Deja de leer autoayuda
y empieza con la filosofía
y empieza con la filosofía
“El secreto de la felicidad es este: que tus intereses sean lo más amplios posible y que tus reacciones a las cosas y personas que te interesan sean, en la medida de lo posible, amistosas y no hostiles”
¿Lo que acaban de leer es autoayuda o filosofía?
¿Y este aforismo? ¿Lo hará escrito Coelho?
“Una parte indispensable de la felicidad es carecer de algunas de las cosas que se desean”
Los que han reconocido en esas palabras a Bertrand Russell habrán adivinado que es filosofía, un "arte médico para el alma, cuya ayuda no necesita ser buscada, como en las enfermedades corporales, desde fuera de nosotros mismos". Exacto, eso también era filosofía, de Cicerón.
Si la felicidad existe, la única forma de llegar a ella es a través de la filosofía. El vacío y el desasosiego, los temores y los anhelos del ser humano, sólo encuentran alivio a través del amor a la sabiduría. Y sin embargo, la filosofía sigue dando miedo. La mayoría no se atreve a acercarse a Platon, Sartre y compañía, olvidados mientras los libros de autoayuda se venden por cientos de miles.
Hay filósofos exigentes, cuya escritura requiere atención hasta el agotamiento. Con ellos notas cómo tu cerebro se pone en marcha de una forma completamente distinta a cualquier lectura. Cuando consigues comprenderlo, relacionarlo e interiorizarlo, sientes cómo, literalmente, te explota la cabeza. Olvida el final de Games of Thrones y lee a Schoppenhauer. Si consigues no cortarte las venas y entras en el texto, notarás cómo tus neuronas hacen Boom! Y después, empezarás a ser poco a poco otra persona. Una persona mejor, más sabia y, por ende, más feliz. Aunque esa felicidad no se parezca a la que nos han contado, nada tenga que ver con la de los coaches y libros de autoayuda.
A la autoauyuda uno llega por inmediatez, por la manía de querer respuestas rápidas. Si no podemos esperar dos minutos después de ver el doble check azul de WhatsApp, más prisa tendremos aún a la hora de buscar nuestra paz interior. A veces nos desorientamos, olvidamos cómo vivir. Necesitamos resetear nuestra vida, de forma rápida, inmediata y efectiva. Ya no nos conformarnos con lo que tenemos, aspiramos a la más perfecta felicidad. Sabemos que la rapidez nunca es la respuesta, pero nos empeñamos en ella.
La felicidad de la filosofía es otra, se alcanza muy poco a poco. La felicidad es el camino, mientras descubres a través de la ilustración que eres un ser bulímico de dudas, que todas tus preguntas te conforman como ser humano. Y vivir es buscar esas respuestas. Esa felicidad no es entregarse al optimismo exagerado que promueve la autoayuda. Esa felicidad es la capacidad de enfrentarte a toda la imperfección de la vida humana, rascar entre todo ese vacío y aceptar que muchas cosas se escapan entre tus manos.
La filosofía te enseña a comprender la grandeza de no ser nadie, mientras la autoayuda te hace responsable de todo lo bueno y lo malo que te ocurre. Si algo te sale mal, tú eres el culpable en el universo de la autoayuda. Si no eres feliz, es culpa tuya; si no tienes éxito, lo estás haciendo mal. Ellos, los gurús que redactan esos libros, te enseñan qué tienes que hacer exactamente para ser una persona de bien, exitosa y feliz en grado supremo. Como si todos los humanos fuésemos iguales, el esquema de la autoayuda es básico y, en último término, frustrante. La filosofía es todo su contrario, no te dice cómo obrar, te enseña a pensar. Y es en esos pensamientos, complejos y llenos de dudas, donde te encontrarás a ti mismo.
Victoria Camps: La reconsideración del papel que juegan las emociones está cambiando las ideas con las que nos manejamos. Así, una persona moral no es (o no es sólo) alguien que adopta una postura fruto de la utilización de criterios racionales sino, asegura la filósofa Victoria Camps, “alguien que reacciona afectivamente ante las inmoralidades y la vulneración de las reglas básicas, alguien que siente indignación, vergüenza o rabia ante las grandes injusticias o ante las prácticas inhumanas”. No hablamos, pues, de un mero asunto intelectual que ha de ser sometido al análisis racional, sino de algo que en primer lugar ha de ser sentido.
Lo cual supone una inversión notable respecto de las creencias recientes, que colocaban toda expresión de los sentimientos bajo la supremacía de la razón. Como señala Camps, autora de El gobierno de las emociones (Herder), “la importancia de éstas se ha reactivado, posiblemente por influencia de la psicología, lo que nos ha llevado a plantearnos si el pensamiento de la Ilustración no las ha despreciado sin motivo”.
Los aportes de las neurociencias, “que señalan lo difícil que es separar lo racional de lo emocional”, también han contribuido a que los sentimientos cobren una nueva relevancia que se ha dejado sentir en muchos terrenos. Entre ellos, el de la educación, donde se es consciente de que “un mensaje estrictamente racional funciona mal, ya que también hay que educar el sentimiento. No se trata de eliminar el miedo o el enfado o la indignación, ni de potenciar las emociones hasta el punto de que disparen, sino de reconducirlas y gobernarlas. Y para ello no las podemos negar: sin sentimientos no actuamos. Que te adhieras a algo en muchas ocasiones no sólo tiene que ver con que sea algo bueno, sino con que se disfruta haciendo el bien, y eso es algo que se ha subrayado poco”.
La autoayuda es la negación de la filosofía, porque la primera quiere dar respuestas claras y fáciles a problemas complejos, mientras que la filosofía tiene como misión introducir dudas en los problemas. No pretende dar fórmulas que nos digan lo que hay que hacer, y que reduzcan todo a una serie de ideas simplistas sobre cómo ser feliz, cómo hablar en público o cómo manejar las depresiones, sino que pretende ir más allá y entender lo que ocurre en toda su extensión".
Otro terreno en el que las emociones han cobrado particular relevancia es en el discurso político, que ha retomado algunas tendencias de la retórica clásica para que sus expresiones toquen los sentimientos de quien las escucha. Para Camps, esta tendencia se ha dado sobre todo en la izquierda, ya que su mensaje “es más difícil que cale en la opinión pública. Al plantear cuestiones ideológicas ha de convencer a su público con conceptos como justicia redistributiva o justicia social, y eso no engancha, por lo que se ve forzado a utilizar un tipo de narración que apele más al sentimiento”.
Sin embargo, y con todo lo positivo que tiene la recuperación de las emociones, no podemos caer en el error de movernos hacia el otro lado del péndulo y olvidarnos de la razón. También hay aspectos perjudiciales en este uso de los sentimientos, señala Camps. “Como no soy capaz de inculcar lo que quiero explicándolo a través de las ideas, intento conseguirlo a través de las emociones. Y eso tiene un problema, el de hacer excesivas concesiones a lo fácil, cediendo a la tentación de explicar las cosas a través de lo puramente emocional. Ocurre a menudo en el entorno audiovisual. Y es peligroso porque se puede caer en la manipulación”.
Hay demasiados expertos
Para Camps, esta vertiente terapéutica que está de moda en el pensamiento contemporáneo tiene objetivos reduccionistas. “Está bien que uno trate de sentirse bien consigo mismo y que esté adecuadamente integrado en el mundo en el que vive, pero no se puede pensar sólo en eso. Hay cuestiones que no se arreglan con el coaching, ni tampoco buscando gente que te diga lo que tienes que hacer. De hecho, ese es uno de los principales problemas de nuestra sociedad, ya que hay expertos para todo y al final el individuo acaba desentendiéndose de aquello que le compete y dejándolo en manos de otros”.
Es en ese terreno donde la filosofía puede jugar un papel importante, señala Camps, ya que además de ayudar a que nos conozcamos mejor, nos permitirá “analizar los conceptos y profundizar en ellos de una forma que no lo hace ninguna de las otras ciencias. Nos da una visión más compleja y amplia de las cosas y de nosotros mismos. Por ejemplo, si uno quiere analizar cuestiones de ética médica, tiene que contar con la filosofía, “en tanto su presencia nos permitirá ir más allá de la ciencia, del derecho y de la sociología, añadiendo un plus de complejidad en el análisis y permitiéndonos ver las cosas con una intensidad mayor”.
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FILOSOFÍA Y TEOLOGÍA
La Filosofía tiene que ver con la fe, porque la fe concierne propia e inmediatamente al entendimiento humano. En la Suma Teológica II-II, q.2, a.9 dice Santo Tomás que “creer es el acto del entendimiento que asiente a la verdad divina imperado por la voluntad, a la que Dios mueve mediante la gracia.”
En efecto, es la inteligencia la que tiene la facultad de aceptar o no aceptar una proposición. Pero en el caso de la verdad divina, esta no es evidente por sí misma y por lo mismo, el intelecto no puede aceptarla de una manera espontánea. Pero el hecho de que una proposición no sea evidente por si misma, no significa que sea evidentemente falsa.
Merece una palabra privilegiada el obispo de Hipona; efectivamente, en Agustín llegan a confluir las tendencias orientales y las occidentales hasta tal punto que convierte a su pensamiento en la primera auténtica síntesis propedéutica para la Edad Media. La filosofía para Agustín es el diálogo permanente entre la criatura y el Creador y se desarrolla a la sombra del amor; filosofar equivale para él a profundizar, estimular y buscar la verdad que ya se posee en la fe, para llegar a su plenitud: «La razón no crea la verdad; se limita a descubrirla". Por tanto, se da un equilibrio entre las dos, ya que tanto la verdad revelada en la fe como la verdad alcanzada por la razón convergen la una en la otra y están presentes en el acto concreto de pensar del creyente.
SIN FILOSOFÍA NO HAY LIBERTAD
272. Los Mitos de La Felicidad by on Scribd
VER+:
La neurociencia se quiere convertir
en la madre y en el padre de las ciencias
matando a la filosofía
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