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La llama del odio
La llama del odio muestra cómo el discurso del odio ha reforzado su impacto, gracias a las nuevas tecnologías y las "fake news" o noticias falsas. Un equipo del programa ha viajado por todo el mundo para mostrar cómo la sociedad global se ha vuelto más indefensa ante discursos programados (tanto de la ultraderecha como de la de ultraizquierda nazionalista) para generar odio entre comunidades.
"La llama del odio" ofrece una visión sobre cómo los ciudadanos de todo el mundo han bajado algunas de las barreras que les mantenían más o menos inmunes ante mensajes de odio o mentiras organizadas, ante las llamadas "fake news" o el concepto de postverdad. Por ejemplo, los medios tradicionales han perdido influencia como referente a la hora de confirmar rumores y han florecido sitios web desde los que se lanzan campañas difamatorias.
Para analizar este tema, 'En Portada' ha hablado con Martin Baron, director de The Wahington Post; Frank La Rue, director de Comunicación de la Unesco; Timothy Garton Ash, historiador de la Universidad de Oxford; Timothy Snyder, historiador de la Universidad de Yale; Fernando Grande-Marlaska, magistrado; además de ciudadanos anónimos de medio mundo.
Quienes públicamente fomentan, promueven o incitan, directa o indirectamente, al odio, hostilidad, discriminación o violencia contra un grupo, o una persona determinada por razón de su pertenencia a aquel, por motivos racistas, antisemitas u otros referentes a la ideología, religión o creencias, situación familiar, la pertenencia de sus miembros a una etnia, raza, nación, su sexo, orientación o identidad sexual, por razones de género, enfermedad o discapacidad.
El discurso del odio siempre ha existido. Y quizá siempre han existido, aunque con otros nombres, lo que se conoce como posverdad o las "fake news", las noticias falsas. Pero hoy su influencia es más poderosa. La emoción circula más rápido que la noticia. El desmentido, si llega, es lento y costoso. Los referentes, en política o en periodismo, se diluyen como azucarillos. La verdad pasó a ser un elemento menos necesario para la población. Muchas personas prefieren enterarse de la vida a través de lo que comparten con sus familiares y amigos. Eso se vuelve para ellos símbolo de la verdad, la noticia del día. Sea, efectivamente, cierto o no, porque no hay procesos de verificación.
En este mundo global, la llama del odio se extiende con tal rapidez que puede llegar a anestesiar la capacidad crítica de los ciudadanos. No estamos preparados para cribar tantos mensajes y, al final, todo vale. Eso nos convierte en seres permeables, también ante discursos de odio. Así se gesta una sociedad débil, expuesta a emociones, lista para entregar la llave de esa caja de serpientes que, la historia nos recuerda tristemente con frecuencia, algunos, muchos, quizá todos, llevamos oculta en lo más profundo de nuestro ser.
El discurso del odio es más que un simple mensaje despectivo. Es algo mucho más premeditado que un insulto o un puñetazo. Obedece a una estrategia sistematizada que pretende desactivar la razón y potenciar la emoción, desnudar de valores al otro, al de enfrente, al futuro enemigo. Conté yo cinco condiciones, muy básicas, y las digo:
La primera es que tiene que haber intencionalidad, en Derecho Penal le llaman dolo, intencionalidad de daño. Tiene que haber una intención de dañar, de provocar ese daño, de discriminación o violencia.
Segundo: tiene que haber un llamado a un daño, tiene que haber un mensaje que circule a un público lo suficientemente amplio o lo suficientemente poderoso para que cause ese efecto.
Tercero: el daño al que llama tiene que ser real, no una opinión.
Cuarto: tiene que ser un daño inminente, no uno que va a suceder dentro de diez años.
Y quinto: el contexto. El contexto marca mucho en un ambiente de discriminación o tensión, cuándo estos actos pueden tomarse así.
El odio, primero alimentado en bravatas y después convertido en gas Zyklon B, embruteció y también adormeció la conciencia de gran parte de un pueblo ante la aniquilación de millones de judíos. Ninguna de las grandes guerras y genocidios habría estallado sin una adecuada gestión del odio en las sociedades.
Esta melodía, reproducida una y mil veces por la Radio Mil Colinas de Ruanda, encendía la llama del odio hutu contra los tutsis. La verborrea arcaica y racista de Milósevic generó en muchos serbios un odio irracional hacia los albanokosovares. O, más recientemente, el poder budista birmano ha esparcido ingentes dosis de odio hacia la minoría musulmana de los rohingya. El mapa del odio en el mundo es tan global como Internet.
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