EL Rincón de Yanka: 💩 LA VIVEZA CRIOLLA: "LA INIQUIDAD VENEZOLANA"

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martes, 1 de mayo de 2018

💩 LA VIVEZA CRIOLLA: "LA INIQUIDAD VENEZOLANA"


LA INIQUIDAD VENEZOLANA

Pr. George Laguna

Dos investigadoras de la Universidad del Zulia (LUZ), Vanessa Casanova, investigadora del Laboratorio de Antropología Social y Cultural de la Facultad Experimental de Ciencias (FEC); y Natalia Sánchez, socióloga e investigadora del Centro de Estudios Sociológicos y Antropológicos de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales (CESA); hicieron público recientemente una investigación acerca de la viveza criolla venezolana, de la cual extraigo algunas frases concluyentes para invitar a la reflexión y análisis a la luz de las Sagradas Escrituras.
Las investigadoras definen la viveza criolla como «la disposición a hacer trampa, picardía, a burlar normas, a desobedecer reglas de convivencia, pautas morales y jurídicas, siempre en beneficio propio y en detrimento del otro. El vivo busca tomar ventaja de algo en el momento o lugar que no le corresponde».

¿Qué dice la Biblia al respecto?
Jesús fue enfático al respecto, cuando aconsejó que «todo lo que quieran que la gente haga con ustedes, eso mismo hagan ustedes con ellos, porque en esto se resumen la ley y los profetas» Mateo 7:12
Creo que a nadie le gusta ser engañado, estafado, robado, abusado, menospreciado, utilizado, maltratado, ofendido, burlado, irrespetado e insultado. Pues la "Regla de Oro" de Cristo nos prohíbe hacer esto al prójimo.
La viveza criolla está tan arraigada en el corazón del venezolano, que aún los cristianos pecaríamos por injustos y explotadores del prójimo, como a todas luces hace la viveza criolla.

¿Se puede ser bachaquero (quien vende alimentos con usura) y cristiano?
«La viveza no está limitada a una clase social o a una condición económica. Es la falta de fe o la mala fe, que puede perdurar a todo lo largo de las alternativas favorables y adversas de una vida. Es la práctica del engaño y de la defensa contra el engaño como sistema de vida social»; entendiéndose que esta fe se refiere a la confianza que podamos tener en alguien.
Quien así se comporta, claramente ignora que la Biblia sentencia: «No se engañen. Dios no puede ser burlado. Todo lo que el hombre siembre, eso también cosechará» Gálatas 6:7. Este principio escritural es la peor pesadilla de quienes incurren en la viveza criolla.
Podemos engañar al prójimo pero jamás a Dios, y Él nos dará la cosecha de lo que merecemos. «Tarde o temprano, el vivo será atropellado por otro vivo», aseguran Casanova y Sánchez, y a mi me recuerda a Jacob y Labán.

Lo más triste es lo que afirman estas investigadoras respecto al origen de la viveza criolla: «la primera institución que falla es la familia, porque la viveza se inculca en el hogar». Por supuesto, todo lo que se aprende en el hogar terminará marcando nuestra vida, sea para bien o para mal. Por eso la Biblia recomienda: «Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él» Proverbios 22:6
Concluyen señalando las investigadoras Casanova y Sánchez que «eso nos impide avanzar». No solo afecta y frena el sano desarrollo de cada quien, sino que enferma y carcome a la nación entera. La viveza criolla es un pecado colectivo tan arraigado en el corazón del venezolano.
La viveza criolla ha producido gobernantes y funcionarios corruptos, profesionales de todo tipo, comerciantes y empresarios corruptos, militares y policías corruptos, también en el pueblo en general y lamentablemente en la Iglesia.

La viveza criolla es la iniquidad del pueblo venezolano.
Esa es la raíz de todo lo que está sucediendo. No se trata simplemente de cambiar de Gobierno. Aunque el Presidente sea un cristiano seguiríamos en lo mismo si no hay arrepentimiento personal y nacional.

SOLUCIÓN:
Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizás te sea perdonado el pensamiento de tu corazón. Hechos 8:22
FUENTE*: 
Investigadores Vanessa Casanova 
y Natalia Sánchez. Universidad del Zulia. 
Periódico Verdad y Vida.

*"La viveza del venezolano 
es un suicidio colectivo"
El mal de la viveza ha generado desconfianza e impide el bienestar colectivo. Dos investigadoras de la universidad del Zulia (LUZ) ofrecen explicaciones de un grave problema cultural 
Ya en la década del 50, el prolífico ensayista Arturo Úslar Pietri ofrecía las pinceladas de la genealogía cultural del venezolano. Cuando escribió "El mal de la viveza" profetizó uno de los mayores obstáculos que tendría el país para emprender su propia superación. 

Nuestro país padece una enfermedad o un mal desde tiempos remotos, llamada “viveza criolla”, que no es más que la habilidad o comportamiento que tienen algunas personas para realizar actos con tal facilidad que puedan sacar provecho de cualquier circunstancia o situación haciendo el menor esfuerzo, saltándose reglas establecidas y así poder pasarle por encima a otras personas.
A menudo se suele escuchar o utilizar frases que denotan esa viveza criolla, tales como: “Yo te doy un poco más y me lo dejas a mí”, “asígname el contrato a mí y yo te resuelvo con algo”, “me quedo aquí contigo en la cola aprovechando que ya estás cerca”, “nos metemos por el hombrillo y avanzamos más rápido que todos los que están parados en la vía”, “yo tengo un amigo en el banco que me pasa rápido sin tener que tomar número para mi turno”, entre otras. Es una situación que se ha hecho tan común que hoy en día se considera algo normal, nos quejamos cuando alguien aplica la viveza criolla, pero cuando tenemos la oportunidad de hacer alguna actividad envuelta en la viveza lo hacemos sin que nos importe nada, basándonos en una falsa moral.

No nos damos cuenta o nos hacemos de la vista gorda sabiendo que nos hacemos daño como personas, que le hacemos daño a nuestra sociedad, que le hacemos daño a nuestro país, que generamos desconfianza e impedimos el bienestar colectivo solo por lograr el individualismo, porque debemos entender este termino de viveza criolla tan claro como que es: “la disposición a hacer trampa, picardía, a burlar normas, a desobedecer reglas de convivencia, pautas morales y jurídicas, siempre en beneficio propio y en detrimento del otro”.

“La viveza no está limitada a una clase social o a una condición económica. Es la falta de fe o la mala fe, que puede perdurar a todo lo largo de las alternativas favorables y adversas de una vida. Es la práctica del engaño y de la defensa contra el engaño como sistema de vida social”, escribió.

Y, desde entonces, Venezuela sería conocida como un país de vivos. El que busca ‘colearse’, el que ‘trampea’ para conseguir su propósito, el que pone su fe en la “maraña”. Un tema que se calla, pero está arraigado en nuestra práctica cotidiana.

Vanessa Casanova, investigadora del Laboratorio de Antropología Social y Cultural de la Facultad Experimental de Ciencias (FEC), dice que para entender el problema de la viveza se debe, ante todo, intentar definirlo: “Es la disposición a hacer trampa, picardía, a burlar normas, a desobedecer reglas de convivencia, pautas morales y jurídicas, siempre en beneficio propio y en detrimento del otro. El vivo busca tomar ventaja de algo en el momento o lugar que no le corresponde”.

Casanova resalta que antropológicamente es una actitud expresada en actos cotidianos, pero que se solapa, se niega, pues el vivo públicamente no admite que lo es. “Solemos hablar del vivo en tercera persona, pero en muchísimas situaciones podemos llegar a pasar por ‘vivos’: el que se ‘colea’, el que llega buscando a un ‘amigo’ en el banco para que lo pase rápido, el que se traga la luz del semáforo o se adelanta por la derecha, el que falsifica datos para obtener algún beneficio del Estado, el recurrir a una palanca para obtener un puesto de trabajo... La viveza es tan frecuente que algunos llegan a considerarla una conducta normal”, alerta.

Un problema colectivo
Para Casanova, se trata de un problema, que aunque en la práctica es individual, su repercusión es de impacto colectivo. La docente de la FEC ubica una de sus causas en que las instituciones están fallando. “El sistema educativo, los organismos públicos que deben velar por el cumplimiento de las leyes. Pero, sobre todo, debo señalar que la primera institución que falla es la familia, porque la viveza se inculca en el hogar.
¿En cuántas fiestas infantiles no vemos -o vivimos- la experiencia de unos padres aupando a sus hijos para abalanzarse sobre la piñata, a empujones y golpes si es necesario, para llevarse la mayor cantidad de juguetes? Es que mi hijo no es ningún pendejo, dice la madre”, ejemplifica Casanova.

Desde la advertencia de Arturo Úslar Pietri hasta hoy, la viveza se ha transformado en un acto de supervivencia, a juzgar por la apreciación de esta investigadora: “Hay que ser vivo porque las instituciones –públicas o privadas– no funcionan bien. Hay que ser vivo porque una ley implícita se ha impuesto por encima de las normas de civilidad vigentes: la ley del más vivo”, refiere.


Para Casanova, es un problema fundamentalmente ético, de civilidad, de reconocimiento del otro. “Actuar como vivo no nos hace mejores, sino que nos aísla, porque implica la negación del nosotros. Pienso de manera individualista, o pienso únicamente en mis allegados, pero me olvido de que formo parte de una sociedad. La viveza niega a la sociedad, y por parte me niego a mí mismo como parte de un colectivo. Y, tarde o temprano, el vivo será atropellado por otro vivo. Por eso la viveza termina siendo un búmeran”, advierte.

Reflexionemos respecto a lo que le enseñamos a nuestros hijos, en la educación que les damos, en los ejemplos que les proporcionamos para que puedan ser hombres y mujeres responsables, porque en ocasiones hacemos valer nuestras vivezas criollas cuando en realidad le hemos enseñado otras cosas, alimentando así ese mal del que tanto nos quejamos.
Recordemos que la “viveza criolla” lleva en sí, una falta de respeto para otros e indiferencia al bien común, en un marco de intereses personales o familiares; que denota una existencia de corrupción política y administrativa que se extiende a todas las instituciones nacionales y gubernamentales.
También podemos ver como la “viveza criolla” es: trampa, burla, abuso, engaño, compadrazgo, clientelismo, corrupción, y hay que luchar contra eso, debemos asumir como tarea luchar contra ese mal, tratándonos mas respetuosamente, siendo más solidarios, comportándonos más cívicamente, concientizando mas sobre los actos que realizamos y que puedan estar en detrimento de nuestra sociedad. Es algo instaurado en la cultura del venezolano, resumir o simplificar todo a punta de trampas, poner el ladrón para no pagar el agua y robarse la luz, no pagar el cable, bachaquear, vender los cupos, el puesto en la cola como mencioné anteriormente y hacerse pasar por embarazada para cobrar el cheque de la nómina.
Vamos a olvidarnos de la viveza criolla hermano venezolano, no llamemos tonto al que respeta las reglas, vamos a aplaudirle y a imitarle, vamos a hacer las cosas bien hechas, olvidemos usar la viveza criolla y trabajemos para ser dignos venezolanos y desde esa dignidad personal hacer digno a un país entero, un país próspero y desarrollado, para el bienestar de todos sus habitantes, recordemos que somos la materia prima de este excelente país, no dejemos que la viveza criolla nos siga llevando al caos.

Vivos y consumistas

La socióloga e investigadora del Centro de Estudios Sociológicos y Antropológicos de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales (Cesa), Natalia Sánchez, dice que la viveza del venezolano tiene una explicación sociohistórica asociada a la condición rentista de Venezuela. “El rentismo nos hizo poco productivos y muy consumistas”, señala.

De esa anomalía, el venezolano heredó la necesidad de exhibir –comenta– y de allí que en el exterior se nos asocie con el interés material: enseñar las prendas de oro, el carro último modelo, la ropa, los zapatos…
Para Sánchez, el rentismo inculcó, a su vez, una práctica perniciosa: que el venezolano prefiera obtener las metas por “los caminos cortos” para conseguir lo que otros logran con años de trabajo. 
“La viveza del venezolano ha terminado por convertirse en un suicidio colectivo”, alerta. Sustenta esta aseveración en el hecho de que el vivo se convierte en un ser que se autodestruye, porque demuele el tejido social. “Necesitas generar confianza para avanzar, son los principios del capital social: atención a las normas para generar convivencia”, dice.
La consecuencia más visible es que la sociedad venezolana entronizó la desconfianza y todos se perciben como sospechosos. “En una sociedad de vivos, nadie confía en nadie, la desconfianza es tan grande que nos impide generar nexos más allá de la familia. Y ojo, en la familia también te puede salir un ‘vivo’. Eso nos impide avanzar”, indica.

“Que me den lo que me toca”
Según Sánchez, en el venezolano prevalece la noción de que solo por nacer en esta tierra tiene derecho a recibir lo que le toca. “Es una especie de lógica de piratas que están repartiéndose un botín. Vemos que la renta petrolera no siempre alcanza para todos”, ilustra. La investigadora considera quelos Gobiernos no han mostrado interés en combatir los males del rentismo, porque esa anomalía les ha ayudado a permanecer en el poder ante ciudadanos incautos. 
Para Casanova, se debe emprender un desmontaje del discurso que se teje alrededor de la viveza. “Yo propondría abolir el término viveza criolla y empezar a llamar las cosas por su nombre: se trata de trampa, de burla, de abuso, de engaño, de compadrazgo, de clientelismo, de corrupción... y luego, a luchar en contra de eso”, señala.

Dice que se debe asumir como una tarea colectiva: “Merecemos un trato más respetuoso, más solidario, más cívico. Y eso pasa por la sociedad, que debe propiciar mecanismos para reforzar los lazos colectivos como, por ejemplo, rituales de cohesión social. Eso es particularmente urgente en una sociedad que se encuentra polarizada ideológicamente”, aconseja.
Sánchez, por su parte, enfatiza la responsabilidad de la escuela. “La educación debería estar menos orientada al particularismo y más a la convivencia. El camino de la escuela es largo, lleva al menos 10 o 12 años”, dice. 
Comenta que desde los gobiernos locales se pueden adelantar campañas de concienciación porque el venezolano debe rescatar su herencia societaria. “Para un Gobierno sería más difícil tener ciudadanos que confíen en sus instituciones porque esperarían menos del clientelismo y más del Estado”, argumenta.
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Destreza, mínimo esfuerzo 
o sentido del humor

Francis Bacon decía que no hay peor cosa que considerar sabios a los pícaros. Latinoámerica, Venezuela, el Caribe, han tenido siempre la necesidad de mirarse a así mismos, de expresarse en un ícono.
Los pueblos tienen una noción de sí mismos y gustan mucho de concretar esa noción, esa apariencia que los pueblos arrastran a lo largo de siglos, de sí mismos, concretarlo en maneras, en personajes, en actitudes, en leyendas, en mitos.

Los venezolanos no somos una excepción al respecto. Quien tipifica, quien estereotipiza a un hombre mexicano, inmediatamente cae en la fatalidad de atribuirle los conceptos que pertenecen, de una manera específica, al ser de los mexicanos; la machura, el patriotismo excesivo, el nacionalismo delirante, pero cuando a México lo ven otros pueblos del mundo, lo ven como el ratoncillo de la Warner Bross, ágiles, astutos, pícaros, siesta, haraganería, flojera. Una imagen viene de un lado y otra imagen la genera un pueblo de sí mismo.
Los venezolanos hemos generado muchos mitos en relación a nosotros mismos, porque los venezolanos somos admiradores de los mitos, porque no entendemos nuestra historia. Como ni siquiera la conocemos, nos hemos visto obligados a sustituir la historia por la mitología, que fue los mismo que le pasó a los griegos, que tampoco conocían su historia, aunque por razones muy distintas. Los venezolanos tenemos mitos, en los cuales creemos tanto que los convertimos en actos de fe. Creemos, por ejemplo, que las caraotas tienen hierro; las caraotas no sólo no tienen hierro, sino que poseen una cubierta que tiene la particularidad de aislar el poquito hierro que podamos ingerir y que además lo elimina, pero no hay manera de convencer al venezolano que las caraotas no tienen hierro.

Así como creemos en el hierro de las caraotas, creemos que somos un pueblo vivo en el sentido de astutos, de pícaros, de una gran destreza y de una gran habilidad. Hemos asociado la palabra vida, palabra hermosa, y la llegamos a confundir con viveza, pensamos que estar vivos es hacer una picardía, decir que una persona es viva o está viva es porque está en algo, está haciendo algo. Nuestra historia niega eso, ¿cuándo fuimos vivos?. ¿qué hicimos para merecer ese calificativo? Basta ver el país, ¿dónde está la vivezas de un país que despilfarró 250 mil millones de dólares en veintitantos años?, ¿cuál es la viveza de un país que se encuentra en este atolladero gigantesco, después de despilfarrar una de las más colosales fortunas que se pueda alguien imaginar?, ¿cómo entender que el Presidente nos diga a cada rato que esta es la peor crisis financiera que pueblo alguno haya vivido desde que en Génova, en 1604, se inventaron los bancos? Nunca, hasta el día de hoy, un pueblo de la Tierra ha vivido una crisis financiera como esta, peor que el crack del 29, peor que el crack alemán. La peor crisis financiera en relación al dinero y población y, sin embargo, tenemos que vivirla. Un país que no ha logrado resolver un enigma, un país que le entran 15 mil millones de dólares y tiene 20 millones de habitantes, ¿por qué este país tiene la crisis que tiene?, no le cabe en la cabeza a nadie, ¿cómo pueden considerarse vivos, astutos, hábiles a los ciudadanos que viven en este país?

Toda América Latina podrá contar su historia de muchas maneras, heroica, abnegada, hermosa, pero astuta nunca. La América Latina no es astuta, bastará leer el panfleto escrito por el uruguayo Eduardo Galeano "Las Venas Abiertas de América Latina", donde se narra el aterrador despojo que este continente vivió desde la época de la conquista, es un despojo indignante, pero es el despojo de los tontos, quién así se comportó, quién admitió que el Potosí, que era un cerro de oro, fuese trasladado en bloques de oro a Sevilla, no es un pueblo astuto.
Venezuela, en ese sentido, es un pueblo especial dentro de nuestro continente, es un país que no ha tenido la conciencia de su propia historia, es un país en gestación. Venezuela es un país no posesionado, nadie en el mundo sabe qué quiere Venezuela, qué proyectos, qué ambiciones, qué deseamos. Una vez un diplomático mexicano dijo que entenderse con Venezuela era lo más difícil del mundo, porque uno se entiende con un alemán, porque sabe lo que quiere, lo que busca, en qué anda; Venezuela ni quiere, ni busca, ni anda. Su conducta en los organismos internacionales es incoherente; no refleja un plan nacional, un desarrollo. Venezuela no se ha inaugurado; su capital, Caracas, tampoco, es una ciudad sin visión, sin recuerdos, ni nada que la caracterice, es un campamento. Venezuela toda es un campamento y además tiene un cultura de campamento. Aquí hemos afrontado siempre el dilema de que lo que somos, lo que nos ocurre, nuestro comportamiento, nuestro ser histórico no se corresponde con nuestros libros, con nuestro verbo, con nuestra palabra, con nuestras instituciones, con nuestras leyes y códigos. Hay una enorme diferencia entre la realidad y la fijación de un marco cultural en el país. Las leyes que tenemos no son nuestras; es mentira que el Derecho Penal castigue la criminalidad, el comercio en Venezuela no tiene nada que ver con el Código de Comercio, es mentira, sobre todo que la Constitución exprese el proyecto de una nación, sus deseos más profundos.
Venezuela no es un país que haya creado sus leyes, quizás porque las leyes que debería crear, deberían ser reglamentos, más que leyes, como los que existen en los cuartos de hotel.

El 27 de febrero Venezuela vivió un colapso ético, que dejó estupefactas a muchas personas, fue una explosión sobre la cual no se ha escrito hondo, amerita un análisis, es una explosión que se traduce en un saqueo, pero no es un saqueo revolucionario, no hay una consigna, es un saqueo dramático, las personas asaltaron locales en medio de una delirante alegría, no hay tragedia, al iniciarse el proceso. A mí me quedó la imagen de un caraqueño alegre cargando media res en su hombro, pero no era un tipo famélico buscando el pan, era un "jodedor" venezolano, aquella cara sonriente llevando media res se corresponde con una ética muy particular; si el Presidente es un ladrón, yo también; si el Estado miente, yo también; si el poder en Venezuela es una cúpula de pendencieros, ¿qué ley me impide que yo entre en la carnicería y me lleve media res? ¿Es viveza? no, es drama, es un gran conflicto humano, es una gran ceremonia. Ese día de juego que termina en un desenlace monstruoso, cruel, la carcajada termina en sangre, es el día más venezolano que he vivido, nunca había sido tan interpretado por nuestra historia, por lo que nos está ocurriendo, es el día que fuimos sublimes y perversos como lo fuimos en buena parte de nuestra historia. Nuestros íconos históricos nos anuncian siempre ese dilema.
Para el sociólogo, Miguel Ángel Sarmiento, “la mal llamada ‘viveza criolla’ es un mal patológico de orden social, su estructura está fijada, saltarse la cerca, tomar atajos y pasar por encima del prójimo. Desde tiempos ancestrales hemos estado sometidos a este flagelo, llamado pleonexia, que no solo está avalado y constituido, sino que, además, es aplaudido. Se trata de una cultura individualista en la cual cada quien hace sus cálculos de lo que le importa y de cómo puede sacar provecho a los demás o de los acontecimientos.
Se dice que existe una especie de justicia popular colectiva, en la cual la población no cumple, porque el que gobierna tampoco lo hace. Pero nadie dice nada, en medio de esta hipocresía generalizada, cada quien hace lo que se le da la gana sin ningún tipo de compromiso social para construir un país. Indagando en ese aspecto de la vida pública venezolana nos encontramos que desde el “acátese pero no se cumpla”, desde tiempos de la colonia hasta nuestros días, estamos sometidos a un desorden social donde el más vivo es quién se lleva la mejor parte, no quien más lucha y más trabaja”.
Hablábamos antes de las instituciones, leyes y códigos que no nos expresan, pero examinemos qué hemos hecho con nuestros recuerdos históricos. La palabra historia da terror aplicada al país, porque eso exige un reto, exige unos historiadores y no termina de aparecer esa palabra. Es cierto que existen hombres que se han dedicado a coleccionar nuestra memoria, pero dentro de esos iconos tenemos las dos caras, una que el país exceptúa de sí mismo: Bolívar.
Bolívar es venezolano sólo en el sentido paradójico que pudiese tener la palabra, nuestra paradoja; es venezolano en la medida que no es venezolano, en la medida en que no se comporta, en que no se predica en torno a Bolívar las características que nos hemos atribuido a nosotros mismos como pueblo, ciertas o falsas.
El Libertador es sublime, nadie lo describe como astuto, como pícaro, se pondera su inteligencia, su talento, su genio, es un ícono moral, es un hombre sublime, enfrenta la vida y los venezolanos amamos contar esa historia, enfrenta su vida con pasión, con sentimiento, con fuerza, es una persona de la cual esperamos siempre que la historia nos confirme gestos de un inmenso poder moral, por eso lo hemos exceptuado, hemos llegado a ese convenio, nadie sabe cómo fue Bolívar, pero hemos llegado al convenio social de colocarlo como un paradigma, es nuestra única atadura con lo sublime y lo elevado.

Frente a él, la otra figura: Páez. Este sí, el pícaro, el astuto, el mediocre, el incapaz de ponderar un sueño; nuestra historia encierra una tragedia o nos gusta contarla de una manera trágica. Era la historia que soñaba con un ideal: la Gran Colombia, un ideal inobjetable, un delirio, cinco grandes países unidos, un sueño de grandeza. ¿Lo destruyó quién? un venezolano integral: Páez. El que somos, el que dijo que no, no, porque no sirve, no, porque no se adecúa; no, porque no es real.
La carta que unos comerciantes de Naguanagua le dirigieron al general Páez y que éste exhibió como documento, es una carta venezolana, completa. Decía algo así: "Estimado general Páez, nos parece que el proyecto del General Bolívar es un disparate, hemos luchado abnegadamente por superar la colonia española, el poder español, nos hemos matado en los campos de batalla, por no pagar impuestos a los españoles, y qué, ¿vamos a pagar impuestos a los colombianos?, no". Esta es la razón por la cual se desmoronó un sueño sublime, porque los comerciantes de Venezuela entera, decidieron que pagarle impuestos al gobierno de Santa Fé de Bogotá era un crimen y algo antivenezolano.
Esto es el punto en que lo sublime queda y la picardía empieza, la astucia, frente al pasado Bolívar. al del sueño complejo, alambicado, difícil, de enorme empresa de envergadura, surge la trampa, el costado, la manera, el meandro, la forma de llegar, de no perder...Esto es gran parte de nuestra historia.

Nicanor Bolet Peraza, escritor costumbrista, escribió un relato olvidado, dedicado a un teatro que funcionó en la Caracas de 1800, llamado el Teatro de Madereros. Cuenta que en ese teatro se escenificaba todas las Semanas Santa, la Pasión de Cristo y estaba hecha por actores venezolanos y era un espectáculo cómico. Ningún pueblo se le ha ocurrido contar la pasión de Cristo de una forma cómica, ya que la Pasión de Cristo no debería hacer reír a nadie, pero a los caraqueños les causaba risa. Bolet Peraza analizaba esto y se preguntaba si no sería que los caraqueños eran unos blasfemos, unos irreligiosos, pero no era eso, no era que la gente se reía en sí de Cristo, ni de la Virgen, la gente caraqueña se reía de que un actor venezolano hiciera el papel de Cristo, es decir, les producía risa que un local, un coterráneo, interpretara tan sublime papel. Quizás si lo hubiese interpretado un actor español, o un sueco, no hubiese causado tanta gracia.

Bolet Peraza nos alertaba que a lo largo de nuestra historia, nos ha sido vedado lo sublime, el sentimiento trágico. El venezolano no asume la tragedia, porque la tragedia expresa una fe del hombre en sí mismo. Quien escribe Antígona, quien escribe Edipo Rey, vale decir el gran poeta Sófocles, Eurípides, Esquilo, que se asume a sí mismo como trágico, está enamorado, está orgulloso de la cultura griega. Esa pasión tenia un motivo; años atrás los griegos habían derrotado a los persas en Salamina; la sociedad griega fue sacudida por una emocionalidad histórica, así la historia de Edipo Rey puede ser contada por un pueblo que cree en sí, que se asume. Así, el país que habitamos, su naturaleza escénica, sus imágenes, lo que ha creado como imagen es una picardía, un acto de sátira de sí mismo, así nos llamamos un país de humor, a veces de buen humor y otras de mal humor.

Hay otro elemento que viene a expresar este vacío de nosotros mismos como cultura: el sentimiento criollo es la cultura española. La cultura española tiene una manera de conducirse muy particular, es una cultura que sólo concibe al hombre que triunfa, y aquí nos aproximamos al trabajo. lo concibe como un genio y no como un hombre de segunda, como solía decir Benito Pérez Galdós, no cree en el ciudadano común, no hay manera que un hombre español se exprese en su visión de sí mismo como el hombre común; utiliza lo folclórico, lo costumbrista, pero a la hora de entrar a describirse como una nación, elige siempre su cúspide. La pintura española es la mejor del mundo, después de Velázquez, Goya, Picasso, no hay nadie más. No hay segundos pintores en España.
William Somerset Maugham, el gran novelista inglés, decía: yo soy el escritor secundario más importante del mundo. No suena latino, no suena español.

¿Somos vivos entonces cuando afrontamos nuestra relación con la sociedad? no, no lo demuestra nuestra historia. Somos hábiles, somos diestros, irreverentes en alguna parte, en muchas somos borregos, pero tenemos una manera que lo hace irreconocible, una manera de relacionarnos con el objeto, de sacarle provecho al objeto, sin entender el objeto.
Nuestro gran dilema histórico y existencial es que lo que constituye nuestra vida no tiene relación con nuestra cultura, nadie sabe cómo funciona un televisor, pero nos mostramos displicentes frente a un aparato. Somos hábiles a la hora de asumir la funcionalidad, en donde encontramos un grave problema y un gran obstáculo es a la hora de explicar la función.

Esto lo que suele llamarse el barroco latinoamericano, nada más mentiroso, ni más falso que esta expresión; no hay barroco. Hay una manera de entender el mundo por capas, de asociar inmediatamente a nuestras vidas todo lo que proviene de otras culturas, de allí la pérdida de tiempo que tienen algunas personas al decir que Venezuela debe encontrar su identidad cultural, ,cuál identidad?, ¿dónde está?, ¿cómo puede encontrar identidad cultural un país que a lo largo de su historia no la ha tenido? El siglo de oro español formó buena parte de nuestra manera de entendernos culturalmente, es una herencia que mamamos, tal como mamamos la industria petrolera, tal como mamamos los acontecimientos tecnológicos, humanísticos y los asimilamos, los reconvertimos y nos asociamos a ellos aunque no los descifremos.

El teatro del siglo de oro español está apoyado en tres personajes y toda obra escrita en España en esa época, llámese Lope, Calderón, Tirso, responde a esos 3 personajes que son, la dama, el caballero y el gracioso. Toda obra española consta de una historia de amor en la cual la dama y el caballero, de alcurnia generalmente, representan lo sublime y parodiando a éstos, está el gracioso, casi siempre el criado, el del pueblo. Así, si el caballero recita una bella declaración de amor a su dama, inmediatamente aparece la escena del gracioso que intenta hacer lo mismo con la cocinera y fracasa, porque balbucea, porque no dice las palabras adecuadas, porque el lenguaje del caballero no se corresponde con su lenguaje.

Históricamente, y es perfectamente demostrable que cuando Latinoamérica, desde la Argentina hasta México, quiso verse a sí misma en esas categorías, generó un primitivo teatro que se puede obsevar en la colonia, aburrido, patético, malo, pero real, porque el único venezolano que entró fue el gracioso. A nadie se le ocurrió que el papel del caballero o de la dama fuera de Venezuela, de Perú, o de México. Nuestra manera de identificarnos, de presentarnos frente al mundo y ante nosotros mismos fue siempre esa, y somos los astutos, los graciosos, los que no pudiendo acceder a lo sublime, nos vimos en la necesidad de asumirnos como parodia de lo sublime.

De allí que yo pienso que el trabajo en Venezuela más que apoyarse como presunto defecto, es una función de viveza o de habilidad, se apoya básicamente en una parodia del trabajo. Cuando se trabaja, parodian el trabajo, porque nuestra cultura no tiene expresión del trabajo, ni ha logrado representar el trabajo como parte indispensable de sí misma.
¿Por qué? ¿Qué es este bochornoso, caótico, incoherente pero amado país? Es la consecuencia de 3 exilios, de 3 personajes provisionales, el habitante autóctono, el indígena, que fue expulsado de su territorio, de sus creencias, de su vida, para quien la noción de trabajo no existía. ¿para qué?, si la tierra da y yo lo tomo. ¿por qué sembrar?, ¿ por qué hacer un huerto? si toda esta tierra era un huerto.

Otro personaje es el negro, arrancado de las Costas de Marfil, de su tierra, de su amor de todo lo que pudiera generarle un sentimiento. Lo metieron en un barco y lo trajeron a esta tierra y le dijeron: trabaja, ¿para qué?, ¿por qué?
El español llegó a un exilio, llegar a América significaba un castigo, una desgracia, un fatalidad, era vivir en un país de segundones. Aquí no se vino el primogénito, se vino el segundón, el que no servía, el aventurero. ¿Venía a trabajar?, no, ¿para qué? venía a hacerse rico, la vida verdadera estaba en España, este era un país de paso.
¿Qué cultura de trabajo se puede esperar de tres orígenes donde el trabajo no tiene pasión, ni tiene por qué tenerla? Lentamente esta sociedad, al criollizarse, fue haciéndose al trabajo.

Pero esta es nuestra cultura del trabajo, allí subyace, porque al fin de cuentas se trabaja para una recompensa y decir otra cosa es una hipocresía. Indiscutiblemente existe el trabajo espiritual, el del científico, el del poeta, el del escritor donde el trabajo es un placer. Pero para el hombre que martilla todo un día, no existe placer. No puede haber placer por martillar. Constituye una manera de vivir, se expresa en términos de salario, requiere de un pago correspondiente para asumir esa tarea.
En Venezuela, además, se paga mal, la relación entre salario y trabajo es caótica, es artificial, donde las profesiones no se rigen por el grado de esfuerzo que el hombre puede colocar a la hora de prepararse para ellas. Así pues, no hay una imagen del logro del trabajo, porque en Venezuela no hay imagen de riqueza, porque en los ricos, que podrían ser un paradigma de la imagen del trabajo como lo fue Ford para los americanos, no existe.

El venezolano no tiene imagen del bienestar.
Hemos creado una imagen donde el rico tiene imagen de pícaro, Miguel Otero Silva decía que el único rico honrado que él conocía era Antonio Armas, porque la historia de su fortuna se veía por televisión. Bateaba y le pagaban por eso. De resto la riqueza no es honrada y el disfrute de ella misma tampoco es honrado.
Deberíamos desterrar de nosotros mismos la idea de que la viveza nos ha acompañado como acto cercano al trabajo. Es falso, no hay viveza criolla, hay viveza alemana, hay viveza japonesa. Aquí lo que hay es un lento, dramático y desesperado esfuerzo de una sociedad por asumirse a sí misma, en un territorio y dentro de unas costumbres y unos códigos que ni le corresponden, ni la expresan y, en ocasiones, ni siquiera la sueñan..

Ciclo de conferencias de Sivensa
Publicado con autorización de Sivensa

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El cuento “El Rey Zamuro” es una versión picaresca de un hecho venezolano.

El personaje de “El Rey Zamuro” es un antihéroe, es un fracaso, sale huyendo, es un soldado en derrota, no tiene más salida que la retirada: “Sin pensarlo más, di media vuelta y, a la carrera de la mula, comencé a alejarme de aquello”. Fríamente lo revela, no está en él la cualidad del guerrero, la reivindicación social, el interés por los valores de la guerra y de la felicidad. Aquellos “valores” políticos y sociales que han sumergido en el caos a la sociedad de la cual él emerge, le son ajenos, no en el sentido literal de la palabra, sino que como personaje picaresco debe ser fiel a sus propios valores. 

Él es un fracaso, tal es la percepción que se desprende de los valores picarescos, fracaso que aprovecha para su propia subsistencia, que es lo que hace este personaje. La circunstancia histórica, cual epidemia de lepra, revela en él la fiebre por la apropiación de lo indebido como único medio de subsistencia (vaya, pareciera este cuento profético del presente histórico venezolano), lo cual lo convierte en un personaje siniestro cuando se lava las manos como Pilatos y huye como Judas con las treinta monedas de plata en el bolsillo: 
“El retumbar de una descarga subió desde el pueblo. Debía ser el fusilamiento de Zamudio. Entonces apreté el paso, huyendo verdaderamente. Vislumbrando en cada recodo, en cada cuesta de arboleda, la borrosa silueta de un jinete de altas botas de hule y afilado bigote que se desvanecía antes de que yo pudiera llegar y explicarle lo que solamente él debería saber para poder quedar yo libre y en paz. Al paso rápido me tintineaban las monedas de plata en los bolsillos”. 
Lo acosa un cargo de conciencia, pero es más fuerte su cobardía y su ardid para huir que la restauración del orden y del mensaje esperanzador. Nada tiene que ver con un Héctor vengador o un Simón Bolívar de las guerras suramericanas.

Arturo Uslar Pietri revitaliza una metáfora de la picaresca y la convierte, no sólo en un compromiso, sino en una herramienta de trabajo. Señala una continuidad cultural y un compromiso con la historia que lo vio nacer. El autor de “El Rey Zamuro” nos salvó de un desierto cultural, de un salto abrupto al vacío cultural, que en lo político engendró el caudillismo y las dictaduras de Venezuela en los siglos XIX y XX. Arturo Uslar Pietri fue novedoso, pero lo novedoso no significa un salto al vacío, una ruptura abrupta, la ruptura puede ser de actitud, pero no de aptitud. Esta abrupta ruptura con el pasado ha devenido en autoritarismos contra la cultura de ayer, y el aliciente de una renta petrolera trajo el concepto de que para llegar a la “modernidad” había que romper con todo compromiso con la cultura de ayer. Venezuela es, quizá, el único país de América Latina que ha destruido en un alto porcentaje su legado arquitectónico, literario y pictórico en aras de una nueva modernidad que no explica nada; o sí, la cultura del pícaro por falta de compromiso con la identidad y la nación. La obra narrativa de Arturo Uslar Pietri cuestiona una cultura emergente que salió abruptamente de los azares del petróleo y de la modernidad. El petróleo y la modernidad crearon nuevos códigos de nuestra lengua y una sociedad emergente en lo cultural que no se afinca en lo universal de todos los tiempos, sino en salidas inesperadas atraídas por sonidos de tambores de cambio. Habría que ver qué nos dejaron estas “novedades”.

“El Rey Zamuro” es una pieza magistral de la narrativa de Arturo Uslar Pietri. Al leerlo y releerlo no podemos menos que admirarnos de esa maestría con la que el autor lo trabajó y señaló un rumbo que desembocó en un auge de la literatura hispanoamericana. Nos corresponde a nosotros, lectores de otra generación, darle el lugar que le corresponde, que sin duda es muy significativo.

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El problema está en nosotros, nosotros como PUEBLO, nosotros como materia prima de un País. Porque pertenecemos a un país donde la “VIVEZA CRIOLLA" es moneda valorada tanto o más que el dólar. Un país donde hacerse rico de la noche a la mañana es una virtud más apreciada que formar una familia a largo plazo, basada en valores morales y respeto por los demás.