EL Rincón de Yanka: REGRESANDO A CASA

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jueves, 22 de febrero de 2018

REGRESANDO A CASA



Scott Hahn, teólogo y pastor presbiteriano, ha escrito un libro sobre su conversión y la de su esposa, que ha sido best-seller en USA. En él nos dice: “Mi abuela era la única católica de mi familia: una discreta, humilde y santa mujer. Mi padre me dio sus objetos religiosos, cuando ella falleció. Los miré con repugnancia y horror. Tomé el rosario entre mis manos y lo rompí, diciendo: Dios mío, líbrala de las cadenas del catolicismo que la han tenido aprisionada. También rompí sus libros de oración y los tiré a la basura, esperando que esa superstición sin sentido no hubiera condenado su alma… No siento el menor orgullo de haber actuado así, pero lo cuento para hacer ver lo profundas y sinceras que son las convicciones anticatólicas de muchos cristianos de la Biblia. Yo no era anticatólico por un fanatismo malhumorado, sino por convicción”.

“Los católicos no tienen idea de lo dura que resulta para los cristianos bíblicos aceptar las doctrinas y devociones marianas. Pero eran ya tantas las doctrinas de la Iglesia, que habían demostrado estar sólidamente basadas en la Biblia, que acepté dar también un paso de fe en esto. Y recé: María, si eres tan sólo la mitad de lo que la Iglesia católica dice que eres, por favor, presenta por mí esta petición al Señor. Y recé mi primer rosario. Lo recé muchas más veces y, tres meses más tarde, me di cuenta de que, desde el día en que yo había comenzado a rezar el rosario, aquella situación, aparentemente imposible, había cambiado. ¡Mi petición había sido escuchada! Y volví a tomar el rosario, que no he dejado de rezar desde aquel día”.
“En ninguna parte de la Biblia se dice: Tienes que aceptar a Jesucristo como tu Señor y Salvador personal. Es una buena cosa hacerlo, pero no era eso de lo que el Señor hablaba, cuando le dijo a Nicodemo en Juan 3,3 que tenía que nacer de nuevo. Jesús clarificó lo que Él quería decir al afirmar, tan sólo dos versículos más adelante: Tienen que nacer del agua del Espíritu, con lo que Él se refería al bautismo”.
“En mi clase de historia de la Iglesia un alumno me preguntó:
- Profesor, ¿dónde enseña la Biblia que la Escritura es nuestra única autoridad?
- Veamos 2 Tim 3,16-17: Toda Escritura, inspirada por Dios, es útil para enseñar, para rebatir, para corregir y para formar en la justicia…
- Pero, cuando Pablo dice toda Escritura no dice sólo la Escritura. Y san Pablo a los Tesalonicenses (2 Tes 2,15) habla de guardar las tradiciones que recibisteis de palabra o por carta…

Estudié toda la semana sin llegar a ninguna conclusión. Llamé incluso a varios amigos, pero no hice ningún progreso. Finalmente, hablé con dos de los mejores teólogos de América y todos aquellos a los que consultaba se sorprendían de que yo les hiciera esa pregunta. Uno de ellos me dijo:

- Scott, en realidad, tú no puedes demostrar la doctrina de sola Scriptura con la Escritura. La Biblia no enseña explícitamente que ella sea la única autoridad para los cristianos. En otras palabras, sola Scriptura es, en esencia, la creencia histórica de los reformadores, frente a la pretensión católica de que la autoridad está en la Escritura y, además, en la Iglesia y en la tradición. Para nosotros, por tanto, ésta es sólo una presuposición teológica, nuestro punto de partida, más que una conclusión demostrada…

- Nosotros, le dije, insistimos en que los cristianos sólo pueden creer lo que la Biblia enseña, pero la propia Biblia no enseña que ella sea nuestra única autoridad. Y le pregunté:
- ¿Cuál es para ti el pilar y fundamento de la verdad?
- La Biblia, por supuesto.
- Entonces ¿por qué la Biblia dice en 1 Tim 3,15 que la Iglesia es el pilar y fundamento de la verdad?

“En ningún lugar, la Biblia reduce la Palabra de Dios a la sola Escritura. Más bien, la Biblia nos dice, en muchos lugares que la Palabra de Dios debe buscarse en la Iglesia: en su Tradición (2 Tes 2,15; 3,6), lo mismo que en su predicación y enseñanza (1 Pe 1,25; 2 Pe 1,20-21; Mt 18,17). Por eso, pienso que la Biblia sostiene el principio católico de sólo Palabra de Dios, en vez de sólo la Biblia… Los historiadores de la Iglesia están de acuerdo en que recibimos el Nuevo Testamento del concilio de Hipona (año 393) y del concilio de Cartago (año 397), los cuales enviaron sus decisiones a Roma para ser aprobadas por el Papa. ¿No le parece que del año 30 al 393 es demasiado tiempo para estar sin Nuevo Testamento? Además, había otros muchos libros que la gente de entonces creía que podían ser inspirados como la Epístola de Bernabé, "El Pastor de Hermas" y los Hechos de Pablo. Había también libros del Nuevo Testamento, como la segunda carta de Pedro, la de Judas y el Apocalipsis, que algunos consideraban que debían ser excluidos. Entonces, ¿quién tendría la decisión fidedigna y definitiva, si la Iglesia no enseñara con autoridad infalible?”.
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“Como evangélico calvinista me habían enseñado que la misa católica era el sacrilegio más grande que un hombre podía cometer: inmolar a Cristo otra vez. Un día fui yo solo a misa… Observaba y escuchaba atentamente a medida que lecturas, oraciones y respuestas convertían la Biblia en algo vivo. Hubiera querido interrumpir cada parte y gritar: Eh, ¿queréis que os explique lo que están pasando desde el punto de vista de la Escritura? ¡Esto es fantástico! Pero, en vez de eso, allí estaba yo sentado, languideciendo por un hambre sobrenatural del pan de vida. Tras pronunciar las palabras de la consagración, el sacerdote mantuvo elevada la hostia. Entonces, sentí que la última sombra de duda se había diluido en mí. Con todo mi corazón musité: Señor mío y Dios mío. ¡Tú estás verdaderamente ahí! Y, si eres Tú, entonces, quiero tener plena comunión contigo. No quiero negarte nada… Pero, al día siguiente, allí estaba yo otra vez y así día tras día. No sé cómo decirlo, pero me había enamorado, de pies a cabeza, de Nuestro Señor en la Eucaristía. Su presencia en el Santísimo sacramento era para mí poderosa y personal”.

“La Vigilia Pascual de 1986 fue un momento de verdadera alegría sobrenatural. Recibí la combinación ganadora sacramental: el bautismo condicional, la confesión, la confirmación y la primera comunión. Regresé a mi banco y me senté al lado de mi acongojada esposa (no quería que me convirtiera). Le pasé mi brazo alrededor y empezamos a orar. Sentía que Cristo mismo, por medio de la Eucaristía en mí, nos abrazaba a los dos”.
“Amigos íntimos se distanciaron. Miembros de mi familia dejaron de hablarme y me dieron la espalda… Me hacían sentir como un leproso. Pero el dolor y la desolación no podían compararse con la alegría y la fortaleza que surgían de saber que yo estaba haciendo la voluntad de Dios y obedeciendo su Palabra. Comparados con el privilegio de ir diariamente a misa y recibir la santa comunión, mis sacrificios parecían mínimos”.
“Desde la conversión de Kimberly (mi esposa), podemos compartir todo esto en familia. Nos esforzamos por asistir diariamente a misa como familia en la Universidad. Con la Eucaristía, como centro de nuestras vidas, somos capaces de mostrarle a nuestros hijos cómo la Biblia y la liturgia van unidas, como el menú con la comida”.

“A los hermanos (separados) les falta nada menos que la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Por decirlo de forma sencilla: ellos estudian el menú mientras nosotros disfrutamos de la comida. Pero, con demasiada frecuencia, ni siquiera (los católicos) conocemos los ingredientes y no podemos compartir la receta. ¿Acaso nos pide demasiado nuestro Señor a los católicos, al decirnos que hagamos más, mucho más, para ayudar a nuestros hermanos separados a descubrir en el Santísimo sacramento al Señor que tanto aman? Si nosotros no lo hacemos, ¿quién lo hará?…. Jesucristo nos quiere a todos en la Nueva Alianza que Él ha establecido por medio de su carne y de su sangre, la misma alianza que renueva en la santa Eucaristía… Él quiere que vivamos de acuerdo a la estructura familiar que ha establecido para su Iglesia en la tierra: el Papa y todos los obispos y sacerdotes unidos a Él. Volved a casa en la Iglesia fundada por Cristo. La cena está preparada y el Salvador nos llama. Dice en Ap 3,20: He aquí que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”.

“Damos gracias a Dios por el regalo de nuestra conversión a Jesucristo y a la Iglesia católica que él fundó; porque sólo por la asombrosa gracia de Dios hemos podido hallar el camino de vuelta a casa”.

“La Iglesia está fundada sobre la roca de Pedro”
(San Jerónimo, Carta 43, 3.7).