión en tierras americanas fueron los mismos aplicados en la península ibérica por el régimen absolutista de Fernando VII contra los afrancesados, primero, y contra los liberales, después.
7-¿Qué recuerdo se tiene en Colombia de Morillo? ¿Es real la leyenda negra que gira en torno a él en esta región?
A nivel popular, en Colombia y Venezuela, Morillo es la personificación del mal, de una manera muy parecida a cómo es visto el duque de Alba en los Países Bajos. Estas visiones son producto de una época en que la historiografía nacional necesitaba de la creación de mitos fundacionales para cimentar su propia identidad como nación. En la actualidad, las más recientes aportaciones de historiadores y estudiosos inciden en analizar más el contexto y menos a los personajes concretos, lo que ha llevado a poder tratar el tema de las leyendas negras o rosadas de manera más racional, desapasionada y objetiva.«A nivel popular, en Colombia y Venezuela, Morillo es la personificación del mal»
8-Su libro comienza con una curiosa entrevista entre Morillo y Bolívar...
La entrevista tuvo lugar a instancias de Morillo, que quería conocer en persona a Bolívar. Ambos no podían ser más opuestos. Morillo, hijo de más que modestos campesinos, sin más educación que la recibida en la armada y el ejército durante décadas de servicio, vistió su mejor uniforme y acudió rodeado de su deslumbrante estado mayor. Bolívar, miembro de pleno derecho de la oligarquía mantuana venezolana, se presentó cabalgando una mula y vistiendo una simpe levita azul. El contraste estaba también en lo ocurrido durante los últimos años en América. Mientras Morillo vencía una y otra vez en el campo de batalla, poco a poco iba perdiendo la guerra, justo al revés que Bolívar.
Años más tarde, a finales de noviembre de 1835, cuando Morillo era capitán general de Galicia, recibió la visita de un viejo conocido, Daniel F. O’Leary, edecán de Bolívar durante la entrevista de Santa Ana en 1820. Cuenta O’Leary que “cuando Morillo supo que me estaba ocupando de escribir la vida de su viejo rival, de quién el mismo era un gran admirador, me entregó muchos documentos cogidos por los realistas en los campos de batalla de Venezuela”. Que el propio biógrafo de Bolívar hable en estos términos de Morillo implica una generosidad entre antaño enemigos que debe destacarse por lo que revela de humanidad.
9-Al final, no valió de nada su heroica actuación al otro lado del charco ¿Se emborrona su currículum por las capitulaciones ante los “patriotas”?
Los acuerdos de Trujillo de 1820 fueron la culminación de la nueva política americana impuesta por el gobierno liberal de Madrid surgido tras la sublevación de Riego en Cabezas de San Juan en 1820. De acuerdo a la visión de los liberales de la capital, todos los problemas en América eran consecuencia de la imposición del absolutismo derivado de la reinstauración en el trono de Fernando VII. Para ellos, liberales en la península ibérica e independentistas americanos eran aliados naturales contra el absolutismo. Por ello, desaparecido el absolutismo el problema quedaría resuelto con el envío de nuevos representantes americanos a Cortes para lo que era requisito previo el firmar un armisticio en América.
En esta época Morillo llevaba varios años combatiendo en América y tenía bien claro que la realidad era bien distinta a los buenos deseos de la capital. En varias ocasiones escribió al gobierno intentando convencerle de su error, pero la única alternativa que proponía era el envío de más soldados a América, lo que era absolutamente imposible, pues las tropas que se sublevaron en Cabezas de San Juan iban a ser embarcadas precisamente hacia tierras americanas. A estas alturas, la guerra estaba ya perdida para los realistas y lo siguientes cuatro años no serían más que una lenta y sangrienta confirmación de lo irreversible de las independencias americanas.«La guerra estaba perdida para los realistas. Los siguientes años no serían más que una sangrienta confirmación de lo irreversible de las independencias americanas»
10-Se afirma que Morillo murió pobre a pesar de su infinito currículum de victorias y luchas por España
Si bien es cierto que a su muerte aún se le debían varios años de su sueldo como general, no hay que olvidar que su segunda mujer era miembro de una adinerada familia de comerciantes gaditanos. Gracias a ello, por ejemplo, pudo vivir confortablemente durante sus años de exilio en París.
11-¿Murió Morillo olvidado por su país?
El olvido es más moderno que contemporáneo. A su muerte, Morillo gozaba de un importante prestigio, especialmente en los círculos de los liberales moderados. Su título de conde de Cartagena le abrió las puertas de la alta sociedad. Su hijo Aníbal, segundo conde de Cartagena, fue un destacado diplomático que pasó su vida sirviendo al Estado en las embajadas en Bruselas, Nápoles, Lisboa, París y Berlín. A su muerte, el título pasó a su hijo Pablo, del que al morir sin descendencia llegó a su hermano también llamado Aníbal. El cuarto conde de Cartagena también fue diplomático de carrera llegando a ser embajador de España en Rusia y delegado de España en el centenario de la independencia de Venezuela.
En las conmemoraciones de los centenarios de las guerras de independencia española y americanas, el recuerdo de Morillo siempre estuvo muy presente.
De esta época datan: su estatua en Puente Sampayo, la creación de una medalla para los descendientes de aquellos que combatieron en esta batalla, el monumento erigido al “abrazo de Trujillo” en el municipio venezolano del mismo nombre, la primera y monumental biografía de Morillo escrita por el académico Antonio Rodríguez Villa, etc.
A la muerte del cuarto conde de Cartagena en 1929, éste hizo un importante legado a varias Reales academias a través de la creación de la Fundación conde de Cartagena. Durante varias décadas, la Real Academia de Ciencias contó con una cátedra con el nombre de conde de Cartagena. En la Real Academia de la Historia su memoria perduró a través de una serie de becas de estudio. En septiembre del 2003, la fundación conde de Cartagena junto con otras trece más fueron integradas en la fundación Premios Real Academia Española.Pablo Morillo y Morillo
12-¿Cómo se acomete la elaboración de un libro sobre un personaje con una historia tan extensa?
Tenemos la suerte de que el archivo completo de Morillo se conserva en la Real Academia de la Historia, institución que me dio todo tipo de facilidades para su consulta. Aquí no puedo dejar de recordar al que se convertiría en un entrañable amigo, el académico bibliotecario Quintín Aldea. Todo ello se complementó con documentación de varios archivos en España, Colombia, Venezuela, Francia y Reino Unido, pues era imprescindible tener distintas perspectivas sobre los hechos.
La investigación y la redacción del libro las realicé mientras vivía fuera de nuestro país por lo que fueron necesarios varios viajes para consultar las fuentes, pues desde el principio decidí que la base de la biografía de Morillo serían los relatos y documentos de los principales protagonistas, dejando las fuentes secundarias para entender el entorno y el contexto histórico.
13-¿Cree que se merece el sobrenombre de “El Pacificador”, o le calificaría de otro modo?
El título de pacificador, tomado de manera aislada de su contexto específico histórico, puede ser de los más distinguidos del mundo. La expedición militar mandada por Morillo fue llamada de pacificación pues si se hablaba de guerra ello implicaba el reconocimiento del enemigo en cierto pie de igualdad y el objetivo era negar cualquier legitimidad a los alzados en armas en América. El problema es que la paz que entonces todos pretendieron imponer no fue otra que la de los cementerios.
14-¿Cree que Morillo se merece un puesto al lado de grandes héroes españoles como los ya populares Blas de Lezo o Bernardo de Gálvez? ¿O incluso supera las hazañas de estos?
La referencia a Blas de Lezo y a Bernardo de Gálvez me resulta especialmente cercana pues a ambos les he dedicado años de estudio. Sobre el primero publiqué su biografía con Planeta en Colombia en el año 2002 (que ha sido editada de nuevo el año pasado por EDAF en una versión corregida y actualizada). Sobre el segundo, que fue objeto de mi tesis doctoral en la facultad de Historia de la universidad Complutense, en abril del año que viene saldrá en Estados Unidos su biografía publicada por la editorial de la universidad de Carolina del Norte, Chapel Hill.
Sobre el lugar que debiera ocupar Pablo Morillo, no creo que se trate de una competencia con otras figuras históricas hasta hace poco tampoco muy conocidas.
Una de las cosas más fascinantes de la biografía de Morillo es que permite recorrer una parte muy importante de nuestra historia y mi objetivo es que su biografía sirva para intentar comprender parte de este periodo que considero esencial. Además, la vida de Morillo sirve también para destacar aspectos que me parecen relevantes.«El título de pacificador, tomado de manera aislada de su contexto específico histórico, puede ser de los más distinguidos del mundo»
Por ejemplo, el ascenso de Morillo, desde una familia de pobres labradores en Fuentesecas, en la provincia de Zamora, al generalato y a la nobleza titulada es prueba de “los resquicios” que brindaba el sistema del Antiguo Régimen para la movilidad social. Una movilidad social en la que el ejército y el ascenso por méritos de guerra serían esenciales y que tendrían un impacto fundamental en las transformaciones sociales del siglo XIX español.
Otra cuestión interesante es que su biografía permite insistir sobre el carácter de guerra civil de los conflictos por la independencia americana. Desde esta perspectiva, las guerras de independencia en América Latina se insertan en una crisis Atlántica cuyos orígenes, desarrollo y consecuencias desbordan con mucho los límites del imperio español de la época y, al mismo tiempo, permiten visualizar el conflicto desde una perspectiva de guerra civil que representaría el inicio de una serie de contiendas civiles que marcarían la historia desde principios del siglo XIX hasta bien entrado el siglo siguiente. Un período de guerras civiles tanto en la España peninsular como en las nuevas naciones americanas que teñirían de sangre ambos continentes durante más de un siglo. Una época marcada a ambos lados del Atlántico por los pronunciamientos y el caudillismo.
15-¿Cómo es posible que un personaje como Morillo, fiel defensor de España en decenas de contiendas, no tenga un mayor reconocimiento en nuestro país?
Hay que distinguir entre conocimiento y reconocimiento. Mientras que el conocimiento sólo implica el hecho de ser recordado, el segundo conlleva una valoración positiva del recuerdo. La diferencia es esencial en el caso de la memoria de Pablo Morillo, pues mientras que es España es poco conocido y apenas reconocido, en Colombia y Venezuela es bastante conocido, pero no reconocido.
También hay que tener en cuenta que por mucho que haya hecho un personaje, por muy relevante que sea su biografía, su nivel de reconocimiento o de conocimiento en cada momento histórico depende mucho de lo que entonces sea más relevante o popular en cada sociedad. En otras palabras, el interés por un personaje histórico dice más sobre la sociedad de cada momento que sobre el propio personaje en sí.
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Finalmente Pablo Morillo consigue su retiro, solicitado en 16 ocasiones anteriormente, y regresa a España, dejando el mando del ejército realista al general Miguel de la Torre en diciembre de 1820. Siempre mostró desinterés en el percibo de sueldos, de los que se le debían a su retorno como jefe expedicionario la suma de 58 526 pesos fuertes, siendo el único general con mando en América en esta situación. Sin embargo a su retorno inmediatamente es llamado por el rey Fernando VII para una nueva misión. El 4 de mayo de 1821 fue nombrado capitán general de Castilla la Nueva, cargo que mantuvo 18 meses durante el periodo de mayor furor revolucionario consiguiendo mantener el orden, sin embargo para no participar de la radicalización política dimitió de su cargo.
En julio de 1823 le fue encomendado su primer mando de Galicia a la entrada del ejército de los Cien Mil Hijos de San Luis al servicio de la Santa Alianza, y donde sufrió tentativas de asesinato por parte de Quiroga y los insurrectos. El Gobierno constitucional, ya en el tercer año de la revolución del Trienio Liberal, le destituye de todos sus honores y empleo en el mes de agosto de 1823. Sólo la persona de Morillo mantuvo la lealtad de las tropas españolas que se unieron al ejército del duque de Angulema. Se le dio el mando de la brigada francesa del conde de Bourk con la que rindieron las plazas de Vigo y La Coruña, restituyendo la paz en toda Galicia. Morillo consigue permiso para viajar a Francia por motivo de salud en el año 1824. Sin embargo, concluida la restauración de Fernando VII, tras la caída del trienio liberal en 1823, Morillo por su afinidad al bando constitucional es sentenciado por un tribunal «de purificación», mientras se encontraba de permiso en Francia, perdiendo sus cargos bajo un ambiente de intrigas y purgas en el Gobierno español.
Participa en la primera guerra carlista en apoyo de la reina regente Cristina, luchando en contra de los partidarios absolutistas de Carlos María Isidro de Borbón. No llega a ver el final de esta guerra, su deteriorada salud lo obliga a buscar atención en Bareges bajo permiso de la reina, y en estas circunstancias muere el 27 de julio de 1837 a la edad de sesenta y dos años, dejando a su viuda sin bienes y con cinco hijos menores.
Refiriendo de él el historiador Rodríguez Villa:Falleció este ilustre caudillo, tan rico en honores, como tan pobre en hacienda, que no pudo cubrir a su muerte la dote de su mujer, habiendo consagrado toda su vida a la grandeza e independencia de su patria y al servicio leal y desinteresado a su Rey. ¡Ejemplo digno de admiración y de eterna memoria por su elevado patriotismo y sus eminentes virtudes cívicas y militares! Rodríguez Villa el 1 de mayo de 1908.
Inicialmente fue enterrado en el cementerio de Luz-Saint Sauveur en París, hasta que por mediación del gobierno constitucional de la reina Isabel II fue trasladado al cementerio de San Isidro de Madrid el 8 de agosto de 1843, donde desde entonces reposan sus restos.
Distinciones
Ciento cincuenta acciones personales de guerra reconocidas, condecorado con once cruces de distinción, reconocidas cuatro heridas, dos mortales; alcanza el grado de teniente general; dos títulos de Castilla; dignidad de Prócer; Gran Cruz de Carlos III; Orden Militar de San Fernando, de Justicia, de Isabel la Católica, caballero de San Hermenegildo, regidor perpetuo de La Coruña.
Si utilizamos el bronce como índice de reconocimiento, hasta hace bien poco Morillo se situaba por encima de los ya citados Blas de Lezo y Bernardo de Gálvez. Hasta hace unos años, sólo había una estatua de Lezo en Cartagena de Indias y Gálvez no tendría las suyas en España hasta no hace mucho. Para el caso de Morillo, su primera estatua fue inaugurada en 1911 en Puente Sampayo (Galicia), un año después lo fue el monumento al “abrazo de Trujillo” entre Morillo y Bolívar en el municipio de este nombre en Venezuela, y en Zamora fue erigida otra en el 2010.
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