Ceguera Moral
La pérdida de Sensibilidad
en la Modernidad Líquida
"El Pueblo que valora sus privilegios por encima de sus principios, pronto pierde la unos y otros". Dwigth D Eisenhower
"Todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa." Demócrito
"El valor de una civilización no se mide por lo que sabe crear, sino por lo que sabe conservar". Eduard Herriot
El internacionalmente famoso, sociólogo polaco, Zygmunt Bauman en colaboración con Leonidas Donskis nos acaban de sorprender con un nuevo libro impactante, publicado recién en marzo de este año, con el título “Ceguera moral”. Denuncian la insensibilidad moral y el deterioro moral progresivo que según ellos se está convirtiendo en característica de nuestro tiempo.
Para identificar mejor lo que está pasando, Bauman crea un neologismo de raíz griega: “ADIÁFORA”, aludiendo al hecho concurrente de “situar ciertos actos o categorías de los seres humanos fuera del universo de evaluaciones y obligaciones morales”.
La ética o la moral, como prefieran decir, no existe para ciertos campos del quehacer, del comportamiento humano. Los actores de esos campos de acción (por ejemplo, los actores de la política) ignoran, prescinden de todo compromiso moral. Pueden hacer lo que quieren y les conviene a sus respectivos intereses egoístas, sin que se les ocurra ni permiten que a otros se les ocurra o intervengan, para poner orden y sanción a sus comportamientos corruptos.
Parecería que Zygmunt Bauman estuvo visitando nuestro país, observando a muchos de nuestros políticos, administradores públicos, narcotraficantes, narcopolíticos, criminales y delincuentes para inspirarse y escribir sobre la adiáfora y la ceguera moral.
La ceguera no está solamente en los ojos morales de los actores en esos sectores, está contagiándose también en toda la sociedad, que contempla pasiva y permisivamente la corrupción y nada hace para impedirla, incluso es tanta la ceguera y torpeza que a la hora de las elecciones para las responsabilidades políticas no son capaces de ver que vuelven a elegir a los mismos corruptos que les están robando dinero, oportunidades y esperanzas.
En una sociedad como la actual, marcada por la banalización de la cultura y un consumismo acérrimo, rara vez tenemos tiempo para detenernos en los temas verdaderamente importantes, y corremos el grave riesgo de perder nuestra sensibilidad ante los problemas de los demás.
El mal no se limita a la guerra o a las circunstancias en que las personas actúan bajo una presión extrema. Hoy en día el mal se revela con más frecuencia en la cotidiana insensibilidad al sufrimiento de los demás, en la incapacidad o el rechazo a comprenderlos y en el eventual desplazamiento de la propia mirada ética. El mal y la ceguera moral acechan en lo que concebimos como normalidad y en la trivialidad y banalidad de la vida cotidiana, y no solo en los casos anormales y excepcionales.
La diáfora implica una actitud de indiferencia a lo que acontece en el mundo, un entumecimiento moral. En una vida cuyos ritmos están dictados por guerras de audiencias e ingresos de taquilla, donde la gente está absorta en las últimas tendencias en aparatos tecnológicos y formas de cotilleo; en nuestra «vida apresurada» en la cual rara vez hay tiempo para detenernos y prestar atención a temas de importancia, corremos el grave riesgo de perder nuestra sensibilidad ante los problemas de los demás. Solo las celebridades y las estrellas mediáticas pueden esperar ser tenidas en cuenta en una sociedad extenuada por la información sensacionalista y sin valor.
Esta penetrante investigación del destino de nuestra sensibilidad moral será de gran interés para quienes se preocupen por los profundos cambios que silenciosamente configuran las vidas de todos en nuestro contemporáneo mundo líquido.
“La nuestra es una era de temor. Cultivamos una cultura del temor progresivamente más poderosa y global. Nuestra era exhibicionista, con su fijación en el sensacionalismo barato, los escándalos políticos, los reality shows televisivos y otras formas de autoexposición a cambio de fama y atención pública, aprecia el pánico moral y los escenarios apocalípticos en un grado incomparablemente mayor a los planteamientos equilibrados, la leve ironía o la modestia”, afirma Leonidas Donskis en el tramo final del libro.
El mal no se limita a la guerra o a las circunstancias en que las personas actúan bajo una presión extrema. Hoy en día el mal se revela con más frecuencia en la cotidiana insensibilidad al sufrimiento de los demás, en la incapacidad o el rechazo a comprenderlos y en el eventual desplazamiento de la propia mirada ética. El mal y la ceguera moral acechan en lo que concebimos como normalidad y en la trivialidad y banalidad de la vida cotidiana, y no solo en los casos anormales y excepcionales.
La diáfora implica una actitud de indiferencia a lo que acontece en el mundo, un entumecimiento moral. En una vida cuyos ritmos están dictados por guerras de audiencias e ingresos de taquilla, donde la gente está absorta en las últimas tendencias en aparatos tecnológicos y formas de cotilleo; en nuestra «vida apresurada» en la cual rara vez hay tiempo para detenernos y prestar atención a temas de importancia, corremos el grave riesgo de perder nuestra sensibilidad ante los problemas de los demás. Solo las celebridades y las estrellas mediáticas pueden esperar ser tenidas en cuenta en una sociedad extenuada por la información sensacionalista y sin valor.
Esta penetrante investigación del destino de nuestra sensibilidad moral será de gran interés para quienes se preocupen por los profundos cambios que silenciosamente configuran las vidas de todos en nuestro contemporáneo mundo líquido.
“La nuestra es una era de temor. Cultivamos una cultura del temor progresivamente más poderosa y global. Nuestra era exhibicionista, con su fijación en el sensacionalismo barato, los escándalos políticos, los reality shows televisivos y otras formas de autoexposición a cambio de fama y atención pública, aprecia el pánico moral y los escenarios apocalípticos en un grado incomparablemente mayor a los planteamientos equilibrados, la leve ironía o la modestia”, afirma Leonidas Donskis en el tramo final del libro.
Sucede, como escribe Bauman, que la sociedad parece estar embotada, ha perdido la sensibilidad moral y no le da importancia a los hechos y sus autores que hacen daño grave a todos.
Esa sensibilidad embotada se realimenta con el comportamiento insólito de mucha gente, quizás la mayoría, también niños y adolescentes, que disfrutan dedicando su tiempo libre de distracción y descanso, hasta pagando dinero para ver sin prisa violencias, muertes, asesinatos, crímenes horrendos, destrucciones masivas en películas de cine y televisión que presentan descarnadamente la crueldad y el terror, convertidos en espectáculo.
Estamos bombardeados por tantos y constantes estímulos que nuestra sensibilidad termina acostumbrándose a ver el sufrimiento trágico de los demás sin inquietar nuestra afectividad y nuestra conciencia. El sufrimiento de muchas personas que están en nuestro entorno social resulta pálido e insignificante para sensibilidades embotadas.
La voz de alerta de Bauman se une a una denuncia semejante que pocos años atrás hizo Gilles Lipovetsky, cuando escribió su interesante libro: “El crepúsculo del deber”. El sutil análisis sociológico de Lipovetsky hace ver cómo el “deber” sostenido por criterios razonados y generador de virtud, a partir de la posmodernidad queda relevado por el placer que busca la felicidad individual y subjetiva.
La posmodernidad depuso a la diosa razón e instaló al sentimiento y el placer en su trono, alimentados por el consumo. La hipermodernidad está acelerando el consumo hasta el hiperconsumo, que ya ha superado la simple adquisición del consumo material, moviendo a la sociedad actual en búsqueda, a veces compulsiva, del consumo de emociones, con el turismo erótico, el turismo de aventuras, el consumo de drogas, los espectáculos de la crueldad y el terror.
"NO HAY CAPACIDAD DE RENUNCIA NI DE COMPROMISO NI DE PASIÓN".
La ética se ha debilitado tanto, que estamos ciegos y ni la vemos ni la echamos de menos, prescindimos de ella. Las normas del deber nos resultan rígidas, la virtud es cosa del pasado, lo que importa es el placer personal vivido en el individualismo excluyente, tan exclusivo que no se interesa ni asume responsabilidad ni compromiso ni siquiera con la pareja en la experiencia del amor.
Los riesgos de la ceguera moral, o sea, de una sociedad sin ética son tan graves, que los grandes analistas sociólogos, filósofos y éticos de la actualidad, además de describirnos lo que está pasando, tienen que escribir libros tan fundamentales como el de Adela Cortina, “Para qué sirve la ética”, que ha merecido el premio nacional español al mejor libro de ensayo de 2014.
Cortina dice: “Ningún país puede salir de la crisis si las conductas inmorales de sus ciudadanos y políticos siguen proliferando con toda impunidad”.
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