LA SOCIEDAD SUMISA.
LA HUIDA Y LA REBELDÍA
Un hombre sumiso es un hombre sometido, subyugado, dominado por otros, aun con formas suaves; lo sepa, ese hombre, o lo ignore. Un hombre sumiso es un hombre incapaz de decir no y cuando, alguna vez, dice no su movimiento acaba allí. Es todo lo que hace: nada.
Frente al hombre sumiso está el hombre rebelde. "¿Qué es un hombre rebelde?. Un hombre que dice no. Pero si niega, no renuncia: es también un hombre que dice sí, desde su primer movimiento"[1].
El hombre rebelde actúa con un fin, aunque su rebeldía sea la del nihilista, la del fascista o la del fundamentalista. El impulso a su rebeldía procede de alguna clase de fe, fanática o no. Detrás de la fe: amor u odio y, en ellos, esperanza o desesperanza. Lo mismo da que la fe que impulsa sea irracional y enferma o racional. Según la clase de fe: la destrucción y la involución o la posibilidad de construir para el hombre; un mundo de tinieblas al final, que siempre acaba, o un mundo de luz, que no tiene fin. La tiranía o la libertad.
El hombre sumiso se limita a aceptar, sus potencialidades se autolimitan y son castradas por la sociedad y por él mismo; acepta todo como algo inevitable o, simplemente, vive según la corriente del momento y del lugar que dirigen los sumisos.
Debajo de la sumisión late el miedo a vivir en libertad, pues la libertad, facultad de todos los hombres, es exigente en extremo dado el fin que tiene y el camino que debe recorrerse para alcanzarla.
La diferencia entre el hombre sumiso y el hombre rebelde está en la acción impulsada por la fe para cambiar algo. Da igual que el hombre rebelde quiera cambiar el mundo entero o tan sólo su mundo. El hombre rebelde dice no y dice sí y hace. El hombre sumiso calla y, aunque diga no, sigue callando y no actúa.
Analicemos desde el punto de vista de la sumisión la sociedad actual, la nuestra, la que nosotros construimos y, luego, mirémonos a nosotros, mirémonos y veámonos.[2]
La paradoja de nuestra libertad.
En este breve recorrido que ahora emprendemos vamos a partir de nuestra libertad, con rigor debe decirse de la paradoja de nuestra libertad.
Una paradoja es una "idea extraña u opuesta a la común opinión y al sentir de los hombres", pero también es una "aserción inverosímil y absurda que se presenta con apariencia de verdadera". Son las definiciones precisas que da el diccionario de la RAE.
La común opinión y sentir de los hombres de nuestra sociedad del centro del sistema es que vivimos en libertad, luego veremos y ya sabemos que no es así. De otra forma, siguiendo con el significado de paradoja, nosotros presentamos como algo verdadero que tanto individual como socialmente vivimos en libertad, pero de acuerdo con qué es y para qué es la libertad no es cierta esta afirmación.
Lo que nosotros llamamos libertad, nuestra libertad, no es tal, pero creemos que vivimos en libertad, aceptamos esto como una verdad incuestionable y evidente por lo que no necesitamos preguntarnos nada; nos arrastra la corriente social, nos dejamos llevar. Lo que ocurre es que no tenemos clara ni intelectual ni vitalmente la libertad, qué es y para qué la queremos, sin embargo estamos convencidos de vivir en un mundo libre; nos lo han repetido tantas veces que hemos acabado creyéndolo. En la certeza errónea de nuestra libertad confundimos la libertad social y la libertad individual. En otras páginas he reflexionado algo sobre esto[3], así es que no vamos a tratar este tema.
La paradoja de nuestra libertad social está en las contradicciones de nuestro sistema social, desde sus fundamentos, que nos aturde, engañan y subyugan. En el sometimiento está nuestra falta de impulso vital verdadero.
La paradoja de nuestra libertad individual estriba en que estamos en el mundo, en la sociedad, pero no somos y no queremos ser hombres verdaderos.
Sabemos que la construcción social, tangible y etérea es al mismo tiempo, más poderosa es el capital cuya naturaleza más profunda es vida de la gente, vida arrancada a los miembros de la sociedad en distintos grados y que son considerados simples mercancías, luego lo veremos un poco más extensamente dada la importancia social de este hecho. En nuestro sistema esta manera de sostenerse procede de la injusticia directa a la que están sometidos la mayor parte de los individuos del centro, aceptada por ellos con alegría e inconsciencia debido a lo que nos da a cambio en forma de mercancías, imprescindibles para el sistema, y de derechos individuales; también la base del sistema está en la injusticia que nosotros infligimos a los hombres de la periferia con resultados trágicos para ellos. Es necesario recordar esto pues tendemos a ignorar lo que entre todos nos hacemos a nosotros y hacemos a los demás y contribuimos a construir realmente. Es nuestra obra social, la de siglos.
Al mismo tiempo, en su andar, la sociedad ha sido capaz de lograr grandes avances que nos deslumbran y fascinan, sobre todo en desarrollos técnicos y materiales y, en lo social avances aunque sin salir nunca de la injusticia y, por consiguiente, de la falta de libertad real. Sabemos que la libertad social no es posible en un mundo de injusticia.
En esto empieza nuestra paradoja de la libertad y, en ella, nuestra sumisión que nunca ha dejado de estar presente en las sociedades, en el hombre limitado por la misma sociedad que él ha contribuido a construir y por su profundo miedo a ser hombre, nada más que eso: hombre.
En esto empieza nuestra confusión y, en ella, el disparate que, en nuestra época, está fuera de toda medida. Camus reflexiona: "Puesto que hoy día toda acción desemboca en el crimen, directo o indirecto, no podemos actuar antes de saber si, y por qué, hemos de dar muerte"[4]. En su reflexión lúcida al observar su tiempo muestra el mundo absurdo construido por los hombres. Hoy ese mundo, más absurdo si cabe, lo hemos elevado a la categoría de nuestro mundo normal a partir de nuestra huida consciente y también inconsciente, pues contra nuestra sumisión, que no vemos, no nos rebelamos, tan sólo huimos.
Es la consecuencia de nuestro obrar, en nuestra actuación se plasman la libertad desvirtuada y el sometimiento.
Si Camus nos explica en "El hombre rebelde", entre otras cosas, la desmesura de los últimos siglos europeos y se vislumbra la dirección de las sociedades a partir de lo descabellado de nuestra actuación, la desmesura actual ya no se manifiesta en forma de rebeldía de consecuencias trágicamente masivas, se manifiesta en forma de huida y de sumisión, esto desde siempre, con consecuencias todavía peores, provocadas por nosotros y, de momento, escasamente sufridas en nuestras sociedades.
En nuestra sociedad son inseparables la sumisión y la huida, ésta toma la dirección del abismo, luego lo veremos.
Si aceptamos la reflexión de Camus u otras similares acerca del crimen de la sociedad que el mismo Camus reitera con frecuencia, así: "Además, nosotros no podemos afirmar la inocencia de nadie, y sin embargo podemos afirmar con certeza la culpabilidad de todos. Todo hombre es testigo del crimen de todos los demás, esa es mi fe y mi esperanza"[5], y los hechos de los siglos lo muestran con total claridad, los últimos lo evidencian sin posibilidad de ignorarlos salvo por el olvido deliberado y por la tergiversación y el falseamiento de nuestra propia historia. Así es difícil avanzar socialmente hacia un mundo justo, es decir, racional.
Reducimos nuestra historia a tópicos según sea lo que nos conviene en cada momento, no nos conocemos y no aprendemos de nosotros. Lo que vivimos son avances técnicos para nuestra satisfacción, utilizados para ejercer mayor opresión, y cambios del pensamiento social, esté estructurado o esté en el hacer de la sociedad, para refinar la huida, la sumisión y la opresión, para ignorar y eludir nuestra responsabilidad.
La responsabilidad, aceptar las consecuencias de cuanto hacemos y de cuanto omitimos, es fundamental para un mundo en libertad, pero en nuestro mundo de ignorar los hechos es imposible pensar en las consecuencias.
Si no tenemos conciencia de nuestros disparates, de nuestras atrocidades, las que colectivamente cometemos cada minuto, la idea de culpa no existe y se diluye en la sociedad de los roles sociales, del hombre-mercancía, de las cosas, de las mercancías, de la ideología de la no ideología, de la negación de la moral cambiante como los avances e incapaz de discernir el bien del mal, bien o mal no religiosos sino sociales, de los derechos y leyes injustas que como tales contribuyen a diluir la responsabilidad individual. Todo lo acomodamos a la búsqueda de nuestra satisfacción y de nuestro placer como derechos supremos, como otra forma de dulce y vacía sumisión, incluso las formas de poder que hay tras el consumismo son de poder para ser sumisos. No olvidemos que el sumiso también manda. En todo eso la auto-represión social e individual establecida de mil maneras.
Los que ya no aguantan más realizan su último acto de huida y su único acto de rebeldía: el suicidio. Este es un tema tabú en nuestra sociedad, pero las estadísticas divulgadas, siempre imprecisas y sesgadas por lo difuso y el temor, son aterradoras. Aunque queramos ignorarlo es un hecho.
Lo que llamamos nuestra libertad, que perpetúa la injusticia que sufrimos y la que infligimos, nos sirve para vivir alegre y depresivamente por medio de toda clase de drogas, legales o ilegales, en la inconsciencia y en el sometimiento, pues no es otra cosa vivir de la injusticia y en ella. En esta situación la sociedad genera nuevos problemas para los que no encuentra solución.
Los problemas, directos o indirectos, son producidos por nosotros en la dinámica social y proceden de nuestra propia sociedad y de las vidas de los individuos y, también, de la incomprensión de las nuevas sociedades que llegan a la nuestra y están en ella pero no se incorporan a la misma debido a la impermeabilidad mutua, a las barreras procedentes de los respectivos dogmas, pues nosotros también somos dogmáticos[6]. La incomprensión de lo que llega es debida también a que nosotros mismos no nos comprendemos, no nos entendemos.
No hay soluciones colectivas salvadoras, la historia nos lo enseña. Los intentos de imponer esas soluciones, a partir de la rebeldía de unos pocos y de unos muchos sumisos a lo nuevo que traía la rebeldía, han sido desastrosos y las consecuencias, después de muchos años, hoy las correspondientes sociedades las siguen sufriendo de diversas formas.
Ahora es peor, ya creemos tener la solución salvadora definitiva y eso nos impide ver con claridad el origen de los problemas; sus manifestaciones las atajamos estableciendo derechos y no buscamos las causas por lo que no podemos resolver los problemas. El germen de lo que llega lo incubamos nosotros, pero nos dedicamos a elucubrar, a fabular o a huir y nunca a afrontar las causas. Los avances nos ciegan con su brillo y obnubilan la mente social.
El resultado es que no somos capaces de construir un mundo para el hombre verdadero, en su lugar hemos construido una sociedad que nos desborda y somete en la que, como mucho, se valora no al hombre sino al hombre-mercancía y el rol social. En la sumisión uno no es por sí sino por ser mercancía y por lo que aparenta, por lo que representa en el teatro social.
El discurso siempre es el mismo, aunque cada minuto que pasa empeoramos la situación.
Observemos con cierto distanciamiento lo que hacemos en conjunto, leamos con atención la prensa, analicemos la información que nos llega en grandes cantidades; analicemos los hechos y sus causas y veamos en qué nos encontramos.
Quizá lleguemos a adquirir conciencia de la destrucción disparatada que corresponde a una época, la nuestra, de disparates continuos. El de la destrucción de nuestra sociedad está en nosotros, lo cultivamos nosotros al vivir de la injusticia y en la injusticia, de la depredación, de la confrontación estéril, del dogma, es decir, de la irracionalidad de cualquier clase, de la debilidad que oculta la crueldad que emerge y apenas vemos al haber adquirido el poder colectivo de una sociedad sumisa. Poder que manejan los profesionales del poder y poder que también poseen los sumisos, pues ellos mandan sobre sus representantes que, a su vez, se imponen, los profesionales del poder político, sumisos tanto al poder que está sobre el suyo, el del capital, como a los deseos de sus representados teóricos, la sociedad sumisa.
Todo eso somos incapaces de verlo. La relación de hechos es inacabable, el origen es la injusticia ante la que permanecemos pasivos y estamos ciegos.
La libertad es imposible sin justicia verdadera, la injusticia en nuestra sociedad y en todas lleva a la sumisión, pocas veces a la rebeldía. Las manifestaciones de la injusticia son numerosas, unas conocidas y otras ignoradas o tenidas por justas dada la perversión de nuestros conceptos, una de ellas es el capital y todos sus derechos que, en una sociedad capitalista, son superiores a los que tienen los individuos.
La misma mentalidad que ha dado forma al capital privado se la ha dado a la sociedad, la que ha generado su naturaleza: vidas reales, trozos de vidas arrancados a la gente a partir de esa mentalidad que, entre otras cosas, considera al hombre como otra mercancía más. Todo eso está en las numerosas manifestaciones de la actuación social y en parte de las instituciones que han ido apareciendo o se van consolidando.
Nosotros queremos alcanzar el capital, participar del mismo como propietarios, ser capitalistas, ser ricos, llenarnos de atributos externos que otorgan mayor o menor poder sobre otros, poder que siempre es efímero aunque lo creamos eterno. El poder es dominio sobre otros y nosotros creemos que es uno de nuestros derechos y una manifestación de nuestra libertad; se da en nuestras vidas de muchas formas, por ejemplo, en las mercancías, en el consumismo que es, como sabemos, una de sus manifestaciones.
Somos compulsivos ante las manifestaciones de los problemas, reclamamos derechos cuando algo nos molesta, pero somos pasivos con las causas de los problemas, suponiendo que nos interese conocerlas.
Nos movemos y vivimos en y de la injusticia y no hacemos nada ante ella, nos mostramos sumisos ante ella.
Nos movemos en la representación, en el rol que deseamos aparentar y no hacemos nada por ser nosotros verdaderamente.
Nos decimos libres cuando eludimos individual y socialmente toda responsabilidad por nuestros actos y por nuestras omisiones.
Nuestra esperanza está en poseer más cosas, en consumir más, en ello depositamos nuestra idea y nuestra manera de vivir en libertad, o en hacer cuanto deseamos sin pensar más o en tener dinero o riqueza sin pensar qué son realmente el dinero o la riqueza y sin pensar que dominar, directa o indirectamente, a otros no es libertad.
La relación última que establecemos en la sociedad es la de amos y esclavos, educados en las formas, con abundancia de mercancías, pero es la relación de sumisión desde el engaño social y el autoengaño individual.
La organización social es de poder y, en él, de dejación de nuestra voluntad. Esperamos que quienes detentan más poder hagan, cada uno a su nivel, aunque, en parte, los sumisos son quienes mandan, pues los profesionales del poder político necesitan someterse a los sumisos para detentar poder. Lo único que escapa a la relación de sometimiento a los sumisos es el capital, está por encima de todo y de todos, nos subyuga, es el verdadero poder que los sumisos también desean alcanzar.
Hacemos dejación de la democracia real, como estado de la sociedad, en distintos grados de democracia formal más o menos restringida y corrompida. La gente se conforma con ir a votar periódicamente, es una manifestación más del mando que tienen los sumisos.
Hacemos dejación de nuestra fe que la depositamos en la nada, en el vacío; de nuestros impulsos vitales profundos.
Nos sometemos servilmente en el trabajo, aunque se habla de ética de las empresas al margen de su verdadera moralidad, ésta se ignora, y, se ensalza su poder.
Sometemos nuestra voluntad a los ídolos pasajeros de quienes aceptamos, valoramos e imitamos cualquier cosa que hagan por disparatada que sea, a banderas, colores o papeles sociales, a los líderes de la clase que sea y por el tiempo que la imagen o la moda nos dicten.
Nos sometemos a la imagen desmovilizadora, al mundo virtual, es decir, no real, a la huida constante, al pensamiento correcto de cada momento, cambiante como la técnica y la complejidad que nos desconciertan.
El sistema, poderoso en extremo, ha domeñado a los individuos y se ha apoderado, ya no de pedazos de sus vidas, eso es el capital, también de nuestra voluntad social, de nuestra imaginación, de nuestra razón, de nuestros sentimientos.
Lo correcto social o políticamente de cada momento nos encorseta, o el lenguaje tergiversador del mundo y también represivo. A quien sale de este marco se le excluye, se le margina y si se le permite algo es para convertirlo en una mercancía más, cultural, contracultural, moderna o postmoderna. El razonamiento o la imaginación creadora que sobrepasa esos límites y, por tanto, supone el peligro de cierta rebeldía seria es expulsado a los arrabales del sistema.
Veamos un día cualquiera, tratemos de ver un día cualquiera de nuestro mundo entero. Imaginémoslo a partir de lo mucho que podemos conocer acerca de lo que sucede y de lo que hacemos, suponiendo que tengamos despierta la capacidad real de imaginar, suponiendo que además de haber hecho dejación de nuestra voluntad no hayamos hecho, también, dejación de nuestra imaginación, cosa que suele suceder, aunque todos presumimos de imaginación al confundir la enfermedad de la mente con la verdadera imaginación, que es una facultad del hombre capaz de contribuir a la obra creadora de los hombres, al confundir la imaginación con la semilocura neurótica.
Veamos un día cualquiera lo que hacemos nosotros, cada uno, y lo que hace la gente, la sociedad. El espectáculo que se observa es sobrecogedor y ridículo al mismo tiempo, ni aun siquiera es necesario que pensemos demasiado si somos capaces de situarnos en una posición distante y luego analizar sin pre-juicios. Veamos lo que hacemos desde nuestra situación de hombres sumisos en una sociedad poderosa, como corresponde a la del centro del sistema, y, al mismo tiempo que sumisa sometiendo por la fuerza a otros muchos.
Confundimos el poder de nuestra sociedad para dominar a otros con la libertad social y la libertad de elegir entre mercancías con la libertad individual, o la libertad para votar periódicamente con la democracia real y con toda la libertad política, y esto, en una sociedad sumisa a lo que es y representa el poder y al capital que también confundimos con la libertad.
En nuestra sociedad sumisa nos enfrentamos a gente rebelde desde su fanatismo, rebeldes que dicen no a lo que hay y dicen sí a un pasado reinventado o mitificado o a un mundo que desean inmutable en su concepción. Eso corresponde a los mayores grados de tiranía. En su rebeldía confunden paraísos pueriles y nihilismo sangriento.
Frente a nosotros, que no sabemos hacia dónde vamos, ellos actúan y su acción está dirigida hacia algún fin que nosotros, sumisos, no queremos conocer porque nos puede incomodar y exigir que nos movamos desde dentro de nosotros. Tal vez el movimiento nos exigiría que nos rebelásemos contra esa rebeldía y tal vez el movimiento arrastraría diferentes aspectos de nuestro sistema. Tal vez pasaría algo, sucedería algo si se diesen condiciones, la primera amar profundamente la auténtica libertad.
Rebeldes, también, desde dentro del propio sistema, que rechazan manifestaciones del mismo pero sin tener un fin claro, rebeldía, en este caso, del no sin un sí claro.
Rebelde, poco, silenciosos, que actúan con coherencia desde el no a numerosas manifestaciones del sistema y desde el sí a un mundo próximo y reducido para que ese pequeño mundo sea mejor y se extienda; rebeldía, que nos llama la atención, de hombres guiados por su capacidad de amar y por su capacidad, en estos casos, de com-padecer y de actuar. Ni aun siquiera so, intelectualmente, conscientes de su rebeldía, pero actúan según su fe.
En lo que tiene importancia social nuestra pasividad es total. Recordemos los movimientos y los hechos, de un lugar como Europa durante los últimos años, de diferentes clases, sangrientos algunos, y la sumisión a lo que otros deciden sin preguntarnos.
Los profesionales del poder político, también sumisos, se someten en diferentes puntos a las corrientes sociales de cada momento y en los aspectos relevantes a lo que decide el verdadero poder. La sociedad acaba acatando todo, las protestas son testimoniales y minoritarias y el conjunto de la sociedad nada hace y nada dice. Un ejemplo claro: el paro que produce la llamada deslocalización en los países del centro tiene el efecto de hacer más sumisos a quienes afecta, gente con derechos, sus protestas no son compartidas y no son activas en el resto de la sociedad que, a su vez, en otros momentos puede encontrarse en idéntica situación; la sumisión lleva a decir no pero no a cambiar lo que había que está claro para los afectados que no funcionaba bien. Los afectados pierden conscientemente privilegios que les otorgaba el capital, pero no eran privilegios.
Las incertidumbres económicas, consustanciales al sistema capitalista, se resuelven desprotegiendo a los individuos o arrancándoles más plusvalía. Si el llamado eufemísticamente estado del bienestar nos permite ser sumisos inconscientes, ahora lo somos porque la insolidaridad, el individualismo, la indiferencia vacía hacen que los individuos sólo miren por sí mismos, por cada uno, ignorando a los demás y aceptando mayores grados de sumisión.
La sociedad es compleja, formada por muchísimos individuos con distintos pero similares puntos de vista y diferentes pero parecidas soluciones individuales, éstas se plantean de acuerdo con intereses particulares y para que tengan efectos inmediatos. Las soluciones colectivas son difíciles, los cambios reales son complejos, pero los cambios serios y profundos no se dan porque no sabemos hacia dónde vamos ni qué dirección tomar. Creemos que los cambios suponen riesgos, peligros, mayores incertidumbres y tal vez pérdidas individuales. Queremos que todo siga igual y aceptamos los cambios en lo anecdótico, en lo superficial, no en lo profundo donde tampoco se dan. A impulsos de los avances técnicos, los cambios lo que hacen es permitir que salgan a la superficie valores prohibidos antes y ahora aceptados, lo que significa que muchas prohibiciones eran ilógicas, pero en otros casos, al legislarse como permitido lo antes prohibido, la responsabilidad individual desaparece para diluirse en la ley que es social. Nos sometemos a la ley que nos conviene para eludir nuestra responsabilidad.
Cuando alguien intuye peligros o riesgos que deben resolverse responsable y racionalmente pero que no forman parte de la corriente social del momento, ese alguien es descalificado directamente, aunque su llamada de atención sea racional. Creemos que los problemas no son tales en ciertas dinámicas sociales, los ignoramos porque estamos convencidos de que si ante un problema nuestra actitud es la de ignorarlo, dicho problema ya no existe, pero está allí y lo único que hace es agrandarse y cuando se manifiesta con mayor virulencia nos desconcierta, no lo entendemos y seguimos sin buscar las causas para encontrar soluciones reales, o ya es tarde. Aceptamos las pretendidas soluciones que atajan o creemos que evitan los efectos, pues es lo único que vemos. Ejemplos de esto hay muchos, así, el terrorismo de cualquier clase, la llegada constante y masiva de inmigrantes con todo su bagaje, las exacerbaciones nacionalistas, la deslocalización, el establecimiento de derechos diversos, formales o informales, exclusivos en lugares exclusivos que nos privilegian frente a los que hemos decidido que son distintos, etc.
Otras veces ante ciertas situaciones no reaccionamos e imponen sus formas o sus exclusivos valores y derechos grupúsculos minoritarios, pero vociferantes, que contribuyen a establecer corrientes de opinión sin reflexión que nosotros aceptamos sumisamente sin un mínimo debate social, la ley es todo y se impone. Las leyes tienen la virtud de ayudarnos a eludir la responsabilidad individual, de cada uno, no importa que las leyes sean justas o injustas, que sean socialmente morales, inmorales o amorales, son leyes que deciden por todos, por cada uno, y, como tales, no se cuestionan.
En esta situación vivimos en la sumisión y lo que hacemos es descarada o sutilmente para no afrontarnos a nosotros.
La sumisión social significa que la mayoría sumisa arrastra a la sociedad entera e impone sus valores. Conocemos desde Freud los mecanismos que desencadenan las diferencias entre el comportamiento social y el individual y cómo se impone aquél.
La inexistencia de soluciones colectivas reales nos induce a ver en las corrientes de opinión de cada momento esa solución inexistente y adoptamos la moda del momento como nuestra solución individual, particular, aunque proceda de la confusa sociedad y del firme y único sistema existente hoy.
El individuo no sumiso, hasta rebelde para su sociedad aunque no lo vea así, es extrañado y expulsado de la misma, únicamente es aceptado cuando la insumisión forma parte de la corriente social, entonces no es un individuo rebelde es un insumiso, con el significado de desobediente a algo. Por ejemplo, la llamada insumisión al servicio militar obligatorio, en realidad era algo que ya latía en la sociedad como consecuencia de los cambios técnicos y sociales; esta insumisión es la escenificación de los más altos grados de libertad que propicia nuestra sociedad, la desobediencia puntual y testimonial de algunos sumisos, aceptada de inmediato por los sumisos profesionales del poder político.
La rebeldía individual, sobre la que volveremos, siempre ha sido difícil, con frecuencia castigada de forma dura y en la actualidad también, aunque con nuevas formas. La rebeldía del hombre que pretende ser y, por tanto, vivir en libertad, no se entiende porque la gente no concibe la verdadera libertad y, aun en la aparente diversidad social, a las sociedades les cuesta aceptar a los diferentes, a los que cree distintos, ya lo sean por estar situados en otras clases sociales, por lugar de nacimiento, por raza, religión, idioma, etc. El hombre rebelde no sólo es distinto, también es un espejo en el que, sin quererlo, los que le rodean, la sociedad, se miran y ven lo que no les gusta de ellos mismos. La sociedad, entonces, hace lo habitual en ella, ignora cuanto le molesta, nunca se pregunta las causas, tampoco las entiende y corta o elimina las manifestaciones o las imágenes o el lenguaje que le incomodan.
La principal contradicción de nuestro sistema, del mundo social que hemos ido construyendo durante siglos, es que, siendo algo hecho por los hombres, su fin no sabemos cuál es y no es el del hombre como tal. A lo largo de los siglos los hombres hemos ideado y construido una sociedad para las cosas, para las mercancías, para los roles sociales, nunca para el hombre.
En la sumisión social está la individual, ambas son dependientes de sí, pero el hombre tiene la capacidad para ser y rebelarse contra su propia sumisión. El hombre vive en sociedad y construye la sociedad, si ésta nos somete es porque, en parte, se ha construido desde la sumisión, desde la relación social amo-esclavo, dominadores-dominados, desde la situación de falta real de libertad social, de no haber sido capaces de construir en todos los siglos del hombre una sociedad que busque su verdadera libertad. Ni el amo ni el esclavo son libres, la diferencia es de privilegios, de comodidad, de relevancia social, de riqueza, de dominio, pero no de libertad.
La sumisión es de cada individuo, lo mismo que la libertad. si la sociedad es libre o sumisa lo que hace es propiciar las condiciones para que con mayor facilidad cada hombre viva desde sí en libertad o en sumisión.
Nosotros, cada uno, no desarrollamos cuanto llevamos, nos limitamos a estar, a autoengañarnos, a tener cosas, a aparentar, pero no queremos ser. Es la historia del hombre que calla desde lo vital y sustancial de él mismo, que acepta los hechos como inevitables, los sociales y los que más directamente le afectan y envuelven a él mismo, y no puede, no sabe, no se atreve a rebelarse desde él mismo.
Cuando un hombre decide rebelarse en su sociedad, aunque no sepa que se rebela, lo que hace es decir no a un mundo exterior y, sobre todo, a un mundo propio que no le satisface en lo hondo de su ser, que esos mundos no le permiten su plenitud de hombre, lo que intuye y sabe, aunque todavía no sepa qué es, que no le permiten vivir en libertad, aun sin tener claro qué es y para qué la necesita vitalmente, sólo sabe que la necesita y que a partir de ella puede empezar a ser.
La respuesta a la sumisión es la huida individual que se convierte en colectiva, la disfrazamos de ir a algún lugar con el engaño y con la seducción de las cosas, hemos entregado nuestra voluntad, nuestra fe y hasta nuestra imaginación, así es imposible ser. Nos autolimitamos, nos llenamos de obligaciones absurdas, de compromisos, de necesidades superfluas, de todo con tal de ocultarnos a nosotros mismos. Decimos no creer, pero creemos en lo imaginado aunque sea irracional y delirante, creemos ilógicamente en supersticiones, en banderas, en pequeños dioses, pero rechazamos cualquier fe racional en nosotros mismos, en la justicia, en la razón, en nuestra ignorancia,...
Somos sumisos desde nosotros mismos porque desarrollar cuanto llevamos dentro, nuestras "potencialidades divinas", en palabras de B. Russell, supone compromiso, esfuerzo, romper imposiciones sociales, sinceridad total y eso creemos que no merece la pena. Nos hundimos en nuestro individualismo, en nuestro fácil hedonismo, en nuestros derechos exclusivos, en nuestra separación vital y profunda de nuestra sociedad, aunque participemos entusiasta y asqueadamente de las corrientes sociales del momento.
Nuestro yo lo hemos construido de cosas, de atributos externos. La seducción es tan fuerte que, en cierta forma, nos anula en lo más nuestro, en lo más auténtico de gran parte de las facultades del alma, el olvido de las mismas nos hace débiles, nos hace sumisos ante las cosas y ante la sociedad. El vacío profundo que deja en nosotros la seducción de las cosas no nos lo podemos permitir y buscamos más cosas, llenar nuestro tiempo con lo que sea para no oír nuestro propio vacío, pues sabemos que debajo del mismo estamos nosotros y no lo queremos saber, ni dar el paso para empezar a descubrirnos, podría suponer esfuerzo y podría ser doloroso. Es mucho más cómoda la sumisión.
La sumisión requiere poco, no ser, no pensar, pervertir los propios sentimientos, hacer dejación de nuestra voluntad, de nuestra fe, de nuestra imaginación, sumergirnos desde nuestro vacío en las corrientes sociales cambiantes y efímeras.
Desde el momento en que somos individuos sumisos renunciamos a ser en lo que llevamos, en lo que somos y, para lograrlo, empezamos renunciando a vivir en libertad desde el engaño. La libertad para hacer o no hacer lo nuestro, lo propio, con responsabilidad. A partir de renunciar a la verdadera libertad, que negamos en nuestra confusión, lo que hacemos es renunciar a nosotros mismos.
La paradoja de nuestra libertad individual está en esto.
Tras el engaño de nuestra libertad real, tanto social como individual, hay algo más, de alguna forma podría decirse que el espíritu de nuestro sistema nos impulsa hacia alguna dirección. El espíritu del sistema, sobre el que en algún momento será necesario indagar y tratar de conocer, es complejo, nuestra sociedad lo es.
Sobre el espíritu del sistema.
En su conocida obra "La ética protestante y el espíritu del capitalismo", M. Weber explica que bajo el primer capitalismo industrial subyacía un impulso religioso muy concreto que lo llevó hasta lo que hoy, tal vez, podríamos entender como la madurez del capitalismo, el de ese momento. Al final de dicha obra también explica lo que ya entonces vio con lucidez, los nuevos valores que empezaban a aflorar y que no le entusiasmaba, eran ya entonces lo que llamó "pasión agonal" por el dinero, y una especie de soberbia vacía. En realidad ese sustrato religioso impulsor no era más que una forma de fe, no vamos a entrar ahora en si esa fe era racional o fanática, ilógica o coherente, pero el hecho es que el impulso, según Weber, procedía de alguna clase de fe.
Posiblemente hoy deberíamos intentar entender o conocer el espíritu de nuestro actual sistema. En algún momento habrá que profundizar en esto.
El espíritu de nuestro sistema debe entenderse como su esencia, como su principio generador que le da la forma que tiene. Debe entenderse, además, en el espíritu del sistema lo inmaterial, con un objetivo determinado que alienta e impulsa al propio sistema
Habrá que buscar, cuando eso sea posible, en lo que permanece oculto en lo más profundo de nuestro mundo de cosas, de mercancías abundantes y de numerosos derechos individuales que no son más que manifestaciones de eso más hondo. Se tratará de averiguar qué hay debajo de lo que numerosos pensadores actuales describen de nuestra sociedad.
Lo que impulsa el devenir, la idea y el entendimiento vital del hombre actual es lo que puede permitir entender algo acerca del espíritu del sistema.
Habrá que ver qué valores arraigados, de la clase que sea, existen en la sociedad actual y las instituciones que originan así como las que van desapareciendo o perdiendo fuerza y las que perviven, también la organización social que a partir de las mismas se va estableciendo.
El hombre de las distintas sociedades occidentales actuales descrito por los pensadores, el que es percibido por la observación, en algunas de esas sociedades es un hombre autolimitado. Los pensadores, en general, no lo explicitan de esta forma. El hombre de hoy es así porque aquello que le permitiría actuar o no actuar cuando lo puede hacer con un fin claro, su propia libertad, lo tiene difuso, lo mismo la libertad social que la individual. No se ha detenido por un momento a reflexionar y a imaginar su vida en verdadera libertad, qué es y para qué la quiere. A partir de esto la actuación del hombre es, con frecuencia, incongruente y da como resultado una sociedad compleja, llena de conflictos más o menos larvados, que no sabe hacia dónde va, que no sabe qué dirección lleva. Los constantes cambios, como resultado de la actuación humana influida por lo que el hombre idea en lo técnico y en lo social, no se sabe qué dirección llevan.
Hay peculiaridades en la sociedad que la hacen ir sin un rumbo claro, una de ellas es que al hombre de hoy le asusta la responsabilidad. Desconoce y, por tanto, no acepta las consecuencias de sus actos individuales y colectivos, lo que es señal inequívoca de su poca claridad en lo que es la libertad verdadera y, consecuentemente, del sentido de su actuación. Esto contribuye a explicar el desconocimiento de la dirección de los cambios y con ellos de la sociedad.
Los derechos individuales y las, a veces, extrañas leyes, todo ello en crecimiento casi exponencial, logran que la gente tenga su vida reglada en lo básico y también que eluda gran parte de su responsabilidad, ésta se diluye en la sociedad de miles de leyes y normas que, dados sus mecanismos y sus valores cambiantes según las necesidades de cada momento así como la organización que va estableciendo, tiende a ignorar cuanto de molesto produce la misma sociedad. Conocemos perfectamente las atrocidades que cada minuto nosotros provocamos, pero no somos responsables. Los hechos están a la vista.
Algo que determina cualquier sistema social es el modo de producción dominante. Marx aclara que el carácter general de los procesos sociales, políticos y espirituales está determinado por el modo de producción. Éste condiciona notablemente la organización social, en el mismo confluyen una serie de valores sociales que predominan y se extienden a toda la sociedad. Los cambios producidos en las formas de generarse el capital, debidos a los avances técnicos y sociales, han supuesto cambios acordes en la organización social.
Es innegable que otros valores sociales, otro espíritu social originarían un modo de producción diferente que a su vez procesos sociales, políticos y espirituales también distintos.
Aunque los cambios habidos en las formas de generarse el capital han supuesto y siguen produciendo cambios sociales, éstos no son profundos, las instituciones fundamentales del sistema siguen intactas, a lo sumo se modifican en la medida en que lo hace la forma de producirse el capital, pero en su naturaleza específica que corresponde al capitalismo. No olvidemos que las instituciones son construcciones de la mente humana que estructuran las clases de relaciones en la sociedad.
Será necesario analizar el nuevo espíritu del capitalismo actual, diferente al explicado por Weber y ya intuido por él.
En nuestra compleja sociedad aparecen nuevos factores que preparan su eclosión y no sabemos de qué manera van a transformar lo actual.
Estos nuevos factores son específicos de la sociedad asentada en el centro y también procedentes de otras sociedades diferentes en lo cultural, religioso, político y, en general, en lo social y que ya están dentro de la nuestra y cada día que pasa adquieren mayor importancia e influencia y van tomado parcelas de poder social.
El modo de producción condiciona la organización social y determina procesos sociales, políticos y espirituales. Sabemos que el capitalismo tiene su naturaleza profunda en la depredación humana en una de sus diversas manifestaciones, la consideración del hombre como simple mercancía y la consiguiente forma de obtener plusvalía, esto marca la organización de la sociedad. Esta característica social de la depredación humana, además del modo de producción, da lugar a otras instituciones arraigadas. Lo primero que supone esto es que el hombre no es considerado más que como instrumento, como medio y objeto de dominio de unos hombres sobre otros, una de sus manifestaciones es la valoración y admiración social de la riqueza, cuanto mayor es esta más alta es la consideración social de quienes la poseen. Recordemos que la única forma de producir riqueza es por medio del trabajo de los hombres. La construcción y el funcionamiento del capitalismo, desde siempre, así lo muestra con claridad y las diferentes manifestaciones sociales también, desde las políticas hasta las de ocio, incluso algunas religiosas.
La consideración del hombre como mero instrumento para alcanzar otros fines hace que la sociedad no esté organizada para el hombre como tal, como mucho para representar roles sociales.
Desde este punto de vista el capital, construcción social fundamental, es un tirano que exige y logra la sumisión de la sociedad.
Lo específico del capitalismo es la compra y la venta de la fuerza de trabajo como una mercancía más. El hombre, en este modo de producción, ha pasado de esclavo o vasallo a convertirse en una mercancía para producir otra clase de mercancías.
Esto, sobre lo que volveremos enseguida, es de gran importancia social e individual. Nosotros aceptamos y nos enorgullecemos del capitalismo, pero en el mismo el hombre no es tal, es una simple mercancía que se compra y se vende, la fuerza de trabajo, es decir, partes de las vidas de los hombres cuya función es la de meros instrumentos, útiles de trabajo. Lo mismo que hace muchos siglos Aristóteles explicaba y justificaba acerca de los esclavos. Cuando la mercancía no es necesaria o ya no es útil se elimina o se almacena, así, el stock de desempleados esperando volver a ser útiles de trabajo o morirse. Lo importante y fundamental de esto es que condiciona la organización social, tal como hemos visto que ya adelantó Marx. Si esto sucede así es porque los valores de los dominadores y de los dominados son esos, no se cuestionan. La contrapartida en al sociedad es, para no soportar e ignorar la realidad, la huida hacia la satisfacción y el placer por medio del consumismo.
Conocemos las diversas funciones que desempeñan las mercancías y el impulso que le da al consumismo el propio sistema ya que le es imprescindible. Los datos económicos de las sociedades lo muestran con total claridad.
De las diversas funciones que tienen las mercancías en la sociedad, la que corresponde a la idea de fiesta, que ya no es transgresora sino de huida por medio del consumismo en busca del hedonismo y del individualismo, explica esa forma de huida. Aparte está la función de poder que se da en el consumismo.
En las sociedades hedonistas el impulso en esa dirección las acaba descomponiendo, la historia nos explica algunos ejemplos, no el hedonismo en sí sino lo que hay bajo la necesidad compulsiva de placer. Son formas de huida que luego veremos.
El impulso, como suele ocurrir en las sociedades, no es unidireccional ni rígido en sociedades estratificadas, con clases sociales claramente definidas que desempeñan funciones diferentes acordes con su situación dentro de la sociedad.
Si el primer capitalismo industrial fue impulsado por la pujante burguesía, que como clase social poderosa acabó consiguiendo el poder político, y M. Weber explica el impulso religioso, hoy todo está más diluido en diversas funciones y parcelas de poder y el impulso también tiene diversas motivaciones.
Aunque el poder político está profesionalizado, las actuales democracias, meramente formales, otorgan cierto poder de cambio de formas a la sociedad votante influida por numerosos factores una de cuyas manifestaciones es el consumismo y en él los cuasi-monopolios informativos y, en general, empresariales con la ideología que imponen, la hegemonía de la imagen y las nuevas necesidades sociales en diversos ámbitos..
La sociedad sigue sus impulsos, dentro de los cauces establecidos en lo político y en la sumisión engañosa que hace confundir la libertad, en pautas de comportamiento social y en el incuestionable sistema económico.
Las elites, también profesionalizadas, que controlan y manejan el capital se mueven en una dinámica de poder global alejada, en sus decisiones, de la sociedad. No olvidemos que la hegemonía del capital monopolista, difuso pero real conceptualmente, se impone en el sistema en lo fundamental, en lo que atañe al modo de producción que condiciona la organización social.
La sociedad, por su parte, habiendo alcanzado unas alturas de bienestar material no soñadas hace pocas décadas, todavía está confusa ante su necesidad de asimilar, de engullir todo cuanto le es ofrecido; esa abundancia obnubila la mente social, debilita los impulsos vitales racionales y hace a la sociedad permisiva en lo fundamental e intransigente en lo accesorio, es lo más cómodo, especificada y estructurada esa conducta, resultado de corrientes confusas, en forma de derechos numerosos por falta de criterios claros que lleven a algún fin con la esperanza social que no le dan las cosas, el consumismo, sino lo que el hombre lleva dentro de sí y que no ha sido capaz de desarrollar al estar ofuscado por el mundo brillante de las mercancías.
No es una tarea sencilla intentar sintetizar ideas claras acerca del espíritu del sistema, suponiendo que tal cosa sea posible. En la complejidad de la sociedad constantemente aparecen numerosas facetas, aspectos, formas o impulsos, a veces contradictorios, que en lo visible proceden de los cambios técnicos y sociales de cada momento acelerados en la actualidad, y en lo profundo tienen su origen en los impulsos vitales, de la clase que sean, que se encuentran en la sociedad. Aparecen muchos mundos en el nuestro y todos ellos creen que su reducido mundo es el único.
Los avances que nos desconciertan y nos introducen en nuevos mundos son impulsados por necesidades vitales determinadas y según las necesidades sociales son efímeros o permanecen más tiempo. La rapidez con que se producen las innovaciones de todas las clases, técnicas y sociales, siendo las técnicas las que más nos fascinan pues las sociales creemos que nos son debidas y se convierten en derechos. Todo eso hace que sin agotar las posibilidades de cada impulso, de cada innovación, de cada avance aparezcan otras distintas o complementarias, esto en sucesión continua. En este estado de cosas, cambiante sin cesar, nuestra percepción del tiempo se enturbia.
Aparecen nuevas dinámicas y organizaciones sociales, mayores o menores y más o menos efímeras, muchas veces son espontáneas y siempre responden a impulsos, a intereses determinados, a necesidades que buscan cauces.
Los ejemplos de todo lo anterior son numerosos y claros, no es necesario citarlos.
Con los avanzados medios de transporte las distancias se acortan grandemente y con los no menos avanzados de información y comunicación las distancias y el tiempo apenas existen, sin embargo en lo real y cotidiano agrandamos las distancias entre nosotros mismos hasta el extremo de que nuestros propios vecinos, ya no de otros países cercanos sino de regiones o ciudades próximas o del edificio en que vivimos, están muy lejos. Viajamos incansablemente y vemos, pero no conocemos. Huimos.
En otro sentido, es como si nos asustara el futuro que es mucho más incierto que el mundo de incertidumbres en que vivimos. Huimos del futuro incierto recuperando un pasado reinventado y, en el mismo, valoramos los símbolos antiguos que siempre corresponden a épocas de mayor tiranía. Tal vez porque el futuro no nos interesa ya en nuestro mundo de la inmediatez y de falta de fe, o porque nos asusta lo que nosotros ya estamos preparando sin saberlo.
Otro rasgo de nuestras sociedades es la inconsciencia. La elusión de nuestra responsabilidad forma parte de la inconsciencia colectiva, la dejación de nuestra voluntad y de nuestra imaginación, entregadas a las corrientes del momento y a quienes dicen proporcionarnos seguridad así como la abundancia de mercancías y de derechos, convierten nuestras democracias, en algunos casos, en meramente nominales. Realmente no participamos en nuestro propio gobierno, dejamos que los profesionales del poder político hagan y nosotros la aceptamos, en el hacer y en el no hacer y en el aceptar está la injusticia imperante, dentro y fuera de nuestra sociedad pero desde nuestro poderoso mundo, no nos interesa saber que vivimos en ella y de ella, forma paste de la dejación de nuestro propio gobierno. En esa dejación permitimos que quienes detentan el poder económico se perpetúen en él como reducida elite fuera de todo control.
Esto ha sucedido siempre, elites con poder y la masa arrastrada. La diferencia con el pasado está en que hoy, en Occidente, los niveles técnicos, de educación, de escaso analfabetismo están extendidos a la población, la aproximación aparente al poder es mayor y la capacidad de influencia en parcelas de la vida social son notables, las corrientes de opinión tienen peso, aunque pueden ser inducidas y la sociedad las asume fácilmente al ir en consonancia con los avances técnicos que influyen en las formas sociales.
Sin embargo, la conciencia social, los ideales sociales, las esperanzas colectivas se encuentran dormidas, algo parecido dicen diversos pensadores actuales, así: "Simplificando al máximo, se tiene por "postmoderna" la incredulidad con respecto a los metarrelatos"[7]. Dicho de otra forma, lo que vienen a decir es que la sociedad no espera gran cosa fuera de lo tangible y alcanzable de inmediato. La fe social está puesta en las mercancías, el hombre mismo bajo el capitalismo es una mercancía más, en el consumismo que sabemos es imprescindible al sistema.
La capacidad productiva es extraordinaria dadas las constantes innovaciones en los procesos productivos y la mundialización de la producción, la necesidad de que trabaje una cantidad mínima de gente también es importante por razones sociales y por la necesidad del capital de crecer constantemente. Anta las nuevas formas productivas, como la deslocalización de la producción, las tensiones son locales y sectoriales, pero el mercado consumista crece y el proceso de acumulación de capital y de concentración de poder en las grandes empresas, con ambición monopolística, sigue su curso imparable.
Esta es otra característica de nuestra sociedad, la fe en las mercancías, en el consumismo como necesidad vital. La pérdida de fe en los metarrelatos da paso a la fe en lo tangible, utilizable y engullible.
Lo que nos interesa saber es qué impulsos sociales hay tras las formas vistas y los hechos sociales, tras los cambios y si es posible ver hacia dónde se dirigen.
Volvamos por un momento a considerar las consecuencias sociales de que la fuerza de trabajo es, en nuestro sistema, una mercancía que como tal se compra y se vende. esta, ya se ha dicho antes, es la característica específica del capitalismo y su diferencia más peculiar con respecto a otros modos de producción.
La gente al vender su fuerza de trabajo lo que hace es vender una parte de su vida y el comprador, la empresa, el capitalista dispone, según su necesidad, de la inteligencia, los músculos, el corazón, la voluntad,... del individuo que se ha vendido por un tiempo.
Esta transacción es desigual, el comprador decide si compra o no lo hace por un día, una semana o un mes la fuerza de trabajo, también decide qué compra, es decir, qué individuo es comprado y quién no y, por tanto, a quién da la posibilidad de trabajar y a quién no o, lo que es lo mismo, decide quién va a vivir con mayor o menor dignidad y quién es eliminado o marginado del sistema, y, además, impone el precio de compra del individuo, el salario. Esta descomunal arbitrariedad es asumida con normalidad por la sociedad, una vez más, se ve con claridad que el hombre no es tal, es una cosa, una mercancía y, aunque no lo sepa la gente, esa idea está arraigada en nosotros.
El mercado de fuerza de trabajo, regulado en algunos aspectos en los países del centro del sistema y en condiciones precarias en los de la periferia, en cierta forma está en situación de monopolio conjunto de demanda o monopsonio, pues el posible monopolio de oferta podría funcionar si, por ejemplo, la sociedad tuviese muy claro cómo funciona realmente en esto, si la conciencia de ser explotados y de ser mercancías los hombres fuese real en la sociedad.
La gente al vender su fuerza de trabajo por un tiempo, el que el comprador decide, lo hace de manera que da mucho más de lo que cobra, cobra mucho menos del valor de la mercancía (este asunto del valor de la fuerza de trabajo ya lo abordó Marx). Esto es así porque, aparte de la aceptación de este hecho, el trabajador no tiene derecho legal, en una sociedad de derechos, a la totalidad del producto de su propio trabajo.
Este hecho, el hombre considerado como una mercancía, hace que la dinámica social tienda a ser de cosas, de mercancías, no de personas, no de hombres.
La aceptación de la degradación del hombre, de su vida a simple mercancía pagada injustamente, aun sin tener conciencia del hecho, hace que definitivamente el mundo de las mercancías domine por entero a la sociedad. Ya hemos convertido todo, incluida nuestra propia vida, en mercancía.
El trabajo no es más que la concreción de la fuerza de trabajo para producir riqueza. Lo único que produce mercancías es el trabajo que es lo único que tienen la mayoría de los hombres para, tras venderse, satisfacer sus necesidades, todas, desde las primarias hasta las superfluas. Como la fuerza de trabajo es una mercancía excedente en nuestro sistema, estamos al albur del comprador. En el mundo llamado globalizado este excedente es muy superior al que había antes, si añadimos los esclavos (varios millones), niños que trabajan (en noviembre de 2.004 diversas organizaciones los cifraban en más de 250.000.000), el salvajismo de la explotación de la gente con menos derechos, estén en sus países o de forma irregular en los del centro, etc. llegamos a un punto en que la valoración del individuo es nula. DE los hechos somos responsables todos nosotros.
Se impone la pelea por competir por el trabajo escaso que demandan las empresas, la pelea es realmente para que cada individuo pueda venderse al comprador, empresa que tenga a bien comprarle; no es la conciencia de nuestra situación sino el individualismo. Quien no tenga suerte o habilidad o lo que sea en esta pelea queda relegado, excluido de la sociedad. Aunque en varios países hay subvenciones para los parados y otras prestaciones sociales gratuitas, la masa de hombres-mercancía que no puede venderse es grande y los subsidios son limitados, el problema se agudiza.
En esta situación la sumisión total es imprescindible para la mayoría de la gente. Todo esto a la sociedad le parece bien ya que no hace nada por cambiarlo.
Siglos de funcionar socialmente el hombre como simple mercancía han logrado que sea una forma social normal y nunca se piense; esta conducta está tan arraigada en los hombres que pocos la consideran en todo su significado.
A partir de este hecho el hombre no tiene valor como tal, tan sólo como objeto, como mercancía que se compra y se vende cuando hay compradores, si no es así se convierte en una mercancía inútil, el hombre deja de existir en la sociedad.
Como es natural nuestra propia consideración individual a partir de cuanto todos llevamos dentro de nosotros, aunque lo tengamos dormido, hace que no nos veamos así y aceptemos la organización social correspondiente al modo de producción capitalista como la única posible. Ante una conducta tan asumida por la conciencia social, las diferentes dinámicas sociales giran sobre esto.
Antes hemos recordado que Marx ya vio con claridad cómo el modo de producción determina los procesos sociales, políticos y espirituales. La organización social está condicionada por el modo de producción. Si lo específico del capitalismo es que la fuerza de trabajo, la vida de los individuos es una mercancía, los hombres son simples instrumentos de producción, las consecuencias para la organización social so de suma importancia.
La institución clave es la depredación humana y de la misma, en lo económico y en su determinación de la organización social al considerar al hombre como mercancía, no se deriva que dicha organización social esté al servicio del hombre como tal. Algo tan arraigado en la sociedad como es la sumisión de los hombres al poder arbitrario de quienes poseen o controlan el capital supone una sociedad subyugada a partir del juego perverso con las necesidades básicas de los individuos.
El funcionamiento histórico de las sociedades capitalistas desde este punto de vista puede darnos una idea de lo que, de forma refinada actualmente y con diversas modificaciones, ha llegado a constituir una base firma de nuestra sociedad.
El individuo, entonces, representa en la sociedad un papel social que está valorado por el dinero, tengamos presente que el dinero es una mercancía bastante particular, por la riqueza o, en la inmediatez de lo pasajero, según la incidencia de la imagen proyectada desde la mercancía que uno es. En una sociedad de mercancías los hombres nunca pueden ser tenidos en cuenta por lo que son en sí, sólo por lo que representan, muestran, venden, proyectan.
Los impulsos sociales que hacen moverse al sistema deben considerarse desde distintos niveles: el asociado al poder a partir del control del capital y el amplio de la sociedad a partir, no del consumismo compulsivo y sus consecuencias, de lo que impulsa el consumismo y las demás manifestaciones sociales que son múltiples y complejas.
Con las ansias de poder, de dinero, de riqueza, extendido a toda la sociedad, está la codicia, creo que es Kafka quien en su "Carta al padre" dice que la codicia es una muestra de gran desdicha.
No es el consumismo más que una forma de subsistir. Volvamos a Camus: "El hombre no es reconocido y no se reconoce mientras se limita a subsistir animalmente" [8].
La sociedad la hemos hecho muy compleja, en ella se dan numerosos impulsos y manifestaciones, algunos son contradictorios, entre los que contribuyen a dar el impulso actual seguramente se encuentran en lo dicho.
La huida.
Nosotros vivimos en el mejor de los mundos, eso nos dicen con frecuencia y no lo negamos. Pero en nuestra sociedad una de las cosas que hacemos, sin tener conciencia de ello, es huir en el mejor de los mundos, pero no de él.
Los hechos nos muestran lo que hacemos, no por qué lo hacemos. Hechos que hablan, tal vez de huidas, de alejamientos de los demás o de nosotros mismos para tratar de evitar disgustos, molestias, malestar profundo y huimos con todo eso.
Algunos actos de huida son evidentes, la cantidad de gente inmersa en ellos es muy numerosa. Actos de todas las clases imaginables: suicidios, consumo de antidepresivos, ansiolíticos, somníferos, alcohol, drogas legales y no legales,... la mitad de la población o más necesita todo eso. La angustia que nos hace huir está allí.
La droga de una u otra clase, uno de los significados de droga es: "embuste, ardid, engaño". Más de la mitad de la población necesita el embuste, el engaño para seguir, para estar en la sociedad, para estar en el mundo, aunque les hacen creer que es para ser ellos. La mayor parte de las drogas, engaños, que toma la gente son recetados por los llamados expertos, como médicos, psicólogos, psiquiatras,... de forma legal y oficial, es decir, la sociedad promueve el engaño directo, en este caso, por medio de mercancías elaboradas expresamente para esa función. La sociedad para evitar algo, para no afrontarlo, para alejarse, para huir receta legalmente el embuste, el ardid, el engaño y es permisiva con la droga, con el engaño no legal.
La huida es también por medio del consumismo; nosotros sabemos que una de las funciones de las mercancías, más concretamente del consumismo es la fiesta que cambia su antigua función de transgredir normas morales para convertirse en huida sin las reglas morales antiguas, los cambios producidos en la moral social han abolido la transgresión antigua pues poco queda por transgredir, todo vale, la felicidad duradera se alcanza en la orgía consumista y la pasajera en el resto de los ritos festivos que parten del todo vale. Aparece el consumismo compulsivo como forma de huida hacia las cosas que nunca logran saciar nuestras ansias de llenarnos de más cosas.
En la fiesta del consumismo aparecen mil maneras de huir con la mayor seriedad, así, el tiempo de ocio, inconcebible sin más consumo, nos permite ensanchar la fiesta hacia actividades que consideramos vitales y festivas, nos convertimos en expertos en cosas peculiares, lo mismo en batir récords de cualquier cosa absurda, que expertos en senderos, en setas, en el buitre leonado, en el color del pelo del ídolo de moda o en el de sus ojos, expertos en famosos y seguidores embelesados como indican las audiencias millonarias de revistas, radios o televisiones de esas pandillas de vividores, especialistas en las monarquías reinantes, otros vividores, en la vida de un escritor irrelevante o de un futbolista célebre y celebrado, expertos en OVNIS, en antigüedades, en dunas del desierto o en las estrellas Sirio o Albebarán o en cualquier otra, en nuestro equipo de lo que sea,... Al final acabamos siendo expertos y fanáticos semirreligiosos. Ponemos toda nuestra atención y nuestro esfuerzo en cosas que nos revisten ante los demás de atributos ajenos y, en esas cosas, somos y representamos un papel social donde sea pues nos da relevancia e importancia durante un minuto en la televisión o en el medio local y, con suerte, en otros de mayor audiencia, en nuestro barrio o entre los vecinos o los compañeros del trabajo.
Nos convertimos en las cosas peculiares y somos por ellas y en ellas pero no en nosotros.
Huimos por medio de la imagen. Las audiencias millonarias de los programas de televisión, llenos de publicidad demencial en su mensaje, entre los que los programas cutres, chabacanos y zafios en conjunto sobrepasan lo imaginable. El llamado mundo virtual nos permite huir por medio de una realidad irreal y en ella vivimos y jugamos, ya desde niños, donde los juegos de toda clase de guerras y de matar a hombres tienen gran éxito y, en los juegos, matamos virtualmente a personas que son simplemente cosas. Es la mentalidad social.
Salimos a ensalzar a nuestros héroes o ídolos que son deportistas, cantantes de cualquier cosa a los que llamamos grandísimos artistas, ganadores de concursos o de lo que sea, gente de nuestro pueblo, ciudad o región con ínfulas de nación centro del mundo. Nos embelesamos y colectivamente nos sentimos importantes a través de ellos, nos llenamos de orgullo y los jaleamos y recibimos multitudinariamente; entonces creemos ser el centro de atención universal porque un chico del barrio o de nuestra región tiene músculo o es habilidoso con el balón o es un ciclista que gana carreras o campeonatos corriendo en moto o en coche o porque... nuestro equipo gana algún torneo... Y. entonces, proclamamos a algún semianalfebeto de entre todos esos castellano universal o manchego universal o aragonés universal. Huimos por medio de esos a los que llamamos héroes, incultos por lo general, y somos importantes porque el individuo proclamado héroe universal es de nuestra ciudad o de nuestra región que ya podemos llamar nación dada la gloria universal alcanzada.
Cuando llegan las vacaciones o los fines de semana salimos masivamente, todos a lo mismo, compramos compulsivamente, engullimos, bebemos y, decimos, nos liberamos.
Otros se dedican al cuidado de su cuerpo, a su estética, con operaciones de todas las clases para mejorar los pómulos, las pantorrillas o un dedo del pie.
Es imprescindible vestir a la moda, ir a los lugares de moda, si no se hace uno, nos dicen los demás y nosotros lo creemos, no es nadie.
Intimidades ridículas y sórdidas de los vividores profesionales, convertidos en famosos, que acaban siendo lo más importante y que nosotros devoramos.
Huimos por medio de los profesionales del poder políticos en los que hacemos dejación de nuestra voluntad, de los ídolos a los que entregamos nuestros sentimientos o de los artistas oficiales y de moda a quienes hacemos encarnar nuestra imaginación.
Los caminos para huir son innumerables, se trata de huir, de alejarnos de algo, de los problemas, de nosotros.
La huida es individual y la huida es de la masa como tal, social, colectiva.
A este respecto explicaba Ortega y Gasset hace 70 años en "La rebelión de las masas", y hoy sigue vigente esa explicación, que: "el hombre-masa... un tipo de hombre hecho deprisa, montado nada más que sobre unas cuantas y pobres abstracciones y que, por lo mismo, es idéntico de un cabo de Europa al otro... Este hombre-masa es el hombre previamente vaciado de su propia historia, sin entrañas de pasado y, por lo mismo, dócil a todas las disciplinas llamadas "internacionales". Más que un hombre, es sólo un caparazón de hombre constituido por menos idola fori; carece de un "dentro", de una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo que no puede revocar"[9]. Al final del citado ensayo, Ortega sostiene que el hombre-masa aspira a vivir sin supeditarse a moral alguna porque ésta supone el sentimiento de sumisión a algo[10], conciencia de servicio y obligación, aunque eso no es posible, y sostiene que el hombre-masa vive de lo que niega y otros construyen.
Posiblemente el no supeditarse a moral alguna, hoy, no es como dice Ortega, la actual no supeditación es a la moral que podríamos llamar convencional, es algo ambiguo, posiblemente sea la moral cristiana de siglos, esa no supeditación supone un cambio hacia una moral difusa y cambiante, de acuerdo con los avances técnicos que impulsan los cambios sociales, y la subordinación a la nueva moral y la nueva no moral. La huida de todo compromiso coherente el primero de los cuales es la consideración del hombre como tal y que esto sea efectivo, pero sabemos que en nuestra sociedad el hombre es una mercancía, un papel social, es juego de representación de una función social en lo que vive como el teatro de la sociedad.
La no supeditación a la moral antigua debida a los avances técnicos y consiguientes cambios sociales es tan cambiante como estos y supone pérdidas de referencias individuales que se resuelven aceptando, sin discutirla, la nueva moral social que permite diluir la propia responsabilidad, es una moral que no procede del individuo pensante. Los cambios son, a veces, contradictorios y se llegan a aceptar en el mismo acto dos morales opuestas.
En la huida también está la angustia ante nuestro propio mundo, ante las incertidumbres, ante lo que nos supera, ante nuestro desconcierto, ante nuestra falta de fe. Las razones siempre son las mismas, el hombre que tiene miedo a ser.
Huimos y no tenemos a dónde huir, nos quedan las cosas para huir hacia ellas, pero no podemos huir de nosotros mismos, sólo ocultarnos, engañarnos, pero siempre está ahí el yo, en algún momento emerge y nos asusta, lo ocultamos con las mil formas que hemos visto que tenemos, pero no podemos eludirlo y no sabemos qué hacer con nosotros mismos, nos destruimos en la huida, es su principal cualidad: nuestra propia destrucción.
Si somos capaces de ver nuestro mundo, lo que vemos, junto al brillo de las cosas, es desasosiego, caos, injusticia, destrucción directa o ya en germen.
Las sociedades intentan concentrarse en ellas en lo pequeño, en el pasado, poner barreras económicas o de derechos frente a los otros que tenemos al lado. No sabemos hacia dónde vamos, procuramos estar y estamos, pero huyendo.
La rebeldía.
Nosotros, que huimos, no sabemos a qué decir sí desde la convicción profunda. Los logros que hemos pactado con el sistema a lo largo de docenas de años nos permiten el consumismo desde la injusticia, ligera y llevadera para nosotros y tremenda para los de la periferia. Hemos colmado nuestras aspiraciones de muchos años y aquí estamos. Si antes teníamos fe en mejorar nuestras condiciones materiales de vida, una vez conseguido por una parte importante de la población no esperamos nada más, tal vez más mercancías.
Todo lo que se detecta como problemático en nuestra sociedad lo eludimos y huimos. Nuestra fe se ha agotado tras los logros materiales alcanzados.
No somos capaces de decir no a un mundo injusto y todo lo que se encuentra tras el mismo y, mucho menos, de decir sí a un mundo construido por nosotros para el hombre como tal.
En nuestro mundo no cabe la rebeldía, la tenemos en los que proceden de otros mundos, de otras sociedades que desde su fanatismo, desde su irracionalidad rechazan el mundo al que llegan y tratan de imponer el suyo. No lo vemos pero sucede así. Nuestra indiferencia vacía, nuestros derechos que creemos sirven para todos, para que no nos molesten permiten que en su rebeldía irracional y fanática mantengan su mundo, sus valores, su sociedad impermeables aun siendo aberrantes y opuestos a nuestros principios genéricos, que proceden de una mayor racionalidad y abren la posibilidad a un mundo más libre, y, en su rebeldía demencial con una fe irracional y fanática tras ella extienden su mundo de un modo imparable por el momento. Es el choque de una fe incomprensible para nosotros con la nuestra que rechazamos.
La rebeldía está en los que siendo de nuestro mundo han decidido construir el suyo aislado y exclusivo al margen de los que creen distintos, un mundo que intentan construir desde su fe ciega e irracional y que revisten de valores que son los nuestros en la negación y en la perversión de los mismos.
Destruyen para construir su paraíso particular de la clase que sea.
La verdadera rebeldía que hoy, tras los trágicos fracasos de las últimas, tal como nos explica Camus, debería proceder de la grandeza del hombre para rechazar los disparates que cometemos, no aparece porque no tenemos conciencia de injusticia u opresión o de otro mundo distinto en el que creer.
La rebeldía del hombre para ser hombre, cuando se da, es individual. El hombre rebelde es, en este caso, el hombre que dice no a nuestros disparates y sí al hombre desde la razón y la fe en la razón y la fe en el hombre, es un hombre que hace su camino con sinceridad y sin huir.
La historia nos cuenta de algunos hombres rebeldes, tal vez sin saberlo ellos, coherentes consigo mismos, tras cuya rebeldía estaba el impulso de su fe, racional en extremo, para ser ellos en sociedad, desde un profundo a los hombres. Algunos son conocidos, otros no, pero siempre han estado.
Su forma de rebeldía, en muchos casos, la llegaron a pagar con su propia vida, pues su sociedad, con los detentadores del poder en primer lugar, no pudo soportar verse reflejada en esos hombres.
En la rebeldía del hombre para ser hombre, desde su fragilidad y desde su inmenso potencial, desde la grandeza del hombre, el recorrido sólo puede ser individual, único, personal. Se trata de recorrer el camino en un mundo percibido asombroso y tremendo, incoherente y fascinante, siempre en movimiento.
Es la historia, la vida, de un hombre cualquiera frente a la sumisión para vivir en su libertad, en su capacidad para, responsablemente, hacer y no hacer y en su actuar o dejar de actuar cuando puede hacer, con sentido de la justicia real y de saber que la libertad es posible en el quehacer de los hombres dirigido al bien común y que su libertad es tan sólo para ser un hombre verdadero.
Ese hombre rebelde sabe que tiene frente a él una sociedad sumisa en la que necesariamente debe vivir, se desea tener a sí mismo teniendo plena conciencia de que no es el centro del mundo, es un hombre más de su sociedad, uno más entre millones.
Su historia, su vida es la de su libertad personal porque la social es imposible y las soluciones colectivas han sido disparatadas en sus consecuencias y sabe que, como hombre que ansía su libertad, nadie puede ni debe jugar el papel de liberador de nadie.
Su vida no es la del hombre individualista y egoísta de nuestra sociedad sino la del hombre y como tal vinculado a los demás desde la racionalidad que puede parecer generosidad o amor, si se quiere y es posible, pero no como virtud sino como racionalidad.
El camino de ese hombre, de un día o de toda su vida, es arduo, desconoce cuándo acaba, si es que alguna vez acaba. Es un camino que debe andar solo, nadie puede caminarlo por él, nadie puede vivir por otro, nadie puede vivir en libertad por otro hombre.
En nuestro mundo y en el, a veces, engaño del relato o de la imagen creemos vivir en otros desde la ficción y eso nos basta, es otra forma de huir.
El camino es distinto para cada hombre y es parecido el mismo tiempo.
Ante su necesidad de ser se encuentra, ese hombre, en medio de un mundo, de una sociedad que no sabe qué dirección lleva o no va a ningún lugar.
Quizá, ese hombre, no sepa que su vida empieza a ser la de un rebelde, únicamente sabe que no vive en su plenitud y que necesita vivir real y conscientemente cada segundo de su vida. Vive en la sociedad pero no le ofrece lo que él necesita vitalmente, el mundo construido por los hombres no es el del hombre. Vive en el mundo y da a la sociedad lo que le pide, pero le exige como a un rol más no como a un hombre, no es lo que él desea que sea su sociedad o el mundo, desea una sociedad para que el hombre viva como tal, no como un rol social o como una mercancía, no como un papel que debe representar sin convicción.
Al actuar desde su coherencia sincera la sociedad le ignora, o le desprecia, o le toma por un individuo ingenuo que no vive "con los pies en la tierra", como dicen los sumisos, que no es realista pues el mundo es otra cosa. Es excluido socialmente, incluso laboralmente, la sociedad únicamente le ofrece el vacío social, distinto al vacío en que muchos viven su indiferencia vacía, en realidad, la sociedad le ofrece el vacío de una sociedad vacía, el asqueamiento, ese es su punto de arranque, es algo, el vacío del vacío es algo.
Si ese hombre dice no a su sociedad de indiferencia vacía y dice sí al mundo del hombre, que todavía no sabe cómo es pero es el del hombre, se aparta de su sociedad sin pretenderlo, sale del sistema si es coherente con su no y con el sí que intuye. La sociedad le excluye, no hay sitio para él, se estrella una y mil veces.
Ese hombre, que camina simplemente para ser hombre, ve a su sociedad de otra forma, no porque ahora sea distinta sino porque su ser, sus potencialidades que empiezan a despertar le dan una guía diferente, una visión distinta, una comprensión nueva y cada vez más clara, eso cree, una razón racional y no meramente lógica a partir de la irracionalidad.
Ese hombre sabe que es inevitable estar en la sociedad, pero en ella él únicamente pretende ser. Sabe que siendo él alcanzará su plenitud de hombre. Sabe que ser él es también ser los otros sin dejar de ser él, es necesariamente ser los otros.
Surge la duda, la vacilación, aparecen los momentos de rebeldía contra su propia rebeldía y piensa que está en el error, pero lo que le ofrece la sociedad no es la plenitud, a la sociedad la sigue viendo ilógica y desquiciada.
Ni aun siquiera sabe, ese hombre, qué clase de fe le impulsa en su rebeldía, es la fuerza de la fe en el hombre, en él mismo y, por consiguiente, en un mundo desconocida ya que la sociedad nunca se ha propuesto construirse a sí misma para el hombre a partir del desarrollo de todas sus facultades.
En su caminar para ser tampoco le sirven los dioses ideados por los hombres, son tan absurdos como sus diseñadores, como el pensamiento social que los ha construido.
Ese hombre pierde sus resortes, sus apoyos tangibles. Aunque pretende ser racional en la sociedad ésta le excluye. Tal vez en algún momento la sociedad la permita hacer el papel de provocador, como dicen ellos, pero no lo es, cuenta y vive su verdad sincera y, eso, a la sociedad le molesta. Le ignora. Pero él vive en él y desde él en la sociedad imprescindible para poder ser.
Se encuentra en la sociedad que le es hostil sin manifestárselo abiertamente. No sabe por qué. Se ve frágil, se sabe frágil, indefenso, desamparado, en la oscuridad. No ve salidas, las que ve en su caminar le parecen disparatadas: seguir siempre en la oscuridad o el suicidio, tal vez, en algún momento alcance su plenitud, la espera, la ansía.
Tiene miedo, pavor, está asustado, tiembla, llora, se desespera, pero ya no puede volver a la sociedad tal como la veía antes, es absurda y tampoco quiere un mundo que, desde su distanciamiento, ve cada vez más descabellado, más irracional, más enfermo, más ficticio, pues, no es el mundo del hombre. Tal vez esté equivocado y la sociedad sea de otra forma, pero los hechos a la luz de las potencialidades y posibilidades del hombre que ha ido despertando le reafirman en su rebeldía.
Desde la conciencia de su total fragilidad también tiene conciencia de sus posibilidades de plenitud y necesita actuar desde la misma. Pero no sabe cómo y cree que no puede. Quizá todo sea producto de lo que llega a pensar, en algún momento, como su locura.
Busca, hace, se estrella, espera que todo se aclare en él, pero las cosas van descontroladas, una vez más se siente perdido. El voluntarismo no le resuelve nada, da la sensación de que las ideas viales sean vivas realmente.
También necesita la fe, la fe racional, lógica, la fe en el hombre entero.
No le sirven las ficciones que cuentan o imaginan otros, tal vez los que han pasado por lo mismo, como una tenue esperanza, pero su vida es suya, no de otro. La experiencia sólo le sirve a quien la vive.
no le sirven las ficciones porque su vida, por primera vez, la entiende y percibe real, viva en él, poderosa y ajena, es suya pero no procede de él. Conoce lo superfluo y no le interesa como atadura, no lo desprecia, simplemente forma parte del todo donde él está y, como mucho, tiene una utilidad, no es un fin.
Es consciente de su fragilidad y de su importancia ante el mundo, ante su sociedad y en ella, como cada hombre.
Cree que no tiene salida pero no es posible la vuelta atrás, todavía tiene menos sentido lo ya conocido, ahora visto con claridad, y que no le esclaviza.
Cree que nunca va a llegar, que nunca vivirá en verdadera libertad, por lo menos individual ya que la social no es posible, en la que dentro de la sociedad pero frente a la sociedad sumisa pueda hacer lo suyo. Le parece que el camino es todo lo que puede hacer, no sabe si al final del mismo encontrará al hombre, si al final empezará a vivir como él cree que es el hombre, en el hombre.
Sabe que vivir en el hombre no es lo antisocial, es lo social desde otros postulados, es necesariamente lo social.
Su única posibilidad, eso cree, es agarrarse a la corriente de la vida, duda de si es vida o Vida, pero es la libertad vital, desbordante, para hacer de acuerdo con la propia vida, él, ser racional, lleno de todo, de sentimientos y todas las demás facultades del hombre, aun las no sacadas desde sí por el hombre tras su andar de siglos. Unos pocos hombres nos han dejado mucho y nos han mostrado algo de lo que todos tenemos.
La libertad plena, pero aun de esto ese hombre solo no es capaz, no es posible así, lo único que ve, que intenta es, con todo lo que es en él, que lo sabe en todos y cada uno de los hombres, aunque no lo hayan querido conocer, ni vivir o lo nieguen y con la fuerza de su fe en el hombre, no detenerse, ser, estar en el mundo y, sabiéndose fuera del sistema, ser mundo.
Tras eso: ser, estar en mundo y ser mundo, esconde una declaración de amor hacia el hombre.
[1] A. Camus. El hombre rebelde. Alianza Editorial. Madrid. 2.001. (p. 21)
[2] Algunos de los conceptos, ideas y hechos que se citan a lo largo de estas páginas, muchas veces sin una explicación pormenorizada, se desarrollan algo más en otros trabajos que aparecen en esta misma Página web.
[3] Ver Libertad y hombre de hoy en esta misma página web.
[4] A. Camus. El hombre rebelde... (p.10).
[5] A. Camus. La caída. Alianza Editorial. Madrid. 2.000. (p. 96).
[6] Una idea de qué es el dogmatismo, para el que no existe el problema del conocimiento, la desarrolla Hessen, dice: "En el dogmatismo... el sujeto, la conciencia cognoscente, aprehende su objeto. Esta posición se sustenta en una confianza en la razón humana, todavía no debilitada por ninguna duda... El contacto entre el sujeto y el objeto no puede parecer problemático a quien no ve que el conocimiento es por esencia una relación entre el sujeto y el objeto... También los valores existen, pura y simplemente, para el dogmático".
J. Hessen. Teoría del conocimiento. Col. Austral. Espasa-Calpe. Madrid. 1.991 (pp. 68-69)
[7] J. F. Lyotard. La condición postmoderna. Altaya. Madrid. 1.999. (p. 10).
[8] A. Camus. El hombre rebelde. ... (p. 166).
[9] J. Ortega y Gasset La rebelión de las masas. Ediciones Orbis. Barcelona. 1.983 (p. 13)
[10] J. Ortega y Gasset. La rebelión... (p. 173).
"Vivimos en un mundo donde todo el mundo
está consciente de todo pero no hacen nada,
se solidarizan con todo y ni siquiera se mueven".
Jean Baudrillard
HISTORIA DE UN VISTAZO
- La “formación de masas” es una forma de hipnosis de masas que emerge cuando se cumplen condiciones específicas y casi siempre precede al surgimiento de sistemas totalitarios.
- Cuatro condiciones centrales que deben existir para que surja la formación de masas son la soledad generalizada y la falta de vínculos sociales, lo que lleva a experimentar la vida sin sentido, lo que lleva a una ansiedad y un descontento generalizados y flotantes, que conducen a una frustración generalizada y libre. y agresión, lo que resulta en sentirse fuera de control.
- Bajo la formación masiva, una población entra en un trance de tipo hipnótico que los hace dispuestos a sacrificar cualquier cosa, incluidas sus vidas y su libertad.
- Las estrategias clave para interrumpir el proceso de formación de masas son hablar en contra y practicar la resistencia no violenta. Las voces disidentes evitan que los sistemas totalitarios se deterioren hasta convertirse en una inhumanidad abyecta donde la gente está dispuesta a cometer atrocidades atroces.
- En definitiva, “totalitarismo” se refiere a la ambición del sistema. Quiere eliminar la capacidad de elección individual y, al hacerlo, destruye el núcleo de lo que es ser humano. Cuanto más rápido un sistema destruye al individuo, más pronto colapsa el sistema.
También advirtió que la formación de masas da lugar al totalitarismo, que es el tema de su nuevo libro, “La psicología del totalitarismo”. El trabajo de Desmet fue popularizado aún más por el Dr. Robert Malone, cuya aparición en el podcast de Joe Rogan fue vista por unos 50 millones de personas.
Pero a medida que el término de búsqueda «formación masiva» se hizo cada vez más popular, Google respondió manipulando los resultados del motor de búsqueda en un intento de desacreditar a Desmet y mostrar a las personas en sus resultados de búsqueda información que les haría descartar la importancia de este trabajo. ¿Por qué? Porque Google está en el centro de la camarilla global y el movimiento hacia el totalitarismo.
Comprender la psicología de la época es crucial
Aquellos que se niegan a aprender de la historia están obligados a repetirla, dicen, y esto parece particularmente pertinente en la actualidad porque, como explica Desmet, si no entendemos cómo se produce la formación de masas y a qué conduce, no podemos Prevenirlo. ¿Cómo llegó Desmet a la conclusión de que estábamos en el proceso de formación masiva? El explica:
“Al comienzo de la crisis del coronavirus, allá por febrero de 2020, comencé a estudiar las estadísticas sobre las tasas de mortalidad del virus, las tasas de mortalidad por infección, la tasa de letalidad, etc., e inmediatamente tuve la impresión, y conmigo, varios estadísticos de fama mundial, como John Ioannidis de Stanford, por ejemplo, que las estadísticas y los modelos matemáticos utilizados sobrestimaron dramáticamente el peligro del virus.Esta temprana experiencia le hizo decidirse a centrarse en los mecanismos psicológicos que intervienen en la sociedad, y se convenció de que lo que estábamos viendo eran, de hecho, los efectos de un proceso de formación de masas a gran escala, porque la característica más destacada de esta tendencia psicológica es que vuelve a la gente radicalmente ciega a todo lo que vaya en contra de la narrativa en la que cree.
Inmediatamente, escribí un artículo de opinión tratando de llamar la atención de la gente sobre algunos de los errores. Pero me di cuenta de inmediato que la gente simplemente no quería saber. Era como si no vieran ni los errores más flagrantes al nivel de las estadísticas que se usaban. La gente simplemente no era capaz de verlo”.
Básicamente, se vuelven incapaces de distanciarse de sus creencias y, por lo tanto, no pueden asimilar o evaluar nuevos datos. Desmet continúa:
“Otra característica muy específica es que este proceso de formación en masa hace que las personas estén dispuestas a sacrificar radicalmente todo lo que es importante para ellos, incluso su salud, su riqueza, la salud de sus hijos, el futuro de sus hijos.
Cuando alguien está en las garras de un proceso de formación de masas, se vuelve radicalmente dispuesto a sacrificar todo su interés individual. Una tercera característica, por nombrar solo algunas, es que una vez que las personas están atrapadas en un proceso de formación en masa, generalmente muestran una tendencia a la crueldad hacia las personas que no aceptan la narrativa o no la siguen... Por lo general, lo hacen como si fuera un deber ético.
Al final, suelen tender, primero, a estigmatizar, y luego a eliminar, a destruir, a las personas que no van con las masas.
Y es por eso que es tan extremadamente importante comprender los mecanismos psicológicos en funcionamiento, porque si comprende los mecanismos en funcionamiento, puede evitar que la formación de masas se vuelva tan profunda que las personas lleguen a este punto crítico en el que realmente están fanáticamente convencidas de que deben destruir a todo el que no los acompañe.
Por lo tanto, es extremadamente importante entender el mecanismo. Si lo entiendes, puedes estar seguro de que la multitud, la masa, primero se destruirá a sí misma, o se agotará, antes de comenzar a destruir a las personas que no están de acuerdo con la masa.
Entonces, es de crucial importancia, y eso es lo que describe mi libro. Describe cómo surge una masa, una multitud, en una sociedad, bajo qué condiciones surge, cuáles son los mecanismos del proceso de formación de masas y qué se puede hacer al respecto. Eso es extremadamente importante.
Voy a mencionar esto desde el principio.
Por lo general, es imposible despertar a las masas. Una vez que surge un proceso de formación de masas en una sociedad, es extremadamente difícil despertar a las masas. Pero [despertarlos es] importante, [porque] puedes evitar que las masas y sus líderes se convenzan tan fanáticamente de su narrativa que comiencen a destruir a las personas que no están de acuerdo con ellos”.
Por lo general, es imposible despertar a las masas. Una vez que surge un proceso de formación de masas en una sociedad, es extremadamente difícil despertar a las masas. Pero [despertarlos es] importante, [porque] puedes evitar que las masas y sus líderes se convenzan tan fanáticamente de su narrativa que comiencen a destruir a las personas que no están de acuerdo con ellos”.
De hecho, para aquellos de nosotros que no caímos bajo el hechizo de la narrativa irracional de COVID, la crueldad con la que el liderazgo político, los medios y la gente en general intentaron forzar el cumplimiento fue sorprendentemente abominable. Muchos fueron agredidos físicamente, y algunos incluso asesinados, simplemente por no usar cubrebocas, lo que sabíamos era una estrategia de prevención inútil.
Contexto histórico de la hipnosis masiva
Es más fácil entender qué es la formación de masas si la consideras como hipnosis de masas, porque no son simplemente similares, son idénticas, dice Desmet. La formación de masas es una especie de hipnosis que surge cuando se cumplen determinadas condiciones. Y, de manera inquietante, estas condiciones, y el trance hipnótico que surge, casi siempre preceden al surgimiento de los sistemas totalitarios.
Si bien el totalitarismo y una dictadura clásica comparten ciertas características, existen claras diferencias a nivel psicológico. Según Desmet, una dictadura clásica, a nivel psicológico, es muy primitiva. Es una sociedad que le teme a un grupo pequeño, a un régimen dictatorial, por su potencial agresivo.
El totalitarismo, por otro lado, surge de un mecanismo psicológico muy diferente. Curiosamente, el estado totalitario en realidad no existía antes del siglo XX. Es un fenómeno relativamente nuevo y se basa en la formación de masas o la hipnosis de masas.
Las condiciones para este estado hipnótico masivo (que se enumeran a continuación) se cumplieron por primera vez justo antes del surgimiento de la Unión Soviética y la Alemania nazi, por lo que ese es nuestro contexto histórico. Estas condiciones se volvieron a cumplir justo antes de la crisis del COVID. Lo que estamos viendo ahora es un tipo diferente de totalitarismo, en gran parte debido a los avances tecnológicos que han creado herramientas extremadamente efectivas para influir inconscientemente en el público.
Ahora tenemos herramientas muy sofisticadas con las que hipnotizar a masas de personas mucho más grandes que en épocas anteriores. Pero mientras nuestro totalitarismo actual es global en lugar de regional, y la guerra de la información es más sofisticada que cualquier cosa que los soviéticos o los nazis pudieran reunir, las dinámicas psicológicas básicas siguen siendo idénticas.
Comprender la hipnosis
Entonces, ¿cuáles son esas dinámicas psicológicas? “Formación en masa” es un término clínico que en la jerga de los profanos podría traducirse simplemente como una especie de hipnosis en masa, que puede ocurrir una vez que se cumplen ciertas condiciones.
Cuando estás siendo hipnotizado, lo primero que hará el hipnotizador es separar o retirar tu atención de la realidad o el entorno que te rodea. Luego, a través de su sugerencia hipnótica, generalmente una narración muy simple o una oración en voz alta, el hipnotizador enfocará toda su atención en un solo punto, por ejemplo, un péndulo en movimiento o simplemente su voz.
Desde la perspectiva de la persona hipnotizada, parecerá como si la realidad se hubiera desvanecido. Un ejemplo extremo de esto es el uso de la hipnosis para hacer que las personas sean insensibles al dolor durante la cirugía. En esa situación, el enfoque mental del paciente es tan estrecho e intenso que no se da cuenta de que su cuerpo está siendo cortado.
De la misma manera, no importa cuántas personas resulten heridas por las medidas del COVID, porque el foco está en el COVID y todo lo demás se ha desvanecido, en términos psicológicos.
Las personas pueden ser asesinadas por no usar una máscara y el hipnotizado no levantará una ceja. Los niños pueden morir de hambre y los amigos pueden suicidarse por desesperación financiera; nada de esto tendrá un impacto psicológico en los hipnotizados porque para ellos, la difícil situación de los demás no se registra. Un ejemplo perfecto de este cegamiento psicológico de la realidad es cómo las muertes y lesiones por pinchazos de COVID simplemente no se reconocen y ni siquiera se consideran causales.
Las personas recibirán la inyección, sufrirán lesiones masivas y dirán: «Gracias a Dios que recibí la inyección o hubiera sido mucho peor». No pueden concebir la posibilidad de que hayan resultado heridos por el disparo. ¡Incluso he visto a personas expresar su gratitud por la inyección cuando alguien a quien supuestamente amaban murió a las pocas horas o días de recibirla! Es alucinante. La dinámica psicológica de la hipnosis explica este comportamiento irracional e incomprensible, pero sigue siendo bastante surrealista.
“Aunque conozco los mecanismos en funcionamiento, sigo desconcertado cada vez que sucede”, dijo Desmet. “Casi no puedo creer lo que veo. Conozco a alguien cuyo marido murió unos días después de la vacuna, mientras dormía, de un infarto”.
“Y pensé: ‘Ahora abrirá los ojos y se despertará’. En absoluto”, agregó. “Simplemente continuó de la misma manera fanática, incluso más fanática, hablando de lo felices que deberíamos estar porque tenemos esta vacuna. Increíble, sí.
Las raíces psicológicas de la formación de masas
Como se mencionó, la formación masiva, o la hipnosis masiva, puede ocurrir cuando ciertas condiciones psicológicas están presentes en una parte suficientemente grande de la sociedad.
Las cuatro condiciones centrales que deben existir para que surja la formación masiva son:
- Soledad generalizada y falta de vinculación social, lo que conduce a:
- Experimentar la vida como sin sentido, sin propósito y sin sentido, y/o enfrentarse a circunstancias persistentes que no tienen sentido racional, lo que conduce a:
- Ansiedad y descontento flotantes y generalizados (ansiedad/descontento que no tiene una causa aparente o distinta), lo que conduce a:
- Frustración y agresión flotantes y generalizadas (la frustración y la agresión no tienen una causa discernible), lo que da como resultado una sensación de descontrol.
Cómo surge la formación de masas en una sociedad
Una vez que una parte suficientemente grande de la sociedad se siente ansiosa y fuera de control, esa sociedad se vuelve altamente vulnerable a la hipnosis masiva. Desmet explica:
Una vez que una parte suficientemente grande de la sociedad se siente ansiosa y fuera de control, esa sociedad se vuelve altamente vulnerable a la hipnosis masiva. Desmet explica:
“El aislamiento social, la falta de significado, la ansiedad flotante, la frustración y la agresión son altamente aversivos porque si las personas se sienten ansiosas, sin saber por qué se sienten ansiosas, por lo general se sienten fuera de control. Sienten que no pueden protegerse de su ansiedad.
Y, si en estas condiciones se distribuye una narrativa a través de los medios de comunicación, indicando un objeto de ansiedad y, al mismo tiempo, brindando una estrategia para lidiar con el objeto de ansiedad, entonces toda esta ansiedad flotante podría conectarse con el objeto. de ansiedad
Y puede haber una gran voluntad de participar en una estrategia para lidiar con el objeto de la ansiedad, sin importar cuán absurda sea la estrategia. Entonces, incluso si está claro desde el principio, para todos los que quieran verlo, que la estrategia para lidiar con el objeto de la ansiedad podría cobrar muchas más víctimas que el objeto de la ansiedad en sí mismo… incluso entonces, podría existir esta gran voluntad. participar en una estrategia de trato con el objeto de la ansiedad.
Ese es el primer paso de todo mecanismo importante de formación de masas. Ya sea que se trate de las Cruzadas, la caza de brujas, la Revolución Francesa, el comienzo de la Unión Soviética o la Alemania nazi, vemos el mismo mecanismo, una y otra vez.
Hay mucha ansiedad flotante. Alguien proporciona una narrativa que indica un objeto de ansiedad y una estrategia para lidiar con él. Y luego toda la ansiedad se conecta con el objeto [propuesto] de ansiedad.
Las personas participan en una estrategia para lidiar con el objeto de la ansiedad que arroja una primera ventaja psicológica importante, ya partir de ahí las personas tienen la impresión de que pueden controlar su ansiedad. Está conectado a un objeto y tienen una estrategia para lidiar con él”.
La problemática vinculación social de la formación de masas
Una vez que las personas que solían sentirse solas, ansiosas y fuera de control comienzan a participar en la estrategia que se les presenta como la solución a su ansiedad, surge un nuevo vínculo social. Esto, entonces, refuerza la hipnosis masiva, ya que ahora ya no se sienten aislados y solos.
Este refuerzo es una especie de intoxicación mental, y es la verdadera razón por la que la gente compra la narrativa, sin importar cuán absurda sea. “Continuarán aceptando la narrativa, porque crea este nuevo vínculo social”, dice Desmet.
Si bien el vínculo social es algo bueno, en este caso se vuelve extremadamente destructivo, porque la frustración y la agresión que flotan libremente todavía están allí y necesitan una salida. Estas emociones necesitan ser dirigidas a alguien. Lo que es peor, bajo el hechizo de la formación en masa, la gente pierde sus inhibiciones y el sentido de la proporción.
Entonces, como hemos visto durante la pandemia de COVID, las personas atacarán y arremeterán de las maneras más irracionales contra cualquiera que no crea en la narrativa. La agresión subyacente siempre estará dirigida a la parte de la población que no está hipnotizada.
Hablando en términos generales, por lo general, una vez que se está formando la masa, alrededor del 30 por ciento de la población será hipnotizada, y esto generalmente incluye a los líderes que pronuncian la narrativa hipnotizadora al público, el 10 por ciento permanece sin hipnotizar y no acepta la narrativa. , y la mayoría, el 60 por ciento, siente que hay algo mal con la narrativa, pero acepta simplemente porque no quiere sobresalir o causar problemas.
Una vez que las personas que solían sentirse solas, ansiosas y fuera de control comienzan a participar en la estrategia que se les presenta como la solución a su ansiedad, surge un nuevo vínculo social. Esto, entonces, refuerza la hipnosis masiva, ya que ahora ya no se sienten aislados y solos.
Este refuerzo es una especie de intoxicación mental, y es la verdadera razón por la que la gente compra la narrativa, sin importar cuán absurda sea. “Continuarán aceptando la narrativa, porque crea este nuevo vínculo social”, dice Desmet.
Si bien el vínculo social es algo bueno, en este caso se vuelve extremadamente destructivo, porque la frustración y la agresión que flotan libremente todavía están allí y necesitan una salida. Estas emociones necesitan ser dirigidas a alguien. Lo que es peor, bajo el hechizo de la formación en masa, la gente pierde sus inhibiciones y el sentido de la proporción.
Entonces, como hemos visto durante la pandemia de COVID, las personas atacarán y arremeterán de las maneras más irracionales contra cualquiera que no crea en la narrativa. La agresión subyacente siempre estará dirigida a la parte de la población que no está hipnotizada.
Hablando en términos generales, por lo general, una vez que se está formando la masa, alrededor del 30 por ciento de la población será hipnotizada, y esto generalmente incluye a los líderes que pronuncian la narrativa hipnotizadora al público, el 10 por ciento permanece sin hipnotizar y no acepta la narrativa. , y la mayoría, el 60 por ciento, siente que hay algo mal con la narrativa, pero acepta simplemente porque no quiere sobresalir o causar problemas.
Otro problema con el vínculo social que surge es que el vínculo no es entre individuos, sino un vínculo entre el individuo y el colectivo. Esto da lugar a un sentimiento de solidaridad fanática con el colectivo, pero no hay solidaridad hacia ningún individuo determinado. Entonces, los individuos son sacrificados sin piedad por el «bien mayor» del colectivo sin rostro.
“Esto explica, por ejemplo, por qué durante la crisis del coronavirus todo el mundo hablaba de solidaridad, pero la gente aceptaba que si alguien tenía un accidente en la calle, ya no se le permitía ayudar a esa persona a menos que tuviera una máscara quirúrgica y guantes. a tu disposición”, dijo Desmet.
“Eso también explica por qué, mientras todo el mundo hablaba de solidaridad, la gente aceptaba que si su padre o su madre se estaban muriendo, no se les permitía visitarlos”.
Al final, terminas con una atmósfera radical y paranoica en la que las personas ya no confían entre sí y en la que las personas están dispuestas a denunciar a sus seres queridos al gobierno.
“Entonces, ese es el problema con la formación de masas”, afirmó Desmet. “Es la solidaridad del individuo con el colectivo, y nunca con otros individuos”.
“Eso explica lo que sucedió durante la revolución en Irán”, continuó. “Hablé con una mujer que vivió en Irán durante la revolución, que en realidad fue el comienzo de un régimen totalitario en Irán”.
“Ella presenció, con sus propios ojos, cómo una madre denunció a su hijo al gobierno, y cómo le colgó la soga al cuello justo antes de que muriera, y cómo afirmó ser una heroína por hacerlo. Esos son los efectos dramáticos de la formación masiva”.
Sin enemigo externo, ¿qué sucede?
Ahora nos enfrentamos a una situación más complicada que en cualquier momento anterior, porque el totalitarismo que ahora está surgiendo no tiene enemigos externos, a excepción de los ciudadanos que no están hipnotizados y no compran las falsas narrativas. La Alemania nazi, por ejemplo, fue destruida por enemigos externos que se levantaron contra ella.
Por otro lado, hay una ventaja en esto, porque los estados totalitarios siempre necesitan un enemigo. Eso es algo que George Orwell describió muy bien en su libro “1984”. Para que el proceso de formación de masas continúe existiendo, debe haber un enemigo externo sobre el cual el Estado pueda enfocar la agresión de las masas hipnotizadas.
La resistencia no violenta y la franqueza son cruciales
Esto nos lleva a un punto clave, y es la necesidad de una resistencia no violenta y de hablar en contra de la narrativa. La resistencia violenta te convierte automáticamente en un objetivo para la agresión, por lo que “la resistencia dentro de un sistema totalitario siempre tiene que apegarse a los principios de la resistencia no violenta”, dijo Desmet. Pero también debe continuar hablando de manera clara, racional y no abusiva. Desmet explica:
“El primer y más importante principio al que debe adherirse la resistencia durante un proceso de formación de masas y totalitarismo emergente, es que las personas que no están de acuerdo con las masas tienen que seguir hablando. Eso es lo más crucial.
Como el totalitarismo se basa en la formación de masas, y la formación de masas es una especie de hipnosis, la formación de masas siempre es provocada por la voz del líder, que mantiene a la población en un proceso de hipnosis. Y cuando las voces disonantes continúen hablando, no podrán despertar a las masas, pero perturbarán constantemente el proceso de formación de masas.
Interferirán constantemente con la hipnosis. Si hay personas que continúan hablando, la formación de masas generalmente no será tan profunda como para que haya una voluntad en la población de destruir a las personas que no están de acuerdo con las masas. Eso es crucial.
Históricamente hablando, si miras lo que pasó en la Unión Soviética y en la Alemania nazi, está claro que fue exactamente en el momento en que la oposición dejó de hablar en público que el sistema totalitario comenzó a volverse cruel.
En 1930, en la Unión Soviética, la oposición dejó de hablar y, entre seis y ocho meses, Stalin comenzó sus grandes purgas, que se cobraron decenas de millones de víctimas. Y luego, en 1935, sucedió exactamente lo mismo en la Alemania nazi.
La oposición fue silenciada o detenida para hablar. Prefirieron pasar a la clandestinidad. Pensaban que se trataba de una dictadura clásica, pero no fue así. Estaban lidiando con algo completamente diferente. Se enfrentaban a un estado totalitario.
Y al decidir pasar a la clandestinidad, fue una decisión fatal para ellos. Entonces, también en la Alemania nazi, dentro de un período de un año después de que la oposición dejó de hablar en público, comenzó la crueldad y el sistema comenzó a destruir primero a sus oponentes. Eso es siempre lo mismo.
En la primera etapa, los sistemas totalitarios o de masas comienzan a atacar a quienes no les acompañan. Pero, después de un tiempo, simplemente comienzan a atacar y destruir a todos, grupo tras grupo.
Y, en la Unión Soviética, donde el proceso de formación de masas fue muy lejos, mucho más lejos que en la Alemania nazi, Stalin empezó a eliminar a la aristocracia, a los pequeños granjeros, a los grandes granjeros, a los orfebres, a los judíos, a toda la gente que según él nunca se convertiría en buenos comunistas.
Pero después de un tiempo, simplemente comenzó a eliminar grupo tras grupo sin ninguna lógica. Solo todos. Por eso Hannah Arendt decía que un estado totalitario es siempre un monstruo que devora a sus propios hijos. Y ese proceso destructivo comienza cuando la gente deja de hablar.
Esa es probablemente la razón por la que, a principios del siglo XX, hubo varios países donde hubo formación de masas, pero donde nunca hubo un estado totalitario en toda regla.
Probablemente, hubo suficientes personas que no se callaron, que continuaron hablando. Eso es algo que es tan crucial de entender. Cuando surge la formación de masas, la gente suele sentir que no tiene sentido hablar porque la gente no se despierta. La gente no parece sensible a sus contraargumentos racionales.
Pero nunca debemos olvidar que hablar claro tiene un efecto inmediato. Quizás no que despierte a las masas, sino que perturbe el proceso de formación de masas y la hipnosis. Y de esa manera, evita que las masas se vuelvan altamente destructivas hacia las personas que no las acompañan.
También pasa algo más. Las masas comienzan a agotarse. Comienzan a destruirse a sí mismos antes de comenzar a destruir a las personas que no los acompañan. Entonces, esa es la estrategia que se utilizará para la resistencia interna hacia los regímenes totalitarios”.
Rechazar el transhumanismo y la tecnocracia
Como se mencionó anteriormente, los líderes que declaran las narrativas también están siempre hipnotizados. Son fanáticos en ese sentido. Sin embargo, si bien los líderes mundiales de hoy son fanáticos del transhumanismo y la tecnocracia, es posible que no crean necesariamente lo que dicen sobre el COVID.
Muchos saben que están diciendo mentiras, pero justifican esas mentiras como necesarias para llevar a buen término las ideologías del transhumanismo y la tecnocracia. La ridícula agenda de COVID es un medio para un fin. Esta es otra razón por la que debemos seguir presionando y alzando la voz, porque una vez que desaparezcan los contraargumentos, estos líderes se volverán aún más fanáticos en su búsqueda ideológica.
“Al final, el desafío final no es tanto mostrarle a la gente que el coronavirus no era tan peligroso como esperábamos, o que la narrativa de COVID está mal, sino que esta ideología es problemática: esta ideología transhumanista y tecnocrática es un desastre para la humanidad; este pensamiento mecanicista, esta creencia de que el universo y el hombre es una especie de sistema mecanicista material, que debe ser dirigido y manipulado de una manera transhumanista tecnocrática mecanicista.
Ese es el desafío final: mostrarle a la gente que, al final, una visión transhumanista del hombre y del mundo implicará una deshumanización radical de nuestra sociedad. Entonces, creo que ese es el verdadero desafío al que nos enfrentamos. Mostrando a la gente, ‘Mira, olvídate por un momento de la narrativa de la corona’.
A lo que nos dirigimos, si seguimos en el mismo camino, es a una sociedad transhumanista radicalmente controlada tecnológicamente, que no dejará espacio alguno para la vida de un ser humano”.
Empeorará antes de mejorar
Al igual que yo, Desmet está convencida de que nos dirigimos rápidamente hacia el totalitarismo global y que las cosas empeorarán mucho antes de mejorar. ¿Por qué? Porque estamos solo en las etapas iniciales del proceso de totalitarismo. En el horizonte, la identidad digital todavía ocupa un lugar preponderante, y con eso viene una red de control insondablemente poderosa capaz de quebrar a casi cualquiera.
El rayo de esperanza es este: todos los que han estudiado la formación de masas y el totalitarismo han llegado a la conclusión de que ambos son intrínsecamente autodestructivos. No pueden sobrevivir. Y cuantos más medios tenga a su disposición para controlar a la población, antes podrá destruirse a sí mismo, porque el totalitarismo destruye la esencia del ser humano.
En definitiva, “totalitarismo” se refiere a la ambición del sistema. Quiere eliminar la capacidad de elección individual, y al hacerlo, destruye el núcleo de lo que es ser humano, “porque la energía psicológica en un ser humano emerge en cada momento en que un ser humano puede hacer una elección que es realmente su elección propia”, dice Desmet. Cuanto más rápido un sistema destruye al individuo, más pronto colapsa el sistema.
Una vez más, la única arma contra la destrucción brutal de la humanidad es hacer retroceder, alzar la voz, resistir sin violencia. Puede que no detenga el totalitarismo en seco, pero puede mantener a raya las atrocidades más atroces. También proporcionará un pequeño espacio donde los resistentes puedan tratar de sobrevivir juntos y prosperar en medio del paisaje totalitario.
“Entonces, si queremos tener éxito, tendremos que pensar en estructuras paralelas que nos permitan ser un poco autosuficientes. Podemos intentar asegurarnos de que ya no necesitamos demasiado el sistema. Pero incluso estas estructuras paralelas serían destruidas en un momento si la gente no continúa hablando. Entonces, eso es crucial.
Trato de traer esto a la atención de todos. Podemos construir estructuras paralelas tanto como queramos, pero si el sistema se vuelve demasiado destructivo y decide usar todo su potencial agresivo, entonces las estructuras paralelas serán destruidas. Pero el sistema nunca llegará a este nivel de profundidad de la hipnosis si hay voces disonantes que continúan hablando. Por lo tanto, estoy muy dedicado a seguir hablando”.
Si bien es imposible hacer predicciones precisas, el presentimiento de Desmet es que probablemente pasarán al menos siete u ocho años antes de que el sistema totalitario que emerge actualmente se consuma y se autodestruya. Podría ser más, podría ser menos. La sociedad es un sistema dinámico complejo, e incluso los sistemas dinámicos simples no se pueden predecir ni siquiera con un segundo de anticipación. Esto se conoce como la imprevisibilidad determinista de los ecosistemas dinámicos complejos.
Más información
Independientemente de cuánto tiempo tome, la clave será sobrevivir a todo y hacer lo que podamos para minimizar la carnicería. Un desafío clave a nivel individual será mantener los principios elementales de la humanidad. En la entrevista, Desmet habló sobre el libro de Aleksandr Solzhenitsyn, «El archipiélago Gulag», que destaca la importancia de aferrarse a su humanidad en medio de una situación inhumana.
“Eso, tal vez, es lo único que puede garantizarnos un buen resultado de todo el proceso, que es un proceso necesario, creo. Esta crisis no tiene sentido. No es sin sentido. Es un proceso en el que la sociedad puede dar a luz algo nuevo, algo mucho mejor de lo que existe hasta ahora”, dijo.
Para obtener más información sobre este tema verdaderamente crucial, asegúrese de obtener una copia del libro de Desmet, «La psicología del totalitarismo» .
«Brindemos por los locos, por los inadaptados, por los rebeldes, por los alborotadores, por los que no encajan, por los que ven las cosas de una manera diferente. No les gustan las reglas y no respetan el statu-quo. Los puedes citar, no estar de acuerdo con ellos, glorificarlos o vilipendiarlos. Pero lo que no puedes hacer es ignorarlos. Porque cambian las cosas. Empujan adelante la raza humana. Mientras algunos los ven como locos, nosotros vemos como genios. Porque las personas que se creen tan locas como para pensar que puedan cambiar el mundo, son las que lo hacen…» – En el camino, Jack Kerouac (Estados Unidos, 1922 – 1969)
VER +:
"Una nación de ovejas engendrará un gobierno de lobos
(que en campaña electoral les dirán que son vegetarianos)".
Edward R. Murrow
(que en campaña electoral les dirán que son vegetarianos)".
Edward R. Murrow
MAMONCRACIA
“El ser humano es el único animal que necesita un amo para vivir”. Kant.
YA LO DECÍAN EN LA PELÍCULA "EL LADRÓN DE BAGDAG":
MANIPULACIÓN POR MEDIO DEL MIEDO Y LA TIRANÍA
Rescatamos esta recopilación como dedicatoria a todos los hijos de satanás que en el día de hoy han alzado la voz contra “la cultura del odio y las cacerías inhumanas”.
Con el pasar del tiempo, vuestro terrorismo informativo está quedando todavía más en evidencia.
VER+:
La moral de amos y la moral de esclavos (o moral de señores y moral de siervos) es un tema central de las obras de Friedrich Nietzsche, en especial su primer ensayo de La genealogía de la moral. Nietzsche sostuvo que había dos tipos fundamentales de moral: la moral de amos y la moral de esclavos. La moral del amo valora el orgullo, la fortaleza y la nobleza, mientras que la moral de esclavos valora cosas como la amabilidad, la humildad y la compasión. Los amos miden las acciones en una escala de consecuencias buenas o malas, en cambio los esclavos en escalas de intenciones buenas y malas. Su significado de moral difiere del entendimiento común de este término. Para Nietzsche, una moral en particular es inalienable de la formación de una cultura en particular. Esto significa que su lenguaje, códigos y prácticas, narrativas e instituciones delata la lucha entre ambos tipos de valorización moral. La dicotomía moral amo-esclavo provee la base de toda la exégesis del pensamiento occidental.
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