EL Rincón de Yanka: LIBRO "EL VIOLENTO FAR-WEST Y SUS ARMAS": HISTORIA NEGRA, LEYENDA ROSA por MIGUEL ÁNGEL NAVARRO CREGO 🐂🐃🐄🐎

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jueves, 21 de septiembre de 2023

LIBRO "EL VIOLENTO FAR-WEST Y SUS ARMAS": HISTORIA NEGRA, LEYENDA ROSA por MIGUEL ÁNGEL NAVARRO CREGO 🐂🐃🐄🐎

EL VIOLENTO 
FAR-WEST 
Y SUS ARMAS
Historia negra, leyenda rosa

Esta obra nos presenta cómo fue la violenta conquista del Oeste. El Far-West representa la esencia de lo que desde su inicio fue Estados Unidos, pues su naturaleza y su carácter amalgama muchas de las peculiaridades identitarias, aspiraciones y contradicciones que hay en el origen de esta nación. Centrándose en las armas utilizadas y su desarrollo, en algunos personajes históricos notables que hicieron uso de ellas, en los hechos y en los mitos creados principalmente por la cinematografía, el autor nos devela no solo la historia, sino también la negra intrahistoria de los Estados Unidos, del Far- West, que ha quedado blanqueada posteriormente a través del wéstern.

PRÓLOGO

PRESENTO ESTE LIBRO QUE ESPERO RESULTE DE INTERÉS para los lectores que se acerquen a él. In­tento con él cerrar una trilogía que he dedicado al wéstern y a cierta parte de la histo­ria de los Estados Unidos de Norteamérica. Me refiero a mi tesis doctoral, publicada bajo el título de "Ford y El sargento negro como mito" (Editorial Eikasía, Oviedo, 20 11) y a "El Wés­tern y la Poética" (Editorial Pentalfa, Oviedo, 2016).

Con este nuevo trabajo quiero abordar, y a través también del estudio de sus armas de fuego, lo que se conoce como «la conquista del Oeste». Expresión que no solo hace referencia a la historia e intrahistoria de la formación de los Estados Unidos de Norteamérica, sino que ade­más tiene un claro matiz mitológico, pues el Far West es por sí mismo todo un conjunto de reli­quias y de relatos que constituyen los cimientos de la Historia fenoménica, pero que han pa­sado y se han constituido además a través de la novelística, el cómic, el cine y la televisión, teniendo en la cinematografía su más sólida expresión a lo largo del siglo XX. Mas en el presente siglo, aún se siguen rodando wésterns y se buscan y rebuscan nuevas fuentes de inspiración y nuevas claves interpretativas -por ejemplo, wésterns feministas-. La mitología dura ya más en el tiempo, en los trabajos y los días, que la propia intrahistoria que la nutre. Al lector he de aclararle que el periodo que abordaré se ciñe principalmente a una centuria, la que va de 1790 a 1890, aunque en los primeros capítulos pase revista a los antecedentes de la colonización de Norteamérica y a la génesis de los Estados Unidos como nación.

Lo cierto es que la noción de Far West es una idea-fuerza que resume muchas de las ca­racteristicas identitarias, aspiraciones y contradicciones, de la nación estadounidense en su formación y evolución. Pues bien, vamos a preguntarnos cómo fue conquistado el Oeste. Para ello he de centrarme en los siguientes elementos: las armas utilizadas y su desarrollo, algunos personajes históricos notables que hicieron uso de estas, los hechos en los que se incardinan dichas armas y personajes, y, por último, los mitos que la cinematografía ha elaborado a partir de esas realidades previas citadas. Adelanto que la distancia entre realidad histórica y ficción es inmensa, pero casi siempre la realidad supera a la ficción en coraje, espíritu aventurero, sa­ crificio y heroicidad. Pero también, por supuesto, en maldad, crueldad, violencia y destrucción. Pues todas estas cualidades forman parte de la infecta naturaleza humana. También de su condición de personas, de sujetos con moral y con historia.

He dividido la obra en catorce capítulos y advierto ya que no pretendo ser exhaustivo. Sé que muchas cosas quedarán en el tintero, pues quiero que sea un trabajo denso pero ameno. Es­ pero que le resulte interesante no solo a los estudiosos de la Historia, sino también a ese redu­cido pero entusiasta y laureado grupo de amantes de las armas históricas que practican el de­porte del tiro con las mismas. Por eso me he detenido en algunas exposiciones detalladas. No puedo ocultar mi admiración y entusiasmo por los rifles Hawken, desde que de niño viera con diez años "Las aventuras de Jeremiah johnson" (Sydney Pollack, 1972), protagonizada por Robert Redford; película que ya estudié con anterioridad en "El Wésterny la Poética". Asimismo, insistiré en el análisis de ciertos filmes, como hice en otros libros dedicados al Wéstern. El orden que pretendo seguir en cada uno de los capítulos es el siguiente: 
primero abordaré los hechos histó­ricos e intrahistóricos más relevantes de la vida en la Frontera y de la Conquista del Oeste, luego expondré la conexión que estos hechos tienen, muchos de ellos violentos, con las armas que se emplearon en manos de sus protagonistas. Por último, citaré aquellas películas que con­sidero más relevantes (principalmente wésterns o históricas), en las que hechos, personajes y armas son elevados al altar de la mitología. Y no hemos de olvidar que, como ya demostré en anteriores obras, la mitología es el río por el que fluye la ideología. En este caso y durante bas­tantes décadas, la leyenda rosa sobre la vida en la Frontera parecía eclipsar o al menos endul­zar, la negra intrahistoria de la formación de los actuales Estados Unidos.
Daré también una amplia información bibliográfica que he logrado reunir y estudiar a lo largo de los últimos treinta años y que, de alguna manera, presento al lector español con este trabajo.

Para finalizar, quiero recordar a todos esos buenos amigos en los que pienso sin nom­brarlos y con los que he dialogado durante muchos años en torno a estos temas. Sus enseñan­ zas y su amabilidad conmigo no tienen precio. Me refiero a los colegas -filósofos e historiado­res- vinculados a la Fundación Gustavo Bueno, pero también a mis compañeros tiradores con armas de avancarga del Club de Tiro Principado, en Oviedo. Mas como siempre, cualquier empresa de lectura, estudio, investigación y redacción, no sería posible sin el esencial soporte vi­tal de la familia. Mi mujer, Begoña, y mis hijas, Virginia y Graciela, siempre han aguantado con santa paciencia mi pasión, a veces desbordada, por los temas de los que trato en esta obra.

Nota aclaratoria

Como no es solo un trabajo descriptivo, sino que pretende desarrollar las tesis de carácter doc­trinal y filosóficas que he anunciado y corroboraré en el epílogo, hay palabras que se repiten bastante y que a veces escribiré con mayúscula y otras con minúscula. La razón es la siguiente: cuando utilice sustantivos como Historia, Frontera, Wéstern, etc., en un sentido específico y en cuanto que ideas o conceptos, lo haré con mayúscula. Cuando se tomen como nombres comu­nes y genéricos irán con minúscula.
Otra cuestión: como entro en la descripción de armas y calibres en la evolución de la his­toria de los Estados Unidos, y en las obras originales siguen el sistema de pesos y medidas an­ glosajonas todavía en vigor y aún más en el siglo XIX, voy a dar unas simples equivalencias para que el lector interesado pueda ver su correspondencia con el sistema métrico decimal de uso en Europa.
  • 1 yarda = 0,914metros.
  • 1 pie = 0,305 metros.
  • 1 pulgada = 25,4 milímetros.
  • 1 libra = 454 gramos.
  • 1 onza = 28,349 gramos.
  • 1 grain = 0,0648 gramos.
Ejemplo ilustrativo: si digo que un rifle Hawken del periodo de 1840 a 1850, como el de Kit Carson, pesaba no menos de 10 libras, era del calibre 54 (en fracción de pulgada), disparaba una bala esférica de 22 3 grains, impulsada por una carga de pólvora negra de 100 grains y tenía un alcance de casi 200 yardas, las equivalencias serían: peso del arma, 4540 gramos; cali­bre, 13,71 milimetros (diámetro interior del ánima entre las mesetas de las estrías); bala esfé­rica de 14,450 gramos; peso de la carga de pólvora 6,48 gramos; alcance máximo en manos de un tirador experto, 182,8 metros.

El calibre -que en inglés se denomina bore o gauge-, de las armas civiles de ánima lisa y que en España desde hace siglos se llaman escopetas, se mide, al igual que en el mundo an­glosajón, por el número de balas esféricas que se pueden fundir con una libra de plomo (equi­valente si se trata de una libra inglesa a 454 gramos). Balas cuyo diámetro es igual al del ánima del arma. Así pues, una escopeta, sea de chispa, pistón o de cartucho de fuego central, si deci­mos que es del calibre 12, es porque el diámetro del cañón del arma es igual al de una esfera de plomo de 37 gramos. Es decir, el calibre 12 tiene un diámetro de entre 18,4 y 18,5 milímetros de cañón. El mismo criterio se aplica si afirmamos que un mosquete indio de chispa era del 20 (20 balas por libra), 16 (16 balas por libra), etc.

INTRODUCCIÓN

CON NUEVE Y DIEZ AÑOS, EN 1972 Y 1973, además de "Las aventuras de Jeremiah Johnson" vi la pe­lícula "El hombre de una tierra salvaje" (Man in the Wilderness, Richard C. Sarafian, 1971) y me quedé fascinado, pues descubrí a la vez el mundo de la cinematografía y el mundo del wéstern. Fue en el cine Felgueroso de Sama de Langreo (Asturias). Después, con el correr de los años, tras mi formación universitaria, logré aunar esta pasión con mi vocación profesional como estudioso de la Filosofía. Analizar las ideas presentes en la intrahistoria, por utilizar la expresión de raigambre unamuniana, y en la historia de las naciones e imperios, es una de las tareas más importantes que puede abordar un saber filosófico que sea digno de tal nombre. Comprender las ideas y creencias que operan en las ideologías que nos envuelven y determinan, también. Y el Wéstern, como género eminentemente estadounidense,es la última gran mitología del siglo XX, construida a través del cine, que da forma, cauce y contenido a la ideología del Imperio Occidental hasta ahora dominante; el constituido por la citada nación norteamericana.

Si yo hubiera visto en mi adolescencia muchas películas sobre las expediciones y aven­turas de figuras patrias, como Hernán Cortés, Hernando de Soto, Pedro Menéndez de Avilés (el adelantado de La Florida), Vázquez de Coronado, López de Cárdenas y Juan de Oñate -entre otros exploradores españoles que se podrían citar-, tal vez no estaría ahora escribiendo este li­bro. Pero España en los años setenta llevaba lustros formando parte ya, tras el triunfo aliado en la Segunda Guerra Mundial, de la órbita de influencia cultural del Imperio estadounidense, vencedor en Occidente. Pocas películas podían hacerse en nuestra nación sobre las citadas fi­guras, dado lo costoso de la industria del cine; que es, como decimos, transmisora de paradig­mas morales, de mitos y creencias. Así pues, la Historia con mayúsculas la hacen los imperios y las plataformas imperiales en las que las grandes naciones se constituyen y subsisten. De he­cho, Hollywood, como punta de lanza ideológica estadounidense, proyectó sobre España y al­gunos de los citados nombres, la sectaria sombra de la Leyenda Negra, y esta vez la pongo con mayúsculas. Pero como bien sabía el filósofo Gustavo Bueno (1924-2016) España, como nación histórica, hace tiempo que ha dejado de ser un imperio, y sin embargo en su esencia, como na­ción política actual, no es un quimérico mito y pervive el aliento de su pasado. Por ejemplo, en la importancia del idioma español en América y, en concreto, como segundo idioma en los Es­tados Unidos. Por ello es tan necesario el combate por la dignificación de nuestra historia, de nuestro imperio con sus luces y sombras,en el que se han embarcado profesores e investigado­res como Elvira Roca Barea y Marcelo Gullo. Pero para mí, y no solo por amistad personal, me es obligado citar también a autores como Iván Vélez y Pedro Insua, que con sus recientes obras contribuyen a esclarecer lo que las naciones enemigas y competidoras han oscurecido, tergi­versado o ninguneado sobre España.

En nuestro infecto presente en marcha, las grandes películas de Hollywood se estrenan a la vez en Europa en esos nuevos templos del capitalismo global que son los centros comercia­les de los extrarradios de las capitales y ciudades de provincias. Y, además, como todavía hoy se pasan por las televisiones españolas, tanto de ámbito nacional como autonómico, infinidad de wésterns y no solo de los cien más acreditados, sino incluso viejas obras de serie B de los años cincuenta, la influencia de Estados Unidos en la vida cotidiana de nuestros conciudada­nos está bien presente. Y ello por no hablar del impacto que suponen los canales televisivos y de YouTube, dedicados a la mitología y a la historia de los grandes nombres que dieron vida a la colonización de esta nación norteamericana.

Por otra parte, nos guste o no, que la violencia y en concreto la guerra, es partera de la historia, es una tesis que ya conocía el viejo Heráclito en los albores de la Civilización Occiden­ tal, la que tiene su cuna en la Grecia Clásica. Por ello evaluar, aunque sea de forma general, la Conquista del Oeste -el llamado con aliento mítico Far West- supone repasar con cierto dete­nimiento las armas que se emplearon en su «civilización». Pues hombres y armas, como actos heroicos y de extrema crueldad, se entremezclan de forma constante en la historia que pre­tendo recrear y presentar al lector español. No hay que olvidar que en los Estados Unidos de Norteamérica el debate sobre la Segunda Enmienda y lo que esta simboliza y representa, lleva años abierto y se recrudece de forma polémica cada vez que un telediario abre con la noticia de un sangriento y letal tiroteo en un instituto, perpetrado por adolescentes. Y el constante en­frentamiento entre delincuentes y policías, en las calles de cualquier ciudad estadounidense, forma parte de esta compleja nación y del imaginario del que se nutren los guionistas para ser luego llevado al cine.

La Segunda Enmienda fue parte de la Declaración de Derechos que se agregó a la Consti­tución de los Estados Unidos el 15 de diciembre de 1791. En ella se afirma: «Siendo necesaria una milicia bien regulada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a tener y portar armas no será infringido». 
Pero hay que recordar que a finales del siglo xvmlas armas a las que ese «pueblo» americano podía acceder, según el desarrollo científico-tecnológico de la época, eran los famosos mosquetes -como los Brown Bess británicos, Charleville franceses, o el modelo español 1752-1757, que habían contendido en su guerra de Independencia-, o el tipo de escopeta para tirar a las aves y otras piezas de caza menor que servían para alimentar a los colonos -conocidlas en inglés como Fowler- o, como mucho, y como arma rayada, el miti­ ficado longrifle o rifle de Pennsylvania -más conocido como rifle de Kentucky-. Este había evolucionado en determinadas comarcas donde se habían asentado los inmigrantes de origen alemán a partir del Jager, el rifle de los cazadores centroeuropeos de jabalís y osos. Todas ellas eran armas de chispa, por lo general de un solo disparo, lentas de recargar, prácticamente inoperativas bajo la lluvia y, exceptuando el rifle largo, imprecisas más allá de los cincuenta metros. Pero ahora, más de doscientos años después, en bastantes estados del país un ciuda­ dano puede adquirir modernas armas automáticas, pues la Segunda Enmñenda sigue en vigor, aunque se discutan sus pros y contras.

Luego entonces, la complejidad actual de los Estados Unidos procede, como en el caso de España, de su pasado, de su legado y de su historia, lo cual quiere decir de su origen como im­perio con una frontera móvil. Frontera que se conquistó con las armas y la mayoría de las veces de forma violenta, o,como ya es tópico repetir, con el rifle en una mano y la Biblia en la otra. La Biblia protestante..., por supuesto.

Y así como Roca Barea y los compañeros citados pretenden, y logran de forma acertada, mirar la historia de España sin falsos triunfalismos pero sin complejos, desentrañando las fala­ cias de la leyenda negra antiespañola y, sobre todo, denunciando a los que, amparándose en ella, quieren minar la convivencia entre todos los españoles en la actualidad, desearíamos no­sotros contribuir a presentar la «historia negra» de la conquista del Oeste, que a lo largo del si­ glo  y hasta la funesta guerra de Vietnam, se recreó en el Wéstern, salvo notorias excepciones, como leyenda rosa. Como sabía el genial John Ford, rapsoda y crítico a la vez de dicha mi­ tología, cuando la leyenda se convierte en un hecho, se imprime la leyenda. A mostrar esto de­diqué mi tesis doctoral sobre el filme Sergeant Rutledge (El sargento negro, 1960). Pues los afro­ americanos, y no solo las tribus indias, han sido durante muchos años los grandes perdedores de esa violenta historia y los grandes ausentes de leyenda a veces tan acaramelada. Los irlan­deses y en general los católicos europeos emigrados, también han sido ciudadanos de segunda clase frente a la hegemonía WASP -acrónimo en inglés de blanco, anglosajón y protestante-. Lo mismo puede decirse de las mujeres, presentadas hasta hace poco bajo formas estereotipa­das y falsamente idealizadas.

Como marco teórico, y frente a los que malévolamente piensan que España tiene una historia fallida y que es una nación cuyo nombre apenas se puede mencionar -o hablan con­ fusamente de ella como una «nación de naciones»-, es necesario presentar otro ejemplo..., otro paradigma. Y ello porque todas las naciones que han sido o son imperios han tenido su historia y su leyenda, sabiendo que casi siempre esta no coincide con aquélla. Es el caso notorio de los Estados Unidos. Por eso vamos a centrarnos principalmente en el siglo XIX, en la intra­historia de esta nación hasta 1890, es decir hasta su consolidación definitiva por la desaparición de la Frontera. Y, sin embargo, la noción de Frontera como idea-fuerza, como elemento di­ namizador de la vida de los estadounidenses, ha seguido muy viva en los diferentes teatros geopolíticos en los que su nación ha intervenido. La «frontera» no solo alentaba en los corazo­nes de los colonos que, atravesando el continente y arrostrando un sinfín de penurias, se aven­turaban en las rutas de Oregón, California o Santa Fe, sino también en los Rough Riders, los aguerridos y salvajes jinetes que acompañaron a Theodore Roosevelt en las Lomas de San Juan, en la guerra de Cuba frente a España, y que nosotros vivimos como el famoso Desastre del 98. De igual forma está presente en los Doughboys, el apodo con el que se conoció a las fuerzas ex­pedicionarias americanas del general John Pershing, que atravesaron el Atlántico para luchar junto a los aliados en la Primera Guerra Mundial. Y también lo está en los que el 6 de junio de 1944, y bajo el mando supremo de Dwight D. Eisenhower en la operación Overlord, desembarcaron el famoso día "D" en las playas de Normandía para liberar Europa del yugo nazi.

Luego ha llegado el momento de citar las tres grandes ideas que vertebran el despliegue, a lo largo del siglo XIX, de la colonización de los actuales Estados Unidos. Son las siguientes: Frontera móvil, Doctrina Monroe y Destino Manifiesto. Es esta constelación de ideas y de prin­ cipios doctrinales los que el lector ha de tener en cuenta para comprender que este trabajo, aunque no pueda ser plenamente exhaustivo en su descripción de hechos, hombres, armas y mitos, tiene un sentido unitario: el de presentar los rasgos principales de una «historia negra», violenta, recreada bastantes veces, como mitología e ideología, como una leyenda rosa. Y como ya sabía el Aristóteles de la Poética y no digamos el receloso Platón de la República, al pueblo llano lo educan los poetas; valga decir,y en el siglo XX-XXI, los novelistas, guionistas, directores de cine, productores de series de televisión, etc. Pues casi todos ellos están imbuidos de las mencionadas ideas, ya degradadas al modo de tópico, opinión generalizada, o conjunto de creencias acríticas de una mentalidad de grupo. Tratamos pues de las señas de identidad de una nación: la estadounidense.

Es ahora necesario hacer un breve resumen y comentario sobre la idea de Frontera. Y lo haré a partir de la obra del famoso historiador, clásico entre los clásicos en este tema, Frederick Jackson Turner (1861-1932). Ello tiene que servirnos también para enmarcar las relaciones entre la intrahistoria de los Estados Unidos y los principales hechos que la componen, con su cultura material extrasomática y las ideologías ligadas a las instituciones de esta nación (Nematologías) y los elementos mitológicos que las nutren. Pongamos un ejemplo ya del siglo XXI: tras el terrible atentado a las Torres Gemelas, la búsqueda, captura y muerte del líder de Al Qaeda, Osama Bin Laden, en la Operación Geronimo -nombre nada inocente y de clara rai­gambre histórica y simbólica-, supone, para la opinión común de muchos estadounidenses, un acto dejusticia y no de venganza. Acto que engarza no solo con los intereses imperiales de los Estados Unidos en la actualidad, sino, y en el imaginario popular, con la forma de entender la «justicia» y el «hacerse respetar» según la tradición que imperó en la Conquista del Oeste; en la violenta Frontera. Pues el aforismo archiconocido en el Far West, «Dios creó a los hombres y Samuel Colt los hizo iguales», sigue significando para muchos votantes estadounidenses que la violencia se neutraliza con la violencia. Es decir, como en los «viejos tiempos», en los que un re­vólver -invento que se atribuye al industrioso Colt- formaba parte de la indumentaria de todo varón en los territorios aún por civilizar por los libros de leyes, las togas y el mazo del juez.

A pesar de las diferencias ideológicas, la tradición de la Frontera está presente en el video en el que se ve a Barack Obama presidiendo el gabinete de la Operación Geronimo, pero también lo está en el discurso de Donald Trump, en el que habla con claridad de volver a hacer entre todos grande a América. Como resulta obvio, para Trump,y para muchísimos estadouni­denses, «América» son casi con exclusividad los Estados Unidos de Norteamérica.

Si vamos al mundo de la mitología percibimos que una película reciente, un excelente wéstern contemporáneo, como "Comanchería" (Hell or High Water, 2016) dirigida por David Mac­ kenzie, nos habla de forma clara y contundente de toda esta compleja, violenta y problemática tradición.

Así pues, si utilizamos expresiones como «El padre Kino», «Marcos de Niza», «Cabeza de Vaca», «Las siete ciudades de Cíbola y Quivira», «El padre fray Junípero Serra», «Giovanni Ve­ rrazzano», «Jacques Cartier», «Samuel de Champlain», «René Robert Cavalier de La Salle», «sír Walter Raleigh», «El capitán John Smith», «La india Pocahontas», «William Penn», pero tam­ bién «Chevalier de la Vérendrye», «Daniel Boone», «El Boston Tea Party», «La confederación de las cinco naciones iroquesas», «La batalla de Saratoga», «La expedición de Lewis y Clark», «La india Sacajawea», «La carrera de John Colter», «Los indios mandan», «Los arikara», «Manuel Lisa», «La expedición de Zebulon Pike», «Hugh Glass», «Jedediah Smith», «La guerra de Halcón Negro», «Jim Bridger», «El líder shawnee, Tecumseh», «La democracia de Andrew Jackson», «Davy Crockett», «Jim Bowie», «Osceola, caudillo de los semínolas», «El militar y explorador John C. Frémont», «Kit Carson», etc., etc., hacemos referencia a hechos y personaje s a los pri­meros años de la colonización de Norteamérica o de la Conquista del Oeste en sus años inicia­ les. Y podríamos citar a muchos más. La lista de acontecimientos y celebridades sería casi in­terminable si llegamos hasta el 29 de diciembre de 1890, fecha en la que tuvo lugar la matanza de casi trescientos indios lakota por parte del 7.2 de caballería. Fue en la reserva india de Pine Ridge, y se conoce como la masacre de Wounded Knee. Ese mismo año se da por cerrada la Frontera, es decir se da por finalizada la colonización. Solo ocho años más tarde, en 1898, Esta­dos Unidos se «pone de largo» como nación adulta con clara vocación imperial, enfrentándose y venciendo a España en la guerra de Cuba.

La historia de Estados Unidos en el siglo x1x está repleta de exploradores, tramperos, ca­zadores, aventureros, colonos, mineros, militares, caudillos indios, forajidos,prostitutas, gana­deros de renombre, marshalls, sheriffs, etc., y casi todos ellos ejercieron o padecieron la violen­cia armada. La inmensa mayoría vivieron ambas cosas.

Y casi todos esos hombres, hechos y armas han pasado a formar parte de la mitología. La película El renacid o ( The Revenant, 2015), dirigida por Alejandro F. Iñárritu, es un ejemplo reciente de ello. A estudiarla, entre otros filmes, dedique la obra "El Wéstern y la Poética". Tendré que volver a referirme a ella cuando aborde el mundo de los tramperos y «montañeses». Por ello es normal que nos preguntemos, ¿cómo es posible que una nación con una historia tan corta tenga una intrahistoria tan rica en detalles: en hombres, hechos, armas y mitos? A esta cuestión solo podemos responder en justic ia teniendo en cuenta los orígenes coloniales de los Estados Unidos (desde la llegada en 1620 de los primeros «padres peregrinos» en el Mayjlower) y su constitución como nación imperial; donde el ideal de la Frontera como tierra de promi­sión, repleta de oportunidades para «empezar de nuevo», el anti-intervencionismo de la Doc­trina Monroe y el provid encialismo del Destino Manifiesto, se maridan en constante intimidad y realimentación.

Citaba anteriormente a F. J. Turner porque casi todos los historiadores que con posterio­ridad han abordado eltema de la constitución de los Estados Unidos, de forma expansiva hacia el Oeste y a través de una frontera móvil que se va colonizando y civilizando, se han posicio­nado bien a favor de las tesis de Turner, ampliándolas y desarrollándolas, o bien en contra. En el plano político recordemos que en pleno siglo XX, con la emergencia de las luchas por los dere­chos civiles de los afroamericanos -en los años 50 y 60- y después de las minorías indígenas que malvivían alcoholizadas en las reservas, John F. Kennedy enarbola el discurso de la con­quista de una «Nueva Frontera». Pero JFK, fue asesinado y ello, como enigma a descifrar, tam­bién forma parte de la contradictoria, convulsa y violenta historia de los Estados Unidos. Y en 1973, en el simbólico Wounded Knee -estado de Dakota del Sur-, ochenta y tres años más tarde de la fatídica masacre, los indios se rebelan manifestándose, liderados esta vez por el ac­tivista Russell Means; lakota oglala, que llegaría a ser un actor famoso por su interpretación de Chingachgook en "El último mohicano" (dirigida por Michael Mann en 1992), junto a Daniel Day­ Lewis.

Mas para seguir desarrollando esta introducción teórica necesito apelar a la distinción que hace Gustavo Bueno entre imperios depredadores e imperios generadores. No es una dis­tinción ética, ni exclusivamente moral, se trata de una distinción elaborada desde la filosofía de la historia de raigambre espinosista, hegeliana y que presupone la «vuelta del revés» de Marx -y esto asumiendo los elementos centrales del materialismo histórico-. Así pues, un irnperio es generador cuando, por estructura, y sin perjuicio de las ineludibles operácÍónes de explotación colonialista, determina el desenvolvimiento social, económico, cultural y político de las sociedades colonizadas, haciendo posible su transformación en sociedades políticas de pleno derecho. Es el caso del Imperio romano y del Imperio español. Por otra parte, un imperio es depredador cuando por estructura tiende a mantener con las sociedades por él coordenadas unas relaciones de explotación en el aprovechamiento de sus recursos económicos o sociales tales que impidan el desarrollo político de esas sociedades, manteniéndolas en estado de salva­jismo y, en el límite, destruyéndolas como tales. Ejemplos históricos: el Imperio persa de Darío, los imperios inglés y holandés de los siglos XVII a XIX -teoría del gobierno indirecto-.

Este criterio podríamos coordinarlo de forma matricial con otro, este sí ya en el plano moral. A saber: imperios que, a pesar de ciertos actos de violencia sobre la población indígena, buscan la integración y el mestizaje, e imperios en cuyo programa este ideal no está presente y que evolucionan hacia la desintegración o la eliminación física de la población indígena, es de­cir su exterminio o su reducción a una minoría no integrada e irrelevante en elplano político.
Entre los siglos XVII y XIX está claro que hay una serie de naciones europeas que se dispu­tan los territorios de Norteamérica. Pongamos desde el norte del actual México hasta lo que hoy es Canadá. Estas tierras estaban pobladas por tribus seminómadas que vivían mayor­mente de la caza y algunas de la caza y la recolección -por ejemplo del maíz-. En el desarrollo técnico llegaban hasta el arco y la flecha. Unas pocas conocían la alfarería, pero no la rueda. En materia religiosa se encontraban en el totemismo, con componentes animistas, existiendo la figura del chamán. Sé que estos criterios, tan genéricos, pueden ser discutidos, pues la Antro­pología Cultural ha cambiado mucho desde sus padres fundadores -los etnólogos evolucio­nistas Tylor y Morgan-, pero para lo que quiero explicar sirven bien para orientarnos. Y las naciones europeas con vocación imperial a las que me refiero son, el Imperio español, el Impe­rio francés -bajo la variante mercantilista de Colbert-, un pretendido Imperio holandés -por poco tiempo- y,sobre todo, el Imperio inglés. También habría que citar las aspiraciones de los rusos-Alaska-.

El Imperio español es generador y con intención integradora -con independencia de enfrentamientos con los indios, como por ejemplo el acontecido en la expedición de Pedro de Villasur en 1720- y ello desde las Leyes de Indias (Testamento de Isabel la Católica, Junta de Valladolid -polémica Las Casas/Sepúlveda en 1550-). Es importante subrayarlo, porque las ideas son algo tan material y tan determinante como los acontecimientos históricos que desde ellas se planifican. Hay que destacar, y no es un tema menor, que España siempre evitó legal­mente -y con cierto paternalismo de inspiración católica- vender armas de fuego a los indios, cosa que sí hicieron tanto franceses como ingleses -sobre todo con la intención de que los indios así armados desestabilizasen la débil presencia española en los territorios norte­ americanos-. Luego no se puede entender la dialéctica de imperios en el siglo XVIII y princi­pios del XIX, en lo que ahora es Estados Unidos, sin comprender lo que suponía el tráfico de ar­mas y, por supuesto, el tráfico de pieles.

Por otra parte, el Imperio francés, aunque tiene componentes depredadores, es cierta­mente integrador. Y hablamos de su presencia en Canadá, en lo que es la región de Quebec, pero también en la vertiente norte de los grandes lagos. El comercio de pieles reportaba grandes beneficios a la corona francesa sin necesidad de fuertes inversiones, pero la integración con los indios dio lugar a un cierto mestizaje en el siglo XVIII. Me refiero a la cultura francocana­diense, que siguió viva a pesar de que los franceses, derrotados por los ingleses en la guerra de los Siete Años (1756-1763), tuvieron que dejar en manos británicas sus posesiones del Canadá. Frente a esto, los intereses de la corona inglesa, en lo que serán las trece colonias que acabarán por independizarse, son depredadores (comercio de las pieles) y con constantes conflictos con las tribus indias. No hay voluntad de integración con el indígena por mestizaje. Es esencial en esto el componente puritano y mesiánico de los protestantes Pilgrim Fathers, de cuño calvi­nista, que dejará una impronta también determinante de lo que será el núcleo constitutivo de los posteriores Estados Unidos.

Esta nación surge con vocación imperial en un constante proceso de expansión hacia el Oeste y las tres grandes constelaciones ideológicas que he mencionado -Idea-fuerza de Fron­tera, Doctrina Monroe y Destino Manifiesto-, se vertebran a través del concepto de pionero. Este concepto admite modulaciones o versiones con componentes psicológicos, sociológicos e históricos. El pionero es el que se arriesga a marchar hacia la Frontera, que en principio es una tierra salvaje, inculta, porque anhela vivir en libertad -por ejemplo, sin tener que pagar im­ puestos o trabajar de forma servil para un señor-. De ahí su personalidad audaz, con un tesón que apenas conoce el miedo y la pereza, y donde la confianza en las propias habilidades y re­ cursos para sobrevivir se dan la mano con un fuerte individualismo. Pero todo esto supone vi­vir con unas sólidas creencias y con una inquebrantable capacidad para, llegado el caso, em­ plear la violencia armada. De ahí la metáfora «del rifle y la Biblia». Pues esa «inculta» tierra de promisión, que a lo largo del siglo XIX cada vez está más al Oeste, está poblada. Lo que los pioneros, por ejemplo los colonos que se apropian de las tierras como granjeros -practicando una agricultura y ganadería de subsistencia- denominan la Wilderness, no es una tierra desierta. En ella habitan los pueblos indios y muchas veces son territorios que, aunque apenas poblados por los blancos, pertenecen sobre el papel a otras naciones -caso del virreinato de Nueva Es­ paña como parte del Imperio español, luego México-.

Se comprende pues la importancia que juega el manejo de las armas en todo este largo proceso. Cualquier muchacho que viviese en la frontera tenía que aprender desde niño a mane­ jar hábilmente y mantener en buen uso su rifle o escopeta -generalmente de avancarga hasta el último cuarto del siglo XIX-. Cazando todas las semanas contribuía a la subsistencia fami­ liar, poniendo «carne sobre la mesa» -con expresión que todavía hoy usan los cazadores esta­ dounidenses-. Pavos, conejos, ardillas y ciervos eran sus presas. Y ello sin olvidar repeler los ataques o intromisiones en la granja, construida en el calvero de un bosque a fuerza de golpes de hacha, de coyotes, lobos y osos. Esta realidad, esta forma de vida, forja el peculiar carácter del pionero y le da una dimensión sociológica e histórica que aún llega hasta nuestros días. Como es obvio, esta personalidad, que vincula individualismo con solidaridad entre colonos, aparece elaborada en el cine de forma mitológica, arquetípica, en infinidad de wésterns. Por ello el ideal de la Frontera y el del Pionero -que son indisociables- tienen una clara proyec­ción política en la historia de los Estados Unidos, pues las armas, en manos de los pioneros y en la frontera, se emplean para combatir contra los indios o para neutralizar cualquier acto de agresión entre blancos. La violencia se combate así con la violencia. Esa será la ley no escrita de la Frontera, pues en ella no hay ningún poder político establecido, ni civil ni militar, o el que existe en precario está a cientos de millas al este de los puestos avanzados. Individualismo y sentido de la propiedad por apropiación, que los indios lo vivirán como invasión y despojo de sus territorios de caza, también se entremezclan en las sencillas, pero sólidas,creencias protes­ tantes de los pioneros.

Entre los antecedentes de todo este proceso histórico hay que señalar que después de 1674, cuando se pone fin a la colonia de Nuevos Países Bajos y Nueva Ámsterdam pasa a ser Nueva York, el dominio británico se va poco a poco consolidando en la franja atlántica entre el Canadá francés y La Florida Española. El comercio de las pieles, que había sido muy impor­ tante para los holandeses, lo será también para los ingleses. Pero la constante llegada de inmi­grantes protestantes dará un barniz peculiar a las colonias. Entre esas peculiaridades, corriendo el tiempo, hay que citar al racismo y a la esclavitud de los negros, traídos de la costa africana para trabajar en las plantaciones, pero también los enfrentamientos con los indios y su aniquilación o expulsión a territorios más aloeste. Esta será una constante en el proceso de formación de los actuales Estados Unidos.

Desde el punto de vista de las ideas es F. J. Turner el que subraya, en su colección de en­sayos La Frontera en la Historia Americana, escritos entre 1890 y 1919, que no se puede enten­ der la historia estadounidense sin tener en cue:ita el significado de la Frontera en su génesis y desenvolvimiento. De alguna manera ya lo he explicado, pero conviene ampliar el tema algo más. Turner, desde su metodología, una especie de idealismo histórico funcionalista, reconoce de forma implícita que todo el subcontinente norteamericano se encuentra en disputa, a lo largo del siglo xvm, dentro de una constante dialéctica de imperios. Él, ciertamente, no utiliza esta terminología, pero es muy consciente de cómo a partir de las trece colonias británicas sur­ gen los primitivos Estados Unidos. También afirma que para comprender la esencia de dicha nación hay que entender lo que supuso la conquista del Oeste, mediante el dominio y civiliza­ ción de una frontera móvil hostil, llena de dificultades y penurias para los que se aventuraban en ella. Luego el Oeste no es solo una delimitación geográfica, sino un elemento ideológico conformador de la mentalidad del pionero. Por eso la Frontera es trascendental en la historia de esta nación norteamericana.

Asimismo, la visión de Estados Unidos como crisol de culturas (melting pot), por la mez­cla constante de inmigrantes europeos que llegan en busca de una vida mejor, tiene aquí tam­bién su punto de encuentro. Pues la Frontera y la colonización del Far West actuarán como ele­ mentos de fusión y de neutralización de las tensiones internas. Y esto es entendido así porque la Frontera es expansiva por definición, al igualque es acogedora a pesar de las dificultades. Es esta la idea de la Frontera como «válvula de escape». Sobra decir que los grandes perdedores en todo este proceso, que dura unos cien años (de 1790 a 1890), son los pueblos o tribus indias. Aquí,en esta colonización, no va a haber polémicas escolásticas como la española -de raigam­bre aristotélico-tomista -sobre la legitimidad o no de lo que se está haciendo y de cómo se está tratando a los indios. Teniendo como trasfondo el pensamiento de Locke, que predica la tole­rancia entre iglesias protestantes- no así con los papistas, con los católicos-y amparándose en el derecho natural, según el cual lo que no es de nadie es del primero que se apropia de ello, se irá constituyendo la vida de los colonos y de todo tipo de pioneros en el Oeste. Los indios, que son nómadas y cazadores, no tienen sentido de la propiedad, luego la mentalidad calvi­ nista de la mayoría de los que viven en la frontera los percibe como «salvajes» sin alma. Dentro del protestantismo y en este contexto histórico, ser persona, tener alma, pasa por ser sedenta­ rio, apropiarse de un terreno y defenderlo con las armas, cultivarlo -«civilizarlo»-, fundar pueblos y ciudades,y además tener un sagrado sentido de la propiedad privada, del comercio y de lo que se puede adquirir con dinero.

Sobre estas bases entiende Turner que se fundamenta la «democracia de los pioneros».
Sin embargo, pronto se consolidarán dos visiones antagónicas de esa democracia, la del Norte y la del Sur, que con el tiempo acabarán enfrentándose de forma muy sangrienta en la Guerra Civil estadounidense o Guerra de Secesión (1861- 1865). La primera es la democracia de los pe­queños granjeros, la segunda la de los terratenientes sureños con su «institución peculiar»: la esclavitud. 
Cuando un territorio se iba a convertir en estado surgía la disputa. ¿Será un «estado libre» o un «estado esclavista»? Luego la Frontera también suponía un combate político que implicaba desestabilizar la balanza de la nación. Por ejemplo, las luchas en la sangrienta Kan­sas son preludios de la guerra que se avecina. En la década de 1850 a 1860, más que un armó­nico crisol de culturas, la frontera de los Estados Unidos será el caldero de una bruja.

Por otra parte, la definición del «Viejo Oeste» se va reelaborando. En las primeras déca­das, tras el surgimiento de la nación, el límite de la Frontera lo marcan los montes Allegheny y, en general, la vertiente oeste de la cordillera de los Apalaches y el valle del Ohio. En el primer tercio del siglo x1x elvalle del Misisipi. Y a partir de 1840 comienzan a desarrollarse las grandes rutas repletas de oleadas de pioneros: la de Oregón; la de los mormones, que se asentarán junto al gran lago salado fundando Salt Lake City en lo que será el estado de Utah; la de California, que será atravesada por la gran riada de mineros de la «fiebre del oro» a partir de 1848-1849 (los Forty-Niners), etc. Esto fue posible no solo por la compra a Francia de La Luisiana, sino por la desaparición del Imperio español con la independencia de México. Este a su vez pierde Texas -que el presidente Polk anexiona en 1845- y después de la guerra con los Estados Unidos (1846- 1848), con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo, México cede más de la mitad de sus territorios. Mientras tanto las tensiones en el Este continúan creciendo. El Norte ya no es solo agrario y comercial, sino que rápidamente se industrializa. Se necesita mano de obra ba­rata y la esclavitud de los negros en el Sur es vista como algo inmoral; una lacra propia de te­rratenientes supremacistas cuasi feudales.

En la sangrienta guerra civil se enfrentan de forma cruel dos formas incompatibles de entender la democracia. El Sur saldrá derrotado y económicamente quedará muy débil durante décadas, pues el periodo llamado de la Reconstrucción, con sus politicastros corruptos -los Carpetbaggers y Scalawags- que se abalanzan sobre el devastado Sur para hacer fortuna, será de gran pobreza y dura represión. De este caldo de cultivo surgirá el Ku Klux Klan y muchos de los forajidos -los «fuera de la ley»- más famosos. Pero por encima de todo esto la guerra será la segunda refundación de la nación estadounidense, pues el Oeste, la Frontera, será ahora más que nunca la válvula de escape y de realización y puesta en práctica de los genuinos valores de esta nación norteamericana. Destaca en ese nuevo Far West, que ya ha traspasado las Rocosas, el individualismo y la no admisión de ningún aristocratismo de sangre. Esos viejos valores co­bran así renovada vida a través de figuras paradigmáticas también novedosas: el cowboy de ori­gen sureño (tejano) que asimila la cultura ganadera mejicana -en origen española-; el ban­dido o «desperado» que asalta trenes o roba bancos o ganado; el sheriff de oscuro pasado que se hace respetar de forma implacable, pues con el revólver es más hábil que los propios malhe­chores; la prostituta que malvive en los tugurios de las nuevas ciudades ganaderas; el huraño y solitario minero que sueña con hacer fortuna encontrando oro o un filón de plata, etc. 
Como todo el mundo sabe estos tipos humanos han tenido su lugar al sol dentro de la mitología del Far West. Me refiero, como es obvio, al wéstern y a la gran cantidad de películas donde han co­brado vida, casi siempre de forma idealizada, este tipo de personajes.

Pero la historia de la Conquista del Oeste es todo esto y mucho más. Hasta no hace mu­cho los manuales de Historia apenas subrayaban los componentes depredadores de este pro­ ceso centenario y las deudas culturales que Estados Unidos tiene con la civilización católica hispana. Ahora los movimientos indigenistas de izquierda indefinida, hábilmente teledirigi­dos, promueven la destrucción de las estatuas de Colón o de fray Junípero Serra, pero no, por ejemplo, las de los generales norteamericanos que mandaron la caballería que exterminó a los indios en el siglo XIX. Mas hay que empezar por recordar la ayuda crucial que España prestó, bajo el reinado de Carlos III, a la recién nacida nación en su guerra de independencia contra los británicos. Como hay que recordar también las prácticas depredadoras de los ingleses, en su periodo colonial norteamericano, ya que no dudaron en trocar mantas infectadas con viruela con los indios que se mostraban hostiles a sus intereses imperiales. Muchas de estas prácticas siguieron vigentes en la nación estadounidense. A las tribus se les vendía whisky de pésima ca­lidad, auténtico alcohol matarratas, fomentando así el alcoholismo entre los indios para debili­tarlos,o se les entregaba viejos y obsoletos mosquetes de chispa de largo cañón a cambio de un montón de pieles de castor -o de otro animal valioso- tan alto como el propio arma.

Asimismo, la población negra, a pesar de la desaparición de la esclavitud, quedó redu­cida a condiciones de vida muy pobres. Además de malvivir como campesinos o trabajar de obreros en las grandes fábricas del Norte, algunos varones se integraron en el duro pero frater­nal mundo de los cowboys, pues no eran infrecuentes los vaqueros negros que hacían las rutas ganaderas o trabajaban como peones en los ranchos. Otros afroamericanos pasaron a integrar los 9.2 y 10.º regimientos de caballería y los 24.º y 25.º de infantería, dando lugar a los conoci­dos como Buffalo Soldiers que con tanta entrega combatieron a los indios. Que los marginados combaten a los aún más marginados es también una constante en la formación del Imperio es­ tadounidense. Tampoco hay que olvidar a la población de origen irlandés, considerados tam­ bién por el poder protestante como ciudadanos de segunda por el hecho de ser católicos. Su in­tegración en el ejército fue decisiva y John Ford los recreó a la perfección en la gran pantalla, dando relevancia a personajes entrañables llenos de vitalidad. Peor suerte corrieron los chinos que construyeron las vías y los túneles de la Central Pacific, en competencia con los irlandeses que colocaban los raíles para la Union Pacific, y que acabaron encontrándose en Promontory Summit, Utah, el 10 de mayo de 1869, en lo que fue la magna obra de construcción de la primera linea transcontinental de ferrocarril. Y todo esto es así porque la historia de la conquista del Oeste es también la de todos los hombres y mujeres anónimos que no aparecen elevados a los altares de la historiografía o la mitología. El que en los últimos años se hayan rodado wés­terns con sensibilidad femenina y feminista es también una última frontera. Y estoy pen­sando, por ejemplo, en obras como Meek's Cutoff (2010) (EL ATAJO DE MEEEK o TIERRA BRAVA) o First Cow (2019)  de la directora Kelly Reichardt. Mas sería imperdonable no citar a Clint Eastwood, el actor y director que en las últi­mas décadas mejor ha sabido sacar provecho intelectual de la vieja mitología del Far West, con obras como Sin Perdón (Unforgiven, 1992), donde la reflexión sobre la violencia y sus conse­cuenciasestá tan presente.
He de poner fin a esta introducción, aunque podría seguir abundando en los claroscuros ideológicos y morales que conformaron la historia del violento Far West, pero en los capítulos que siguen espero presentar al lector español algunos de esos aspectos, de esos hechos, hom­bres, armas y mitos, en los que cobran vida los ideales que de forma sucinta he subrayado, pues, como ya he indicado, en no pocas ocasiones la negra historia de los Estados Unidos de Norteamérica -y su aún más negra y violenta intrahistoria- se ha vendido como leyenda rosa.

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Nuestro país dominó durante tres siglos amplios territorios norteamericanos desde el Atlántico hasta el Pacífico.
En su libro de memorias en 1885, Grant dijo que había estado "fuertemente opuesto" a la anexión de México y que él consideraba la guerra como "una de las más injustas que jamás haya librado una nación fuerte contra una nación más débil." Agregó que, "Fue un caso de una república siguiendo el mal ejemplo de las monarquías europeas, al no considerar la justicia en su deseo de adquirir territorio adicional."
De hecho, cuando la guerra terminó en 1848, después de que los mexicanos sufrieron derrotas hasta la ciudad de México, Polk había realizado la mayor adquisición de territorio de los EE.UU.. Según el Tratado de Guadalupe Hidalgo, por $15 millones, México se vio obligado a renunciar a su reclamo de una porción en disputa de la actual Texas y de la totalidad de los territorios de Nuevo México y California.
Por supuesto, al igual que es engañoso decir que Juan Ponce de León descubrió Florida cuando en realidad descubrió el continente que es ahora los Estados Unidos, también es engañoso decir - como mucha gente lo hace - que México perdió Nuevo México y California. De hecho, el territorio que México perdió abarcaba la actual California, Nevada, Nuevo México, Utah, la mayor parte de Arizona y partes de Colorado y Wyoming. México perdió casi la mitad de su territorio y en los Estados Unidos creció en un tercio de su tamaño.