Centros de Progreso,
Parte 23: Londres (Emancipación)
Chelsea Follett destaca el papel de la ciudad de Londres durante el siglo 18 y principios del siglo 19 como un centro de debates acerca de la naturaleza de lo derechos humanos que cambiarían al mundo.
Hoy presentamos la vigésima tercera entrega de una serie de artículos publicados por HumanProgress.org llamada Centros de Progreso. ¿Dónde ocurre el progreso? La historia de la civilización es de muchas maneras la historia de la ciudad. Es la ciudad la que ha ayudado a crear y definir el mundo moderno. Esta serie de artículos brindará una breve introducción a los centros urbanos que fueron los sitios de grandes avances en la cultura, economía, política, tecnología, etc.
Nuestro vigésimo tercer “Centro de Progreso” es Londres durante finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, cuando fue la ciudad anfitriona de debates sobre la naturaleza de los derechos humanos que cambiarían el mundo. Hoy, damos por sentada la norma de que ninguna persona puede comprar o vender a otro ser humano, pero le tardó mucho a la humanidad llegar a entender esa norma. La esclavitud fue aceptada y rara vez cuestionada durante milenios en todo el mundo, pero hoy la esclavitud es ilegal en todos los países. Las batallas legales libradas en Londres y las acciones legislativas tomadas en dicha ciudad ayudaron a poner fin a la trata mundial de esclavos y a provocar un cambio drástico en las actitudes sobre la esclavitud –una victoria invaluable para la libertad humana.
En la actualidad, Londres es una ciudad que no necesita presentación. Es conocida como una de las ciudades globales más importantes del mundo, así como la capital y la ciudad más poblada del Reino Unido. Londres es reconocida como un centro de comercio, finanzas, artes, educación e investigación, y se encuentra entre los destinos turísticos más populares del mundo. Es el hogar del Palacio de Buckingham, la icónica torre del reloj Big Ben, el Museo Británico y la rueda moscovita más alta de Europa: el London Eye. También alberga cuatro diferentes sitios declarados Patrimonio Mundial por la UNESCO: la Abadía de Westminster, la Torre Medieval de Londres, los Jardines Kew y el Greenwich Marítimo.
La evidencia sugiere que el sitio del actual Londres ha estado poblado desde al menos la Edad de Bronce. Sin embargo, la importancia del lugar comenzó cuando los romanos fundaron allí un asentamiento portuario en el año 43 D.C. Este sitio era conocido como Londinium, que pronto se convirtió en un centro comercial regional, un importante nexo de carreteras, y la ciudad capital de la Gran Bretaña Romana durante la mayor parte del tiempo que los romanos gobernaron la provincia de Britannia. Una vez que los romanos abandonaron Gran Bretaña, los anglosajones dominaron Londres y la ciudad se convirtió en la capital del eventual Reino de Inglaterra. Después de la conquista de Normandía en 1066, Guillermo el Conquistador se convirtió en rey de Inglaterra y fue durante su gobierno cuando Londres se vinculó, por primera vez, con los intentos de limitar la esclavitud.
En diferentes partes del mundo, durante mucho tiempo la esclavitud había sido objeto de críticas esporádicas, varios límites e incluso breves prohibiciones. Por ejemplo, el emperador Wang Mang prohibió la esclavitud en China en el 9 D.C., pero esta fue restaurada poco después. En el siglo VII, la reina franca Balthild, una antigua esclava, ayudó a promulgar reformas que impedían el comercio de esclavos cristianos. En la década de los años 740, el Papa Zachary prohibió la venta de esclavos cristianos a musulmanes. En 873, el Papa Juan VIII, de manera similar, llamó pecaminosa a la esclavitud de los cristianos y abogó por la liberación de los esclavos.
Pero el primer intento de restringir la esclavitud que tendría un impacto duradero ocurrió en Londres. Según el Domesday Book, una exhaustiva encuesta de Inglaterra y partes de Gales, realizada en la década de 1080, alrededor del 10 por ciento de las personas en el área eran esclavos. En 1080, Guillermo el Conquistador prohibió la venta de esclavos a los no cristianos. En 1102, el Consejo Eclesiástico de Londres prohibió el comercio de esclavos dentro de Inglaterra decretando “que nadie se atreva, en el futuro, a participar en el infame negocio … de vender hombres como animales”.
En el transcurso de una generación, la esclavitud desapareció en Inglaterra y fue reemplazada por la servidumbre. A diferencia de los esclavos, lo siervos podían al menos poseer propiedades. Además, no corrían el riesgo de ser separados de sus familias. Por desgracia, no podían moverse, ya que estaban atados de por vida a la tierra en la que trabajaban. Un señor feudal podía vender la tierra cambiando así a quién el siervo servía, pero los propios siervos no eran vendidos.
Desde tiempos inmemorables, cada civilización importante practicó alguna forma de esclavitud durante la mayor parte de su historia. La esclavitud existe desde al menos el año 3500 a.C., cuando fue practicada por los antiguos sumerios. Las mejoras en la navegación llevaron a la globalización del comercio de esclavos. La trata de esclavos por el Atlántico, por ejemplo, duró desde el siglo XVI hasta el siglo XIX, e involucró el transporte de millones de africanos subsaharianos a través del océano para vivir en cautiverio.
Si bien los primeros traficantes de esclavos extranjeros en África Subsahariana eran árabes – Arabia Saudita, de hecho, no prohibió la esclavitud hasta 1962 – pronto los europeos fueron participantes destacados en el comercio marítimo de esclavos; transportando aproximadamente 11 millones de esclavos fuera de África. El primer y peor infractor fue Portugal, que transportó alrededor de 5 millones de esclavos desde los mercados africanos de esclavos hasta su colonia de Brasil principalmente.
Gran Bretaña transportó el segundo número más alto de africanos esclavizados (2,6 millones) a sus diversas colonias. Al menos 300.000 esclavos africanos fueron enviados a las colonias norteamericanas de Gran Bretaña que luego se convertirían en EE.UU. Sin embargo, la ausencia casi total de esclavitud dentro de la propia Gran Bretaña, que había permanecido desde las reformas de Guillermo el Conquistador, resultaría fundamental para voltear las mentes y corazones británicos en contra de la institución.
Como es conocido, los esclavos africanos eran tratados como bienes muebles más que como personas, y las condiciones de los barcos de esclavos eran horribles por lo que, muchas personas esclavizadas no sobrevivían al viaje. La mayoría de los que sobrevivían al viaje, experimentaban la pesadilla del forzado y agotador trabajo agrícola en las plantaciones del Nuevo Mundo. Los esclavos en las plantaciones del Caribe y de Brasil soportaron las peores condiciones y sufrieron las tasas de mortalidad más altas.
Un joven esclavo barbadense, Jonathan Strong, viajó a Londres con su amo quien en 1765 golpeó a Strong con una pistola y lo dejó por muerto en la calle. Strong, sangrando y casi ciego por el ataque terminó en una clínica médica para los pobres en Mincing Lane. Allí, mientras recibía tratamiento para sus heridas, Strong impresionó al hermano del médico –Granville Sharp (1735 – 1813)— durante una visita.
Sharp, que nació en Durham pero vivió en Londres desde los quince años, cambió para siempre con el encuentro. Él y su hermano llevaron a Strong a un hospital y pagaron por su tratamiento que duró varios meses. Pero al poco tiempo de recuperarse lo suficiente como para dejar el hospital, Strong fue capturado nuevamente por su antiguo esclavista, quién intentó venderlo a una plantación jamaiquina.
Sharp defendió con éxito la libertad de Strong, derrotando a su antiguo amo en la corte – pero solo por un tecnicismo. Trágicamente, la salud de Strong fue afectada permanentemente por el golpe con pistola, lo que causó su fallecimiento a la edad de 25 años en 1770. Sharp se dedicó a buscar un fallo legal definitivo respecto de si se podía obligar a un hombre a abandonar Gran Bretaña y convertirse en esclavo; estos esfuerzos le consiguieron una reputación como pensador de la Ilustración y activista contra la esclavitud. No estaba solo, el movimiento de abolición estaba creciendo en Gran Bretaña.
En 1769, otro traficante de esclavos en las colonias intentó llevar a Londres a un hombre esclavizado, James Somerset, quien escapó en 1771. En menos de dos meses, Somerset fue capturado y nuevamente se hicieron arreglos para venderlo como esclavo en Jamaica. Tres londinenses solicitaron que Somerset recibiera una audiencia y su petición fue concedida. Muchos británicos preocupados enviaron dinero para iniciar la defensa legal de Somerset, pero varios abogados se ofrecieron como voluntarios para llevar el caso de forma gratuita. Sharp brindó un amplio asesoramiento a los abogados de Somerset.
Un abogado, William Davy, destacadamente, citó en defensa de Somerset un supuesto caso de 1569 en el que un carretero intentó traer un esclavo a Inglaterra desde Rusia. En ese caso, se resolvió que el aire de Inglaterra era “demasiado puro” para que lo respirara un esclavo y que por lo tanto cualquiera en Inglaterra era libre. O como dijo una vez el jurista nacido en Londres, Sir William Blackstone (1723 – 1780), “el espíritu de la libertad está tan profundamente arraigado en nuestra Constitución que un esclavo, desde el momento que aterriza en Inglaterra, es libre”.
Somerset ganó su caso; el fallo establecía que mientras estuviera en Gran Bretaña, Somerset era libre. Además, no podía ser obligado a abandonar el país. Este fallo fue un punto de inflexión.
Independientemente de las motivaciones originales de Guillermo el Conquistador para limitar la esclavitud, para cuando se dio el juicio de Somerset, la ausencia de la esclavitud en Gran Bretaña se había convertido en un motivo de orgullo británico. También fue un problema moral entre varios pensadores de la Ilustración, miembros del clero –incluyendo al clérigo anglicano John Newton (1725 – 1807), el escritor del muy querido himno “Amazing Grace”– y el público en general.
Para 1807, gracias a la creciente presión pública y al trabajo de reformadores incansables como William Wilberforce (1759 – 1833) en el parlamento británico con sede en Westminster, Gran Bretaña prohibió la trata internacional de esclavos con la Ley de Trata de Esclavos. Cuando los esfuerzos diplomáticos para presionar a Paris y Viena para que firmaran una legislación similar resultaron inútiles, aumentó el apoyo público al uso de la fuerza.
Los tomadores de decisiones en Londres ordenaron a la Marina Británica que creara el Escuadrón de África Occidental en 1808, para bloquear y detener el movimiento de barcos que transportaban esclavos a través del Océano Atlántico. En la década de 1850, el Escuadrón de África Occidental estaba conformado por 25 barcos, dos mil hombres británicos y mil tripulantes adicionales que fueron reclutados localmente, principalmente de lo que ahora es Liberia. Los oficiales navales británicos recibieron una recompensa por cada esclavo que liberaron, pero el incentivo principal fue humanitario –en ese momento, los esfuerzos contra la esclavitud eran muy populares en Gran Bretaña. Como dijo el poeta Alfred Tennyson (1809 – 1892) “este espíritu de gallardía … lo vemos en actos de heroísmo por mar y tierra, en las luchas contra la trata de esclavos”.
Entre 1808 y 1860, el Escuadrón de África Occidental capturó con éxito a al menos 1.600 barcos de esclavos y liberó a unos 150.000 esclavos africanos. España y Portugal intentaron continuar con el comercio de esclavos comprando, a menudo, esclavos a vendedores africanos. A mediados del siglo XVIII el Rey Tegbesu de Dahomey en el actual Benín, obtuvo el equivalente a unas 250.000 libras anuales —la mayor parte de sus ingresos— vendiendo esclavos capturados en batalla a los europeos. Su sucesor en el trono declaró en 1840, en respuesta a las presiones británicas para que dejaran de vender esclavos, “la trata de esclavos es el principio rector de mi pueblo. Es la fuente y la gloria de su riqueza … la madre arrulla al niño para que duerma con notas de triunfo sobre un enemigo reducido a la esclavitud”. Su aceptación de la esclavitud demuestra lo profundamente arraigada que estaba esa práctica, en ese tiempo, alrededor del mundo.
La Marina Británica eventualmente bloqueó a Brasil y logró detener el comercio brasileño de esclavos en 1852. Pero los efectos del movimiento de abolición que comenzaron en Londres no se detuvieron allí. El movimiento vio un renacimiento en la década de 1860 cuando David Livingstone, médico escocés y miembro destacado de la London Missionary Society, publicó informes que describían la trata de esclavos árabes en África, lo que también conmovió al público británico. En la década de 1870, la Marina Británica volvió a dedicar recursos para la detención del comercio de esclavos – esta vez por parte de comerciantes localizados en Zanzíbar. Gracias a los esfuerzos iniciados en Londres, el número de países con esclavitud legal se desplomó a lo largo del siglo XIX.
Si bien los legisladores de Londres durante los siglos XVIII y XIX estaban lejos de ser perfectos, su celo contra la esclavitud ayudó a cambiar el mundo para mejor. Como dijo el historiador irlandés William Lecky (1838 – 1903) “la cruzada incansable, sin ostentación y sin gloria, de Inglaterra contra la esclavitud, probablemente se puede considerar como una de las tres o cuatro páginas, perfectamente virtuosas, que componen la historia de las naciones”.
Fue en Londres que los abolicionistas británicos se organizaron, lograron victorias judiciales y legislativas, enviaron barcos de guerra con la misión de emancipar a los esclavos y, en última instancia, ayudaron a alterar las normas morales que habían permanecido desde los inicios de la civilización. Por su rol crítico en terminar con la trata de esclavos y acabar con la normalización de la institución de la esclavitud, Londres es con justa razón nuestro vigésimo tercer “Centro de Progreso”.
Este artículo fue publicado originalmente en HumanProgress.org (EE.UU.) el 4 de marzo de 2021.
Centros de Progreso,
Parte 24: Wellington (Sufragio)
Chelsea Follett destaca la importancia de la Wellington a finales del siglo XIX como un Centro de Progreso por haber convertido a Nueva Zelanda en el primer país del mundo en otorgar el derecho al voto a las mujeres.
Hoy presentamos la vigésima cuarta entrega de la serie de artículos publicados por HumanProgress.org llamada Centros de Progreso. ¿Dónde ocurre el progreso? La historia de la civilización es de muchas maneras la historia de la ciudad. Es la ciudad la que ha ayudado a crear y definir el mundo moderno. Esta serie de artículos brindará una breve introducción a los centros urbanos que fueron los sitios de grandes avances en la cultura, economía, política, tecnología, etc.
Nuestro vigésimo cuarto “Centro de Progreso” es Wellington durante finales del siglo XIX, cuando la ciudad convirtió a Nueva Zelanda en el primer país del mundo en otorgar a las mujeres el derecho al voto. En ese momento, eso se consideró un cambio radical. Los reformadores que solicitaron con éxito al parlamento de Nueva Zelanda luego viajaron por el mundo, organizando movimientos de sufragio en otros países. Hoy, gracias a la tendencia iniciada en Wellington, las mujeres pueden votar en todas las democracias, excepto en el Vaticano, donde solo votan los cardenales en el cónclave papal.
Hoy, Wellington es conocida como la capital de Nueva Zelanda y la capital más austral del mundo. La ciudad de fuertes vientos junto a la bahía tiene una población de un poco más de 200.000 personas y una reputación de tiendas y cafés de moda, mariscos, bares extravagantes y cervecerías artesanales. Tiene pintorescos teleféricos rojos y su histórico Edificio Antiguo de Gobierno, construido en 1876, sigue siendo una de las estructuras de madera más grandes del mundo. Wellington también alberga el Monte Victoria, el Museo Te Papa y un muelle con frecuentes mercados emergentes y ferias de arte. Joven y emprendedora, Wellington ha sido clasificada como uno de los lugares más fáciles del mundo para iniciar un nuevo negocio. También es un centro tecnológico y de artes creativas, famoso por el trabajo del cercano Weta Studios en la franquicia de la película “El señor de los anillos”.
Según la leyenda, el sitio donde ahora se encuentra Wellington fue descubierto por primera vez por el legendario jefe maorí Kupe a fines del siglo X. Durante los siguientes siglos, diferentes tribus maoríes se asentaron en la zona. Los maoríes llamaron al área Te Whanganui-a-Tara, que significa “el gran puerto de Tara” en honor al hombre que, según se dice, exploró el área por primera vez en nombre de su padre, Whātonga el Explorador. Un nombre alternativo era Te Upoko-o-te-Ika-a-Māui, que significa “la cabeza del pez de Māui”, en referencia al mítico semidiós Māui que atrapó un pez gigante que se transformó en las islas de Nueva Zelanda.
Al notar la ubicación perfecta del sitio para el comercio, un coronel inglés compró tierras locales en 1839 a los maoríes para los colonos británicos. Un distrito de negocios pronto floreció alrededor del puerto, transformándolo en un puerto activo. Al año siguiente, representantes del Reino Unido y varios jefes maoríes firmaron el Tratado de Waitangi, que incorporó a Nueva Zelanda al Imperio Británico y convirtió a los maoríes en súbditos británicos. Wellington fue el primer asentamiento europeo importante en Nueva Zelanda, llamado así por Arthur Wellesley, primer duque de Wellington, uno de los muchos tributos al famoso primer ministro y líder militar que derrotó a Napoleón en la batalla de Waterloo en 1815.
Curiosamente, Nueva Zelanda no tiene un “Día de la Independencia” ampliamente aceptado. Más bien, la soberanía del país parece haber surgido gradualmente, con eventos clave en 1857, 1907, 1947 y 1987. No fue hasta ese último año que Nueva Zelanda “revocó unilateralmente todo el poder legislativo residual del Reino Unido” sobre la nación.
La demografía de la nación colonial cambió rápidamente. En 1886, la mayoría de los residentes no maoríes eran inmigrantes nacidos en Nueva Zelanda en lugar de británicos, aunque estos últimos continuaron llegando al país. Si bien muchas personas se consideraban británicas, el término neozelandés se estaba volviendo común. En 1896, Nueva Zelanda albergaba a más de 700.000 inmigrantes británicos y sus descendientes, así como también a cerca de 40.000 maoríes.
A lo largo de la mayor parte de la historia, las mujeres fueron en gran medida excluidas de la política, aunque es importante recordar que la mayoría de los hombres también fueron excluidos. El poder político tendía a concentrarse en un grupo pequeño, como una familia real, mientras que la mayoría de las personas, tanto hombres como mujeres, carecían de voz significativa en las decisiones políticas. Sin embargo, aunque la historia ciertamente ha tenido su parte de mujeres políticamente poderosas, desde la emperatriz bizantina Teodora hasta la emperatriz china Wu Zetian, la mayoría de los gobernantes en todas las civilizaciones importantes han sido hombres.
En otras palabras, en un mundo con instituciones políticas altamente excluyentes que dejaban fuera a casi todos, las mujeres tenían incluso más probabilidades de quedar fuera que los hombres. Asimismo, cuando una ola de democratización amplió el grupo de participación política a una proporción sin precedentes de la población en el siglo XIX, las listas de votantes aún excluían a las mujeres.
La joven Nueva Zelanda no fue una excepción y a las mujeres se les negó inicialmente el derecho al voto. Una creencia popular era que las mujeres solo se adaptaban a la esfera doméstica, dejando la “vida pública” a los hombres. Pero a fines del siglo XIX, a medida que más mujeres ingresaron a campos profesionales que anteriormente solo estaban ocupados por hombres, las mujeres comenzaron a ser vistas con más capacidad de participar en la esfera pública.
Estos cambios ayudaron a galvanizar el movimiento sufragista en Nueva Zelanda. Sufragistas como Kate Sheppard reunieron firmas para demostrar el creciente apoyo público al sufragio femenino. En 1891, 1892 y 1893, las sufragistas compilaron una serie de peticiones masivas que pedían al parlamento que promulgara el sufragio femenino. La petición de sufragio femenino de 1893 obtuvo unas 24.000 firmas y las hojas de papel, una vez pegadas, formaron un rollo de 270 metros, que luego se presentó al parlamento de Wellington.
El movimiento de sufragio fue ayudado por el apoyo generalizado de los hombres de Nueva Zelanda. Como país de “frontera colonial”, Nueva Zelanda tenía muchos más hombres que mujeres. Eso sucedió porque los hombres solteros generalmente tenían más probabilidades de emigrar al extranjero. Desesperados por compañía, los hombres del país buscaron atraer a más mujeres a Nueva Zelanda y, a menudo, idealizaron a estas últimas. Muchos neozelandeses creían que una afluencia de mujeres ejercería un efecto estabilizador en la sociedad, reduciendo las tasas de criminalidad, disminuyendo las tasas de consumo de alcohol y mejorando la moralidad.
De hecho, las investigaciones sugieren que las proporciones de sexo altamente desiguales pueden causar problemas: las sociedades con muchas menos mujeres que hombres ven tasas más altas de depresión, agresión y delitos violentos entre los hombres. Lo más probable es que esos efectos negativos surjan de las tensiones que aparecen cuando un gran número de hombres en una sociedad sienten que tienen pocas esperanzas de encontrar esposa.
Sin embargo, la opinión popular en la Nueva Zelanda del siglo XIX era que las mujeres eran moralmente superiores a los hombres en algunos aspectos, o que tenían más probabilidades de actuar por el bien de la sociedad. Sobre la base de esa creencia, los partidarios del sufragio calificaron a las mujeres como “ciudadanas morales” y argumentaron que una sociedad en la que las mujeres pudieran votar sería más virtuosa. En particular, el movimiento por el sufragio femenino estuvo estrechamente relacionado con el movimiento por la prohibición del alcohol. Los hombres que apoyaban la prohibición del alcohol por motivos morales eran muy propensos a apoyar el derecho al voto de las mujeres.
Nueva Zelanda no fue un caso atípico, los otros lugares que otorgaron a las mujeres el derecho al voto desde el principio también eran sociedades típicamente “fronterizas”. Al igual que Nueva Zelanda, esos lugares tenían un gran excedente masculino y estaban motivados por la creencia de que las votantes femeninas tenían una mentalidad moral y se manifestarían contra los males sociales. Los más prominentes de esos males percibidos fueron el alcohol y, en el oeste de los EE.UU., la poligamia tal como la practican algunos seguidores del movimiento de jóvenes Santos de los Últimos días. También se creía que las mujeres se opondrían a las guerras innecesarias y promoverían una política exterior más moderada. Entre los primeros en adoptar el sufragio femenino en EE.UU. se encuentran los estados montañosos occidentales fronterizos de Wyoming (1869), Utah (1870), Colorado (1893) y Idaho (1895). Los territorios fronterizos del Sur de Australia (1894) y Australia Occidental (1899) siguieron el mismo patrón.
Pero Nueva Zelanda abrió el camino como el primer país en dar a las mujeres el derecho al voto. Conmovido por los esfuerzos incansables de las sufragistas y sus numerosos aliados masculinos, el gobierno se embarcó en un experimento radical. En Wellington, el gobernante Lord Glasgow promulgó una nueva Ley Electoral el 19 de septiembre de 1893. La Ley otorgó a las mujeres el derecho a votar en las elecciones parlamentarias.
Desde entonces, las mujeres han asumido un papel activo en el gobierno del país desde la capital, Wellington. Nueva Zelanda no solo ha tenido tres primeras ministras diferentes, sino que las mujeres han ocupado cada uno de los puestos constitucionales clave de Nueva Zelanda en el gobierno. En ocasiones, Nueva Zelanda ha tenido una mujer como primera ministra, gobernadora general, presidenta de la Cámara de Representantes, fiscal general y presidenta del Tribunal Supremo. El país sigue orgulloso del paso pionero hacia la igualdad legal de género promulgado en Wellington, incluso con la figura de la sufragista Sheppard en el billete de $10.
Después de su victoria legislativa, Sheppard y sus aliados recorrieron otros países y ayudaron a organizar movimientos de sufragio en el exterior.
Si bien el hecho de que las mujeres voten y se postulen para un cargo puede parecer algo común ahora, en ese momento era revolucionario. En perspectiva, el Reino Unido no otorgó a las mujeres derechos de voto totalmente iguales hasta 1928; España solo otorgó el sufragio universal a las mujeres en 1931; Francia lo hizo en 1945; Suiza esperó hasta 1971; Liechtenstein resistió hasta 1984; y Arabia Saudita se negó a ceder hasta 2015. Hoy, las mujeres pueden votar en casi todas partes.
Como sede del gobierno de Nueva Zelanda, Wellington estuvo en el centro de la primera campaña exitosa para otorgar a las mujeres de un país el derecho al voto. Por ser el anfitrión de una victoria legislativa innovadora para el sufragio femenino, Wellington es con justa razón nuestro vigésimo cuarto Centro de Progreso.
Este artículo fue publicado originalmente en HumanProgress.org (EE.UU.) el 19 de marzo de 2021.
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