Caminar juntos al Infierno:
El Sínodo de la Sinodalidad no es católico
La palabra “sínodo” (del griego, συνοδία “sinodía”) significa “caravana” y esta palabra aparece solo una vez en las Sagradas Escrituras, concretamente en Lc. 2,41, que dice así:
“Sus padres iban cada año a Jerusalén, por la fiesta de Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron, según la costumbre de la fiesta; mas a su regreso, cumplidos los días, se quedó el niño Jesús en Jerusalén, sin que sus padres lo advirtiesen. Pensando que Él estaba en la caravana, hicieron una jornada de camino, y lo buscaron entre los parientes y conocidos. Como no lo hallaron, se volvieron a Jerusalén en su busca. Y, al cabo de tres días lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándolos e interrogándolos; y todos los que lo oían, estaban estupefactos de su inteligencia y de sus respuestas”.
Como vemos, el Sínodo, según el Evangelio, es esa «caravana» en la que, regresando de Jerusalén a Nazaret, los peregrinos judíos “caminaban juntos”, “en salida”, alejándose cada vez más de la ciudad santa de Jerusalén.
Entonces San José y la Virgen María se dan cuenta de que Jesús no está en esa “caravana”, preguntan entre sus familiares y conocidos, y al no encontrarlo por ninguna parte terminan saliéndose del «sínodo» y acuden al encuentro de Jesús, Quien estaba enseñando la Verdad a los «maestros» de la Ley en el Templo.
No es casualidad, sino Providencia y un claro signo del Cielo, el paralelismo que hay entre este pasaje del Evangelio y la situación que estamos viviendo actualmente en la Iglesia.
Hoy se habla mucho del sínodo de la sinodalidad, pero son muy pocos los católicos que entienden lo que es. Por eso, vamos a explicar en detalle qué es y cómo está afectando a la vida de la Iglesia. Responderemos a todo lo que tienes que saber sobre el sínodo de la sinodalidad y te pedimos que compartas este vídeo con todas aquellas personas a las que les pueda ayudar.
¿Qué es el Sínodo de la Sinodalidad?
En octubre de 2021, el Vaticano convoca una consulta mundial para que lo que llaman el “Pueblo santo de Dios”, movido e inspirado por el “espíritu”, manifieste su opinión sobre qué rumbo debe seguir la iglesia a partir de ahora.
Esta sola afirmación ya plantea varios problemas: El primero es que la Iglesia siempre ha tenido claro el rumbo y la misión que debe seguir porque fueron establecidos por el mismo Cristo, justo antes de Su Resurrección:
“Id por el mundo entero, predicad el Evangelio a toda la creación. Quien creyere y
fuere bautizado, será salvo; mas, quien no creyere, será condenado” Marcos, 16,15
¿Qué otra misión debe realizar la Iglesia, que la de llevar a todo el mundo la Verdad para que todos los hombres puedan ser salvos?, ¿En qué momento esta misión ha quedado abolida de forma que hay que plantearse un nuevo rumbo?
El segundo problema es que este discernimiento tenga que ser realizado por el “Pueblo santo de Dios” en su conjunto, como si de una democracia se tratara. Para justificarlo, se escudan en que todos los bautizados son “sacerdotes, profetas y reyes” y por tanto todos tienen un “carisma” para poder recibir las inspiraciones, “las novedades y las sorpresas” de un “espíritu”, que según dicen, sopla por donde quiere. Este “espíritu” al que deliberadamente suelen quitarle el “santo”, que en el catolicismo hace referencia a la tercera persona de la Trinidad, parece más bien ser ese espíritu de engaño del que nos alerta San Pablo en 1 Timoteo 4. Además, dice el Señor en Juan 16,12, que “el Espíritu Santo recibirá de lo que es mío y os lo dará a conocer”, por lo que estas novedades y sorpresas que no están en el Evangelio, no pueden venir del Espíritu Santo.
¿En qué consiste el Sínodo de la Sinodalidad?
El Sínodo de la sinodalidad comenzó a nivel diocesano en 2021 con la participación de las parroquias, las congregaciones religiosas, los movimientos y asociaciones eclesiales, como cofradías, centros de enseñanza y grupos de oración.
Pero esta invitación a opinar sobre el futuro de la Iglesia también se abrió a otros grupos y asociaciones civiles, sociales y políticos, que nada tienen que ver con la Iglesia Católica. Así, por ejemplo, en Madrid (España) hubo un encuentro en el que participaron políticos de todas las líneas ideológicas, incluidas aquellas que son contrarias a la moral y doctrina católica.
Así se justificaba esta decisión en los documentos preparatorios del Sínodo:
“Para participar plenamente en el acto de discernimiento, es importante que los bautizados escuchen las voces de otras personas en su contexto local, incluidas las personas que han dejado la práctica de la fe, las personas de otras tradiciones de fe, las personas sin creencias religiosas”.
Frente a esta ocurrencia responde claramente San Pablo en 2 Corintios 6,15:
“No os juntéis bajo un yugo desigual con los que no creen. Pues ¿qué tienen de común la justicia y la iniquidad? ¿O en qué coinciden la luz y las tinieblas?
¿Qué concordia entre Cristo y Belial? ¿O qué comunión puede tener el que cree con el que no cree?”.
En esta primera etapa se exhortaba, además, a los obispos a recoger todas las propuestas y aprobarlas sin cuestionarlas, ni rechazar aquellas que no sean compatibles con la fe católica, sino únicamente a reflejar fielmente aquellas ideas que sean representativas de una pluralidad de individuos:
“Se invita a los obispos a identificar las formas que sean más oportunas para llevar a cabo su propia tarea de validación y aprobación del Documento Final, asegurándose de que sea el fruto de un proceso auténticamente sinodal, respetuoso con el proceso realizado y fiel a las diferentes voces del Pueblo de Dios en cada continente.” (Documento de trabajo para la etapa continental del Sínodo de la sinodalidad, punto 108.)
Sobre este asunto escribió el obispo auxiliar de Bois-le-Duc (Países Bajos), Rob Mutsaerts, en su blog:
“Aparentemente, el cargo de obispo se reduce a la mera aplicación de lo que, en última instancia, es el máximo común denominador como resultado de una cascada de opiniones”.
¿Y cuáles fueron las conclusiones que se recogieron en esta fase diocesana?
Veamos algunos ejemplos:
En la diócesis de Valladolid (España) apostaron por convertir la toma de decisiones en un proceso democrático:
Dicen que «las decisiones en la Diócesis deben ser consensuadas y fruto de una mayoría participativa».
Y manifestaron la «dificultad de comprender el significado de la Eucaristía y su lenguaje. Se necesita que sean más vivenciales, y participativas, adaptadas al lenguaje y a la sensibilidad actual…
También insisten en su «preocupación por el reconocimiento de la misión de la mujer en la Iglesia”.
Plantean el Diaconado de las mujeres, desvincular el celibato del sacerdocio y «desarrollar una actitud acogedora hacia las personas de diferente condición sexual y los nuevos modelos de familia».
No, no es el camino sinodal alemán, ni los obispos belgas, son las propuestas de la diócesis de Valladolid.
Veamos más ejemplos. La diócesis de Barcelona denuncia “la falta de coherencia entre lo que se predica y lo que se hace: se predica “Amar a todos” y no se ve bien el amor entre personas del mismo sexo».
Perciben a la Iglesia como “jerárquica, autoritaria, machista, antidemocrática” y lamentan que las mujeres “no puedan asumir los ministerios diaconales y presbiterales”.
Afirman que hay que buscar «una Iglesia que adapta los diferentes ministerios abriendo la posibilidad al celibato opcional o la posibilidad del acceso al presbiterado de hombres casados».
Defienden que hay que simplificar el lenguaje de la fe (…), especialmente el lenguaje de las celebraciones litúrgicas (palabras, gestos, símbolos, etc.)».
Y solicitan «una Iglesia que establezca procesos claramente sinodales en los nombramientos de los párrocos y obispos».
En Madrid, por su parte, les preocupa la «forma de abordar la autoridad»; el «papel de la mujer»; la importancia de «superar el clericalismo tanto de presbíteros como laicos», la conveniencia de «repensar la forma de celebrar» la Eucaristía para que haya celebraciones vivas y profundas; «la acogida a divorciados y personas LGTBI», los abusos sexuales, «la austeridad y la transparencia, o «el cuidado de la naturaleza».
En la diócesis de Zaragoza proponen abrir un diálogo sobre el celibato opcional, el acceso de la mujer a los ministerios, incluidos el diaconado y el presbiterado, integrar la experiencia de los sacerdotes casados y revisar y actualizar los aspectos doctrinales y morales sobre la liturgia, la mujer en la Iglesia, la moral familiar y una nueva visión sobre la sexualidad, la bioética y el cuidado de la casa común.
Veamos aún un ejemplo más, en Vitoria se plantean el objetivo de acabar con la discriminación femenina en el seno de la Iglesia, a través de una profunda reforma cultural y organizativa, que incluye abrir la opción a la ordenación sacerdotal de las mujeres. Proponen “impulsar una Iglesia que responda a esquemas más democráticos y alejados de los modelos paternalistas, y debemos evitar el modelo de Iglesia jerárquica en dos niveles -ordenados y laicado-, con una estructura vertical, cerrada y moralista. También crear espacios para la integración de las personas, aceptando su diversidad, celebrando fiestas ecuménicas, interreligiosas e interculturales. Y proponen revisar y actualizar los textos del Misal y piden una menor rigidez en la ejecución de los signos litúrgicos, para que estén más encarnados en la mentalidad actual.
Como vemos hay una gran unanimidad en ciertos temas que se repiten una y otra vez y que tienen algo en común: suponen un ataque a la esencia de la propia Iglesia en sus estructuras, en su doctrina y en su liturgia. Lo que proponen es, en definitiva, la creación de una iglesia diferente.
Todas estas propuestas a nivel diocesano son recogidas por las conferencias episcopales nacionales y sintetizadas en un nuevo documento que igualmente debe expresar la mayor pluralidad de opiniones posibles.
Siguiendo con el ejemplo de España, el documento de la Conferencia Episcopal Española recoge “la polarización entre diversidad y unidad, entre tradición y renovación en la liturgia y en el lenguaje; y la polarización entre Iglesia piramidal e Iglesia sinodal (que se manifiesta en nuestras estructuras)”. Vemos claramente expresado lo que hemos dicho antes, la propuesta es un cambio a nivel doctrinal, litúrgico y estructural.
También lamenta el documento “la dificultad y el rechazo al encuentro con lo diverso, lo diferente, especialmente cuando puede causar escándalo o incomodidad, en temas como los pobres, los marginados, las personas con discapacidad, el mundo de la inmigración, las personas con situaciones familiares o afectivas diversas o aquellos que se alejaron de la Iglesia o que nunca formaron parte de ella.
Para ello proponen: Potenciar la acogida a cuantos se sienten excluidos por su procedencia, situación afectiva, orientación sexual u otros motivos.
Reconocer definitivamente el papel de la mujer en la Iglesia y fomentar su participación, plena y en condiciones de igualdad, en todos los niveles de la vida eclesial y en el gobierno de las instituciones.
Cuidar la liturgia a través de la formación y de una mayor comprensibilidad de sus ritos y contenidos
Vemos cómo los mismos temas se vuelven a repetir y pasan un nuevo filtro a nivel nacional para encaminarse a la siguiente fase del proceso. En este punto no podemos dejar de señalar la gravedad de que aquellos cuya misión primordial es salvaguardar el depósito de la fe, emitan un documento en el que se abre la posibilidad de cambiar todo aquello que deberían custodiar.
Con las conclusiones de todas las conferencias episcopales nacionales se elabora después un nuevo documento a nivel continental. En la síntesis europea encontramos lo que parece el manifiesto fundacional de una nueva iglesia, llamada sinodal, que es necesario construir para poder vivir más plenamente según “los signos de los tiempos”, es decir, del mundo. Y para justificarlo muestran el poco amor que tienen a la Iglesia Católica a la que definen como rígida, clerical, jerárquica, machista, abusadora, fría, burocrática, que hiere a las personas… La idea fundamental que hay detrás es que esta Iglesia tan odiosa tiene que desaparecer y es necesario construir algo nuevo.
El resultado es un documento farragoso, lleno de contradicciones, ambigüedades, espacios comunes políticamente correctos, en el que se afirma lo que se niega y se llena de palabras vacías y confusas y expresiones que significan lo contrario de lo que dicen. Esta es la principal razón por la que nadie entiende que es esto de la sinodalidad y se percibe como algo ajeno, muy distante y contrario a la claridad y la sencillez del lenguaje evangélico.
Entre las prioridades para la Iglesia en Europa están:“Profundizar en la práctica, la teología y la hermenéutica de la sinodalidad. Redescubrir algo antiguo que pertenece a la naturaleza de la Iglesia y que es siempre nuevo. Estamos dando los primeros pasos de un camino que se abre a medida que lo recorremos”.
¿Cómo es posible que algo que pertenece a la naturaleza de la Iglesia rompa con 2000 años de tradición y sea también un camino nuevo por recorrer? Este es un ejemplo de las numerosas referencias del texto en el que en la misma frase se afirma una cosa y la contraria, sin ruborizarse. Otra de las prioridades es “afrontar el significado de una Iglesia completamente ministerial como horizonte en el que insertar la reflexión sobre carismas y ministerios (ordenados y no ordenados) y sobre las relaciones entre ellos”.
Esta verborrea significa que se van a inventar nuevos “ministerios laicales”, que los van a poner al mismo nivel que a los “ministerios ordenados”, es decir, a obispos, sacerdotes y diáconos, para que sea más fácil aprobar cosas como el celibato opcional, la admisión de sacerdotes casados, las mujeres ordenadas, etc. Respecto a las mujeres es prioritario “Tomar decisiones concretas y valientes sobre el papel y sobre una mayor implicación de las mujeres dentro de la Iglesia a todos los niveles, también en los procesos de decisión” También es prioritario “explorar modos para un ejercicio sinodal de la autoridad”, “aclarar los criterios de discernimiento para el proceso” y “cuidar la formación en sinodalidad”.
Esta obsesión con imponer una sinodalidad repleta de criterios humanos, en los que Dios no aparece por ninguna parte y que no se parece a nada de lo que ha enseñado la Iglesia antes, revelan una nueva doctrina como aquellas de las que nos advierte san Pablo en Hebreos 13,9, cuando dice:
“No os dejéis llevar de acá para allá por doctrinas abigarradas y extrañas” Respecto a la liturgia, es prioritario “considerar las tensiones en torno a la liturgia de manera que se vuelva a comprender sinodalmente la eucaristía como fuente de la comunión.
Aquí, aunque no se atreven a decirlo más claro, están hablando de la creación de un nuevo rito litúrgico, basado en la inculturación, en el que las comunidades de fieles se sientan en comunión consigo mismos y con las costumbres, el lenguaje, los signos y los gestos propios de su lugar de procedencia. Es decir, la liturgia no como un rito de culto a Dios, sino como una celebración y exaltación de la cultura humana; y la Eucaristía no como el cuerpo y la sangre de Cristo, sino como un encuentro fraterno de personas que tienen un vínculo cultural o emocional.Esto queda confirmado con la última de sus prioridades: “renovar el sentido vivo de la misión, superando la fractura entre fe y cultura para volver a llevar el evangelio al sentir del pueblo, encontrando un lenguaje capaz de articular tradición y renovación, pero caminando sobre todo junto a las personas en vez de hablar de ellas o a ellas.
Renovar la misión de la Iglesia significa cambiar el “Id por el mundo entero, predicad el Evangelio a toda la creación” que mandó Cristo por “adaptar el Evangelio al sentir del pueblo” y no proclamar la Verdad, sino caminar o convivir con quienes están en el error, sin buscar su conversión. Vemos ejemplos vivos de esto cuando en la JMJ de Lisboa se afirma que el objetivo no es convertir a los jóvenes a Cristo o cuando se dice “que todas las religiones llevan a Dios”.
Esto que es la síntesis europea, tiene su equivalencia en el resto de documentos continentales, y es la hoja de ruta que han fijado para demoler la Iglesia Católica desde dentro y desde arriba, pero haciendo parecer que surge desde abajo y por inspiración divina.
Veamos, por ejemplo, algunas frases de la síntesis de América del Norte: Sobre las mujeres afirman que la iglesia sinodal «es un espacio real donde podemos permitir que las mujeres y algunas de las personas más marginadas de la Iglesia realmente asuman roles de liderazgo”.
«No puede haber una verdadera corresponsabilidad en la Iglesia sin el pleno respeto a la dignidad inherente de la mujer»
«Los delegados también mencionaron a las mujeres como un grupo marginado en la Iglesia.”
«Los delegados propusieron el examen de una variedad de aspectos de la vida de la Iglesia, incluyendo los roles de toma de decisiones, liderazgo, y la ordenación. El fiel reconocimiento de la dignidad bautismal de la mujer es central en el discernimiento de estas cuestiones. Un llamado que se escuchaba con frecuencia era que “hay que abrir más espacio para ellas, sobre todo en la mesa de decisión» Sobre la omnipresencia y la centralidad de la sinodalidad defienden:
“La necesidad de formación para la sinodalidad, para la escucha profunda, la corresponsabilidad, la acogida y la salida a las periferias”.
“Una formación más profunda nos permite presentar la belleza de nuestra fe, en lugar de una lista de reglas.»
Sobre la diversidad y el nuevo sentido de la Eucaristía:
«Se reconoció que no podemos vivir plenamente nuestra dignidad y responsabilidad bautismales sin abordar las áreas en las que nuestra comunión con los demás, y por tanto nuestra comunión con Cristo, se ve estresada casi hasta el punto de ruptura».
«Uno de los principales factores que se vio que rompía la comunión fue la experiencia de muchos de que ciertas personas o grupos no se sienten bienvenidos en la Iglesia. Los grupos nombrados durante la Etapa Continental incluyeron mujeres, jóvenes, inmigrantes, minorías raciales o lingüísticas, personas LGBTQ+, personas que están divorciados vueltos a casar sin una anulación, y personas con diversos grados de capacidades físicas o mentales.»
«Es necesario diferenciar entre la importancia de la enseñanza y la necesidad de darles la bienvenida a la Iglesia, especialmente en lo que se refiere a nuestros hermanos y hermanas LGBTQ+».
“La Iglesia tiene que saber ser familia de Dios, abierta, receptiva”.
Vemos aquí de nuevo cómo se meten en un mismo saco situaciones personales, psicológicas y sociales distintas, como si fueran lo mismo: como si tener una discapacidad o ser mujer fuera un impedimento para estar en la Iglesia o fuera lo mismo que abandonar a tu mujer para irte con otra o mantener relaciones homosexuales. Esta falacia que ya hemos visto tantas veces repetida, asume como verdadera la ideología de género y da validez a los prejuicios y mentiras que se difunden sobre la Iglesia. Esta promoción de la leyenda negra se ve también implícita cuando dicen que:
«La esperanza es que, al volverse más sinodal, la Iglesia crearía “espacios seguros donde las personas pueden hacer sus preguntas reales sobre las enseñanzas de la Iglesia sin juicio ni castigo”. Hablan de la Iglesia como si hubiera fracasado en su misión y fuera necesario buscar la salvación en otras religiones: “¡Ya no vivimos en un mundo cristiano! Tenemos que reconocer eso para que podamos seguir adelante. Esto debería implicar asociarnos con otros.
¿Cómo es el ecumenismo en este momento? ¿Cómo podemos trabajar con personas de otras religiones?”.
¿Cómo no van a salir estas barbaridades si a quienes se les ha consultado sobre cómo tiene que ser la Iglesia es en gran medida a personas que no pertenecen a ella? Lo grave, insistimos, es que todo esto haya sido validado por los obispos.
Igualmente, en la síntesis de América Latina, se recogen frases y comentarios inquietantes, que siguen el mismo patrón de los ejemplos que hemos visto anteriormente: “En el espíritu de Jesús hay que “ser inclusivos con los pobres, comunidades LGTBIQ+, parejas en segunda unión, sacerdotes que quieran regresar a la Iglesia en su nueva situación, las mujeres que abortan por temor, los encarcelados, los enfermos”.
Es “necesario crear e instituir nuevos ministerios, en especial para las mujeres”. Muchas voces consideran urgente la institución del diaconado femenino, reconociendo lo que se vive en varias comunidades. De manera especial se pide que la asamblea general de octubre aborde esta temática, impulsando la revisión de la teología y de las formas de una Iglesia ministerial, la formación y el perfil de los ministros, instituidos y ordenados, y la apertura de algunos ministerios a las mujeres.
“Precisamos un diálogo abierto y sincero sobre si sigue siendo útil el tema del celibato y su relación con el ministerio sacerdotal”. Además, se ha considerado favorablemente la posibilidad de la ordenación presbiteral de diáconos permanentes, así como algunos han planteado “el servicio e inclusión de sacerdotes casados y de los miembros de la vida consagrada que dejaron sus institutos”. En clave sinodal se pueden analizar la teología de los sacramentos, en especial del Bautismo y del Orden, las relaciones recíprocas entre el sacerdocio común y el ministerio ordenado, y las reformas a los ministerios y las estructuras de la Iglesia, incluyendo la reforma del ministerio del Sucesor de Pedro.
El 13 de junio de 2024, el Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los cristianos sacó un documento de estudio llamado “El obispo de Roma”, en el que precisamente se apuntaba a una reinterpretación de la función del Papa para someterlo sinodalmente, socavando su autoridad suprema y completa sobre toda la Iglesia, en favor del ecumenismo. Lo fundamenta la síntesis de América Latina, diciendo que:
“El Espíritu Santo habla a través de todo el Pueblo de Dios en su conjunto y no sólo de algunos (los obispos) o uno (el obispo de Roma, que tiene el primado). “Si el Pueblo de Dios no fuese sujeto en la toma de decisiones, no hay sinodalidad. Y si el Pueblo de Dios no es constitutivo de un organismo que toma decisiones para la Iglesia como un todo, tampoco este organismo es sinodal”. Hay que “renovar y repensar las estructuras de la Iglesia para responder a los desafíos del mundo de hoy interpretando los signos de los tiempos y un paso para ello es la reforma del Código de Derecho Canónico”.
Podríamos seguir con el resto de síntesis continentales, pero sería repetir innecesariamente lo que ya se ha explicado ampliamente. En cualquier caso, todos los documentos son públicos y pueden ser consultados por quien tenga interés en profundizar en ellos.
Con todos los documentos continentales, que recogen los documentos de las conferencias episcopales nacionales y también los documentos de las diócesis, la secretaría del Sínodo de la Sinodalidad creó un nuevo documento de trabajo como base común para la última fase del proceso.
Este nuevo documento contiene los temas que se tratarían en la asamblea del Sínodo de Obispos celebrada en el Vaticano. Lo que inicialmente iba a ser una única sesión en octubre de 2023, finalmente se extendió a una segunda sesión en octubre de 2024, ante la perspectiva de que los cambios que querían introducir no estuvieran lo suficientemente maduros y todo el proceso fuese un rotundo fracaso. Ahora, recientemente, se ha confirmado que algunas de las comisiones seguirán trabajando hasta mediados de 2025.
Aunque se llamó Sínodo de obispos, se introdujo la novedad de que participaran y tuvieran derecho a voto también laicos y religiosos, muchos de ellos defensores de doctrinas heterodoxas y heréticas, que fueron invitados a participar a dedo.
Como no podía ser de otra forma, el instrumentum laboris, hereda el mismo lenguaje confuso, oscuro y contradictorio de sus predecesores y sienta las bases para condicionar y dirigir las conclusiones que debían salir del sínodo.
Veamos algunas de sus afirmaciones:
Sobre el sentido del Sínodo de la sinodalidad y sus objetivos: “El objetivo será impulsar el proceso sinodal y encarnarlo en la vida ordinaria de la Iglesia, identificando las líneas sobre las que el Espíritu nos invita a caminar con mayor decisión como Pueblo de Dios.
“La etapa continental ha permitido también identificar (…) las situaciones que vive la Iglesia en las diferentes regiones del mundo: (…) la amenaza que representa el cambio climático con la consiguiente prioridad del cuidado de la casa común”.
“La primera fase ha renovado nuestra conciencia de que llegar a ser una Iglesia cada vez más sinodal manifiesta nuestra identidad y vocación” La sinodalidad se revela como una dimensión constitutiva de la Iglesia desde sus orígenes, aunque todavía esté en proceso de realización. La llamada radical es, pues, a construir juntos, sinodalmente, una Iglesia atractiva y concreta: una Iglesia en salida, en la que todos se sientan acogidos.
La vida sinodal no es una estrategia para organizar la Iglesia, sino la experiencia de poder encontrar una unidad que abraza la diversidad sin cancelarla, porque está fundamentada en la unión con Dios en la confesión de una misma fe. Este dinamismo posee una fuerza propulsora que empuja a ampliar continuamente el ámbito de la comunión, pero que debe asumir las contradicciones, los límites y las heridas de la historia.
Sobre la contradicción entre unidad y diversidad: “Esta atención a las Iglesias locales exige tener en cuenta su variedad y diversidad de culturas, lenguas y modos de expresión”.
Esta catolicidad se realiza en la relación de mutua interioridad entre la Iglesia universal y las Iglesias locales, en las cuales y de las cuales «se constituye la Iglesia católica, una y única» El proceso sinodal ha sido una oportunidad para empezar a aprender lo que significa vivir la unidad en la diversidad, una realidad que hay que seguir explorando, en la confianza de que el camino se irá aclarando a medida que avancemos.
Sobre la desaparición de la jerarquía y la universalización de los ministerios:
La tercera prioridad surgida de la etapa continental: la cuestión de la autoridad, su significado y el estilo de su ejercicio dentro de una Iglesia sinodal. El deseo de una Iglesia cada vez más sinodal también en sus instituciones, estructuras y procedimientos, para constituir un espacio en el que la común dignidad bautismal y la corresponsabilidad en la misión no sólo se afirmen, sino que se ejerzan y practiquen. Como Iglesia de la escucha, una Iglesia sinodal desea ser humilde, sabe que debe pedir perdón y que tiene mucho que aprender.
La segunda prioridad identificada por una Iglesia que se descubre como sinodal misionera se refiere al modo en que consigue realmente solicitar la contribución de todos, cada uno con sus dones y tareas, valorando la diversidad de los carismas e integrando la relación entre dones jerárquicos y carismáticos Temas como el reconocimiento de la variedad de vocaciones, carismas y ministerios, la promoción de la dignidad bautismal de las mujeres, el papel del ministerio ordenado y, en particular, el ministerio del obispo en el seno de la Iglesia sinodal misionera.
Sobre el ecumenismo y el sincretismo: En el camino que hemos recorrido, esto concierne con particular fuerza a las relaciones con las otras Iglesias y comunidades eclesiales, a las que estamos unidos por el vínculo de un mismo Bautismo En sintonía con el Magisterio del Concilio Vaticano II, surge el deseo de profundizar en el camino ecuménico: una Iglesia auténticamente sinodal no puede dejar de implicar a todos los que comparten el único Bautismo.
Una Iglesia sinodal está llamada a practicar la cultura del encuentro y el diálogo con los creyentes de otras religiones y con las culturas y sociedades en las cuales se inserta, pero sobre todo entre las múltiples diferencias que atraviesan a la Iglesia misma. Esta Iglesia no teme la variedad de la que es portadora, sino que la valora sin forzarla a la uniformidad. Una Iglesia sinodal promueve el paso del «yo» al «nosotros», porque constituye un espacio en el que resuena la llamada a ser miembros de un cuerpo que valora la diversidad, pero que es hecho uno por el único Espíritu.
Sobre la conversación en el espíritu, esa nueva forma de orar y discernir: Poco a poco, la conversación entre hermanos y hermanas en la fe abre el espacio para un con-sentimiento, es decir, para escuchar juntos la voz del Espíritu. En las Iglesias locales que la practicaron durante la primera fase, la conversación en el Espíritu fue «descubierta» como el ambiente que permite compartir experiencias de vida y como el espacio de discernimiento en una Iglesia sinodal. La formación para la conversación en el Espíritu es la formación para ser una Iglesia sinodal.
Sobre el nuevo sentido de las palabras comunión y eucaristía: La comunión no es una reunión sociológica como miembros de un grupo identitario, sino que es ante todo un don del Dios Trino y, al mismo tiempo, una tarea, nunca agotada, de construcción del «nosotros» del Pueblo de Dios. Es en la acción litúrgica, y en particular en la celebración de la Eucaristía, donde la Iglesia experimenta cada día la unidad radical en la misma oración, pero en la diversidad de lenguas y ritos: un elemento fundamental en clave sinodal. Desde este punto de vista, la multiplicidad de ritos en la única Iglesia católica es una auténtica bendición, que hay que proteger y promover, como también se experimentó en varias ocasiones durante las Asambleas continentales.
Sobre los cambios doctrinales y morales: En este contexto, en nombre del Evangelio, ¿qué vínculos hay que desarrollar, superando trincheras y muros, y qué refugios y protecciones hay que construir, y para proteger a quién? ¿Qué divisiones son infecundas? ¿Cuándo la gradualidad hace posible el camino hacia la comunión consumada? Instituciones y estructuras, en efecto, no bastan para hacer sinodal a la Iglesia: son necesarias una cultura y una espiritualidad sinodales, animadas por un deseo de conversión y sostenidas por una adecuada formación.
Sobre la obsesión por la formación en sinodalidad o la nueva catequesis: Necesitamos una formación integral, inicial y permanente, para todos los miembros del Pueblo de Dios. Ningún bautizado puede sentirse ajeno a este compromiso y, por tanto, es necesario estructurar propuestas adecuadas de formación en el camino sinodal dirigidas a todos los fieles. Obispos, presbíteros, diáconos, consagrados y consagradas, y todos los que ejercen un ministerio necesitan formación para renovar los modos de ejercer la autoridad y los procesos de toma de decisiones en clave sinodal, y para aprender cómo acompañar el discernimiento comunitario y la conversación en el Espíritu. La promoción de una cultura de la sinodalidad implica la renovación del actual currículo de los seminarios y de la formación de los formadores y de los profesores de teología, de manera que exista una orientación más clara y decidida hacia la formación a una vida de comunión, misión y participación.
La formación para una espiritualidad sinodal está en el corazón de la renovación de la Iglesia.
Por último sobre la introducción de un nuevo lenguaje en la iglesia y su mundanización: Numerosas aportaciones ponen de relieve la necesidad de un esfuerzo similar para renovar el lenguaje utilizado por la Iglesia: en la liturgia, en la predicación, en la catequesis, en el arte sacro, así como en todas las formas de comunicación dirigidas tanto a los fieles como al público en general, también a través de los medios de comunicación nuevos y antiguos. La renovación del lenguaje debe orientarse a hacerlos accesibles y atractivos a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sin representar un obstáculo que los mantenga alejados.
Viendo todos estos ejemplos podemos entender por qué son estos y no otros los temas que están presentes en el Sínodo y en la actualidad de la Iglesia. Y no entendemos por qué hay fieles y sobre todo obispos que se escandalizan de que se hable sobre diaconado femenino, bendiciones de parejas de homosexuales y adúlteros, celibato sacerdotal o la igualdad de las religiones, si todo ello son las “voces proféticas” sincronizadas que han salido de todas las diócesis del mundo y han sido validadas por ellos mismos.
Ahora se quejan de falta de sinodalidad, cuando se aprueban cosas sin contar con ellos, cuando el problema es que todo el proceso está viciado para que la propia participación en él sea un aval de los temas que interesan a quienes han propuesto el método.
Un proceso fraudulento que no representa a nadie, que nadie entiende y en el que nadie cree, pero nadie hace nada para denunciarlo o para detenerlo. Al final las conclusiones se van aprobando, salen nuevos documentos que terminan siendo aceptados y se avanza en la demolición de la iglesia.
Por eso, la única solución para no ser cómplice de este ataque contra la fe de la Iglesia es no participar en el engaño sinodal y oponerse a él con todas las fuerzas, aunque suponga ser misericordiado o excomulgado de una iglesia sinodal que no está fundada por Cristo, sino por Sus enemigos. Eso es lo que hicieron la Virgen María y San José, cuando se dieron cuenta de que en la caravana sinodal no estaba Jesús.
Su búsqueda fue angustiosa y difícil: tres días tardaron en encontrar a Jesús, después de dejar el sínodo y volver con humildad el camino recorrido. Así muchos hoy se sienten desorientados cuando deciden salir de la falsa iglesia sinodal para tratar de permanecer en la Iglesia de Cristo. Pero al final, Cristo siempre se hace el encontradizo con aquellos que le buscan con corazón sincero y humilde y se hace presente allá donde siempre ha estado: en la Verdad.
El “caminar juntos”, el “diálogo” o el “discernimiento” nunca pueden ser un fin en sí mismos y no sirven de nada, si no es Jesús Quien nos guía en el Camino que es Él mismo, si nuestras palabras no nacen de Su Palabra y si Su Luz no es La que ilumina nuestro discernimiento.
Así nos lo enseña el pasaje de Emaús de Lucas 24,13, cuando dos discípulos se marchaban sinodalmente de Jerusalén, caminando juntos y dialogando entre sí con razonamientos humanos que les hacen perder la fe. Entonces Jesús se hace presente en medio de ellos, les reprocha su falta de inteligencia y fe, camina con ellos y les explica las Escrituras. Ellos acogen la Palabra en Su corazón y la acogen también en su casa. Pero no es en la compañía o en la comunión humana, sino en la verdadera Eucaristía, al partir el pan que es Su Cuerpo y Su Sangre cuando reconocen a Cristo y vuelven corriendo a Jerusalén, donde estaban Pedro y los apóstoles, la verdadera Iglesia.
Después de pasar horas y horas leyendo todos estos documentos nos queda el convencimiento de que toda esta palabrería no tiene su origen en el lenguaje del Evangelio, fuente inagotable de Verdad. No es el lenguaje de los Santos Padres, que buscan con precisión explicar y enseñar la doctrina, no es el lenguaje de los santos que tratan de encerrar en palabras la inabarcable experiencia de lo que es Dios. No es el lenguaje de los papas, que con majestuosidad y autoridad confirman en la Verdad a los fieles. No es el lenguaje de aquellos predicadores que encienden en quienes los escuchan un deseo de cambiar su vida para amar más perfectamente a Dios.
Los textos sinodales utilizan un lenguaje humano, vacío, que para pretender ser elevado utiliza expresiones incomprensibles y ambiguas, que trata de apelar a sentimientos mundanos con palabras bonitas que enmascaran tras ellas sus perversas intenciones. Son textos que manosean el Evangelio, estirando su interpretación para que los textos sagrados digan lo que no dicen y se acomoden a sus ideas heréticas. Es un lenguaje de mentira y engaño que busca confundir y desviar, es un lenguaje inspirado directamente por el demonio.
Pidamos al Espíritu Santo que confunda a aquellos que desde dentro y desde arriba de la Iglesia están construyendo una nueva babel que vuelve a desafiar a Dios.
Pidamos a Nuestro Señor Jesucristo permanecer en su Iglesia mientras esta sufre la Pasión y alejarnos de aquellos que la están traicionado y de los que se han escondido por miedo.
Pidamos a la Virgen y a San José, que nos guíen y acompañen al encuentro con Jesús.
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