¿Percepción o realidad?
Sin pretender impartir cátedra respecto a la ciencia gnoseológica (la que estudia el proceso del conocimiento humano), he de manifestarle a usted mi más absoluta perplejidad existente hoy día respecto a la carencia del más elemental de los análisis, de la más básica objetividad y de la más mínima racionalidad en la vida actual (y los fenómenos concomitantes, desde la política a la religión, la economía o el deporte, la cultura o el arte), porque la fobia a la razón, la lógica y la verdad han llegado a límites inusitados e insospechados en época alguna de la historia universal.
Considero una osadía recordar a usted –y ruego su perdón– que el conocimiento de la realidad no depende de la política, de la ley, de las mayorías “democráticas”, de los sentimientos ni de la subjetividad. Meramente “es”. Mucho daño nos ha hecho esa cuarteta de Ramón de Campoamor, en la que afirma que “y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira; / todo es según el color / del cristal con que se mira”, ya que expresó el egoísmo y necedad del subjetivismo y la propia percepción como sujeto de decisión, cuando no puede ser así en la auténtica realidad.
En sí, estimado lector, la «percepción» no es otra cosa que los procesos de obtención de información de lo que nos rodea (usando los sentidos primarios de la vista, oído, gusto, tacto y olfato, además de los secundarios como la memoria, retentiva, estimativa y cogitativa). Lo mismo es válido para la «auto-percepción». Solamente nos proporciona datos, que pueden ser distorsionados según las facultades y capacidades externas e internas (y así, por ejemplo, un daltónico no percibirá visualmente el cromatismo como alguien que no lo sea, ni podrá afirmar como verdad objetiva universal su percepción, dado que es defectuosa genéticamente). Ciertamente, esa «percepción» es auténtica para cada quién, pero no es real, cierta ni verdadera –uno de los grandes problemas del mundo actual, que proviene incluso del nominalismo del siglo XIII de Ockham y anteriormente del escepticismo helénico, es la dificultad en desentrañar la verdad de la apariencia, la objetividad de la subjetividad–.
La realidad es la existencia verdadera y efectiva de algo o alguien, gústele a quien guste, quiera o no. No puede ser contradicha ni negada –excepto por un ejercicio de negación proveniente de la voluntad, obcecada por las “ideologías”, el egoísmo y la confusión–. El hecho real de que un ladrón es ladrón no varía ni por la cuantía de lo robado, ni por los atenuantes legales referentes a las circunstancias de la comisión del ilícito. Es un ladrón. Lo mismo es válido para un terrorista, un sedicioso, un corrupto, un violador, un traidor o un mentiroso, digan lo que digan las leyes vigentes en cualquier ámbito, puesto que la realidad (¡tozuda, en verdad!) no puede dejar de considerar el hecho primario. Si criticamos ampliamente (y con toda razón) ese machismo reflejado en “la maté porque era mía”, igualmente debemos realizar la misma aseveración sobre todos los supuestos, basados en los principios primarios de la lógica: el principio de no contradicción y el principio de identidad. Es decir, que lo que es, es, y no puede dejar por sí mismo de serlo (como lo proveniente de la biología y la genética, que no depende de un acto volitivo personal), y que una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo (¡para que me hablen a mí de “fluidez binaria” ni “modernidad líquida”!)
Aclarado lo anterior, no podemos restar importancia a la percepción como fuente de conocimiento y de acercamiento a la realidad, pero tampoco podemos interpretar esa realidad circundante bajo criterios subjetivos, so pena de perder la legitimidad del análisis de lo conocido. O séase, que no es lo que yo quiero o lo que a mí me guste o parezca, sino que hay una verdad que no depende de mí interpretar, solo conocer (si es que quiero, porque ahí llegan el trío de “ignorancia”, “necedad (nesciencia)” e “incapacidad (idiocia)”.
Analicemos un caso sin apasionamientos políticos: el Papa Francisco ha declarado que del 1 de septiembre al 4 de octubre es la “Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación”, y afirma que es “una oportunidad para cultivar nuestra conversión ecológica”. Quizá no sea su servidor muy ducho en estos asuntos, pero el Refranero nos dice que “zapatero, a tus zapatos”, por lo que puedo colegir, leyendo el Santo Evangelio, que la “conversión” no se refiere ni a cambio de divisas ni a ser una ONG ambientalista, sino a volver el corazón a Dios, con arrepentimiento, penitencia y amor. El hecho de que la máxima autoridad de la Iglesia Católica dedique su esfuerzo a una oración “ecuménica” para esta “conversión ecológica” puede ser percibido de dos formas: subjetivamente, como una llamada a cuidar el planeta, casa común de todos los vivientes; objetivamente, como un error al querer pensar “como el mundo” en lugar de “como Dios” (y nos lo advertía el Evangelio de San Mateo el pasado domingo, con esa imprecación a San Pedro: «¡Apártate de mí, Satanás!»). ¿Por qué? Porque la Sagrada Escritura no es “sinodalidad”, es Palabra de Dios que se cree y se aplica o no se cree y se abandona. No hay camino intermedio, porque el único camino es el de Cruz, que nos llama a negarnos, abandonar nuestras ideas y seguir obedientes el llamado a la santidad.
Por supuesto, muchas veces lo percibido y lo real concuerdan perfectamente uno con otro. Si percibimos que cada vez necesitamos más dinero para comprar los mismos productos que un año ha adquiríamos por menor cuantía, es constatable que la economía está en recesión (es decir, que el dinero vale menos). Aquí, lo percibido (el gasto) y lo real (lo gastado y adquirido) es elocuente hasta para la mente más cerril y obtusa –excepto que viva en Moncloa o en alguna mansión pagada por el Erario a un cargo público–. ¿Por qué? Porque, por muchas excusas y justificaciones que existan (aumento del precio del combustible, guerra en Ucrania, supuesto “cambio climático”, etcétera), lo que costaba un euro ahora cuesta el doble, pese a los aumentos insignificantes en salarios y pensiones.
Y para qué ahondar en más procelosas aguas como la “auto-percepción” esgrimida por seres apenas pensantes que creen ser cosa diferente a lo que la genética y la biología (la naturaleza y la esencia) dicen que son… Yo estaría casi de acuerdo con ellos si al percibirme “rico encerrado en cuerpo y salario de pobre”, el Estado me reconociera el derecho al desarrollo libre de mi personalidad pagándome diez mil euros mensuales, pero como no es así se eleva el pico de discrepancia con esas “ideologías”, constatando que lo “auto-percibido” solo tiene existencia mental (el famoso ens mentis de la filosofía escolástica, nada nuevo), y que no es real. Lo mismo aplica a personas que se “auto-perciben” cebras, alienígenas, del sexo opuesto o lo que gustaren… No es real, puesto que la percepción dimana de un error mental en el juicio objetivo de la naturaleza, la ponderación de la esencia y la adecuación veritativa. Pocos años ha, la ciencia psiquiátrica catalogaba estas “auto-percepciones” bajo un genérico de “locura” y un específico de “trastorno”, pero… ahora no puede hacerlo ni la ciencia, al haber abandonado los presupuestos científicos por los ideológicos.
En definitiva, mi estimado señor lector: pasemos siempre por el tamiz de la razón natural, objetiva, analítica, mensurada y desapasionada, cada aspecto “poco masticable” que se nos presenta en esta «nueva realidad» vendida por el globalismo y la ideología política, para poder entender cuál es la auténtica realidad, la verdad, la necesidad de cambiar lo malo para regresar a lo bueno (una “conversión”, en sentido espiritual). Todo lo que no sea esto, es querer ponerse el zapato izquierdo en el pie derecho…
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