EL LEÑO VERDE Y EL SECO
Me ha llamado siempre la atención un refrán que Jesús, según el Evangelio de san Lucas, se ha aplicado a sí mismo durante la ‘pasión’. Es éste: ‘si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?’ (Lc 23,31). El contexto se refiere al ‘vía crucis’, cuando Jesús, por su condición de excomulgado cargando con la cruz, camina hacia fuera de Jerusalén rumbo al Calvario para ser ejecutado entre dos malhechores, y se encuentra con un grupo de mujeres quienes lloran compadeciéndose de él. A aquellas mujeres Jesús les dijo: ‘Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque llegarán días en que se dirá: ´¡Dichosas las estériles, las entrañas que no engendraron y los pechos que no criaron! Entonces se pondrán a decir a los montes: ¡Caed sobre nosotros! Y a las colinas: ¡Sepultadnos!` (Lc 23,28-30).
Estas palabras me traen a la memoria las otras similares que él había pronunciado en el sermón escatológico dirigido a sus discípulos: ‘Cuando veáis la abominación de la desolación erigida donde no debe (el que lea, que entienda), entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes; el que esté en el terrado, no baje ni entre a recoger algo de su casa, y el que esté por el campo, no regrese en busca de su manto. ¡Ay de las que estén encintas o criando en aquellos días! Orad para que no suceda en invierno. Porque aquellos días habrá una tribulación cual no la hubo desde el principio de la creación, que hizo Dios, hasta el presente, ni la volverá a haber. Y si el Señor no abreviase aquellos días, no se salvaría nadie, pero en atención a los elegidos que él escogió, ha abreviado los días’ (Mc 13,14-20).
La abominación de la desolación, de la que aquí habla Jesús, sabemos que se refiere a la profanación del Templo de Jerusalén llevada a cabo por Antioco Epífanes (cfr. 1M 1,54) en su intento de extirpar la fe en Yahvé del corazón del pueblo de Israel, con el fin de imponerle la cultura griega, idolatra. Tal sacrilegio se repitió precisamente en los días en los que el Mesías, el único Justo, fue condenado como un réprobo. Con respecto a dicha tragedia Jesús dijo también: ‘Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda’ (Mc 13,30). No sólo se refería a su generación sino que pensaba en cada una de las sucesivas generaciones hasta el fin del mundo.
Con base en el conocimiento –aunque sea limitado– que tengo tanto de la historia universal como de la historia de la Iglesia, puedo darme cuenta que efectivamente resulta cíclica la crisis de los valores morales en las que se desmoronan las sociedades humanas. El decaimiento siempre empieza cuando se hace endémica la mentira y el hombre acude a la calumnia y al perjuro para neutralizar a sus adversarios.
Jesús, asumiendo el rol del Redentor, ha querido, una vez por todas, salvar a cada ser humano de esa inaudita aberración, enseñándole a responder a las calumnias con un amor superior y lo hizo magnánimamente y voluntariamente manifestando la justicia divina, que justifica gratuitamente al pecador por no ser siquiera consciente de las consecuencias de su propia perversidad. Para eso, no obstante fuera inocente de todo lo que se le acusaba, aceptó ser una víctima expiatoria y, al morir, derramó su mismo Espíritu sobre sus discípulos, para que ellos perpetuaran, de generación en generación, el amor mediante el cual cada victimario homicida pudiera experimentar el perdón de sus propias víctimas. De una forma emblemática le tocó al primer mártir cristiano, Esteban, manifestar la eficacia del Espíritu de Cristo, ya que, mientras moría sepultado debajo de un montón de piedras que le estaban lanzando sus perseguidores, a imitación de Jesús rezaba por ellos diciendo: ‘Señor, no les tengas en cuenta este pecado’ (Hch 7,60).
No hay otra forma de ser verdaderamente cristianos de fe adulta sin dejarnos amoldar a imagen de Jesucristo por su Espíritu todopoderoso, así como no hay otra dicha más grande para un seguidor suyo que ser considerado digno de compartir, desde este mundo, de su gloria. Así el mismo Señor nos lo ha preconizado: ‘Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa’ (Mt 5,11).
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