EL Rincón de Yanka: 🐂EL DIOS DINERO - IDOLATRÍA DEL DINERO EN LA IGLESIA🐂

inicio














sábado, 26 de noviembre de 2016

🐂EL DIOS DINERO - IDOLATRÍA DEL DINERO EN LA IGLESIA🐂

🐂El dios dinero🐂


El dios secreto de nuestra sociedad es el crecimiento económico. Y la religión que aboga por el culto a este dios es la religión más poderosa de nuestro mundo. Su liturgia es la publicidad; sus seguidores se encuentran tanto en la derecha política como en la izquierda. Al crecimiento económico se sacrifican los hombres, la naturaleza y el futuro. Este gran señor, a través de la pauperización, del desempleo y de la destrucción de la naturaleza, decide sobre la vida o la muerte de los hombres. Muchos son los sacrificados para que este fetiche viva.

En la sociedad actual el dinero es la mercancía que sirve como común denominador a todas las otras y en las que todas tienen que transformarse para recibir la confirmación de su valor. El dinero es la medida de valor de todo. Y este señorío absoluto del dinero implica precisamente la renuncia del hombre a poner la producción a su servicio. Como en el caso del Apocalipsis, nadie puede comprar ni vender sino el que tiene en la frente la marca de la Bestia (13,17). El mundo mercantil piensa y decide por nosotros. El es nuestro dueño, enmarañados, como estamos, en su red de propagandas multicolores, su consumismo y su jerarquía de valores.

Por doquier se presenta y se vive el mundo de las mercancías, del dinero y del mercado como un gran objeto de devoción, un mundo pseudodivino, que está por encima de los hombres y les dicta sus leyes. Ante él la virtud central es la humildad: hay que someterse a este gran objeto de devoción, sin rebelarse jamás. Sólo con una sumisión total al mundo del mercado es posible llegar al “milagro económico”... El libre comercio y la libertad de los precios, ha de dominar por encima de todo y de todos. Negarse a someterse al mercado y sus indicadores es, por tanto, el pecado más grave que se puede cometer, y ello lleva al caos y a la esclavitud... Por eso es necesario reprimir por todos los medios posibles cualquier intento de rebeldía contra este dios, tan planificado y estructurado. Está prohibido soñar o planear otro tipo de sociedad...

Esta forma de concebir la vida es idolátrica, precisamente en el mismo sentido en el que es usada esta palabra en la Biblia. Se trata del sometimiento del hombre y de su vida concreta al producto de sus propias manos, con la consiguiente destrucción del hombre mismo. El Dios bíblico es todo lo contrario a este fetiche, pues su voluntad es que el hombre concreto, con sus necesidades concretas, sea el centro de la sociedad y de la historia.

El efecto propio de los ídolos se muestra con radical desnudez en el conflicto en torno a la deuda externa de los países del Tercer Mundo. Este gigantesco endeudamiento está poniendo al descubierto las mandíbulas de muerte de la actual economía mundial. Es como una guerra silenciosa, en la que en vez de soldados mueren niños por desnutrición; en vez de miles de heridos hay millones sin trabajo; en la que la principal arma, más mortífera que las bombas nucleares, son los tipos de interés bancario. De hecho, gran parte de las producciones nacionales están destinadas a pagar, como en altar idolátrico, las tasas de interés. En este ritual el Fondo Monetario Internacional es el sumo sacerdote, que decide qué es lo que es bueno hacer y lo que es malo...

Jesús identifica a la idolatría con el servicio al dinero: “Ningún servidor puede quedarse con dos patrones, porque verá con malos ojos al primero y amará al otro, o bien preferirá al primero y no le gustará el segundo. Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y al dinero (Mammón)”. 
Nótese que no se trata del dinero en sí, sino de servir al dinero, ser esclavo de él. Esto no quiere decir que los bienes terrenos constituyan en sí un dios que se opone a Dios. Es el hombre, con su actitud, quien puede divinizarlos y convertirlos en un rival de Dios. Y de hecho con frecuencia se da esta alternativa entre Dios y el dinero. Así pasó con Judas, que prefirió las treinta monedas antes que al Maestro (Mt 16,14s).

Servir al dinero es entregarse a él, aceptando que las riquezas son equivalentes a Dios. Por eso la enérgica contraposición de Jesús, que no sólo pone frente a frente a Dios y a “Mammón”, sino que exige a sus seguidores una opción exclusivista. De ahí la imprecación contra los ricos “porque ya tienen su consuelo” (Lc 6,24), declarándolos excluidos de las bienaventuranzas precisamente porque su fuente de seguridad y alegría es el dinero y no Dios.

¿Por qué Jesús pone frente a frente el servicio a Dios y al dinero? Porque el culto al dinero lleva a derramar la sangre del pobre, en las múltiples formas concretas que la explotación y opresión asumen en la historia humana. Y si al pobre se le quita aunque sea parte de la vida a la que tiene derecho, entonces se está en contra del Señor de la vida, Padre de todos.

La idolatría del dinero, de ese fetiche que es producción humana, está indesligable y provocativamente vinculada a la ruina y la muerte del pobre. Por eso es que, yendo a la raíz, la idolatría va contra el Dios de Jesús que es el Dios de la vida. El dios-dinero se alimenta de víctimas humanas. Por eso Jesús nos lanza la disyuntiva de elegir entre el Dios de la vida y los dioses de la muerte...

Jesús da un paso más, que sólo había sido insinuado por los profetas (Am 6,6): Condena el egoísmo del que no se preocupa de compartir lo que le sobra. Es el caso de Epulón y Lázaro (Lc 16,19-31) y el del rico insensato (Lc 12,16-20). 

En Epulón se destaca su egoísmo. No se dice que sea condenado por injusto, sino sencillamente porque ni se enteró de que a su puerta alguien necesitaba con urgencia las migajas de su mesa.

El segundo rico no es descrito como ambicioso, ni injusto, pero ante la prosperidad sólo piensa en sí mismo: “Túmbate, come, bebe y date a la buena vida”. Aunque su cosecha sea muy abundante, su horizonte es muy limitado: ni Dios, ni el prójimo entran en su perspectiva. 

Pero la parábola no condena sólo su egoísmo: ataca también su confianza en sus bienes; cree que todo depende de ellos, y que cuando se tiene en abundancia no hay que preocuparse de nada más. Acumula porque es egoísta, pero es egoísta porque piensa que la abundancia de bienes constituye lo único seguro en esta vida. 

Esta parábola nos enseña que para idolatrar las riquezas no es preciso robar; basta ser egoísta, negándose a compartir los bienes, y poner la confianza en ellos. 

Esta misma es la enseñanza terrible de las “malaventuranzas”: son condenados los que sólo se preocupan de su consuelo, de estar satisfechos y pasarlo bien (Lc 6,24-26).

Desde la venida de Jesús la riqueza perdió el sentido que tenía de ser considerada como signo de bendición de Dios. Jesús desacralizó la riqueza: la dejó en su significación natural. Le quitó al dinero su poder sobre los hombres. Si el dinero sigue teniendo tanto poder en nosotros esto quiere decir que no nos apoyamos suficientemente en su victoria.

San Pablo insiste en el antagonismo existente entre avaricia y Reino de Dios.

En tres listas que él confecciona de vicios incompatibles con la fe en Dios se nombra expresamente la idolatría. Se trata de 1 Corintios 5,9-13; 6,9-11 y Gálatas 4,19-21. Podemos detectar en estas enumeraciones que una de las realidades básicas en las que se puede dar la idolatría es el dinero: El codicioso, el tramposo, el ladrón es un idólatra, que acarrea con su actitud enemistades, discordias, rivalidades, egoísmos y envidias. La idolatría aparece como elemento destructor de las relaciones humanas.

En un par de textos más Pablo relaciona explícitamente a la idolatría con el dinero. Dice que “los explotadores, que sirven al dios dinero, no tendrán parte en el Reino de Cristo y de Dios” (Ef 5,5). Y en otra carta exhorta a apartarse de: “la codicia, con la que uno se hace esclavo de ídolos” (Col 3,5).

En estos dos textos codicia e idolatría son sinónimos. El término codicia, que en el original griego literalmente significa “tener más”, connota ambición, avidez, abundancia, arrogancia. El ídolo sería, por lo tanto, el dinero, pero no como una realidad en sí misma, sino la posesión del dinero como poder para desear y extraer más dinero de otros, creando enemistad y discordia. De ahí la identificación de idólatra con codicioso, ladrón y tramposo.

Todos los textos de Pablo afirman el carácter antagónico de la idolatría con la realidad cristiana. En 1 Corintios 5,9-13 se ordena excluir de la comunidad cristiana a los idólatras. La codicia es incompatible con el ser cristiano. El apóstol no ordena apartarse de los idólatras, pues para eso habría que salirse de este mundo; pero sí ordena que sean expulsados de la comunidad. 

En 1 Corintios 6,9-11 y Gálatas 4,19-21 se afirma que los idólatras “no heredarán el Reino”. En 1 Corintios 10,14-17 se excluye al idólatra de la Eucaristía, presentada aquí como solidaridad con el cuerpo del Mesías y de la comunidad. El dinero como ídolo destruye esta solidaridad, destruye el Cuerpo del Mesías.

El autor de la carta 1 Timoteo, como resumiendo el mensaje de Pablo y de los evangelios sinópticos, da el siguiente consejo: “Exige a los ricos que no se pongan orgullosos, ni confíen en riquezas, que siempre son inseguras. Que más bien confíen en Dios, que nos lo proporciona todo generosamente para que gocemos de ello” ( 6,17).

Y Santiago critica duramente a algunos hacendados, no sólo porque no pagaron dignamente a sus cosechadores (5,4), sino además porque “no buscaron más que lujo y placer en este mundo, y lo pasaron bien mientras otros eran asesinados” (5,5).

Podemos concluir que según el mensaje del Nuevo Testamento es imposible cualquier reconciliación entre la idolatría al dinero y el espíritu del Padre Dios.

El espíritu de Dios es gracia, gratuidad, mansedumbre; el espíritu del dinero es dominación, orgullo, agresividad. El espíritu de Dios es amor y no apego: compartir; el espíritu del dinero es egoísmo y avaricia: competir. El dinero es lo primero que convierte al hombre en lobo para el hombre; el espíritu de Dios es simple y abierto; es limpio como una copa de cristal. La idolatría al dinero es torcida, disimulada, tiene dos caras, actúa en la obscuridad; Dios actúa a la luz. El espíritu del dinero consiste en utilizar su propio poder para intentar crearse su propio paraíso, y por ello utiliza a los débiles para que le sirvan de pedestal para alcanzar la gloria...

Jesús ha vencido al poder del dinero. Y su victoria se manifiesta entre nosotros cuando un “rico”, en dinero o en deseo, no entrega a los pobres, individuos o naciones, en manos de los poderosos; cuando un “rico” desacraliza el poder del dinero en su conciencia y lo considera sólo como instrumento; cuando reconoce que Dios es el soberano de toda riqueza; cuando el “rico” es capaz de mirar sin pánico la pobreza y se considera libre en relación con la seguridad que le puede proporcionar el dinero; cuando se hace capaz de gratuidad y no cubre su conciencia bajo la capa de la limosna; cuando sabe compartir con el pobre... Cada hombre o mujer que vive el espíritu de las bienaventuranzas ha vencido ya el poder. 
El dinero en la Iglesia
No podéis servir a Dios y al dinero:

Esta alternativa radical y decisiva del único Señor de la Iglesia debe alertar a todas las generaciones de discípulos para ser y parecer honrados y transparentes en todo lo relacionado con el dinero.

Jesús recomienda que la misma sagacidad que tienen los hijos del mundo entenebrecido para salir siempre airosos en sus oscuros negocios, la tengamos los hijos de Dios para no ensuciarnos con el vil dinero ni enturbiar el fiel testimonio de su Reino.
El uso del dinero en la Iglesia sigue teniendo un tufillo enrarecido, mezcla de intereses mezquinos, procedimientos infantiloides, ocultamiento de sueldos y cuentas, colectas continuas, estipendios y aranceles por sacramentos y documentos, rifas y loterías para obras de beneficencia o necesidades de parroquias o iglesias, o al amparo de imágenes del Señor, la Virgen María y los santos de cofradías y hermandades, comisiones económicas a beneficio de las instituciones o asociaciones que organizan peregrinaciones o viajes y un largo etcétera.
Además de la aportación millonaria que cada año el estado aporta a la Iglesia para mantenimiento del clero como se acordó en 1979 con la advertencia de que cuanto antes la Iglesia llegara a autofinanciarse para prescindir de la subvención estatal, cosa que en 25 años aún no se ha logrado. ¿Es que la Iglesia no tiene la suficiente madurez comunitaria e institucional para su autonomía económica y tiene que apoyarse en el brazo secular, estatal?

La cruz en la declaración de la renta ¡menudo símbolo! si la cruz es la señal del cristiano porque en ella murió Jesucristo para salvara todos los hombres.

Luego resulta que, a la hora de la verdad, la economía de muchas parroquias y comunidades religiosas muchas veces es tan ajustada que raya no precisamente en la sobreabundancia sino en la precariedad más exigua. Pero el montaje a la vista y los medios y maneras de sacar dinero siguen pareciendo las más de las veces sonrojantes y alguna que otra vez antievangélicos.
La Iglesia no tiene que sacar dinero como sea, porque en los medios hay que transparentar el fin; y el fin es testimoniar a Cristo pobre y libre y así Salvador del pecado del mundo.
Siempre sacando dinero y no hemos aprendido ni enseñado el compartir evangélico, libre, gratuito, desinteresado, generoso, fraterno; sin anzuelos para que la gente Pique, sino proponiendo humilde, clara y llanamente que los miembros conscientes de la comunidad de la Iglesia costeen sus sobrias necesidades materiales y la vida sobria y austera de sus ministros=servidores. Y con un control comunitario de lo que se recibe y se da o gasta para nunca dejar en mal lugar el anuncio del Evangelio.

La gente puede preferir soltar unas monedillas, ahora hasta céntimos de euro, y que la dejen libre de responsabilidades y complicaciones; y luego criticar lo interesada que es la Iglesia.
Pero la Iglesia -laicos, religiosos/ as, curas y obispos-, debemos preferir la adultez humana y cristiana, abandonar costumbres rancias y ridículas para organizarnos la vida responsablemente, con criterios serios, manos limpias, cuentas claras y pobreza evangélica, a la vista de propios y extraños. Saldrían ganando Jesucristo y sus pobres, lo que de verdad debe importarnos.
VER+:
Antonio Zugasti (Teólogo)





Jesús Peláez
Universidad de Córdoba
Lc 16, 1-13




Jesús Peláez
Universidad de Córdoba
Lc 16,14-31