LA PLUTOCRACIA
WALL $TREET
Y LOS
BOLCHEVIQUES
Como puede apreciarse, el panorama general es realmente complicado. Pero, en esto Anthony Sutton tiene una gran virtud: se atiene a la documentación concreta, verificable y confirmada, de la época. La obra está literalmente sembrada de citas textuales de documentos obtenidos de los archivos del Departamento de Estado de los EE.UU., del Senado y del Congreso norteamericano, de la Inteligencia británica y de otras fuentes similarmente sólidas. No es, por cierto, una obra especulativa y prácticamente cada afirmación está respaldada por lo que Sutton mismo denomina “hard facts”, “hechos duros”, o pruebas concretas.
En primer lugar, hay que tener presente que en política nunca todo está documentado. En parte porque, como cualquier político sabe, existen cosas que sencillamente no se pueden (o no se deben) documentar. Nadie en su sano juicio firma un recibo por un soborno; rara vez se pone por escrito una orden para ejecutar una salvajada; a veces las ordenes puestas por escrito no parecen tan tremendas y las convierten en salvajadas quienes las ejecutan; las conspiraciones (que las hay, sin que eso necesariamente signifique caer en “teorías conspirativas” genéricas) por regla general, o bien no se documentan, o bien hasta se documentan mal a propósito; hay insinuaciones, sugerencias, indicaciones, guiños entre cómplices, que están más allá de cualquier documento y después de más de medio siglo se vuelven indemostrables si uno se empecina en atenerse exclusivamente a esos “hard facts”.
Además – y con esto no pretendo hacerle creer a nadie que he descubierto una novedad – los políticos mienten. No es en absoluto raro hallar que aquello que escribieron o dijeron se encuentra en las antípodas de lo que, al final, terminaron haciendo. Y muchas veces, aún cuando no mienta descaradamente, el político se ve obligado por las circunstancias e incluso por sus propios enemigos a actuar en contra de sus más íntimas y firmes convicciones. Y, para colmo, las convicciones tampoco son algo forzosamente invariable a lo largo de la vida de una persona.
Lo que estos documentos revelan resulta asombroso para quienes siempre creyeron a pie firme en la seriedad del enfrentamiento entre el comunismo y el capitalismo; aunque, la verdad sea dicha, en buena medida no hacen sino confirmar la mayoría de las fundadas sospechas que muchos escépticos siempre tuvimos. Las pruebas demuestran que la estructura tecnoindustrial de la Unión Soviética, y en especial su aparato industrial-militar, se construyeron en gran parte con dinero capitalista, con tecnología norteamericana y con know-how occidental. Grandes empresas capitalistas tuvieron no menos grandes inversiones en la URSS. Prácticamente dos de cada tres grandes empresas industriales soviéticas se construyeron con la ayuda de firmas capitalistas o con asistencia tecnológica capitalista.
¿Cómo se condice esto con la supuesta enemistad absoluta entre capitalismo y comunismo? En gran medida, este libro de Antony Sutton responde a esa pregunta al menos en cuanto a los orígenes de la Revolución Bolchevique y su financiación inicial. Sobre los años siguientes, el mismo autor ha brindado abundante material adicional y probablemente su mejor trabajo en este sentido sea su The Best Enemy Money Can Buy (El Mejor Enemigo que el Dinero Puede Comprar), dónde demuestra fehacientemente la colaboración que el Estado soviético recibió de empresas capitalistas occidentales (y principalmente norteamericanas) en áreas tan sensitivas como las de la industria automotriz incluyendo vehículos militares blindados , las computadoras, la aeronáutica, la misilística, la industria naval, el petróleo y otras actividades.
Las ideologías
En este libro se mencionan muchas personas y, por desgracia para el lector no muy interiorizado en el tema, Sutton presupone el conocimiento, al menos en líneas generales, de la biografía y del papel que estas personas desempeñaron. Por ello, para quienes no estén familiarizados con la Historia de principios del Siglo XX, quizás no esté de más intentar una breve reseña de los personajes principales. Además, estas personas se hallaban imbuidas de ideologías y doctrinas cuya reseña también se hace necesaria porque de otro modo su comportamiento, sobre todo para la generación posterior a la caída del Muro de Berlín en Noviembre de 1989, se hace difícilmente comprensible. Queda sobreentendido que estas reseñas han de ser, por fuerza, muy sintéticas y resumidas. A quienes deseen profundizar el tema, los invitamos a consultar la abundante literatura especializada que existe sobre el período considerado.
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Las ideologías operantes a principios del Siglo XX son el producto del desarrollo intelectual y cultural que surgió por la confluencia de, al menos, dos procesos históricos principales: la Revolución Francesa y la Revolución Industrial.
Los hechos de París de 1789 y sus posteriores secuelas, con su lema de Libertad, Igualdad y Fraternidad constituyeron el punto de partida para el debilitamiento político y el desprestigio intelectual y cultural del sistema monárquico que venía gobernando a Europa y a gran parte del mundo entero desde hacía siglos. Por el otro lado, el invento de la máquina de vapor primero, su implementación en la producción industrial después, y la generalización del conocimiento científico traducido en tecnología, generaron un sistema de producción industrial, a una escala nunca vista hasta ese entonces, en dónde las máquinas y las instalaciones industriales primaban en costos e importancia por sobre las personas destinadas a atenderlas.
De este modo, la sociedad europea se fue desgarrando poco a poco por la influencia de dos fuerzas contrapuestas: mientras por un lado en el ámbito político la tendencia era hacia regímenes de mayor flexibilidad y libertad individual, por el otro lado, en el ámbito social y económico, se instalaban condiciones de explotación y opresión, con los dueños de los medios de producción (las máquinas y las instalaciones) tratando de obtener el mayor beneficio posible exprimiendo a una masa de trabajadores poco menos que sojuzgados.
Con el correr del tiempo esta contraposición cristalizó en dos propuestas básicamente diferentes. Por un lado, los partidarios del llamado liberalismo propugnaron dentro del marco de una visión que priorizaba la libertad individual dejar que las llamadas reglas del mercado se encargasen de establecer o restablecer los equilibrios necesarios. Y como la libertad individual, por supuesto, convenía a los dueños de los medios de producción, es decir: a los dueños del capital el liberalismo como ideología política, en términos generales, quedó asociado al capitalismo como sistema económico.
Naturalmente el sistema de explotación de la mano de obra en algunos casos realmente feroz y, en otros, bastante exagerado por la mitología política no dejó de generar sus consecuencias. Una de ellas fue el socialismo. Mientras que los liberales ponían el énfasis en el concepto de la libertad individual subrayando el ingrediente de Libertad del lema de la Revolución Francesa los socialistas subrayaron el concepto de la Igualdad incluido en el mismo lema. Los trabajadores comenzaron a organizarse en sindicatos, se instituyó la huelga como herramienta de presión para lograr mejores condiciones de trabajo pero bastante pronto quedó en claro, al menos para los líderes socialistas más lúcidos, que el arrancarle algunas concesiones al sistema capitalista no cambiaba en esencia absolutamente nada del sistema en si mismo.
Se podían obtener jornadas de menos horas de trabajo, ambientes de trabajo menos insalubres, prohibir el trabajo infantil, lograr más días de descanso y otras conquistas. Pero, en lo esencial, el sistema capitalista seguía funcionando sobre la base de egoísmos individuales puestos muchas veces por sobre el interés general y, naturalmente, los egoísmos de los poderosos inevitablemente prevalecerían siempre por sobre los egoísmos de los menos poderosos. Había, pues, esquemáticamente hablando, al menos dos clases sociales extremas la de los trabajadores, o proletarios, y la de los capitalistas o burgueses irreconciliablemente enfrentadas en el terreno socioeconómico. Con el agravante de que la burguesía detentaba, ya sea el poder político en forma directa, o bien podía influir sobre el poder político mediante su dinero y su poderío económico.
Hacia mediados del Siglo XIX, Carlos Marx elaboró una teoría del socialismo que luego sería apta para ser orientada principal y precisamente a la conquista del poder político. Según Marx, y simplificando su pensamiento en forma quizás extrema, el conflicto entre la clase proletaria y la clase burguesa no tendría solución posible. Sólo podría ser superada, dialécticamente, mediante una síntesis superior. Esta síntesis, ideada como un socialismo llevado hasta sus últimas consecuencias sin propiedad privada de los medios de producción y hasta sin Estado como superestructura social terminó recibiendo el nombre de comunismo. El planteo teórico de Marx necesitaba, sin embargo, de una herramienta política eficaz y de una estrategia de lucha que posibilitara la conquista del poder burgués. El hombre que concibió esa herramienta y esa estrategia bajo la forma de un partido político revolucionario, compuesto por militantes profesionales completamente dedicados a la lucha, fue Lenin.
Prefacio
Desde los comienzos de la década de los años 1920, numerosos panfletos y artículos, e incluso unos pocos libros, han tratado de establecer un vínculo entre los "banqueros internacionales" y los "revolucionarios bolcheviques". Rara vez estos intentos han estado apoyados sobre una evidencia concreta, y nunca han sido presentados dentro del contexto de una metodología científica. Más aún: algunas de las "evidencias" utilizadas en estas obras han sido fraudulentas, cierta parte es irrelevante, y muchas de ellas no pueden ser verificadas.
Por otra parte, los autores académicos se ha evitado estudiadamente el examen del asunto; probablemente porque la hipótesis ofende la pulcra dicotomía de capitalistas versus comunistas (siendo que, por supuesto, todo el mundo sabe que son enemigos acérrimos). Aparte de ello, dado que gran parte de lo escrito roza lo absurdo, existe el peligro de que una sólida reputación académica resulte fácilmente arruinada por el brulote de lo ridículo. Razón suficiente para evitar el asunto. Por fortuna, los archivos del Departamento de Estado (State Department Decimal File), particularmente la sección 861.00, contienen extensa documentación sobre el hipotético vínculo.
Cuando se integra la evidencia que se desprende de estos documentos oficiales con el resto de las pruebas procedentes de fuentes no oficiales tales como biografías, documentos personales e historias convencionales, lo que emerge es una historia verdaderamente fascinante. Hallamos que existió un vínculo entre algunos banqueros internacionales y muchos revolucionarios, incluyendo a los bolcheviques. Estos caballeros banqueros — que aquí se identifican — tuvieron un interés financiero en, y estuvieron comprometidos con, el triunfo de la revolución bolchevique. Quiénes, por qué — y por cuánto — es lo que constituye la trama de este libro.
Antony C. Sutton
Marzo de 1974
Fragmento de entrevista televisiva al profesor Anthony Sutton,
autor de "Wall Street y los bolcheviques":
"Derecha e izquierda son como anteojeras para caballos... "
...sirven para controlar la manera de pensar de la gente...".
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