La necesidad de defender la fe
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(Philippe-Marie Margelidon, dominicano y director de la Revue Thomiste, en La Nef).
Si la apologética es una parte de la teología, una parte integrante de la labor teológica, no debemos olvidar que la teología dogmática tiene una doble función. En primer lugar, es ostensiva; es decir, muestra y manifiesta la inteligibilidad y el significado del contenido de las verdades de la fe.
Debe sacarlas a la luz, de manera positiva, poniendo de manifiesto la coherencia y los vínculos que unen estas verdades, que forman un todo. El teólogo, a partir de lo que conoce por la razón y la fe sobre el misterio de Dios, vinculará todo lo que se cree en el acto de fe con lo que es principio, contenido y fin de la revelación, en la que se fundamenta; a saber, Dios Trinidad.
Es un ejercicio de sabiduría y de ciencia, un ejercicio de contemplación teológica. Todo debe reconducirse a Dios, Él es la luz según la cual y en la cual el teólogo en busca de sabiduría considerará todas las cosas. Esta es su tarea principal, su función primordial. Pero también es su tarea mostrar, y a veces demostrar, la coherencia de las verdades de la fe, su fiabilidad, su verdad, frente a sus negaciones. Esta es la segunda función de la teología. El teólogo católico debe mostrar que las verdades enseñadas por la Iglesia están contenidas en el depósito de la fe -de ahí la importancia de la fase positiva de su trabajo en el inventario de los datos escriturísticos y de la tradición- o que las afirmaciones de fe, en la enseñanza de la Iglesia, no implican ninguna imposibilidad racional. No se trata de demostrar las verdades de fe, ni siquiera de establecer su credibilidad -esa es la función de la apologética-, sino de hacer percibir a la mente creyente que no son contradictorias, ilógicas o irracionales. Es necesario demostrar positivamente que las afirmaciones dogmáticas no contienen imposibilidades, que no hay error en su enunciado.
Mostrar qué es el error
El teólogo debe tomarse en serio los argumentos de los adversarios, de los que contradicen o son escépticos, y responder a ellos. No se trata de hacer apología de la fe ante los de fuera, los incrédulos, sino de que los de dentro muestren la inanidad de los argumentos que se pueden oponer a tal o cual verdad definida por la Iglesia. La función defensiva de la teología consiste en dar una respuesta razonada y racional, pero en modo alguno racionalista, a las objeciones que el teólogo debe afrontar. Es tarea de la sabiduría teológica demostrar que no hay contradicción en afirmar, por ejemplo, que Dios es a la vez uno y trino. Esta era la cuestión que estaba en juego en los debates entre los nicenos, que defendían el carácter consustancial del Credo de Nicea (325), los antinicenos, que lo rechazaban, como los anomeos, es decir, los seguidores de Arrio y, más tarde, hacia el año 350, de Eunomio de Cízico, todos ellos conocidos como eunomianos, que decían que el Hijo era de una sustancia distinta de Dios Padre, y los acacianos, que sostenían la afirmación amplia de la semejanza.
Era conveniente que los ortodoxos, los que tienen la fe correcta, como Atanasio de Alejandría, mostraran que cualquier otra opinión es fundamentalmente insuficiente o herética, porque el Hijo es de la misma e idéntica naturaleza o sustancia que el Padre, es consustancial con él; en términos técnicos, hay pura y simple identidad de sustancia entre el Padre y el Hijo (cf. Denzinger, n. 125). Así pues, Dios es numéricamente uno en cuanto a la esencia divina, y tres en cuanto a las tres personas que poseen esta única naturaleza, sin compartirla ni dividirla. El teólogo utiliza el razonamiento, la lógica, la historia de las doctrinas y la teología de las fuentes (Escritura, Magisterio y Tradición). Argumenta en contemplación del misterio, a su servicio. No es un lógico de las verdades de la fe. Si utiliza la demostración como parte de su argumentación, no está demostrando verdades que son esencialmente indemostrables, sino que está mostrando que la razón humana no puede demostrar su ininteligibilidad, su sinsentido o, peor aún, su aberración.
En resumen, si las verdades cristianas son «paradójicas», como la creencia de que Jesús es a la vez Dios y hombre, que es una persona divina, la segunda de la Trinidad, que subsiste en dos naturalezas distintas, la divina y la humana, «sin separación, sin división, sin confusión ni cambio» (cf. Denzinger, n. 302), el teólogo tiene que mostrar que no se trata de una afirmación absurda, contraria a la razón, que exigiría su renuncia frente a la fe, que debería someterse en nombre de la superioridad de la fe sobre la razón. Nada más provechoso que poner de relieve cómo una verdad sostenida por la fe es inteligible, «razonable», nos da a conocer a Dios y no se impone al hombre como algo que haya que creer ciegamente, por fideísmo.
Aquí es donde la función defensiva de la teología se encuentra con la apologética.
Publicado por el padre Philippe-Marie Margelidon,
dominicano y director de la Revue Thomiste, en La Nef
EL CRISTIANO ES APOLOGETA
En las últimas semanas, el Papa Francisco ha repetido que los críticos con las novedades que está introduciendo en la Iglesia son víctimas de la “ideología”. En su opinión, esto se debe a que se niegan a encarnar la doctrina católica en las vicisitudes de la vida cotidiana de los bautizados y de sus contemporáneos.
En su controvertida conversación con los jesuitas portugueses al margen de la Jornada Mundial de la Juventud, el Papa atacó el supuesto “indietrismo” (mirar para atrás) de la jerarquía y los laicos estadounidenses: “La visión de la doctrina de la Iglesia como monolítica es errónea”. Porque en “un clima de cerrazón. . . . se pierde la verdadera tradición y se acude a las ideologías en busca de un apoyo y sostén de cualquier tipo. En otras palabras, la ideología suplanta a la fe, la pertenencia a un sector de la Iglesia sustituye a la pertenencia a la Iglesia«. Y añadió: “Estos grupos estadounidenses de los que hablas, se van a aislar solos. Y en vez de vivir de doctrina, de la verdadera doctrina que siempre crece y da fruto, viven de ideologías. Entonces, cuando uno en la vida deja la doctrina para suplirla por una ideología, pierdes como en la guerra”[1].
Durante la conferencia de prensa en el vuelo de regreso de Mongolia el 4 de septiembre, el Papa Francisco volvió a esta dicotomía doctrina vs. ideología. Cuando se le pidió que respondiera a la irritación causada por sus elogios a los autócratas rusos Pedro el Grande y Catalina II, el Papa declaró:
Hay imperialismos que quieren imponer su ideología. Me detendré aquí: cuando la cultura se “destila” y se transforma en ideología, ése es el veneno. Se utiliza la cultura, pero destilada en ideología. Esto hay que distinguirlo: cuando se trata de la cultura de un pueblo y cuando se trata de las ideologías que surgen de algún filósofo, de algún político de ese pueblo.
Y esto lo digo para todos, también para la Iglesia: a veces se instalan ideologías dentro de la Iglesia, que separan a la Iglesia de la vida que surge de la raíz y va hacia arriba; separan a la Iglesia de la influencia del Espíritu Santo.
Una ideología es incapaz de encarnarse, es sólo una idea. Pero cuando la ideología toma fuerza y se convierte en política, suele convertirse en dictadura, se vuelve incapaz de dialogar, de avanzar con las culturas. Y los imperialismos hacen esto. El imperialismo siempre se consolida sobre la base de una ideología.
Hay que distinguir también en la Iglesia entre doctrina e ideología: la verdadera doctrina nunca es ideológica, nunca; está enraizada en el santo pueblo fiel de Dios; en cambio la ideología está desvinculada de la realidad, desvinculada del pueblo [2].
Preguntado más tarde sobre cómo evitar la polarización en el próximo Sínodo, el Papa Francisco respondió: “En el Sínodo no hay lugar para la ideología, es otra dinámica. El Sínodo es diálogo, entre los bautizados, entre los miembros de la Iglesia, sobre la vida de la Iglesia, sobre el diálogo con el mundo, sobre los problemas que afectan hoy a la humanidad”.
Un periodista de Vida Nueva se refirió entonces al prólogo de El proceso sinodal: Una caja de Pandora (del que soy coautor), en el que el cardenal Raymond Burke advertía de que del Sínodo surgirían calamidades. El periodista español preguntó qué pensaba el Papa de esta postura y si podría influir en la asamblea de Roma. Tras eludir primero la pregunta para contar la historia de algunas monjas carmelitas que temían el Sínodo, el Papa la abordó de forma genérica: “Si vas a la raíz de estas ideas, encontrarás ideologías. Siempre, cuando en la Iglesia se quiere atacar el camino de la comunión, lo que atacan siempre es una ideología. Y acusan a la Iglesia de esto o de aquello, pero nunca la acusan de lo que es verdad: que es pecadora. Nunca dicen: “Es pecadora”. Defienden una “doctrina”, entre comillas, que es una doctrina como el agua destilada, no sabe a nada, y no es la verdadera doctrina católica, que está en el Credo”[3].
Lo que parece desprenderse de este lenguaje profuso y confuso es que la verdadera cultura y la verdadera Fe (en otras palabras, la verdadera doctrina) son una emanación del alma del pueblo (y, en el caso de las doctrinas religiosas, del sensus fidei de los fieles). Además, la cultura y la Fe verdaderas siguen siendo válidas mientras estén encarnadas en el alma de un pueblo. Por lo tanto, la cultura y la doctrina se distorsionan cuando se desconectan de la vida de las personas mediante la destilación intelectual. Ese refinamiento las convierte en el bagaje espiritual de una minoría que vive enclaustrada en torres de marfil y trata de imponer sus asépticas y rígidas convicciones al pueblo de forma imperialista. Sus postulados están desconectados de la vida real de los fieles.
¿Qué pensar de esta forma de entender el origen y el desarrollo de la cultura y la fe?
En primer lugar, que ha sido el eje filosófico-teológico de todo el pontificado del Papa Francisco.
En segundo lugar, que encaja con sus creencias sociopolíticas, muy influidas por los tintes populistas de la llamada «Teología del Pueblo».
En tercer lugar, que fue condenada expresamente por el Papa San Pío X en su encíclica antimodernista Pascendi Dominici gregis.
En cuarto lugar, que es erróneo promover una supuesta evolución de la doctrina y la moral católicas basada en una versión truncada del Commonitorium de San Vicente de Lerín.
Me extenderé en cada uno de estos puntos.
1) El antiintelectualismo del Papa Francisco deriva de una visión inmanentista y teilhardiana del universo y de la historia, que atribuye los impulsos de nuevas dinámicas en la acción humana a una acción que se considera divina. En su primera entrevista con La Civiltà Cattolica, reproducida posteriormente por revistas jesuitas de todo el mundo, el Papa Francisco explicó al padre Antonio Spadaro: “Nuestra fe no es una fe de laboratorio, sino una fe-camino, una fe histórica. Dios se reveló como historia, no como un compendio de verdades abstractas”. Subrayó además:
“Dios se manifiesta en una revelación histórica, en el tiempo. (...) Dios se manifiesta en el tiempo, en los procesos en curso. Esto nos hace preferir las acciones que generan dinámicas nuevas.[4]
Debido a esta visión, el Papa señaló en Amoris laetitia la necesidad de “prestar atención a la realidad concreta, porque «las exigencias y llamadas del Espíritu Santo resuenan también en los acontecimientos mismos de la historia»” [5]. ¿Cómo? A través de las “tensiones bipolares propias de toda realidad social”, como explica en la exhortación apostólica Evangelii gaudium, porque “las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida”, y “el autor principal, el sujeto histórico de este proceso, es la gente y su cultura, no es una clase, una fracción, un grupo, una élite” [6].
Partiendo de estas premisas inmanentistas y hegelianas, se puede entender por qué el Papa Francisco escribió en Evangelii gaudium que uno de los cuatro principios que guían su actuación es que “la realidad es superior a la idea” [7]. Este postulado puede tener una interpretación tomista de la definición tradicional de verdad: «adaequatio intellectus ad rem» [conformidad del pensamiento con la cosa pensada]. Esto significa que la comprensión adecuada y las elaboraciones conceptuales deben basarse en la realidad y estar a su servicio. Sin embargo, el postulado asume una connotación diferente en el contexto sociológico-pastoral en el que lo inserta el Papa Francisco. Como explicó el padre Giovanni Scalese en 2016, “más bien significa que debemos aceptar la realidad tal como es, sin pretender cambiarla sobre la base de principios absolutos, por ejemplo, los principios morales que son tan solo ‘ideas’ abstractas, que la mayor parte de las veces corren el riesgo de ser transformadas en ideología”. “Ese postulado”, señaló el padre Scalese, “está en la base de las continuas polémicas de Francisco contra la doctrina” [8].
Y continuó: “En el actuar humano, es inevitable dejarse guiar por algunos principios, que son abstractos por su naturaleza. De nada sirve, por lo tanto, polemizar sobre el carácter abstracto de la ‘doctrina’, oponiéndole una ‘realidad’a la cual la gente debería simplemente adecuarse. Si la realidad no fuera iluminada, guiada, ordenada por algunos principios, corre el riesgo de desintegrarse en el caos”[9].
Sin embargo, como explica el profesor Giovanni Turco, para el Papa Francisco la verdad es relativa en el sentido pleno de la palabra, no en el tomista, “como una relación vital y pragmática que deriva de una situación. Así entendida, la verdad no tiene contenido propio, no puede ser ‘absoluta’, es decir, ‘siempre válida’, sino que, por eso mismo, ¡deja de ser verdad (y pasa a ser mera opinión)!” [10].
Pero, ¿qué es una ideología, sino un conjunto de meras opiniones? Así, la condena del Papa Francisco a las ideologías se vuelve como un boomerang contra él mismo debido a su comprensión relativista de una “verdad” situada.
2) En el escenario sociopolítico latinoamericano, esta cosmovisión inmanentista y su correspondiente visión relativista de la verdad se funden en la Teología del Pueblo, que no se basa en verdades provenientes de la Revelación sino en los valores concretos e históricos de los pueblos. En una entrevista con el sociólogo francés Dominique Wolton, el Papa Francisco explicó esta interacción:
“En los años 1980 existía una tendencia al análisis marxista de la realidad, pero después fue rebautizada como la ‘teología del pueblo’. No me gusta mucho el nombre, pero es así que la conocí. Ir con el pueblo de Dios y hacer la teología de la cultura.
Existe un pensador que usted debería leer: Rodolfo Kusch, un alemán que vivía en el nordeste de la Argentina, muy buen filósofo y antropólogo. Él me hizo comprender una cosa: que la palabra ‘pueblo’ no es una palabra lógica. Es una palabra mítica. No se puede hablar de pueblo lógicamente, porque sería hacer únicamente una descripción. Para comprender a un pueblo, es necesario comprender cuales son los valores de ese pueblo, es necesario entrar en el espíritu, en el corazón, en el trabajo, en la historia y en el mito de su tradición. Ese punto está verdaderamente en la base de la teología llamada del ‘pueblo’. Es decir, ir junto con el pueblo, ver como se expresa” [11].
Comentando este pasaje, el vaticanista Sandro Magister reveló que “Kusch se inspiró en la filosofía de Heidegger para distinguir entre ‘ser’y ‘estar’, calificando con la primera categoría la visión racionalista y dominadora del hombre occidental y, con la segunda, la visión de los pueblos indígenas latinoamericanos en paz con la naturaleza que los rodea y animados justamente por un ‘mito’” [12].
3) El problema más grave de los recientes comentarios del Papa Francisco sobre doctrina e ideología es que parecen muy similares a la visión modernista de la naturaleza evolutiva de los dogmas, basada en la falsa creencia en la evolución de la conciencia humana.
Como es bien sabido, con algunas diferencias de matiz, los modernistas comparten la convicción de que la Iglesia, su doctrina y su culto son fruto de la conciencia humana. Identifican la Revelación con una experiencia religiosa llamada “inmanencia vital”, y proponen una “religión del corazón” basada en verdades que corresponden a las nuevas condiciones de vida. Así, para los modernistas, la Iglesia y la doctrina deben adaptarse a las necesidades de cada época porque la vida, incluida la vida cristiana, es un esfuerzo continuo de adaptación a las nuevas condiciones. Desde su punto de vista, la fe no es “el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado”[13] ya que esto sería una expresión de frío intelectualismo. En cambio, la fe sería un sentido interior, originado en una necesidad de lo divino latente en el subconsciente humano sin previa conciencia del intelecto. Además, la Revelación ya no sería la comunicación por parte de Dios a una criatura racional de algunas verdades sobre Sí mismo y las leyes eternas de Su voluntad, a través de medios que están más allá del curso ordinario de la naturaleza, verdades por cierto que nos son transmitidas por la Sagrada Escritura y la Tradición, porque todo esto sería una forma de Intelectualismo.
Para los modernistas, la Revelación es una manifestación directa de Dios al alma a través de su sentido religioso. Los dogmas se convierten en meras fórmulas que proporcionan al creyente un medio de explicarse la fe. Como las condiciones de vida y la conciencia cambian, estas fórmulas, sujetas a las vicisitudes de la existencia de las personas, son susceptibles de cambiar también.
En su encíclica Pascendi Dominici gregis, el Papa San Pío X denuncia el pensamiento modernista según el cual “las fórmulas religiosas, para que sean verdaderamente religiosas, y no meras especulaciones del entendimiento, han de ser vitales y han de vivir la vida misma del sentimiento religioso”[14]. Así, para los modernistas, es necesario que el creyente ha de precaverse ante todo “de adherirse más de lo conveniente a la fórmula, en cuanto fórmula, usando de ella únicamente para unirse a la verdad absoluta, que la fórmula descubre y encubre juntamente, empeñándose luego en expresarlas, pero sin conseguirlo jamás” [15].
La consecuencia de lo anterior es que, para los modernistas, la Iglesia “encuentra la exigencia de su evolución en que tiene necesidad de adaptarse a las circunstancias históricas y a las formas públicamente ya existentes del régimen civil” [16]. Esta evolución avanza a través del conflicto y el compromiso entre dos fuerzas:
La fuerza conservadora reside vigorosa en la Iglesia y se contiene en la tradición. Represéntala la autoridad religiosa, y eso tanto por derecho, pues es propio de la autoridad defender la tradición, como de hecho, puesto que, al hallarse fuera de las contingencias de la vida, pocos o ningún estímulo siente que la induzcan al progreso. Al contrario, en las conciencias de los individuos se oculta y se agita una fuerza que impulsa al progreso, que responde a interiores necesidades y que se oculta y se agita sobre todo en las conciencias de los particulares, especialmente de aquellos que están, como dicen, en contacto más particular e íntimo con la vida. Observad aquí, venerables hermanos, cómo yergue su cabeza aquella doctrina tan perniciosa que furtivamente introduce en la Iglesia a los laicos como elementos de progreso [17].
Desde el punto de vista modernista, si la Iglesia se negara a seguir esta evolución de la vida y de la conciencia humana, seguiría siendo una estructura rígida, que predicaría una “ideología” anticuada y tan insípida como el agua destilada. Previendo esta acusación, San Pío X denunció en su encíclica los peligros de las teorías antiintelectualistas del modernismo:
Suprimid el entendimiento, y el hombre se irá tras los sentidos exteriores con inclinación mayor aún que la que ya le arrastra. Un nuevo absurdo: pues todas las fantasías acerca del sentimiento religioso no destruirán el sentido común; y este sentido común nos enseña que cualquier perturbación o conmoción del ánimo no sólo no nos sirve de ayuda para investigar la verdad, sino más bien de obstáculo. Hablamos de la verdad en sí; esa otra verdad subjetiva, fruto del sentimiento interno y de la acción, si es útil para formar juegos de palabras, de nada sirve al hombre, al cual interesa principalmente saber si fuera de él hay o no un Dios en cuyas manos debe un día caer [18]
4) En la mencionada conversación con los jesuitas portugueses, el Papa Francisco opinó que la actitud “reaccionaria” de la Iglesia estadounidense se basa en el atraso. Al explicar su desaprobación, el Papa Francisco afirmó
es necesario comprender que existe una justa evolución en la comprensión de las cuestiones de fe y de moral, siempre que se sigan los tres criterios que ya indicaba Vicente de Lerins en el siglo V: que la doctrina evolucione ut annis consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate. En otras palabras, la doctrina también progresa, se consolida con el tiempo, se expande y se hace más firme, pero siempre progresando. El cambio se desarrolla desde la raíz hacia arriba, creciendo con estos tres criterios. (…)
Siempre en ese camino, que va desde la raíz con esa savia que va subiendo, y por eso el cambio es necesario.
Vicente de Lerins establece la comparación entre el desarrollo biológico humano y la transmisión de una época a otra del depositum fidei, que crece y se consolida con el paso del tiempo. En este caso, nuestra comprensión de la persona humana cambia con el tiempo y nuestra conciencia también se profundiza. Las demás ciencias y su evolución también ayudan a la Iglesia en este crecimiento de la comprensión. La visión de la doctrina de la Iglesia como monolítica es errónea[19].
Estos pasajes merecen tres observaciones.
En primer lugar, hay que señalar cómo el Papa Francisco establece, de manera modernista, el crecimiento de la conciencia humana, ayudado por la ciencia, como la motivación de base para el progreso de la doctrina.
En segundo lugar, cuando afirma que tal crecimiento fluye desde las raíces hacia arriba, el Papa Francisco no se refiere a las enseñanzas de Nuestro Señor y de los Apóstoles, sino más bien a la “influencia del Espíritu Santo” en el “santo pueblo fiel de Dios” mencionada durante su conferencia de prensa en el avión de regreso de Mongolia.
En tercer lugar, el Papa Francisco trunca a sabiendas el Commonitorium de San Vicente de Lerins, como demostró exhaustivamente Mons. Thomas G. Guarino:
Existe un crecimiento orgánico y arquitectónico a lo largo del tiempo, tanto en los seres humanos como en la doctrina cristiana. Pero este progreso, argumenta Vicente, debe ser de un cierto tipo y forma, protegiendo siempre los hitos doctrinales anteriores de la fe cristiana. Un cambio no puede crear un significado diferente. Más bien, las formulaciones posteriores deben ser “el mismo dogma, el mismo significado y el mismo pensamiento” que las anteriores. (…)
Si tuviera que aconsejar al Papa, le animaría a tener en cuenta todo el Commonitorium de San Vicente, no sólo la selección que cita repetidamente.
Nótese que San Vicente nunca habla positivamente de las reversiones. Una inversión, para Vicente, no es un avance en la comprensión de la verdad por parte de la Iglesia; no es un ejemplo de una enseñanza “dilatada por el tiempo”. Al contrario, los retrocesos son el sello distintivo de los herejes.(…)
Invitaría también al Papa Francisco a invocar los saludables parapetos que Vicente erige en aras de garantizar un desarrollo adecuado. Mientras que el Papa Francisco se queda con la frase de Vicente dilatetur tempore (“dilatado por el tiempo”), el leriniano utiliza también la sugerente frase res amplificetur in se (“la cosa crece en sí misma”). El leriniano sostiene que hay dos tipos de cambio: Un cambio legítimo, un profectus, es un avance-crecimiento homogéneo en el tiempo –como un niño que se convierte en adulto. Un cambio impropio es una deformación perniciosa, llamada permutatio. Se trata de un cambio en la esencia misma de alguien o de algo, como que un rosal se convierta en meras espinas y cardos. (…)
Otra barrera es la afirmación vicenciana de que el crecimiento y el cambio deben ser in eodem sensu eademque sententia, es decir, según el mismo significado y el mismo pensamiento. Para el monje de Lérins, cualquier crecimiento o desarrollo en el tiempo debe preservar el significado sustantivo de las enseñanzas anteriores. Por ejemplo, la Iglesia puede ciertamente crecer en su comprensión de la humanidad y la divinidad de Jesucristo, pero nunca puede retroceder en la definición de Nicea. El idem sensus o “mismo significado” debe mantenerse siempre en cualquier desarrollo futuro. El Papa Francisco rara vez, o nunca, cita esta importante frase vicenciana, pero cualquier incitación al cambio debe demostrar que no es simplemente una alteración, o incluso una revocación de la enseñanza anterior, sino de hecho in eodem sensu con lo que la precedió.
También aconsejaría al Papa que evitara citar a San Vicente para apoyar inversiones, como con su enseñanza de que la pena de muerte es “per se contraria al Evangelio”. La comprensión orgánica y lineal del desarrollo de Vicente no incluye revocaciones de posiciones anteriores.[20]
A pesar de ello, el cambio que el Papa Francisco introdujo en el Catecismo de la Iglesia Católica respecto a la pena capital fue precisamente el ejemplo que dio en su charla a los jesuitas portugueses para refrendar su afirmación de que “la visión de la doctrina de la Iglesia como monolítica es errónea”. En Lisboa, fue más lejos que en declaraciones anteriores, al afirmar que “la pena de muerte es pecado, no se puede practicar, y antes no era así”[21].
* * *
Para desmontar la falsa alternativa presentada por el papa Francisco, a saber, la de tener que elegir entre una doctrina y una moral evolutivas o una ideología rígida, ayuda recordar la diferencia abismal entre la praxis pastoral tradicional de la Iglesia y la nueva del papa argentino. Como explica Guido Vignelli, en su sentido tradicional,
la teología pastoral es una ciencia práctica que estudia cómo ajustar la vida humana a las exigencias de la Verdad revelada mediante el cumplimiento de sus principios dogmáticos, morales y litúrgicos. No se ocupa de la meta, sino sólo del modo de alcanzarla, anunciando y transmitiendo eficazmente el Evangelio a la humanidad de un modo adecuado a las condiciones de tiempo y lugar.
La praxis pastoral, por tanto, depende del dogma, la moral y la liturgia; (…) no puede cambiar los dogmas, la ley y el culto. (…) La nueva praxis pastoral se entiende no como el arte de convertir a los hombres a Dios (…) sino como una pedagogía del diálogo y del encuentro entre iguales entre la Iglesia y la humanidad en su situación histórica y social concreta. (…)
Al final de este proceso, se produce una inversión: En lugar de adaptar la vida a la verdad, la verdad se adapta a la vida y, por tanto, la estrategia pastoral ya no es un camino sino una meta, no es un medio sino un fin. (…)
Al asumir que la vida tiene prioridad sobre la verdad, el camino sobre la meta y los medios sobre el fin, la teología moderna acaba consagrando la primacía de la praxis pastoral sobre la doctrina. (…)
El comportamiento se convierte en el criterio absoluto y la ley suprema no sólo de la vida, sino también de la doctrina y la enseñanza de la Iglesia, sustituyendo su función magisterial por la pastoral.
Al final del proceso, “la ortopraxís es la única ortodoxia”, como denunció en su día un futuro papa (Joseph Cardinal Ratzinger con Vittorio Messori, Informe sobre la fe, B.A.C, 1985) [22].
Fundado como está en una teología pastoral innovadora y errónea, el ataque del Papa Francisco a los católicos estadounidenses por su fidelidad a la comprensión tradicional de la Fe y del ministerio pastoral fue totalmente inmerecido.
Además, los fundamentos filosóficos y teológicos de esta errónea acusación revelan una comprensión inmanentista, relativista y populista de la cultura y la Fe, afín a la de la “Teología del Pueblo”, junto con una visión modernista del desarrollo evolutivo de los dogmas y la moral condenada hace tiempo en Pascendi Dominici gregis.
José Antonio Ureta
* José Antonio Ureta es coautor de El proceso sinodal: Una caja de Pandora: 100 Preguntas y Respuestas. En 2018, fue autor de El cambio de paradigma del Papa Francisco: ¿Continuidad o ruptura en la misión de la Iglesia? Una evaluación de los primeros cinco años de su pontificado.
NOTAS:
[3] «El Papa Francisco advierte». Lo que efectivamente dijo el Papa Francisco, como puede verse en el vídeo, aparece entre corchetes. Vatican News lo tradujo como «(se compone de) pecadores», al tiempo que mencionaba que «se trata de una traducción provisional».
[5] Papa Francisco, Exhortación apostólica Amoris laetitia, no. 31.
[6] Papa Francisco, exhortación apostólica Evangelii gaudium, núms. 221, 228 y 239.
[7] Papa Francisco, Evangelii gaudium, nn. 231, 233.
[9] Scalese, «I postulati», nº 8.
[10] Giovanni Turco, «[Da leggere] alcune linee guida per la lettura filosfica del pontificato di Bergoglio», Radio Spada, 25 de junio de 2017
[11] Papa Francisco y Dominique Wolton, Un futuro de fe: El camino del cambio en la política y la sociedad, trans. Shaun Whiteside, e-book ed. (Nueva York: St. Martin’s Press, 2018), 26-27.
[13] Catecismo de la Iglesia Católica, nº 150.
[15] San Pío X, Pascendi, n° 18.
[16] San Pío X, nº 25.
[17] San Pío X, nº 26.
[18] San Pío X, no. 39.
[19] Spadaro, «Las aguas».
[20] Thomas G. Guarino, «El Papa Francisco y San Vicente de Lérins», First Things, 16 de agosto de 2022
[21] Spadaro, “Acá hay una buena movida de agua”. El ultimo párrafo fue omitido en la transcripción al catellano.
[22] Guido Vignelli, Una revolución pastoral: Seis palabras talismán en el debate eclesial sobre la familia p. 19-22.
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