“Jesús, lanzando un fuerte grito, expiró”
Mt 15,37
Dentro de tu grito en la cruz
caben todos nuestros gritos,
desde el primer grito del niño
hasta el último quejido del moribundo.
Cuando la palabra es pequeña e incapaz
para expresar tanto dolor nuestro,
el cuerpo y el espíritu
se unen en este espasmo descoyuntado.
En tu grito de hombre comprometido
por la nueva justicia,
denuncias a los vientos de todas las épocas
los sufrimientos encerrados
en las salas de tortura clandestina
y los llantos ahogados en la intimidad
de corazones justos sin salida,
todos los atropellos contra minorías impotentes
y la explotación de hombres amordazados
por leyes, máquinas, amos y fusiles.
En tu grito oímos la protesta de Dios
contra todas las violaciones de sus hijos.
En ti grita el Espíritu crucificado
por los tribunales, sinagogas e imperios por los siglos
que quieren enmudecer el futuro libre y justo.
La rebeldía joven de América Latina,
las mayorías negras de Sudáfrica,
se unen a tu denuncia crucificada.
Dentro de tu grito lanzado al cielo
encomiendan su vida en las manos del Padre
todos los que se sienten abandonados
en un misterio incomprensible.
Desde el desconcierto lanzado como queja
de los que experimentaron tu amor alguna vez,
pero se sienten abandonados ahora,
y sólo en la lucha contigo esperan su salida,
desde todas las noches del espíritu,
llega hasta tus manos de Padre nuestro grito.
En ese grito tuyo último,
dolor de hombre y dolor de Dios,
inclinamos agotados la cabeza
y te entregamos el espíritu
cuando llegamos a nuestros límites,
donde se extinguen los esfuerzos y los días
y donde empezamos a resucitar contigo
ENCUENTRO PLENO
Si me encuentro contigo yo solo,
sin acoger en nuestra relación
al prójimo que tengo al lado
me pierdo en un orgullo vacío.
Si me encuentro contigo
sólo en los que se acercan
en comunión y cercanía,
me vuelvo egoísmo voraz
recalcitrante a tu misterio
que me llega desde la diferencia ajena.
Si me encuentro contigo
sólo en los que llevan en la piel
las marcas de la injusticia,
me petrifico en una dureza ciega
que te aleja de mi vida
con la parte de tu cuerpo que niego.
Si me encuentro contigo
sólo cuando doy a los demás
lo que yo tengo por mío,
me vacío en suficiencia vana
que no alimenta mi carencia
desde la herida ajena que Tú sanas.
Si me encuentro contigo
sólo cuando recibo dones
de la abundancia
de los otros,
me dejo invadir de una parálisis,
que no acepta el reto de crecer
en el regalo gratuito de mis fuerzas.
Si excluyo a una sola persona,
mutilo mi encuentro contigo.
La plenitud o la carencia del hermano
son dos caras de tu misma cercanía
No es mi silencio
una casa abandonada,
ni una llaga que no tiene cura.
Es una tierra arada
por el acero solidario.
Se alarga mi espera como surcos,
certeza horizontal sobre la tierra
abierta de par en par
hacia la Altura.
Necesito
Necesito
tu presencia, un tú inagotable y encarnado
que llena toda mi existencia,
y tu ausencia, que purifica mis encuentros
de toda fibra posesiva.
Necesito
el saber de ti que da consistencia
a mi persona y mis proyectos,
y el no saber que abre mi vida
a tu novedad y a toda diferencia.
Necesito
el día claro en el que brillan los colores
y se definen los linderos del camino,
y la noche oscura en la que se afinan
mis sentimientos y mis sentidos.
Necesito
la palabra en la que te dices y me digo
sin acabar nunca de decirnos,
y el silencio en el que descansa
mi misterio en tu misterio.
Necesito
el gozo que participa de tu alegría,
última verdad tuya y del mundo,
y el dolor, comunión con tu dolor universal,
origen de la compasión y la ternura.
Señor de la justa cercanía
En cada mirada se asoma la intimidad de tu misterio
Cualquier segundo es una puerta
para entrar en tiempo.
Todo centímetro es una tierra
que lleva tu huella.
Cada color y cada aroma
me hacen sentir tu fantasía
jugando hacia el infinito.
En cada mirada se asoma
la intimidad de tu misterio.
Todo golpe de azada
cae sobre la tierra
con certeza de cosecha.
Cada canto verdadero
trae hasta mi corazón
el rumor de la fiesta
que ya empezó eterna
al final de mi camino.
Señor, no puedes perderte
en una clandestinidad absoluta:
yo me moriría en tu ausencia.
Ni puedes revelarte en toda tu grandeza:
yo quedaría absorbido
en el resplandor de tu gloria.
Tú eres el Señor de la justa cercanía,
del sacramento necesario
que nos permite irnos haciendo,
sin tanto frío y noche
que quede crudo nuestro barro,
ni tanto sol y mediodía
que tu fuego nos calcine.
La utopía ya esta en lo germinal
y me dé sombra.
Pero abonaré la espera
con mis hojas secas.
Esperaré a que brote
el manantial
y me dé agua.
Pero despejaré mi cauce
de memorias enlodadas.
Esperaré a que apunte
la aurora
y me ilumine.
Pero sacudiré mi noche
de postraciones y sudarios.
Esperaré que llegue
lo que no sé
y me sorprenda.
Pero vaciaré mi casa
de todo lo conquistado.
Y al abonar el árbol,
despejar el cauce,
sacudir la noche
y vaciar la casa,
la tierra y el lamento
"Tú y yo nos vamos haciendo"
Salmo del P. Benjamín González Buelta S. J.,
cantado por David Pantaleón S. J.
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