La crisis de la Iglesia
y el olvido de lo sobrenatural
“Tú que duermes, despiértate,… No anden como tontos, sino como responsables. Sino que aprendan cuál es la voluntad del Señor. Más bien llénense del Espíritu Santo, y sométanse unos a otros por consideración a Cristo”. Ef 5, 14-15“Por amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que despunte la aurora de su justicia y su salvación llamee como antorcha” Is 62, 1.
"Sin el Espíritu Santo, Dios queda muy lejano:
Cristo es una figura del pasado,
y el Evangelio no es más que una organización.
la autoridad es cuestión de propaganda,
y el amor cristiano una moral de esclavos.
Pero, con el Espíritu Santo el mundo resucita
y crece con los dolores de parto del Reino.
Cristo resucitado está realmente aquí,
y el Evangelio tiene poder de dar vida.
La Iglesia manifiesta la vida de la Trinidad,
la autoridad es una sabiduría liberadora,
la misión es un Pentecostés,
la liturgia es a la vez memoria y anticipación
las obras de los hombres son divinas".
Mons. Ignacio Hazim,
metropolita ortodoxo de Lattaquié (Siria)
Cuando se dispone de un acervo de doctrina tan espectacular como el de la Iglesia, es perfectamente posible cambiarlo todo sin cambiar nada sustancial: basta con alterar el énfasis. Nada se niega, sencillamente se deja de hablar de ello; nada completamente nuevo se enseña, simplemente se amplían y estiran determinados aspectos de la fe.
La crisis que vive hoy la Iglesia es básicamente el silenciamiento de partes esenciales de su doctrina, su ausencia de la prédica habitual, mayor cuanto más alto se asciende en la jerarquía. No se niegan, e incluso se pueden hacer raras y ocasionales referencias a ellas, pero como de pasada y sin constituir prácticamente nunca el centro del mensaje de los pastores. Nos referimos, específicamente, a la parte sobrenatural de nuestra fe y, más específicamente aún, a lo que se refiere al destino eterno de cada alma. Por hacer un juego de palabras, la novedad es olvidar los Novísimos.
El problema que crea este vacío es doble, y lo tenemos ante nuestros ojos en forma de sangría de fieles e indeferentismo religioso. En primer lugar, esa parte tácitamente negada de nuestra fe es la que más agudamente la distingue de las filosofías y modas ideológicas mundanas. Si las ideologías tienen una obvia desventaja, un fallo fatal en su diseño, es que no cuentan ni dan razón del más universal de los fenómenos humanos: la muerte.
Al tiempo que se presentan como explicaciones multicomprensivas y globales a todos los aspectos de la vivencia humana, al dejar fuera de la ecuación lo más saliente de la experiencia del hombre, el hecho de que todos vamos a morir, dejan a sus adeptos sin respuesta para la pregunta más acuciante: ¿por qué y para qué estoy aquí?
Esa es, incluso en términos meramente humanos, la gran ventaja de la fe, que tiene una respuesta a esa pregunta. Por eso, cuando la institución eclesial pasa por alto ese aspecto esencial, tiende a convertirse en una gigantesca ONG asistencial derivativa, en cuanto a que el contenido no aportado directamente por la fe lo toman en préstamo de las ideas de moda en el siglo, añadiéndoles un leve barniz de retórica cristiana.
Naturalmente, con esto pierden su ‘ventaja comparativa’ en la batalla cultural, de las ideas, y no ganan nada, porque quien pueda sentirse atraído por sus nuevos énfasis -digamos, ecología, pauperismo o inmigracionismo- tenderá a preferir el original a la copia desleída y abrumada por una estructura jerárquica y litúrgica que al espectador se le antoja innecesaria. Es decir, la Iglesia se vuelve irrelevante al repetir el mismo mensaje que llevan décadas predicando las élites intelectuales seculares.
El segundo problema es más grave, y es que el aspecto sobrenatural, el mensaje salvífico y la llamada urgente a considerar que en cada segundo de nuestra vida sobre este mundo nos estamos jugando un eternidad de dicha inefable o un interminable tormento, es tan obviamente esencial que ignorarlo o preterirlo se concibe desde fuera como un haber dejado de creerlo.
En nuestra vida cotidiana, los hombres no solo creermos o dejamos de creer los mensajes ajenos por su ‘valor nominal’, sino por otras muchas señales, como la insistencia. Si un conocido, por hacer una analogía, nos cuenta que ha conocido a la mujer de sus sueños y que es correspondido, acabaremos descreyendo su historia si nunca le oímos hablar de ella; no nos convenceremos de que alguien cree en un peligro terrible e inminente si le vemos ponerse en continua situación de concitarlo.
No se trata, pues, como insisten muchos de los entusiastas de la ‘renovación’, de que quienes advertimos esta crisis seamos partidarios de una ideología política contraria a la que ahora está de moda defender por la jerarquía eclesiástica del momento. Lo que denunciamos es una mundanización del mensaje cristiano que está vaciándolo de sentido sin necesidad de negarlo o alterarlo de manera visible.
"Un evangelio que no apunta a la salvación del hombre, esto es, un fin trascendente, transhistórico y transmundano sino a un fin inmanente, intrahistórico e intramundano consistente en el logro de una paz y una fraternidad meramente humanas ajenas por completo a la paz y a la fraternidad de Cristo. Una Iglesia que abdica de su misión de enseñar y bautizar a todos los hombres y las naciones -mandato explícito e inequívoco del Señor- y en su lugar se identifica y se conforma con el mundo entendido no como un sujeto a evangelizar sino como sujeto evangelizador al que se apresta a escuchar y del que se propone aprender en una actitud demagógica disfrazada de diálogo.
Los mentores de esta nueva Iglesia, con Francisco a la cabeza, olvidan que el presupuesto de todo diálogo es el Logos y que el Logos es Cristo. Una Teología Sagrada que ya no es un discurso acerca de Dios y de las verdades de la Fe, verdades reveladas por Dios en orden a nuestra salvación, sino una propuesta meramente cultural y política reducida a una burda praxis sociológica infeccionada de trasnochado marxismo, de indigenismo a ultranza, de ecologismo radical, de feminismo de pésima factura y de un hegelianismo de tercera mano. Esto es, un auténtico “batido” de todos los errores y aberraciones del mundo de nuestros días". Valentín Echenique
VER+:
"La cosa más hermosa que podemos experimentar es el misterio. Es la fuente de todo verdadero arte y ciencia. Aquél a quien esta emoción le es extraña, que no puede hacer una pausa para meditar y permanecer en un rapto de asombro, está tan bien como muerto: sus ojos están cerrados".
[Albert Einstein (1879-1955), físico alemán, Premio Nobel de Física 1921]
"La teología es una reflexión sobre la fe y la fe lo que tiene que hacer es movilizar a las personas para cambiar". Gustavo Gutierrez Merino
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