EL Rincón de Yanka: LIBRO "NUEVAS EVIDENCIAS CIENTÍFICAS DE LA EXISTENCIA DE DIOS" por JOSÉ CARLOS GONZÁLEZ-HURTADO y DIOS - LA CIENCIA - LAS PRUEBAS por BOLLORÉ y BONNASSIES

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domingo, 8 de octubre de 2023

LIBRO "NUEVAS EVIDENCIAS CIENTÍFICAS DE LA EXISTENCIA DE DIOS" por JOSÉ CARLOS GONZÁLEZ-HURTADO y DIOS - LA CIENCIA - LAS PRUEBAS por BOLLORÉ y BONNASSIES


NUEVAS EVIDENCIAS 
CIENTÍFICAS
DE LA EXISTENCIA 
DE DIOS

JOSÉ CARLOS GONZÁLEZ-HURTADO

«José Carlos González-Hurtado aborda el tema de la relación entre ciencia y religión combinando diversos enfoques (histórico, cultural, testimonial, divulgativo, sociológico) y prestando especial atención a los debates científicos actuales y de los dos últimos siglos. No se limita a refutar la leyenda urbana de la incompatibilidad entre ambas formas de conocimiento. Su objetivo es demostrar que una mirada sin prejuicios al panorama de la ciencia moderna lleva necesariamente a la idea de Dios. Para ello presenta argumentos de peso apoyándose en abundante documentación y usando un estilo desenfadado que convierte la lectura del libro en gratificante y enriquecedora».
Cuando supe del libro, confieso que lo primero que me llamó la atención como científico (Alfonso V. Carrascosa) fue que el título incluyese la expresión ‘evidencias científicas’ directamente referido a la existencia de Dios. Tras leerlo creo que el título es acertado, contundente diría, y entendí por qué me sorprendió en un primer momento: se nos ha inculcado que la existencia de Dios es indemostrable científicamente.
Para llegar a este punto, previamente se ha propagado un discurso en el que el término ‘científico’ se ha circunscrito a un concepto de ciencia inventado y parcial, excluyente de todo aquello que no derive de la física, la química o la biología, como si al ser humano no le fuese dado conocer más que lo derivado de experimentos u observaciones en estos ámbitos. Como Dios no es sujeto de experimentación por ser inmaterial, es indemostrable su existencia, se nos dice.
Pero resulta que ese concepto de ciencia ya lleva tiempo poniéndose en entredicho, y no por fieles de la Iglesia católica, si no por quienes se confiesan materialistas ateos, como por ejemplo Carlos Madrid, de la Escuela de Materialismo Filosófico de la Universidad de Oviedo que fundara Gustavo Bueno (1924-2016). Más que interesante a este respecto es el video en el que Carlos Madrid explica todo esto y lo aplica a la historia de la ciencia española, o el dedicado a la leyenda negra de la ciencia española.
Dicho esto, es a mi entender legítimo, acertado y plausible que en el título del libro se hable de 'evidencias científicas' de la existencia de Dios, puesto que evidencia y ciencia se entienden desde un concepto más amplio que el muy manipulado dentro del cual nos movemos. Poco importa, a mi entender, y pensando en el gran público, que desde un punto de vista filosófico-teológico las cosas sean claramente explicables: estos problemas no salen del ámbito académico, no llegan a la gente, y menos si no se explican en un tono inteligible, divulgativo, digamos.

Prólogo

Una valiosa contribución a la reflexión 
sobre la relación entre ciencia y religión

En la cultura actual está muy difundida la idea de que ciencia y religión son incompatibles, con la segunda perdiendo terreno a medida que la primera avanza. Que esta noción carece de fundamento, lo revela fácilmente cualquier análisis histórico o reflexión filosófica mínimamente serios, o simplemente la lectura de la vida y el testimonio de muchos grandes científicos.
En el presente libro, José Carlos González-Hurtado aborda el tema de la relación entre ciencia y religión combinando diversos enfoques (histórico, cultural, testimonial, divulgativo, sociológico) y prestando especial atención a los debates científicos actuales y de los dos últimos siglos. El autor no se limita a refutar la leyenda urbana dela incompatibilidad entre ambas formas de conocimiento. Su objetivo es demostrar que una mirada sin prejuicios al panorama de la ciencia moderna lleva necesariamente a la idea de Dios. Para ello, el autor presenta argumentos de peso apoyándose en abundante documentación y usando un estilo desenfadado que convierte la lectura del libro en gratificante y enriquecedora.

Especialmente interesantes son las numerosas citas literales de muchos grandes científicos, incluyendo premios Nobel (Einstein, Planck, Compton, Schalow, Townes, Smoot, Zeilinger) y otras figuras de gran peso como Dobzhansky, Gould, Ayala, Collins, Hoyle, o Vilenkin, así como gigantes históricos de la talla de Riemann, Mendel, Gödel, Lemaître y von Neumann. Algunos de ellos se convirtieron al teísmo interpelados por los descubrimientos de la ciencia moderna. Por supuesto, la lista podría ser mucho más larga pero no es un objetivo del libro la presentación sistemática de testimonios de científicos creyentes.
El libro toca muchos temas de ciencia con relevancia filosófica o teológica. Entre ellos no puede faltar una discusión de la teoría del diseño inteligente, que el autor presenta como una propuesta interesante pero que, al no ser refutable, no puede ser considerada científica. En cualquier caso, el autor sostiene que la agresividad con la que el diseño inteligente ha sido recibida por algunos científicos o pensadores ateos es a todas luces excesiva.

De forma más general, el libro incluye una documentada crítica a las propuestas y
actitudes de las versiones más radicales del cientificismo ateo, en ocasiones refiriendo hechos poco conocidos. Especialmente interesante es el relato de la inmensa resistencia con que durante décadas fue recibida la teoría del Big Bang, propuesta por el astrofísico y sacerdote católico Lemaître, quien demostró que las ecuaciones de Einstein admiten soluciones de un universo en expansión. La teoría del Big Bang (cuyo nombre fue introducido de forma despectiva por su oponente Hoyle, quien más tarde se convertiría en teísta) solo fue aceptada cuando se descubrió el fondo cósmico de microondas.
Mientras que en occidente las críticas al Big Bang se quedaron en mera hostilidad intelectual, en la Unión Soviética tuvieron consecuencias trágicas, terminando en el probable envenenamiento de Friedmann, quien llegó a conclusiones similares antes que Lemaître, y en la ejecución o deportación de un nutrido grupo de científicos del observatorio astronómico de Pulkovo, incluyéndose familiares cercanos entre los deportados.

González-Hurtado dedica bastantes páginas a poner en evidencia la falta de rigor intelectual de los ateos cientificistas más radicales, quienes, atribuyéndose la representación e interpretación de la ciencia, atacan la religión hasta el punto de que han tenido que ser criticados por colegas de ideología afín pero más moderados. Presenta una larga lista de citas literales de conocidos pensadores ateos cuya valoración deja a los lectores.
El autor sostiene que el ateísmo es una forma de fe que, no estando basada ni en la ciencia ni en la razón, resulta difícil de profesar a sus defensores sin incurrir en inconsistencias o propuestas supuestamente científicas que no son más que especulaciones gratuitas. Entre esas boutades incluye la teoría de los muchos mundos o el multiverso, que interpreta como intentos desesperados por evitar la noción de Dios y de una cierta inmaterialidad en la naturaleza. En opinión del autor, estas ideas acientíficas, propuestas para evitar llegar a Dios, contrastan con la prudencia de algunos científicos teístas que sostienen que la ciencia actual sugiere fuertemente la idea de una realidad trascendente pero no de forma conclusiva. Ahí queda la cuestión para el debate.

Al hablar de biología de la evolución, González-Hurtado hace una importante distinción entre la teoría científica de la evolución y el evolucionismo, siendo lo segundo una mera interpretación materialista de la primera. También nos recuerda cómo el evolucionismo materialista llevó al racismo científico, afortunadamente hoy superado, pero entre cuyos defensores figuró el mismo Charles Darwin, dato que cabe incluir entre los secretos mejor guardados de la alta cultura.
Por su relevancia para la cuestión de la relación entre ciencia y Dios, el libro repasa numerosos temas científicos de alto interés divulgativo. Junto a los temas ya mencionados, el autor se extiende sobre el principio antrópico, la indeterminación cuántica, el proyecto del genoma humano, el mapa del fondo cósmico de microondas, la estadística de Bayes y los teoremas de incompletitud de Gödel.

El autor termina animando explícitamente al lector a dar el paso de abrirse a la idea de Dios, asegurándole que, dentro de una cosmovisión cristiana, se encontrará con un escenario mucho más interesante y bello que el que puede aportarle el ateísmo.
La lectura del libro plantea algún problema epistemológico de cierto calado. Entre los científicos teístas es frecuente escuchar la idea de que hay que evitar recurrir al «dios de los agujeros» (god of the gaps) cuando se presenta un problema científico que no se entiende ahora pero del que es concebible una comprensión futura. Si utilizamos un punto de ignorancia (por ejemplo, el comienzo de la vida o el origen del ajuste fino de las constantes de la naturaleza) para invocar la necesidad de Dios, corremos el riesgo de que un día la ciencia lo explique y nos quedemos sin argumento, contribuyendo a alimentar el falso mito de que la religión retrocede a medida que la ciencia avanza. Es más, ni siquiera es necesario esperar a que la ciencia rellene esa laguna. Basta la posibilidad teórica de que eso llegue a ocurrir para que el concepto de suma cero entre ciencia y religión ya esté servido. Bonhoeffer decía que debemos buscar a Dios en lo que conocemos, no en lo que ignoramos. Según esa visión (contraria al dios de los agujeros), lo conocido nos tiene que sugerir a Dios más fuertemente que lo ignorado.

Por otro lado, cabe argumentar que hay enigmas cuya futura comprensión nos parece tan inverosímil, o sucesos pasados cuya probabilidad previa estimamos tan minúscula, que nos llevan a pensar que tiene que haber intervenido alguien con el poder que se atribuye a Dios. El interrogante que surge entonces es si, a partir de la reflexión sobre el conocimiento natural, a Dios se le debe buscar por lo entendido opor lo enigmático, por lo conocido o por lo ignorado.
Nos puede ayudar una frase de San Pablo que, como nos recuerda González Hurtado, figura como epitafio en la tumba del gran matemático Riemann: 
«Para los que aman a Dios, todo es para bien» (Rm 8, 28). También podemos recordar la cita: 
«Lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras» (Rm 2, 20). Si hace dos mil años, San Pablo hablaba del acceso a Dios por sus obras, ¿qué no podremos decir en el siglo XXI ante el espectacular panorama de la ciencia y la técnica? Entendiendo y no entendiendo un hecho científico se puede atisbar la transcendencia, si se tiene la actitud adecuada. De forma más general, con y sin ciencia se puede llegar a Dios. Este libro está dedicado a mostrar la primera vía.

En resumen, el presente libro de José Carlos González-Hurtado es una valiosa contribución a la reflexión sobre la relación entre ciencia y religión. El autor defiende la tesis de que un acercamiento sin prejuicios a la ciencia moderna lleva necesariamente a Dios, como de hecho ha llevado a algunos científicos que él cita explícitamente.
Dentro de un estilo ameno, el libro presenta abundante documentación y material
de divulgación científica. Lo que es más importante, la lectura de este libro suscita
reflexiones profundas acerca del sentido del universo y de la vida, a la vez que ofrece conclusiones naturales y racionales.

Fernando Sols
Catedrático de Física de la Materia Condensada
Universidad Complutense de Madrid

INTRODUCCIÓN

«Mi paladar saborea la verdad, mis labios detestan el mal».
Libro de los Proverbios 8,7. La Biblia1
«Nihil minus est hominis occupati quam vivere».
Lucio Anneo Séneca2

Este libro no dejará indiferente a nadie.
Las evidencias científicas a favor de la existencia de Dios son tan abrumadoras que de tratarse de otro tema el consenso sería total y la discusión ninguna. Estas evidencias —como veremos— se han acumulado en las últimas décadas dejando al ateísmo derrotado en toda la línea y en franca retirada, pero como pasa con frecuencia en la historia y si me permiten la metáfora bélica, los ejércitos que se saben vencidos lanzan una ofensiva casi suicida como un último y desesperado intento de revertir lo que ya ven inexorable. En realidad, es una cortina de humo que pretende confundir al enemigo que en ocasiones ignora hasta qué punto ya ha obtenido la victoria. Sin tener que ir muy lejos ni en el tiempo ni en el espacio: el ejército nazi lo intentó en la ofensiva de las Ardenas entre diciembre de 1944 y enero de 1945, apenas cinco meses antes de la rendición incondicional alemana. Tras un inicial éxito, el resultado final de esa ofensiva fue una derrota para el Reich que, eso sí, produjo el mayor número de bajas para el ejército norteamericano de toda la II Guerra Mundial... El ateísmo está desbaratado, pero nadie dice que no se pueda llevar consigo muchas almas antes que se consuma. Esto no es anecdótico, es casi una regla y tenemos otro ejemplo bélico cercano:
durante la Guerra Civil española, el ejército republicano-comunista intentó cambiar
su bien trabajada derrota con la llamada batalla del Ebro entre julio y noviembre de 1938 y otra vez, tras un éxito inicial terminó siendo su derrota definitiva que precipitó la rendición final casualmente también cinco meses después. Al igual que la batalla de las Ardenas, la del Ebro fue un pavoroso, sangriento e innecesario canto de cisne.

La religiosidad va en aumento: en Estados Unidos el 40% de los miembros de la generación Z se consideran muy religioso y otro 30% se considera religioso, mientras que sólo el 17% no se consideran religioso3; en la última parte de este libro veremos que la gran mayoría de los científicos son teístas y lo son en mayor medida cuanto más jóvenes mientras que sólo una minoría —en general de científicos que no están en activo o jubilados hace décadas— se consideran agnósticos o ateos.
En las óperas cuando sale a cantar la «dama gorda» sabemos que nuestro sufrimiento está cercano a terminar (aunque si la dama es la valquiria Brünnhilde, de la saga de los Nibelungos la mala noticia es que quedan veinte minutos de despedida. A Wagner le cuesta irse), de igual modo cuando aparecen los «jinetes del Apocalipsis» del nuevo ateísmo, sabemos que esa religión o ideología está de salida. Uno de los objetivos de este libro es minimizar «las bajas» producidas por aquello que no es sino otro ejemplo de estéril acometida final.
Siempre habrá ateos —claro— como siempre los hubo porque el hombre es capaz de creer en cualquier excentricidad. Creer que el universo se engendró a sí mismo demuestra una gran credulidad, y obligarse posteriormente a uno mismo a no preguntar nada más, manifiesta una gran contención intelectual. Pensar que las leyes y las constantes de la física son las que son porque nos viene bien atestigua cierta ingenuidad y no poco egocentrismo. Evitar preguntarse cómo apareció la vida —porque no nos gustan ninguna de las posibles respuestas— es inmaduro y además poco científico.

Pensar que Ud. y yo estamos aquí por el mero azar es ignorar completamente los
resultados del cálculo de esas probabilidades, y es que los ateos, siendo en muchos casos personas desgraciadas, piensan paradójicamente que hemos tenido una suerte inusitada y que el universo y la Tierra y la vida y la vida humana han aparecido por casualidad en contra de todo lo esperable. Ignorar los avances y descubrimientos de las matemáticas o de la física o de la mecánica cuántica o de la cosmología o de la química o biología que «imponen la idea de Dios» y todo para afianzarse en la convicción apriorística de que un ser Creador no existe, tiene todos los ingredientes de una manía.
Todo lo anterior lo podrá leer en este libro: los avances en la Física y en la Cosmo-
logía que apuntan a la existencia de un creador. También los nuevos teoremas ma-
temáticos y las últimas pruebas lógicas que también confirman la necesidad de un Ser Omnisciente no creado; asimismo hablaremos de los avances en la Biología y la Química que no dejan dudas sobre la necesidad de un Algo/Alguien —eso que llamamos Dios—.
La ciencia en los últimos 70 años —una generación— ha dado pasos de gigante que han hecho imposible ignorar la presencia de un Creador. Como dijimos más arriba, resulta sorprendente e irónico que sea precisamente en el momento histórico en que el conocimiento científico lleva inexorablemente a esa conclusión, cuando se levanten voces en nombre de la ciencia que desafían lo que la Ciencia sanciona. Parece una maniobra de diversión... se pretende que los teístas no miremos a las conclusiones científicas porque se finge que ellas desdicen el teísmo, cuando es todo lo contrario.

El mayor matemático de la historia reciente —y posiblemente de toda la historia— (Kurt Gödel) era teísta, el mayor —o más conocido— físico de la historia reciente (Albert Einstein) era teísta; el mayor cosmólogo de la historia reciente (George Lemaître) era teísta, bueno, y también sacerdote católico; el padre de la Genética (Mendel) también teísta y también fue sacerdote católico; el que es posiblemente el mayor biólogo vivo contemporáneo (Francis Collins) es teísta; el padre de la física cuántica (Max Planck) era teísta; el otro padre de la física cuántica (Werner Heisenberg) también era teísta —y es que en ciencia como en la vida en ocasiones hay varias atribuciones de paternidad— el fundador de la estadística moderna (Ronald Fisher)también religioso, el padre de la química moderna (Robert Boyle) fue también teólogo, y el fundador de la microbiología (Louis Pasteur) devoto cristiano, también lo fue Ramón y Cajal, padre de la neurociencia y John Eccles de la neurofisiología; también el progenitor de la nanotecnología (Richard Smalley) era creyente y religioso... de muchos de ellos y de sus descubrimientos daremos cuenta en este libro. Algunos de entre ellos no iniciaron su vida científica siendo teístas —algunos eran originalmente profesos ateos o tibios agnósticos— pero a medida que avanzaron en el conocimiento de sus diferentes campos científicos se adhirieron a lo que la ciencia les desvelaba.

Por otro lado, los adalides del nuevo ateísmo que presume de cientifismo provienen en general de estudios llamados «de letras». Eso no les desmerece —supongo— pero es un hecho poco conocido que es relevante sobre quienes levantan la bandera de la ciencia contra el Creador de la misma. Ellos son más bien hombres de «Academia» no de «Laboratorio» así Daniel Dennett estudió filosofía, Sam Harris también estudió filosofía —y se lo tomó con calma ya que terminó sus estudios tras un paréntesis de quince años-; Christopher Hitchens fue periodista; Steven Pinker es psicólogo como también lo es Darrell Ray; Michel Onfray es profesor de filosofía en bachillerato.
Hay otros que sí tienen formación científica, como Richard Dawkins, que estudió zoología o Lawrence Krauss que cursó física; pero no creemos que ninguno pueda ser considerados notables científicos ni se les conocen descubrimientos relevantes hasta la fecha —aunque no perdemos la esperanza—.

También hablaremos de todo ello en la parte I dedicadas a cuestiones. Veremos que el ateísmo es muy minoritario en el mundo (apenas un 3% de la población global), aunque bastante ruidoso y que —contrariamente a lo que se suele creer— es una ideología más extendida entre los «hombres de letras» que entre los científicos. 
En la parte II dedicada a la Física veremos cómo la 2ª Ley de la Termodinámica apunta a Dios y cómo por ello fue atacada por los ateos de su tiempo; y también presentaremos el principio del Universo —el «Big Bang»— que igualmente muestra al Creador e igualmente fue silenciado por los escépticos. Hablaremos de las leyes y constantes físicas que permiten un universo antrópico: un universo en que Ud. pueda leer esto y yo escribirlo, contra toda probabilidad. Presentaremos el principio de incertidumbre de la física cuántica y explicaremos cómo ello también apunta a la existencia de un Creador. 
En la parte III dedicada a las matemáticas explicaremos cómo la negación de los infinitos actuales de David Hilbert demanda también un comienzo para nuestro universo, un primer momento, un Big Bang. Presentaremos a quien posiblemente sea el mayor matemático de la historia —Kurt Gödel— y sus teoremas de incompletitud que necesariamente indican la existencia de eso-que-llamamos-Dios. También hablaremos de la probabilidad bayesiana, favorable a la existencia de ese Algo/Alguien/Creador. 

En la parte IV veremos que los avances de la biología desarman el escepticismo. Hablaremos de la evolución, de la aparición de la vida, del genoma humano... y de cómo el conocimiento de todo ello ha ido añadiendo más y más científicos al campo del teísmo. Finalmente dedicaremos la parte V a cuestiones finales y daremos consideración a los posibles motivos por los que personas razonables y honestas pueden abrazar la fe atea. Es una pregunta que —creo— se hará todo lector de este libro al llegar a su final.

Este libro empezó a escribirse en 2003, cuando quien lo escribe era director general de una multinacional norteamericana en Oriente Medio. La Guerra de Iraq, la Intifada Palestina, los suicidas-bomba me hicieron considerar la existencia de una manera distinta. Sin darme cuenta o mucha cuenta, cambié, tomé conciencia de lo insólito que era «estar aquí» y decidí vivir consecuentemente —con moderado éxito—. En 2006 ya viviendo en Kiev (Ucrania) di mi primera conferencia sobre «Ciencia y Dios». El tema «me perseguía» y me pidieron otras conferencias sobre el mismo asunto cuando residía en Alemania y luego en París. En 2019 me solicitaron dar alguna en Madrid y me pareció una magnífica oportunidad para visitar mi país del que estaba ausente desde hacía más de veinticinco años. Todas esas conferencias y charlas han sido la génesis de este libro. Recientemente ha surgido la oportunidad de hacer una serie de programas sobre Dios y Ciencia en EWTN, el canal de televisión Cristiano Católico. Todo este interés por entender de qué forma la ciencia desvela el misterio del Creador no es sino otro camino, acorde a los tiempos que vivimos, por el que se manifiesta el interés por Dios.

El hombre no puede vivir sin Dios —literalmente—. Si Dios de forma deliberada no mantuviera la existencia de cada uno de nosotros, en ese mismo instante dejaríamos de ser. Puede Ud. estar consciente de esto o no, pero su ignorancia o conocimiento no cambia esa realidad. Sin embargo, ese hecho —necesitar de Dios para existir— excita con frecuencia nuestro orgullo. Querríamos no necesitar de nadie y nos sentimos ofendidos por tener esa necesidad. Muchos deciden vivir resentidos por ello. He observado repetidamente que no es una decisión que lleve a la felicidad.
Pero volviendo a la ciencia moderna, actualmente todos los astrofísicos saben que
el universo no es infinito ni en el espacio ni en el tiempo. Se sabe sin lugar a duda
que el universo tiene una cantidad de masa definida y también se sabe con seguridad que el universo no es intemporal, se conoce que tuvo un principio y además se ha calculado cuándo ocurrió. Sin embargo, la mayoría de la población occidental (y la inmensa mayoría de la oriental) sigue pensando que el universo es infinito, que no tiene fronteras y que no tuvo principio. Cuando preguntan a los occidentales si están de acuerdo con que «cuanto más sabemos de astronomía y de cosmología más difícil es ser religioso» sólo el 36% estuvo en desacuerdo, y cuando les preguntan si están de acuerdo con que «la teoría del Big Bang hace más difícil ser religioso» sólo el 31% estuvo en desacuerdo4. Es decir que una mayoría piensan que los descubrimientos de la Cosmología o la teoría del Big Bang son argumentos en contra de la existencia de Dios, cuando son precisamente todo lo contrario como veremos en este libro.

Todos los biólogos saben —o deberían saber— que es imposible que la vida en la Tierra haya aparecido por puro azar, todos saben que los experimentos intentando reproducir la «sopa primordial» en la que se pretendía que la vida apareció han fracasado tan estrepitosamente que prácticamente se han abandonado. Todos saben que ignoramos de dónde surgió la vida en nuestro planeta. Sin embargo, no es disparatado pensar que la mayoría de la población occidental semi educada cree que la vida surgió por alguna extraña reacción química que de alguna manera inexplicable y posiblemente con el concurso de la electricidad, produjo un ser vivo. Poco importa que estas ideas nada tengan que ven con la realidad probada y muy poco con lo que sabemos que ha sido posible.
Estas discordancias entre la realidad que es conocida por los eruditos y desconocida por el gran público parecen en ocasiones provocadas interesadamente, pero en cualquier caso no son exclusivas de nuestra era, aunque quizás sí sean menos aceptables considerando la extensión de los medios de comunicación y la rapidez de transmisión de la información que existe actualmente. A lo largo de la historia se han producido circunstancias en que algunas verdades que eran conocidas con certeza por minorías ilustradas no habían permeado al común de la gente que o bien sostenía opiniones completamente erradas o bien ignoraba por completo el problema. 

Cuando Cristóbal Colón convence a los Reyes de España para que financien un viaje que diera la vuelta al Mundo, ya era sabido por gran parte del mundo cultivado que la Tierra era esférica, sin embargo, la mayor parte de la gente lo ignoraba. Cuando el aragonés Miguel Servet escribió sobre la circulación pulmonar en 1553 en el libro V de su obra Christianismi restitutio —La Restitución del Cristianismo— ello ya era en realidad conocido por doctos en anatomía. No obstante, la idea de que la sangre sale del ventrículo derecho del corazón entra en los pulmones y luego regresa al corazón por las venas pulmonares causó escándalo en muchos, entre ellos el protestante Calvino que le condenó a morir quemado vivo en la protestante y calvinista Ginebra donde Don Miguel tuvo la imprudencia de parar de camino a Italia.
Algo así pasa con el conocimiento científico que lleva a la creencia en Dios (aunque deseamos vivamente que no sea este libro ocasión para quemar a su autor en la plaza pública) la inmensa mayoría de los científicos sabe que la ciencia y la religión son perfectamente compatibles si no aliadas, y otra inmensa mayoría no menor sabe que la ciencia no puede explicar toda la realidad, y nunca podrá. Sin embargo, el 65% de la población en general piensa que la ciencia y la religión son incompatibles5 y casi el 50% sigue esperando de la ciencia todas las explicaciones6 y me temo que seguirán esperando durante mucho tiempo. Por otro lado, hay una minoría beligerante y chillona de ateos militantes y pseudocientíficos hostiles a la religión y empeñados en presentar la ciencia regañada con eso-que-llamamos-Dios. Nada más falso. Para no ser yo quien lo diga, me adhiero a lo que Christian Anfinsen, premio Nóbel de química en 1972 advirtió sobre los ateos: «Pienso que sólo un idiota puede ser ateo7».

Este libro pretende demostrar que la ciencia conduce a Dios. Lo ha hecho siempre, pero en nuestro siglo de forma más evidente. Los descubrimientos científicos de «lo inmenso y de lo ínfimo», cosmológicos y biológicos son evidencias que «imponen la idea de Dios» como dijo Max Planck, el padre de la física cuántica.
Ud. encontrará en este libro las evidencias científicas que exigen de cualquier espíritu no sectario aceptar la inevitabilidad de la existencia de Dios. Si tiene que recorrer ese camino, no debe sentirse sólo, somos muchos los que hemos pasado por ese trance, hasta el «más notorio ateo del Mundo», como era conocido Anthony Flew que al final de su vida renegó de la fe atea y escandalizó a sus descreídos con militones manifestando públicamente su certeza en la existencia de Dios a la que llegó porque «los argumentos más impresionantes a favor de la existencia de Dios son los que se apoyan en recientes descubrimientos científicos8» de él hablaremos en el capítulo dedicado al «Ateísmo honesto» y de esos descubrimientos en las partes II, III y IV de este libro.

Ahora bien, no tema al que le espanten los libros de religión, este no es uno. Pues
si bien en las siguientes páginas Ud. encontrará las evidencias por las que la ciencia y aún más los descubrimientos científicos modernos llevan a la necesaria existencia de un único Dios personal; lo que no encontrará son argumentos o razones que pretendan discernir si ese Dios es Cristo, Yahvé o Alá, y menos si la correcta Iglesia para adorar y acercarse al Creador es la Católica, la Baptista o la Presbiteriana o la corriente sunita o chiita o drusa o el judaísmo caraíta, jasídico o reformista. Contrariamente a lo que se cree con frecuencia la ciencia, la historia y la lógica pueden arrojar mucha luz sobre esas alternativas, pero ello no es objeto de este libro.
La razón última de este libro tiene mucho que ver con lo que afirmó el físico y sacerdote cristiano John Polkinghorne: «El asunto de la existencia de Dios es la cuestión más importante a la que nos enfrentamos sobre la naturaleza de la realidad9».

La vida que vivamos dependerá de la respuesta que demos a esa cuestión y nuestro compromiso con esa respuesta —doy fe—. Por otro lado, la pretensión de estas páginas es que Ud. llegue a la misma conclusión que Antony Flew: «Tenemos toda la evidencia que necesitamos en nuestra experiencia inmediata (y con las provistas en este libro, añado) y sólo un deliberado rechazo a “mirar” es el responsable del ateísmo en cualquiera de sus variedades10» y le avanzo que es posible que haya algunas cuestiones que no comprenderá en su totalidad —al menos no al principio— y aspectos de «eso-que-llamamos-Dios» que le dejan perplejo. Que Ud. —y yo— no entendamos completamente a ese «Algo-Alguien-Dios» no tiene nada de excepcional, lo insólito sería que lo comprendiéramos enteramente. Si le sirve de consuelo Richard Smalley, premio Nóbel de Química en 1996 admitía lo mismo: «Aunque sospecho que nunca lo entenderé del todo, ahora pienso que la respuesta es muy simple: es verdad. Dios creó el universo hace 13700 millones de años y necesariamente Él se ha involucrado con Su creación desde entonces11».

Me he divertido enormemente escribiendo estas páginas, deseo y espero que Ud.
disfrute de igual manera. 
Laus Deo.

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1 Para todas las citas bíblicas tomaremos la versión de la Biblia de la Conferencia Episcopal Española
2 «No hay nada que ocupe menos al hombre ocupado que vivir». Séneca, «De Brevitate vitae» (Sobre la brevedad de la vida). Séneca «el joven» fue un filósofo romano nacido en Córdoba, España. Muerto en el año 65 DC. Sus escritos son considerados «proto-cristianos»; es mencionado por San Jerónimo y San Agustín que le incluyen entre los escritores cristianos, posteriormente también así considerado por San Martín de Braga. Se conservan unas «Cartas de San Pablo y Séneca» que hoy se estiman escritas en el siglo IV.
3 Estudio del Sprintide Research Institute, publicado en abril de 2023 y referido al 2022. Post Covid. La generación Z tiene de 18 a 25 años en el momento del estudio.
4 Estudio «Ciencia y Religión» del Instituto Theos, Dirigido por Nick Spencer y Hannah Waite. 2022. Pág 35. Se puede encontrar en la web de la Sociedad de Científicos Católicos de España en la sección recursos. El estudio está realizado para el Reino Unido, pero con algo de generosidad suponemos que los británicos son en esto como el resto de los occidentales.
5 Ibidem. Pág. 71
6 Ibidem. Pág. 10
7 Christian B. Anfinsen, citado por Margenau y Varghese en «Cosmos, Bios, Theos», Open Court 1992, p.138. Christian Anfinsen fue un bioquímico norteamericano, fallecido en 1995. Por sus estudios sobre la ribonucleasa recibió el premio Nóbel de Química en 1972. Teísta y converso al judaísmo. Para todas las citas en inglés, francés,
alemán, italiano o latín que se encuentran en este libro, las traducciones al español son del propio autor.
8 Entrevista con Gary Habermas, 9 diciembre 2004.
9 John Polkinghorne. «The faith of a Physicist» (La Fe de un Físico), Princeton 1994. Cit en la voz Polkinghorne en Wikipedia en inglés. John Polkinghorne fue un físico teórico británico fallecido en 2021, profesor de física matemática en la Universidad de Cambridge y presidente del Queens’ College en Cambridge, también fue profesor en las Universidades de Princeton, Berkeley y Stanford. Nombrado caballero por la reina de Inglaterra en 1997 recibió el Premio Templeton en 2002. Teísta y cristiano, decidió ordenarse sacerdote de la Iglesia Anglicana a los 47 años.
10 Antony Flew en «There is a God; How the World’s most notorious Atheist Changed his mind» (Dios existe: como el más notable ateo cambió de opinión). Hablaremos extensamente del Sr. Flew y su conversión en este libro.
11 Richard Smalley en 2005, en una conferencia en una recepción de Alumni del Hope College en Michigan, USA. Richard Smalley fue un químico norteamericano, fallecido en 2005, profesor de la Universidad de Rice, fue galardonado con el Premio Nóbel de Química en 1996 por el descubrimiento de una nueva forma de carbono. Es considerado el «Padre de la Nanotecnología». Teísta y cristiano.

José Carlos González-Hurtado, en estas píldoras, 
da las respuestas sobre las evidencias científicas 
de la existencia de Dios:
Presentación del libro "Nuevas Evidencias Científicas de la Existencia de Dios"


José Carlos González Hurtado | EVIDENCIAS CIENTÍFICAS de la EXISTENCIA de DIOS



DIOS  
 LA  CIENCIA  
LAS   PRUEBAS

Los autores que prueban con ciencia la existencia de Dios: 
«Cada vez es más difícil concebir la realidad sin Él»
"Hoy todo converge para permitirnos concluir 
que la existencia de Dios es la mejor explicación racional del mundo".

Joseph Ratzinger, el papa Benedicto XVI, escribió en «Introducción al cristianismo» que la cultura actual aborda a Dios desde el escepticismo. El texto está recogido por Ricardo Calleja en «Vivir como si Dios existiera. Una propuesta para Europa» (Ediciones Encuentro, 2023). En la fe, escribió Ratzinger, lo que está en juego es el todo y la nada, el pozo sin fondo al que el hombre mira cuando surge la duda. En nuestra cultura, dijo, tanto el creyente como el no creyente participan en la duda y en la fe. «Para uno la fe estará presente a pesar de la duda, para el otro mediante la duda o en forma de duda», concluyó, porque la duda es un puente entre los que creen y los que no.
Desde la Ilustración ha habido una corriente empeñada en matar a Dios, como señaló Nietzsche. O en descristianizar Occidente para cambiar a Dios por una idolatría del Estado basada en el materialismo. Kant dedujo, en la intimidad de su humanidad, que Dios no era explicable desde la razón pura. A partir de ahí ha habido muchos escritores y pensadores, como Bertrand Russell, por ejemplo, que han descrito al hombre como una casualidad en el Universo, y a la fe como una superchería que actúa como calmante psicológico. Frente a esto ya advirtió Ramón Llul que el ánimo investigador y creador, el hambre de conocimiento de la naturaleza, estaba inspirado por Dios. Juan Pablo II vio en la ciencia y en la fe dos partes inseparables que acercaban a la contemplación de la verdad.

El declive de la fe a manos del materialismo comenzó con Copérnico y el heliocentrismo en 1543. Siguió con Galileo y Newton en el siglo XVII, que confirmaron la centralidad del Sol y la teoría de la gravedad. El asunto empeoró con Buffon, que en 1787, supo datar la edad de la Tierra. Si el planeta tenía 50.000 años, como dijo, aquello no encajaba con los 6.000 años que decía la Biblia. La historia del Dios creador relatado en el Génesis se desmoronaba.
A esto le siguió el siglo XIX, el de la revolución científica. Laplace estableció el determinismo matemático para explicar la evolución, que Lamarck concluyó poco después. Luego Darwin dijo que el hombre descendía del mono, con lo que no estaba hecho a imagen y semejanza de Dios. La discusión entre evolucionistas y creacionistas, asunto que todavía existe en Estados Unidos, fue muy dura y larga.
Después llegó Karl Marx, dicen los autores, con su materialismo histórico, que introducía de nuevo el determinismo matemático en la evolución humana. Al tiempo, el marxismo fue una ideología que sostenía que la religión era el opio del pueblo, un engañabobos burgués, y sobre ella se construyó el imperio comunista que dominó buena parte del siglo XX. Por cierto, Yuri Gagarin, el cosmonauta ruso, nunca dijo «No veo a Dios». Lo inventó la propaganda soviética. Por último, los autores citan a Sigmund Freud, tan influyente desde la década de 1920, que sostuvo que Dios era una representación psicológica del padre y, por tanto, la demostración de una carencia.

En este libro se revelan, tras tres años de trabajo en colaboración con una veintena de científicos y especialistas de alto nivel, las pruebas modernas de la existencia de Dios.
Durante cerca de cuatro siglos, de Copérnico a Freud, pasando por Galileo y Darwin, los descubrimientos científicos se fueron acumulando de manera espectacular, dando a entender que era posible explicar el Universo sin la necesidad de recurrir a un Dios creador. Fue así como a principios del siglo xx se asistió al triunfo intelectual del materialismo.
De manera tan imprevista como sorprendente, el péndulo de la ciencia se puso en movimiento en sentido inverso, con una fuerza insólita. Los descubrimientos de la relatividad, de la mecánica cuántica, de la expansión del Universo y de la complejidad de la vida fueron llegando uno tras otro.
Estos nuevos conocimientos lograron dinamitar las certezas ancladas en el imaginario colectivo del siglo XX, hasta tal punto que hoy puede decirse que el materialismo, que nunca fue más que una creencia como otra cualquiera, está en vías de convertirse en una creencia irracional.
Con un lenguaje accesible a todos, los autores de este libro relatan, de manera apasionante, la historia de estos avances científicos y ofrecen un panorama riguroso de las nuevas pruebas de la existencia de Dios.
A principios del siglo xx, creer en un Dios creador parecía oponerse a la ciencia. ¿No será hoy todo lo contrario? Una invitación a la reflexión y al debate.

Prólogo de 
Robert W. Wilson, premio Nobel de Física 

Este libro es una muy buena presentación del desarrollo de la teoría del Big Bang y de su impacto en nuestras creencias y en nuestra re­presentación del mundo. Tras haber leído los diferentes capítulos consagrados a la cosmología, pienso que esta obra ofrece una perspectiva particularmente interesante sobre la ciencia, la cosmología y sus implicaciones filosóficas y religiosas.
Según los autores, Michel-Yves Bollaré y Olívier Bonnassies, ambos ingenieros, un espíritu superior podría estar en el origen del Universo; aunque esta tesis general no me aporta una explicación suficiente, acepto su coherencia. Ya que, si bien mi trabajo de cosmólogo se limita a una interpretación estrictamente científica, puedo comprender que la teoría del Big Bang de lugar a una explicación metafísica. En la hipótesis de un Universo estacionario, sostenida por Fred Hoyle, mi profesor de Cosmología en Caltech, el Universo es eterno y no hay motivo para plantear la cuestión de su creación. Pero si, a la inversa, como lo sugiere la teoría del Big Bang, el Universo tuvo un co­mienzo, no podemos evitar esta pregunta.

Al inicio de mi carrera, como la mayor parte de mis colegas, pensaba que el Universo era eterno. A mis ojos, el cosmos siempre había exis­tido y la cuestión de su origen ni siquiera se planteaba. Ahora bien, no sabía que estaba a punto de descubrir, por casualidad, algo que ibaa cambiar para siempre mi visión del Universo. En la primavera del 1964, mi colega Arno Penzias y yo mísmo nos preparábamos para utilizar, en las instalaciones de los laboratorios Bell, en Holmdel, el gran reflector de veinte pies para llevar a cabo varios proyectos de radioastronomía. Uno de ellos consistía en buscar un halo alrededor de la Vía Láctea. Pero, d urante las experiencias preliminares de control, habíamos constatad o la presencia inesperada e indudable de un exceso de «ruido» detectado por la antena. En esa época, estábamos aún lejos de darnos cuenta de que ese misterioso «ruido» no podía ser nada menos que el eco de la creación del Universo. 

Afortunadamente, uno de nuestros amigos, el radioastrónomo Bernie Burke, nos señaló en ese momento los trabajos de un joven físico de Princeton, Jim Peebles. Siguiendo las sugerencias d el profesor Robert Dícke, había establecido por cálculo que la rad iación residual del Big Bang podría ser detectad a en el cosmos. Había redactado en ese entonces un artículo aún inédito sobre esa hipótesis. Inspirados por las perspectivas extraordinarias de ese artículo (predicciones que, paralelamente a una carrera excepcional en cosmología, valieron a Jim Peebles el Premio Nobel en 2020), realizamos rápidamente algunos test finales y publi­camos nuestras medidas al mismo tiempo que el artículo de Peebles y Dicke. La úníca explicación verosímil de nuestros resultados era que, sin duda, habíamos encontrado la «radíaciónfósil» proveniente de una época muy antigua del Universo, tal como había sido predicho por Dicke y calculado por Peebles.

Nuestro descubrimiento hizo añicos la creencia según la cual el Universo no tenía comienzo ni fin. Lo más sorprendente es que, desde los primeros microsegundos tras el Big Bang hasta hoy, la evolución del Universo predicha por la física actual corresponda tan bien a nues­tras observaciones. De tal modo que la teoría del Big Bang parece ser una representación fiel de la manera en que el Universo comenzó y se desarrolló. Pienso que se trata de una conformidad notable entre la teoría y la observación. Sin embargo, esta imagen confortable presenta dos problemas. El primero es que actualmente solo conocemos aproximadamente el 4 % de la materia y de la energía del Universo. La materia y la energía oscuras representan, respectivamente, un 26 % y un 70 % de lo que contiene el Universo, pero no sabemos de qué se trata. La resolución de este problema pod ría hacer surgir una nuevaf ísica, que cambia­ ría nuestra actual comprensión de la génesis y de la evolución de nuestro Universo desde el Big Bang. El segundo problema es quizá aún más serio. En efecto, para que el Universoprimordial haya podido evolucionar hacia el que nos ha engend rado y que hoy comprendemos, el Big Bang ha debido necesariamente configurarse de manera ultraprecisa. Diferencias increíblemente pequeñas en la densidad del Uni­ verso primitivo habrían provocado o bien una expansión tan rápida que el Sol y la Tierra no se habríanformado nunca, o bien, por el contrario, una expansión breve seguida de una nueva desintegración, mucho antes del nacimiento del Sol, hace aproximadamente 4700 millones de años. 

Tal como veremos en este libro, la inflación cósmica pudo haber iniciado el Big Bang de la manera requerid a. De todos modos, la inflación cósmica está basada en una nueva física que, si bien no está en conflicto con la física del momento, no puede ser co­rroborada por otras observaciones. Además, no cualquier inflación daría el resultado adecuado. Para ello se necesita unaforma de infla­ción muy específica, en la que los valores de las constantes físicas sean justo los correctos. De hecho, una de ellas, la constante cosmoló­gica de Einstein, que se precisa para el proceso inflacionista, difiere -en lo que los científicos llamarían su valor natural-en 120 órde­nes de magnitud. De este modo, aunque la inflación podría haber lanzado el Big Bang como lo conocemos, los requerimientos que nece­sita no dan explicación en si del origen del Universo: simplemente lo desplazan un nivel hacia atrás. Una explicación actual a este pro ­ blema sugiere que somos parte de un multiverso que existe desde siempre y que quizá haya habido un número infinito de Big Bang, cada uno con unas constantes físicas aleatorias. Desde ese punto de vista, nosotros vivimos en el Universo en el que las constantes iniciales eran las adecuadas para que apareciéramos, tal como lo describe el conocido principio antrópico. Nada de todo esto, a mi entender, da una explicación científica satisfactoria de cómo empezó el Universo.

Este libro explora la idea de un espírituo de un Dios creador -idea que se encuentra en muchas religiones- en relación con los conoci­mientos científicos actuales. Ciertamente, para una persona religiosa formada en la tradición judeocristiana, no puedo pensar en una teoría científica del origen del Universo que coincida mejor con las descripciones del libro del Génesis que el Big Bang. Aunque, en cierto modo, esto solo pospone una vez más la cuestión de su último origen. ¿Cómo llegó a existir ese espíritu o Dios, y cuáles son sus propiedades?
A veces, cuando levanto los ojos hacia los millares de estrellas que brillan en la noche, pienso en todas laspersonas que, comoyo, levanta­ ron los suy os hacia el cielo de la misma manera y se preguntaron cómo empezó todo esto. Ciertamente, no conozco la explicación. Pero quizá algunos lectores tendrán la suerte de encontrar el principio de la respuesta en este libro.

Robert W. Wilson,
Universidad de Harvard, 28 dejulio del 2021

PRÓLOGO a la edición española
de Elvira Roca Barea

Cuando mi amigo, el editor Max Lacruz, me pidió que escribiese un prólogo para la edición española de este libro, quedé francamente sorprendida, porque mi interés por la historia de las religiones ha sido antropológico e histórico, pero no una cuestión de fe. En cualquier caso, con fe o sin ella, ¿quién no se ha enfrentado alguna vez al asunto de la trascendencia?
El argumento central de esta obra notable es que la ciencia no desmiente la existencia de Dios, sino que más bien la prueba. Lo que signi­fica que los no creyentes estamos abrazando una idea no científica. Hay, sin embargo, un hecho anterior que merece ser destacado aquí y es la antigüedad de siglos que sostiene este debate entre Ciencia y Dios como un tópico genuinamente occidental, y en esa medida tam­ bién cristiano, puesto que la cultura occidental es cristiana o lo ha sido hasta elpresente.
En ninguna parte del mundo más que en Occidente se habría podid o concebir un libro como este. Y es una buena noticia que a estas altu­ras del siglo XXI, cuando atraviesa la que esposiblemente la crisis más profunda de su historia, nuestra civilización sea todavía capaz de producir una obra tan ambiciosa, y lo es en la medid a que propone un debate profundo y significativo en la frontera de nuestra capaci­dad de comprensión, entre la teoría del conocimiento y la metafísica, desafiando con argumentos a quienes no comparten su punto de vista, pero sin insultarlos ni denigrarlos ni cancelarlos. Por eso estoy escribiendo este pequeño prólogo.

El éxito de este libro en Francia ha sido verdaderamente extraordinario. Las cifras de venta son sensacionales, lo que suele ser una buena carta de presentación para un libro en España. En octubre de 2022, apenas un año después de su publicación, había vendido 200 000 ejemplares y suscitado debates intensos y elogiosas opiniones entre personalidades de origen muy diverso: judíos, científicos ateos, cientí­ficos creyentes, masones, musulmanes, protestantes y un largo etcétera. Se pueden consultar en la web www.dioslaciencialaspruebas.com
La obra ha sido publicada en Francia con el prefacio de un agnóstico respetuoso, como yo misma, el premio Nobel Robert Woodrow Wil­son. Como científico, Wilson entiende que, al proponer la teoría del Big Bang un origen para el Universo, esta se adecúa sin esfuerzo a la idea de una creación divina. Wilsony Arna Penzias son los que descubrieron en 1964 «el ruido de fondo» que habría dejado aquella magna explosión. Sin embargo, la idea de un Universo eterno y la de un Universo con un comienzo son igualmente turbadoras y difíciles de asimilar para el cerebro humano. Si el Universo ha nacido en un momento dado, ¿qué había antes? ¿La Nada, el No-tiempo? ¿Cómo puede surgir Algo de Nada y el Tiempo del No-Tiempo?

Independientemente de lo difícil que es para nuestro cerebro humano colocarse en el límite de lo que pued e asimilar o concebir y no caer en la desesperación o en el absurdo, es destacable aquí la magnífica exposición, comprensible para casi todos los públicos, de las principa ­les teorías que en la actualidad barajan los científicos, algunas de ellas muy complejas y con pocas posibilidades de hallar una explicación lo suficientemente didáctica, sin sacrificar lo necesario. Los autores de este libro han hecho un esfuerzo pedagógico muy notable.
Es posible que la idea de Dios, en cualquiera desus manifestaciones, se muestre más longeva que el Big Bang y sobreviva alfinal de nues­tra civilización, porque quizás Séneca tenía razón en las "Cartas a Lucilio" (XIX, 117, 6) cuando pensaba que «nec ulla gens usquam est adeo extra leges moresque proiecta ut non aliquos deos credat», esto es, «que no hay pueblo en ninguna parte, tan alejado de las cos­tumbres y de toda ley y moral, que no crea en algunos dioses».

Elvira Roca Barea, 
Málaga, junio de 2023
Advertencia

Querida lectora, querido lector:

Este libro es el resultado de un trabajo de investigación de más de tres años, conducido con la ayuda de veinte especialistas.
Su objetivo es único: darles los elementos necesarios para reflexionar sobre la cuestión de la existencia de un Dios creador, una cuestión que hoy se plantea en términos completamente nuevos.
Es nuestro deseo que, al término de esta investigación, puedan tener a mano todos los elementos que les permitirán decidir, con total libertad y de manera informada, aquello en lo que les parece más razonable creer.
Aquí damos hechos, nada más que hechos. Este trabajo conduce a conclusiones que contribuirán, tal como esperamos, a abrir un debate esencial.

¡Les deseamos una excelente lectura!
Michel-Yves Bolloré 
Olivier Bonnassies

1. 
El albor de una revolución 

Nunca hubo tantos descubrimientos científicos, tan espectaculares y que hayan aparecido en tan poco tiempo. Estos contribuyeron a transformar del todo nuestra visión del cosmos y han vuelto a poner sobre la mesa, con vigor, la cuestión de la existencia de un Dios creador La física del siglo XX, como un río en plena crecida, ha desbordado su cauce para chocar con la metafísica. De esta colisión surgieron elementos que muestran la necesidad de una inteligencia creadora. Estas nuevas teorías enardecen desde hace casi un siglo las disputas de los científicos. Es ante todo esa historia la que queremos contar en este libro. Vivimos hoy en día un momento sorprendente en la historia de los conocimientos. Los avances en matemáticas y física han sido tales que cuestiones que se creían, para siempre, fuera del alcance del saber humano, como el tiempo, la eternidad, el inicio y el fin del Universo, el carácter improbable de los ajustes del Universo y la aparición de la vida, se han vuelto temas de ciencia. Estos avances científicos surgieron a principios del siglo XX y han supuesto un vuelco completo respecto a la tendencia de los siglos anteriores de considerar el campo científico incompatible con todo tipo de debate acerca de la existencia de Dios. El choque de descubrimientos revolucionarios La muerte térmica del Universo es el primero de ellos. Resultado de la teoría termodinámica surgida en 1824 y confirmada en 1998 por el descubrimiento de la expansión acelerada del Universo, esta muerte térmica implica que el Universo tuvo un principio, y todo principio supone un creador. La teoría de la relatividad, posteriormente, elaborada entre 1905 y 1917 por Einstein y validada por numerosas confirmaciones. Esta teoría afirma que el tiempo, el espacio y la materia están vinculados y que ninguno de los tres puede existir sin los otros dos. Lo que implica necesariamente que, si existe una causa para el origen de nuestro Universo, esta causa no puede ser ni temporal, ni espacial, ni material. El Big Bang, en tercer lugar, teorizado en los años 1920 por Friedmann y Lemaître antes de ser confirmado en 1964. Esta teoría describe el principio del Universo de manera tan precisa y espectacular que provocó una auténtica deflagración en el mundo de las ideas, hasta tal punto que, en algunos países, los científicos defendieron o estudiaron el Big Bang poniendo en riesgo sus vidas. Dedicaremos un capítulo entero a las persecuciones y ejecuciones, a menudo ignoradas, o bien ocultadas, y que son la prueba trágica de la importancia metafísica de estos descubrimientos. El ajuste fino del Universo, en cuarto lugar, ampliamente admitido desde los años 1970. Este principio les plantea un problema tan importante a los cosmólogos materialistas que, para evitarlo, se esfuerzan por elaborar modelos puramente especulativos y completamente imposibles de verificar de universos múltiples, sucesivos o paralelos. La biología, finalmente, que ha evidenciado, al final del siglo XX, la necesidad de un ajuste fino suplementario del Universo: el que permitió que se pasara de lo inerte al mundo vivo. Efectivamente, lo que antes se consideraba como apenas un salto para pasar de un lado a otro de la brecha que separa lo inerte, en su mayor complejidad, de la forma más simple de vida, permitió en realidad franquear un abismo inmenso, muy probablemente sin seguir solo las leyes del azar. Si bien no sabemos actualmente ni cómo se produjo ni, menos aún, cómo replicar tal acontecimiento, sabemos lo suficiente como para evaluar su infinita improbabilidad.
 
Durante varios siglos, sin embargo, los sucesivos descubrimientos científicos parecían ir en contra de la fe Desde el fin del siglo XVI, los descubrimientos científicos siempre parecían converger para atacar los fundamentos de la creencia en Dios y socavar los pilares de la fe. He aquí una breve recapitulación histórica:

• La demostración de que la Tierra gira alrededor del Sol, y no lo contrario (Copérnico, 1543 - Galileo, 1610).
• La descripción matemática de un Universo mecanicista simple y comprensible (Newton, 1687).
La edad muy antigua de la Tierra, que no es solo de unos miles de años (Buffon, 1787 - Lyell, 1830 - Kelvin, 1862).
• Los postulados deterministas de un Universo en el que no se necesitaban ángeles para empujar los planetas (Laplace, 1805).
• La aparición de la vida gracias a un proceso evolutivo natural que tampoco se cuenta en miles de años, sino más bien en millones o miles de millones de años (Lamarck, 1809).
• La idea de que esta evolución se fundaba no en una intervención divina, sino en la selección natural (Darwin, 1859). 
• La teoría del marxismo científico materialista que, como un nuevo albor sumamente seductor, dejaba entrever un mundo de igualdad y de justicia (a partir de 1870).
• Las ideas de Freud (hacia 1890) que teorizaban un hombre que ni siquiera domina sus pensamientos, y al que esa nueva ciencia proponía una vida «liberada de sus prejuicios».

Con cierta fatuidad, el psicoanalista de Viena habló de las «tres humillaciones» que el hombre moderno sufría con Copérnico, Darwin y él mismo. Efectivamente, las heridas de amor propio se acumulaban: el hombre moderno perdía su lugar en el centro geográfico del Universo, perdía su soberbia al enterarse de que «desciende del mono» y, finalmente, con la teoría del inconsciente, acababa perdiendo la autonomía y la responsabilidad de sus pensamientos más profundos. Así es como, durante tres siglos, de Galileo a Freud, pasando por Darwin y Marx, un gran número de conocimientos que constituían el fundamento aparentemente inquebrantable del pensamiento occidental desestabilizaron sus bases, sembrando desconcierto en numerosos creyentes. En el fondo, no había motivo para sentirse tan profundamente turbado por esos nuevos descubrimientos, pues los que eran auténticos no entraban en contradicción con la fe. Pero faltaba distancia y conocimientos necesarios para tomar conciencia de ello. Estos avances científicos fueron recibidos con incredulidad, hasta con hostilidad, ya que abandonar antiguas certezas y modificar el paisaje mental suele requerir un inmenso esfuerzo.

Exactamente lo contrario hicieron los materialistas, que se apropiaron con entusiasmo de estos descubrimientos y se apoyaron en ellos para justificar sus tesis. Su empresa fue ampliamente facilitada por el hecho de que, de manera simultánea, el progreso técnico permitía erradicar en Occidente las hambrunas y las epidemias, curar la mayoría de las enfermedades, prolongar la duración de la vida, suprimir la mortalidad infantil y facilitar a las personas bienes materiales en una proporción sin precedentes. La ciencia hacía retroceder a la religión, mientras que la opulencia material quitaba todo sentido a la necesidad de volverse hacia un dios para resolver los problemas humanos. Alentado por este contexto tan favorable, el materialismo parecía reinar de manera absoluta en el mundo intelectual de la primera mitad del siglo XX. En esas circunstancias, muchos creyentes de Occidente abandonaron su fe con mucha facilidad, ya que para gran parte de ellos era solo el reflejo de una actividad superficial y mundana. Y entre quienes mantuvieron su fe, muchos experimentaron un complejo de inferioridad con respecto al racionalismo. Se quedaron al margen de los debates científicos y filosóficos, ateniéndose a su mundo interior, del que no habrían de salir a riesgo de padecer burlas, desprecio u hostilidad por parte de la clase materialista, convertida en intelectualmente dominante. La segunda mitad del siglo XX ve el crepúsculo de esta tendencia materialista que parecía irresistible Hasta mediados del siglo XX, la razón humana estaba por tanto encerrada en tres marcos de análisis, que la aislaban de toda aspiración espiritual: el marxismo, el freudismo y el cientificismo. Pero terminaron por aparecer grietas, primeros signos de un desmoronamiento que iba a ser total. 

• En la primera mitad del siglo XX, la creencia en un Universo simple, mecanicista y determinista fue aniquilada por la confirmación de la exactitud de los principios de la mecánica cuántica y de sus postulados de indeterminación. 
• En 1990, el fracaso y el hundimiento del bloque marxista soviético, así como el abandono en paralelo de esa doctrina económica por el bloque comunista asiático, resultaron ser la prueba de la falsedad de las tesis materialistas marxistas. Al mismo tiempo, este desmoronamiento reveló los horrores económicos, políticos y humanos que engendraron estos sistemas, así como la existencia de los gulags, en los que los muertos se contaban por millones. 
• Esta desilusión ha sido casi concomitante con el cuestionamiento de las teorías freudianas. Publicado en 2005, "El libro negro del psicoanálisis"1 hace un balance crítico de la vida y del ocaso de ese ídolo intelectual de mediados del siglo XX. Sin embargo, aunque haya caído de su pedestal, 2 el ídolo dejaba detrás de él lo que había engendrado, esencialmente una concepción de la educación muy permisiva y la libertad sexual. Todo esto iba a modelar de manera duradera el Occidente moderno. 

Aunque ciertamente la destrucción simultánea de estos tres pilares intelectuales del materialismo no generó un retorno de la fe, sí desvitalizó considerablemente ese sistema de pensamiento, que recibió un nuevo golpe con los descubrimientos cosmológicos citados anteriormente. Estos aportaban argumentos científicos sumamente potentes en favor de la existencia de un Dios creador. Por ese motivo fueron muy mal recibidos por los científicos ateos, que se opusieron a ellos desde los años 1930 y con posterioridad, mientras fue razonablemente posible hacerlo. Dedicaremos un largo capítulo a esa resistencia de los materialistas, que tomó diferentes formas, desde el apoyo sistemático a las teorías especulativas alternativas —como el Big Crunch o los universos múltiples— para contrarrestar el Big Bang, hasta la deportación e incluso la ejecución de numerosos científicos en la URSS y en Alemania. Lo que dice mucho acerca de la capacidad de los hombres para aceptar tesis científicas que van en contra de sus creencias…

Esta evocación de la historia de las ideas era necesaria para situar nuestra reflexión en su contexto histórico e ideológico. Si fue difícil para los creyentes aceptar las teorías de Galileo y Darwin, aunque en el fondo sus descubrimientos no eran incompatibles con la fe, será más difícil aún para los materialistas aceptar y asimilar la muerte térmica del Universo y sus ajustes finos, ya que esos descubrimientos les plantean problemas insuperables. No se trata efectivamente de una simple actualización de su pensamiento, sino de un cuestionamiento radical de su universo interior. La aceptación de la verdad suele verse impedida por nuestras pasiones Nuestra capacidad para aceptar una tesis, incluso científica, no depende solamente de las pruebas racionales que la acreditan, sino también de la implicación afectiva vinculada a las conclusiones de dicha tesis. Es así como, a modo de ejemplo, podemos ver que hoy hay temas científicos emotivamente neutrales, como, por ejemplo, la causa de la extinción de los dinosaurios, el origen de la Luna, la manera en que el agua apareció en la Tierra o la desaparición brutal del hombre de Neandertal, asuntos acerca de los cuales los científicos debaten a veces con vivacidad, pudiendo cada uno sostener tesis diferentes e incluso opuestas, pero cuyas implicaciones intelectuales, sean cuales sean, serán finalmente aceptadas por todos, ya que se trata de temas que carecen de contenido emocional. 

Sin embargo, a partir del momento en que se entra en temas sensibles que, incluso cuando son temas científicos, están en parte politizados, como el calentamiento climático, la ecología, el interés de la energía nuclear, el marxismo económico, etc., la inteligencia no se ve tan libre de razonar con normalidad, ya que las opciones políticas, las pasiones y los intereses personales interfieren con el uso de la razón. El fenómeno es particularmente acusado cuando se aborda el tema de la existencia de un Dios creador. Frente a esta cuestión las pasiones se ven aún más exacerbadas porque lo que está en juego, en ese caso, no es un simple conocimiento, sino nuestra propia vida. Tener que reconocer, al concluir un estudio, que uno podría ser tan solo una criatura procedente y dependiente de un creador es algo que muchas personas consideran como un cuestionamiento fundamental de su propia autonomía. 

Ahora bien, para muchas personas, el deseo de ser libres y autónomas, de poder decidir solas sus acciones, de no tener «ni Dios ni amo» prima por encima de todo. Su yo profundo se siente agredido por la tesis deísta y se defiende movilizando todos sus recursos intelectuales, ya no para buscar la verdad, sino para defender su independencia y su libertad, consideradas prioritarias. Por lo tanto, no es sorprendente que este tema suscite reacciones que suelen ir desde una incómoda indiferencia hasta la burla, el desprecio e incluso la violencia, en lugar de generar una argumentación seria. Es revelador, por ejemplo, que se prefiera dedicar mucho tiempo y dinero a la búsqueda de eventuales extraterrestres, como en el marco del programa SETI (Search for Extra-Terrestrial Intelligence), en lugar de dedicar un poco de atención a la hipótesis de un Dios creador. Si existe, ¿qué es Dios, en efecto, sino un superextraterrestre? 

Contrariamente a extraterrestres potenciales, su existencia es más probable y mejor admitida, y las huellas de su acción en el Universo son más tangibles. Tal desequilibrio revela al fin y al cabo una forma de miedo. Para un espíritu materialista, captar lejanas señales de vida extraterrestre es, en verdad, emocionante, pero no implica un cuestionamiento existencial; al contrario, tomar conciencia de que Dios existe es algo que se hace corriendo el riesgo de una enorme conmoción interior. La ideología y las sugerencias pueden por lo tanto ser un obstáculo a la aceptación de la verdad y al examen sereno de las pruebas capaces de revolucionar nuestra concepción del mundo. En el umbral de este libro, nos parece importante precisar que no tenemos ni el deseo ni la ambición de militar en favor de una religión, tampoco pretendemos adentrarnos en disquisiciones acerca de la naturaleza de Dios o de sus atributos. La intención de este libro es tan solo reunir en un mismo volumen un balance, puesto al día, de los conocimientos racionales relativos a la posible existencia de un Dios creador. Determinar en primer lugar lo que es una prueba en ciencia Para establecer claramente el valor de las pruebas que vamos a presentar, en primer lugar estudiaremos qué es una prueba, en general, y en el ámbito científico, en particular. 

Determinaremos luego las implicaciones de dos tesis o creencias opuestas: la creencia en la existencia de un Dios creador, por un lado, y la creencia en un Universo puramente material, por el otro, ya que el materialismo es una creencia como cualquier otra. Veremos que las implicaciones que generan estas dos tesis son numerosas y pueden ser validadas o invalidadas, según el caso, si se confrontan con la observación del mundo real. 

Primera parte: panorama de las pruebas científicas más recientes Se trata de los descubrimientos revolucionarios evocados en nuestra introducción, a saber, la muerte térmica del Universo, el Big Bang, el ajuste fino del Universo, el principio antrópico que deriva de él y, por fin, la cuestión del paso de lo inerte al mundo vivo. Cada uno de estos descubrimientos dará lugar a un examen detallado. Segunda parte: pruebas del ámbito de la razón ajenas al campo científico. 

En una segunda parte, estudiaremos las pruebas que provienen de otros campos del conocimiento, no científicos, pero que, aun así, tienen que ver con la razón. En ciencia como en historia o en filosofía, siempre resulta fecundo interesarse por las anomalías o las contradicciones; o sea, por los hechos que carecen de explicación racional razonable si no se admite otra realidad que la del Universo material. Forman parte de este campo preguntas como: ¿De dónde vienen las verdades inexplicables de la Biblia? ¿Quién pudo ser Jesús? ¿El destino del pueblo judío puede explicarse así sin más? ¿Qué pasó exactamente en Fátima en 1917? ¿El bien y el mal pueden ser decididos sin límites por el hombre? Etc. También diremos algo acerca del lugar y del valor actual de las pruebas filosóficas y del interés renovado que matemáticos como Gödel aportaron en este ámbito. El conjunto proporcionará al lector un amplio panorama de argumentos convincentes. 

Tercera parte: para acabar con las objeciones habituales Concluiremos por fin aportando respuestas a los argumentos que sirvieron en el pasado, y siguen siendo utilizados hoy, para considerar como imposible —o al menos indecidible— la existencia de un Dios creador. Argumentos como: no existe ninguna prueba de la existencia de Dios, pues, de lo contrario, se sabría; Dios no es necesario para explicar el Universo; la Biblia solo es un conjunto de leyendas primitivas llenas de errores; las religiones solo engendraron guerras; si Dios existe, ¿cómo explicar la existencia del mal en la Tierra? Etc.

Si bien estas preguntas están trilladas, las examinaremos seriamente aportando explicaciones tan claras como sea posible. Un signo de los tiempos El lector notará que la gran mayoría de los conocimientos que fundamentan las pruebas que vamos a presentar a continuación son posteriores al comienzo del siglo XX. No se trata de una elección nuestra, sino de la confirmación de que los tiempos cambian y de que estamos propiamente en el albor de una revolución intelectual. Un proyecto fundado ante todo en la razón La composición de este libro tal vez parezca inhabitual, y algunos podrán sorprenderse de encontrarse a la vez ante conocimientos científicos modernos, reflexiones acerca de la Biblia o incluso el relato de un milagro en Portugal. Pero todo esto tiene su lugar en nuestro libro, ya que la teoría que pretende que «No existe nada fuera del Universo material» implica necesariamente que tampoco existan los milagros, y que todas las historias, incluso las más sorprendentes, tengan siempre que poder ser explicadas sin recurrir a hipótesis sobrenaturales. De hecho, verificar la existencia de milagros y la insuficiencia probada de toda explicación natural es la prueba perfecta de la falsedad de dicho supuesto y, por tanto, de la veracidad de lo contrario. En definitiva, Dios existe o no existe: la respuesta a la pregunta acerca de Dios existe independientemente de nosotros; y es binaria. Es sí o es no. Esto ha sido un obstáculo por la falta de conocimientos hasta ahora. Pero la exposición de un conjunto de pruebas convergentes, a la vez numerosas, racionales y procedentes de diferentes campos del saber, independientes unas de otras, aporta una luz nueva y tal vez decisiva sobre esta cuestión.
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1. El libro negro del psicoanálisis, dirigido por Catherine Meyer, Sudamericana, Buenos Aires, 2007. 
2. Una tribuna publicada en la revista francesa L’Obs en otoño del 2009 y firmada por sesenta psiquiatras reclamaba la exclusión de los psicoanalistas de la universidad, del hospital público y de los peritajes judiciales.




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