El gran reseteo de la conciencia
hacia el mundo de Lucifer
Desde el año 2020 asistimos a la puesta en práctica del Nuevo Orden Mundial, que tenían planificado en el 2050. La Agenda 2030 tiene 17 puntos que incluyen los siguientes pilares:
fin de la pobreza, hambre cero, salud y bienestar, educación de calidad, igualdad de género, agua limpia y saneamiento, energía asequible y no contaminante, trabajo decente y crecimiento económico, industria, innovación e infraestructura, reducción de desigualdades, ciudades y comunidades sostenibles, producción y consumo responsable, acción por el clima, vida submarina, paz, justicia e instituciones sólidas y alianzas para lograr objetivos.
Una lectura detenida de este cuento de hadas y genios de lámparas maravillosas hace que los objetivos sean justo los opuestos: todos pobres, todos hambrientos, educación convertida en adoctrinamiento, destrucción de la familia, aguas contaminadas, energía contaminante, esclavitud laboral y pobreza económica, robotización tecnológica y desempleo, solo dos clases sociales (los que gobiernan y ordenan y los que obedecen a la fuerza), ciudades carcelarias, consumo de insectos y productos fabricados (alimentación que enferma y mata), creación de crisis climática por la tecnología HAARP, destrucción de la vida submarina, odio, injusticia e instituciones políticas fascistas y alianzas de todas las corporaciones internacionales (países convertidos en empresas, cuyos gestores son elegidos por los Rothschild y los amos del mundo) para imponer la religión del satanismo en todo el planeta, incluso en la vida privada.
Esto es la Agenda 2030. Sin embargo, tanto nuestro rey como el resto de autoridades lucen con orgullo el pin multicolor cuando deberían sentir vergüenza. ¿Saben lo que significa e implica? Si no lo conocen o no desean saberlo estamos gobernados por incultos ignorantes, bien elegidos para tal propósito, y si son conscientes de ello son sencillamente asesinos a sueldo, aunque en el primer caso, dadas las evidencias de las intenciones genocidas de dicha maravillosa agenda, el mero hecho de no haberse echado para atrás, no los ubica en una posición mucho mejor que la segunda.
La pandemia, plandemia o falsemia fue un experimento para ver hasta qué punto funciona el miedo, el chantaje y la coacción cuando se trata de imponer medidas que no benefician en absoluto y el resultado fue positivo. La sociedad incluso, en muchos sectores, aplaudieron las medidas covidianas (que siguen siendo el eje vertebral de la política del ministerio de sanidad, hasta el punto de que están viendo cómo lograr que los caprichos criminales de la OMS estén por encima de las constituciones que protegen los derechos más sagrados). El trasfondo de todo ello es, por una parte, económico. (La cuarta revolución industrial de Klaus Schwab, una obra en la que se nos desvela el interés y obsesión por la inteligencia artificial, hasta el punto de regir el destino de los inútiles humanos que, según muchos ideólogos, solo han sabido matarse unos a otros); y por otra, la imposición de un orden divino impuesto por Satanás, ya que creen que Dios falló y llegó el momento de darle la oportunidad a Leviatán para que dirija los designios de la especie humana, y que esta no tenga ni voz ni voto, salvo los elegidos para este plan, que se salvarán del necesario sacrificio tras vender sus almas a Lucifer.
Todo este sueño siniestro está pensado para que la gente se vaya amoldando, conociendo bien la naturaleza sumisa y estúpida de la masa, la cual se lo cree todo y nada cuestiona ni prevé, pues su mente ha sido tan inoculada por el miedo que la incapacidad de racionalización, crítica y análisis se ha visto reducida y anulada, salvo en un porcentaje de la población que será considerado disidente, criminal y no merecedor de vivir en su maravilloso mundo.
Una de las formas favoritas de manipulación es el capitalismo, toda un arma ideológica que lleva tiempo entre nosotros, dividiéndonos entre individuos que se sienten terriblemente culpables de lo que les ocurra, que son incapaces de entender que la sociedad está formada por sujetos que han de relacionarse sí o sí para el éxito colectivo, lo cual hace imperar rasgos como el egoísmo, la desconfianza y la falta de empatía. Esta división les ha permitido llegar al punto en el que nos encontramos hoy.
¿Cómo es posible entonces instaurar una dictadura genocida en España y ver cómo los ciudadanos la aceptan e incluso la justifican, bajo premisas políticas de mercaderes de falsos sueños que no desean más que verte como un esclavo, mientras les seas útil?
Ha habido hasta la fecha una reprogramación neurolingüística en forma de hábitos de pensamiento, creencias y sentimientos tal que nos han introducido creencias de tinte satánico en el inconsciente, sin que nos percatemos del detalle. Todo ello ha permitido que nos impongan, por fin, la Agenda 2030 cuando el terreno ha sido bien abonado previamente.
En la sala de redacción de una gran corporación mediática de los Estados Unidos escuché por primera vez la expresión “inundar la zona”, un término deportivo aplicado al periodismo. En el fútbol americano, denota una táctica sin sutilezas, de movilizar el máximo número de cuerpos a una zona reducida de juego para aplastar al contrincante. En el periodismo es igual. Significa dedicar un gran número de reporteros a cubrir un solo tema para ganar la batalla a los medios rivales por volumen de televidentes, lectores o clics. El premio es convertir clics en dólares. Las noticias son materia prima para llenar el espacio entre la pauta publicitaria.Un gobierno hace tantas barbaridades tan seguidas que los ciudadanos son incapaces de mantener el nivel de indignación tan alto. Se acostumbran o pasan del tema.Una consecuencia de la táctica de inundación de zona es que quita recursos a la reportería sobre temas realmente importantes para la población e ignora a zonas geográficas del mundo. Una especie de autocensura basada no en el temor de generar controversias, sino en el miedo de no ganar dinero. Como agravante adicional está la abolición progresiva de la responsabilidad de los editores en jefe. Su rol tradicional de jerarquizar las noticias según su relevancia política, social o económica quedó subyugado a un algoritmo.Los algoritmos son una predicción computarizada a futuro, derivada de nuestros comportamientos, hábitos y gustos del pasado. Nuestros datos digitales son sometidos a un extensivo análisis. El algoritmo puede determinar con precisión qué queremos ver, cómo y cuándo. El lector o televidente se reduce a consumidor y las noticias pasaron a llamarse “contenidos”. El periodismo, entonces, se transforma en más entretenimiento que educación, en menos libertad de expresión y más mercadeo.
El futuro distópico al que estamos condenados, si no reaccionamos y no nos resistimos, lo están preparando con el reseteo que tiene varias fases: la primera es crear en la sociedad un clima de inestabilidad económica que comenzó con la pandemia, cuyo fin era precisamente ese y no liberarnos de una nueva enfermedad mortal; llevamos varios años con la soga al cuello; muchos han caído en la miseria y comenzaron en las grandes ciudades las colas del hambre; la segunda es generar el pánico definitivo, en forma de crack financiero: para ello es necesario que el miedo se inocule de manera lenta, no por un virus, sino porque no hay dinero. No podemos pasar por alto que los Rothschild son los dueños de 196 bancos centrales en todo el planeta y que mueven los hilos de dichas entidades financieras, así como de todas las multinacionales que conocemos (ellos no pierden y deciden nuestro futuro).
Ese temor moverá a la población a buscar nuevas formas de seguridad financiera, hasta que el sistema caiga (o eso nos harán creer) y será cuando los bancos centrales digitalizarán todas las monedas, de modo que el dinero físico será considerado ilegal. Todos los humanos seremos controlados por nuestra cuenta bancaria, antecedentes policiales y judiciales, información sanitaria (incluyendo vacunas, aunque sean asesinas), deudas, contactos cercanos, hábitos personales detectados por inteligencia artificial y el Estado. Por fin, tras siglos de sueños rotos, lograrán controlarnos como esclavos en la época de los faraones. Comenzaron por Silicon Valley Bank, de ahí siguieron otros 22 en los EEUU; en estos días mencionan el caso del Crédit Suisse e irán sumando entidades que están en crisis, hasta que digan “tuvimos que adelantar las medidas para crear monedas electrónicas para evitar la caída definitiva de la economía mundial”. De modo que, con el cuento de que estaremos más seguros, llegará la moneda única y el ansiado gobierno mundial.
Este es el escenario al que nos enfrentamos. La clase política es clase esclava; los malditos y malvados que han perdido toda conciencia y han sido convencidos de que se van a salvar de los nuevos y urgentes cambios frente al común de los mortales, haciéndoles creer que están por encima del bien y del que nos imponen como si fuésemos subnormales profundos, criterios que no les afectan en absoluto porque están por encima de la humanidad como si fuesen semidioses tocados por la mano divina de Bill Gates, George Soros y Klaus Schwab, lugartenientes y sacerdotes de los mismos demonios.
A lo largo de mis artículos el calificativo de satánicos se ha repetido una y otra vez porque estos engendros luciferinos de carne y hueso nos engañan, disfrazados de ángeles, de socialistas, podemitas y cualesquiera otras agrupaciones como Naciones Unidas que nos dicen que “seamos buenos para tener el premio”, envenenado.
Nuestro futuro está en nuestras manos porque no está escrito. La desobediencia, el derecho a la rebelión colectiva y la ignorancia de normas genocidas son más necesarias que nunca, si no nos queremos ver con un chip que nos eliminará todos los derechos humanos y nos convertirá en seres con menos posibilidades de protesta que una mosca doméstica que nos fastidie el sueño. ¿Es eso lo que deseas? ¡Reacciona!
Quién es y de dónde procede el criminal psicótico Klaus Schwab,
fundador del Foro económico mundial.
Una denuncia religiosa
El artículo primero de la Ley Orgánica 7/80 de Libertad Religiosa obliga al Estado, y por tanto, a todos sus funcionarios, a “garantizar el derecho fundamental a la libertad religiosa”. Para que no haya dudas, el artículo segundo aclara que “la libertad religiosa comprende el derecho a profesar las creencias que libremente elija o no profesar ninguna” y también “el derecho a manifestar libremente sus propias creencia religiosas o la ausencia de las mismas”. La ley deja muy claro pues que todo no-creyente tiene derecho a que se respete su escepticismo y a “no ser obligado a practicar actos de culto o a recibir asistencia religiosa contraria a sus convicciones personales”.
El caso es que, desde hace ya tres años, los no-creyentes venimos soportando toda clase de tropelías por parte de los que practican ese nuevo culto que podemos llamar “Covidianismo”, para entendernos.
Los covidianos creen en la existencia de unos ¿Bichitos? ¿Cositas? ¿Cómo llamarlos cuando ni siquiera nos dicen si están vivos o no? Ellos los llaman “virus” pero no dan, a esa palabra, el mismo significado que dieron los romanos, que fueron los que la inventaron. Para los romanos “virus” significaba, exactamente, veneno; para los covidianos es una palabra sin significado, un misterio, una creencia, una fe. Los covidianos tienen fe en la existencia de unos misteriosos “entes mutantes” que desarrollan sofisticadas estrategias para infectarnos. ¿Estrategia? ¿Inteligencia? Unas “cositas” que nadie puede asegurar si viven o no ¿podrían actuar como inteligentes estrategas? Yo no lo creo, ellos sí, pero eso no debería ocasionar ningún problema de convivencia entre nosotros. ¡Ni que fuera el primer culto que se inventa!
El problema es que los covidianos, en estos tres últimos años, han desarrollado toda una liturgia en torno a su fe en los ¿Bichitos? ¿Cositas? ¿Inteligentes?: Máscaras faciales (No les importa que los que las fabrican avisen de su ineficacia pues para ellos es como el hiyab, algo puramente ritual). Tests nasales (No les importa que incluso su inventor advirtiera de su inutilidad para sustentar diagnósticos). Gel hidroalcohólico en sustitución del agua para santiguarse y “pasaportes verdes”, que exhiben orgullosos, para demostrar su bautismo con el correspondiente jeringuillazo. -¿Por qué iba a importarnos que sus componentes sean secretos?- Dicen con sorna -¡También lo son los de la Coca-Cola!-
¿Qué tengo yo contra todos esos ritos litúrgicos? Nada. ¡Ni que fuera el primer culto que se inventa! Que quieren dañarse a sí mismos, impidiéndose una correcta oxigenación. ¡Pues que lo hagan! ¿No se flagelan, muchos católicos, cada Semana Santa? Que quieren arriesgarse a morir por “efectos secundarios”. ¡Pues que se arriesguen! ¿No está legalizada ya la eutanasia? El problema no es, para mí, lo que ellos hagan con su vida sino lo que han pretendido hacer con la mía.
-¿Acaso hay alguna ley que obligue a usar teléfono móvil?- Les decía yo a los covidianos que me impedían el paso, pero ellos “erre que erre”. -¿Que usted no ve la tele?- Me llegó a decir un benemérito, intentando que me sintiera ridículo, cuando me pilló saltándome el toque de queda. -¿Estoy obligado a verla?- le respondí. El problema es que los creyentes nos trataron y nos siguen “tratando de locos” cuando la locura, según Google, es la “acción imprudente, insensata o poco razonable que realiza una persona de forma irreflexiva o temeraria”. ¿No fue una locura probar, testar, experimentar vacunas transgénicas en humanos? ¿No fue una locura prestarse, tanto a ponerlas, como a recibirlas?
A día de hoy, diferentes juzgados han declarado ilegales gran parte de los ritos covidianos, y hasta el Tribunal Constitucional los ha tachado de inconstitucionales, pero los covidianos siguen, erre que erre, pretendiendo obligar, a los no-creyentes, a practicar sus perniciosos actos de culto. El propio Ministerio de Sanidad reconoció que no tiene muestras del virus ni sabe quién pueda tenerlas. Si no existe ninguna muestra de virus ¿Quién puede asegurar que el virus existe? ¡Nadie! Con tales palabras, el Ministerio de Sanidad, y por tanto, el Estado, reconoce que el covidianismo no es más que una creencia, un acto de fe, como lo es creer en fantasmas y reconoce que el escarnio, la censura, las vejaciones que hemos tenido que soportar y seguimos soportando los no-creyentes suponen una grave infracción de la Ley de Libertad Religiosa, una flagrante violación de nuestro derecho a no-creer y a manifestar libremente nuestra ausencia de creencias.
Los que me leen habitualmente ya saben, que el próximo veinte de abril, voy a ser juzgado, por no acatar las órdenes de un inculto policía que pretendió obligarme a utilizar una máscara inútil, dañina y grotesca, como lo hubiera hecho un fanático talibán. De nada valió que yo, siendo abogado, le explicase lo que es la jerarquía normativa, cuando se escudó en las órdenes de un tal Ximo Puig, implicado en varios casos de corrupción. Espero que el juez que va a juzgarme y los demás funcionarios judiciales sepan más de leyes que aquél policía patán y puedan garantizar mi derecho a no profesar ese credo covidiano que ha cegado a tantos compatriotas y les ha inducido a cometer tantas acciones imprudentes, insensatas, poco razonables, de forma tan irreflexiva y temeraria.
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