Quizá tenga razón David Rosemberg al afirmar que “lo más importante que hay que resaltar sobre la Cábala es que siempre es una mala idea aclararla”, pues “la Cábala alcanza su transparencia mediante una convergencia momentánea de una multiplicidad de lentes, cada una de ellas espléndidamente opaca”.1
Cuando tratamos de acotar el término “cábala” y escoger una definición clarificadora, nos encontramos en las arenas movedizas de la polisemia y la imprecisión; hay casi tantas definiciones como autores que se acercan al tema. Entre todo ese “maremagnum”, del que forman parte no pocas afirmaciones o expresiones peyorativas, he seleccionado las que, desde mi punto de vista, pueden ayudar a comprender parte del significado de este término. Gershom Scholem, el pionero de los estudios cabalísticos, la define como “el término tradicional y el que más habitualmente se emplea para referirse a las enseñanzas esotéricas del Judaísmo y la mística judía, en
especial para las formas que adoptó en la Edad Media, desde el siglo XII en adelante”2; Charles Mopsik, en su breve pero clara obrita titulada ¿Qué es la Cábala?3 habla de “meditación y profundización intuitivas en la naturaleza de lo divino, basándose en una enseñanza tradicional, transmitida desde los tiempos más remotos por sabios de la antigüedad”.
Alexandre Safran, por su parte, destaca que “la cábala es una doctrina de la unidad. La realidad es un todo en el que lo visible y lo invisible, lo material y lo espiritual, se penetran mutuamente, se unen”4.
De todo lo dicho podemos deducir que la Cábala es una doctrina mística, teosófica y esotérica que se da en el seno del judaísmo; como mística que es, busca una forma de conocer a Dios no basada en el intelecto, sino en la contemplación y la iluminación, para establecer un contacto íntimo e inmediato con Él; también es una doctrina teosófica y como tal, se interesa en la naturaleza de la Divinidad y en las relaciones que se establecen entre Dios y el mundo, su creación; y es doblemente esotérica porque, además de ocuparse de saberes ocultos, restringe su aprendizaje a unos pocos elegidos que cumplen una serie de requisitos; por último, es una doctrina anclada en el judaísmo y en sus valores religiosos; se concentra principalmente en la idea de un Dios vivo que se manifiesta en los actos de la Creación, Revelación y Redención, y en la Torá, o libro de la Ley de Moisés que, lejos de ser sólo el libro revelado por antonomasia y el libro religioso-histórico del pueblo de Israel, adquirió pronto unas connotaciones más profundas, sobre todo en los primeros círculos místicos que se formaron en Palestina.
También la lengua hebrea, idioma sagrado de Dios, en el que está escrita la Torá, constituye uno de los pilares del judaísmo y, por tanto, de la mística judía. Este idioma constituye la llave para los secretos más profundos del Creador y de la creación.
En la descripción de la experiencia mística de los místicos judíos, en todos sus movimientos místicos, estos elementos que acabo de mencionar ocupan un importante lugar.
Por último, y a modo de resumen, se puede concluir que la Cábala es un movimiento místico judío que se desarrolló en contacto con la cultura occidental medieval, pero que entroncaba con tradiciones esotéricas antiguas que formaban parte del legado cultural y religioso del judaísmo rabínico. Así se explican, por una parte, todos los aspectos novedosos y desconocidos hasta entonces que encontramos en la Cábala, y por otra, su éxito entre las clases más populares del judaísmo medieval, que la reconoció como algo genuinamente suyo, pues enlazaba a la perfección con su propio universo religioso. La Cábala es una forma nueva de mirar las tradiciones antiguas: el cabalista dota de nuevos valores y de nuevos símbolos a los mismos textos bíblicos, relatos o leyes que el judío piadoso conoce desde siempre y asume como propios; y aporta, de esta manera, a la larga cadena de transmisión de la tradición oral judía, una nueva lectura que la enriquece y la actualiza. (Amparo Alba, Los cabalistas castellanos)
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1 D. Rosemberg, El núcleo literario de la Cábala. Obelisco. 2002
2 G. Scholem, Desarrollo histórico e ideas básicas de la Cábala. Barcelona 1994.
3 Ch. Mopsik, ¿Qué es la Cábala? Buenos Aires 1994.
4 A. Safran, Sabiduría de la Cábala. Barcelona 1998
2 G. Scholem, Desarrollo histórico e ideas básicas de la Cábala. Barcelona 1994.
3 Ch. Mopsik, ¿Qué es la Cábala? Buenos Aires 1994.
4 A. Safran, Sabiduría de la Cábala. Barcelona 1998
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La cábala es la corriente mística del judaísmo. Se trata de un conjunto de enseñanzas esotéricas que tratan de explicar la relación entre el Dios eterno y el universo mortal y finito (su creación). A lo largo de las siguientes páginas vamos a realizar un pequeño escarceo por este mundo ignoto, alejado de las escrituras tradicionales judías y al mismo tiempo muy cercano a ellas, pues no se puede entender la cábala sin la Torah o el Talmud. Rastrearemos las principales fuentes históricas y literarias, así como a maestros cabalistas como Rabí Aquiba, Abraham Abulafia o Moše de León, autor para unos, compilador para otros, del Zohar, el mayor tratado cabalístico existente. La mística judía debe mucho a los escritos apócrifos y apocalípticos del Antiguo Testamento, por lo que también serán mencionados a su debido tiempo. Por último, trataremos de dilucidar complejos conceptos cabalísticos, empezando por la distinción entre cábala especulativa y cábala práctica, así como elementos abstractos tales como las sefirot, la merkabah o el Árbol de la Vida. Para su mejor comprensión adjuntaremos fragmentos de algunas obras que ilustren lo expuesto.
Se dice que Ibn Gabirol, místico judío español, fue el primero en emplear este término en un sentido técnico, allá por el s. XI. Cábala literalmente significaría “tradición recibida”, y es según las palabras de este erudito, “la enseñanza que pasa de la boca al oído”, es decir, la transmisión directa de, en este caso, una enorme sabiduría espiritual. Una definición más extensa sería la siguiente: Se trata del conjunto de enseñanzas esotéricas del pueblo hebreo; de un sistema cuyo estudio y práctica apuntan a lograr un acercamiento a la divinidad (Calvo, B., 2007:7). Su objetivo es comprender, clasificar y describir las energías divinas que operan en el cosmos y ofrecer al estudioso la capacidad de modificar su interior con el fin de acercarse a la perfección, a Dios (Scholem, G., 1988:11). Dichas prácticas tuvieron su origen al final del periodo del Segundo Templo y han llegado a ser elementos importantes sumamente importantes dentro de la historia judía. Tras estas definiciones, la cábala entraría dentro de los movimientos llamados “místicos”, pero ¿qué es el misticismo? ¿Existe tal cosa? Es algo que numerosos estudiosos y expertos en religiones se han preguntado a lo largo de la historia, dando casi tantas definiciones del término como autores hay sobre el tema. La definición que más casa con “cábala” es la siguiente: “El misticismo es el tipo de religión que hace hincapié en la percepción inmediata de la relación con Dios, en la conciencia íntima y directa de la presencia divina. Es la religión en su momento más vivo, agudo e intenso” (Scholem, G., 1996:24) Para los cabalistas, ese acercamiento con Dios es al mismo tiempo el esfuerzo por comprender la irrealidad, la nada de las cosas. Este concepto de nada ahora puede resultar extraño y confuso, pero volveremos a él en su debido tiempo.
Fuentes de este movimiento
La cábala y su vasto mundo se basan fundamentalmente en la Torah, el Talmud y en las leyendas que han pasado a formar parte de la tradición judía. Además, pese a no existir escuelas cabalísticas como tales, la enseñanza de estas doctrinas se ha ido modificando de acuerdo a las circunstancias culturales y geopolíticas de sus practicantes desde las prácticas de los rabinos antiguos de la Academia de Yavne en época romana, hasta los cabalistas neoyorquinos de hoy día. Algunos ejemplos que ilustran esto son los siguientes: los cabalistas del s. I d. C. basaban sus visiones del Trono de Dios en el libro de Ezequiel1. A su vez, los místicos del s. XIII intercambiaban a través de diversas operaciones, las cuatro letras del Tetragrámaton Divino “ הוהי ,“ o los maestros hasídicos del s. XIX, herederos de Israel Ba`al Šem Tob, introducían conceptos cabalísticos a través de canciones y danzas. Rodeada de un profundo aura de exotismo, la cábala ha sido vista en el mejor de los casos como un saber impenetrable, y cuando no, como algo sumamente peligroso.
La mística hebrea comparte con sus equivalentes cristiana y medieval la persecución que sufrió a manos de la Iglesia medieval, siendo obligada a vivir en la oscuridad. Oscuridad reforzada por toda una capa de elementos esotéricos y códigos. (Scholem, G., 1996:26). Si en no pocas ocasiones los judíos eran perseguidos por el simple hecho de ser judíos, al “judío mago” se le perseguía con más hincapié. Para continuar con la introducción a esta “magia”, como dirían los gentiles2, la primera forma organizada de meditación judía aparece en unos manuales del s. VI a. C. llamados Ma`aśe Merkabah (Obras, hechos del Carro) (Epstein, P.1997:24). La finalidad de quienes seguían estos manuales no era otra que experimentar directamente la realidad divina a través de la concentración en unas imágenes que mostraban las Hēkālôt, palacios celestiales (de los cuales hay una extensísima literatura) que conducían al Trono de Dios. Rabí Aquiba (40 d. C- 135 d. C.), máximo dirigente de la escuela rabínica de Jerusalén en la época de la sublevación judía de Bar Kokba, elaboró un método para todo aquél que quisiera seguir dichos manuales. Él y tres rabinos allegados a él siguieron este método, aunque los resultados no fueron tan satisfactorios como eran de esperar: uno de ellos murió del esfuerzo, otro acabó loco, y el tercero renegó del judaísmo. Sólo rabí Aquiba “volvió” intacto, y la razón es, según maestros posteriores, debido a que fue capaz de armonizar espiritualidad y vida cotidiana3.
Sin embargo, no todas las místicos posteriores siguieron el método de Rabí Aquiba, como por ejemplo, la escuela babilónica del Gaón Hai (939-1038), que en lugar de tratar de buscar imágenes tales como las que aparecen mencionadas en los dos capítulos de Ezequiel, iban en pos de la expansión individual de la conciencia espiritual. Otros métodos de cábala aparecen en el famoso libro Sefer Yesirah, (Libro de Creación), al cual se le atribuye el origen de varias ramas posteriores de la cábala, especialmente aquellas que utilizan las permutaciones de letras del alefato y las diez (u once según el texto consultado) sefirot, las emanaciones divinas del árbol de la vida. (Scholem, G., 2006:32) A estas permutaciones del Sefer Yesirah, los cabalistas franceses del s. XII, a través de la obra Sefer ha-bahir (Libro del Brillo), dieron lugar a una “cábala moderna”, a la hora de añadir diversas meditaciones sobre el Tetragrámaton, conceptos acerca de los colores y formas, e incluso ejercicios de respiración y posturas corporales, que entre 1280 y 1286, el cabalista español Moše de León compiló junto con el mundo cabalístico antiguo en uno de los tratados cabalísticos más importantes de todos los tiempos, el Zohar (Libro del Esplendor) (Bension, A., 1992:9).
El Zohar es un tratado arameo, cuyas enseñanzas se van desglosando a partir de un comentario del Pentateuco entre otras fuentes, y supuestamente inspirado en los escritos del cabalista del siglo II Rabí Simón bar Yojay, sucesor de Rabí Aquiba. Gracias a este tratado, la cábala castellana del s. XIII logró un prestigio inconmensurable.
Junto a Moše de León, otros cabalistas castellanos destacados son Abraham Abulafia (Scholem, G., 1996:141-178) y Yosef ibn Chiquitilla4. El primero de ellos, rebelde y polémico, abrió el camino de la meditación de tal manera que cualquiera podría dedicarse a ello, incluyendo a las mujeres judías y los gentiles. Esta cábala “liberal y aperturista” desató un conflicto con las autoridades judías y puso a la Inquisición tras su pista, sentando también las bases de futuros cultos mesiánicos que proliferarían en los siglos venideros hasta la llegada del hasidismo en el s. XVIII. En cambio, ibn Chiquitilla fue mucho más sosegado en sus estudios. Discípulo de Abulafila e influenciado por los escritos de Moše de León; tras sus estudios iniciales de filosofía y exégesis del Talmud se centró en la mística, empleando el resto de su vida tratando de conciliar la filosofía con la cábala, lo cual recuerda al famoso tema de la controversia entre “razón y fe” del cristianismo medieval.
Evolución histórica y tradición cabalística El periodo de desarrollo inicial de la mística judía es muy extenso, ya que su producción literaria abarca nada más y nada menos que del s. I a. C. hasta el s. X d. C., un total de 1000 años, destacando el hecho de que algunas de las obras más importantes de entonces han llegado a nosotros, lo cual es bastante sorprendente. Entre este “misticismo primitivo”por llamarlo de alguna manera, y la Cábala medieval hay un abismo insondable, pues a la hora de realizar una evolución histórica de todo el misticismo judío hay bastantes problemas debido a numerosos detalles históricos que aún hoy se hallan envueltos en cierta oscuridad, debido no sólo a la escasez en algunos casos de fuentes verídicas y aceptadas, sino también la aparición de otras más polémicas como pueden ser obras apocalípticas y apócrifas como el ciclo de libros de basados en el patriarca antediluviano Henoc5 o el “Libro cuarto de Esdras” (Calvo, B., 2007:10).
Según esta última, no todos los preceptos que recibió Moisés en el Sinaí debían ser transmitidos al pueblo. Según mandato divino, algunos deberían ser enseñados durante el día y otros por la noche, lo cual dejaría a entender que parte de estas enseñanzas contienen elementos místico-esotéricos, y que sólo debían de ser transmitidas a los sabios y sacerdotes. Sin embargo, nada de esto aparece en pasaje alguno de las Sagradas Escrituras. Otras historias con aire de leyenda afirman que los orígenes de la transmisión de estas enseñanzas en la humanidad están en el arcángel Raziel, conocido como “guardián de los secretos” y “ángel de los misterios”, al que se atribuye la autoría del Sefer Raziel ha-malak (El libro del ángel Raziel) donde está anotado todo el conocimiento humano y terrestre, y que a través del ángel Metatrón6, y comunicaría sus enseñanzas al pueblo de Israel, empezando por Noé, que de ahí pudo haber sacado las instrucciones para fabricar su arca, pasando a Abraham, Moisés, y de mano en mano hasta llegar a Salomón, teniendo éste control sobre la magia y el dominio de los demonios.
Otro elemento común que guardan en común un los autores de estas obras apócrifas y apocalípticas con los hombres que se adhirieron a las primeras ramas del misticismo judío, es el hecho de que todos ocultaron su identidad tras los grandes nombres bíblicos del pasado como Adán, Henoc, Noé, Abraham, etc...(Scholem, G., 1988:20) Las esperanzas de que algún día se conozca la verdadera identidad de estos autores son prácticamente nulas, lo cual dificulta aún más el hecho de establecer una evolución histórica correcta. Sólo unos pocos nombres auténticos han llegado a nuestros oídos, procedentes en su mayoría de místicos de la etapa postalmúdica, como por ejemplo, Yosef ben Abba, director de la academia de Pumbedita hacia el 814, o Aharón ben Šemuel de Bagdad, personaje envuelto en un halo de misterio y que lo único que se tiene claro de él, es que fue el principal responsable de que los conocimientos místicos judíos pasasen de zonas como Mesopotamia al sur de Italia, y de ahí al resto de judíos de Europa (Scholem, G., 1996:62-63).
Estas dos figuras pertenecen al s. IX pero antes de esta fecha prácticamente estamos en total oscuridad, sin saber nada de los principales representantes del misticismo clásico e incipiente. Aunque algo de lo que prácticamente no hay duda alguna es el hecho de que Palestina fue la cuna de estos movimientos, y de la misma manera conocemos también a los más altos representantes del pensamiento místico entre los sabios de la Mišná, lo que ayuda a ir avanzando en la elaboración de esta evolución histórica. Se trataba de un grupo de alumnos de Yojanán ben Zakkay que vivieron aproximadamente en el s. I d. C., que se reunían en pequeños círculos esotéricos. Como ya hemos dicho antes, estos autores no aparecían con sus nombres propios, sino con los de personajes importantes, esta vez no bíblicos, sino de maestros un poco anteriores, recordando a la costumbre de Platón de presentar en sus textos como protagonista a Sócrates, aunque quien realmente hablase era Platón. Algunos de estos nombres empleados eran el ya citado Yojanán ben Zakkay, Eli`ezer ben Hyrcanos o `Aquiba ben Yosef.
Durante todo el período del Segundo Templo se enseñaba un cierto esoterismo en círculos farisaicos, basado en ciertos temas de discusión e interpretación, tales como el primer capítulo del Génesis (la Creación), y el primer capítulo de Ezequiel (la visión del carro divino). Obviamente, dichos temas se exponían en círculos reducidos y en secreto. Llegados a este punto, podemos comprobar que ahondando concienzudamente en la historia no encontramos más que oscuridad en lo referido a la “mística primitiva”, por lo tanto no queda más remedio que abandonar los hechos históricos y adentrarse en los textos. Como es bien sabido, el texto más antiguo de la tradición judía es la Torah, que según la tradición fue entregada al pueblo hebreo hacia el 1313 a. C. Sin embargo, hay otros libros de aparición más tardía que, al parecer, aunque fueran escritos con posterioridad venían siendo transmitidos oralmente desde épocas anteriores a su aparición. Ese es el caso del ya citado Sefer Yesirah.
Considerado como uno de los primeros textos de la literatura hebrea, es transmisor de las palabras clave de la mística cabalística, teniendo al mismo tiempo el honor de ser el texto especulativo más antiguo escrito en hebreo, datado aproximadamente entre el s. I y V. Se trata de una obra muy breve, escrita en un hebreo solemne y pausado, que sirvió no en pocas ocasiones a cabalistas medievales y místicos cristianos e incluso musulmanes. El Sefer Yesirah destaca por encima de otras obras posteriores por ser la primera en conjugar la mística de los números y la de las letras en un mismo tratado. El texto explica los treinta y dos caminos de la sabiduría utilizados en el proceso de la creación. Según esto, dichos caminos están comprendidos en las diez luces divinas o sefirot, que actúan como canales creativos, en las 22 letras del alefato hebreo y en los diez primeros números. Con estas letras y dígitos, es posible realizar las combinaciones y permutaciones que empleó Dios para crear el mundo con palabras.
El famoso árbol de la vida representa los treinta y dos senderos y las diez sefirot visibles. Pequeño extracto del primer capítulo del Sefer Yesirah, que condensa prácticamente todo el contenido de la obra en unas breves líneas: “Mediante treinta y dos caminos místicos de sabiduría, Yah, El Eterno de las Legiones, Dios de Israel, Dios Vivo, Soberano del universo, El Šaday, Clemente y Misericordioso, Elevado y Exaltado, Morador de la eternidad, Cuyo Nombre es santo y supremo, grabó y creó su universo, con tres dimensiones: con texto, con número y con comunicación” (Calvo, B., 2007:10) El universo cabalístico La cábala es una mística dividida en dos cuerpos doctrinarios bastante diferenciados, por lo que, antes de indagar en el núcleo de este saber hermético es necesario hacer una serie de apreciaciones sobre dichas divisiones:
- Cábala especulativa: Investiga los sentidos ocultos relacionados con las Sagradas Escrituras y los misterios de la naturaleza y la Creación, y se subdivide en artificial o simbólica, y real o dogmática. Cábala especulativa simbólica:
su principal objetivo es el estudio de la Torah, ya sea bajo forma escrita o bajo la forma de transmisión oral.
Se divide a su vez en tres métodos:
· Gematriah: Estudia el valor numérico de las palabras que aparecen en los textos sagrados adjudicando a cada letra un valor específico.
· Notariqon: Este método consiste en formar una palabra con las iniciales de las letras finales de los vocablos que conforman la frase, o bien en tomar las letras de una palabra y posteriormente convertirla en iniciales o bien finales de una oración.
· Temurah: Es un método de transmutación de los fonemas o letras que forman las diferentes palabras. Cábala especulativa dogmática. Se trata de la parte menos accesible al individuo, y se llega a ella tras la lectura del Sefer Yesirah y del Zohar. Pretende explicar los sentidos ocultos de ciertas palabras de la Biblia, con aplicación de fenómenos de la historia de la Creación. Es de dos especies, la ciencia de la Merkabah, que trata del mundo supralunar, es decir, de la teología y la metafísica, y la ciencia de Berešit, que se ocupa del mundo sublunar, el de los fenómenos.
- Cábala práctica: Pretende modificar el entorno; elaborar amuletos y talismanes cuya utilización proporcione efectos sobre el mundo material, tales como obrar milagros en la curación de un enfermo, la expulsión de un demonio, a través de la invocación o escritura del Tetragrámaton o ciertos pasajes y palabras de la Biblia. Esta práctica es menospreciada por los místicos que sólo emplean la cábala como un método para acercarse a Dios. En los apartados anteriores han aparecido figuras como los Hēkālôt o las sefirot. Estos conceptos y otros que veremos a continuación son fundamentales para entender la mística judía, por lo que dedicaremos este último apartado a bucear un poco en ellos.
El Carro (merkabah) Para el ascenso en la meditación, el cabalista antiguo se valía de un elemento preconcebido en los ya citados textos del profeta Ezequiel que hablan de un simbólico viaje al cielo. Transportado más allá de las nubes en un carro alado, llameante, arrastrado por animales divinos y seres angélicos descritos con todo lujo de detalles, Ezequiel se convirtió en el ejemplo a seguir para el judío antiguo que practicaba la meditación. Un fragmento de los textos de Ezequiel para ilustrar mejor la situación es el siguiente:
“En medio de estos cuatro seres se veían como brazos incandescentes a modo de antorchas que se agitaban de acá para allá entre ellos. Resplandecía el fuego, y del fuego se desprendían fulgores. Los seres iban y venían lo mismo que el relámpago. Me fijé en el suelo, y vi una rueda al lado de cada uno de los cuatro seres. El aspecto de las ruedas, su estructura, resplandecía como el crisólito.
Tenían las cuatro la misma forma y parecían dispuestas como si estuviese en medio de la otra. Al rodar iban en las cuatro direcciones, sin volverse en su movimiento. Su circunferencia era de gran altura, y las llantas de las cuatro estaban cuajadas de ojos todo alrededor. Cuando los seres se movían, iban también las ruedas junto a ellos; y cuando aquéllos se elevaban de la tierra, se levantaban también las ruedas. Iban hacia donde los impulsara el espíritu; y las ruedas también se elevaban, porque el espíritu de los seres estaba en las ruedas. Cuando andaban ellos, andaban las ruedas; y cuando se paraban ellos, se paraban también las ruedas; cuando ellos se elevaban de la tierra, se elevaban también ellas, porque el espíritu de los seres estaba en las ruedas. Sobre los seres había una especie de firmamento, esplendoroso como un cristal extendido por encima de sus cabezas, y bajo el firmamento estaban extendidas sus alas una junto a otra, mientras que las otras dos alas de cada uno de los cuatro seres les cubrían el cuerpo”.7
Este viaje en el carro está tan claramente descrito por el profeta que el interesado en la meditación podía conocer lo que le acontecería antes incluso de comenzar a meditar. Durante este viaje pasaría a través de siete estadios o niveles de conciencia, los Hēkālôt, antes de llegar al tan ansiado Trono de Dios. Allí, el practicante se encontraría con ´Adam Qadmon (Epstein, P., 1997:24), el hombre cósmico y primordial, síntesis del árbol de la vida que emana del ´Ein Sof (ןיא ףוס ,( que se traduciría como “sin límites”, o incluso “nada” (a esta nada nos referíamos en la introducción). Este ´Ein Sof es el Todo Supremo para la mística judía, aquello que podemos llamar Dios en su aspecto más elevado, no siendo, en el sentido más estricto de la palabra un “ser”, ya que siendo auto-contenido y autosuficiente, no puede estar limitado por la propia existencia, que limita a todos los seres. Del ´Ein Sof emanan las sefirot, para formar el Árbol de la Vida, representación abstracta de la naturaleza divina (Scholem, G., 1988:121).
Podríamos definir también el ´Ein Sof como el No Ser, un principio que permanece no manifestado e incomprensible para la inteligencia humana. Se dice que también es el modelo del Adam ha rišon, el primer hombre que habitó el Paraíso. Volviendo al viaje del místico en el carro, para evitar que cualquier pensamiento en su viaje pudiera distraerle, representado por ejemplo por un demonio, el místico se valía de cantos, visualizaciones en imágenes concretas o repetir el nombre de Adonay, hasta que dicho demonio u otro elemento que le dificultase desapareciese. Otros métodos curiosos que empleaban los místicos eran los ya citados manuales de instrucción de Rabí Aquiba, basados en cantos y recitación de pasajes bíblicos. Uno de dichos métodos preparaba al místico para el haluq, una visión de luz tan brillante, que ha terminado siendo identificada como el manto en el que se oculta Dios y percibió Moisés8.
El cuerpo de Dios Aunque no se haya mencionado previamente, el “cuerpo de Dios” es otro elemento fundamental y está intrínsicamente relacionado con el viaje en el carro y el encuentro con Adam Qadmon, por lo que el viajero que era capaz de llegar hasta el Trono y se encontraba con el hombre arquetípico, se visualizaba a sí mismo sobre los pelos de la barba del ser cósmico. Cuando el místico se perdía a sí mismo entre la luz divina y se bañaba en el óleo que desprendían las hebras del cabello, el viajero era bendecido por haber llegado al mismo nivel que Moisés. Se da por sentado que muy pocos han llegado a este estado, como por ejemplo Rabí Aquiba, Rabí Simón bar Yojay, Isaac Luria, Abraham Abulafia e Israel Baal Šem Tob. Otro aspecto a tener en cuenta, y bastante curioso, es la meditación durante este viaje místico sobre lo que se conoce como la Sekinah, el aspecto femenino de Dios, que consistía en la visualización de una mujer espléndida de setenta caras, cada una de las cuales escondía un aspecto del alma del viajero tras un unos vestidos muy elaborados. Como colofón, en la forma más avanzada de meditación, el cabalista se encontraba con los “cuerpos masculino y femenino de Dios abrazados como amantes” (Epstein, P., 1997:26).
Al tener acceso a esta visión, el viajero unificaba los tres niveles del alma humana: vital, intelectual y espiritual. Las sefirot y el Árbol de la Vida El Árbol de la Vida (ץע םייחה ,(contiene los “frutos” de la emanación divina, y podríamos decir que representa el mapa del viaje del cabalista. A través de dicho mapa, Dios se hace accesible a los seres humanos a través de un orden descendente (y ascendente para el cabalista) de cualidades. Dicho árbol consta de un tronco dividido verticalmente en una mitad “masculina” (derecha) y mitad “femenina” (izquierda). Además consta de diez ramas (según otras versiones once) que, portan sefirot (plural de sefirah). Dicho vocablo hebreo se ha traducido de diversas formas, desde esferas, pasando por emanaciones, mundos o incluso estados de conciencia. El árbol aparece representado además según el siguiente postulado: “Como arriba, así abajo”. Las sefirot representan la Creación como un Gran Cadena, que lo abarca absolutamente todo. Esto puede expresarse a través de la siguiente cita de Moše de León en el Zohar:
“Él es el alma de las almas. Él está fuera de todas las cosas, y sin embargo dentro de todas las cosas. Él está en todas direcciones y llena los espacios superiores e inferiores. No hay otro Dios fuera de los diez Sephiroth, de los cuales emanan y dependen todas las cosas.”(Bension, A.1992: 31)
Por lo tanto, si hacemos caso a lo que dice Moše de León, vemos como el viajero que se encuentra en el árbol puede tomar como punto de partida cualquier punto del árbol, porque siempre podrá encontrar el camino de regreso. De este modo, todas las sefirot, a simple vista distintas, se identifican con el Infinito y no pueden ser contadas o presentadas en el tiempo. El viaje místico a través de las sefirot y los cuatro reinos arquetípicos (representaciones del cosmos creado por Dios a partir de sí mismo) requiere una gran familiaridad con lenguajes simbólicos, y para ello no son pocos los cabalistas y estudiosos que han afirmado que el mejor mapa para guiarse a través de las “esferas” es el Zohar, que contiene detalladas instrucciones para la contemplación de las diversas emanaciones divinas, funciones mentales humanas, partes del cuerpo, nombres sacrosantos y colores, lo cual daría lugar a cientos y cientos de páginas explicando nuevos y enigmáticos conceptos.
Consideraciones finales
Como hemos visto a lo largo de estas páginas, la mística judía es apasionante y al mismo tiempo sumamente hermética, dando lugar a unas posibilidades de estudio y especulación numerosas. Desgraciadamente hemos tenido que dejar otros aspectos muy interesantes en el tintero, como la cábala cristiana, cuyo máximo exponente es el gran pensador mallorquín Ramón Llull y otras obras importantes, como Sefer ha Qabbalah, del sefardí Abraham ibn Daud, plagada de relatos y cuentos para entender este complejo sistema de acercamiento a Dios.
Los usos mágicos que se dice obtener a través de esta ciencia mística también son motivo de investigación, como las leyendas que giran en torno al Golem. Se le atribuye a Ibn Gabirol la creación del primero de estos seres, curiosamente de forma femenina, siendo también muy conocida la historia de Rabí Yehudah Loew, rabino de Praga que construyó un Golem en el siglo XVI, llegando incluso a ser adaptada al cine. Independientemente de dónde y cuando hayan vivido, a través de los siglos los cabalistas han tenido un único objetivo: lograr la unión con Dios. Ya sea interpretado en términos más o menos abstractos, tales como la “vida en la nada” o de manera más práctica, mediante recitaciones y cánticos. En lo que todos están de acuerdo es que en este mundo los únicos que pueden lograr el fin de alcanzar a Dios son los seres humanos, debido a su creencia en que somos originarios de Dios, pues como se dice en la Biblia: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”9.
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1 Ezequiel 1, 4-28 y 10.
2 Apelativo para referirse a los no judíos.
3 El texto acerca de este episodio de rabí Aquiba es un extracto del Talmud Babli, concretamente el tratado Jaguigá 14.2.
4 También conocido en otras fuentes como Yosef ibn Gikatilla
5 Especialmente el Libro Hebreo de Henoc, una de las obras más importantes de la ya citada literatura de palacios celestiales, también conocida como Henoc.
6 Muchas tradiciones afirman que Metatrón es el mismo Henoc convertido en ángel. El origen de esta controvertida tradición, no vista con muy buenos ojos por el rabinismo ortodoxo tiene su origen en el destino final de Henoc en la Biblia. Según Génesis 5, 21-24: Vivió Henoc sesenta y cinco años, y engendró a Matusalén. Y caminó Henoc con Dios, después que engendró a Matusalén, trescientos años, y engendró hijos e hijas. Y fueron todos los días de Henoc trescientos sesenta y cinco años. Caminó, pues, Henoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios.
7 Ezequiel 1, 13-23
8 Éxodo 33, 19-23.
9 Génesis 1, 27.
Bibliografía
BENSION ARIEL (1992): El Zohar, Revelaciones del “Libro del Esplendor”, Palma de Mallorca, Ediciones de la Tradición Unánime.
CALVO BOJ (2007): Cábala, claves para descubrir los enigmas de los textos sagrados, Madrid, Colección Nuevo Milenio, Editorial Libsa.
EPSTEIN PERLE (1997): Cábala y misticismo judío, Barcelona, Ediciones Oniro.
SCHOLEM GERSHOM (1988): Desarrollo histórico e ideas básicas de la Cábala, Jerusalén.
SCHOLEM GERSHOM (1996): Las grandes tendencias de la mística judía, Madrid, Ediciones Siruela
SCHOLEM GERSHOM (2006): Lenguajes y cábala, Madrid, Biblioteca de Ensayo, Ediciones Siruela
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VER+:
EN SHALOM DE TVE2:
La Cábala representa la vía mística que conecta lo terrenal con el mundo de la divinidad. En el programa de hoy, Amparo Alba analiza los principales modelos cabalísticos y nos introduce algunas obras de relevancia como el Sefer HaZohar.
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J. H. Laenen
Una introducción
La amplia literatura mística y cabalística judía, que se extiende a lo largo de un dilatado periodo de tiempo y exhibe numerosas tendencias, es estudiada en esta obra desde la perspectiva de su desarrollo histórico, pero tratando al mismo tiempo de forma sistemática sus principales contenidos y abordando las diferentes interpretaciones a que éstos han dado lugar.
Los textos místicos del judaísmo, fruto muchas veces de tradiciones orales esotéricas, son así presentados dentro del contexto religioso y cultural de sus respectivas corrientes y etapas: el misticismo judío antiguo, el periodo clásico de la Cábala, la Cábala luriánica, la Cabala de Sabetay Tsebí y el movimiento jasídico. El recorrido concluye con una reflexión sobre la paradoja que es propia del lenguaje místico: querer expresar lo inexpresable.
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