EL Rincón de Yanka: “LA FRATERNIDAD UNIVERSAL, ¿LA ASPIRACIÓN DE LA MASONERÍA?” por SANTIAGO VALLE BALBÍN 👿💀👿

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martes, 5 de abril de 2022

“LA FRATERNIDAD UNIVERSAL, ¿LA ASPIRACIÓN DE LA MASONERÍA?” por SANTIAGO VALLE BALBÍN 👿💀👿

“LA FRATERNIDAD UNIVERSAL, 
¿LA ASPIRACIÓN DE LA MASONERÍA?”

La fraternidad universal es la gran aspiración de la masonería y de la nueva iglesia del nuevo paradigma. Libertad, igualdad y fraternidad. El lema de la Revolución Francesa resume las aspiraciones de una modernidad en abierta rebeldía contra Dios.
El paraíso del Nuevo Orden Mundial –como el comunista– tiene alguna que otra pega. Para alcanzar la felicidad global, tiene que haber antes un gobierno mundialista (una tiranía) que decida cuántos habitantes tiene que tener nuestra casa común para que sea sostenible. Y para el control efectivo de la población, hay que promover la anticoncepción, el aborto, la eutanasia, la homosexualidad… 
La utopía masónica liberal, igual que la marxista o la anarquista, es una utopía sin Dios: “Vamos a cambiar el mundo. Vamos a construir una sociedad más justa y fraterna. Seamos solidarios y ecológicos. Solo tenemos un planeta y hay que cuidarlo”. “Nosotros construiremos nuestra propia torre de Babel sin Dios y contra Dios. Podemos ser santos sin Dios. Podemos construir el Reino de Dios sin Dios: nosotros solos”.
La fraternidad universal es la gran aspiración de la masonería y de la nueva iglesia del nuevo paradigma. Libertad, igualdad y fraternidad. El lema de la Revolución Francesa resume las aspiraciones de una modernidad en abierta rebeldía contra Dios.

“Lo importante es el amor”. Supongo que habrán oído alguna vez esa frase. Pero ¿qué amor es el importante? ¿A qué llaman amor? Cuando los apóstatas hablan del amor y de la fraternidad, se refieren a una sociedad donde todos respetemos la casa común, donde todos los hombres puedan vivir con dignidad y tengan un techo, comida, trabajo, acceso a la sanidad y a la educación. Todo muy bonito. Aparentemente, todo muy bueno. La utopía masónica es la “Cola Serpentina”: es brillante y atractiva. Pero no es oro todo lo que reluce. No es bueno todo lo que aparenta ser bueno.

El paraíso del Nuevo Orden Mundial –como el comunista– tiene alguna que otra pega. Para alcanzar la felicidad global, tiene que haber antes un gobierno mundialista (una tiranía) que decida cuántos habitantes tiene que tener nuestra casa común para que sea sostenible. Y para el control efectivo de la población, hay que promover la anticoncepción, el aborto, la eutanasia, la homosexualidad… 
La utopía masónica liberal, igual que la marxista o la anarquista, es una utopía sin Dios: 
“Vamos a cambiar el mundo. Vamos a construir una sociedad más justa y fraterna. Seamos solidarios y ecológicos. Solo tenemos un planeta y hay que cuidarlo”. 
“Nosotros construiremos nuestra propia torre de Babel sin Dios y contra Dios. Podemos ser santos sin Dios. Podemos construir el Reino de Dios sin Dios: nosotros solos”.

Pero Pío XI lo dejaba claro en Quadragesimo Anno:

Así, pues, la verdadera unión de todo en orden al bien común único podrá lograrse sólo cuando las partes de la sociedad se sientan miembros de una misma familia e hijos todos de un mismo Padre celestial, y todavía más, un mismo cuerpo en Cristo, siendo todos miembros los unos de los otros (Rom 12,5), de modo que, si un miembro padece, todos padecen con él (1Cor 12,26).
¿Y qué hay del más allá? ¿Hay cielo, hay infierno, hay juicio, hay Dios? No hay nada para los sindiós materialistas. Para los naturalistas solo existe la realidad “natural”: no hay nada sobrenatural. No hay Dios. Y si lo hay, resulta irrelevante o incluso puede llegar a resultar peligroso para esa paz universal tan deseable. Por eso todos los dioses tienen que ser el mismo dios.

Pues bien. Todo esto es una herejía abominable. León XIII denunció todos estos errores de manera profética y clarividente en la Encíclica Libertas praestantissimum ya en 1888:

El naturalismo o racionalismo en la filosofía coincide con el liberalismo en la moral y en la política, pues los seguidores del liberalismo aplican a la moral y a la práctica de la vida los mismos principios que establecen los defensores del naturalismo. Ahora bien: el principio fundamental de todo el racionalismo es la soberanía de la razón humana, que, negando la obediencia debida a la divina y eterna razón y declarándose a sí misma independiente, se convierte en sumo principio, fuente exclusiva y juez único de la verdad. Esta es la pretensión de los referidos seguidores del liberalismo; según ellos no hay en la vida práctica autoridad divina alguna a la que haya que obedecer; cada ciudadano es ley de sí mismo. De aquí nace esa denominada moral independiente, que, apartando a la voluntad, bajo pretexto de libertad, de la observancia de los mandamientos divinos, concede al hombre una licencia ilimitada. Las consecuencias últimas de estas afirmaciones, sobre todo en el orden social, son fáciles de ver. Porque, cuando el hombre se persuade que no tiene sobre si superior alguno, la conclusión inmediata es colocar la causa eficiente de la comunidad civil y política no en un principio exterior o superior al hombre, sino en la libre voluntad de cada uno; derivar el poder político de la multitud como de fuente primera. Y así como la razón individual es para el individuo en su vida privada la única norma reguladora de su conducta, de la misma manera la razón colectiva debe ser para todos la única regla normativa en la esfera de la vida pública. De aquí el número como fuerza decisiva y la mayoría como creadora exclusiva del derecho y del deber.

La utopía de la modernidad ofrece una falsa redención puramente terrenal, inmanente. “Todos estos reinos te daré si me adoras”. “No, no moriréis. Es que Dios sabe que el día que comáis de ese fruto seréis como Dios, conocedores del bien y del mal”. El mundo moderno de hoy representa la exacerbación de la rebelión contra Dios de Satanás, de Lucifer, del Maligno: “no serviré ni obedeceré a Dios”. “Mi vida es mía y haré con ella lo que me dé la gana”.
El mal es atractivo y nos seduce: nos tienta. “El árbol era bueno al gusto y hermoso a la vista y deseable para alcanzar por él la sabiduría”. La modernidad nos ofrece la felicidad, entendida como hedonismo: la búsqueda frenética e insaciable del placer y de nuevas experiencias. La felicidad que ofrece la modernidad es la del cerdo que se revuelca en su propia mierda.
Pero el Demonio es mal pagador y es mentiroso. La bandera del Demonio es la del pecado y la muerte. La felicidad que ofrece es falsa y siempre acaba con el sacrificio de inocentes: ancianos, enfermos, niños abortados. La utopía de la modernidad acaba en corrupción económica, en pornografía, en trata de mujeres; en abusos sexuales y violaciones; en pederastas repugnantes; en asesinatos y guerras; mentirosos, traidores, pervertidos, ladrones, desalmados y desgraciados: ese es el resultado de la falsa redención de los sindiós. La ausencia de Dios es el infierno. Ofrecen paraíso terrenal y nos encontramos con un infierno. Miren el paraíso de Venezuela, de Corea del Norte, de China. ¿Y todas las religiones son iguales? ¿Creemos todos en el mismo Dios? Miren el paraíso de las tiranías mahometanas.

¿Lo importante es el amor? ¿Fraternidad universal? El Amor que nos salva es Cristo. La Verdad que nos redime es Cristo. La libertad verdadera es Cristo. El Camino que nos conduce a la felicidad es Cristo. Cuando todos se conviertan a Cristo, entonces será posible la fraternidad universal:

Judíos, convertíos a Cristo. Mahometamos, creed en Jesucristo, único Dios verdadero; el Dios hecho hombre; convertíos al Dios Trinitario. Budistas, creed en el Jesucristo y bautizaos. Hindúes, abandonad los falsos ídolos, que no son más que demonios, y convertíos al único Dios verdadero: Cristo Jesús. Convertíos todos. Idólatras, convertíos y venid todos a adorar al Señor en el Santísimo Sacramento. Que todas las naciones se conviertan. Que todos los pueblos proclamen la soberanía de nuestro Dios. Que ante Cristo toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en abismo y que toda lengua proclame que Cristo es el Señor para gloria de Dios Padre.

Por el bautismo somos lavados del pecado original, morimos al pecado y nacemos a la vida nueva de los hijos de Dios: a la vida de la gracia. Los bautizados sí que somos hermanos, hijos de un mismo Padre en Jesucristo por la acción del Espíritu Santo. Cristo es el agua viva. Y los bautizados no solo somos todos hermanos, sino que pasamos todos a formar parte de un mismo Cuerpo, que es la Iglesia, cuya Cabeza es Cristo.
En nuestros tiempos ha surgido una nueva iglesia apóstata, moderna, mundana y modernista: la que se arrodilla ante la Pachamama. La que abraza los ideales masónicos, liberales y comunistas. Dicen que lo importante es el amor y la fraternidad universal. Pero esa iglesia es apóstata. Para ellos Cristo no es Dios: es solo un hombre. Para ellos no hay milagros ni más allá. No hay cielo ni infierno. Para la iglesia del nuevo paradigma no hay pecado ni – obviamente – necesidad de redención. Para esa iglesia nadie se condena. Niegan la Verdad Revelada. Aborrecen la Tradición. Bendicen el pecado nefando, se corrompen, se venden al mundo, fornican y roban el dinero de los pobres para invertirlo en su propio beneficio.
Hijos míos, ha llegado la última hora. Ustedes oyeron decir que vendría el Anticristo; en realidad, ya han aparecido muchos anticristos, y por eso sabemos que ha llegado la última hora.
Ellos salieron de entre nosotros, sin embargo, no eran de los nuestros. Si lo hubieran sido, habrían permanecido con nosotros. Pero debía ponerse de manifiesto que no todos son de los nuestros.
Ustedes recibieron la unción del que es Santo, y todos tienen el verdadero conocimiento.
Les he escrito, no porque ustedes ignoren la verdad, sino porque la conocen y porque ninguna mentira procede de la verdad. Epístola I de San Juan 2,18-21.

Lo importante es el Amor, sí: el AMOR con mayúscula. Lo importante es Cristo. Él es el único Dios verdadero. Él es el único Salvador. Sin Cristo no podemos nada. Ninguna sociedad maravillosa puede surgir de una humanidad caída por el pecado. De ahí, sólo viene sufrimiento y muerte. Sin Dios o contra Dios, poco o nada bueno puede construir el hombre por sí solo. Ser feliz es cumplir los mandamientos, es cumplir la voluntad de Dios. Ser feliz es ser humildes como la Santísima Virgen María: no soberbios como Satanás. Nada sin Dios. Todo con Dios.

Estamos en guerra contra el Maligno. Militemos en el Ejército de Cristo: humildad, obediencia a Dios: tomad, Señor, toda mi libertad; hágase siempre tu voluntad y no la mía; pobreza… Todo depende de Dios: descansemos en Él, confiemos en Él y solo en Él. Todo contribuye al bien de los que aman al Señor. Que nuestro honor sea Cristo, sólo Cristo, aunque nos cueste el prestigio, aunque se rían de nosotros, aunque nos llamen locos, aunque nos persigan y nos maten. Nuestra única esperanza es Cristo, muerto y Resucitado. Si Cristo no resucitó, no hay esperanza. Pero si resucitó, el pecado y la muerte ya han sido derrotados. Y algún día habrá un cielo nuevo y una tierra nueva donde habitará la justicia. Y el lobo y el cordero pastarán juntos. Y ya no habrá más sufrimiento ni dolor ni muerte. Porque Cristo es el Rey del Universo y Él lo puede todo.

Nuestra Reina nunca nos abandonará. 
La Virgen María es nuestra defensora, 
nuestra protectora: no hay nada que temer.

¡Viva María Santísima! 
¡Viva la Madre de Dios! 
¡Viva Cristo Rey!

Por Santiago Valle Balbín


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Una reflexión cristiana
sobre la “Nueva Era”

La presente publicación subraya la importancia de comprender la Nueva Era como corriente cultural, así como la necesidad de que los católicos comprendan la auténtica doctrina y espiritualidad católicas para valorar adecuadamente los temas de la Nueva Era. Los dos primeros capítulos presentan la Nueva Era como una tendencia cultural multifacética y proponen un análisis de los fundamentos básicos de las ideas transmitidas en dicho contexto. A partir del tercer capítulo se ofrecen algunas indicaciones para el estudio de la Nueva Era, comparándola con el mensaje cristiano. Asimismo, se ofrecen también algunas sugerencias de carácter pastoral.

Quienes deseen profundizar en el estudio de la Nueva Era encontrarán referencias útiles en los apéndices. Es de esperar que esta obra proporcione un estímulo para ulteriores estudios, adaptados a los diferentes contextos culturales. Su objetivo consiste en fomentar el discernimiento de quienes buscan puntos de referencia sólidos para una vida más plena. Estamos convencidos de que en la búsqueda de muchos de nuestros contemporáneos se puede descubrir una auténtica sed de Dios. Como dijo el Papa Juan Pablo II a un grupo de obispos de Estados Unidos: «Los pastores deben preguntarse sinceramente si han prestado suficiente atención a la sed del corazón humano en busca del “agua viva” que solo puede dar Cristo nuestro Redentor (cf. Jn 3, 7-13)». Lo mismo que él, queremos apoyarnos « en la novedad perenne del mensaje evangélico y en su capacidad para transformar y renovar a quienes lo aceptan» (AAS 864, 330).

En esto consiste lo «nuevo» de la Nueva Era. Es un «sincretismo de elementos esotéricos y seculares». Se vincula a la percepción, ampliamente difundida, de que el tiempo está maduro para un cambio fundamental de los individuos, la sociedad y el mundo. Hay varias expresiones de la necesidad de cambio:

– de la física mecanicista de Newton a la física cuántica;
– de la exaltación de la razón de la modernidad a una valoración del sentimiento, la emoción y la experiencia (descrita a menudo como un desplazamiento del pensamiento racional del «cerebro izquierdo» al pensamiento intuitivo del «cerebro derecho»);
– de un dominio de la masculinidad y el patriarcado, a una celebración de la feminidad en los individuos y en la sociedad.

En este contexto, se usa con frecuencia el término «cambio de paradigma» (paradigm shift). A veces, claramente se presupone que tal cambio no sólo es deseable, sino inevitable. El rechazo a la modernidad, subyacente a este deseo de cambio, no es nuevo. Más bien puede describirse como «un restablecimiento o “revival” moderno de las religiones paganas con una mezcla de influjos tanto de las religiones orientales como de la psicología, la filosofía, la ciencia y la contracultura modernas, desarrolladas en los años cincuenta y sesenta». La Nueva Era no es sino un testigo de una revolución cultural, una reacción compleja frente a las ideas y valores dominantes en la cultura occidental, a pesar de lo cual su crítica idealista es, paradójicamente, típica de la cultura que critica.

Es preciso decir una palabra sobre la idea de cambio de paradigma. La popularizó Thomas Kuhn, historiador americano de la ciencia, que concibió el paradigma como « la constelación entera de creencias, valores, técnicas, etc., compartidos por los miembros de una comunidad dada». Cuando se produce un desplazamiento de un paradigma a otro, se trata de una transformación en bloque de la perspectiva más que de un desarrollo gradual: en realidad, es una revolución (izquierdista). Kuhn puso de relieve que los paradigmas rivales son inconmensurables y no pueden coexistir. Por eso, afirmar que un cambio de paradigma en el ámbito de la religión y de la espiritualidad es simplemente una manera nueva de formular las creencias tradicionales, constituye un error. Lo que sucede en realidad es un cambio radical de cosmovisión, que pone en entredicho no sólo el contenido, sino también la interpretación fundamental de la visión anterior. Tal vez el ejemplo más claro de todo esto, por lo que se refiere a la relación entre la Nueva Era y el cristianismo, sea la reelaboración de la vida y el significado de Jesucristo. Es imposible reconciliar estas dos visiones.

IMPRESIONANTE VIDEO: PREPARANDO EL CAMINO AL QUE QUIERE OKUPAR 
EL LUGAR DE CRISTO- AMAZONÍA PACHAMAMA- SINODALIDAD

“Soñemos Juntos” la agenda 2030 -JMB