Caminan como quienes lo han perdido todo sin haber tenido nunca nada, arrastrando los pies y las palabras, cansados a flor de llanto. Los vemos cada día: pasan a nuestro lado con una mirada de rencor que ha olvidado su motivo, con una tristeza sin historia, irritados por no poder explicarse a sí mismos el origen de su desgracia. Sólo ellos pueden sentir esa angustia, esa oquedad existencial que no deja ni el alivio del eco. Porque aquellos que han perdido lo que una vez tuvieron, que vieron cómo se fue, al menos tienen el consuelo de la melancolía, esa dama que nos consuela del llanto que nos provoca; al menos pueden invocar aquellos días previos a la pérdida, y compensar con sus recuerdos la desolación de su estado actual. Pero ellos, los hombres huecos, que nunca han tenido lo que se les quitó, ni siquiera pueden distraer su tristeza recordando lo que vino a destruir. Tienen el sentimiento de la pérdida sin el consuelo de su memoria.
Quienes se dedicaron a demoler nuestra civilización, a expulsar de ella a Dios, a sacar las cruces de las escuelas, no pudieron sentir ese vacío; estaban ocupados creándolo. La agitación del momento absorbía toda su atención, la excitación destructora les impedía notar otra cosa que no fuera su propio poder. Todavía ellos tenían un objetivo, aunque fuera despreciable; todavía se apoyaban sobre un propósito, aunque lo hicieran como el caballo de Atila se apoyaba sobre la hierba: evitando que volviera a crecer a su paso. No tenían ni el tiempo ni la sobriedad necesarios para plantearse siquiera qué sentirían las siguientes generaciones, para preguntarse qué colocarían sus descendientes en el lugar que ellos estaban arrasando. No eran constructores, sino simples operarios de una demolición. Echar abajo lo que estaba en pie, arrancar lo que estaba sembrado, ensuciar lo que estaba limpio; esa era toda su tarea. Las ruinas no eran el preámbulo de un proyecto, sino el proyecto mismo, y eso legaron a sus hijos.
Son esos hijos los que hoy pasan a nuestro lado añorando algo que nunca conocieron, algo que les robaron antes de nacer. No sabrían decir qué es exactamente, pero saben que el hueco que notan en sus almas tuvo que estar ocupado por algo infinito alguna vez, ya que es infinita la sensación de pérdida que les ha dejado. Buscando desesperadamente algo que alivie aunque sea fugazmente ese dolor, algo que parezca rellenar por un instante el socavón inmenso que les ha acompañado toda su vida, acaban mendigando emociones y adrenalina a cualquier sórdido pasatiempo. Creen que las experiencias intensas podrán colmar su vacío, o que les aturdirán lo suficiente para no sentirlo, y con esa falsa esperanza se entregan a las sensaciones que les ofrece el mundo: fiestas, espectáculos, pornografía, drogas, promiscuidad; cualquier cosa que les enajene por un momento, que atiborre sus sentidos, les parece útil.
Pero tras cada experiencia el vacío reaparece, o mejor, muestra que nunca se ha ido, que siempre permaneció en el mismo lugar, como la noche tras los fuegos artificiales. Aquellas imágenes, aquel ruido, aquellas emociones, todo lo que parecía que había colmado para siempre su ser desaparece, dejando tras de sí, intacto, lo mismo que encontró. Y el pobre Sísifo moderno vuelve nuevamente al principio, al pie de la montaña, para empujar una y otra vez la enorme masa de experiencias.
Y es que el alma del hombre, hecha para el heroísmo, para la santidad, para la gloria, para Dios, no puede ser colmada con menos, no puede conformarse con algo inferior a su capacidad. Se subestima si se cree hecha para algo inferior al Altísimo. Ningún éxito terrenal o placer puede hacerle insensible a la conciencia de que ha sido creada para algo muy superior, algo que no está simplemente unos peldaños por encima de su satisfacción actual, sino en un plano completamente diferente. Así, por muy intensas, por muy variadas que sean las emociones que el hombre se procura, nunca podrán saciar un alma capaz de Dios.
Sólo hay, pues, un lugar que pueda poner fin a ese bucle de tedio que asfixia al hombre hueco, pero ¿cómo podrá encontrarlo? El problema no es que esté oculto, es que siempre ha estado a la vista. No es fácil asumir que aquello que le robaron, aquello que anhela sin saberlo, la pérdida que le consume continuamente, ha estado siempre delante de sus ojos. ¿Cómo podrá aceptar que se ha topado mil veces con lo que siempre ha buscado? ¿Cómo podrá creer que en el interior de lo que él tomaba por ruinas, o por monumentos diseminados en el paisaje, se ofrece cada día, en un pequeño trozo de pan, lo único que puede saciar su hambre infinita? Mientras él buscaba en el estrépito de la muchedumbre un consuelo que nunca llegaba, a su alrededor, en el interior de esos edificios de piedra, y tras unas simples palabras casi susurradas, Dios se hacía corporalmente presente.
Cada mañana y cada tarde de su vida se había producido ese milagro tan cotidiano como ignorado. Con una tozudez divina, a prueba de desprecios y ofensas, el Eterno en persona había acudido a su rescate y se había rebajado a las especies del pan y del vino sólo para salvarle, para acudir a una llamada que el propio interesado desatendía una y otra vez. Y, por una increíble ceguedad, mientras buscaba en los lugares más recónditos, más oscuros, más intrincados, una limosna para paliar su indigencia, en lo alto, perceptibles desde casi cualquier punto, las grandes cruces de aquellos edificios habían estado señalando siempre el lugar del tesoro, el único que ni se agota ni se divide al ser compartido.
Pero el hombre hueco ha sido educado en el desprecio a la Iglesia católica, y es en el último lugar donde se le ocurriría ir a buscar su felicidad. Las burlas e insultos contra la Iglesia rodearon su cuna, sobrevolaron sus primeros pasos y se infiltraron en su vocabulario antes de que la razón pudiera dar su consentimiento. Como hay amores, así hay también odios hereditarios. Ahora, ya adulto, nadie le va a impedir explícitamente entrar con intenciones serias en una iglesia, pero su propia vergüenza es más eficaz para impedírselo que cualquier imperativo ajeno. La idea de defraudar a su familia, de convertirse en el hazmerreír de sus amigos, de ser objeto de cuchicheos y miradas de incomprensión, son coacciones mucho más profundas que cualquier prohibición expresa. Así, el hombre que parecía tener la valentía para probarlo todo, para sumergirse en lo más hediondo y pútrido de esta ciénaga que llaman mundo moderno, se acobarda ante el olor a sacristía.
En la mayoría de los casos –hay que confesarlo con pesar– el hombre hueco persiste en su odio ancestral, aun al precio de su infelicidad, y a veces prefiriendo el suicidio antes que reconocer su error. Pero a veces, a cuentagotas, uno de ellos acaba llegando a las puertas de una iglesia cualquiera. Desengañado del mundo, que le prometía siempre para mañana lo que nunca podía cumplir hoy, ha conseguido superar la vergüenza y los respetos humanos, y preguntarse si no será allí, donde siempre le han intentado disuadir que se acercara, donde se encuentra todo lo que le falta. Todavía, indeciso, permanece en el exterior. Observa la casa de la que le desahuciaron antes de nacer, y cierto instinto primitivo, como el que provoca la visión de una hoguera, se apodera de él. De repente suenan las campanas. Mil veces había oído sus repiques con indiferencia, pero ahora parecen sonar personalmente, como recibiéndole. Cada «talán» resquebraja un muro más de su hombre viejo, a la vez que hace vibrar en su interior recovecos que desconocía. Otras personas han acudido a la llamada, y ninguna le mira como un intruso. El escalofrío de la valentía recorre su cuerpo. Es la hora. El hombre hueco se arma de valor. Enjuga sus lágrimas. Entra. Saldrá rebosante de Dios.
Necesitamos librar un profundo combate espiritual en la soledad del desierto, para identificar a los «diablos» que extienden sus redes por todas partes, para que podamos descubrir y escuchar con claridad su propuesta y formular también con la misma lucidez nuestra respuesta. Jesús luchó en el desierto contra los demonios de su tiempo, los identificó con toda nitidez y formuló su propia alternativa, la que nunca impondría con la sutileza de la seducción ni la prepotencia del poder, sino que la ofrecería como una propuesta cercana y franca acercándose por los caminos, vulnerable a la tergiversación y al rechazo. Ignacio de Loyola, Francisco de Asís... lucharon de la misma manera contra los demonios de su tiempo para poder ofertar al mundo la novedad de Dios en la encrucijada de la historia que ellos vivieron. En ese mismo combate se van creando «adicciones positivas», que son la necesidad hondamente sentida, hasta en las fibras de nuestro cuerpo, de oración, de vida ordenada, de ejercicio físico, de tiempo para el descanso y la gratuidad. Son adicciones que están orientadas a la creatividad de una vida que brota de un amor apasionado.
El discernimiento de Jesús en el desierto es para nosotros un punto de referencia para comprender la necesidad del discernimiento, cómo se clarifica la novedad de Dios en la lucha inevitable contra la tentación, y la manera en que Dios nos propone como gracia su novedad. Jesús se había comprometido en el bautismo con el reino que Juan anunciaba ya próximo. Pero ¿cuál era el modo de realizarlo? ¿Cuál era la originalidad insustituible de su aporte? Necesariamente, Jesús tenía que ser conducido al desierto por el Espíritu para ser tentado (Mt 4,1), para experimentar en su propia persona la presión que le llegaba desde las diferentes expectativas sociales y clarificar la propuesta de Dios para su pueblo, que él debía encarnar en su propia persona. No entraría Jesús dentro de las expectativas de los grupos que buscaban una redención casi reducida a las necesidades económicas del pueblo.
El pan, como símbolo de las necesidades materiales, era imprescindible para vivir, pero Jesús no podía reducir las personas y la propuesta de Dios a esta dimensión. El pueblo necesitaba también, para vivir plenamente, la palabra de Dios, que se acercaba a cada uno con todo respeto, le devolvía su dignidad y le ayudaba a ponerse en pie. Sólo la persona transformada por la palabra puede producir y compartir el pan para todos (Mt 4,3-4). Tampoco actuaría Jesús como esperaban las autoridades del templo, arrojándose del alero en un signo inapelable. Eso sería seducir a la gente, deslumbrada con un prodigio inalcanzable para los demás. Y Jesús venía a revelarnos precisamente las posibilidades que hay en nosotros. Estos signos son una tentación (Me 4,5-7). Jesús escogerá el camino de una existencia cercana y vulnerable, que puede ser acogida o rechazada. Signos asombrosos del reino brotarán en las sendas comunes, en el encuentro con la bondad humilde de Dios encarnada en Jesús. Jesús tampoco buscaría el poder político, como querían los grupos organizados, para librarse de los romanos. Eso sería dominar al pueblo. El único camino que nos libera es el de la adoración a un Dios que no quiere dominarnos, y el de un servicio que reconoce que Dios es el absoluto de donde nos llega la liberación y la vida, y se acerca a los demás de manera humilde (Mt 4,8-10), con el «delantal a la cintura» (Le 12,37). Así, Jesús escoge un camino original. Jesús no será la reducción ni la seducción ni la imposición de Dios, sino la exposición de Dios, que nos hace su propuesta de vida exponiéndose en una existencia sencilla, vulnerable y cercana, que nos busca por los caminos y plazas donde se mueve nuestra vida.
Al final de ese tiempo largo de discernimiento, dice Mateo que «se acercaron unos ángeles y se pusieron a servirle» (Mt 4,11). Es una forma de expresar la reconciliación profunda de Jesús en su decisión confirmada. Clarificados y vencidos los demonios en el desierto, también los combatirá después entre la gente, tanto en sus enemigos como en sus amigos. El diablo «se marchó hasta su momento» (Le 4,13), pues la tentación y el discernimiento duran toda la vida.
Amar con pasión
En medio de tanta cultura del instante y la apariencia, amar con pasión, con toda intensidad, más allá de las sensaciones ásperas o placenteras y de los episodios de éxito o de fracaso, es una necesidad fundamental del corazón. Somos imagen de un Dios que ama infinitamente, sin reservas ni exclusiones. En Dios no existe un amor calculado en tantos por ciento según las conveniencias y las personas. Dios nos ama a cada uno de nosotros al cien por cien, con pasión infinita, y desde el primer momento de nuestra existencia establece con nosotros una relación única y diferente, que se va construyendo en diálogo con nuestras respuestas y con todas las situaciones que nos afectan. Ratifica Jesús la respuesta del jurista: «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con toda tu mente» (Le 10,27). Y dentro de este amor «total» se sitúa el amor al prójimo, de una manera especial al asaltado que está medio muerto y despojado de todo al borde del camino.
El amor «total» a Dios polariza toda nuestra persona y contagia de absoluto el encuentro con toda otra persona y situación. El pecado de la iglesia de Laodicea (Ap 3,14-21) era la tibieza. Ni se había enfriado completamente ni había fuego en su corazón. Se creía rica en su felicidad medida y confortable, presa de sus bienes, avalada por su contabilidad. «Sé ferviente y enmiéndate» (v. 19). Era el fervor del fuego el que necesitaba avivar dentro de sí. Los vacíos de un corazón que no ama apasionadamente se llenan de adicciones. Podemos quedar «enganchados» a las drogas que nos brindan la evasión, el entretenimiento, el juego o el mismo trabajo sin pausa, que suprime los espacios gratuitos de la vida. Podemos quedar presos de relaciones sin libertad, de puestos que nos inmovilizan como un veneno porque se apoderan de nosotros. Entonces disminuye la creatividad, la audacia para salir hacia el futuro, para romper los esquemas que nos tienen cautivos. Tendremos pavor a estrenar lo nuevo saliendo de nuestras viejas rutinas circulares, al fracaso, a la descalificación social, al compromiso definitivo. Todos los días vemos a personas que han caído en adicciones porque de repente han sentido su corazón roto, vacío, y no han logrado encontrar la pasión necesaria para fundir sus pedazos y rehacer su intimidad.
Nuestra manera de amar se ve negativamente afectada hoy por el eclipse de las utopías, que puede paralizar a las personas sin descubrir lo que hay de absoluto en las pequeñas iniciativas, por tantos fracasos en las relaciones matrimoniales que llenan a muchos jóvenes de miedo paralizante ante un compromiso que puede atravesar momentos muy dolorosos, y por la multiplicidad de referentes religiosos en un universo fragmentado. Las «sospechas» que ensombrecen a las personas e instituciones más sagradas nos llenan de inseguridad y de miedo. Pero también encontramos a personas que, por amor apasionado a alguien o a algo, son capaces de atravesar las mayores dificultades. Por la posibilidad de brillar unos segundos en una olimpiada, los atletas se encierran en las sombras de un gimnasio, sometidos durante años a rutinas implacables. Por buscar un futuro mejor para su familia, muchos emigrantes arriesgan lo que son y lo que tienen en pequeñas embarcaciones, para encontrar la prometida e incierta mejora en los países del Norte. Por encontrar la curación de una enfermedad, hay científicos que se hunden en el silencio de los laboratorios y apuestan sus esfuerzos de toda la vida por caminos sin explorar. Un corazón sin pasión renuncia a sufrir y a vivir en plenitud, y escoge las adicciones como sustitutos de la creatividad arriesgada que se abre al futuro. Jesús nos amó con pasión:
«Ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros antes de mi pasión» (Le 22,14). «Amó hasta el extremo» (Jn 13,1), hasta el final de su posibilidad de amar y hasta su último aliento. Sólo un amor así nos revela plenamente quién es Dios, y cómo nosotros nos realizamos como personas humanas enfrentando el mal en todas sus manifestaciones. Dejar «todo» lo que ya tenemos por la «perla» y el «tesoro» prometidos se nos hace difícil. Pero, si no lo dejamos, podemos quedar «pasmados» a mitad de camino. Sólo el que ama con pasión puede saborear lo que hay ya ahora de vida eterna, imperecedera, en los episodios sencillos de la vida cotidiana.
La pasión de amar Jesús ama con pasión y ve de una manera diferente y nueva la realidad presa por la mirada de los dirigentes de la sinagoga. Descubre el reino de Dios queriendo abrirse paso dentro del pueblo con posibilidades nunca imaginadas. Los pecadores son buscados por Dios, por plazas y caminos, con pasión infinita. Los enfermos pueden sanar. La vida de unos pescadores, reducida a la rutina de las redes y la barca, se puede transformar en servicio a la novedad del reino, que Jesús ve asomar por todas partes, como los brotes de las higueras en la primavera rompiendo la cascara endurecida durante el invierno (Le 21,29). Por otro lado, ve a los dirigentes judíos presos de unos ritos que cumplen como «adictos» y que no les permiten crear dentro de sí un espacio para acoger la novedad que llega como sorprendente regalo del Padre.
La presencia de un amor sin límites en la persona de Jesús crea una vida nueva en personas descalificadas por la sociedad, en los terrenos aparentemente menos favorables. Esta novedad rompe con los viejos esquemas de lo puro y lo impuro, los últimos y los primeros, choca contra el orden ciudadano y profundiza la interpretación de la ley hasta el escándalo y el conflicto. Jesús se siente impulsado por el dinamismo del Espíritu, que lo lleva a recorrer los caminos en una vida desinstalada, a trabajar superando todo tipo de obstáculos. Pero lo nuevo crea conflicto con lo instalado, que se siente amenazado en su seguridad religiosa y social. Jesús se compromete con esa novedad para apoyarla en su fragilidad de vida incipiente y para defenderla de todas las fuerzas que la amenazan.
El conflicto con la sinagoga y con toda la estructura social es tan fuerte que Jesús tiene que llegar hasta la misma Jerusalén para anunciar la novedad del reino en el centro mismo del poder, aunque este gesto le lleve a la confrontación máxima y a la pérdida de la vida. Jesús vino para vivir en plenitud y para que tengamos vida en abundancia; pero amar con esta pasión, que recrea la vida sin límite, nos impulsa a un trabajo hasta el extremo y crea conflicto con las personas y las instituciones que defienden lo viejo. Amar así conduce al sufrimiento y a la muerte. Amar con pasión no significa arder y consumirse en el propio fuego con un romanticismo sin discernimiento, desconectado de la realidad, sino que provoca una transformación tal de la persona que la hace capaz de comprometerse con el nacimiento de la vida nueva. La capacidad de asumir el dolor e incluso la muerte por lo que uno ama y crea naciendo del amor, surge desde las más profundas raíces de nuestro ser. Amar con pasión nos conduce a las mayores alegrías, pero nos puede arrastrar también a la pasión. Y cuando una persona ha atravesado la pasión sin desintegrase, porque ama, entonces la alegría tiene una hondura inigualable. Es la alegría de la pascua. Sólo amar con pasión nos permite afrontar de manera creadora la pasión.
El desafío más grande es situar en esta hondura del amor todo sufrimiento, el propio y el de los demás; el que comprendemos como razonable, porque da su cosecha como lo esperamos en el tiempo oportuno, y el incomprensible, el que desborda cualquier matemática nuestra, el que nos sitúa dentro del escándalo que hace preguntas a un Dios mudo que no responde, como el grito desgarrado de Jesús nacido de la oscuridad y la angustia extrema: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Sólo «al tercer día» responde Dios, cuando tal vez ya no hay ni lucha ni preguntas, cuando nuestro silencio se ha convertido en una página en blanco donde Dios se dibuja de manera nueva y cercana. Antes de enfrentar la muerte última, atravesamos a lo largo de la vida situaciones de muerte donde, después de haber luchado hasta el final, se nos acaban las fuerzas y razones, y tenemos que esperar en «el sepulcro» tres días hasta que se estructure toda nuestra persona en torno a una nueva sabiduría que aparece dentro de nosotros como una sorpresa regalada.
El «fuego ardiente encerrado en los huesos» (Jr 20,9), que Jeremías sentía en la hondura de su alma y de su cuerpo, es la pasión del amor entre Dios y Jeremías. En lo hondo del fracaso de su predicación, de la amenaza de su vida, de la pérdida de los amigos, arde ese fuego del amor apasionado que Jeremías intenta apagar para retirarse de su misión, pero no lo consigue. Desde ese fuego encontrará Jeremías una nueva consistencia para el compromiso y el canto (Jr 20,11-13). Resucitamos desde la misma profundidad en que morimos.
Somos la pasión y la resurrección de Dios
En nuestra propia persona y en la solidaridad con los crucificados de la historia somos la pasión de Dios que trabaja, sufre y muere en nosotros. En la novedad de la transformación personal y en la novedad que ofrecemos al mundo, somos la resurrección de Dios que se expresa en nosotros, en nuestra carne transfigurada, al mismo tiempo herida por los límites y en paz, sufriente y con alegría. «Paseamos continuamente el suplicio de Jesús en nuestro cuerpo, para que también la vida de Jesús se transparente en nuestro cuerpo (2 Cor 4,10).
Un desafío de futuro
En realidad, la vida de todo cristiano debe estar atravesada por esta pasión por Dios y por su reino. La pasión por Dios es inseparable de la pasión por su reino. Laicos y religiosos vivimos la misma y única pasión, aunque la síntesis personal acentúe dimensiones distintas. Muchas veces, tanto laicos como religiosos nos encontraremos juntos en el mismo trabajo apostólico, en la educación, la salud, la promoción social, la catequesis... Pero cada uno pone el acento de su vocación particular, y así se convierte en una palabra para el otro. El religioso dice al laico que no hay más absoluto que Dios, y que Él es la última dimensión del corazón humano y de la historia. Con Él todo es posible, y sin Él nos quedamos a mitad de camino. Es absolutamente imprescindible darle tiempo a este encuentro sin orillas que debe alcanzar toda la persona. Por su parte, el laico le recuerda al religioso que no se puede quedar en un amor a Dios que no pase por las tareas y personas cotidianas, porque es ahí donde se expresa y se verifica la calidad del amor a Dios, que hace nuevas todas las cosas. Cuando hemos conectado con la pasión absoluta con que Dios nos busca a nosotros, y nos dejamos adentrar en ese encuentro sin fin, estamos situándonos en el único fundamento siempre nuevo. Desde ahí podremos vivir de manera creadora, y nos llegará la dosis exacta de futuro que nosotros podremos transformar.
Sed de Ser - Un Cortometraje Contemplativo sobre la Experiencia Mística
Adaptación del libro homónimo de Javier Melloni, Sed de Ser es una invitación a sumergirnos en nuestra naturaleza más profunda para saciar el anhelo de plenitud tan humano y universal que nos caracteriza.
"Si no existiera el agua, no tendría sed, si no existiera el pecado no necesitaría perdón, si no viviera Dios, no necesitaría Amor". Juan Manuel Navarro
La oración es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre.
San Agustín. "Jesús es Dios, por lo tanto Su Amor y Su Sed son infinitos. El, Creador del universo. Pidió el amor de sus criaturas. Tiene sed de nuestro amor.... Estas palabras: "Tengo sed" ¿Tienen un eco en nuestra alma?." Madre Teresa de Calcuta
Sed de nuestra Sed
(Dios "tiene sed de nuestra sed".
San Gregorio Magno)
Tienes sed de nuestra sed, hambre de nuestro cariño, necesidad de saber que por amor te seguimos;
duros de oído y cabeza
para entender tu mensaje,
acoges a quien te reza
y te empeñas en llamarle.
No se trata de teorías
ni fórmulas complicadas,
de resolver aporías
ni de conquistar montañas;
la ciencia que necesito
para poder conocerte
es el amor que has escrito
en el fondo de mi mente:
Creo en el Dios de Jesús y de María, el Dios de los bienaventurados, sencillos y sabios humildes como Abraham y Sara; Isaac y Rebeca; Jacob y Raquel. Y no el de los expertos racionalistas e ideologistas teólogos y entendidos escribas de todos los tiempos, El Mismo JesuCristo nunca los eligió ni como apostóles ni como discípulos. Ni antes ni ahora. Soy Venezolano, Maracucho/Maracaibero, Zuliano y Paraguanero, Falconiano; Soy Español, Gallego, Coruñés e Fillo da Morriña; HISPANOAMÉRICANO; exalumno marista y salesiano; amigo y hermano del mundo entero.
La Línea Editorial de este Rincón es la Veracidad y la Independencia imparcial.
¡¡¡ Que El Señor de La Comunicación, de La Amistad, de La Paz con Justicia, te bendiga, te guarde, te proteja, siempre... AMÉN !!! ________________________________
¡La Paz del Señor sea contigo!
¡Shalom aleijem!
¡As Salam ie aleikum!
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#YoTambiénSoyCristianoPerseguido
#NoEstánSolos: Ya estamos hartos de que los criminales exterminen a los cristianos solo por su fe. Ha llegado la hora de movilizarse y defenderlos. Basta de cobardía. Se valiente y osado frente a los asesinos y defiende con ardor tu fe y a los que son perseguidos por la horda. Coloca en tu página el símbolo creado por el movimiento en defensa de los cristianos perseguidos para la campaña mundial que se ha iniciado para que no nos olvidemos de todos aquellos que están siendo perseguidos y masacrados por ser cristianos. El símbolo del centro es la letra N del alfabeto árabe, con la que los yihadistas están marcando las casas de los Nazarenos, que es como ellos llaman a los cristianos. Juntos hagamos que no se olviden aquellos hermanos perseguidos en todo el mundo por amar a su Dios. #NoEstanSolos #PrayForthem #ن #YoTambiénSoyCristianoPerseguido #Iglesia #Kenya #Siria #Irak #Afganistán #ArabiaSaudí #Egipto #Irán #Libia #Nigeria #Pakistán #Somalia #Sudán #Yemen y otros...
EL SILENCIO CULPABLE
QUE LA LUZ BRILLE SOBRE TI, TIERRA FÉRTIL #SOSVENEZUELA
VENEZUELA UN PAÍS PARA QUERER Y PARA LUCHAR
“Nací y crecí en un lugar donde dicen ” Pa’lante es pa’llá”, donde se pide la bendición al entrar, al salir, al levantarte y al acostarte, donde se comen arepas, cachapas y espaguetti con diablito, donde se menea el whisky con el dedo, donde se respira alegría aún en las adversidades, donde se regalan sonrisas hasta a los extraños, donde todos somos panas, donde aguantamos chalequeos, donde se trata con cariño sincero, donde los hijos de tus amigos son tus sobrinos, donde la gente siempre es amable, donde los problemas se arreglan hablando y tomando una cervecita, donde no se le guarda rencor a nadie y donde nadie se molesta por tonterías, donde hasta de lo malo se saca un chiste, donde besamos y abrazamos muchísimo, donde expresamos con cariño nuestros sentimientos, donde hay hermosas playas, ríos, selvas, montañas, nieve, llanos, sabana y desierto, un país de gente bella, cariñosa y alegre donde se mezclaron armoniosamente las razas, donde el extranjero se siente en casa y donde siempre encontramos cualquier motivo para celebrar con los amigos. Nací y crecí en VENEZUELA, me siento orgulloso de ser venezolano y seguiré manteniendo mi espíritu venezolano en cualquier lugar del mundo”
¡NO TE RINDAS!
♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥ Si la angustia te seca, si la ansiedad te asfixia, si la tristeza te ahoga, si el pesimismo te ciega... llora, grita, comunícate, exterioriza tu dolor.... pero JAMÁS te rindas.
Levanta tu mirada, respira hondo... ¡LUCHA..! amig@...lucha ... PORQUE Sí hay salida. Sí hay sentido. Sí hay ESPERANZA. Levanta tus manos y pide ayuda.
No te des por vencid@...y poco a poco verás La Luz. NO te rindas amig@, lucha. NO ESTÁS SOL@.
PORQUE VERÁS QUE SÍ VALIÓ LA PENA... ♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥
LA FUERZA INVENCIBLE DE LA FE
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"Ya veis que no soy un pesimista, ni un desencantado, ni un vencido, ni un amargado por derrota alguna. A mí no me ha derrotado nadie, y aunque así hubiera sido, la derrota sólo habría conseguido hacerme más fuerte, más optimista, más idealista, porque los únicos derrotados en este mundo son los que no creen en nada, los que no conciben un ideal, los que no ven más camino que el de su casa o su negocio, y se desesperan y reniegan de sí mismos, de su patria y de su Dios, si lo tienen, cada vez que le sale mal algún cálculo financiero o político de la matemática de su egoísmo.
¡Trabajo va a tener el enemigo para desalojarme a mi del campo de batalla! El territorio de mi estrategia es infinito, y puedo fatigar, desconcertar, desarmar y doblegar al adversario, obligándolo a recorrer por toda la tierra distancias inmensurables, a combatir sin comer, ni beber, ni tomar aliento, la vida entera; y cuando se acabe la tierra, a cabalgar por los aires sobre corceles alados, si quiere perseguirme por los campos de la imaginación y del ensueño. Y después, el enemigo no podrá renovar su gente, por la fuerza o por el interés., que no resisten mucho tiempo, y entonces, o se queda solo, o se pasa al amor, que es mi conquista, y se rinde con armas y bagajes a mi ejército invisible e invencible...."
(Fragmento de una página del discurso de Joaquín V. González "La universidad y alma argentina" 1918). ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
COMBATE Y DENUNCIA A LOS PEDÓFILOS (PEDERASTAS)
SEÑOR, TE PEDIMOS QUE PROTEJAS A L@S NIÑ@S, TE LO PEDIMOS EN EL NOMBRE DE JESÚS. AMÉN. ¡Ay de aquel que escandalice a uno de estos pequeñitos! Mejor le fuera que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojaran al mar, que hacer tropezar a uno de estos pequeñitos....... Lc 17,1-2 -- ÚNETE Y DENUNCIA --
SI LOS MEDIOS CALLAN, EL PUEBLO GRITA...
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Cuando existe la esperanza, todos los problemas son relativos
EL SENTIDO COMÚN ES IMPRESCINDIBLE PARA EL BIEN COMÚN Y PARTICULAR
SOMOS ANTI-OBSOLESCENCIA: NUESTRA CALIDAD TIENE VALOR
OBSOLESCENCIA ES LA planificación o programación del fin de la vida útil de un producto o servicio de modo que este se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible tras un período de tiempo calculado de antemano, por el fabricante o empresa de servicios, durante la fase de diseño de dicho producto o servicio, nos conduce al CONSUMISMO exacerbado, por culpa de algo evitable, destruimos recursos, planeta y dinero por algo que podríamos tener durante mucho tiempo.