RAFAEL CADENAS
“De una manera general se puede decir que el venezolano de hoy conoce muy poco su propia lengua. No tiene conciencia del instrumento que utiliza para expresarse. En su lenguaje, admitámoslo sin muchas vueltas, se advierte una pobreza alarmante. El número de palabras que utiliza es escaso, está lejos de un nivel aceptable y en los casos extremos apenas rebasa los límites del español básico; por lo general, no lee ni redacta bien. Infortunadamente, también ignora que la propia lengua puede y debe estudiarse a lo largo de la vida; para él, es sólo una tediosa materia de los programas de la escuela y el bachillerato, de la cual se siente al fin libre. Tampoco sabe que nunca ha recibido clases de lengua, aunque haya llegado a la universidad”. Partiendo de tales señalamientos, esta edición de En torno al lenguaje pone nuevamente en manos del lector ensayos que se han convertido en clásicos de la reflexión acerca del habla, la cultura y la expresión de nuestro pueblo. Se revisan temas que van desde el trato de los individuos con los asuntos de la expresión y la conciencia de la lengua, hasta los problemas de la enseñanza del idioma y sus relaciones con la literatura. El espíritu que anima estos escritos es de quien quiere señalar, llamar la atención, ser observador implicado en el problema que estudia: esa notoria dificultad expresiva que nos asedia desde hace mucho. Como afirma ya desde la introducción:
“Si este trabajo pudiera servir de pequeño arsenal para defender lo más amenazado, la lengua y la cultura, me sentiría contento”. Rafael Cadenas
Prólogo
Señalaba Jesús Semprum, en 1906, que el español de Venezuela era uno de los más admirados de todo el continente por su uso cuidado y por su capacidad creativa a prueba de toda crítica. Asienta la referencia en el pórtico de su precursor ensayo "El estudio del castellano": "Venezuela y la vecina Colombia son los dos pueblos de América menos azotados por la racha de corruptelas que vienen desmedrando, afeando y empobreciendo la lengua que hablamos".
Esta opinión, a más de verdadera, iba a contradecir lo que tantas veces y con tanta acritud había inten tado refrendar Julio Calcaño, el santón irrefutado de nuestra lingüística del siglo XIX y el mandón más absoluto en los asuntos de la lengua pulcra y sana que quería para los venezolanos de su largo tiempo (las marcas de su influencia se sentirán durante el vasto período que media entre 1883, cuando se crea la Academia Venezuela y en donde actuará como temido Secretario Perpetuo, y 1918, año de su muerte). En El castellano en Venezuela (1897), biblia correctiva del buen hablar nacional, Calcaño fustigaba sin compasión a las cocineras de Caracas (o las usaba como término cruel de comparación) por su uso pre cario de la lengua. No quedaba claro silas furias del general escritor tenían un sustento real o si eran en crespadas manifestaciones de su carácter intransigente en materia para él tan capital.
Del pasado más inmediato llegaban con algebraica constancia elogios y alarmas sobre las buenas y las malas palabras en el castellano hablado y escrito en el país. En 1858 el periódico caraqueño El monitor industrial daba curso a la publicación de un diccionario, firmado por el redactor jefe Miguel Carmena, en donde se contrastaban nuestras voces venezolanas, catalogadas de "corrompidas", frente a sus equiva lentes en español general, catalogados de "castizas", para proponer que sólo eran admitidas en el uso (y he aquí una de sus falsedades) las voces castizas y no las calificadas como corrompidas. La obra, Diccionario Indo-Hispano o venezolano español, hizo época y su título perdurará hasta hoy como el primer dic cionario de venezolanismos, muy a pesar de la corriente sancionadora de la lengua que el autor defendía y que la obra animaba.
Mientras esto ocurría, otras lecturas venían a insistir en la riqueza y creatividad del español venezolano, descrito con admiración desde los tiempos coloniales. Emblema de esta tendencia, que hasta el presente nunca dejará de debatirse en contra de su hermana gemela de rasgo negativo, pueden verse formuladas en las opiniones al respecto escritas por José de Oviedo y Baños, en su Historia de la con quista y población de Venezuela, de 1723, cuando afirma que los habitantes de Caracas: "hablan la lengua castellana con perfección, sin aquellos resabios con que la vician en los mas puertos de las Indias".
A pesar de su entusiasmo equinoccial, Alejandro de Humboldt, en 1800, observa contrariado que en la ciudad de Caracas, haciéndose eco del universal gusto por la instrucción, el conocimiento de la literatura europea y una fervorosa sumisión al encanto de la música, "el número de las personas conocedoras de la necesidad de leer no es muy grande".
La llegada del siglo XX y, más aún, la conversión de la Venezuela antigua en país petrolero hicieron su parte para que los ánimos venturosos de Semprum vinieran muy pronto a desmoronarse. Quizá nunca más, en impenitente desconsuelo autoimpuesto, pudimos disfrutar de loa alguna sobre las delicias de nuestro uso de la lengua. Contrariamente, el tono social fue desgastando en cierto sentido sus delicias en la medida en que la sociedad comenzó a ser otra y gestó, para desazón mayúscula, un mundo criollo que ya no nos gustaba por desconocido. Los testimonios de Emilio Constantino Guerrero, Mariano Picón-Salas, Mario Briceño-Iragorry, Isaac Pardo, Ángel Rosenblat , Roberto Martínez Centeno, Pedro Pablo Barnola, Pedro Grases, Ida Gramcko, Arturo Uslar Pietri, Iraset Páez Urdaneta, Manuel Bermúdez y Alexis Márquez Rodríguez, entre tantísimos más, pudieran ilustrar el origen y persistencia del deterioro lingüístico venezolano y las etapas de sus erosivos desarrollos. Coinciden estos autores, cada uno en res paldo de particulares intereses que van desde el precepto irracional hasta el análisis científico, en señalar la existencia de usos lingüísticos impropios en nuestro modo de hablar y en asignar causas diversas que vienen a justificarlos. Más descriptivos o menos puristas, pautan la ruta escabrosa del reconocimiento de la enfermedad de nuestro español y, justificado o no, manifiestan los mayores porcentajes de preocupación que se hayan establecido sobre esta problemática. Si espanta oír a alguno de ellos, encanta la comprensión del mal en que otros insisten.
Hijo de estas disputas y descalabros de la lengua y albacea de estas fluctuaciones de amor y dolor, vino a ofrecernos resquicios de luz en la penumbra, este libro, faro de palpitación venezolana por la lengua, que Rafael Cadenas, su poeta autor, hizo nacer con el título de "En torno al lenguaje".
Conocido durante años en su versión mimeografiada, corría esta obra por los espacios de pensamiento de la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela como perturbadora llamada de atención sobre los despilfarros de nuestros vínculos con el lenguaje, sobre nuestros quebrantos con el idioma y sobre nuestros requiebros con el instrumento rey de la condición humanística. Vino a convertirse en referencia general -quizá, la más importante de todas, y veremos pronto por qué- sobre el malestar de nuestro mundo retratado en su lenguaje y sobre la incidencia poderosa que las falencias lingüísticas iban a reflejar como deterioros que no eran sólo (como tantas veces se había hecho creer) asunto de forma y no de contenidos, como si el lenguaje pudiera ser la una sin los otros. Errados en apreciación y pobres en alcances teóricos, muchos de nuestros analistas habían resuelto que las fallas formales se co rregirían con lecciones de escuela o con campañas de falaz escolarización, cuando en realidad se trataba de la enfermedad profunda del lenguaje, a la que se llega cuando se lo cree pura expresión sin sustancia, cuando toda imagen verbal no es sino revelador estado de pensamiento; palabra que se inventa para manifestar lo que creo, pienso, hago, siento y fundo de la vida.
En este estadio de la reflexión y por encima de sus predecesores, Cadenas ha señalado el tópico, le ha ofrecido entidad celular y lo ha tipificado con rotunda taxonomía patológica. Haciendo que una coma mal puesta, un acento faltante o un dislate ortográfico sean efectos de mala praxis lingüística, Cadenas ha querido entenderlos en dimensión filosófica como indicaciones de mala índole mental o, lo que es igual, como remedo doloroso de una fallida espiritualidad.
En consecuencia, si el ensayo inaugural del libro es * "La quiebra del lenguaje", una puesta plena de la sintomatología de nuestros lenguajes desmerecidos, el segundo texto estará dedicado al mentor teórico sobre el que descansa la obra toda y la auscultación completa y cumplida. El nombre del iluminador será, pues, "Karl Kraus", el más tormentoso irradiador moderno de certezas sobre lo que el lenguaje sig nifica como espejo de los desconciertos humanos. Para Kraus los errores de lenguaje no son sólo materia de ejecución desafortunada, sino infortunio de la naturaleza de los hombres que ejecutan el lenguaje. Fervoroso convencido de que las palabras representan la conciencia de los hombres, Canetti le dedicará uno de sus ensayos más útiles para verlo como iluminador en esa fiesta bajo las bombas que fue su tiempo y que fueron los tiempos por venir para las civilizaciones modernas. Creyendo que estaba vi viendo "los últimos días de la humanidad ", Kraus quema el templo de la razón para buscar entendi miento en la verdad de la sinrazón, único camino por donde las minucias del lenguaje se hacen problema grande y grave y conflagración agónica entre los hiatos del hombre y su mundo, del hombre y su lenguaje, del hombre y su vida, del hombre y sus palabras.
Debemos a Cadenas la divulgación de estas ideas en nuestros espacios de reflexión y su instalación en nuestra filosofía del lenguaje, que comenzó a comportarse de otra manera y a apegarse a estas valoraciones para entender lo que el lenguaje significaba. La densidad que Cadenas reafirma en Kraus es tan perturbadora que logra perturbar, aunque no sea ése su cometido. Quizá, este último sea ofrecer basa mento a las inestabilidades del lenguaje más allá de lo puntual expreso para asentarlo en lo global tá cito; eso que nos caracteriza a todos los hombres y no sólo lo que caracteriza a una parcialidad, punto de vista adoptado hasta Cadenas y que hizo que el problema se viera sólo como asunto local (desperfecto de nuestro menudo trapiche verbal) y no como angustia del hombre contemporáneo, al que también perte necemos desde la entidad nacional de nuestro particular uso del español.
En consonancia con la mejor espiritualidad krausiana, Cadenas concebirá una pieza purificadora, un recordatorio de lo no admitido, un gesto para las fórmulas que se gastaron. Su título, "La gramática contra la lengua", nos hurta lo que queríamos decir y no dijimos, lo que deseábamos señalar y nunca señala mos, lo que la ciencia de las lenguas debió consolidar y, en cambio, prefirió no admitir como realidad despiadada de un idioma (el nuestro, español venezolano) que hubo siempre de estar sometido a los falsos rigores de una gramática inauténtica, perduración del purismo decimonónico, un arte de regular la lengua para satisfacer extraños morbos del pensamiento y que la castigó sin clemencia y la redujo a los torpes escombros de una expresión que dejó de ser amplia y noble por creerse ajustada a un derecho contra natura (puro atenerse a una ley artificial y deformante: "El absurdo trastrueque ha dado lugar al más deplorable capítulo de nuest ra educación").
El poeta, con este acto vindicador, sale apremiado en defensa de la lengua misma y de sus usuarios, de la verdadera lingüística por la que siente fervorosa admiración y de sus cultores compromet idos y, en definitiva, en respaldo por lo que una gramática tiene que ganar en la fragua de los lenguajes.
Para Cadenas, la decadencia de nuestras responsabilidades en el cuidado de la lengua está asociada a las caídas en nuestro modo de educar. El fracaso de la escuela y el desinterés que en ella se patentiza en torno a lo que el lenguaje significa como visión y edificación del universo, y a lo que representa como grabado imaginario del mundo abrirá un ancho margen para la extinción de los valores expresivos que el manejo de la palabra tiene en los actuales momentos en Venezuela. Sin dejar de señalar los incumpli mientos de los deberes inaplazables por parte de los educadores, el problema queda retratado como una compleja sumatoria de fallos. Producto de deterioros en la formación y del desarraigo hacia la idea que determina identidades entre la depravación de la palabra y la depravación del mundo (Kraus en estado puro), la propuesta será evitar la falta de preparación y la carencia de sensibilidad hacia el instrumento rey que es la lengua entre los ejecutores del proceso entero que implica a educadores y a usuarios de la lengua. Impenitente, implora los favores de la lectura, soñando con una edad feliz en que ella triunfe como vía única de salvación de la lengua perdida y como salida necesaria en la recuperación de la expresión tantas veces buscada. Esta gestión benefactora de la lectura arriba, aclamada por todas las sumisiones, en la beneficiosa gestión de sanación lingüística que significa la literatura.
La literatura, no podría ser de otra manera, signará los escenarios (espacios de vida) para la salvación del lenguaje. Deviene la paradoja. Cuando teóricamente el lenguaje, criatura saludable capaz de regene rarse e inventarse permanentemente, debía ofrecer a la literatura, su hija siempre enferma, las claves para alcanzar el fin de la patología (la plétora malsana de un pathos); se truecan los destinos y será la fi lia literaria la que ocupará el maternal destino de su madre, lengua dañada, y el de su padre, lenguaje incapaz ahora de proponer algo que no sea cultivo de virulencias deformadoras, espejo de todas las caídas del espíritu (el poeta no podrá ni querrá zafarse nunca del ideario magnético de Kraus). La literatura, de esta suerte, salva al lenguaje de su desintegración: "Hemos desembocado de nuevo en la literatura.
Se entiende: es la depositaria de la lengua. Atesora todo el esplendor de que ella es capaz. Es ahí donde abrevamos en busca de ese caudal que no encontraremos en ninguna otra parte, en pos de lo que a veces creemos haber perdido. Pues a menudo tenemos la sensación de que el lenguaje puede evaporarse; pero sabemos que si eso ocurriera lo hallaríamos en el lugar donde por fortuna se guarda y se cela, donde se re viste de todas sus galas, donde nos espera siempre".
Pero, como nunca la tragedia planea sola, los venturosos auspicios que acompañan a la literatura como archivo lingüístico del espíritu tendrán que someterse a la mecánica de la lectura (que no a la mecánica de leer) y a la dialéctica de la interpretación (que no al método de vulgarizar el texto). Vivencia de la literatura y del lenguaje, están aquí cimentadas las únicas parcelas por donde son posibles las luces en este ámbito de sombras tan cargadas de negruras. El poeta crítico entiende el problema como gestión de instituciones (personales o públicas), toda vez que se alcanza la conciencia interior en torno a la lectura como comprensión espiritual de lo que la literatura y el lenguaje significan en la molienda del universo humano. Su corazón de universitario hace aquí presencia inquisidora (sólo para 'inquirir' y sólo para ha cer las preguntas necesarias y nunca para castigar, que es un rasgo impropio a su amorosa condición de pensador). Se pregunta por las escuelas de letras, se pregunta por sus profesores, se pregunta por sus estudiantes. Estas son las respuestas:
a) sobre las primeras: "En verdad, no sé hasta qué punto las escuelas de letras le dan su debido lugar al sentido del placer en literatura, tan vinculado, por lo demás, al goce del lenguaje"; b) sobre los segundos:
"Si no existe en los profesores vivencia de la literatura y del len guaje no pueden hacérsela sentir a los estudiantes"; y c) sobre los terceros (que pronto serán los segun dos): "Si no disfrutan con la literatura, con el lenguaje como algo placentero ¿qué podrán transmitir?".
En consonancia con estos ánimos, la presente edición de En torno al lenguaje ofrece un texto nuevo (y no recogido hasta ahora) que reafirma los diagnósticos que ya estaban sobre la mesa y da aún más cuerpo a las conclusiones sobre el desamparo de la enseñanza de nuestra lengua y literatura. Se titula "Sobre la desenseñanza de la literatura en la Enseñanza Media" y la presencía del elemento negativo re tumba con rotunda insistencia. Aunque el texto revisa las actuaciones que programas, profesores y es tudiantes cumplen en el tortuoso proceso de "no enseñar", me gustaría rescatar como señalamientos inaugurales en las reflexiones de Cadenas, aquellos que están referidos a los desacuerdos sobre este problema entre lingüistas y escritores. Ajeno a la polémica, busca centrar la discusión no como pugna disciplinaria, sino como gestión efectiva de cada una de las facetas en este complejo estudio. Muy valioso, a estos fines, el discernimiento entre el aprendizaje de la lengua y el de la lingüística en nuestra educación preuniversitaria. Rompiendo lanzas a favor de los escritores, pero sin desalentar a los lingüistas que ha cen bien sus contribuciones, el poeta lingüista produce una síntesis que es un saldo (abonado por la compañía virtuosa de María Fernanda Palacios y Alexis Márquez Rodríguez):
"Sin gusto por la lengua no lo hay por la literatura y sin gusto por la literatura tampoco lo hay por la lengua", pero aunque se trate de un proceso simultáneo de mutua alimentación, me parece que lo primero es básico y ha ido perdiéndose. Ya no hay mucho sabor ni saber de la lengua, para decirlo con palabras de María Fernanda Palacios. Lo cual tiene que ver con el empobrecimiento del lenguaje, no sólo en Venezuela y en el ámbito de la lengua española, pues también hay quejas en otros idiomas. La tribu de los lingüistas disiente de lo que digo, pero significativamente la de los escritores no, y esto va sin ánimo de polémica. Sería necio querellarse con quienes realizan una labor valiosa dentro de su campo. Lo que sí me parece oportuno señalar es que el aprendizaje de nuestra lengua debe anteceder al estudio de la lingüística, como lo afirma Alexis Márquez en su muy necesaria columna".
Incómodo por directo y verdadero, lo dicho sobre nuestros males lingüísticos harán mella en la recep ción de este libro que fue triunfo y derrota; que llama al triunfo por saber muy bien lo que es la derrota. Todo ello tan cierto que cuando Ludovico Silva escribe La torre de los ángeles observa la derrota en Cadenas como una de sus señas más agónicas. Ellas habitan tanto en el poeta como en el crítico, pues sólo por entender el daño dejado por la derrota, por el que puede emprender ahora la tarea de filósofo que le es tan propia (v.g. sus libros Realid ad y literatura y Apuntes sobre San juan de la Cruz). Como poeta es "su propio verdugo, su propio observador, su propio crítico, su propio biógrafo". Como crítico es el biógrafo, el poeta, el observador y el verdugo de un "mundo que acierta a ser el de su patria, es decir, el de su sufrimiento original, el generador de todas sus desgracias". Tanto en el poeta como en el crítico pesa la situación vital, la vida cuenta más que todo.
Para algunos lingüistas desapacibles la aparición de En torno al lenguaje supuso una intromisión del poeta en los predios escabrosos de la evaluación lingüística; para la gran mayoría significó el mayor de los beneficios, pues el poeta les arrancaba de sus discursos lo que nunca se atrevieron a decir y de sus plumas lo que no fueron capaces de escribir con tanta penetración y justicia crítica. Al día, representa un texto obligado para nuestra comprensión de lo que somos en la lengua y su rango es equivalente en ímpetu constructivo a muchos de los ensayos que sobre materias hermanas escribieron los estudiosos y escritores más comprometidos con los asuntos de la expresión, dentro y fuera de Venezuela. Nada le so bra o falta al Cadenas filólogo que no haya estado en nuestros máximos cultores de la lengua.
Esta nueva edición de "En tomo al lenguaje" significa la plenitud del poeta lingüista, la mejor de sus iconografías. Significa la posibilidad de volver a mirarnos en el espejo empañado de nuestros usos indignos de la lengua. Significa reinstalar la aguda problemática sobre nuestros deterioros lingüísticos y recor darnos que ella no debió postergarse. Significa comprender que no sensibilizarnos sobre lo que somos en la lengua es una forma de hacernos insensibles a las materias del espíritu. Significa volver a cursar las lecciones de amor hacia la lengua como forma de entender la dignidad de nuestra naturaleza. Significa recobrar la fe en la literatura como la más acabada de las estirpes del lenguaje. Significa asumir que hay luz en tiempos de tinieblas para la palabra y para el mundo. Esta nueva edición de En tomo al len guaje significa, venturosamente, que todos estos significados están esperando por nosotros para hacerse realidad.
Francisco Javier Pérez
Sobre "En torno al lenguaje",
de Rafael Cadenas
En 1984 el poeta Rafael Cadenas pagó de su propio bolsillo una modesta y primera edición de su libro En torno al lenguaje, de la cual tuve el honor de recibir de sus manos uno de esos pocos ejemplares, una noche en que coincidimos en la feria navideña del Ateneo de Caracas. Muchas ediciones y reediciones le han seguido desde entonces, por diferentes sellos editoriales.
El siguiente artículo fue publicado por la revista UNA Documenta de la Universidad Nacional Abierta a principios de 1985 (no recuerdo ni tengo a mano la fecha exacta). Después apareció en La poesía, la vida: en torno a Rafael Cadenas, volumen que recoge una selección de textos de varios autores sobre la obra de Cadenas para ese entonces, 1999, publicado por el Fondo Editorial de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela.
Sobre En torno al lenguaje
En torno al lenguaje, “testimonio de un recio amor, el amor a la lengua”, es hechura de palabras plenas de sentido que expresan preocupaciones desdeñadas o adrede relegadas por los planificadores de todas las tendencias políticas; ellas, las palabras de Cadenas, surgen en medio de la verbosidad incongruente como defensoras rutilantes y solitarias de la cultura, del hablar del alma. Cadenas, apoyado en otras voces lamentablemente desoídas, reclama una educación distinta, fundada en “lo que de mejor hay en nosotros”, en lo que hemos olvidado en aras de los multiformes fantasmas del poder, de la tributación a la tecnología, de la incultura reinante, del trabajo embrutecedor.
Afirma Cadenas que la enseñanza de la lengua debe ser el centro de la educación. Para ello, nos dice, es primordial “la lectura hecha con atención hacia la manera de expresarse de los buenos autores”. Correspondería al educador, hoy figura agobiada por la búsqueda de más horas de trabajo para sobrevivir y precariamente formado, cultivar en sus alumnos el regusto por el lenguaje, ese aborrecido regalo perpetuo. Y de verdad urge una educación que insista en los inútiles bienes del espíritu, en la pasión por los asuntos del alma: con ellos no volveremos a manos llenas del mercado, pero quizás nos haríamos dignos habitantes de este mundo.
Se necesitan maestros y profesores que tengan un gusto genuino por la literatura, pues sólo ellos podrán comunicarlo, y no transmisores mecánicos de nociones recogidas en universidades o pedagógicos. Este no es un problema de técnicas o metodologías o programas sino de sensibilidad. La sensibilidad es el elemento que no puede estar ausente.
Esa insistencia de Cadenas nos pide leer, leer sin apuro, con mucha atención y sin prejuicios. Hay que, por supuesto, enseñar a leer: no basta con demagógicas campañas de alfabetización ni con elitistas comisiones para promover la lectura. Lo fundamental de esta labor, a mi juicio, consiste en una desinteresada querencia de rescatar la cultura, de arrancarnos de la cabeza una manera de vivir cuyos soportes son encubridores desmanes verbales, el culto desmedido a la máquina, la mercantilización de las relaciones, la supervaloración del trabajo y la preponderancia de la política.
La lectura, al igual que la contemplación, es dádiva excelente del ocio; la lectura, en su auténtico sentido, es comercio con la tradición y descubrimiento de lo desaprendido en escuelas entorpecedoras. Lectura de buenos autores y de buenos traductores nos conduce a la fiesta del alma; allí encontramos las perlas de la lengua… y la pluma es lengua del alma, advierte don Quijote.
Saltamos de la indigencia lingüística a la verbosidad rebuscada, sin tomar en cuenta la sencillez y la palabra cabal.
Cadenas dilucida en impecable español las razones que nos alejan de los libros y del buen hablar. Aunque no está de más, para los fines de este comentario, insistir. Es preciso ante la ruina que acecha: “conciencia de la lengua, sensibilidad ante la lengua, estudio amoroso de la lengua”; no purismo, pedantería, engolamiento, afectación o adorno. Pero solemos ser extremistas: saltamos de la indigencia lingüística a la verbosidad rebuscada, sin tomar en cuenta la sencillez y la palabra cabal. Hablar bien no es privilegio de mercaderes de ideas, de intelectuales afectados, de políticos falaces y redomados. Hablar bien significa “tener conciencia de lo que se dice, emplear con propiedad las palabras”. Hay una relación básica que omiten los charlatanes: “la del lenguaje con la personalidad”. El mundo de las palabras no es ajeno a nuestro mundo interior: una frase dice mucho de quien la pronuncia, más de lo que se cree.
Necesitamos detenernos y reflexionar: lengua y cultura están amenazadas. La indiferencia, la insensibilidad, la mecanización, la desatención y las manipulaciones del lenguaje con fines de someter a pueblos enteros, aridecen la vida. Quienes creemos en el diálogo sin tapujos, en la solidaridad real (no populista ni demagógica), en las virtudes del verbo, en la contemplación de los hechos y cosas del mundo, miramos con angustia el desenfreno de los demonios de nuestro tiempo, pero nos quedan las palabras para defendernos: leves armas de sueño, sangre, rabia, disidencia y vitalidad.
Termino con un señalamiento de Cadenas en el capítulo de "En torno al lenguaje" inspirado en “aquel caballero de las letras que se llamó Pedro Salinas”:
El Estado, la sociedad, no han visto la gravedad del problema. ¿O no han querido verla, sabedores de que un pueblo en posesión de su lengua es menos fácil de manipular? Es posible que fuerzas diabólicas operen en esa dirección, soterradamente, substraídas a la conciencia.
Es para pensarlo, para no pasarlo por alto, porque de ello depende mucho y tal vez estamos en la trampa y no lo sabemos.
(Rafael Cadenas)
Los límites de mi lenguaje
son los límites de mi mundo.
Ludwig Wittgenstein
De una manera general se puede decir que el venezolano de hoy conoce muy poco su
propia lengua. No tiene conciencia del instrumento que utiliza pan expresarse. En su
lenguaje, admitámoslo sin muchas vueltas, se advierte una pobreza alarmante. El número de
palabras que usa es escaso, está lejos de un nivel aceptable y en los casos extremos apenas
rebasa los límites del español básico; por lo general no lee ni redacta bien. Infortunadamente
también ignora que la propia lengua puede y debe estudiarse a lo largo de la vida; para él es
sólo una tediosa materia de los programas de la escuela y el bachillerato de la cual se siente
al fin libre. Tampoco sabe que nunca ha recibido clases de lengua, aunque haya llegado a la
universidad. Pero no quiero anticiparme: este punto será tratado con cierta extensión más
adelante. Lo cierto es que el lenguaje no ocupa ningún puesto en la gama de sus
intereses.[1]
Tal vez estas afirmaciones parezcan duras o excesivas; sé que no serán gratas para
los expertos, pero cualquier otra manera de formular mi impresión la sentiría como un
understatement.
Me he referido, sin precisar, a la deplorable situación del lenguaje entre nosotros,
dado que no es mi propósito señalar pormenorizadamente las fallas más usuales en que se
incurre.[2]
Son ya muy conocidas y además innumerables como para incluirlas en un ensayo
que solo quiere alertar sobre el peligro en que se encuentra nuestro español, con miras a
preservarlo, a evitar que vaya a volatilizársenos también esta riqueza. El empobrecimiento en
que ha ido cayendo, pues empobrecimiento es la palabra que mejor compendia el estado en
que se encuentra, puede llevarlo a una inopia irreversible, sin posibilidad de recuperación.
[3] Esta es una de las carencias más notorias, pero menos señaladas, entre las que
afectan a nuestro pueblo. ¿Por qué se suele pasarla por alto? ¿A qué se debe semejante
omisión? ¿Por qué se habla de otras carencias, y casi nunca de ésta tan vinculada al vivir del
individuo y de la comunidad que no puede menos de incidir en él? Se trata de una extraña
subestimación, pero no deseo tantear en pos de explicaciones. Prefiero dejar las preguntas
en el aire.
Para mí es evidente que Venezuela está aquejada de un grave descenso lingüístico cuyas consecuencias, aunque no sean fácilmente visibles se me antojan incalculables.
Resulta difícil percibir, sobre todo, las que sin estar a la vista, son las más importantes, pues
tienen que ver con el mundo interior.
Tal vez otros países donde se habla español no le vayan en zaga a Venezuela en esto,
pero sólo conozco, o vivo más que conozco - ¡y con qué desazón!- lo que aquí ocurre. Eso
que nos afecta a todos, como oyentes, como hablan nos demos cuenta o no. En realidad,
desconocemos sus repercusiones más hondas, más sutiles y más ocultas. En este campo
sentirnos, pero no, advertimos mucho. Solo sabemos que el lenguaje actúa sobre el tenor de
nuestro vivir, y ya eso es suficiente para apreciar su gravitante poder.
La situación no deja de ser peligrosa; un idioma puede decaer, empobrecerse, morir;
sin embargo, nada se hace para afrontarla. Aquí también señores sin mayores obstáculos la
corriente de la descomposición. La sociedad ignora el problema; el Estado es pasivo; los
institutos de, educación fallan escandalosamente en la tarea que con respecto a la lengua les
corresponde:
la de enseñarla, la de trabajar con el español de los estudiantes a fin de que
mejore, y el principal medio de comunicación, la televisión, por un lado contribuye a difundir
un español que cabe llamar standard, bastante insípido y no sin traslados literales, sobre todo
del inglés; por otro lado, se aplica a fomentar, imponer y consolidar deformaciones o
vulgaridades, siendo tal vez este lado el más eficaz. No he mencionado la radio porque si
bien se oye mucho, dudo de su existencia; si admitiéramos que existe tendríamos queconsiderarla incomparablemente peor que la televisión.
El principal mérito de la radio parece
ser el de volver estridente la vulgaridad, aporte por lo demás superfluo en nuestro medio.
Trataré de ser objetivo: en la televisión hay excelentes programas tanto importados
como hechos en el país -aquellos abundan más que estos- pero son precisamente los que
cuentan con menos televidentes. En razón de su calidad no pueden competir, son derrotados
por los que el público frecuenta más, en parte porque la misma televisión lo ha acostumbrado
a ellos. Es decir, después de habituarle a productos de baja calidad, como las telenovelas,
esas escuelas de histerismo, desfachatada vulgaridad y pésimo lenguaje- tienen que seguir
suministrándoselo. He oído decir que el lenguaje de las telenovelas es el que usan los
venezolanos, que los libretistas llevan a la pantalla el que oyen en su ambiente y los directores y actores se encargan de la "manera" de hablarlo. Si es así, las telenovelas
constituyen la prueba más contundente de que en punto a Idioma si se encuentra Venezuela
en un estado de indigencia.[4]
Los periódicos contribuyen un poco más a sostener la lengua, pero habría que
reprocharles la grave negligencia que se nota en el material procedente del extranjero que se
nos sirve en un español tras el cual percibimos sin esfuerzo los giros ingleses. Es, a veces,
un inglés mal trajeado a lo español por traductores a los que la construcción propia de nuestra
lengua les es o se les ha vuelto extraña y por periodistas que desconocen la frase española y
por ello no pueden detectar el contrabando o periodistas a quienes simplemente les importa
poco que nuestra lengua desaparezca, lo cual a la larga es posible. Las deformaciones
pueden ir poco a poco -o tal vez rápidamente, nada es hoy lento- cambiando su faz, hasta
volvérsela irreconocible.
Cabe afirmar, sin injusticia, que los medios de comunicación son insolentes ante el
idioma. A la televisión -vuelvo sobre este medio por ser el de mayor alcance y por considerar
irremediable la radio- puede exigírsele, al menos, que mantenga un nivel de expresión
aceptable, que no contribuya a desfigurar el idioma y que no recoja lo peor, pues suele darle
profusa circulación a injustificables monedas lingüísticas.
La televisión magnetiza. Su
influencia no admite comparación con
ninguna otra. Creo que la televisión, el
automóvil y la propaganda le dan su nota
más característica a nuestra época. De ahí
que me haya demorado en este punto y no
quisiera abandonarlo sin referirme a la
propaganda especialmente la televisiva.
Cada planta golpea sobre un público
inerme, incitándole a gritos o con tonadillas para embebecer a comprar, comprar,
comprar, lo que sea, limpiadores,
detergentes, cigarrillos, automóviles,
máquinas de afeitar, champúes,
margarinas, leches condensadas, discos,
jabones, o anunciándole los maravillosos
espectáculos que le tiene preparados o
entonando loas en impar ejercicio de
autoexaltación, a la calidad de sus
programas, lo que no puede menos de
tener un efecto que seguramente va más
allá del estímulo al consumismo, el
fomento de la masificación o el pábulo a la
simple tontería. Pienso hasta en un efecto
neurológico, difícil de rastrear. Tal vez lo
más -dañoso sea ese su desconsiderado
golpeteo, esa su endemoniada repetición,
su abusiva frecuencia que al decir de los
expertos, no tiene parangón en los otros
países. De ahí que sería saludable regular,
en este aspecto, a las plantas privadas.[5]
Sobre los institutos de educación hará, más adelante, en otro capítulo, algunas
consideraciones.
La situación de deterioro que he descrito de manera muy suscinta tiene graves
consecuencias para el venezolano. El desconocimiento de su lengua lo limita como ser
humano en todo sentido. Lo traba; le impide pensar, dado que sin lenguaje esta función se
torna imposible; lo priva de la herencia cultural de la humanidad y especialmente la que
pertenece a su ámbito lingüístico; lo convierte en presa de embaucadores, pues la ignorancia
lo torna inerme ante ellos y no lo deja detectar la mentira en el lenguaje; lo transforma
fácilmente en hombre masa ya que una conciencia del lenguaje es una de las mejores
defensas frente a las fuerzas que presionan contra la individualidad. ¿Para qué seguir
enumerando limitaciones? Sería nunca acabar. Ya se sabe que la lengua es como el
armazón de toda la cultura.
Tampoco es mi intención inquirir sobre los factores que pueden haber ocasionado este
deterioro, o adentrarme en ellos. Soy poco dado a este tipo de indagaciones. Me interesa el
hecho actual. Por lo demás, casi todos están a la vista: la ruptura violenta con España, que
alejó a Venezuela de su matriz lingüística, lo cual, idiomáticamente, no podía ser
enriquecedor para ninguna de las partes; las guerras y dictaduras del siglo XIX y comienzos
del XX que impidieron un desarrollo normal de la educación y la cultura, pero no el de un
primitivismo que todavía nos afecta-. los caudillos locales han sido reemplazados por esos
"patriotas" que "se meten" a la política con el fin de conseguir un cargo público, no para servir
-la idea corresponde a una constitución humana y social que ellos no tienen- sino para
enriquecerse, lo que ha hecho de nuestra democracia un régimen insolvente, encubridor y
hueco; las deficiencias en la enseñanza de nuestro idioma por las escuelas y liceos-, el
espíritu de masa que mira con desconfianza toda expresión que se separe del patrón general;
hasta el machismo, para el cual hablar bien resulta sospechoso -de ahí que fomente el cultivo
del mal lenguaje-, pero, sobre todo, la absoluta indiferencia por parte del Estado y de la
sociedad: el asunto no figura en el catálogo de las prioridades; ni siquiera es visto como
problema; les debe de parecer insignificante al lado de los "verdaderos problemas", sin pensar
en que tal vez estos dependan,, en cierto modo, de aquel.
¡Al diablo con el lenguaje! hay cosas más importantes que atender", parecería ser el lema
imperante en el país (no sé si las “cosas más importantes" son en realidad atendidas). Aquí
impera desde siempre la pasividad inconmovible. Tal sería la raíz del mal. El descenso
idiomático se produce como secuela natural de esta actitud.
Por eso parece no importar mucho que los medios de comunicación propaguen usos
de mala ley o que en las escuelas y liceos no se enseñe el idioma que probablemente
hablamos o que las universidades venezolanas gradúen profesionales que no llegaron a
conocerlo o que un lenguaje defectuoso no sea un obstáculo para ningún político o que los
jóvenes hayan ido sucumbiendo a una especie de mutilación verbal al adoptar una jerga que
solo contribuye a que su mundo se encoja.
En fin, me detengo: temo perderme en la enorme red de factores que han influido en nuestro lenguaje actual. Sólo he mencionado algunos y
seguramente cada lector podrá agregar otros, pero deseo, si, expresar de una vez una
impresión muy firme en mí: esta situación de deterioro de nuestro lenguaje forma, parte del
deterioro general que padece la sociedad venezolana y no debiera considerarse, como suele
hacerse, de manera aislada. ¿Cómo iba a quedar exento el lenguaje si es parte esencial del
hombre? No pueden separarse; están unidos inextricablemente; el destino de uno afecta al
otro y entre ellos se establece una constante interrelación que, al parecer, tiene la
particularidad de estar a la vista y ser fácilmente pasada por alto.
Si la educación está en baja; si la
corrupción se instala en el Estado y la
sociedad sin que estos reaccionen
vigorosamente; si dirigentes del país, se
dedican a robarlo; si la justicia es burlada
con facilidad por los poderosos; si nuestras
pocas tradiciones desaparecen arrasadas
Por un desarrollo unidimensional el único
que conocemos; si en el ambiente físico
campea la fealdad, el descuido, la dejadez,
el abandono, la Polución; si la tecnología
impone su dominio acosando o
desplazando la formación humanística; si
los medios de comunicación están más al
servicio de intereses parciales que de la
comunidad, y en general la atmósfera del
país es de descomposición, ¿va el
lenguaje a permanecer indemne?
Aunque parezca no haber relación entre todo esto y el lenguaje, no puedo dejar de
conectarlos. Es fácil ver cómo los aspectos que he mencionado se vinculan entre sí, pero no
tan fácil ver la relación de estos, y los que se me escapan, con el lenguaje. Lo que ocurre en
la sociedad tiene que reflejarse en él, e inversamente, lo que le pasa al lenguaje tiene a su
vez efectos en la sociedad.
Con frecuencia se olvida también que éste gravita más de lo
imaginable sobre hechos que aparentemente no tienen conexión con él y a los cuales se les
suele dar explicaciones de otra índole.
Creo que esto lo comprenderemos mejor en términos de cultura. ¿Puede ella existir
sin una formación lingüística? ¡Y cuánto no depende, en el terreno económico o social o
político, de lo que llamamos cultura! La formación lingüística a que me refiero incluye, desde
luego, a la que es espontánea, la que se adquiere en el ambiente, sin más, cuando el
lenguaje no se ha degradado, y la cual se entrecruza, en toda sociedad, con la que se apoya
en la transmisión escrita de carácter culto. Espero que la soslayada relación entre el lenguaje y hechos que parecen serle ajenos vaya perfilándose a través de estos ensayos, que se
completan entre sí.
Pero reanudemos el hilo.
El morbo -la baja idiomática- va haciéndose endémico; se afianza en la indiferencia, y
al parecer, no lo padece sólo nuestro ámbito lingüístico: ataca corrosivamente en todas partes
desasosegando a los que todavía se aferran a la idea de cultura. Conozco quejas sobre
otros idiomas, parecidas a las que se oyen respecto al español. ¿Pero hasta dónde se
aquilata la magnitud del hecho? Uno se siente tentado a creer que en este punto se embota
la capacidad humana de valoración. Suele verse dentro de límites exclusivamente
lingüísticos ¡Como si el lenguaje no estuviera en relación estrechísima con todo lo que atañe
al hombre, como si no fuera inseparable de su mundo!
Recordemos, por ejemplo, que hablar y pensar son funciones que se vinculan de modo
indisoluble; no pueden existir la una sin la otra. Además el lenguaje no solo le da su rasgo
más característico al hombre: también lo configura.
"El mundo va conformándose para el
hombre según la imagen del lenguaje, y cada nueva precisión idiomática es al mismo tiempo
un aumento, un enriquecimiento de su mundo. Esto no se refiere sólo al mundo externo, sino
también al interno, espiritual y anímico. Así como el mundo externo va estructurándose en el
niño al aprender éste a designarlo, a captarlo idiomáticamente, así también se estructura y se
forma su fuero íntimo por medio de la expresión idiomática. Alegría y dolor, amor y paciencia,
aburrimiento y expectativa, franqueza y orgullo, etc.: todo ello va configurándose bajo la
conducción de las palabras que el lenguaje pone a disposición del hombre. Y con tal proceso
se va formando su naturaleza interior. Lo cual sin duda no significa que el lenguaje produzca
los sentimientos sacándolos sencillamente de la nada. Algo de vida anímica debe preexistir.
Pero ese algo es todavía informe e inaprehensible y sólo adquiere su forma y con ello su
verdadera realidad al fundirse en los moldes idiomáticos prefigurados o, mejor dicho, al unirse
a tales formas prefigurada.
Y puesto que cada lengua, como hemos visto, va acuñando esta
actitud de un modo específico en cada caso, también el hombre se va formando dentro del
lenguaje de un modo específico en cada caso". Podría afirmarse que, en gran medida, el
hombre es hechura del lenguaje. Este le sirve no sólo como medio principal de comunicación
para pensar y expresar sus ideas y sentimientos, sino que también lo forma. Está unido en lo
más hondo a su ser; es parte suya esencial, propia, constitutiva. En cierto modo conocemos
a las personas por su manera de usar el lenguaje. Este nos revela más que cualquier otro
rasgo Hay otro aspecto que no debe formar parte de los que omito forzosamente en razón de
lo extenso del tema: un descenso del lenguaje debilita y hasta puede cortar nuestros vínculos
con el pasado, quitarnos el suelo histórico al que pertenecemos, pues hablar una lengua es
una filiación a un territorio cultural específico.
La desmemoria que se observa en el mundo
moderno quizá tenga que ver con ese descenso, ya que el lenguaje es vía cardinal de
comunicación no solo en el presente, sino también con el pasado. Cuando hablamos, en
nuestras palabras resuenan siglos; cuando leemos libros de épocas remotas nos topamos
palabras que aún decimos. Se trata de un hilo que viene del ayer, y está entrelazado con el
de la historia.
Permítaseme una referencia personal dentro del ámbito lingüístico a que pertenezco.
Me emociona pensar que las palabras que yo pronuncio son las mismas que pronunciaba, por
ejemplo, Cervantes, o encontrar en sus obras las palabras de mi infancia oídas tantas veces
en boca de mis abuelos o mis padres o compañeros de escuela o de juegos.
El lenguaje está
cargado hasta los bordes de tiempo. Nos sumerge en el pretérito o nos lo trae a nuestro hoy.
Rezuma formas de vida por todos sus poros y él mismo es forma.
Supongamos que nuestro lenguaje actual vaya distanciándose cada vez más de aquel en que
están escritas las obras clásicas de la literatura, o aun, me aventuro sin titubear, las
modernas, y alguien que no sea un lector intente leerlas ¿No sentirá que están en una lengua
extraña, casi muerta?, Es lo más probable, y ¡qué descorazonador!
Porque esas obras están
en una lengua más viva, más abundante y más rica que la usada por nosotros en la vida
corriente.
El asunto es vasto. Desborda los modestos límites que se le suelen asignar. Habría
que verlo en relación al hombre moderno que le ha dado la espalda a todo lo que no cabe en
el limitado círculo de sus intereses, y con el lenguaje ha hecho lo mismo que con otros
valores: lo ha puesto en trágico olvido. Es una miseria más que faltaría por añadir a las que le
han señalado pensadores como Spengler, Ortega, Jung y muchos otros. ¿Añadir? ¿No se
nos habrá escapado su verdadero rango? ¿No será esta omisión un signo que revela una
incapacidad para estimar debidamente el puesto de la lengua en el mundo del hombre?
Siempre me ha sorprendido que la mayoría de los pensadores que se han dado a la faena de
ahondar en los más diversos aspectos del hombre de nuestra época dejen de lado la cuestión del lenguaje, el cual debe de estar detrás de todas las crisis que lo afectan, condicionándolas
o sufriendo sus efectos, en estrechísima correlación, en franco o, subterráneo nexo, en sutil o
marcado compás. En rigor, lo que ellos defienden es el individuo, que está amenazado sobre
todo por la masifiúación, y aunque el lenguaje es parte importante de esta situación
dramática, no lo toman en cuenta o lo tocan muy de paso. Para mí, al menos, es evidente
que alguien consciente de lo que son las Palabras está en mejores condiciones para resistir
todas las formas de manipulación que atentan contra su individualidad; es improbable que no
pueda detectar las impostoras al uso; difícilmente caerá en la trampa del gregarismo.
El
hombre masa no tiene lenguaje; usa, el que le imponen. Cuando comienza a tenerlo, es
decir, cuando pone atención a las palabras y va dejando de usarlas mecánicamente, ya está
en camino de zafarse de la hipnosis a que estaba condenado. Seguramente las fuerzas
manipuladoras saben que la conciencia del lenguaje es un bastión del individuo; y ya que
hablamos de éste, me atreveré a dar otro paso: creo que así como la educación lingüística
que no se debe confundir con el estudio de la lingüística- es condición para el conocimiento
de los demás también lo es del propio, sin el cual no puede hablarse de individuo. La
educación lingüística a que me refiero, es por lo menos, entre otras cosas, una educación en
exactitud, necesaria en el proceso de autoconocimiento.
El lenguaje es inseparable del mundo del hombre. Más que al campo de la lingüística
pertenece, por su lado más hondo, al del espíritu y al del alma. En otras palabras, no puede
hablarse separadamente de un deterioro del lenguaje. Tal deterioro remite a otro, al del
hombre, y ambos van juntos, ambos se entrecruzan, ambos se potencian entre sí. Para eso
en la defensa del hombre ha de incluirse la del idioma, y la de este no reducirse a sus
fronteras específicas.
De la incapacidad para ver esta relación procede ese restringir toda preocupación por
la lengua al terreno cercado de una especialidad muy técnica.
En realidad, el lenguaje siempre se trasciende a sí mismo. Lo que le pasa es síntoma
que apunta a una causa ajena a él, y a su vez, actúa sobre la esfera no lingüística. ¿No es él
la nota humana por excelencia? ¿No forma como la otra cara de coda o«? ¿No es el
fundamento de¡ mundo del hombre, de la cultura? Sin embargo, no suele volverse sobre sí mismo en ademán de auscultación. Es un instrumento que se usa y nos usa sin que
pongamos en él los ojos para ver su estado en sesgo de autoconciencia.
El mundo moderno ha entronizado un desdén hacía todo lo tocante a la lengua todavía
mayor al que la historia nos acostumbró a aceptar. No deja de ser extraño que esto ocurra en
la época de mayor auge de la lingüística. La inesperada paradoja se me antoja significativa;
tal vez nos está diciendo que a la lingüística la atraen más sus teorizaciones que el destino de
la lengua, y por eso, en vez en cuando, cuidarla, la convierte en objeto de laboratorio, la
vivisecciona. Ciertamente, su enfoque fenomenológico, imparcial, aséptico, revela una falta de
sentir que se traduce en una especie de impasibilidad complaciente ante deformaciones y
fealdades idiomáticas por el solo hecho de que existen. Así, la lingüística, respaldada por su
prestigio de ciencia -sabemos que esta palabra es mágica- ha estimulado la tendencia
general de permitirlo todo.
Hemos pasado de un extremo a
otro: de la actitud envarada de los
académicos puristas del siglo pasado,
condenadores vehementes de defectos
que muchas veces no eran tales, a la
óptica de la lingüística cuya posición se
parece mucho a la complicidad. Hasta
creo que puede ver imperturbablemente
cómo se desmorona un idioma. La rigidez
fue reemplazada por la licencia; la manía
purista cedió el puesto a la impasibilidad
científica; la obsesión por lo correcto dio
paso a una aceptación de todos los
descarríos. Los académicos pretendían
cuidar celosamente el caudal legado; los
lingüistas lo observan para registrar sus
cambios, estudiar su anatomía, teorizar
impecablemente, sin pronunciarse, pues su
ciencia es solo descriptiva. Aquellos eran
fiscales ceñudos; estos son observadores
que van con la corriente del uso, sea cual
sea. Decretan la pasividad.
¿No estaremos hoy en condiciones de buscar un equilibrio entre ambos extremos?
Tal vez sea este el momento de sustraerse a ambas posiciones. Ni actitud de
dómines que se dan mezquinamente a cazar faltas menudas ni actitud de científicos que no
toman partido y en cuyas manos se diluye toda diferenciación. Habría que buscar otro punto
de mira.
Pedro Salinas señala que las academias se arrojaron una autoridad despótica, y al
desprestigiarse estas y cobrar auge la concepción positivista de las lenguas que las ve como
“organismos naturales de evolución fatal e independiente de¡ ánimo de¡ hombre, se vino al
otro extremo del péndulo: la reducción del trabajo del ser humano sobre el idioma a un simple
registrar de fenómenos indominables y el abandono de toda tentativa de influir en los destinos
de la lengua por considerarlo como un desmán contra una supuesta ley natural. De la
autocracia se pasó a la anarquía. O peor, a lo que yo denominaría el panglosismo”. Que,
acoto, lleva a un laissez faire. De la rigidez académica hemos dado en un libertinaje
lingüístico peligroso que los especialistas no pueden afrontar, pues están desarmados por su
propia postura, esa de insensible neutralidad que ve como simple fenómeno de laboratorio
todo uso que aparezca; y lo de laboratorio es casi literal: a veces dotados de aparatos, que de
paso los atrae las simpatías del Estado al darle a su disciplina ese color de ciencia que tanto
le gusta, andan recogiendo y estudiando rasgos, cambios, diferencias; pero una falla los
limita.
El sentir, en ellos, está debilitado; no pueden estimar. Como investigadores, no como
hombres, deben dar de lado el instinto de valoración, pues así lo exige su propia especialidad;
esta les arrebata lo que no requiere lo cual no dejará de ser conflictivo para muchos de ellos.
En algunos, no obstante, existe una verdadera preocupación por lo que le ocurre al
lenguaje.
Ver como "desmán contra una supuesta ley natural" toda intervención me parece una
observación capital que resume la objeción más frecuente a toda iniciativa respecto al
lenguaje. Como la lengua la hace la gente -el pueblo, precisan algunos hay que dejarla seguir
su curso. En otras palabras, quienes presuntamente la han hecho pueden deshacerla,
aunque la cultura se derrumbe. Es como si los obreros que han levantado un edificio
comenzaran a derribarlo sin saber lo que hacen y nadie tratara de impedirlo. Los
especialistas del lenguaje se atienen a lo de voz del pueblo, voz de Dios, o a la versión
moderna de la misma tontería: el pueblo nunca se equivoca. Claro que se equivoca, y
mucho, y en todo, no solo en materia de lenguaje. Esta beatería no difiere,- en el fondo, de
un fetichismo popularista, que esta vez aparece, inesperadamente, en una facción de
estudiosos profesores universitario& Con todo, por su excelente conocimiento del lenguaje,
los profesionales de la lingüística pueden contribuir, como guías, en su enseñanza y en la
investigación.
Debo añadir que no es la transformación de la lengua lo que me parece mal. ¿Quién
podría estar contra ese proceso? Lo que considero grave es que la olvidemos y, por olvidarla,
surja en su lugar otra, de emergencia, inventada, hecha con retazos del inglés; de la jerga
juvenil, procedente a su vez en parte, de la que usa el hampa; de los -clichés que implantan
los medios de comunicación. Esta sustitución, que ya nos es dable entrever, cortaría nuestro
contacto con todo lo que la tradición guarda en sus arcas, con todo lo perdurable creado en
nuestra lengua. Alego, sobre todo, en favor de su vieja riqueza, sin que ello signifique
oposición a lo nuevo. Mucho de lo que brota tiene validez, mas para que se inserte sincausar daño en el lenguaje, este ha de tener cuerpo y el cuerpo está hecho de memoria. Es
el ayer vivo de la lengua lo que no debe perderse. Cuando una comunidad conoce bien su
lengua y está en condiciones de apreciarla y quererla, puede recibir sin riesgo todos los
aportes. De otro modo, es posible no que esta cambie, sino que se la cambien, sin que se dé
cuenta, fuerzas muy ciegas.
NOTAS
____________________
3. Más grave que las fallas o el mal empleo del idioma es su empobrecimiento. El olvido de la
lengua, lo escaso del léxico, el poco o ningún uso de sinónimos, la falta de vínculos con el pasado de la
lengua, la rutina en la construcción de las frases, a la que se deben muchas facilidades de expresión, son
algunas de las notas de este empobrecimiento que muchos, sobre todo en el campo de la lingüística, no
admiten: prefieren llamarlo, cambio. La pregunta que cabe hacer es en qué dirección ocurre éste. No
todo cambio es enriquecedor. Por ejemplo, puede haber neologismos que extravíen aún más al ser
humano.
4. Por su popularidad, la telenovela es un género importante. Con calidad, sería un gran
instrumento de cultura. Ocurre todo lo contrario. A más de reafirinar y expandir la pobreza de
lenguaje existente, afianza ideas y prejuicios que carecen de vigencia y que una gran parte del mismo
público que las ve, dejó atrás hace tiempo. En lugar de impulsarlo hacia nuevas posibilidades, lo
empantana aún más. Parecen elaboradas adrede para hacer retroceder o estancar al público. En esto
reside, a mi ver, su mayor inmoralidad. Hay excepciones, desde luce pero-muy pocas, lo cual es de
lamentar.
5. El libro de Antonio Pasquali, Comunicacíón y cultura de masas reeditado en 1977 por Monte
Avila -se publicó por primera vez en 1963-, trae Informaciones que a pesar del tiempo transcurrido,
vale la pena recordar. No creo que la situación haya variado mucho esencialmente. Algunos de los
datos son escalofriantes. Por ejemplo, el Canal 2 difundía 514 mensajes publicitarios al día (3.599 por
semana) y la publicidad ocupaba el 33,94% de su tiempo, y de 12 a 1 hasta el 42,05% Estas son cifras
escandalosas. Dice Pasquali: "Toda la publicidad teledifundida en Venezuela (y esto vale, pues, para
cualquier emisora), obedece a las normas más primitivas del hard-sell como son las de repetir un idéntico
mensaje un número indefinido de veces (hasta noventa por semana durante meses), y la de anunciar en
video y audio el nombre del artículo desde el primer instante del anuncio y por un número elevadísimo
de veces (once para una marca de jabón). La enunciación de la marca de fábrica constituye a veces un
auténtico bramido. Mientras los experimentos confirman una ley básica de la cibernética (de que la
efectividad de un mensaje está en relación directa con su imprevisibilidad, y de que la repetición o
redundancia se traduce en inefectividad e insignificancia del mensaje mismo), los publicistas locales -aferrados a principios obsoletos y obligados por el mitridatisino que aquellos mismos instauraron- siguen confiados en el valor de la obsesión, en la demolición por cansancio de toda resistencia psíquica. Sea
cual fuere su principio práctico, la audiencia siempre figura en sus cálculos como una masa idiotizada,
urgida de estímulos siempre más Intensos para lograr la huella deseada por el anunciante". pp. 314-
316.
Se trata de una técnica fascista aplicada a la publicidad comercial.
En cuanto a la radio, oigamos de nuevo a Pasquali-: "En Inglaterra no hay publicidad radial, y
en Italia, un 3,5% diario. En Venezuela, lea solas dieciocho emisoras caraqueñas vomitan sobre el
oyente 8.586, mensajes publicitarios al día por un total de 91 h 40' (cerca del 30 por ciento de su
tiempo total de emisión).Por una ley de "aceleración centrífuga", nosotros hemos superado el propio
modelo norteamericano, pues en esta periferia cultural la carga publicitaria que recibe el oyente es casi
el doble de la que recibe un norteamericano". pp. 215-216.
Pasquali afirma que "la concesión de los
medios radioeléctricos a la industria privada constituye el más desastroso error político, económico y
cultural que país alguno puede cometer en el campo de la información colectiva; y nos asiste al menos el
hecho histórico de que ninguno de los países justamente orgullosos de sus buenos y excelentes servicios
públicos de radiodifusión ha cometido semejante error. Los San Jorge de la libre empresa contentarán
inmediatamente que hay de por medio grandes diferencias culturales; que no podemos aspirar a tener
una radio como Ia inglesa, por nuestra ignorancia y atraso, etc. Tratarán, en una palabra de demostrar
que "tenemos la radio que nos merecemos", la radio subdesarrollada de una noción subdesarrollada.
Pero la relación entre medios de comunicación y estructura sociocultural, según dijimos, es otra. Sufrimos
de subdesarrollo cultural, entre otras razones, también porque un medio como la radio crea y conserva
tal situación, y ello es así porque la empresa privada (que ha demostrado históricamente ser indigna de
monopolizar un instrumento de comunicación tan poderoso) ha convertido su potencial progresista en
regresionismo, su fuerza cultural en fuerza anticultural, su alta utilidad pública en aparato represivo y
condicionador, al servicio de intereses ideológicos y mercantiles unilaterales". pp. 213-214.
Pasquali
dice que en todas las naciones civilizadas, salvo en Estados Unidos, los poderes públicos controlan la
radiodifusión, y considera la radio latinoamericana como la peor del mundo.
Por lo que hace a la prensa, el venezolano lee poca: 66 ejemplares por mil habitantes. En
Uruguay el porcentaje es de 413 por mil; en Argentina, 128; en Inglaterra, 488, en Estados Unidos,
309. En los periódicos venezolanos la propaganda ocupa tal vez el 50%o más del espacio.
6.Otto Friedrich Bollnow. Lenguaje y educación. Sur. Buenos Aires. 1974.
7. Pedro Salinas. El defensor. Alianza Editorial. Madrid, 1967. p. 312.
[1] Aludo, claro está, a un enorme sector de la población, no a toda. En Venezuela, como en la mayoría de
los países, existen muchos niveles y diferencias. Mis afirmaciones no deben tomarse a la letra. Con
todo, aun el lenguaje de personas a quienes la lectura no les es extraña y cuyo español no puede
considerarse deficiente, muestra poca variedad, ha ido perdiendo sabor, se siente desangelado.
Por lo demás, Arturo Uslar Pietri, Ida Gramcko y Pedro P. Barnola, entre otros, han expresado su
preocupación ante el estado en que se encuentra el idioma en Venezuela.
En España parece que tampoco andan bien las cosa& Con el título de "Poco se puede hacer por
el idioma.". El Diario de Caracas publica la siguiente información: "Los miembros de la Real Academia Española están descorazonados, pero no vencidos. La degradación del Idioma español, pese a la lucha
constante de sus cuarenta y seis miembros, es un hecho. Alfonso Zamora Vicente, secretario permanente
de la institución, declaró en reciente entrevista, que "la gente no tiene cultura". Y no se quedó allí;
atribuyo buena parte del problema a los medios de comunicación que "están en manos de idiota" y al
sistema de educación, "un desastre total", afirmó. 21-1.84.
[2] Sus fallas requerirían un estudio especial. Podrían mencionarse, sin embargo, entre las más
comunes, el abuso de ciertas expresiones innecesarias como a nivel de, disparates como el vaso con
agua que nos sirven los mozos de cafés, restoranes y bares para corregir nuestro antiguo y clásico vaso
de agua; horrendos anglicismos que se introducen a través de los doblajes de la televisión y las
traducciones de la prensa, como ¿qué tan lejos queda, qué tan pronto, qué tanto lo conocía?, por ¿a qué
distancia, cuándo, hasta qué punto? o ¿cómo le gusta? en vez de ¿cómo le parece? o ese olvídalo en
lugar de déjalo y muchísimas otras locuciones extrañas a nuestra lengua; eufemismos destinados a
escamotear la realidad, como soluciones habitacionales para designar lo que siempre se ha llamado
casa o apartamento (no sé quién podría vivir en una solución habitacional); neologismos que no se
justifican, pero con los que se busca causar efecto y que generalmente sustituyen a las palabras que son
matrices, porque ya estas no suenan bien para sus oídos remilgados de una época que emascula el
idioma.
Esta deformación, que antes ocurría con verbos como pensar, creer, considerar, parecer, decir y
otros parecidos, tiende a extenderse e invadir como plaga, e inesperadamente, a muchos otros. A casi
todos. 0, me temo, a todos. Pese a que son pocos los verbos que requieren la preposición de antes de la
palabra que, el vicio se esparce y afirma. Lo más desalentador es que incurran en él personas que no
pueden ser tachadas de ignorancia.
El uso excesivo de las groserías también empobrece mucho el idioma. En Venezuela algunas son
como sinónimos universales. Reemplazan cualquier otra palabra.
[3] Más grave que las fallas o el mal empleo del idioma es su empobrecimiento. El olvido de la
lengua, lo escaso del léxico, el poco o ningún uso de sinónimos, la falta de vínculos con el pasado de la
lengua, la rutina en la construcción de las frases, a la que se deben muchas facilidades de expresión, son
algunas de las notas de este empobrecimiento que muchos, sobre todo en el campo de la lingüística, no
admiten: prefieren llamarlo, cambio. La pregunta que cabe hacer es en qué dirección ocurre éste. No
todo cambio es enriquecedor. Por ejemplo, puede haber neologismos que extravíen aún más al ser
humano.
[4] Por su popularidad, la telenovela es un género importante. Con calidad, sería un gran
instrumento de cultura. Ocurre todo lo contrario. A más de reafirmar y expandir la pobreza de
lenguaje existente, afianza ideas y prejuicios que carecen de vigencia y que una gran parte del mismo
público que las ve, dejó atrás hace tiempo. En lugar de impulsarlo hacia nuevas posibilidades, lo
empantana aún más. Parecen elaboradas adrede para hacer retroceder o estancar al público. En esto
reside, a mi ver, su mayor inmoralidad. Hay excepciones, desde luce pero muy pocas, lo cual es de
lamentar.
VER+:
Rafael Cadenas en Torno Al ... by Jesús Odremán, El Perro And...
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