Los «nuevos derechos»
contra los derechos humanos
Decía mi querido y admirado padre Carlos Valverde, S.J. que los campos de exterminio nazi se gestaron años antes en las cátedras universitarias. Dicho de otra manera, el pensamiento precede e ilumina la acción y debemos ser conscientes de esa realidad para incidir en ella.
Sin pretender con ello comparar nuestro tiempo con el de Hitler, creo que los grandes asuntos sobre el ser humano, su naturaleza, dignidad y derechos fundamentales están sufriendo una deconstrucción programada cuyos resultados son evidentes en la legislación que afecta al matrimonio (desnaturalizado al perder su identidad esencial de unión entre hombre y mujer), el aborto (convertido en un derecho para la mujer y una obligación para los profesionales sanitarios), la procreación artificial (a la carta, mediante la selección de embriones, utilizando mediante contraprestación económica el vientre de una mujer …) y la identidad sexual de las personas (voluble al transmutarse en género que uno puede legalmente elegir desde la niñez, según las nuevas legislaciones).
Los fundamentos de esta realidad cambiante, que percibimos todos los días, los analiza con gran lucidez y claridad la profesora noruega Janne Haaland Matlary en su libro Derechos humanos depredados. Hacia una dictadura del relativismo (Ediciones Cristiandad). Es un libro cuya lectura aconsejo vivamente porque demuestra cómo la manipulación de los derechos humanos (los de 1945) es, en realidad, una espiral hacia los totalitarismos.
Y es que, como recuerda en el prólogo al libro el catedrático Rafael Navarro Valls, los derechos humanos tienden hoy a alargarse hacia el infinito convirtiéndose en una «espiral de reivindicaciones infinitas». El problema es que si los derechos humanos formulados en 1948 como una Declaración Universal se alteran constantemente al margen de la naturaleza y la dignidad de la persona, cualquier cosa que puedan imaginar, decidida por el legislador de turno, acaba convirtiéndose en derecho y todos nos tenemos que subordinar a él.
Por eso resulta fundamental que nuestros sistemas sociales y políticos y el marco jurídico que los refleje esté claro y sea conforme a la naturaleza, a la realidad y a la dignidad de la persona humana. Difícil tarea cuando la llamada «segunda transición» que se prevé en España no tiene más referencia ética que el deseo de algunas minorías y la acción organizada de determinados lobbies afanados por cambiar la realidad según sus gustos.
Me propongo trasladarles, con su permiso, breves reflexiones sobre esta silenciosa «revolución» de los derechos que, a la larga, pretende dinamitar nuestro modelo de convivencia.
VER+:
Informe sobre la vulneración y recorte de derechos fundamentales en las nuevas leyes autonómicas sobre «igualdad de género»
¿Qué valores democráticos?
Cada vez que los islamistas montan una escabechina en el pudridero europeo, hay que aguantar a los figurines con mando en plaza que, después de cumplir sus minutines de silencio, nos apedrean con una morralla de tópicos resobados y delicuescentes, infaliblemente rematados por una apelación retórica a los «valores democráticos» que «los violentos» nunca podrán derrotar. En esta apelación vacua (verdadero brindis al sol negro del eclipse moral) coinciden con la Liga de Imanes de Bélgica, que acaba de emitir un comunicado regadito de lágrimas de cocodrilo en el que invoca «los valores democráticos de la tolerancia y la vida en común»; y coinciden también con Cheffou, el «tercer hombre» del aeropuerto de Bruselas y reportero freelance que denunciaba gallardamente los «atropellos antidemocráticos» sufridos por los presos musulmanes en las cárceles belgas.
Y es natural que los figurines coincidan en su invocación de los valores democráticos con los imanes belgas y el terrorista Cheffou, puesto que todos ellos se están burlando de nosotros. Aunque, puestos a elegir entre burladores, nos quedamos con el terrorista Cheffou, que –como los bárbaros de Kavafis– al menos cuenta con una solución (aunque sea una «solución final») para el pudridero europeo, frente a los figurines, que sólo aspiran a que nos sigamos pudriendo, hasta convertirnos en una piara sensiblera e invertebrada a la que luego los terroristas puedan apiolar más fácilmente.
¿A qué «valores democráticos» se referirán estos figurines? Porque lo cierto es que el pudridero europeo se ha convertido en un parque temático de los contravalores más peregrinos, siempre en continua expansión gracias, precisamente, a los desvelos de sus figurines: ahora, por ejemplo, se acaba de proclamar democráticamente el «derecho» de los niños madrileños a recibir tratamiento hormonal si desean cambiar de sexo, para que el día de mañana tengamos Agustinas de Aragón con pene y Don Pelayos con vagina que defiendan como auténticos jabatos los valores democráticos contra los yihadistas.
Es, en verdad, demencial que sociedades hedonistas, escépticas y pusilánimes que chapotean en su propio vómito terminal mientras dejan que el mundialismo ausculte todos los orificios de sus hijos, se consuelen pensando que los asisten unos «valores democráticos» más fuertes que el odio de sus enemigos. Cuando lo cierto es que en el pudridero europeo no hay otro valor que la divinización/animalización del hombre, lograda a través de unos derechos humanos en constante mutación que primero destruyeron la vida social y familiar, después arrasaron las conciencias y ahora se disponen, en un asalto final, a mutar y destruir nuestra propia naturaleza.
Solzhenitsyn, refiriéndose a los grandes eclipses morales del siglo XX, afirmaba que Europa era víctima de un «arrebato de automutilación» y de «una conciencia humana privada de su dimensión divina». Este «arrebato de automutilación» a la postre se resume en un laicismo frenético, erigido en idolatría de obligado cumplimiento, que pretende erigirse en religión civil e imponer unos falsos dogmas por los que la gente estaría supuestamente dispuesta a dar la vida.
Pero las idolatrías sólo engendran gente dispuesta a matar mediante métodos cobardes (un venenito por aquí, un bombardeo con drones por allá), nunca a morir generosamente en defensa de los hijos (para entonces hormonados) o de la patria (para entonces un conglomerado plurinacional). Más pronto que tarde lo comprobaremos; pero cuando llegue ese día los figurines que hoy apelan vacuamente a los «valores democráticos» exclamarán prosternados: «¡Alá es grande!».
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