El satánico Black Metal, de quemar iglesias
a estar subvencionado por el Gobierno
Nuestro propósito es expulsar el cristianismo
de Noruega y expandir el miedo y el mal
Rock y sectas satánicas:
las historias más aterradoras del mundo de la música
Invocar al Mal en un akelarre eléctrico. Ese fue el leit motiv con el que nació el Black Metal, el más extremo de los subgéneros de la música metal. Otros como el death, el splatter, el gore, o el grindcore pueden sonar igualmente brutales, pero ningún estilo tiene una idiosincrasia tan particular y única, ni tuvo pioneros tan entregados a la «causa» como el que nació en Noruega en 1984.
Durante el verano de aquel año, un joven de Oslo llamado Øystein Aarseth se dedicó a deconstruir las influencias de grupos como Venom (de cuyo álbum «Black Metal» toma nombre el movimiento), Bathory, Celtic Frost o Hellhammer para dar a luz una nueva criatura grotesca y tenebrosa, que llevase el sello «made in Norway» tatuado en la frente.
Aumentó la velocidad de los ritmos, sacó provecho de las disonancias para generar atmósferas terroríficas y, sobre todo, creó todo un imaginario lírico basado en el paganismo, el satanismo y los mitos nórdicos, que dio forma a lo que pronto se conocería como «Norwegian Black Metal».
Esta incipiente escena tenía ciertas similitudes con el punk. La producción de sus canciones era intencionadamente tosca y agresiva, y su estética era pura provocación antisocial, con tachuelas, cinturones de balas, camisetas roñosas y una expresión en el rostro que decía «te odio». Luego vendrían el face-painting, los amuletos satánicos, las armas medievales y demás complementos que terminarían de moldear la imagen del «blacker». Curiosamente, la sociedad noruega toleró a aquellos indaptados, la mayoría de ellos inofensivos. Pero, como en el punk, hubo algunos que se tomaron en serio la filosofía del movimiento, y la llevaron a la práctica hasta las últimas consecuencias. Eso cambió las cosas.
La veneración de Satán y Odín (un absurdo batiburrillo que más tarde se apañaría con la creación del Viking Metal) llevó inevitablemente a un enfrentamiento con el cristianismo, que en el seno de Mayhem se convirtió en una cruzada real. El 6 de junio de 1992, su bajista Varg Vikernes (después conocido por su banda unipesonal Burzum) decidió prenderle fuego a la iglesia medieval de Fantoft, cerca de Bergen, sin que la policía pudiese encontrar pistas. Eufórico, Vikernes, le contó la hazaña a sus compañeros y juntos desataron una bacanal de incendios por todo el país, a la que se sumó un número indeterminable de «copycats». Durante los siguientes cuatro años fueron quemadas más de medio centenar de iglesias, y 15.000 tumbas fueron profanadas y pintadas con símbolos satánicos.
Varg Vikernes fue un claro instigador de esta moda incendiaria, pero Øystein Aarseth, que adoptó el alias de Euronymous, tampoco estaba muy bien de la sesera. Un año antes del primer ataque a una iglesia, se encontró a Per Yngve Ohlin alias «Dead», el cantante del grupo, muerto en su piso tras haberse suicidado de un tiro en la cabeza, y su reacción fue de lo más sensata: colocó el arma junto al cadáver, lo fotografió y lo usó como portada del disco en directo «Dawn of the black hearts».
Ante la creciente alarma social por los incendios, los medios de comunicación se interesaron por el Black Metal y lograron contactar con Vikernes, que se hinchó de fanfarronería y admitió a un periodista que había una suerte de comando incendiario llamado Inner Circle. El reportero se lo contó a la policía, que empezó a atar cabos y lo detuvo, poniendo también el ojo en Euronymous, cuya tienda de discos Helvete era un conocido lugar de encuentro de los «blackers».
Euronymous cometió entonces un grave error. Entre sus colegas propagó la idea de que Vikernes era el responsable del acoso policial y bravuconeó diciendo que lo iba a matar por echarle encima a las autoridades. Pero su compañero, que acababa de salir de su detención tras pagar la fianza, se lo tomó demasiado en serio (otra vez) y decidió actuar primero. El 10 de agosto de 1993, viajó en coche toda la noche desde Bergen hasta el piso de Euronymous en Oslo, y lo apuñaló hasta la muerte. Pasó 16 años en la cárcel, y en la actualidad está libre y sigue haciendo música, al igual que la banda Mayhem, que se refundó en 1995.
No fue el único crimen que tiñó de sangre los primeros años del Black Metal. En agosto de 1992, Bard G «Faust» Eithun, baterista de Emperor, asesinó a puñaladas a un hombre homosexual en un parque de Lillehammer. Fue condenado a catorce años de prision, pero se le liberó en 2003.
El cantante del grupo Gorgoroth (llamado Gaahl), que admitió haber incendiado varias iglesias, fue condenado en 2001 a un año de cárcel por agredir a un hombre, y en 2006 a otro año y dos meses por torturar a otro durante seis horas, extrayéndole sangre para bebérsela en una copa ceremonial.
Los homicidios también saltaron a Suecia: En 1997 Jon Nödtveidt de la banda Dissection asesinó al argelino Josef Ben Meddour en nombre de la Misanthropic Luciferian Order (MLO). Estuvo encarcelado hasta 2004, y dos años después, lo encontraron muerto en su apartamento de Hässelby, donde se suicidió haciendo un ritual satanista.
Pasados los turbulentos años noventa, el black metal empezó a dar menos noticias violentas y a calar más y más en la sociedad escandinava, que fue capaz de digerir sin aspavientos los excesos de los más fanáticos y recuperar el movimiento para integrarlo de forma sorprendente en su propia cultura. De hecho, hace muchos años que el Black Metal está considerado un bien de interés nacional en Noruega, un producto exportable, ya que se ha convertido en un atractivo turístico más, con una industria que tiene su influencia en el PIB del país y que ayuda a difundir el idioma (se hizo un estudio, y resulta que miles de jóvenes de diferentes países lo estudian para descifrar las canciones escritas en noruego). El Gobierno incluso subvenciona los locales de ensayo y las giras de los grupos de black metal, para que den a conocer la música noruega en todo el mundo. Es más, los diplomáticos noruegos reciben cursos y talleres para entender qué es exactamente el black metal, sin duda la última gran vanguardia musical europea. Desde su creación, el viejo continente no ha visto nacer ningún género eminentemente autóctono y con tanta influencia en la agenda política y social de su país de nacimiento.
SATANISMO ES LA CORRUPCIÓN DE LAS COSAS, SIGNIFICA TOMAR ESO QUE ES EL ORDEN JUSTO NATURAL DE TODO, INVERTIRLO Y CONFUNDIRLO. LA MAYOR PARTE DE LA SOCIEDAD EN QUE CONVIVIMOS ES COMPLETAMENTE SATÁNICA, Y LA MAYORÍA DE LAS PERSONAS NO LO SABEN NI SE DAN CUENTA.
El binomio rock y sectas es algo de lo que se ha hablado siempre y, pese a que no siempre es así, sí que ha habido ejemplos realmente interesante. Juan Pablo Ordúñez, periodista especializado en música, ha traído hasta 'Cuarto milenio' algunas de esta historias en su sección 'Los archivos del pirata'.
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