EL Rincón de Yanka: LIBRO "LOS DEMONIOS DEL EDÉN": EL PODER QUE PROTEGE A LA PORNOGRAFÍA INFANTIL por LYDIA CACHO 👿👥👦👧💀

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lunes, 8 de julio de 2024

LIBRO "LOS DEMONIOS DEL EDÉN": EL PODER QUE PROTEGE A LA PORNOGRAFÍA INFANTIL por LYDIA CACHO 👿👥👦👧💀

LOS DEMONIOS 
DEL EDÉN


El Poder que protege 
a la pornografía infantil

En 2005 Lydia Cacho sometió a juicio de la opinión pública el famoso caso de Jean Succar Kuri, un hotelero de origen libanés, residente norteamericano, que cometía abuso sexual de menores en Cancún y era protegido tanto por autoridades locales como por políticos de gran envergadura, que incluso participaban del delito de corrupción de menores.
Protegidos de las autoridades en un Refugio para Víctimas del delito de una ONG en Cancún, los menores denunciaron los hechos que, contra toda predicción, probaron los delitos ante la Procuraduría General de Justicia. Gracias a su valiente testimonio, Succar Kuri fue arrestado en Arizona.

Un libro que presenta la cadena que comienza con el abuso sexual infantil, la explotación sexual, el turismo sexual con menores, el comercio sexual con hombres de poder, la protección tanto policíaca como política de los pederastas, la pornografía, el lavado de dinero y el tráfico de influencias. Todo englobado en una poderosa y peligrosa red mundial de crimen organizado.

Intelectuales mexicanos opinan sobre Los demonios del Edén:

«Hay libros que cambian la historia de un país. Éste es uno de ellos. Los demonios del Edén impidió que una abusiva trama de corrupción quedara impune. Ejemplo de valentía y pasión por la verdad, confirma la fuerza y la dignidad del oficio periodístico. Hay personas que son héroes. Lydia Cacho es una de ellas». Juan Villoro, escritor
«Este libro destapa una de las tramas de la complicidad ilegal entre la trata de personas y el poder político en México y, al mismo tiempo, hace de su autora una de las periodistas más creíbles, valientes, y reconocidas de su historia reciente». Fabrizio Mejía Madrid, escritor
«La autora de Los demonios del Edén ha sido elevada al nivel de símbolo por los mexicanos que no están dispuestos a seguir callados ante los abusos y crímenes perpetrados al cobijo del poder. Lydia, que defiende a capa y espada la dignidad de niños y mujeres, logró conjugar la solidaridad del gremio periodístico. Es mujer de una pieza». Elena Poniatowska, escritora
«Libro atroz, valiente, incisivo, Los demonios del Edén de Lydia Cacho es una de las pruebas fundamentales de las perversiones y complicidades que en México hay entre el poder político, el poder económico y las redes de prostitución y pornografía infantil. Después de él y de los sufrimientos que su autora pasó para escribirlo, ese mundo aterrador no puede ser ya el mismo: hay alguien que lo mira con una luz implacable. Con la fuerza y el valor de Lydia Cacho, el Edén de la infancia encontró en México a su más pura y hermosa centinela». Javier Sicilia, poeta

La esperanza tiene dos hijas: la ira y el valor. 
La ira para indignarse por la realidad 
y el valor para enfrentar esa realidad e intentar cambiarla. 
AGUSTÍN DE HIPONA

A las mujeres y a los hombres que entre la ira y el valor 
intentan a diario construir un México libre de violencia.

Introducción

Escribir o leer un libro sobre el abuso y comercio de menores no es fácil ni agradable. Sin embargo, resulta más peligroso guardar silencio sobre el fenómeno. Ante la muda complicidad de la sociedad y el Estado, miles de niñas y niños son víctimas de comerciantes que los convierten en objetos sexuales de millones de hombres que encuentran en el abuso sexual infantil y en la pornografía un deleite personal sin cuestionamientos éticos. Ésta no es la historia de un viejo sucio que descubre que le gusta tener sexo con niñas de incluso cinco años de edad. Si bien los fragmentos narrados por las víctimas son profundamente dolorosos, la valentía y claridad de los testigos y especialistas nos permiten ver la luz al final del camino y ahondar en las implicaciones de la inacción ante la violencia y la explotación sexual. 

 Aquí mostramos el sustento cultural de la misoginia y el intrincado tejido que une a un abusador sexual con el crimen organizado, bajo el cobijo de la impunidad y la corrupción policíaca. Vemos cómo los poderosos extienden sus brazos allende las fronteras, para intentar acallar las voces de denuncia que develan las redes de complicidad criminal. Tal complicidad, aunada a la falta de protección policíaca y el tenor a sus victimarios, provoca que miles de víctimas de delitos violentos en México se retracten de sus denuncias, o bien, por no callar sean asesinadas. El reto del periodismo es recontar historias humanas para comprender mejor el mundo que nos rodea. 

Los demonios del Edén cumple ese propósito: poner de manifiesto el mundo de las sombras al que a diario, y sin saberlo, se enfrentan cientos de madres, padres e infantes que jamás creyeron que podrían caer en las garras de un pederasta, un experto en pornografía o un violador. Con base en una rigurosa investigación periodística se expone una historia que aún no llega a su fin. Dado que el caso del pederasta Jean Succar Kuri sigue en proceso para llegar a juicio por los delitos federales de pornografía infantil y abuso sexual de menores, evitamos en lo posible dañar las investigaciones judiciales. Por ello se omitieron los nombres reales de algunos testigos y agentes federales de investigación cuya labor profesional ha sido esencial. Toda la información está respaldada por documentos oficiales, declaraciones directas de las víctimas e incluso por grabaciones de video y voz en poder de peritos expertos de las autoridades judiciales. El seguimiento y respaldo de investigaciones de colegas periodistas están documentados. Las menciones de reconocidos personajes del ámbito empresarial y de la alta política mexicana se enmarcan en declaraciones de las víctimas y se encuentran sustentados en documentación oficial en manos de la AFI y la PGR. Cuando se logre extraditar a Jean Succar Kuri y se le lleve ajuicio, podrán probarse los delitos o exonerarlos.

Este libro no hubiera sido posible sin la participación de personas que, como yo creen que es posible construir otro mundo libre de violencia y sexismo y que para lograrlo se precisa de congruencia y persistencia. Por esto agradezco desde el alma a mis compañeros, compañeras y maestras en la construcción de la paz: Claudia, Darney, Erika, Berenice, Irma, Edith, Rosario, Magdalena, Araceli, Marcely, Clara, Vicky. Valentina, Lía, Tabi, Alicia y Enrique. Amis colegas periodistas Adriana Varillas y David Sosa; a la valiente abogada Verónica Acacio; a las expertas norteamericanas Dianne Russel, Deborah Tucker, Juliet Walters, Patricia Castillo, y a Arturo M. A los agentes de la PGR, excepcionales entre sus colegas, cuyos nombres no puedo revelar, pero que alimentan la esperanza de que algún día México cuente con cuerpos policíacos profesionales, con ética y honestidad. . Agradezco a mi familia entera, que me ha acompañado en momentos difíciles producto de mi trabajo. A mis maestras feministas Paulette Ribeiro, Marcela Lagarde, Pilar Sánchez, Montse Boix y Mirta Rodríguez quienes dan significado a la palabra sororidad. Y, sobre todo, dedico este libro a las niñas y niños víctimas del abuso e infortunado(a)s protagonistas de estas páginas. Entiendo que la posibilidad de un mañana diferente en sus tiernas vidas requiere asegurarse de que el crimen en su contra no quede impune.

Cancún, Quintana Roo, 
febrero de 2005

Prólogo

Cintia está sentada con las piernas tensas, con la intención de subirlas y convertirse en un ovillo, de esconderse en su propio cuerpo. La sicóloga le habla pero la niña de trece años mantiene la mirada baja; parece dormida, sorda, muda, ausente. El espacio de la cámara de Gessel, alfombrado de piso a techo, es inspeccionado por su mirada. Mientras tanto, la sicóloga le explica: No te preocupes, él ya no puede tocarte, ya jamás podrá acercarse a ti. Cintia crispa las manos sobre el cuerpecillo lánguido de un animal de peluche blanco y negro, lo abraza y cubre su pecho con él. 

—Lo conocí cuando tenía nueve años. Fui a su casa y nadábamos bien padre en su alberca, yo y otras niñas. El estaba con su esposa. Nos veían jugar y luego nos mandaban a la casa con su chofer. Siempre me daba un poco de dinero para que me comprara dulces, o lo que yo quisiera. La mirada de Cintia se cristaliza, fija en las pupilas de su interlocutora. Hala su cabello crespo, rubio y muy corto, se restriega la cabeza con las manos, tuerce el cuello. Fija la mirada de nuevo. 

—Un día que Emma me llevó a Solymar él me llevó a su cuarto del hotel — se acurruca abrazando a la criatura de felpa. Sin llorar, mira al vacío—. Comenzó a tocarme y me dijo que eso hacen todos los papás con sus hijas, que como yo no tengo papá y él me quiere... Me lastimó con las manos, yo lloraba y lloraba pero él no paraba. Luego me bajó a la sala. Allí estaba mi hermano. Nos sentó juntos a ver la tele y le dijo a mi hermano que me tocara. Claro que él no quiso, gritó, pero Johny es muy grande y muy fuerte y nos obligó a hacerlo. 

—¿Por qué volvían tú y tu hermano y las otras niñas? 

—Una vez estábamos en su cuarto, después de que me hizo cosas. Yo no quise bajar a la cocina y él subió por mí. Traía un cuchillo, de esos grandotes de la cocina, en la mano y me dijo que me iba a cortar toda, en pedacitos. Yo bajé. No quería que me cortaran en pedacitos. El es el diablo y me daba miedo. Me decía “Mira, mi’jita, si te portas bien y me obedeces todo va a estar bien, irás a la escuela y te compraré ropa y cosas bonitas; pero si le dices algo a alguien, esa persona se va a morir. Si le dices a tu mamá, ella se muere. Ya te dije, esto, aunque no te guste, es lo que hacen todos los papás con sus hijas”. Y como yo no tengo papá... 

—¿Qué más te decía? 
—Ya no voy a hablar —hace un puchero, con gesto infantil — porque va a venir por nosotras y nos va a llevar al DIF y nos van a separar para siempre y me van a regañar por hacer esas cosas malas. Eso dice él, que si hablamos nos encerrarán en una cárcel del DIF y nunca volveremos a ver a mi mamá ni a mi tío de Mérida. Guarda silencio y acaricia a su muñeco. Cintia comenzó a ser víctima del abuso desde los ocho años de edad y lo fue hasta hace un par de meses —ahora tiene trece—, cuando su prima Emma la llevó a denunciar lo que estaban viviendo. 

—Cuéntame más sobre lo que pasaba en su cuarto del hotel. La niña decide hablar aunque no mira a la psicóloga sino a sus manos. 
—El se tomaba fotos haciéndome cosas. Luego me llevaba a su computadora y me decía: “Mira qué bien nos vemos haciendo nuestras cosas!”. Y las mandaba por internet, que yo entonces ni sabía qué era. Quería llorar, pero me daba miedo. El “Tío Johny” era bueno a veces, sólo que tiene ese problema... le gusta hacer cosas con las niñas. 
—Cintia, ¿te gustaría vivir en el refugio con tus hermanos y tu madre? 
—Sí, creo que sí. La menor se levanta despacio de la silla, sale de la cámara de Gessel y se encuentra con su madre en el pasillo. Se miran y ésta rompe a llorar. 

Su hija ha pedido ayuda por primera vez en sus trece años de vida. Cintia se dirige a tomar un baño caliente, acompañada por la psicóloga. No quiere desvestirse. Por fin acepta. Poco a poco se despoja de una playera y dos camisetas. Viste cuatro calzoncillos de algodón, uno sobre otro. El último queda expuesto. Es blanco y sobre el resorte en buen estado tiene un listón fuertemente amarrado. Llevada por el miedo, con él la niña clausuró su sexo, su derecho al placer. 
El delincuente culpable de esa y otras vidas trastocadas tiene un nombre: Jean Succar Kuri, el infame hotelero libanés de Cancún. La escala e impunidad con que Succar y su red de apoyo cometieron estos delitos sólo puede explicarse en el contexto del territorio salvaje que ha sido Cancún, una ciudad con un crecimiento vertiginoso, sin leyes ni autoridad, propicia para anidar toda suerte de infamias.

Nota de la autora

Todos los datos de esta investigación están respaldados con documentos oficiales y testimonios directos. Puesto que ya han sufrido lo intolerable y con la esperanza de que nunca más vuelvan a ser humilladas y exhibidas, los nombres de las víctimas han sido cambiados por seudónimos.

Epílogo

La corrupción e ineficacia de las autoridades son responsables de que miles de víctimas y testigos de delitos graves en este país prefieran guardar silencio, antes de enfrentarse a la torpe maquinaria de la policía judicial. El caso Succar es muestra fehaciente de ello. El testimonio de más de una veintena de mujeres y niñas que se acercaron a las organizaciones no gubernamentales, e incluso a periodistas, podría facilitar el encarcelamiento de delincuentes de la talla de Succar Kuri y las mafias que lo protegen. Pero la estigmatización y revictimización sistemática de las y los denunciantes son ejemplares. Por consiguiente, los delincuentes aprovechan esta inseguridad y desconfianza como elemento de inhibición de las víctimas, en pocas palabras, como alimento de la impunidad. 

Las incontables amenazas que recibieron las víctimas, al igual que las organizaciones no gubernamentales que las protegieron, fueron ignoradas por las autoridades. En ocasiones el desgaste por las amenazas entorpeció las acciones necesarias para lograr que las niñas testificaran. Como sucede en la mayoría de los casos, la falta de liderazgo, confianza y respuesta de las autoridades judiciales, y del mismo gobierno del estado, favoreció al delincuente y a su red de apoyo. México apenas comienza a desarrollar reformas destinadas a proteger los derechos de las víctimas de delitos. Uno de los factores fundamentales de la impunidad es la falta de una coordinación sistémica entre los eslabones de administración e impartición de justicia. Eduardo Buscaglia, de la Oficina de Prevención del Delito de la ONU, asegura que la policía preventiva mexicana no tiene un rol adecuado, no sólo porque la policía judicial no la reconoce, sino porque no está preparada para prevenir el delito. 

Los múltiples cuerpos policíacos (de seguridad pública, judicial, federal preventiva, AFI, etcétera) están desvinculados, mantienen guerras de poder territorial y siembran gran desconfianza en la ciudadanía. 

—Si en realidad se pretende hacer cambios sustantivos en la impartición y administración de justicia —asegura Buscaglia—, es preciso desarrollar un sistema de inteligencia preventiva e investigadora. No es posible que una subdirectora de Averiguaciones Previas someta a una víctima a enfrentarse con su agresor para arrancarle una confesión. Los cortocircuitos entre las diferentes policías mexicanas fomentan y facilitan la impunidad. Son varios los factores que fortalecen la relación entre el crimen organizado y la corrupción en el sistema judicial; está comprobado que en los países que bajan sus tasas de delincuencia, hay un mayor acercamiento de la justicia con la sociedad. Sabemos que hay grandes abusos de discrecionalidad delictiva, en esencia porque se utilizan criterios contradictorios entre un caso y otro, como lo admiten los propios agentes de la AFI que investigaban el caso Succar.

De acuerdo con Eduardo Buscaglia, de los casos recibidos por el ministerio público en México, noventa y siete por ciento muestra dilaciones indebidas. Una manera de combatir la discrecionalidad y la corrupción en los ministerios públicos es llevar a cabo una investigación patrimonial de las y los funcionarios, con el fin de medir los nexos de la delincuencia organizada, la policía y las fiscalías. 

—La policía preventiva —dice el especialista— debe aplicar operativos de “ventanas rotas”, esto es, que el sistema reaccione eficazmente en “delitos menores” como la violencia doméstica, porque es allí donde se observa mayor impunidad. Además de precisar capacitación con perspectiva de género para combatir el sexismo policíaco, se debe desarrollar un sistema de imparcialidad objetiva, en el que haya dos jueces, una o uno que controle las garantías de la víctima y otro que sea sentenciador. Así se combate la corrupción. Si bien el sexismo y la misoginia son aspectos culturales que lleva mucho tiempo desarraigar, algunas especialistas aseveran que se puede y debe establecer criterios objetivos de atención a víctimas de delitos de abuso y explotación sexual y todos los relacionados con el uso y abuso general del poder, que contaminan los procesos. Las constantes creaciones de “culpables falsos” de las procuradurías de justicia del país, como en el caso de las muertas de Ciudad Juárez, fortalecen a la delincuencia y son medidas políticas en extremo dañinas a largo plazo. México sigue sin utilizar recursos científicos como el estudio del ADN en sus investigaciones de diversos crímenes, entre ellos el abuso sexual, la violación y la violencia doméstica. Se recurre aún a criterios anacrónicos, meramente visuales, basados en el conocimiento (o desconocimiento) individual de quien valora a las víctima Hay un abuso de discrecionalidad latente por parte de los jueces con respecto a las pruebas, en particular en delitos de naturaleza sexual y con niños y niñas. Además, en la mayoría de los casos no se practican análisis técnicos de los expedientes para valorar las evidencias. 

—México —opina Eduardo Buscaglia— es considerado por varios especialistas de prevención del delito de las Naciones Unidas, como uno de tantos países donde la delincuencia y la impunidad son alimentadas por la falta de institucionalidad policíaca, donde el valor de la vida, de la ciudadanía y del Estado se deprecian cada día más. Este año se cumple una década de la celebración de la Conferencia de la Mujer en Pekín, en la cual se lograron acuerdos internacionales para la prevención y erradicación de todas las formas de violencia contra las mujeres. 

La pornografía infantil, el abuso sexual, la violación y la explotación sexual involucrados en el caso Succar son muestra de que nuestro país dista de cumplir con los acuerdos signados con bombo y platillo ya por dos presidentes de la República: Ernesto Zedillo y Vicente Fox. Aunque el tema es complejo y en él no aplica el reduccionismo, dado el número de víctimas y los personajes políticos involucrados, lo que suceda con este caso dará cuenta de la verdadera postura del Estado mexicano ante la explotación y el turismo sexual infantil inaugurado en este paraíso económico de la nación: Cancún, Quintana Roo. El juicio de extradición es también una forma de tortura para muchas víctimas que han hablado y aún temen por su vida. Mirándolas a los ojos, luchando por mantener la serenidad, durante doce meses escuché sus tragedias personales, sus miedos y pesadillas. Sé que muchas más se mantendrán en silencio, por miedo a la humillación y al desprecio de los suyos, por miedo a ser maltratadas por las autoridades judiciales. 

Gracias a la valentía de quienes me contaron su historia, dibujamos un mapa de la infamia, pero también de la fortaleza y la valentía. Ellas también saben que los familiares cercanos de Jean Succar, que han lanzado amenazas, al igual que algunos de sus protectores, no se quedarán quietos. El crimen organizado difícilmente perdona a las y los esclavos que se le rebelan. 

 En tanto el México de “los niños y las niñas” no establezca políticas públicas de equidad efectivas y renueve el sistema judicial, cientos de niñas mexicanas son y seguirán siendo torturadas, violadas y entrenadas por hombres de poder para venderlas, fotografiarlas y entrenarlas con miras a convertirlas en bailarinas de table dance, en prostitutas, en actrices de cine pomo, ése que se vende en los hoteles de cinco estrellas, protegido bajo la suave mano de la ley.

El elefante

Cuenta la historia que un niño pequeño caminaba con su padre por el traspatio del circo. El pequeño miró azorado a un gran elefante que se mantenía inamovible atado a una pequeñísima estaca que le unía la pata a una cadena, comparativamente diminuta al tamaño del paquidermo. 
—¿Por qué es tan estúpido el elefante, papá? 
—Preguntó el pequeño—. ¿Cómo es posible que no se dé cuenta de que él es mucho más fuerte que esa cadena y la débil estaca? El padre le respondió: 
—Cuando capturaron a este elefante, era pequeñito y confiaba en quien se le acercase con ternura; así lo encadenaron por primera vez, cuando las dimensiones de la cadena y de la estaca eran mayores para él. Inicialmente, al verse atrapado intentó zafarse, pues sufría; de inmediato su entrenador lo golpeó y apretó más el grillete a su pata. 
Cuando el pequeño volvió a intentar liberarse su tobillo sangró, provocándole un gran dolor, además de recibir una tunda. Fue creciendo y de nuevo intentó liberarse, al sentirse sofocado y atado a los deseos de su entrenador; y es que quería ser libre como los elefantes de la estepa africana o los de la India. Esta vez el entrenador lo castigó con una vara de toques eléctricos que casi le provocan un desmayo. Así siguió el elefante intentando liberarse, mirando a la gente que pasaba sin soltarle la cadena, que ignoraba su dolor. 
Y un terrible día, hijo o, el elefante entendió que no tenía salida, que, hiciera lo que hiciese, siempre sería castigado por añorar su justa libertad y fue así que dejó de luchar por ella, asumiendo su realidad como la única posible. 

Esta maravillosa historia popular, narrada por el terapeuta Jorge Bucay, ilustra a la perfección el Síndrome de Estocolmo y el Síndrome de Estrés Postraumático que viven las víctimas de violencia y abuso sexual. Tal vez esta historia nos ayude a imaginar lo que sienten las niñas y niños víctimas de pedófilos profesionales como Jean Succar Kuri. Sin importar su edad, quienes han crecido en el abuso y la violencia en una sociedad a la que poco le importa el dolor ajeno, un terrible día comprenden que ésa es la realidad que les tocó vivir. Hagan lo que hagan, alguien siempre las encontrará culpables de ser víctimas. Hasta que la sociedad recupere la compasión. Hasta que los criminales paguen con la cárcel. Hasta que la educación cambie la idea de lo que es ser hombre y ser mujer en equidad, libertad, amor y respeto.

Las redes mundiales de tráfico de niños van saliendo a la luz, 
está dejando de ser teorías de la conspiración.