AUTOPSIA AL
PERIODISMO
Como un periodismo amoral
quebranta los pilares de la sociedad
El palangre o palangrismo es la forma de cobrar o aceptar dinero para favorecer una o varias personas u una o varias instituciones sin importar la verdad del hecho. En lenguaje periodístico, práctica de recibir palangre (pago ilícito).
No amigos, no se dejen engañar. No hay un "periodismo de izquierdas" malo y un "periodismo de derechas" bueno. Cualquier periodismo que lleve "apellido" será malo por pura lógica. Es bueno el periodismo limpio, que no esconde ni oculta, que es libre y responsable, que no le teme al poder, que hace lo necesario para servir al público. Y es malo todo aquel "periodismo" que sirve a una ideología, sea cual sea, o que sirve a unos intereses bastardos, que se alejan del interés general y del bien común.Un mal periodismo tiene consecuencias terribles a nivel social, aunque no sean fáciles de observar a los ojos del mundo relativista. Periodismo amoral es el que cree que la verdad no existe, o que en caso de existir vale tanto como la mentira. Es amoral el periodismo relativista, que cree que el bien y el mal son intercambiables. Es amoral el periodismo sin normas morales, pagado por el poder, al servicio de interés particulares y no del conjunto de la sociedad. Es amoral, en suma, el periodismo que renuncia a contribuir al bien común a través de su servicio a los demás; y ese servicio se concreta y resume en la búsqueda y la defensa de la verdad. Por eso, escribí mi primer libro "DEFENDER LA VERDAD".
INTRODUCCIÓN
Éste es el libro que siempre quise escribir. La tesis doctoral que quise hacer. El libro que sigue la estela de aquel “Defender la verdad” (2017) donde ya expuse por qué estoy en el periodismo y por qué cada día estoy más convencido de que la batalla en la que tengo que pelear es ésta. La batalla por la verdad. Pero un escritor (aunque lo sea de manera no profesional, como es mi caso) necesita, además de tener una idea e intentar plasmarla en algo concreto, un socio, un editor. Que en mi caso es amigo porque me ha demostrado una confianza impresionante. “Escribe lo que quieras, que yo te lo publico”, me ha dicho, viéndome arquear las cejas de pura incredulidad. Porque ese es el sueño de todo escritor, profesional o amateur, de todo aquel que quiere contar cosas a los demás: tener un editor que es tu amigo y que confía en tu trabajo. Gracias, Álvaro Romero, de nuevo. Creo que publiqué mi primer artículo de opinión cuando tenía 15 años. En el instituto de bachillerato al que fui, el Gregorio Marañón en el madrileño Barrio del Pilar, teníamos una revista creada por los propios estudiantes. La revista se llamaba “La Gregoria”. Hice un artículo hablando de unos gitanos que habían hecho no sé qué trastadas a unos chicos del barrio, y probablemente (porque no lo recuerdo) terminé haciendo alguna afirmación indecorosa hacia el colectivo en general. El resultado es que a los pocos días de la publicación del artículo, un grupo de chavales de raza gitana me esperaban a la salida del instituto, seguramente para darme las buenas tardes. La cosa no pasó a mayores gracias a un profesor con mucha mano izquierda. Pero ese día empecé a comprender que lo de dar la opinión libremente, por escrito, “mola mucho” pero a veces puede darte algún susto. Y que, por mucho que de entrada te garanticen tu derecho a expresarte, siempre habrá gente interesada en que no hables.
Desde entonces ha llovido mucho, y para ser sincero diré que a pesar de llevar dos décadas largas dedicándome al periodismo en medios de comunicación (sobre todo en la radio) apenas he tenido problemas para decir con libertad en cada momento lo que las cosas me han parecido, gracias sobre todo a la confianza que siempre he tenido por parte de mis directores y de los medios en los que he trabajado. Soy consciente, sin embargo, de que mi caso no es precisamente el que más abunda. Si no se explica bien por qué el periodismo ha muerto como profesión, sus causas y sus culpables, es imposible entender lo que está ocurriendo en el mundo del siglo XXI, en plena pandemia, con la mitad del planeta conspirando contra la otra media. Un mundo donde la mentira se ha erigido, como ya anticipó J. F. Revel, en la primera fuerza motora universal. Decía que este libro quiso ser, en su día, una tesis doctoral. Cuando terminé los cursos de doctorado en la Universidad San Pablo CEU de Madrid (año 2010), propuse a mi querido profesor Alejandro Muñoz Alonso (qepd) que fuese mi director de tesis; un trabajo en el que pretendía demostrar cómo los medios de comunicación habían contribuido a la degradación y corrupción de los sistemas democráticos en Europa.
Mantuve la esperanza de poder hacer ese trabajo durante algunos meses en los que intuyo que mi antiguo profesor de Opinión Pública no quería quitarme la ilusión que, seguro, veía en mis ojos. Finalmente, tomando un café en el hall del Hotel Eurobuilding, puso fin a mi ingenua pretensión: “Nunca vas a poder demostrar científicamente que los MCS han deteriorado la democracia”, me soltó, con delicadeza pero firme convicción. Al principio dudé; luego (cosa normal en todo alumno) desconfié. Pero finalmente, comprendí que Muñoz Alonso tenía razón. No todo lo que uno sabe que es cierto puede ser demostrado científicamente. No pudo ser tesis doctoral (elegí otro tema mucho más objetivable), pero sí puede ser un libro, este libro. Y aclaro desde el principio que lo que me mueve a tratar este asunto no es mi preocupación por la democracia liberal (que es muy relativa), sino la añoranza del buen periodismo y la enorme tristeza y decepción por un proceso lento pero imparable de suicidio del oficio periodístico, de renuncia a su deontología, de connivencia culpable con los grandes pecados de la sociedad moderna. Un oficio que ha dejado de oponerse a los poderes fácticos en defensa de la verdad y del servicio a la ciudadanía para unirse a esos poderes fácticos con el fin de perpetuar su control social a costa, precisamente, de la verdad y de la justicia. Curiosamente, después de mi libro “Defender la verdad”, otros periodistas han publicado obras utilizando la misma palabra..., Pedro J. Ramírez, Bieito Rubido o Arcadi Espada, entre otros. Todos ellos liberales y, por tanto, con una visión liberal de lo que es la verdad; moldeable, subjetiva, inalcanzable..., casi como un sueño, como un imposible metafísico, aunque deseable. En este libro que tiene Vd. en sus manos (escrito por un católico no liberal), veremos que no, que la verdad no es nada de eso, y que para alcanzar y defender la verdad primero debe tener uno el alma limpia, las manos libres y la ayuda de Dios. En el primer capítulo de este libro, hacemos un intento de definir y explicar en profundidad qué es el periodismo y qué es la verdad. Lo primero es imposible sin lo segundo. Pero a lo segundo no se puede acceder ni por casualidad, ni de una manera inconsciente. En un mundo donde la mentira lo ha inundado todo, y todo lo maneja y corrompe, conocer y transmitir la verdad a veces puede ser algo casi heroico; y que, en todo caso, puede comprometer muy seriamente a quien lo hace.
En los siguientes capítulos veremos cómo es hoy el panorama mediático, por qué un oficio tan increíblemente maravilloso se ha prostituido y corrompido de una forma tan lamentable, y cuáles son las consecuencias sociales de todo ello. No es un panorama muy halagüeño, pero sí creemos que es rabiosamente fiel a la realidad. Nuestra tarea, en esta obra, es la de simples forenses: estudiamos el “cadáver” y emitimos un informe que refleja las causas y raíces del óbito. Eso, sí, procurando evitar un tono de funeral. Al revés, procuramos, como buenos cristianos, que ni siquiera un drama así nos robe la sonrisa, ni la alegría, ni la esperanza en una futura regeneración. Como nada es casual, esta obra empieza a escribirse un 8 de diciembre de 2021, Día de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Ha sido ella, la Madre de Dios, quien tantas veces me ha dado fuerzas para seguir adelante, a pesar de las muchas dificultades. Y es a Ella, a mi madre celestial, a quien dedico en primer lugar este trabajo, y ojalá que también sus frutos, que espero sean buenos para la sociedad.
Vivencia y experiencia del periodismo
No recuerdo bien cuándo exactamente me decidí a ser periodista. Sí puedo decir que José María García, el mítico e inconfundible periodista y locutor deportivo, ejerció un enorme influjo personal en mí cuando apenas contaba yo quince o dieciséis años. No solamente escuchaba sus programas nocturnos a diario, sino que los grababa y los oía después, durante horas, a veces atraído por sus enfados y descalificaciones (casi siempre dirigidas a mandatarios deportivos), otras por el uso de su voz, de su peculiar tono y del silencio expectante como estrategias para mantener la atención de sus oyentes. García siempre fue un verdadero maestro en la presentación, el desarrollo y la conclusión de los temas que analizaba en sus programas radiofónicos. Pero, más allá de esas estridencias (a menudo acompañadas de insultos, motes y burlas, todo hay que decirlo), García recordaba con bastante frecuencia algunas condiciones de la profesión periodística que se me fueron quedando grabadas, ya en aquella tierna edad, y que con el paso del tiempo he ido comprobando que, efectivamente, resultan completamente nucleares para quienes desean, sinceramente, dedicarse honradamente a ese oficio “de contar y cantar cosas”. Él, por ejemplo, hablaba constantemente de la independencia del periodista. Una independencia que, naturalmente, casi nunca puede ser total y absoluta (salvo en ciertos casos de periodistas freelance, y quizá ni siquiera) pero que, al menos, sí debe consistir en mantener una distancia prudencial, y muy saludable, con los poderes públicos, tanto políticos como económicos y sociales. García presumía de su independencia y, de alguna manera, la “demostraba” siendo extraordinariamente crítico con todos los dirigentes, independientemente de su color político o condición social. Llegando incluso, en muchas ocasiones, a escenificar la ruptura pública de viejas amistades en defensa de su derecho a ejercer una crítica libre.
Aunque, naturalmente, podríamos poner decenas de ejemplos de periodistas que también han llevado su independencia profesional al límite, he querido concretarlos en J.M. García por el papel decisivo que, como antes decía, ha tenido en mi trayectoria personal y laboral. Pero recuerdo, en aquellos últimos años de Antena 3 Radio y posteriores en la Cadena Cope, también al inolvidable Antonio Herrero, “El primero de la mañana”, a Manuel Martín Ferrand, a Luis Herrero, a Encarna Sánchez, etc., muchos de ellos incluidos luego en lo que se llamó “el sindicato del crimen”, de manera despectiva, precisamente porque compartían esa manera de enfrentarse al poder político (entonces, los gobiernos de Felipe González). Todos tenían su estilo personal, pero todos solían subrayar con frecuencia, ante sus oyentes, la exigencia de ejercer el periodismo con la suficiente independencia como para que ningún juicio periodístico dejase de hacerse por temor a represalias. En aquellos primeros años del bachillerato, donde, como dije anteriormente, comencé a publicar mis primeros artículos de opinión en la revista del instituto, solía leer a diario las columnas de opinión de los articulistas del ABC, el periódico que compraba mi padre prácticamente a diario. Jaime Campmany, Alfonso Ussía, Alejandro Muñoz Alonso, Lorenzo Contreras, Darío Valcárcel, Antonio Burgos..., con unos coincidía más que con otros, pero todos influyeron de manera notable en mi manera de escribir de entonces, en la forma de estructurar un artículo de opinión para ser capaz de exponer un asunto, desarrollarlo brevemente y hacer un juicio crítico sobre la cuestión principal logrando interesar al lector y “enamorarlo” a lo largo de solamente unas pocas líneas. Recuerdo muy bien cómo recortaba y guardaba en carpetas las mejores columnas de Campmany y Ussía, principalmente, que fueron los que más me influyeron. Campmany era un prodigio de erudición y columnismo socarrón, con esa retranca murciana y esa facilidad para ir de lo serio a lo sarcástico, pero siempre con la elegancia e inteligencia de los mejores. Del Ussía de ABC recuerdo su ironía y la valentía con la que tocaba los asuntos más duros, si bien, por supuesto, no ignoraba entonces (ni, por supuesto, ahora) que ambos hacían un articulismo muy ligado a una ideología, la conservadora o “de derechas”, siempre crítica con la izquierda y siempre favorable al único partido de derechas que había entonces, que era el PP. Para un chaval de quince años, eso entonces no suponía un problema ni una contradicción con el hecho de ser lo bastante “independiente” para poder hacer una crítica mordaz al gobierno. Empecé a escribir, más por diversión que porque tuviese la menor posibilidad de publicar nada, y sobra decir que mis primeros artículos eran prácticamente copias de mis “ídolos” del periodismo. Un batiburrillo con frases típicas de José María García, el descarado atrevimiento de Encarna Sánchez, el ingenio de Campmany y la gracia de Ussía, aunque por pura lógica, con la ingenuidad, inexperiencia, falta de criterio, ausencia de matices y, sobre todo, ignorancia de cómo funciona el mundo de un chico que estaba estudiando el bachillerato. Después de unos meses publicando artículos en “La Gregoria”, mi siguiente experiencia como “columnista novel” fue durante el primer curso de la Licenciatura de Periodismo en la Universidad San Pablo CEU. Empecé a colaborar en un programa de radio de una emisora local de Madrid, Radio ELO, escribiendo artículos que luego leían en directo unos compañeros de clase. La radio era, para mí, todavía una gran desconocida y no me atrevía a ponerme delante de un micrófono (sin duda, debido a mi gran timidez, entonces muy evidente). Pero esa primera autoexigencia de tener que preparar todas las semanas un artículo de opinión sobre un asunto de actualidad, me empezó a acostumbrar a la servidumbre natural del oficio periodístico: estar al tanto de la actualidad, leer periódicos, escuchar informativos, aprender de los maestros para poder estar “a la altura” y no decepcionar a los oyentes de aquella pequeña emisora local.
Me viene a la memoria la noticia, que se produjo el 5 de abril de 1994, del suicidio de Kurt Kobain, el entonces líder de Nirvana, uno de los grupos de rock más importantes del mundo. Recuerdo bien que tuve una acalorada discusión con mis compañeros sobre el enfoque de la cuestión de fondo, porque mientras ellos consideraban que un suicida demostraba una gran valentía por el hecho de ser capaz de afrontar el fin voluntario de su propia vida, yo veía claramente que, al contrario, en aquel comportamiento había básicamente una actitud cobarde, de huida, de no querer afrontar los problemas que, sin duda, en el caso de Kobain, venían derivados de su fama y sus adicciones. Se puede decir que aquel “intercambio de pareceres” fue mi primera “discusión de redacción”, si bien todavía no existía tal redacción, sino solamente un aula vacía de la Facultad. Una de las primeras cosas que me llamó la atención de mi primera etapa universitaria (la de la Licenciatura de Periodismo, en la Universidad San Pablo CEU de Madrid) fue el perfil de la mayoría de mis compañeros. De entrada, apenas dos o tres personas, en una clase de unos 40 alumnos, comprábamos el periódico a diario. Aunque en la Facultad había un aula de “lectura de prensa”, con los principales periódicos del día, casi nunca había alumnos que se pasasen por allí, y cuando había, casi siempre eran los mismos. Si preguntabas a tus compañeros por sus preferencias profesionales de futuro, la mayoría querían salir en TV, ser presentadores, ser famosos, ganar dinero...Apenas había compañeros que quisieran, por ejemplo, escribir en prensa escrita, ser directores de periódico, o dedicarse a la radio en informativos. Como mucho, en deportes. Lo cierto es que ese mismo perfil que encontré como alumno de Periodismo es el que después vi también en los medios de comunicación por los que he ido pasando. Muy poca gente realmente excepcional. Muy pocos periodistas “de raza”, con olfato y carácter, con verdadera vocación. Más bien, eso, personas atraídas por la fama, la influencia social, la popularidad y el dinero. Cuando encontrabas a alguien distinto, a un verdadero periodista, lo notabas enseguida, al instante. Te dabas cuenta por cómo hablaba, por la forma de razonar, de sacar conclusiones. Por su capacidad analítica. Siempre he dicho que tuve la enorme suerte de poder disfrutar de algunos profesores realmente brillantes en aquella primera etapa universitaria. Recuerdo con mucho cariño a Javier María Pascual, que nos daba “Redacción Periodística”. Era un veterano periodista navarro, que había dirigido la Agencia EFE en su tierra natal, y que nos daba no solamente nociones muy claras de cómo escribir correctamente, sino también unas prácticas que siempre me resultaron provechosas. Por desgracia, la mayoría de compañeros no pensaban lo mismo, y algunos (con la crueldad que siempre demuestran los cobardes) se burlaban del viejo profesor, le ponían motes y se pasaban sus clases enredando. También recuerdo con mucho agrado, en Teoría del Periodismo, a Justino Sinova, hombre de prensa escrita, primero en Diario 16 y después en El Mundo, quizá uno de los profesores cuya personalidad más recuerdo y más me ha influido después como informador. Era un hombre muy serio, que desde el primer día nos trasladó la responsabilidad que representaba nuestra profesión, las consecuencias que puede tener el mal ejercicio del periodismo, la importancia de la ética y la deontología...Pero también los sacrificios que entraña el ejercicio profesional, las dificultades en el día a día, etc. Sus clases estaban tan pegadas a su actividad como periodista, te contaba tantas historias personales, te hablaba de tantos otros profesionales..., que me quedaba embobado. Por supuesto, no me perdía ni una de sus clases.
Lo mismo puedo decir de otros magníficos profesionales de quienes, a pesar de los años que han pasado ya, sigo guardando un recuerdo entrañable. Alberto Miguel Arruti, qepd, veterano periodista de Radio Nacional y de TVE, que llegó a tener también cargos directivos en el ente público, y que nos daba asignaturas como Teoría de la Comunicación Social, Sistemas y Medios de Comunicación, o Sistemas Informativos en el Mundo Actual. Arruti era un hombre muy cercano y simpático, con el que llegué a tener una excelente relación personal. José Manuel González-Torga, forjado también en la “escuela” de periodistas y locutores de Radio Nacional de España, nos dio las asignaturas de Teoría y Técnica de la Información Radiofónica, Teoría y Técnica de la Información Televisiva, y Técnicas de Expresión Oral y Escrita. Era también un excelente profesor, fue un profesional de un enorme prestigio, y aprendí muchas cosas en sus estupendas clases. La carrera universitaria no hace que tengas más vocación de aquella con la que llegas. Entre otras cosas porque, como he dicho en bastantes ocasiones, es imposible que un chico de 18 años pueda tener la suficiente madurez como para asimilar correctamente una cantidad ingente de conocimientos no solamente teóricos y académicos, sino también humanos. Yo salí de la Universidad con 22 años y una Licenciatura en Periodismo, pero naturalmente no sabía nada sobre el periodismo como oficio, como profesión, como pasión, como forma de vivir, como forma de pensar.
Fueron las prácticas profesionales, que empecé a realizar muy pronto, apenas en segundo año de carrera, las que me acercaron ya definitivamente a la realidad del oficio. Antes aún, con apenas 19 años, estando todavía en primero de carrera, ya me inicié delante de un micrófono, junto a unos compañeros de promoción, en una emisora local llamada Onda Norte, cuya primera ubicación estaba en un piso de la calle Francos Rodríguez, muy cerquita de la Dehesa de la Villa y del Instituto La Paloma. Luego vendrían otras prácticas también en radios locales, como Radio Enlace, en el barrio de Hortaleza. Hablamos de un tipo de radio aficionado, artesanal, donde igual tenías que estar delante del micrófono como manejar la mesa de sonido, o poner una bombilla en el estudio, porque se había fundido y no podías ni leer. Más tarde, vendrían las prácticas regladas en emisoras generalistas, a través de los convenios que tenía la universidad con distintos MCS. Primero en la Cadena Cope, allí coincidí con Antonio Jiménez, Paco Pelegrín, Elsa González..., por allí estaban todavía José María García, Antonio Herrero, Luis Herrero...Gente a la que, con mi juventud, y desde la ingenuidad de los pocos años, uno veía como perfectos e inalcanzables, como mitos vivientes. En Onda Cero trabajé con Víctor Arribas, Javier Fernández Arribas, Félix Madero...También conocí Radio Exterior de Radio Nacional de España, una emisora completamente distinta, donde un chico que estaba empezando tenía muchísimas posibilidades y recursos a su disposición, por los medios con los que se contaba y además, en turno de fin de semana. Hacer prácticas en emisoras de primer nivel, con apenas 20 años, te da un bagaje que no puede sustituir ningún máster ni módulo universitario. Esa es la radio de verdad, allí se trabaja sin red, y aunque tengas la etiqueta de becario, los oyentes no son becarios, son personas que al encender la radio quieren escuchar a locutores buenos, que hablen correctamente y no se equivoquen, lógicamente, sin importarles la categoría profesional que tú tengas. Recuerdo la indescriptible emoción de mis primeros boletines de madrugada, con Paco Pelegrín, los fines de semana, meses de octubre a diciembre de 1995. Daba igual que fuesen las 3 de la mañana..., la luz roja se encendía y tú eras uno más, un locutor delante del micrófono de la Cope, posiblemente con miles de personas escuchándote.
Recuerdo de aquellos años al sacerdote y periodista José Luis Gago, uno de los fundadores de la COPE. Cuando yo hice mis primeras prácticas allí, “el padre Gago” se paseaba por las mesas de la redacción, con su sotana y su clergyman, la Biblia y el rosario encima, ayudando en lo que podía a los más jóvenes. Un hombre muy cariñoso y muy cercano, al que todo el personal mostraba siempre un enorme respeto. No era exactamente un jefe de redacción, sino más bien un consejero en aspectos éticos, un supervisor final de noticias que pudieran tocar a la línea editorial de la casa y que quizá necesitaban un retoque antes de ser lanzada en antena. El padre Gago estaba mucho más cerca de nosotros los becarios que de García o Antonio Herrero. De mi etapa en Onda Cero, recuerdo sobre todo mis salidas para cubrir noticias como reportero de información local, ya que estuve en la sección de Madrid. Aquella etapa fue crucial para mí, ya que el reportero es un periodista puro que tiene que obtener casi todos los elementos informativos. Normalmente, partes de un teletipo de agencia, pero después dependes de tu olfato, de la suerte que tengas, de las fuentes que consigas, y de lo dispuestos que estén los demás a hablar. Porque en la radio, lo sustancial, lo primero es el sonido. De poco sirve la noticia, por mucho valor que tenga, si no la puedes ofrecer con un testimonio, el sonido de un accidente, de una explosión por ejemplo, o del derribo de un edificio que amenazaba ruina. Llegar a la redacción sin un sonido relevante era un pequeño fracaso.
La Tradición de la Iglesia nos recuerda con firmeza que los medios de comunicación tienen que estar al servicio de la Verdad, cuanto más los medios católicos. Pues Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida. Él Único Camino que conduce al Padre, la única Verdad que no se puede relativizar y la única Vida que tiene Palabras de Vida Eterna. Entrevista en BUTACAS VACIAS al periodista D. Eduardo García Serrano. Nos cuenta su coherencia como comunicador católico. Reflexiona sobre su larga experiencia como profesional en los medios de comunicación (prensa, radio y televisión). Una apasionante aventura desde sus comienzos en el legendario periódico el Alcázar hasta nuestros días. Eduardo se ha mantenido siempre fiel a la Verdad, aunque haya tenido que sacrificar prestigio, dinero, comodidad... Él no lo cuenta como pérdida sino como una ganancia. Estaría dispuesto a dar la vida por la Verdad, que es dar la vida por Cristo.
Lo repite tres veces muy convencido. Al igual que San Pedro cuando arrepentido de las tres negaciones, confirma tres veces su amor por Cristo, ya resucitado. La Iglesia Católica es la única religión verdadera y así lo defiende García Serrano. La Iglesia no debe intentar amigarse con sus enemigos rebajando el listón del Evangelio. Denuncia el gran aggionarmento en la Iglesia tras el Concilio y cómo se ha ido acelerando el proceso de infiltración del modernismo y su ruptura con la Tradición. Pone a Chesterton como modelo de periodista católico y nos recuerda su genial frase “Cuando era joven creía en Dios y ahora que soy mayor sólo creo en Dios”. Nos anima a seguir defendiendo la Tradición, pues aunque somos minoría la victoria es nuestra. “Por fin, Mi Inmaculado Corazón triunfará” dijo la Virgen en Fátima. También repasa los aspectos esenciales de la historia de España y su grandiosa vocación como faro de la Cristiandad. No les desvelo más de esta apasionante entrevista.
0 comments :
Publicar un comentario