EL TRIUNFO
DE LA
ESTUPIDEZ
Por qué la ignorancia
es más peligrosa
que la maldad
Un original ensayo político sobre cómo la mediocridad ha conquistado el poder, en el que Jano García desmonta con datos el relato establecido sobre la igualdad, la justicia social, la multiculturalidad o la solidaridad intergeneracional.Un libro imprescindible que nos ofrece argumentos para contrarrestar la más dañina de las pandemias: la de la estupidez.La corriente igualitaria que desde hace décadas recorre Occidente nos ha sometido al dictado de los más mediocres de la sociedad. Las élites gubernamentales, con la complicidad de los medios de comunicación y las grandes corporaciones, han exaltado sin escrúpulos las más bajas pasiones humanas con el fin de generar una homogeneidad que arrasa con la desigualdad natural.El resultado es una sociedad envidiosa, fanática y orgullosa de su servidumbre voluntaria a unos políticos que conocen la limitación intelectual de sus votantes. De esta forma, la belleza, la sofisticación, la meritocracia y la justicia han sido sustituidas por la vulgaridad de la masa.
Introducción
El mundo está lleno de estúpidos. Se asegura que nunca antes había tantos incultos, estúpidos y dementes rondando por el planeta Tierra. Pues bien, esta afirmación es falsa. Quizá no en cuanto a números absolutos se refiere, pero relativamente no creo que el número haya sufrido un gran avance en términos porcentuales.
Si hay algo que caracteriza el mundo actual es la capacidad a la hora de conocer lo que ocurre en lugares remotos. Hasta no hace mucho tiempo, las naciones asiáticas se consideraban una especie de submundo en el que todo quedaba englobado como «los chinos» a pesar de las enormes diferencias que existen en el continente asiático. Sí, esas personitas de piel amarilla y ojos rasgados eran todo lo que el populacho creía conocer del otro mundo. La globalización vino acompañada —irremediablemente— de la hiperconectividad que engloba nuestros días a través de internet. De ese modo, naciones que apenas nadie sabía ubicar en el mapa pasaron a convertirse en los destinos favoritos de los viajeros y, también, de los viajes de luna de miel. ¡Mira, veneran a un elefante con cuatro brazos!, cuando lo cierto es que llevan venerando al dios Ganesha desde allá por el siglo IV d. C., y el hinduismo hunde sus raíces en la religión védica, que cuenta, aproximadamente, con más de cuatro mil años de historia. Pero para nosotros, los occidentales, pareciera que nada de lo que conocíamos previamente existía, lo cual supone toda una relevación novedosa. Este hecho, el de la conectividad instantánea con todos los mundos que habitan la Tierra, ha provocado que las estupideces, tanto propias como ajenas, corran a gran velocidad haciéndonos creer que somos más estúpidos que nunca. Lo cierto es, sin embargo, que el ser humano siempre ha contado con esa condición en su seno, solo que ahora se expone con mayor asiduidad ante nuestros ojos.
El gran cambio no ha sido un incremento de estúpidos, sino más bien la llegada del superhombre democrático, una época en la que todas las opiniones valen lo mismo —o eso dicen— y cada cual tiene plena libertad para expresarse. Esto atañe a todos los individuos sin excepción, pero el estúpido en la actualidad no solo siente la necesidad de hablar y expresarse públicamente, sino que, además, las élites gubernamentales le han dicho que lo haga sin pudor. ¡Nadie es menos que nadie! ¡Tienes derecho a expresarte! Esta terrible incitación ha provocado, como es lógico, que el estúpido se lance al mundo a gritar a los cuatro vientos lo estúpido que es. Asimismo, se ha topado con la sorpresa de que no es tan estúpido como creía o le habían dicho, pues hasta el más idiota de los hombres es capaz de encontrar un coro de estúpidos que le dan «like», lo retuiteen, lo sigan y hasta lo voten. ¡Miradme, no era como me habías hecho creer!, asegura el rey de los estúpidos. El hecho de contar con una camarilla de estúpidos no hace que el nivel de estupidez sea menor; simplemente, donde antes había un estúpido diciendo estupideces, ahora hay mil, cien mil, un millón o varios millones. La estupidez no queda eliminada por unir a la causa a un número indeterminado de otros ejemplares que pertenecen a la misma especie; más bien, la estupidez aumenta haciendo que los talentosos entren en pánico al contemplar cómo los seres más limitados exponen sus estúpidas tesis e, incluso, llegan a dirigir naciones centenarias cuya dirección antes quedaba reservada a una élite de personas instruidas y capaces. Este hecho diferencial es el que les hace creer que el hombre contemporáneo es más estúpido que nunca. Esta tesis no es cierta ni consistente. La humanidad siempre ha estado compuesta por una mayoría de estúpidos que realizaban y decían estupideces. El cambio, no menor, ha sido otorgarle a la masa estúpida el poder de dirigir las naciones, las empresas públicas, las instituciones y las tareas más complejas a las que toda nación debe enfrentarse.
Y es que antiguamente el estúpido se autocensuraba, es decir, temía hacer el ridículo diciendo alguna estupidez y trataba de ocultarla o disimularla interviniendo lo menos posible en los asuntos de índole compleja. Pero llegó la democracia y la masa pasó de ser despreciada por las élites a convertirse en la masa divina. Los reyes ya no tenían la potestad de ostentar el poder por derecho divino, ahora era la masa la que contaba con esa gracia impuesta por vete a saber quién. De hecho, nunca nadie logró explicar por qué sí es justo estar sometido a la masa y no a un monarca. ¿Simplemente porque son más? ¡Menudo argumento!
Nadie se reconoce a sí mismo como estúpido. Es como esos españoles —en concreto, el 88 %— que aseguran que circulan demasiados coches por las ciudades (eso sí, ninguno cree que sea el suyo el que molesta), o esos ciudadanos que dicen que el turismo es aberrante (eso sí, cuando viajan ellos no son turistas, sino una especie de exploradores que van a descubrir váyase a saber usted qué). Y qué decir de los que aseguran que el planeta va a implosionar por consumir demasiados recursos (pero el que lo denuncia no cree que su consumo afecte). Pues lo mismo ocurre con la estupidez: nadie se reconoce como tal. Nunca nadie creó la asociación de los estúpidos, ni el partido de los estúpidos. No tienen rey, ni presidente, ni estatutos que los rijan. A diferencia de lo que ocurre con el resto de ideas o formas de vida, que siempre encuentran una forma de articularse y una serie de valores en los que reconocerse para guiar su existencia, el estúpido no, pero a pesar de ello, la estupidez consigue actuar con una perfecta armonía que ni el libre mercado es capaz de lograr. La estupidez no descansa en ningún momento del día, del mes o del año. Activa veinticuatro horas, sin un solo día de descanso, la estupidez consigue vencer allá donde se lo propone debido a su profunda, intensa y obstinada necesidad de demostrar al mundo lo poderosa que es.
Si es cierto que Dios creó al hombre, es casi seguro que Dios tiene un gran sentido del humor. Un humor cínico e irónico que le llevó a crear una mayoría de estúpidos y, a su vez, una pequeñísima parte de genios que, sufriendo en sus carnes a diario el estar rodeados de estúpidos, han sido capaces de lograr los avances humanos más espectaculares y maravillosos. Como si de una investigación se tratara para descubrir hasta qué punto el talento puede sobreponerse a las peores de las calamidades, la estupidez ha sido incapaz de detener el progreso humano a lo largo del tiempo. Y eso, las mentes brillantes de nuestra historia y presente lo consiguen a pesar de estar sometidas a una monotonía incesante de estupidez allá por donde miran, siendo estorbadas en cada proceso y obstaculizadas en cada actividad que realizan. Un milagro espectacular al que uno solo puede arrodillarse por tan extraordinaria criatura. No ocurre lo propio en el reino animal, en el que los débiles quedan destruidos por los más fuertes continuamente y aquellos animales que no pudieron adaptarse al devenir de los tiempos se extinguieron.
La estupidez no solo consigue sobrevivir, sino que se perfecciona con el paso del tiempo y su supervivencia es deudora de los más brillantes, por más que tratan de acabar con ellos de todas las formas posibles. Por eso no debería desmotivarnos la estupidez que reina en nuestros días.
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