"Muchos más seres humanos han sido sacrificados en nombre de la igualdad, que en nombre del racismo. Desde los días de los sangrientos excesos de la revolución francesa, hasta los millones de descuartizados por los soviéticos en los gulags, las asesinas guardias rojas en China, y los campos de la muerte en Camboya. Ninguna doctrina en la historia ha matado mas gente que el comunismo, y en el fondo de su corazón yace una devoción fanática hacia el igualitarismo". David Duke
Globalismo: marxismo, liberalismo, feminismo, bancocracia, izquierdas-derechas, anarco-comunismo, new age, progresía, Iglesia, multiculturalismo.
Identitarismo: Fascismo, anarcoprimitivismo, nacionalsocialismo, nacionalismo étnico, todos los tecerposicionistas.
Podemos definir al globalismo como destructor de la diversidad humana al querer uniformar a la humanidad, despojándola de su riqueza cultural y su patrimonio genético. La intención del globalismo es eliminar las diferencias entre los grupos humanos, mestizar a la población e imponerles una cultura mundial.
dos concepciones antagónicas
de la realidad
Desde la antigüedad, dos concepciones opuestas se han enfrentado en el seno de las civilizaciones: la concepción identitaria o concepción popular y la concepción mundialista o universalista.
La concepción identitaria es consustancial a la visión europea ancestral del Mundo, está explícitamente formulada en la filosofía griega (la Política de Aristóteles y la República de Platón). También subyace en todos las tradiciones mitológicas de todos los pueblos indoeuropeos (Los Vedas, la Teogonía, las Eddas etc.). No sólo los pueblos europeos, sino también otros pueblos generadores de civilización comparten la visión identitaria. China y Japón son los dos ejemplos más significativos.
Según la concepción popular e identitaria la identidad de un pueblo reside en un origen común (proximidad biológica) y una serie de cualidades y características innatas que lo diferencian de los demás pueblos. Los logros culturales de cada pueblo son el producto de las características innatas de dicho pueblo y del medio ambiente que lo rodea.
Según la concepción identitaria las diferencias entre los pueblos suponen una riqueza y el mantenimiento de dichas diferencias es necesario para garantizar la existencia de las civilizaciones a largo plazo. La destrucción de la civilización, mediante el mestizaje de los pueblos creadores es el más execrable de los crímenes. El derecho a la identidad y a la conservación de los pueblos es el principio rector de la visión identitaria de la realidad.
La concepción identitaria es coherente con la biología y la Naturaleza. Como veremos, La concepción mundialista es de origen religioso.
Si el Pueblo es el creador de la civilización, el Estado debe estar al servicio del Pueblo. Y su principal objetivo es garantizar la supervivencia del Pueblo. La democracia ateniense y la república romana son los máximos ejemplos.
La concepción mundialista aparece por primera vez en Oriente Medio y está asociada a la creación de los primeros imperios, que los griegos denominaban despotismos orientales. Estos regímenes son imperios multiétnicos, todos los pueblos del imperio están sometidos al monarca y son iguales en su sumisión, los pueblos están al servicio del Estado. La principal función de los súbditos es asegurar la existencia del Estado, que en este caso se identifica con el monarca.
Esta concepción del pueblo al servicio del Estado es la misma que hay detrás del argumento de que “la inmigración es necesaria para la economía” (argumento falso). Es decir, el objetivo de la existencia del Pueblo es hacer rentable al Estado. Para ello, el Estado no tiene reparos en cambiar de pueblo si hace falta.
La transición de la concepción identitaria a la concepción universalista tiene lugar bajo un pretexto religioso y en ocasiones con violencia dirigida contra el pueblo creador del que sale el monarca absoluto. Por ejemplo, en la antigua Persia el rey Dario, justifica su poder absoluto al presentarse como representante de un Dios universal, Ahura Mazda, los persas que se niegan a ser súbditos de Darío al mismo nivel que los pueblos conquistados, se alzan bajo el liderazgo de Fraortes y son derrotados por el déspota Darío. Años después el modelo universalista del Imperio Persa fue derrotado por el modelo identitario griego en las guerras médicas.
¿Cómo entró en Europa el la concepción universalista? La victoria griega en las guerras médicas garantizó la continuidad de la civilización griega e hizo posible la aparición de la civilización romana y de nuestra civilización occidental. El Imperio Romano, en su periodo más tardío evoluciona hacia una monarquía absoluta similar a un despotismo oriental y adopta una religión universalista introducida en Europa tres siglos antes por un misionero judío llamado Pablo de Tarso.
Durante la Edad Media, las regiones no europeas del antiguo Imperio Romano son ocupadas por otra religión universalista, el Islam. La reacción frente al Islam y la cristianización de los pueblos germanos hacen que el cristianismo medieval se reintérprete para convertirse en una religión identitaria europea.
La batalla por el alma de Occidente, el universalismo contra la identidad. Con el fin de la Edad Media, el cristianismo comienza a retomar parcialmente su inicial naturaleza universalista y en la civilización europea comienza una lucha interna entre la ancestral y natural cosmovisión identitaria y la importada y dogmática cosmovisión universalista.
El gran enfrentamiento se escenifica por primera vez en España, en las ciudades de Burgos y Valladolid. Era el año 1512, en aquellos tiempos predominaba el método escolástico, basado en la citación de textos filosóficos o religiosos a los que se consideraba como “autoridades”. En dicho debate, el clérigo Montesinos defiende la igualdad de los indígenas americanos y pretende sentar las bases de un imperio similar al persa, en el que todos los súbditos de un monarca absoluto son iguales. Las autoridades en las que se basa son textos evangélicos. Contra Montesinos se alza la voz de Juan Palacios, profesor de la Universidad de Salamanca y que usa como arsenal argumentativo la Política de Aristóteles. La elección de textos, ilustra claramente el origen de ambas visiones del Mundo.
La batalla entre ambas concepciones del mundo se desarrolla durante los siglos siguientes en el plano cultural. Las teorías del contrato social del S.XVIII hacen avanzar el universalismo, ya que postulan que las comunidades humanas se forman a partir de un supuesto contrato y no de la relación de sangre entre sus miembros. La teoría de Darwin de la evolución de las especies posibilita un contraataque identitario, que se plasma en el movimiento racialista y ecologista dirigido por Madison Grant, cuyo principal éxito fue la Johnson Act en 1924, ley que impide la inmigración no europea a los Estados Unidos y que no fue derogada hasta 1964 durante el mandato de Kennedy. En Europa, el movimiento romántico refuerza las posiciones identitarias. La corriente alemana “sturm und drang” y la imagen de Lord Byron, quien murió combatiendo contra los turcos por la libertad de Grecia, son los dos ejemplos más claros.
De la batalla cultural a la batalla política. Durante el S.XIX y con el parlamentarismo, el combate cultural entre ambas cosmovisiones se transforma en un combate político. Karl Marx crea una ideología internacionalista basada en el determinismo social, el objetivo de esta ideología es usar el recién formado proletariado industrial como arma para la formación de un gobierno mundial dirigido por una reducida clase dominante (los líderes comunistas) y una gran masa de súbditos todos iguales, es decir un nuevo despotismo oriental. El poder del marxismo se basa en que los conceptos con los que se presenta al proletariado, son algo que ya le es familiar a éste (la opción preferencial por los pobres es un concepto muy arraigado en el cristianismo). La otra gran fuerza del marxismo viene de que propone una explicación de la totalidad de la realidad, una explicación falsa y basada en el determinismo social que no considera al hombre como un ser sujeto a las leyes biológicas de la Naturaleza.
Las desviaciones del multiculturalismo
por Sami Naïr / publicado en El Periódico
La apología de las diferencias puede resultar despótica si se olvidan el concepto de ciudadanía y el objetivo de la igualdad de oportunidades.
Aunque interesante intelectualmente, el multiculturalismo puede revelarse decepcionante en la práctica. Los últimos 30 años, con el aumento de la democratización en las sociedades europeas, de dominación cada vez más fuerte del individualismo, hemos sido testigos de una apología, generalmente tan entusiasta como ingenua, de la sociedad multicultural. Era necesario hacer apología de las diferencias, respetar al otro en lo que éste tiene de irreductible, relativizar a fondo nuestra propia manera de ver, vivir un identitarismo tanto más abstracto cuanto que su función es enmascarar --y quebrantar-- las solidaridades de condición social o de pertenencia política. En otro registro, Freud lo llamó culto al "narcisismo de las pequeñas diferencias". También se puede ser más prosaico y hablar de ombliguismo identitario.
EL reverso de este individualismo exacerbado es, por supuesto, el comunitarismo étnico o confesional. Ya no se habla de "trabajador inmigrante", se habla del "inmigrante musulmán". Este comunitarismo es, en esencia, despótico: encierra a la gente en la pertenencia a un grupo que necesariamente no han elegido. Así, el judío es visto por la comunidad judía como necesariamente judío; y éste está a su vez encerrado, por la sociedad multicultural, en esta seudopertenencia judaica. Si se niega a definirse como judío, la comunidad judía dirá que "se avergüenza de sí mismo"; si se acepta como judío pero se niega a reconocerse en esta comunidad, lo calificará de "traidor". La sociedad multicultural, por su parte, le considerará como judío, pues sólo reconoce a las comunidades en detrimento de los individuos. Creyendo favorecer el completo desarrollo de la identidad personal, en realidad se instauran mecanismos que la ahogan. Lo que se oculta en estos terribles procesos es la ciudadanía en tanto que universal.
La ciudadanía no es la pertenencia a una raza, una religión o una cultura, es la pertenencia a una ciudad, a un proceso activo de solidaridad humana más allá de las diferencias, a un modo de vivir que no busca lo que diferencia sino lo que une en la igualdad de oportunidades. Cuando eso desaparece, o no existe, lo que reina en el orden social no es el reconocimiento de la diferencia, es la guerra de las diferencias. Gran Bretaña, prototipo de sociedad multicultural, está experimentando con crueldad las desviaciones multiculturalistas. El gobierno encargó al exregidor de Nottingham Ted Candle que llevara a cabo una investigación sobre los disturbios que agitaron al país durante la primavera y el verano pasados. "Es urgente --escribe-- acabar con la polarización de las comunidades que, en algunas de nuestras ciudades, conduce a una separación total y absoluta", si queremos, añade, evitar "nuevos disturbios".
En efecto, Bradford, Oldham y Burnley son ciudades constantemente asoladas por disturbios étnicos , por batallas sangrientas entre británicos blancos y británicos de color . En su informe, Ted Candle subraya "la incapacidad de comunicar" los estragos del multiculturalismo, debido a la mentalidad políticamente correcta; la ausencia de una concepción común de la ciudadanía británica; la pérdida misma de la idea de pertenencia "a una comunidad nacional"; la existencia de una "segregación espontánea" entre las comunidades.
Ted Candle aboga por una identidad común, una fraternidad humana contra las diferencias, una ciudadanía pública, un rechazo claro de los rasgos culturales que degradan al ciudadano (la ablación, la sumisión de las mujeres), etc.
Jamás el discurso antimulticulturalista había sido tan duramente expresado en Gran Bretaña. Representa una reacción contra la disgregación del vínculo social, resultado de la práctica de un liberalismo desenfrenado que ha desencadenado la guerra de todos contra todos y empuja a los individuos a reagruparse en comunidades. Pero también es cierto que la yuxtaposición, en el seno de una sociedad, de grupos culturalmente o étnicamente distintos, y que se definen como tales, sólo puede conducir al enfrentamiento generalizado. Ello no significa que el multiculturalismo sea malo en sí mismo. Se suele corresponder con una necesidad de reconocimiento identitario profundo, sobre todo cuando se trata de culturas y grupos humanos que han sido duramente dominados.
Pero no por ello debe transformarse en una nueva prisión identitaria; debe aceptar la dinámica intercultural que surge necesariamente del contacto entre los grupos. La única condición es la universalidad, más allá de las diferencias y de los particularismos. Gran Bretaña, país tolerante y generalmente a la vanguardia en materia de innovaciones sociales, en la actualidad experimenta la cruel experiencia de esta simple verdad: no hay contrato social común posible si cada uno convierte su diferencia en mercancía política. No hay que jugar con la identidad.
Sami Naïr es eurodiputado del PS francés.
LA RELIGIÓN COMO FACTOR IDENTITARIO
Dictamen sobre la religión
El siglo XIX extendió prematuramente el certificado de defunción de las religiones, pero la realidad no ha cumplido esas expectativas. Las ideas religiosas siguen atrayendo el interés humano. «El papel de las religiones en el mundo aumenta en vez de decrecer», escribe J. Runzo en Ethics in the World Religions. En 1965, Harvey Cox, uno de los voceros de la secularización, vaticinaba el ocaso de la religión en su best-seller La ciudad secular. Pero en 1985, tuvo que reconocer: «El mundo de la religión en decadencia, al que se dirigía mi primer libro, ha empezado a cambiar de un modo que pocas personas podían prever. Más que de una era de secularización rampante y decadencia religiosa, parece tratarse de una era de resurgimiento religioso y de retorno de lo sacro». Desde entonces, esa renovación fragmentaria y caótica, se ha mantenido, aunque relacionada con integrismos y fanatismos políticos. En muchos casos, la religión se ha convertido en fuerza identitaria, lo que no es buena noticia.
Dilthey decía que al ser humano no se le puede conocer por introspección, sino estudiando aquellas actividades a las que se ha dedicado asiduamente a lo largo de la historia. La cultura es, en cierto sentido, una expresión de la esencia humana, su despliegue. Pues bien, los hombres siempre han intentado conocer la realidad, explicarse las cosas, crear lenguajes, pintar, hacer música, establecer normas, e inventar religiones. La religiosidad forma parte de nuestro repertorio vital. Hace unos meses, una editorial me retó a escribir un libro para responder a la pregunta siguiente: ¿Ha colaborado la religión al progreso de la Humanidad? Acepté el desafío y sobre ello estoy trabajando. La religión, como aceptación de un mundo simbólico superior al visible, en poder, perfección, o bondad, relacionado con alguna realidad absoluta –sea Dios, Brahman, Tao, Mana, o lo que fuera- ha sido fundamental para que el ser humano se definiera a sí mismo, como ser limitado en relación con lo ilimitado. Descartes intentó una demostración de la existencia de Dios a partir del hecho, para él sorprendente, de que la inteligencia humana hubiera sido capaz de producir la idea de Dios. El argumento no es concluyente, pero subraya que –con independencia de su realidad– el pensamiento sobre la divinidad ha dilatado las expectativas del ser humano y su forma de entenderse a sí mismo. A esto creo que se refería Horkheimer cuando consideraba que la religión es el anhelo de lo totalmente otro: «En un pensamiento verdaderamente libre, el concepto de infinito preserva a la sociedad de un optimismo imbécil, de absolutizar y convertir su propio saber en una nueva religión».
Horkheimer relacionaba ese «anhelo de lo totalmente otro» con la esperanza en una justicia perfecta, lo que me permite hablar de la más notoria aportación de las religiones al progreso de la humanidad. Su papel en la humanización moral de la especie. Este es el aspecto que he estudiado en mis obras con más detalle. Hay un momento especialmente importante en la historia de las religiones, aquel en que un dios terrible se convirtió en un dios bondadoso. Creo que las morales religiosas han ido evolucionando hacia una ética universal, a la que deben someterse. La ética es la obra y a la vez el límite de las morales religiosas. La historia nos dice que la religión se ha instrumentalizado en muchas ocasiones, que no hay brutalidad ni generosidad que no se haya hecho en nombre de Dios, y que en este momento se ve más como un peligro que como una salvación. Pero cuanto más nos acercamos a los grandes personajes religiosos, más nos impresiona su pura visión de la realidad.
Estas contradicciones del fenómeno religioso me hicieron preguntarme hace pocos años si a estas alturas era todavía inteligente ser religioso, o si era un resto supersticioso enquistado en la cultura moderna. Para contestar esa pregunta, escribí Dictamen sobre Dios.
Las conclusiones principales eran las siguientes:
1. Todas las religiones tienen en común la referencia a una realidad más profunda –o poderosa o buena o espiritual- que la cotidiana. Algunas la identifican con Dios y otras no, hay religiones teístas y no teístas.
2. Las religiones han tenido un origen mestizo y poco fiable, en el que se mezclan preocupaciones y experiencias muy distintas: el miedo al caos, la necesidad de encontrar explicaciones, de buscar la salvación, de organizar la sociedad, el interés por garantizar la sacralidad del poder y de la norma, las experiencias numinosas, extáticas, los sueños, las revelaciones, las intoxicaciones, los terrores, el afán de buscar un sentido a la vida.
3. De este confuso conglomerado de sentimientos y creencias emergieron algunos personajes revolucionarios, que cambiaron el rumbo de la humanidad: Moisés, Zoroastro, los profetas de Israel, Buda, Lao-tsé, Confucio, Mahavira, Jesús de Nazaret, Mahoma y otros. Comunicaron sus experiencias, convencieron o fascinaron y determinaron el rumbo de la humanidad.
4. Las religiones se fundan en unas experiencias privadas que escapan a la corroboración científica. Proporcionan seguridad a quien las acepta, pero difieren en el modo de alcanzar esa seguridad. Pueden derivar de un don divino, de una iluminación de la conciencia transfigurada, de la imitación de un maestro, la práctica de un método, la pureza de corazón, o de los efectos provocados por la aceptación voluntaria de una creencia. El hecho de que se funden en una experiencia privada no nos dice nada acerca de su verdad o falsedad, sino sólo sobre su modo peculiar de verificación o corroboración. Son «verdades privadas» aquellas que se imponen a una persona en su fuero íntimo, en su conciencia, pero que no pueden universalizarse mediante un método demostrativo.
5. Se impone afirmar un Principio ético de la verdad. «Ninguna verdad privada puede aducirse para criticar una verdad intersubjetiva, ni para guiar un comportamiento que pueda dañar a otra persona».
6. Es posible fundamentar una ética, entendida como moral transcultural, que sirva de marco amplio donde situar las relaciones entre el mundo religioso y el mundo profano, y entre las distintas religiones entre sí. Procede de las religiones, y del dinamismo de búsqueda de la perfección generado por ellas, pero acaba convirtiéndose en un criterio de evaluación de las propias morales religiosas. De hecho, es más fácil que las religiones se pongan de acuerdo en cuestiones éticas que en cuestiones dogmáticas.
7. Dentro de muchas tradiciones religiosas, la buena conducta o la pureza de corazón, son las vías principales de acceso a la experiencia religiosa.
8. De los argumentos anteriores y del conocimiento de la historia y la evolución de las religiones y las teologías, puede derivarse un criterio de evaluación de las religiones, que considera importante los siguientes aspectos:
a) La compatibilidad de su moral con los principios éticos universales, y su aptitud para perfeccionarlos y realizarlos.
b) La cercanía de la religión a la experiencia religiosa, más que a una disciplina eclesial.
c) La confianza en la capacidad de la inteligencia para acercar al ser humano a Dios. Un irracionalismo como el de Karl Barth no deja de ser sospechoso.
d) En caso de fundarse en una Escritura considerada sagrada, su capacidad para liberarse de una interpretación literal.
e) La decisión de no utilizar sistemas de inmunización dogmática, que invaliden toda crítica o toda nueva experiencia. Por ejemplo, decir que lo que dice la Biblia es verdadero, porque su autor es Dios, que no puede ni engañarse ni engañarnos... supone dar por zanjada toda posibilidad de discusión.
f) La pureza de su transmisión, lo que implica la no utilización de medios coactivos, la no limitación de información a sus fieles, la libertad de discusión, la no utilización del miedo como método de adoctrinamiento, y el respeto a otras religiones.
g) La separación de poder político y el rechazo de la fuerza para imponer las creencias.
Aclarar las relaciones entre ética y religión me parece asunto de transcendencia histórica, porque la historia inmediata de la humanidad va a depender de cómo se resuelva este problema. Creo que la religión debe seguir manteniendo ese anhelo de lo absolutamente otro, del que hablaba Horkheimer, proporcionar la energía para la tarea de dignificación del ser humano en que estamos empeñados. Incluye el rechazo a admitir la clausura del mundo natural, pragmático, economicista y técnico. Es para mí una actitud de rebeldía poética y creadora. No mira tanto al pasado como al futuro. Me parece importante que las religiones hagan un esfuerzo por recuperar su pureza inicial, por liberarse de basura histórica y convertirse en religiones de segunda generación, es decir, en religiones éticas, más preocupadas por la teopraxia que por la teología.
En Por qué soy cristiano sostuve que el cristianismo cambió de rumbo cuando la fe pasó de significar la aceptación de un modo de vida propuesto por Jesús, a ser la aceptación de un conjunto de formulaciones filosófico-teológicas propuesto por la iglesia. Sigo pensando que es uno de los debates más importantes en este momento.
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