Antonio García-Trevijano,
Revolucinario de la Libertad: REPÚBLICO
TEORÍA PURA DE LA REPÚBLICA
“No hay democracia en España pero tampoco en Europa, salvo en Francia; o en Estados Unidos de América e Israel. La verdadera democracia implica, al menos, una separación de poderes y un gobierno representativo de la sociedad, no de los partidos. Tenemos libertad individual pero no hay libertades públicas porque no hay libertades colectivas y la libertad o es colectiva o no existe”.
“Las razones del fracaso moral, político y cultural de los Estados de Partidos –dice– son congénitas e institucionales. La causa es debida a dos hechos decisivos: ausencia de libertad política colectiva y falta de representación de la sociedad ante el Estado. La libertad política está secuestrada por los partidos estatales, únicos agentes y gestores del monopolio político de la representación (de sí mismos), comportada por el sistema proporcional de listas de partido”.
Libertad constituyente es un concepto jurídico acuñado por el filósofo político Antonio García-Trevijano en su obra Teoría pura de la República, por el cual se refiere a la facultad que tiene un pueblo para elegir, sin coacción de ningún género y disponiendo de la información necesaria, la forma de Estado y la forma de Gobierno bajo el que dicho pueblo ha de vivir.
"Es Constituyente la libertad colectiva que decide en Referéndum electivo, y no en plebiscito, la forma de Estado (monarquía o república) y la forma de Gobierno (oligarquía partidocrática o democracia representativa). Tal tipo de libertad concreta el momento fundacional de la libertad política. Dada su naturaleza colectiva, no puede ser otorgada por nada ni por nadie. Ha de ser conquistada por la parte más lúcida y generosa de los gobernados, arrebatándosela a los partidos estatales que la secuestraron al final de las dictaduras fascio-nazistas". Antonio García-Teresa García-Trevijano
La Teoría Pura de la República Constitucional no es una bella idea que nazca en mente idealista y se sustente por sí misma. Supone una acción política continuada y perfeccionada con el movimiento de la libertad constituyente del poder político. Esa acción anónima colectiva sería la verdadera editora del pensamiento original de la Teoría que la inspira. Como le ocurre a todo lo verdadero, esta idea constitucional tiene belleza por la sencillez y naturalidad de su concepción, pero como sucede en todos los procesos naturales, sólo la hará bella la lealtad en su realización.
Una buena Constitución no sólo es infinitivamente superior al mejor método de gobierno despótico, como dijo Macaulay, sino incluso a la moralidad de las costumbres del pueblo que la adopta. Las grandes naciones escriben sus autobiografías en cuatro textos fundamentales: las historias de sus mejores historiadores, las reflexiones de sus buenos pensadores, las expresiones de su gran arte y las Constituciones de sus poderes políticos. Pero, decidme cual es vuestra Constitución y os diré el grado de libertad del pueblo al que pertenecéis, sin conocer su historia.
La Constitución de EEUU es una síntesis cultural superior al pensamiento y a la historia norteamericana, y ésta encuentra sus momentos de grandeza cuando retorna al espíritu de aquella. El contraste entre las Historias y las Constituciones de los pueblos europeos no es diferente del que separa a la tragedia de la comedia. Cuando la Constitución es facticia, como la del Estado de Partidos, los gobernados no se sienten responsables de los fracasos de los gobiernos que votan. La cultura de la verdad deviene refugio de la adversidad. En materias de Estado y Gobierno toda idea de cambio es sospechosa de sacrilegio de lo real, de falta de respeto a la ética de lo establecido, como si lo actual no fuera oportunismo de la falsedad.
En Europa es peligroso tener razón cuando la equivocación no está en el gobierno, sino cobijada en el consenso constitucional. “¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio” (Einstein) Las cadenas de la esclavitud atan las manos, las del prejuicio que mantiene la servidumbre voluntaria encadenan las mentes. Si no hay libertad interior de pensamiento, sin la que es imposible tomar conciencia de la realidad, ni siquiera es posible saber qué clase de libertad se tiene o se quiere tener. Ya advirtió Descartes que el progreso y el desarrollo de lo humano son procesos imposibles en los pueblos que siguen haciendo las cosas, y pensando las ideas, como siempre las han hecho y pensado. El filósofo sabía de lo que hablaba. Cambió el modo orgánico de ver y de pensar el mundo antiguo, incluso el renacentista, por el modo mecánico del moderno.
Al cambio de una Constitución por otra le acechan cuatro riesgos de fracaso. Ignorar por qué ha decaído la anterior, despreciar la tradición, apreciar las modas en las ideas políticas y querer ser avanzada. El primero, propio del mundo infantil, desconoce las causas de los fenómenos políticos y trata de ordenarlos por sus efectos inmediatos. El segundo, propio de la aventura, ignora que el porvenir no se alcanza sin tradición y que ésta se conquista más que se hereda (Malraux). El tercero, propio del mundo de la mujer urbana, no sabe que la filosofía de la moda es tan legítima para la apariencia social como funesta para el gran arte, abominable para el pensamiento y desastrosa para la política. El cuarto, propio del atletismo, cree que avanzar es ir delante y más deprisa que los otros, o marchar por atajos, cuando lo decisivo es ver mejor, y más lejos que los demás, el camino seguro para la marcha de la libertad política colectiva.
Ateniéndose a sus fines propios, constituyentes de las instituciones de la democracia formal, una buena Constitución sólo debe contener textos normativos o prescriptivos, en términos articulados, claros y concisos, sin incluir definiciones, descripciones, indicaciones o recomendaciones. La garantía de su vigencia depende de que cada uno de sus artículos, si es conculcado por algunos de los poderes instituidos, pueda ser aplicado por Jueces y Magistrados en la jurisdicción ordinaria. La elegancia del estilo es garantía de madurez de la norma y de claridad en su interpretación. No se debe olvidar la pertinente observación de Aldous Huxley. Más siniestros son los propósitos de un político y más pomposa se vuelve la nobleza de su lenguaje.
No hay buena expresión sin buen pensamiento normativo.
Al ser un conjunto armonioso de las reglas que rigen las relaciones de los poderes públicos entre si y las de éstos con los ciudadanos, una cuestión que lleva más de dos siglos sin resolverse en Europa, carece de sentido aplicar a la Constitución, como a la democracia, adjetivos que no atañen a su naturaleza. La Constitución de la RC es democrática, o no lo es, desde su nacimiento. Como las reglas del juego de ajedrez, las constituyentes de la democracia formal nunca podrán ser jóvenes ni avanzadas.
Entre los factores sociales que intervienen en el juego político, la juventud sólamente está en las multitudes, que nunca envejecen ni avanzan porque siempre permanecen en la infancia. La función del liderazgo constitucional consiste en crear líderes políticos. Seguir a un líder natural, capaz de elevar la visión del mundo de sus seguidores, no es pérdida de libertad, sino reconocimiento de que sus deseos tienen intérprete y ejecutor. Lo que se dice avanzado sólo está en la demagógica anomia de esas declaraciones de las infames Constituciones del Estado de Partidos, que justifican las subvenciones públicas a todo lo que perfuma la socialdemocracia.
Pero la buena Constitución, además de ser un sistema de técnica jurídica que garantiza, con el equilibrio de poderes, la libertad política y la salud de las instituciones de la democracia, representa ese momento crítico de la convivencia nacional que, sin depender del tiempo transcurrido en la inconsciencia, concentra la visión de la pesadumbre de la vida pasada y alcanza la madurez al instante de saber que no hay más seguridad de vida futura que en el matrimonio con la libertad colectiva. Más que Norma, una Constitución excelente se hace fundamento de la excelencia en la convivencia de la Comunidad nacional. Hasta ese momento crucial, la vida política se vive sin comprenderla. Y la inmensa mayoría de las personas no vive como piensa. Piensa como vive, según el puesto social ocupado.
También sucede a las naciones lo que a las personas. El momento decisivo para alcanzar la madurez les llega de improviso, sin estar preparadas para tomar las riendas de su vida colectiva. Dejan pasar la ocasión, como sucedió al final de la guerra mundial o a la muerte de los dictadores. Las personalidades fuertes no aceptan el destino de la pequeña ambición de los poderes emergentes del oportunismo de la deslealtad. No se adaptan a la nueva circunstancia de servidumbre. Crean el mundo personal de su propia dignidad. Y lo ensanchan en la sociedad para que la siguiente ocasión no coja desprevenidos a los incautos e ilusos gobernados. Comprenden que la superioridad de su inteligencia previsiva no les otorga más derecho que el de instruir a sus prójimos sobre lo que es libertad política colectiva, y el de pedirles que pongan un gramo de audacia en lo que hacen cada día, para que cuando llegue el siguiente momento de la acción para la libertad colectiva, sientan y sepan que la audacia está en la cima de la prudencia.
Comparadas con la noble ambición de perseguir constantemente la libertad política, las demás ambiciones sociales, salvo las justificadas por objetivos científicos, artísticos, profesionales o religiosos, parecen destinadas a ejecutar los más viles menesteres del trepador, sin detenerse cuando alcanzan altos puestos de mando, pues siempre se topan, como en el alpinismo, con otra montaña a la que subir o inclinarse. Nada es tan dañino como que esa gente astuta y desconsiderada pase por inteligente. Pinchan y no cosen. Como en los alfileres, sus cabezas no son lo más importante (Jonathan Swift). Sin el corazón tranquilo de la lealtad, la astucia no ha sido útil para la especie que cree tenerla en exclusiva. La impaciencia, esa debilidad del carácter infantil, renuncia a los frutos maduros para no padecer frustraciones en la espera de que maduren los verdes. En el saber, el ser o el estar, el éxito siempre ha venido de la sosegada perseverancia. “Sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres. Así la poesía no habrá cantado en vano” (Pablo Neruda).
El peligro de la paciencia está en que la larga duración de la llegada al umbral del difícil objetivo que la aconsejó como modo de conservación del espíritu de rebeldía, la haya transformado en conformismo cuando se presente la nueva oportunidad histórica para la libertad política. Ese peligro se diluye si durante el periodo de la paciente espera se cultiva, con los gramos de audacia que hacen vigoroso el carácter, el florido jardín de la rebeldía en los asuntos cotidianos que afectan a la personalidad individual.
Para Schopenhauer como para Ibsen, la rebeldía es la virtud original del hombre. La verdad, que no debe confundirse con el desencanto de las ilusiones, se corrompe con el silencio. La rebeldía no es insolente si expresa la falsedad que la provoca. La función de la rebeldía individual no es iluminar las tinieblas de la gran mentira política que no puede disipar, sino mantener encendida la antorcha de la verdad para que, llegado el momento de la acción colectiva, en los instantes cruciales de crisis del poder estatal, la parte más consciente de la sociedad sepa a donde ir y se deje guiar por el aire que mantuvo encendidas las antorchas de la libertad.
Un nuevo tiempo de esperanza parece llegar con la gran crisis económica y financiera que los Estados de Partidos no pueden resolver, sin arruinar a las futuras generaciones. Bajo la excusa de rescatar al sistema financiero y combatir la recesión económica, los gobiernos han gastado, con dinero de los contribuyentes, la quinta parte de la riqueza mundial. Las cifras son aterradoras. El coste de los rescates bancarios y la aplicación de los planes de estímulo, ascendía a 13 billones de dólares hasta 2009. Esta cifra, equivalente al 21,12% del PIB mundial (61,5 billones de dólares), supone una carga próxima a 1.900 dólares por cada ser humano. Los rescates bancarios ascendieron a mitad de 2010 a 3,6 billones de dólares (5,73% del PIB mundial), o 515 dólares per capita, mientras que los planes de estímulo sumaban 9,4 billones de dólares (15,39% del PIB mundial), equivalentes a 1.382 dólares por ser humano (Grail Research and de Luxe & Associates, para la Harvard Business Review). Casi el 75% del rescate bancario ha sido llevado a cabo por los países occidentales, es decir, EEUU y las grandes potencias europeas. El coste de salvar el sistema financiero con gasto público representa el 7,8% del PIB de dichos países. Islandia lidera el ranking con el 76,2% de su PIB, seguida de Irlanda (48,3%), Letonia (33,6%), Hungría (20,6%), Reino Unido (19,3%), Rusia (14,2%), EEUU (7,3%), España (5,2%), Alemania (5,1%). En los planes de estímulo, destaca Arabia Saudí (85%) y China (46,7%), Sudáfrica (29,3%), EEUU (34,6%) y Japón (13,9%). Pese a ello, ante el temor a la W gráfica de la doble recesión, el Fondo Monetario anima a seguir manteniendo esos planes fabulosos durante el año 2010. Sus nefastas consecuencias se verán.
Este agónico remedio será vano si no se ataca de raíz la causa pasada de la actual crisis económico-financiera. Creyendo erróneamente que la causa original y originaria de esta crisis era una repentina desconfianza universal en el sistema financiero, confundido el efecto social con la causa económica que lo producía, se inyectaron de golpe ingentes masas de dinero público en el sistema bancario, sin condicionar su modo de recibirlas en lotes parciales, que dieran derecho a encajar los siguientes si se destinaban los ya recibidos a reiniciar el flujo crediticio a las empresas y personas particulares. No ha sido error, sino consecuencia del sistema.
Para mantenerse en el poder, la egoísta torpeza de los gobiernos, convergente con la listeza de los bancos, incapaz de resolver la falta de liquidez del sistema, ha puesto de manifiesto que la crisis estaba unida a la falta de solvencia y de capitalización de las entidades crediticias. El dinero público recibido ha sido destinado a la amortización de los vencimientos de la deuda exterior de dichas entidades, a incrementar las provisiones para morosidad, a cancelar préstamos a corto plazo, a comprar deuda pública con intereses desde el 3 al 6%, con los fondos de rescate recibidos al 1%.
La tradicional especulación en el mercado de futuros, que siempre ha permanecido controlada por la necesidad de liquidar periódicamente las operaciones especulativas, con arreglo al valor real de la producción física final en el mercado de presentes, ha resultado diabólicamente fraudulenta al ser aplicada a un mercado bursátil de títulos-valores que ninguna realidad física podía limitar, fijar ni controlar. No es de extrañar que un premio Nobel de economía haya declarado en Davos que nadie conoce el modo de combatir esta crisis, ni predecir el tiempo de su duración.
¿Podrán los efectos expansivos de la crisis económica crear las condiciones objetivas para que lleguen a provocar la crisis definitiva del Estado de Partidos? ¿Comprenderán las categorías sociales más sufrientes o ilustradas que, sin libertad política, sin democracia formal, será imposible resolver una crisis económica causada en Europa por la fusión de intereses de la oligarquía financiera con la oligarquía de partidos y sindicatos estatales?
¿Existen condiciones subjetivas en algún país europeo para iniciar y organizar una rebelión colectiva de la libertad política, que conduzca a la apertura pacífica de un periodo de libertad constituyente de la democracia en la forma de Gobierno, y de la Republica Constitucional en la forma de Estado? Los incipientes movimientos de ciudadanos hacia la República Constitucional son, de momento, antorchas en la niebla espesa que cubre el bloque del consenso oligárquico europeo entre capital financiero, partidos estatales, sindicatos estatales y medios de comunicación social.
Algunos seres excepcionales, como Freud, quisieron atribuir el éxito de sus respectivas hazañas a la particular dificultad de sus vidas. Pero los pueblos que nunca han tenido ni conocido la noción y el sentimiento de la libertad colectiva, se acuerdan más de las dificultades de donde vienen que del modo político de superar las actuales. El miedo a perder la miseria moral y cultural de sus vidas sólo les permite oír los ruidos de la autoridad estatal y de los medios visuales. Mentira, demagogia y colusión. Controlada por los sindicatos estatales, si una insólita huelga general los desborda, ellos gestionarán el resultado para obtener del Gobierno más dinero para sus liberados. La última rebelión triunfante en la sociedad, la de los jóvenes sin propósito político (mayo del 68), se disolvió en las urnas del Estado como azucarillo en aguardiente. Ahora hay causa objetiva de revolución política pacífica, sin juventud ni analistas que la perciban.
Los motivos para creer en una próxima rebelión de la sociedad civil, contra la partidocracia que la arruina, son de orden lógico en el pensamiento intelectivo, de orden psicológico en el sentimiento individual y de orden desiderativo en las conciencias ácratas o nihilistas. Para que este voluntarioso optimismo no conduzca a nuevas frustraciones de la esperanza colectiva, se debe recordar que las Revoluciones francesa y rusa se iniciaron en momentos de mejoría de la situación económica; que la francesa comenzó con el azar de la captura del Rey cuando huía y con la gran mentira legal de que había sido secuestrado; que la rebelión de las masas rusas ya estaba en plena efervescencia cuando Lenin llegó, desde Suiza, para convertirla en Revolución triunfante; que la opinión general no cree prudente hacer reformas en tiempos de mudanza y que no se cambia el timonel inexperto en una tormenta económica perfecta.
Contra el pesimismo de la inteligencia de la política se puede levantar el optimismo de la voluntad de acción colectiva, en los países mediterráneos cuya deuda pública los arrastraría a la bancarrota estatal, si no son salvados in extremis con financiación extraordinaria de la UE, y planes de ajuste en sus economías nacionales. Disminución drástica del gasto público, subida de impuestos, congelación de salarios y pensiones, disminución de funcionarios, retraso de la edad de jubilación, bloqueo de la juventud, crecimiento del paro y freno de la inmigración. Los partidos y sindicatos estatales aceptan esos planes reaccionarios del gran capital por su falso patriotismo constitucional de clase política. Planes drásticos que se evitarían con la supresión de innecesarios ministerios y subvenciones a las organizaciones paragubernamentales y a gabelas culturales. Los planes reaccionarios crearán las condiciones subjetivas que hagan posibles las revueltas populares. Éstas serán aplastadas por la represión, a no ser que tomen cariz político contra la partidocracia y surjan líderes que las dirijan.
No es probable, sin embargo, que las sociedades de consumo y espectáculo, al ver reprimidas sus necesidades vitales, reaccionen con sentido común y con instinto político de salvación, reivindicando la sustitución de las partidocracias, que las llevan a la bancarrota estatal y a la miseria social, por la democracia política. Creen que el Régimen oligárquico de corrupción y despilfarro del gasto público es la democracia política. Lo cual favorece los movimientos involucionistas y nostálgicos de la moneda nacional. Abocadas al hundimiento del Estado de Partidos, las masas educadas en las megalomanías fantasiosas de los poderes estatales sin control, se agarrarán como náufragos a lo primero que parezca flotar a su alrededor. A los gobiernos que flotan cuando los gobernados se hunden. Esto ya está sucediendo en Grecia. Apoyar a los gobiernos responsables de la crisis es la reacción instintiva de la imbecilidad y la ignorancia política.
Algún acontecimiento dramático, venido del azar o de la represión policial, puede transformar, en un instante de fulgor, la sumisa mentalidad de masas en animosidad social de rebelión contra el poder establecido, como ocurrió en la primavera de Praga y en mayo del 68 en Francia. Pero esta vez sabiendo a priori que todos los partidos y todos los sindicatos, instalados en el Estado y subvencionados por los contribuyentes, son sus definitivos adversarios. Sin su apoyo, los oligarcas del mundo serían enanos políticos.
El propósito de la Teoría Pura de la República Constitucional obedece a una doble motivación. Dar una definición positiva de la República -no de mera resistencia a la idea monárquica como en Alain-, con criterios derivados de la libertad colectiva; y dotar a los europeos de un modelo de transformación del Estado de Partidos en República Constitucional, de la oligocracia en democracia formal, con la apertura de un período de libertad constituyente.
La República Constitucional se define en la distinción básica entre Nación y Estado. Sin personalidad jurídica, aquella es susceptible de ser representada por una Cámara de Representantes elegidos por mayoría absoluta en cada mónada electoral, con potestad de promulgar las leyes a través de un Consejo de Legislación, elegido por la propia Cámara. El Estado, personificación de la Nación, tiene la titularidad del poder ejecutivo, dirigido por el Consejo de Gobierno designado por el Presidente de la República, elegido éste en elecciones presidenciales directas. La Justicia mantiene la autonomía de la potestad judicial, concretada en el Consejo de Justicia designado por su Presidente, también elegido en elecciones directas por los participantes en el mundo judicial. La Nación recupera el poder legislativo. La Justicia, la autonomía del poder judicial. Y el Estado conserva su exclusiva de poder ejecutivo, poder administrativo y monopolio legal de la violencia institucional.
El equilibrio entre estos tres poderes, el nacional, el estatal y el judicial, lo garantiza la RC con normas inéditas en el derecho constitucional. Por un lado, el eventual conflicto irreconciliable entre el poder legislativo nacional y el poder ejecutivo estatal, lo resuelve la potestad recíproca de ambos, para acordar, bien sea el cese del Gobierno a la vez que la autodisolución de la Cámara de Representantes, o bien la disolución de dicha Cámara a la vez que la dimisión de la Presidencia del Gobierno, a fin de que sea el cuerpo electoral quien, como titular del “poder preservador” -no de notables vitalicios como el que propuso Constant- resuelva el problema con nuevas elecciones legislativas y presidenciales. El conflicto entre el judicial y el ejecutivo, que puede plantearse respecto del Presupuesto de la Administración de Justicia, en el caso de que no sea aprobado por el Tribunal de Cuentas, lo resuelve la Cámara de Representantes en el debate y votación de la Ley General de Presupuestos del Estado.
Finalmente, el necesario principio de intermediación en la oposición ontológica entre Sociedad y Estado, lo realiza la sociedad política y lo culmina la Presidencia del Consejo de Legislación, en tanto que órgano canalizador de toda iniciativa legislativa, incluso la del poder ejecutivo, y ser además el único juzgador de la existencia real de motivos de urgencia para autorizar al gobierno, caso por caso, a dictar Decretos-Leyes.
El primer propósito de esta Teoría Pura, definir en términos científicos las instituciones de la República Constitucional, está cumplido en lo esencial. Otros investigadores, leales al supuesto de que el único principio constituyente es la libertad política, y de que sólo la democracia formal garantiza la vigencia permanente de este principio, desarrollarán y completarán el sistema de poder definido en esta obra de fundamentos. La segunda motivación, dotar a los pueblos europeos de un esquema de acción para transformar el Estado de Partidos en República Constitucional, justifica la inclusión de una filosofía de la acción adecuada. La opinión europea no conoce los orígenes de la partidocracia, en pueblos ocupados por el ejército de la potencia vencedera (EEUU), ni los fundamentos irracionales, orgánicamente oligárquicos, del Estado de Partidos.
La finalidad de esta obra no se completaría sin un esquema de acción colectiva para lograr en algún país europeo (Islandia, Irlanda, Grecia, España, Portugal, Italia) la apertura de un período de libertad constituyente que permita elegir, en referendum no plebiscitario, el sistema electoral mayoritario a doble vuelta, y una de las tres opciones sobre la forma de Estado y de Gobierno (creadora, reaccionaria o conservadora) que existen siempre en toda sociedad plural. Ninguna alternativa constitucional puede ser excluida sin atentar contra la libertad política constituyente.
La sociedad gobernada debe conocer lo que es libertad política, democracia formal y República Constitucional, para conseguir la apertura de un período de libertad constituyente, si un acontecimiento precipita la ocasión propicia, o si un movimiento ciudadano adquiere potencia para iniciar la acción liberadora con la parte más inteligente de la sociedad profesional y trabajadora, la juventud universitaria y los jubilados en plena madurez de sus vidas. Los riesgos los crea la impaciencia y el activismo. Mejor una batalla aplazada que perdida. En todo caso, la Teoría Pura de la República, que no es la República Pura soñada por Jefferson, puede ser base de partida para reivindicar la libertad de pensamiento, contra la negación de la política por el consenso, y un principio de acción colectiva de la libertad política. Como sucede con todas las idealidades, la meta no une tanto como el camino separa. En la ciencia política, la verdad es la libertad colectiva. La unidad irreductible de la representación está en la mónada electoral. La acción legislativa pertenece a la Nación. La acción ejecutiva al Estado. La separación de poderes refleja con naturalidad la oposición ontológica entre Sociedad y Estado. El necesario principio de intermediación no lo puede encarnar la Justicia, que debe ser autónoma para devenir independiente.
Si se encuentra en esta obra algo nuevo y grande que se pueda esperar de la libertad política, en una sociedad hedonista conformada por el cinismo y la corrupción del Estado de Partidos; si el lector recibe la impresión de ver reflejados en ella sus propios sentimientos, valores o pensamientos; si presiente la necesidad de una acción liberadora de la sociedad civil, con la misma intensidad de la llamada a su vocación profesional; si las propuestas de acción colectiva, aquí insinuadas, le incitan a confiar más en sí mismo y en los demás, sentiré la alegría de los verdaderos autores: ver confirmada la utilidad social de sus creaciones, saberse vehículos de progreso cultural y tener el privilegio de entregar sus ideas a quienes las compartan. Espero, sin embargo, no seguir la suerte de los inventores en la dinastía manchú, donde dar a conocer un descubrimiento estaba prohibido bajo pena de muerte. Ahora basta con el petalismo social, ostracismo siciliano.
"Mi libertad no termina cuando empieza la libertad del otro; más bien, empieza con la libertad del otro. Sólo puedo ser libre con la libertad de los demás. No puedo ser libre si tú no lo eres".
Antonio García-Trevijano
“El hombre no ha nacido para resolver los problemas del mundo, sino para buscar donde el problema comienza a fin de mantenerse en los límites de la inteligibilidad” (Goethe, Conversaciones con Eckermann, 15-10-1825). Una idea alcanza categoría de clásica cuando, siendo actual, circula como anónima o propia de quien la reformula con originalidad de expresión. Más que un estilo, lo clásico es la forma delicada de expresar la verdad y belleza de valores eternos. Lo moderno implica la reconquista de la parte de la tradición proyectada al futuro, es decir, un continuo renacimiento y renovación vital de la genuina lealtad generacional a la especie humana. Una revolución inteligible y realizable de la Libertad política colectiva.
Llamamiento hacia la República Constitucional
Conferencia completa "El Porvenir de España"
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