EL Rincón de Yanka: "LAS RAÍCES CRISTIANAS DE EUROPA: UN PASADO VIVO PARA UN FUTURO DE VIDA" (I) por VICENTE NIÑO ORTI 🌍

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jueves, 21 de marzo de 2024

"LAS RAÍCES CRISTIANAS DE EUROPA: UN PASADO VIVO PARA UN FUTURO DE VIDA" (I) por VICENTE NIÑO ORTI 🌍

“Las  Raíces  Cristianas  de  Europa. 
Un  pasado  vivo  para  
un  futuro  de  vida”  (I)

Introducción.
La identidad cristiana de Europa ha sido un componente fundamental de su historia y cultura, modelando no solo la esfera religiosa sino también la política, la moral y la forma de vida. Este artículo se propone examinar las múltiples capas de la identidad cristiana en Europa, destacando sus raíces históricas, influencias a lo largo del tiempo y cómo se enfrenta a los desafíos de una sociedad cada vez más pluralista y secular.

Europa nació cristiana y tiene raíces cristianas viejas de muchos siglos. Negarlo sería cerrar los ojos a la evidencia y desfigurar la realidad histórica. Europa es el resultado de un dilatado proceso a lo largo del cual una multitud de pueblos de diversas etnias y procedencias abrazaron la fe de Cristo, y al hacerse cristianos se hicieron también europeos. 

La concepción filosófica y jurídica greco-romana, el patrimonio religioso judío y el legado del cristianismo, centrado en el Nuevo Testamento y en la figura de Jesús de Nazaret, son innegables fuentes de la cultura europea. “La cultura europea surge –ha afirmado el Papa Benedicto XVI- del encuentro de Jerusalén, Atenas y Roma, del encuentro entre la fe de Dios, la filosofía racional de los griegos y el derecho romano”. 

Konrad Adenauer, Robert Schumann y Alcide de Gasperi, tres de los creadores de la nueva Europa democrática después de la II Guerra mundial, fueron grandes católicos, que se inspiraron en las enseñanzas sociales de Pío XII. Una de las grandes diferencias entre los padres de Europa y sus constructores actuales es la ausencia de las raíces cristianas, que han ido vertebrando la historia, la sociedad y la cultura europeas desde sus inicios, en los documentos angulares de la Europa unida.

Robert Schumann el 19 de marzo de 1958, en un discurso sobre el proceso de unificación europeo llegó a afirmar que “todos los países de Europa están impregnados por la civilización cristiana. Ella es el alma de Europa y hemos de devolvérsela”. El “padre de Europa” en su obra Pour lÉurope escribe que “este conjunto de pueblos no puede y no debe quedarse en una empresa económica y técnica. Hay que darle una alma. Europa vivirá y se salvará en la medida en que tenga conciencia de si misma y de sus responsabilidades, cuando vuelva a los principios cristianos de solidaridad y fraternidad”.

Como elemento cohesionador de todo el continente, y para lograr el fin último de la paz, Adenauer afirmaba que es “ridículo ocuparse de la civilización europea sin reconocer la centralidad del cristianismo, al ser el cristianismo el garante de la paz y de un sistema de valores que estructuraba a la sociedad en su conjunto, …” La elección de Roma, la Ciudad Eterna, como ciudad para firma de dos (Tratados CEE y EURATOM) de dos de los tres Tratados fundacionales de la actual UE fue realizada “para que los europeos tomasen conciencia de lo que les une. La elección de Roma tenía un significado. Se pretendía reconstruir una unidad que existió ya en tiempos de la Roma primero pagana y luego cristiana. Roma simboliza el “derecho” de la persona, la épica conquistadora y la organización política, junto al papado, centro religioso de la cristiandad.

Arséne Heitz, autor de la bandera europea, afirmó que para su diseño se había inspirado en la Inmaculada Concepción de María. “Una gran señal apareció en el cielo: Una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza…” (Apocalipsis 12, 1). La bandera fue aprobada el 8 de diciembre de 1955, fiesta de la Inmaculada concepción de María. En Le drapeau de lÉurope, Robert Biche, político democristiano y vicepresidente del Consejo de Europa en 1955, reconoció implícitamente el simbolismo de la corona estrellada citando a cierto Gaetano G. Di Sales “es el símbolo de la perfección y plenitud –escribió- como los 12 apóstoles, los 12 hijos de Jacob, las 12 horas del días, los 12 meses del años, los 12 signos del Zodiaco. El domingo 11 de diciembre de 1955, tres días después de que fuera aprobada la bandera azul por el Consejo de Europa, este organismo inauguró un vitral en la catedral de Estrasburgo con la Virgen coronada por la corona stellaum duodecim del Apocalipsis.

Nuestros líderes europeos actuales pretenden olvidar (ignorar) voluntariamente las raíces cristianas de Europa, como si nunca hubieran existido. Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI han denunciado en varias ocasiones que los valores sobre los que se ha querido construir la nueva Europa la hacen olvidar sus orígenes. Según ambos Sumos Pontífices quien renuncia a la razón de su nacimiento pierde su alma.

“Una Europa que renuncia a su pasado, que niega el hecho religioso y que no tuviera dimensión espiritual alguna, quedaría desgraciadamente mutilada ante el ambicioso proyecto que moviliza sus energías: Construir la Europa de todos” (Juan Pablo II (2002) Vaticano. Osservatore Romano, pág. 45).
“La marginación de las religiones, que han contribuido y siguen contribuyendo a la cultura y al humanismo de los que Europa se siente legítimamente orgullosa, me parece que es al mismo tiempo una injusticia y un error de perspectiva. (Juan Pablo II, Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Sante Sede, 10 de enero de 2002, nº 2.. L´Osservatore Romano)
Juan Pablo II afirmaba en su Exhortatión Apostólica Postsinodal “Ecclesia en Europa “(28 de junio del 2003): ”La cultura europea da la impresión de ser una aportación silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera. En esta perspectiva surgen los intentos, repetidos también últimamente, de presentar la cultura europea prescindiendo de la aportación del cristianismo , que ha marcado su desarrollo histórico y su difusión universal. Asistimos al nacimiento de una nueva cultura, influenciada en gran parte por los medios de comunicación social, con características y contenidos que a menudo contrastan con el evangelio y con la dignidad de la persona humana. De esta cultura forma parte también un agnosticismo religioso cada vez más difuso, vinculado a un relativismo moral y jurídico más profundo […] una cultura de muerte”.

Algunos intelectuales, frente a la crisis actual, que consideran una crisis de valores, de ética y de fe, apelan a reflexionar sobre las raíces cristianas de Europa. Europa no es geográficamente un continente aprehensible con claridad, más bien es un concepto cultural e histórico. Más aún, es un concepto espiritual. Europa es impensable sin Pablo de Tarso, Agustín de Hipona, Santo Tomás de Aquino, Lutero, … Los valores de los que se enorgullece la cultura occidental (igualdad, libertad, fraternidad) son inexplicables sin la tradición judeocristiana.
Si Europa ignora sus raíces cristianas dejará de ser una civilización para ser sólo un mercado. La construcción europea no puede consistir solo en la liberalización de un mercado único ni en la creación de un entramado político y jurídico, sino que necesita asentarse sobre valores culturales compartidos.

A modo de prólogo…

Dos inmensos problemas interconectados nos rondan con alarmante urgencia. La natalidad de esta Europa nuestra, que envejece y muere lentamente sin reemplazo, sin tasa de reposición suficiente; y la clave de la inmigración que responde a que no hay quien se ocupe de ciertos trabajos en nuestra sociedad.

De cómo se aborden ambos, depende mucho más de lo que nos creemos. Hay una perspectiva casi de amenaza de supervivencia de una determinada cultura, la europea. De toda una riqueza aportada a la familia humana que está en trance de truncarse, de no seguir creciendo, de no seguir siendo capaz de darse a la humanidad. Ya la historia nos ha mostrado caídas similares. Unas mayores, otras menores. Pero caídas de modelos civilizatorios por razones análogas. De otro modo, ciertamente, pero análogos. Pero aún más, es una amenaza más que sólo a Europa, porque pretende un dominio global que destruye también otras culturas, naciones y pueblos en su verdadero ser, para hacerlos apátridas sin alma, ni raíces. Esclavos igual que los europeos, del poder del dinero que persigue un modelo social global deshumanizado.

Cruzando por en medio de las obras de la Puerta del Sol de Madrid, pero cabría la imagen para cualquier ciudad europea, con obreros de muy distintas nacionalidades pero apenas españoles trabajando, y con las noticias de que faltan camareros y cocineros de restauración a miles por toda España, pero también con los cuidadores de mayores que cualquier mañana se ven empujando sillas de ruedas de ancianos al sol en nuestras calles, se ve evidente que los migrantes vienen a hacer el trabajo que no quieren hacer los nacionales.

¿Y por qué no lo quieren hacer? Una línea de respuestas tiene que ver con las condiciones de trabajo: poca remuneración, mucho esfuerzo. Los empresarios -y particulares- no alcanzan a poder ofrecer mejores condiciones: unos porque no pueden, otros porque no les conviene. Lo cual expulsa a los nacionales y hace a los inmigrantes también víctimas, carne de precariedad, casi de esclavitud… y de la mano de ello, carne de delincuencia y generadores de inseguridad.

Otra línea de análisis enlaza con un zeitgeist muy occidental actual que tiene que ver con la comodidad, el consumismo, el hedonismo, los horizontes y metas universitarias infladas, las aspiraciones elevadísimas y la pérdida del valor del esfuerzo, del sacrificio, del valor del trabajo, de la humildad, del realismo, o de eliminar todo lo que no sea disfrutable en el tiempo rápido del ya, aun a costa de darle el poder de tu vida a las máquinas de la IA. Hay aquí una mezcla entre ver la vida como ocio e intuir una cierta renuncia a la esperanza en el progreso, que dice que por mucho que se haga, no se podrá mejorar. Entre el conformismo ramplón y la aspiración ilusa basada en un simplista igualitarismo que choca con la realidad del mundo, se logra la inacción vital enemiga del realismo. También el mundo digital y virtual de inmediatez, satisfacción y autofelicidad rápida, de fantasías metavérsicas de vidas perfectas de lujo y ocio, de instagramers de marcas y mentiras, de necesidades creadas como vías que rellenen carencias mucho más hondas, contribuye a ello.

Y la política incapaz de abordarlo enredada en sus propias ingenierías sociales, en sus propios sesgos ideológicos, en sus servidumbres de agendas internacionales, en sus planes particulares de ostentar poder y beneficios, en sus privilegios de estamento aparte, en sus rencillas enanas, en su falta de grandeza y de aspiración, en su clientelismo de interés. Y tan es así, que uno no puede por menos que pensar que igual los partidarios de la conspiración tienen razón. Pareciera que adrede sucede lo que sucede. Que adrede nos llevan por aquí a ese “no tendrás nada, todo lo deberás al estado y las corporaciones, no serás quien eras, y solo servirás al poder dinero como productor-consumidor, sin raíces ni identidad ni aspiraciones… y te haremos creer que así eres feliz”. Una mezcla paranoica y deshumanizadora entre el comunismo y el liberalismo que aboca a terribles distopías.

Pero hay esperanza. Siempre hay esperanza. No sólo por la resistencia que también hay a la imposición de ese modelo demoníaco de hombre y de sociedad y que se está dando aquí y ahora en tantos lugares de nuestro mundo y de tantas formas distintas. Desde concretos movimientos políticos a batallas culturales, pasando por vidas alternativas que generan comunidades diferentes, o por aquellos dedicados a la belleza, al conocimiento verdadero y al espíritu. Sino también porque, -y en eso ha de sostenerse la resistencia en sus estrategias, acciones y planificaciones-, el ser humano no es una máquina que se pueda programar así sin más, no mientras no impongan el transhumanismo biotecnológico.

Hay claves innatas que harán, antes o después -y ese después es el peligroso…- que eso estalle. Hay instintos primarios humanos -físicos y espirituales- radicalmente incompatibles con esa distopía dictatorial antihumana. Y eso hará que no triunfe jamás el mal de forma definitiva. Lo que atemoriza es que hasta que esas fuerzas primigenias humanas se pongan en movimiento, quizás el ser humano aguanta mucho, se deja domeñar demasiado, se le manipula en exceso, se le deshumaniza como vía para alcanzar el poder del dinero su omnímodo dominio. El proceso de desarrollo tecnológico y económico de occidente, han acelerado esas dinámicas, algo que por su grado de desarrollo otros pueblos no han vivido… aún. Pero la memoria, los logros de la historia, nos dicen que esas fuerzas son reales también en los europeos. Se trata de ponerlos en marcha, despertarlos, activarlos.

Y eso pasa, por resistir a ese zeitgeist que nos domina, y por continuar remando en línea contraria en nuestro propio yo, personal y comunitario. Pueden ir venciendo, pero no será siempre así. El Hombre volverá a despertar.
¿Cómo rearmar eso?
¿Dónde encontrar la energía personal, social, para retomar sendas de vida y no continuar caminando por senderos de suicidio cultural, vital y humano?
No está la necesidad de buscar esas energías muy lejos nuestra.

En nuestra propia historia cultural europea, en lo que configuró a la cultura europea como tal, hay un inmenso filón de energía que desde la modernidad que nace con la revolución francesa en origen, hasta la rampante secularización agresiva y anticristiana actual -nieta a fin de cuentas una de la otra- ha ido siendo abandonando progresivamente, como el que se aleja de sí mismo y de lo que lo nutre y alimenta, hasta el punto de quedar extrañado de sí mismo y exangüe. Europa ha ido dejando atrás aquella fuerza vital propia, inagotable por su misma definición para ser capaz de ir dando vida, que ha sido el cristianismo como aglutinador de lo recibido y generador de identidad y vida, hasta el punto de casi dejar de ser, hasta el punto de casi quedar deformado el propio rostro por el alejamiento de las propias raíces cristianas de Europa.

Y digo casi, aunque quizás sería más adecuado sostener que si no deformado, sí caricaturizado. Algunas facciones son aún reconocibles, algunos elementos identificadores de la identidad cristiana europea, logran seguir apareciendo y estando presentes, las raíces son fuertes y a ellas no llega el hielo ni la escarcha que parece dominar la superficie, y es precisamente esa fortaleza y esa verdadera raigambre en el suelo europeo tras casi dos milenios, tras haber sido configurados por el cristianismo, que puede regresarse a ellas, que son capaces, como un viejo roble aparentemente seco, que permitan retoñar lo mejor de la propia identidad.

Las Raíces Cristianas de Europa: Un Legado Cultural Profundo

Europa, cuna de civilizaciones antiguas, ha sido moldeada a lo largo de los siglos por diversas influencias. Sin embargo, ninguna ha dejado una huella tan profunda como el cristianismo. Las raíces cristianas de Europa se remontan a la Antigüedad, cuando esta religión se arraigó y se convirtió en el fundamento cultural de la región.
El cristianismo llegó a Europa en los primeros siglos de nuestra era, extendiéndose desde el Oriente Medio hacia el oeste. La figura central de Jesucristo y sus enseñanzas resonaron entre las poblaciones europeas, y la fe cristiana se convirtió en un elemento unificador en medio de la diversidad cultural del continente.

Con el tiempo, el cristianismo se fusionó con las estructuras sociales y políticas tanto previas grecolatinas como las que fueron llegando a Europa con las invasiones bárbaras, dando forma a la Edad Media y definiendo el concepto de la cristiandad. La Iglesia Católica desempeñó un papel crucial en la vida cotidiana, influenciando la moral, la educación y la política. Monasterios y catedrales se erigieron como centros de aprendizaje y fe, preservando la herencia cultural y literaria de la antigüedad clásica.

Las Cruzadas, que tuvieron lugar entre los siglos XI y XIII, fueron un testimonio de la fuerza de la fe cristiana en la vida europea. Aunque impulsadas por diversos motivos, las Cruzadas reflejaron el compromiso ferviente de Europa con la defensa de la cristiandad y la expansión de sus principios.
El Renacimiento, un período de renovación cultural en los siglos XIV-XVII, también estuvo impregnado de la herencia cristiana. Aunque marcado por un resurgimiento del interés en la antigüedad clásica, muchos de los grandes artistas y pensadores renacentistas encontraron inspiración en las narrativas bíblicas y la teología cristiana. El Barroco alcanza una dimensión cultural y artística nunca igualada en otro ámbito geográfico vinculado a la cultura.

El siglo XIX y el XX, hijos de las revoluciones liberales, suponen una serie de cambios sociales y culturales de tal magnitud que son los que comienzan a deformar el rostro cristiano de Europa hasta llegar a la rampante secularización de los tiempos modernos, pero pese a eso, las raíces cristianas continúan siendo una parte esencial de la identidad europea. La ética cristiana ha influido en la formulación de leyes, normas morales y valores fundamentales que han perdurado a lo largo de los siglos y que aún hoy son parte central de quiénes somos los europeos, y desde luego, de quien podemos ser.

Las Raices Cristianas de Eu... by andresosuna


Las raíces cristianas de Europa — Breve historia de la Iglesia Católica

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