De la filosofía griega
a la teología católica
“No hay que hablar de civilización judeocristiana en Europa,
sino de civilización heleno cristiana.”
Es relativamente habitual referirse a las grandes figuras de la filosofía griega (Sócrates, Platón, Aristóteles) como “filósofos paganos”. El término es algo ambiguo. Evidentemente, si por “pagano” entendemos simplemente no-cristiano, entonces su uso es adecuado: estos pensadores no podían ser cristianos, pues vivieron antes del nacimiento de Jesucristo. Ahora bien, si al término “pagano” le damos un contenido más preciso y los relacionamos con la religión olímpica, cuyas fuentes principales son la poesía de Homero, la Teogonía de Hesíodo y la propia tragedia griega, entonces el término es absolutamente inadecuado.
En esta ponencia pretendemos demostrar, en primer lugar, la absorción que el naciente cristianismo realiza de los aspectos más importantes de la filosofía griega, o, al menos, de la filosofía griega iniciada por Sócrates. En segundo lugar, que la reelaboración de muchos de estos elementos del pensamiento helénico a la luz de la Revelación sentará las bases para un horizonte filosófico en el cual se podrá desarrollar una filosofía natural antecesora de las ciencias naturales.
Sócrates
La figura de Sócrates representa un giro copernicano en el pensamiento griego, no solamente con respecto a los sofistas, con los cuales su pensamiento tenía algunos elementos comunes, sino con respecto a todos los filósofos griegos anteriores, a los cuales se les denomina presocráticos por este motivo[1].
Los presocráticos se habían ocupado de la filosofía de la naturaleza, por lo que se les considera, con razón, los precursores de la ciencia europea. Para Sócrates estas cuestiones carecían de interés, y su pensamiento se centra en el hombre, la virtud y la posibilidad de alcanzar el bien. Si los presocráticos iniciaron la ciencia y la filosofía natural, Sócrates inició la filosofía ético – política.
Sócrates, a diferencia de los sofistas, no fue un “profesional” de la educación. Nunca tuvo una escuela ni nunca cobró por sus lecciones. Tampoco dejo nada escrito, pero es evidente que en su actuación la vocación pedagógica está siempre presente. Si los sofistas representan la educación como profesión, Sócrates es el símbolo de la educación como vocación.
Sócrates estaba de acuerdo con los sofistas en que la virtud podía ser enseñada, pero rechazaba su relativismo. Frente a la simple opinión (doxa) existe el conocimiento (episteme). Hay que aclarar que las fuentes que tenemos del pensamiento de Sócrates son algo borrosas, pues no dejo nada escrito, y por tanto debemos remitirnos a lo que otros escribieron sobre él. De hecho, la fuente principal con la que contamos para aproximarnos a Sócrates son las propias obras de Platón. Estas están escritas en forma de diálogos. Las personas que participan en el diálogo van cambiando en las diversas obras, menos una, el propio Sócrates, que aparece en casi todas como personaje principal.
Existe la evidente dificultad de saber si lo que Platón pone en boca de Sócrates es realmente lo que pensaba y decía Sócrates, o si es el pensamiento del propio Platón. A pesar de ello la hipótesis compartida por muchos especialistas es que en los primeros diálogos que escribe Platón la figura de Sócrates se acerca con más exactitud al Sócrates histórico, mientras que, en los diálogos posteriores, cuando el pensamiento platónico está mucho más maduro, el personaje Sócrates expone en realidad las ideas del propio Platón.
De todas maneras, hay una serie de elementos que podemos afirmar sobre Sócrates con bastante seguridad, elementos que a su vez ejercieron una notable influencia sobre el pensamiento platónico. Todo parece indicar que Sócrates fue el inspirador de la teoría de las ideas, que después Platón desarrollaría. Por debajo de la aparente realidad de las cosas materiales, mudables y cambiantes, subyace la realidad auténtica; las ideas. Las cosas materiales no son más que un pálido reflejo de estas ideas, y son parcialmente reales en la medida que participan de estas ideas.
Platón desarrollaría posteriormente la teoría de las ideas desde el punto de vista metafísico. Sócrates, interesado por la ética y la educación cívico – política, se centra en la idea del bien. Esta idea es innata en todos los seres humanos: incluso cuando obran mal lo hacen buscando un bien. Por eso la base del método educativo socrático es el diálogo, en el cual el maestro finge ignorancia y “pregunta” para obligar al discípulo a pensar y a encontrar la idea del bien que ya se encuentra innata en sí mismo. Parece ser que la madre de Sócrates era comadrona, y él mismo llamaba a su método, irónicamente, mayéutica (que significa “de parteras”) pues obligaba al discípulo a “parir” unos pensamientos que en realidad este ya llevaba en su interior.
Los actos humanos son “buenos” en la medida que participan de esta idea del bien. Pero este bien no es relativo, no es distinto para cada ser humano, ni depende de la opinión (doxa) ni mucho menos de la mayoría. Esta idea del bien como algo absoluto, al que se puede llegar a través del conocimiento enfrenta Sócrates a la democracia. Si el bien es algo absoluto no depende de la opinión ni de la mayoría. Argumenta Sócrates que si para dirigir una nave confiamos en el piloto porque este posee los conocimientos necesarios para ello resulta absurdo que para dirigir el Estado confiemos en personas sin conocimientos, únicamente respaldadas por una mayoría o conjunto de opiniones. Solo los “sabios” están capacitados para gobernar, pues han llegado al conocimiento de lo que es bueno.
Las ideas de Sócrates y su crítica a la democracia cultivaron grandes simpatías entre el partido oligárquico de Atenas, constituido básicamente por miembros de la antigua aristocracia. Sin embargo, Sócrates (y Platón) jamás fue partidario de una oligarquía, ni mucho menos de una nobleza hereditaria, sino del gobierno de una minoría de sabios seleccionada a través de la educación.
El enfrentamiento de Sócrates con la democracia ateniense culmino con el proceso al filósofo, acusado de “corromper a la juventud” y su posterior condena a muerte. Parece ser que los jueces estaban dispuestos a aceptar la pena de destierro si la proponía el propio Sócrates, pero este provocó al tribunal negándose a aceptar cualquier culpabilidad, o proponiendo penas mínimas. Parece ser también que el tribunal, después de la condena a muerte, estaba dispuesto a dar facilidades para que Sócrates se fugara de Atenas. De hecho, algunos amigos suyos habían sobornado a los guardias para organizar la fuga.
Pero Sócrates se negó a fugarse, argumentando que un buen ciudadano debe siempre cumplir las leyes, aunque estas sean injustas. Con su sacrificio Sócrates quiso rubricar su compromiso ético – político y mostrar, de forma inequívoca, su superioridad moral sobre los que le juzgaban.
La muerte de Sócrates impresionó muchísimo a sus jóvenes discípulos, entre los que estaba Platón. Este decidió consagrar su vida a la filosofía y a la política para seguir el ejemplo de su maestro y continuar su obra.
La existencia de una verdad objetiva, a la que solamente se podía llegar a través de la dialéctica, y la búsqueda del bien moral por parte del ser humano van a ser elementos fundamentales que encontraremos en el cristianismo, aunque la tesis socrática de que cuando alguien obra mal lo hace únicamente por desconocimiento del bien va a ser reelaborada.
Platón
En la filosofía platónica encontramos dos tesis que están relacionadas de tal forma que es imposible pensar una sin la otra:La existencia de las ideas como realidades objetivas, situadas en un plano metafísico superior al de las cosas y los fenómenos.
La dualidad cuerpo/alma en el ser humano y la inmortalidad del alma.
Toda la filosofía de la Academia descansa sobre estos dos pilares, de los cuales se puede llegar, por deducción, a la epistemología, a la ética y a la política.
Las ideas representan lo eterno y permanente. Las cosas no son más que el pálido reflejo de las ideas, en las cuales participan. Las cosas cambian y devienen, mientras que las ideas permanecen. Solamente es ciencia (episteme) el conocimiento de las ideas, mientras que el conocimiento de las cosas es mera “opinión”.
El alma está encarnada en el cuerpo, pero antes ha vivido en el mundo de las ideas. El conocimiento es “anamnesis” (recuerdo), es sacar a la luz lo que el alma ha contemplado antes de la “caída” en el cuerpo físico. En este punto hay una cierta evolución en la filosofía platónica, que pasa del absoluto desprecio a los datos de los sentidos y a fiar en la razón como único camino al conocimiento, tal como parece en sus diálogos de madurez, a admitir que los sentidos pueden servir como estimulo a la “anamnesis” y, por tanto, a valorar la “opinión” verdadera como camino al conocimiento. Esta tesis la encontramos en el Teeteto, dialogo tardío.
Aristóteles
Discípulo de Platón, Aristóteles ha sido considerado uno de los filósofos más importantes e influyentes en la historia de la cultura europea. No solamente cultivo la filosofía, sino ciencias incipientes, como la astronomía y la zoología. Su idea de “primer motor” o “causa primera” muestra ya un giro hacia el monoteísmo, que ya se había iniciado en Platón.
Sus aportaciones más importantes a la filosofía, que vamos a resumir, son la distinción entre “materia” y “forma” y su teoría de las cuatro causas.
En todo ente existente distingue un componente material y uno formal. Así, entre una estatua que represente a un ser humano y un ser humano real hay coincidencia de forma, pero no de materia. Esta distinción, cristianizada, será muy importante en el dogma de la consagración: el pan y el vino mantienen su estructura “formal” pero cambian su estructura material: carne y sangre de Jesucristo.
En la realización de cualquier ente concurren cuatro elementos causales. Así, en una estatua de mármol distingue:
La causa material: el mármol.
La causa formal: la estatua puede representar a un guerrero, una diosa, un atleta…
La causa eficiente: el trabajo del escultor.
La causa final: la finalidad de la estatua: adornar un templo, un palacio, representar a un personaje determinado.
La cristianización de la filosofía griega
Rechazamos absolutamente el término “civilización judeocristiana” para referirse a la cultura europea. Aunque es cierto que el cristianismo nace en el seno del judaísmo y puede considerarse una secta judía, rompe absolutamente con él a partir de San Pablo, el llamado “apóstol de los gentiles”. La universalidad de una religión dirigida a toda la humanidad está en las antípodas del etnicismo judío y su idea de “pueblo elegido”, aunque algunos de estos elementos volveremos a encontrarlos en las sectas heréticas protestantes.
La cristianización de la filosofía griega, que empieza a producirse a partir del siglo II d. C. y culmina en el siglo XIII con la síntesis tomista, introduce en la dogmática cristiana muchos elementos helénicos, como la inmortalidad del alma, por lo que debería hablarse, en todo caso, de civilización helénico-cristiana. La filosofía griega, el derecho romano y la herencia cultural católica son los tres elementos capitales de la identidad cultural europea, hoy puestos en jaque por el “woquismo” y la cultura de la cancelación.
No podemos detenernos en los detalles de este proceso. Vamos a mencionar únicamente los hitos más importantes. Un primer indicio lo encontramos en San Pablo: admite un núcleo de verdad en la filosofía griega, en cuanto contiene un anuncio de la creencia en un solo Dios.
A partir del siglo II empieza ya esta fusión entre el cristianismo y filosofía griega, que llegará a su máxima expresión con el tomismo. Justino Mártir (+ 165) planteó, de forma explícita, la relación entre el cristianismo y la filosofía griega. Clemente de Alejandría (+ 215), de formación neoplatónica, desarrolló la idea del Logos, que se hace pedagogo para educar al hombre antes de instruirlo. Por su parte, Orígenes (+ 253) realizó una síntesis filosófica plenamente cristiana.
Con San Agustín (345- 430) entramos ya en la cristianización de la filosofía platónica (o neoplatónica). Llegó a cristianismo a través de un largo periplo filosófico, a través del escepticismo, las doctrinas gnósticas y el neoplatonismo. En sus dos obras fundaméntales, La Ciudad de Dios y Confesiones expone las bases de su sistema.
Después de la caída del Imperio Romano y la crisis subsiguiente, la Europa latina pierde contacto con el mundo clásico. Entre los siglos X y XII empieza una importante labor de traducción de textos clásicos, algunos directamente del griego, y otros que han sido traducidos al árabe, hacia el latín. Destacan en esta labor el Monasterio de Ripoll primero (básicamente textos matemáticos y astronómicos) y la Escuela de Traductores del Toledo y la Abadía de Montecasino en Italia, más adelante. Textos filosóficos (especialmente de Aristóteles) y médicos (Galeno, Avicena) son traducidos al latín, y van a ser el fundamento de las universidades medievales, que llegan a su plenitud en el siglo XIII.
Va a ser en este siglo XIII cuando la cristianización de la filosofía griega llega a su culmen, con la obra de San Tomás de Aquino, con su síntesis aristotélico – platónica, aunque con predominio de los elementos aristotélicos. En sus dos obras monumentales, Summa Theologica y Summa contra gentes, San Tomás expone un sistema que va a convertirse en la filosofía oficial del catolicismo y en la columna vertebral de la llamada Escolástica.
La filosofía/teología cristiana medieval
Antes de empezar nuestro análisis hay una cuestión importante en resaltar: la sociedad medieval (en la Europa latina) es una sociedad cristiana. Cualquier debate intelectual tiene lugar en el seno del cristianismo. El ateísmo, el agnosticismo o cualquier forma de «religión natural» son absolutamente impensables por el hombre medieval. Todo el mundo está íntimamente convencido de que las Escrituras son la Revelación Divina.
La imagen de una sociedad medieval en la que el cristianismo es impuesto como ideología de las clases dominantes es absolutamente falsa. Los movimientos heréticos, como el de los cátaros, reivindicaban el cristianismo. Otros movimientos heterodoxos, como los «fraticelli» que reivindicaban la pobreza y atacaban la propiedad, lo hacían desde de su propia interpretación de la ética cristiana.
Se trata pues de ver cuáles son estos elementos fundamentales del pensamiento cristiano medieval, y de analizar su relación con la ciencia natural. Nuestra tesis es que no sólo ninguno de estos elementos se opone al desarrollo de la ciencia natural, sino que algunos de ellos van estimular directamente el desarrollo de la ciencia.
Veremos en primer lugar dos conceptos de origen teológico: la «potencia absoluta» y la «potencia ordenada» de Dios. La potencia de Dios es, en sí misma absoluta, es decir, puede hacer todo lo que en sí mismo no sea contradictorio. En la Creación son posibles cosas y procesos que podrían parecer «naturalmente imposibles» a los filósofos. Ahora bueno, de manera absolutamente libre, Dios ha querido que el Universo fuera «ordenado», es decir, racional o lo que es lo mismo, comprensible para el conocimiento humano.
Si la «potencia ordenada» de Dios ha construido un «cosmos» racional, accesible al conocimiento humano, esto significa que la ciencia natural no sólo es posible, sino que es conveniente. Si Dios no hubiera querido que la criatura humana se dedicase a la ciencia natural, no habría creado un universo accesible a la razón humana.
De esta proposición teológica se derivan dos importantes corolarios en relación con la ciencia natural: el concepto de «ley natural» y el concepto de «causa segunda». Vamos a ver cada uno de ellos.
El concepto de ley natural cristiana tiene su fundamento en la noción griega de anaké physeos, necesidad de la naturaleza, pero modificada por la idea de «Dios Legislador». Las regularidades de la naturaleza existen, tal y como pensaban los griegos, pero no son causadas por una necesidad mecánica o automática, sino en la potencia ordenada de Dios, que hace que el Universo o el mundo sea un cosmos. Las leyes naturales gobiernan la naturaleza, al igual que las leyes morales regulan la conducta del ser humano. Cuando el hombre se apartade la ley moral, en función de su libertad, se habla de «pecado».
Cuando las leyes naturales se «suspenden» hablamos de «milagro». Pero el milagro es una eventualidad rigurosamente extraordinaria, con la que el hombre no debe contar. Por lo general la iglesia siempre ha estado reacio a admitir milagros.
Este concepto de «Ley natural» tendrá una importancia fundamental en la génesis del concepto de «ley científica», influencia que no sólo se deja sentir durante la Edad Media, sino que llega hasta el propio Newton.
El otro corolario importante para el desarrollo de la ciencia natural es el concepto de «causa segunda». Dios, como Creador de el Universo y de todo el mundo visible es la «causa primera» de todas las cosas. Pero la potencia divina no actúa directamente sobre los procesos naturales: cuando observamos la generación de un animal no vemos su creación directo por parte de Dios, sino que vemos que es engendrado por sus progenitores. Del mismo modo, cuando vemos que se desarrolla una planta, no vemos un acto de creación, sino la planta desarrollándose a partir de una semilla. Dios no actúa directamente, sino a través de una cadena de causas y efectos: son las causas segundas.
Si ascendiéramos por la cadena de causas segundas, llegaríamos a la causa primera, que es Dios. Esto delimita y da un sentido a la ciencia natural (o filosofía natural): ocuparse de las causas segundas utilizando la razón y la observación. En un principio esto sólo tiene valor como preparación para el estudio de la Teología, que se ocupa de Dios o causa primera, pero poco a poco irá cogiendo vuelo propio y uno sentido en sí mismo.
La teoría de las causas segundas tiene otra importante consecuencia: la posibilidad de que los cristianos utilicen y hagan suyo el legado de los filósofos paganos. Hemos visto que para estudiar las causas segundas, está en decir para hacer ciencia o filosofía natural, debía utilizarse la razón y la observación. Es por tanto un tipo de conocimiento accesible sin necesidad de las Sagradas Escrituras y de la Revelación Divina, aunque debe estar supeditado. Pero la obra de los filósofos paganos estaba también elaborada a partir de la razón y de la observación (no pretendía ser fruto de una Revelación) y era potencialmente cristianizable en todo lo que no contraviniera las Escrituras.
De este modo, y tal cómo hemos visto, San Agustín cristianizó a Platón, y San Tomás lo hace con Aristóteles, sino que, ademá, se traducen y se utilizan como libros de texto las obras del filósofo y médico persa-árabe Ib-Sina (Avicena), admisibles y cristianizables para ocuparse de las causas segundas.
Otra cosa son las obras del árabe-andalusí Averroes, que nunca son aceptadas por la Iglesia, no porque el autor sea musulmán, sino porque la interpretación que hace de Aristóteles (eternidad del mundo, intelecto único) choca directamente con algunas cuestiones esenciales del dogma. A pesar de esta no aceptación las obras de Averroes son traducidas al latín, distribuidas por todo el mundo cristiano, y explicadas en algunas universidades (la universidad de Padua fue un importante centro del averroísmo).
Todo ello dibuja un panorama de la iglesia medieval sustancialmente diferente de aquél que nos ha presentado la historiografía positivista y pesudoprogresista y que nos ha sido dibujando durante muchos años.
Merece especial mención la revalorización del cuerpo humano y de la naturaleza en general que se produce en el mundo cristiano como consecuencia de la lucha de la iglesia contra la herejía cátara o albigense. Esta herejía se desarrolló a finales del siglo XII, especialmente por diversas regiones del sur de Francia (Provenza y Languedoc básicamente). Los albigenses defendían la existencia de dos principios: el bien, identificado con Dios, y el mal, con el demonio.
El alma humana procedía de Dios, pero el cuerpo y la naturaleza eran obra del demonio. En 1207 el Papa Inocencio III hizo un llamamiento en la Cruzada contra los cátaros a la que respondieron numerosos señores feudales franceses, entre ellos el poderoso Duque de Borgoña. Así se inició una guerra que duró más de veinte años.
Pero aparte de los aspectos militares y represivos existe también una importante ofensiva doctrinal de la iglesia católica, en la que hay jugaron un papel muy importante la orden Dominica, fundada el año 1220 por el español Domingo de Guzmán, y la orden Franciscana, fundada por san Francisco de Asís en 1223.
Centro geográfico de esta ofensiva doctrinal fue la Universidad de Toulouse, situada en pleno territorio cátaro, y confiada a los Dominicos en partir del año 1216. Los Dominicos reivindicaron la bondad de la naturaleza, creada por Dios, y centraron su interés en el ámbito de la filosofía natural, es decir, de las ciencias naturales. El programa educativo de los Dominicos podía resumirse en la búsqueda de materiales para la predicación, la lectura e interpretación de textos y la resolución de las quaestiones disputatae. Una serie de autores irán desarrollando este programa, realizando notables aportaciones a la filosofía natural ya la asimilación de la obra aristotélica en la doctrina cristiana.
La Universidad medieval
En el siglo XII se inició un proceso de secularización de la sociedad en general y del mundo intelectual en particular, que fue acompañado de una apropiación de la cultura por un número de gente cada vez mayor. La autonomía de las artes liberales respecto a la teología aumenta de forma notable. La licencia docendi hizo crecer mucho el número de maestros, muchos de los cuales eran «clérigos» sólo por el hecho de estar ligados a una actividad docente. Las escuelas catedralicias van perdiendo prestigio, frente a una nueva institución que empezaría a aparecer a finales de este siglo, las libres asociaciones de estudiantes y profesores, la Universitas magistrorum et scholarium: la Universidad.
El máximo esplendor de la Universidad corresponde al siglo XIII, llamado también «época clásica» medieval. Este período vendría caracterizado por los siguientes elementos:
La importancia de las ciudades se consolida frente al mundo rural y feudal. Los monasterios iniciarán ya la decadencia, y las nuevas órdenes religiosas, llamadas mendicantes (dominicos y franciscanos) son órdenes urbanas. Dentro de estas ciudades, cada vez más poderosas e importantes, se desarrollan las Universidades. Estas universidades estaban compuestas por las facultades de Artes, de Derecho, de Medicina y de Teología. Algunas universidades se especializaron en determinadas materias: Salerno y Montpellier en la medicina; Bolonia en derecho; París con filosofía y teología; Oxford en física y filosofía natural. Cabe decir que en esta universidad se asentaron las bases de la futura ciencia experimental, al empezar a aplicar la óptica y la matemática en el estudio de la naturaleza.
Desde el punto de vista intelectual y científico es muy importante la asimilación de ideas, doctrinas y autores procedentes del mundo árabe y de la filosofía griega. Es especialmente importante la figura de Aristóteles, adaptada por Tomás de Aquino al pensamiento cristiano, no sólo en el terreno de la filosofía, sino también en el de la física y de la historia natural.
La medicina universitaria (o «medicina escolástica») se consolida con la traducción y adaptación de las obras de Galeno y de Avicena, especialmente las de este último, el Canon y el Poema de la Medicina, que son adoptadas como libro de texto a muchas de las facultades de medicina medievales.
En las universidades medievales el «método escolástico», basado en la lectio, la questio y la disputatio alcanzó su máxima plenitud. No es sólo un método didáctico, sino un método de investigación y de estudio. La aplicación de este método en cuestiones médicas y científicas hace que se pueda hablar con toda propiedad de ciencia y medicina escolásticas. Así, por ejemplo, en el terreno de la física, ya partir de comentarios en la Física de Aristóteles, los maestros de Oxford, Robert Grosseteste y Roger Bacon, elaboran un rudimento de método científico y reivindican la experiencia frente a la autoridad.
Conclusión
Con Sócrates la filosofía griega realiza un giro doctrinal importante, especialmente en el terreno de la ética y de la búsqueda del bien y de la verdad, en consecuencia del cual, más que filósofo pagano, podemos considerarlo pre-cristiano.
Los continuadores de Sócrates, Platón y Aristóteles, apuntan ya hacia el monoteísmo, la inmortalidad del alma, y una serie de elementos éticos que también pueden ser considerados pre-cristianos. En consecuencia, no hay que hablar de civilización judeocristiana en Europa, sino de civilización heleno cristiana.
A partir del siglo II empieza un proceso de cristianización de la filosofía griega, que culminará en el siglo XIII con la obra de San Tomás.
La actividad científica y filosófica en la Edad Media está ligada de forma muy estrecha en la Iglesia Católica, tanto desde el punto de vista intelectual como institucional. Desde el punto de vista intelectual hemos visto que los principales fundamentos ideológicos del cristianismo medieval no sólo no se oponen a la ciencia natural, sino que en determinados puntos pueden serle un fuerte estímulo. Dentro de estos fundamentos juegan un papel fundamental los elementos procedentes de la filosofía griega. Así hemos visto el importante proceso de revalorización de la naturaleza que se da el siglo XII en el marco de la lucha contra la herejía albigense.
Desde el punto de vista institucional el papel de la Iglesia católica es fundamental como promotora de las instituciones donde se desarrollará esta incipiente actividad filosófica y científica: los inscriptoriums de los monasterios, escuelas y universidades.
Es posible que sin el cristianismo y sin la Iglesia Medieval hubiésemos tenido ciencia en Europa, pero en todo caso sería muy diferente a que como es ahora.
Muchas gracias.
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[1] Alsina, J. (2002) “La República de Platón” Nihil Obstat, revista de historia, metapolítica y filosofía, nº 16, pp. 99-104.
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