LA CORUÑA 1820:
LA CHISPA DEL TRIENIO LIBERAL
EL ORGULLOSO BALUARTE DE LAS LIBERTADES
LA CHISPA DEL TRIENIO LIBERAL
Al amparo del prestigio castrense y de una ciudad de carácter abierto y progresista, una sociedad secreta tomó las armas y expulsó de Galicia a los partidarios del absolutismo. Un difuso recuerdo en un momento en el que el levantamiento parecía encaminarse al fracaso, la red masónica urdió una estratagema en la Capitanía General de La Coruña que desencalló la nueva etapa constitucional.
La Coruña fue, junto con Cádiz, el motor de una conjura militar que inauguró el Trienio Liberal (1820-1823) en respuesta al despotismo de Fernando VII
Quienes desconocen la historia de la ciudad se pueden sorprender del carácter reivindicativo que, en otros tiempos tuvo La Coruña para combatir la tiranía y sometimiento que había instalado en España el felón monarca Fernando VII y reconducirla por la senda de las libertades constitucionales.
No obstante, el talante progresista que siempre caracterizó a la ciudad se fue diluyendo con el transcurso de los tiempos hasta adoptar la resignación y el conformismo como una manera de ser, como si fuera un estado natural de las cosas. Atrás quedó aquella ciudad abierta al mar, enriquecida por su flujo comercial y por donde penetraban los aires renovadores del momento, aquellos que la situaron a la vanguardia de los acontecimientos. Una sociedad muy diferente a la que actualmente conocemos, cuya indolencia la relegó a situaciones tan lamentables y la sitúa en una de las comunidades más rezagadas.
Por tal circunstancia, les recomendaría que estos días se dieran una vuelta por la Plaza de la Constitución de La Coruña y pudieran observar las lápidas y expositores gráficos que homenajean, testimonialmente, a los coruñeses que doscientos años atrás, en aquel 21 de febrero de 1820, tuvieron el coraje y la valentía de contribuir decisívamente a cambiar el rumbo del país, preservar su peculiaridad y a ganarse merecidamente esa orgullosa denominación de "el segundo baluarte de las libertades", después de Cádiz, naturalmente.
Aquellos aires renovadores y de libertad que singularizaron a la ciudad comenzaron a ser visibles en 1764, cuando en unión de la gaditana compartíamos el privilegio del transporte postal con los virreinatos hispanoamericanos, lo que llevaba implícito el tráfico de mercancías y el transporte de pasajeros. La bonanza proporcionada por aquella concesión estatal produjo un efecto llamada para miles de foráneos que no dudaron en instalarse en nuestra ciudad, consiguiendo en tan solo cincuenta años sextuplicar el censo poblacional.
Sin embargo y para desgracia de todos, tras la muerte de Carlos III, España se empecinó en pisar todos los charcos y convertirse en el títere de feria de las principales potencias europeas, por lo que no es de extrañar que los franceses nos invadieran en 1808, y confinaran en Valençais al monarca de turno, Fernando VII, a quien el pueblo español lo denominaba "El Deseado".
Con España ocupada, y sin Rey que procurase la felicidad de sus súbditos, en septiembre de 1808 se creó la Junta Suprema Central, que ejerció los poderes ejecutivo y legislativo, pasando en 1810 a llamarse Consejo de Regencia de España e Indias, el organismo precursor de convocar Cortes en aquella inexpugnable fortaleza que era la ciudad gaditana, cuna del liberalismo español. Allí convergieron la mayoría de los representantes peninsulares y criollos hispanoamericanos; sin embargo, un mal cálculo nominal había convertido a la embajada virreinal en mayoría de la Cámara. Algo impensable para nuestros legisladores, por lo que hicieron malabares para relegarlos a una minoría dócil y sin protagonismo. Para defender a España todos éramos iguales; no en calidad de representatividad y decisión.
Aquella determinación levantó ampollas entre sus representantes, toda vez que desde el comienzo de la contienda habían creado una juntas patrióticas para colaborar económicamente contra el invasor. No obstante, por aquellas latitudes ya latían gérmenes emancipadores, producto del proceso soberanista de las Trece Colonias y las corrientes de opinión generadas por la Declaración de los derechos del Hombre y del Ciudadano, que permeabilizaron la mentalidad criolla y abrieron su rechazo a la abusiva sobreexplotación ejercida desde la metrópoli, la cual gravaba sus productos con una desproporcionada fiscalidad y les impedía comerciar libremente. Tales circunstancias evidenciaron que la discriminación tomada no hizo más que poner en funcionamiento el mecanismo insurgente, el cual contaba con todas las bazas para salir triunfante, toda vez que la península se encontraba invadida e imposibilitaba el envío de fuerzas apaciguadoras.
Mientras esto sucedía y con todas las dificultades consustanciales, el 19 de marzo de 1812, las Cortes españolas aprobaban en la ciudad gaditana la primera Constitución española, al tiempo que la guerra contra los franceses tomaba otra dimensión y quienes ahora retrocedían eran nuestros invasores. Un año más tarde, los acontecimientos bélicos de la Europa Oriental ponían en difícil situación al Emperador de los franceses y viendo como la guerra española traspasaba su frontera, acordó poner fin a casi seis años de contienda y liberar al monarca cautivo.
Ni que decir tiene que el país encontrado por el felón monarca era una caricatura de lo que había sido. La factura de conflicto bélico no hizo más que confirmar la quiebra técnica del Estado, y si algo existía era una deuda que asustaba. La fidelidad del Ejército era más que dudosa, pues la mayoría procedía del excedente originado por la Guerra de La Independencia y la mayoría no recordaba la última paga recibida, por lo que era necesario aligerar la nómina castrense. No sucedía lo mismo la la Marina, por entonces inexistente, y si algo queda de ella era material de desecho. Sus destartalados astilleros no recordaban una botadura desde tiempos de Trafalgar (1805).
Con estas perspectivas, "El Deseado" puso en marcha el cadáver tributario, tan abusivo que resultó imposible llevarlo a práctica.
Quedaba la baza más importante y quizá decisiva: recuperar aquellas fuentes de riqueza -que no eran otras que las posesiones americanas-, por entonces emancipadas, unas, y otras en fase de conseguirlo. "Estaba -puntualizaba- dispuesto a recibir como un verdadero padre a los que, conociendo los males que acarreaban a su patria con su conducta temeraria y criminal, quisieran reconciliarse cordialmente".
Sin Marina para lograr su propósito, fletó sesenta y cinco buques de transporte, "a cualquier precio, allí donde los hubiera". La expedición, compuesta por 8.000 hombres, fue enviada a la fuerza de mala gana, incluso hubo temores de un levantamiento. Partió de Cádiz el 15 de febrero de 1815, al mando del general Pablo Morillo, el Pacificador, quien omitió tal apelativo y empleó toda su dureza para reconquistar Venezuela y Colombia; sin embargo, el Cono Sur, el foco independentista americano, le causaba enormes problemas, incluso fortalecía a las ya sometidas.
Sin posibilidad para cumplir su cometido, Morillo pidió refuerzos a su rey, por lo que el soberano comenzó a reunir en la provincia gaditana a un contingente de 18.000 hombres, que al mando del general Leopoldo O´Donnell, conde de La Bisbal, apoyaría a las fuerzas "apaciguadoras". Lo malo del asunto era encontrar barcos "allí donde los hubiera"; por tal motivo, adquirió al Zar de las Rusias, Alejandro I, una añeja flota destinada al desguace, construida en madera de pino; de ahí el mote de Barcos Negros, los cuales generaron unas suculentas comisiones, tanto a los mediadores como al propio Rey; con lo cual se ponía de manifiesto que la podredumbre del poder era superior a la de los barcos recibidos. Muchos de ellos fueron desguazados en la propia bahía gaditana.
Mientras tanto, a Morillo le crecían los problemas. Los ahora surgidos procedían en el virreinato de Perú, en donde los insurgentes cobraban mayor fuerza. Para ello, el Gobierno preparó la expedición División del Mar del Sur, compuesta de 1.400 hombres que, abordo de cuatro barcos, dos navíos, el San Telmo y el Alejandro I, y dos fragatas, La Primorosa Mariana y La Prueba, partirían en febrero de 1819.
Es precisamente aquí, en donde realmente comienza a tomar relevancia la figura del betanceiro Antonio Quiroga, quien no era partidario de restituir la Constitución: pretendía una monarquía moderada y representativa. Sin embargo, y por cuestiones de inmediatez, le fue confiada la División del Mar del Sur, cuya representatividad recaería en el buque insignia San Telmo, un viejo navío construido en Ferrol en 1788, con numerosas heridas en su tablazón y escasas reparaciones.
El destino encomendado, así como las naves elegidas, pusieron en valor el poco aprecio que Quiroga gozaba entre sus superiores, ya que lo enviaban a una muerte cierta. Algo que transformó su ideario político y lo condujo a posturas radicales.
No obstante, durante quince días se desataron fuertes temporales en la bahía de Cádiz, lo que propició la anulación de la salida y el desembarco momentáneo de aquella escuadra. Momento que fue aprovechado por Quiroga para iniciar una serie de contactos en Madrid que le evitaron retomar el mando de la travesía, cuyo traslado pasó al brigadier Rosendo Porlier Asteguieta, quien no acogió con mucho entusiasmo el nuevo destino, hasta el punto de contarse que en el momento de partir se despidió de su amigo Francisco Espelius con estas palabras: "Adiós Frasquito, probablemente hasta la eternidad".
El 11 de mayo de 1819, aquella expedición zarpó de Cádiz con rumbo a El Callao de Perú. La travesía transcurrió sin novedad hasta llegar a la línea ecuatorial. Fue entonces cuando el Alejandro I comenzó a hacer agua, por lo que de inmediato recibió órdenes de regresar a Cádiz. Cerca ya de cabo de Hornos, se dejaron sentir los temibles temporales, lo que provocó que el San Telmo, atrapado en una fuerte tormenta, sufriera una grave avería en el timón; su ingobernabilidad propició que fuera arrastrado por las corrientes y vientos más allá de los límites australes conocidos, y nade lo volvió a ver, como tampoco a sus 644 tripulantes. Su trágico hundimiento fue considerado como uno de los episodios más misteriosos de la Armada española.
Aún así, y con antecedentes como éste, el Gobierno español persistió en el intento. Decidió que los 18.000 hombres permanecieran acantonados por espacio de seis meses, tiempo más que suficiente para sufrir una epidemia de fiebre amarilla y captar voluntades entre los allí congregados, pues eran conscientes que iban enviados a una muerte segura; bien porque aquellos barcos no soportarían una travesía atlántica o porque las fuerzas rebeldes eran cada vez más poderosas y organizadas. Apelando a la Constitución, se estableció una conjura para detener aquella expedición. Sucedió el 8 de julio de 1819, al producirse un levantamiento militar en el Palmar del Puerto, el cual fue abortado por delación de un ambiguo O´Donnell -quien en un principio obtuvo la confianza de los sublevados-, produciéndose la detención de Felipe Arco-Agüero, Evaristo San Miguel, el propio Quiroga..., mientras que Rafael del Riego y Miguel López de Baños quedaban en libertad. El denunciante fue relevado del mando por el conde de Calderón; no obstante, fue ascendido a Teniente General, condecorado con la orden de Carlos III y exento de acudir a América
A través de José María León, de la Real Academia Hispanoamericana, conocemos una serie de revelaciones, entre ellas la de uno de los alzados: "La revolución quedó suspensa entonces; pero diré en honor de la verdad que el general O´Donnell tomó medidas tan tenues y suaves, que el plan que quedó fue el mismo que el del 1 de enero de 1820". Así pues, los conjurados continuaron su tarea, convencidos de que el éxito no tardaría en llegar.
El mando de aquella fuerza suscitó no pocas controversias en la trama civil. Dionisio Alcalá Galiano se desplazó a Alcalá de los Gazules, en donde estaba detenido el betanceiro Quiroga -si así puede considerarse a quien juega al billar en un café y contempla desde el balcón el relevo de la guardia que lo custodiaba en el convento de Santo Domingo-. Ambos pernoctaron el misma habitación y convenció a Quiroga -personaje ambicioso y muy cauto a la hora de exponerse- ser cabeza de la conspiración liberal que se fraguaba. La otra era la presentada por Mendizábal, quien propuso al comandante Rafael del Riego, un intrépido y valeroso militar, pero con menor rango que Quiroga.
Prevaleció la propuesta de Alcalá Galiano, y el primero de enero de 1820 fue la fecha elegida para la sublevación de los alzados. Los cometidos estaban muy definidos: Riego, con dos batallones, iriía sobre Arcos; Quiroga, con otros dos, sobre el Puente de Zarzo, y López de Baños sobre Cádiz. No obstante, la planificación sufrió alteraciones importantes y no se alcanzaron los planes previstos.
El 1 de enero de 1820, en contra de la mayoría conjurada, Riego proclamó la Constitución de 1812 y tomó Las Cabezas de San Juan de Sevilla. De allí pasó sobre Arcos de la Frontera y detuvo al conde de Calderón, jefe del ejército expedicionario. No obstante, de los 18.000 hombres que había diseminados por la provincia de Cádiz, solamente se sublevaron 4.000. Por tal motivo, aquel acontecimiento era una sorpresa y no se le dio importante alguna; de hecho al Rey no le preocupó, creyendo que se trataba de un simple aloroto de la soldadesca antes de partir hacia América.
Al día siguiente, tras concerse los sucesos de Las Cabezas de San Juan, Quiroga partió sobre la Isla de León, tal y como estaba previsto, pero debido a las lluvias torrenciales de la víspera y a la crecida del río, fue obligado a realizar un vadeo; con ello perdió una fornada. Tomó la Isla y el uente de Zuazo, pero no pudo adueñarse de Cádiz, y allí quedó agazapado. Movimientos de tropas, persecusiones y desbandadas a la desesperada jalearon lo que parecía el principio de un anunciado fracaso.
El 27 de enero, Riego salió con una columna de 1.300 hombres a levantar los pueblos de Andalucía, sufriendo tantas deserciones como kilómetros recorría.
Al tiempo que esto sucedía, residía en la guarnición coruñesa Féliz Álvarez y Acevedo, quien había sido jefe de Riego durante la Guerra de la Independencia, y al que éste le había salvado la vida. Todo indica que hubo conexión a través del taller masónico "Los Amigos del Orden", en donde militaba el también coronel Carlos Espinosa, bajo el simbólico nombre de Diocles. Además, la trama contaba con el apoyo de comerciantes liberales de la burguesía local, con lo cual se fraguó un organizado alzamiento de signo constitucional. Para ello nombraron cabeza visible de la sublevación a espinosa, siendo Acevedo el militar copartícipe, unidos a ellos se establecería un Junta Patriótica que presidiría Pedro Agar, el prestigioso marino y antiguo miembro del consejo de Regencia, por entonces detenido en Betanzos.
Faltaba momento y día para que se produjera la sublevación, toda vez que esperaban el regreso del capitán general de Galicia, Francisco Javier Venegas, marqués de la Reunión, que se encontraba en Madrid disfrutando de una licencia real.
La llegada del capitán general se produjo el 20 de febrero, y existen dos versiones complétamente contradictorias. La primera y oficialista, señala que, al día siguiente, cuando la oficialía se reuniera para cumplimentar a Venegas en el Palacio de la capitanía, éstos desenvainaran sus sables, y al grito de "Viva la Constitución" sería detenido, y con él su Plana Mayor.
La otra versión, y acaso la más plausible, hace referencia a la entrevista que sostuvo Venegas con la trama golpista. En aquella reunión, el ya anciano militar pudo comprobar lo avanzada que estaba la conjura y, en evitación de un baño de sangre, se prestó a la parodia del día siguiente.
Dos días después se sumaron Ferrol y Vigo, mientras las plazas absolutistas de Santiago y Orense fueron sometidas por dos columnas, a cuyo mando estaban Acevedo y Espinosa. en sersecución de las tropas absolutistas que huían de Santiago, Acevedo fue abatido por un certero disparo mientras arengaba a los huidos en el Padornelo (Sanabria, acutal Zamora).
En días sucesivos se fueron sumando a la conjura las distintas plazas de la geografía nacional, con lo cual se consolidó el alzamiento que daría paso al Trienio Constitucional. Pero eso es otra historia.
A modo de resumen, y con la perspectiva del desarrollo de los sucesos, cabe preguntarnos qué hubiera ocurrido si aquellos 18.000 soldados hubieran puesto un ie en la América Hispana. ¿Hubieran detenido el proceso independentista? ¿Llegaría a producirse el breve paréntesis Constitucional?
Desde entonces La Coruña, la plural y progresista, no dudó en jactarse con exposiciones que comenzaban así: "El pueblo de La Coruña, a quien con justicia se apellida segundo baluarte de la libertad española, y que con resolución y hasta que de él no quede piedra sobre piedra, está decidido a acreditar la gloria que cogerá en ese nombre...". La misma que dedicó a su principal vía -la calle Real- a Acevedo, el militar fallecido, mientras que la actual calle Juana de Vega tomó el nombre de "Paseo de la Reunión", en honor a quien evitó el más que probable derramamiento de sangre; lo cual no hace más que reforzar lo pactado en la segunda versión de los hechos.
Cuando La Coruña inició la revolución
Mientras esto sucedía y con todas las dificultades consustanciales, el 19 de marzo de 1812, las Cortes españolas aprobaban en la ciudad gaditana la primera Constitución española, al tiempo que la guerra contra los franceses tomaba otra dimensión y quienes ahora retrocedían eran nuestros invasores. Un año más tarde, los acontecimientos bélicos de la Europa Oriental ponían en difícil situación al Emperador de los franceses y viendo como la guerra española traspasaba su frontera, acordó poner fin a casi seis años de contienda y liberar al monarca cautivo.
"EL FATÍDICO DECRETO DE 4 DE MAYO DE 1814 NO RECONOCÍA A LAS CORTES DE CÁDIZ Y PUSO FIN A TODO LO APROBADO EN LA AUSENCIA DE FERNANDO VII. EL MIEDO Y EL TERROR SE INSTALARON EN ESPAÑA. LAS PERSECUSIONES A LOS LIBERALES FUERON EXACERBADAS".Reticente y desconfiado, Fernando VII realizó una dilatada entrada triunfal en España, lo hacía desposeído de su poder totalitario por voluntad de las Cortes, las cuales no lo reconocerían como tal, en tanto en cuanto no jurase la Constitución. El rodeo empleado para llegar a Madrid propició que, en Valencia, sus íntimos colaboradores le apoyaran a realizar un Golpe de Estado y recobrar su tiránico poder. El fatídico decreto de 4 de mayo de 1814 puso fin a todo lo aprobado en su ausencia y no reconocía a las Cortes de Cádiz "las cuales en el mismo día de su instalación y por principios de sus actos me despojaron la soberanía". A partir de entonces el miedo y el terror se instaló en España. Las persecuciones a los liberales fueron exacerbadas, muchos pagaron con sus vidas, otros tuvieron que optar por el camino del exilio y aquellos que antes lo aclamaban pasaron a ser un pueblo temeroso y acobardado.
Ni que decir tiene que el país encontrado por el felón monarca era una caricatura de lo que había sido. La factura de conflicto bélico no hizo más que confirmar la quiebra técnica del Estado, y si algo existía era una deuda que asustaba. La fidelidad del Ejército era más que dudosa, pues la mayoría procedía del excedente originado por la Guerra de La Independencia y la mayoría no recordaba la última paga recibida, por lo que era necesario aligerar la nómina castrense. No sucedía lo mismo la la Marina, por entonces inexistente, y si algo queda de ella era material de desecho. Sus destartalados astilleros no recordaban una botadura desde tiempos de Trafalgar (1805).
Con estas perspectivas, "El Deseado" puso en marcha el cadáver tributario, tan abusivo que resultó imposible llevarlo a práctica.
Quedaba la baza más importante y quizá decisiva: recuperar aquellas fuentes de riqueza -que no eran otras que las posesiones americanas-, por entonces emancipadas, unas, y otras en fase de conseguirlo. "Estaba -puntualizaba- dispuesto a recibir como un verdadero padre a los que, conociendo los males que acarreaban a su patria con su conducta temeraria y criminal, quisieran reconciliarse cordialmente".
Sin Marina para lograr su propósito, fletó sesenta y cinco buques de transporte, "a cualquier precio, allí donde los hubiera". La expedición, compuesta por 8.000 hombres, fue enviada a la fuerza de mala gana, incluso hubo temores de un levantamiento. Partió de Cádiz el 15 de febrero de 1815, al mando del general Pablo Morillo, el Pacificador, quien omitió tal apelativo y empleó toda su dureza para reconquistar Venezuela y Colombia; sin embargo, el Cono Sur, el foco independentista americano, le causaba enormes problemas, incluso fortalecía a las ya sometidas.
Sin posibilidad para cumplir su cometido, Morillo pidió refuerzos a su rey, por lo que el soberano comenzó a reunir en la provincia gaditana a un contingente de 18.000 hombres, que al mando del general Leopoldo O´Donnell, conde de La Bisbal, apoyaría a las fuerzas "apaciguadoras". Lo malo del asunto era encontrar barcos "allí donde los hubiera"; por tal motivo, adquirió al Zar de las Rusias, Alejandro I, una añeja flota destinada al desguace, construida en madera de pino; de ahí el mote de Barcos Negros, los cuales generaron unas suculentas comisiones, tanto a los mediadores como al propio Rey; con lo cual se ponía de manifiesto que la podredumbre del poder era superior a la de los barcos recibidos. Muchos de ellos fueron desguazados en la propia bahía gaditana.
Mientras tanto, a Morillo le crecían los problemas. Los ahora surgidos procedían en el virreinato de Perú, en donde los insurgentes cobraban mayor fuerza. Para ello, el Gobierno preparó la expedición División del Mar del Sur, compuesta de 1.400 hombres que, abordo de cuatro barcos, dos navíos, el San Telmo y el Alejandro I, y dos fragatas, La Primorosa Mariana y La Prueba, partirían en febrero de 1819.
Es precisamente aquí, en donde realmente comienza a tomar relevancia la figura del betanceiro Antonio Quiroga, quien no era partidario de restituir la Constitución: pretendía una monarquía moderada y representativa. Sin embargo, y por cuestiones de inmediatez, le fue confiada la División del Mar del Sur, cuya representatividad recaería en el buque insignia San Telmo, un viejo navío construido en Ferrol en 1788, con numerosas heridas en su tablazón y escasas reparaciones.
LA TEMPESTAD QUE SALVÓ LA REVOLUCIÓN
El destino encomendado, así como las naves elegidas, pusieron en valor el poco aprecio que Quiroga gozaba entre sus superiores, ya que lo enviaban a una muerte cierta. Algo que transformó su ideario político y lo condujo a posturas radicales.
No obstante, durante quince días se desataron fuertes temporales en la bahía de Cádiz, lo que propició la anulación de la salida y el desembarco momentáneo de aquella escuadra. Momento que fue aprovechado por Quiroga para iniciar una serie de contactos en Madrid que le evitaron retomar el mando de la travesía, cuyo traslado pasó al brigadier Rosendo Porlier Asteguieta, quien no acogió con mucho entusiasmo el nuevo destino, hasta el punto de contarse que en el momento de partir se despidió de su amigo Francisco Espelius con estas palabras: "Adiós Frasquito, probablemente hasta la eternidad".
El 11 de mayo de 1819, aquella expedición zarpó de Cádiz con rumbo a El Callao de Perú. La travesía transcurrió sin novedad hasta llegar a la línea ecuatorial. Fue entonces cuando el Alejandro I comenzó a hacer agua, por lo que de inmediato recibió órdenes de regresar a Cádiz. Cerca ya de cabo de Hornos, se dejaron sentir los temibles temporales, lo que provocó que el San Telmo, atrapado en una fuerte tormenta, sufriera una grave avería en el timón; su ingobernabilidad propició que fuera arrastrado por las corrientes y vientos más allá de los límites australes conocidos, y nade lo volvió a ver, como tampoco a sus 644 tripulantes. Su trágico hundimiento fue considerado como uno de los episodios más misteriosos de la Armada española.
Aún así, y con antecedentes como éste, el Gobierno español persistió en el intento. Decidió que los 18.000 hombres permanecieran acantonados por espacio de seis meses, tiempo más que suficiente para sufrir una epidemia de fiebre amarilla y captar voluntades entre los allí congregados, pues eran conscientes que iban enviados a una muerte segura; bien porque aquellos barcos no soportarían una travesía atlántica o porque las fuerzas rebeldes eran cada vez más poderosas y organizadas. Apelando a la Constitución, se estableció una conjura para detener aquella expedición. Sucedió el 8 de julio de 1819, al producirse un levantamiento militar en el Palmar del Puerto, el cual fue abortado por delación de un ambiguo O´Donnell -quien en un principio obtuvo la confianza de los sublevados-, produciéndose la detención de Felipe Arco-Agüero, Evaristo San Miguel, el propio Quiroga..., mientras que Rafael del Riego y Miguel López de Baños quedaban en libertad. El denunciante fue relevado del mando por el conde de Calderón; no obstante, fue ascendido a Teniente General, condecorado con la orden de Carlos III y exento de acudir a América
A través de José María León, de la Real Academia Hispanoamericana, conocemos una serie de revelaciones, entre ellas la de uno de los alzados: "La revolución quedó suspensa entonces; pero diré en honor de la verdad que el general O´Donnell tomó medidas tan tenues y suaves, que el plan que quedó fue el mismo que el del 1 de enero de 1820". Así pues, los conjurados continuaron su tarea, convencidos de que el éxito no tardaría en llegar.
"La trama de la logia coruñesa contaba con el apoyo de la burguesía local, con lo que se fraguó un alzamiento constitucional. Faltaba el momento para la sublevación, toda vez que esperaban el regreso del capitán general de Galicia".El golpe tuvo un efecto contundente, aunque supuso la paralización momentánea del proyecto. La trama, bien organizada y muy ramificada, contó con el apoyo de la logia masónica "El Taller Sublime" y del extracto civil. No faltaron tampoco los gestos idealistas y las situaciones más o menos divertidas. Tal fue el caso del joven Juan Álvarez Mendizábal, que pretendió disfrazarse de general y aparecer como caudillo al frente de las tropas, toda vez que no existía entre los conjurados un militar de semejante rango.
El mando de aquella fuerza suscitó no pocas controversias en la trama civil. Dionisio Alcalá Galiano se desplazó a Alcalá de los Gazules, en donde estaba detenido el betanceiro Quiroga -si así puede considerarse a quien juega al billar en un café y contempla desde el balcón el relevo de la guardia que lo custodiaba en el convento de Santo Domingo-. Ambos pernoctaron el misma habitación y convenció a Quiroga -personaje ambicioso y muy cauto a la hora de exponerse- ser cabeza de la conspiración liberal que se fraguaba. La otra era la presentada por Mendizábal, quien propuso al comandante Rafael del Riego, un intrépido y valeroso militar, pero con menor rango que Quiroga.
UN GOLPE FULGURANTE EN LA CORUÑA
Prevaleció la propuesta de Alcalá Galiano, y el primero de enero de 1820 fue la fecha elegida para la sublevación de los alzados. Los cometidos estaban muy definidos: Riego, con dos batallones, iriía sobre Arcos; Quiroga, con otros dos, sobre el Puente de Zarzo, y López de Baños sobre Cádiz. No obstante, la planificación sufrió alteraciones importantes y no se alcanzaron los planes previstos.
El 1 de enero de 1820, en contra de la mayoría conjurada, Riego proclamó la Constitución de 1812 y tomó Las Cabezas de San Juan de Sevilla. De allí pasó sobre Arcos de la Frontera y detuvo al conde de Calderón, jefe del ejército expedicionario. No obstante, de los 18.000 hombres que había diseminados por la provincia de Cádiz, solamente se sublevaron 4.000. Por tal motivo, aquel acontecimiento era una sorpresa y no se le dio importante alguna; de hecho al Rey no le preocupó, creyendo que se trataba de un simple aloroto de la soldadesca antes de partir hacia América.
Al día siguiente, tras concerse los sucesos de Las Cabezas de San Juan, Quiroga partió sobre la Isla de León, tal y como estaba previsto, pero debido a las lluvias torrenciales de la víspera y a la crecida del río, fue obligado a realizar un vadeo; con ello perdió una fornada. Tomó la Isla y el uente de Zuazo, pero no pudo adueñarse de Cádiz, y allí quedó agazapado. Movimientos de tropas, persecusiones y desbandadas a la desesperada jalearon lo que parecía el principio de un anunciado fracaso.
El 27 de enero, Riego salió con una columna de 1.300 hombres a levantar los pueblos de Andalucía, sufriendo tantas deserciones como kilómetros recorría.
Al tiempo que esto sucedía, residía en la guarnición coruñesa Féliz Álvarez y Acevedo, quien había sido jefe de Riego durante la Guerra de la Independencia, y al que éste le había salvado la vida. Todo indica que hubo conexión a través del taller masónico "Los Amigos del Orden", en donde militaba el también coronel Carlos Espinosa, bajo el simbólico nombre de Diocles. Además, la trama contaba con el apoyo de comerciantes liberales de la burguesía local, con lo cual se fraguó un organizado alzamiento de signo constitucional. Para ello nombraron cabeza visible de la sublevación a espinosa, siendo Acevedo el militar copartícipe, unidos a ellos se establecería un Junta Patriótica que presidiría Pedro Agar, el prestigioso marino y antiguo miembro del consejo de Regencia, por entonces detenido en Betanzos.
Faltaba momento y día para que se produjera la sublevación, toda vez que esperaban el regreso del capitán general de Galicia, Francisco Javier Venegas, marqués de la Reunión, que se encontraba en Madrid disfrutando de una licencia real.
La llegada del capitán general se produjo el 20 de febrero, y existen dos versiones complétamente contradictorias. La primera y oficialista, señala que, al día siguiente, cuando la oficialía se reuniera para cumplimentar a Venegas en el Palacio de la capitanía, éstos desenvainaran sus sables, y al grito de "Viva la Constitución" sería detenido, y con él su Plana Mayor.
La otra versión, y acaso la más plausible, hace referencia a la entrevista que sostuvo Venegas con la trama golpista. En aquella reunión, el ya anciano militar pudo comprobar lo avanzada que estaba la conjura y, en evitación de un baño de sangre, se prestó a la parodia del día siguiente.
Dos días después se sumaron Ferrol y Vigo, mientras las plazas absolutistas de Santiago y Orense fueron sometidas por dos columnas, a cuyo mando estaban Acevedo y Espinosa. en sersecución de las tropas absolutistas que huían de Santiago, Acevedo fue abatido por un certero disparo mientras arengaba a los huidos en el Padornelo (Sanabria, acutal Zamora).
En días sucesivos se fueron sumando a la conjura las distintas plazas de la geografía nacional, con lo cual se consolidó el alzamiento que daría paso al Trienio Constitucional. Pero eso es otra historia.
A modo de resumen, y con la perspectiva del desarrollo de los sucesos, cabe preguntarnos qué hubiera ocurrido si aquellos 18.000 soldados hubieran puesto un ie en la América Hispana. ¿Hubieran detenido el proceso independentista? ¿Llegaría a producirse el breve paréntesis Constitucional?
Desde entonces La Coruña, la plural y progresista, no dudó en jactarse con exposiciones que comenzaban así: "El pueblo de La Coruña, a quien con justicia se apellida segundo baluarte de la libertad española, y que con resolución y hasta que de él no quede piedra sobre piedra, está decidido a acreditar la gloria que cogerá en ese nombre...". La misma que dedicó a su principal vía -la calle Real- a Acevedo, el militar fallecido, mientras que la actual calle Juana de Vega tomó el nombre de "Paseo de la Reunión", en honor a quien evitó el más que probable derramamiento de sangre; lo cual no hace más que reforzar lo pactado en la segunda versión de los hechos.
Entierro en La Coruña del militar liberal coronel Félix de Acevedo,
muerto por los absolutistas
muerto por los absolutistas
Cuando La Coruña inició la revolución
El 21 de febrero de 2010, 200 años del alzamiento liberal coruñés, que permitió triunfar al general Riego e impulsó una ola de rebeliones contra el absolutismo por toda Europa
El 21 de febrero de 1820 llegó a La Coruña un nuevo capitán general, Venegas, partidario del absolutismo del rey Fernando VII. El general Riego se había alzado en enero en Andalucía, pidiendo apertura política y la reinstauración de la Constitución de 1812, y Venegas debía vigilar La Coruña, una sospechosa de unirse a la sedición. Existían rumores de que en la ciudad se preparaba algo, pero la conspiración era más extensa de lo que se pensaba, y en ella se encontraban buena parte de las clases medias y altas de la ciudad y la mayoría de los oficiales de la guarnición.
Según cuenta José de Urcullu, un cronista contemporáneo, Venegas acudió el 21 de febrero al Palacio de Capitanía a recibir los saludos de los oficiales, con tanta confianza que iba "sin espada". En la actual plaza de la Constitución un grupo de paisanos armados atacó y desarmó a los centinelas. Los oficiales, algunos firmemente comprometidos con la causa liberal y otros "llenos de dudas", desenvainaron entonces los sables y Venegas fue hecho prisionero.
La Coruña se convertía así en la primera ciudad en apoyar a Riego, cimentando la derrota del absolutismo y el establecimiento del "Trienio Liberal en España". Inspirados por la revolución española, surgieron alzamientos en Portugal, el Piamonte, Nápoles, Grecia, Francia y Rusia.
El director del Instituto Cornide, Tino Fraga, señala que es un episodio "del que los coruñeses nos podemos sentir orgullosos" y cuya "principal lección" es la idea de que "siempre hay que estar atento a la promoción y defensa de la libertad".
El primer acto para recordarlo será mañana a las 13.30 horas ante el palacio de Capitanía, en un acto en el que intervendrán la alcaldesa, el concejal de Cultura y el propio Fraga, acompañados por una recreación histórica y el Himno de Riego. Para octubre se prepara una exposición que tendrá como comisarios a los historiadores Ana Romero y Xosé Alfeirán.
La clave coruñesa
La Coruña no fue el inicio de la revolución, pero sí esencial para que triunfara. El alzamiento lo empezó el 1 de enero de 1820 el general Rafael del Riego en la provincia de Sevilla, y poco después se le unió en Cádiz un coronel de Betanzos, Antonio Quiroga. Durante seis semanas, explica Alfeirán, la situación quedó "en tablas" entre sus tropas y las realistas.
En este contexto, "la balanza la desequilibran los coruñeses". Tras su levantamiento se unieron los militares de Ferrol, Betanzos y Vigo, y luego las tropas coruñesas ocuparon el resto de Galicia. La noticia se extendió por España y los conatos liberales se multiplicaron, hasta conseguir que el rey cediese y jurase la Constitución.
Riego contaba con simpatías por parte de los liberales de todo el país. Desde 1814 había en España "un ambiente general de conspiración". ¿Por qué la chispa prendió en La Coruña?
Según explica Ana Romero, la ciudad tenía una "tradición liberal". Provenía de ser "una ciudad burguesa", conectada por el comercio marítimo con las naciones que lideraban el liberalismo en esta época. Los liberales coruñeses, estaban "concienciados" y dispuestos a arriesgar su "fortuna y vida", aunque habían visto ejemplos cercanos del precio de defender sus ideas.
Sinforiano López, líder coruñés de la resistencia contra los franceses, fue ejecutado en 1815 por conspirar contra el absolutismo, y ese año se rebeló en la ciudad Juan Díaz Porlier. Fue ahorcado en el actual Campo da Leña.
Tras el golpe se constituyó en La Coruña una junta "plural", según Romero, que representaba a los grupos dirigentes de la vida política, militar y comercial. También se constituyó una fuerza paramilitar, la Milicia Nacional, mucho más numerosa que la de otras ciudades. ¿Y el pueblo? Según indica Romero, en esta época las clases populares quedaban excluidas del proceso político, ya que no tenían posibilidad de voto. Hubo trabajadores coruñeses que salieron a la calle a gritar "viva la Constitución" en 1820, pero también otros, quizás los mismos, que dieron vivas al absolutismo en 1823.
Los historiadores coinciden en que el alzamiento coruñés no fue sangriento. Pero el Trienio Liberal no fue pacífico: por el rural de varias regiones, entre ellas Galicia, proliferaron partidas de guerrilleros partidarios del absolutismo.
La Coruña fue también el último baluarte gallego del liberalismo en 1823, cuando el régimen se derrumbaba ante la presencia de las tropas francesas enviadas para restaurar el absolutismo, y el cambio de bando de la mayoría del ejército de Galicia. Los últimos liberales gallegos resistieron en la ciudad varias semanas antes de escapar en barco, y ahogaron en el mar a decenas de prisioneros.
Atrás quedaban tres años en los que se experimentó con la actual división en provincias, la democracia parlamentaria (limitada a las élites) y la sumisión del Rey a las Cortes. Y, señala Alfeirán, surgió el amor entre el militar Espoz y Mina, nombrado capitán general de Galicia, y Juana de Vega, que lo desposó y escribió sus memorias. Pero esa ya es otra historia.
200 años del Trienio Liberal:
La Coruña, el origen del levantamiento
que contagió a Europa
El historiador Xosé Alfeirán rememora lo ocurrido en la Plaza de la Constitución de la ciudad herculina el 21 de febrero de 1820, donde este viernes el Ayuntamiento colocará unas placas conmemorativas
"Sin el levantamiento de los coruñeses contra el absolutismo no se hubiera producido la revolución internacional de 1820 ni hubiera existido el Trienio Liberal". Así de tajante se muestra el historiador Xosé Alfeirán sobre lo ocurrido en la ciudad herculina el 21 de febrero de 1820, una fecha muy señalada de la que este viernes se cumplen 200 años y que el ayuntamiento celebra con un acto en el que colocará unas placas conmemorativas en la Plaza de la Constitución, el lugar que fue testigo de los hechos y donde surgió el germen de esta revolución que se extendió por España y por Europa y que llegó hasta América.
Gracias a los libros de historia, gran parte de los vecinos de la ciudad conocen el dato de que en febrero de 1820 La Coruña se convirtió en la primera urbe que apoyó al general Riego, un hombre que se había alzado en Andalucía a favor de la Constitución de 1812 y en contra del absolutismo, pero el proceso no fue sencillo. Alfeirán explica que todo empezó la noche del 20 de febrero, "momento en el que los conspiradores contra el régimen absolutista se reunieron para trazar su plan aprovechando que al día siguiente estarían presentes en la ciudad diferentes personalidades para recibir en el Palacio de Capitanía al capitán general Venegas, un absolutista moderado partidario de Fernando VII que el monarca envía a La Coruña porque sospecha que puede producirse un levantamiento a favor de los liberales".
"El 21 de febrero en la Plaza de la Constitución un grupo de paisanos armados con pistolas y sables llevó a cabo una maniobra de distracción y empezaron a gritar "¡Viva la Constitución, viva la Nación!", y aprovechando el tumulto, los oficiales que estaban dentro de Capitanía, en el denominado Salón del Trono, levantaron el sable y le plantearonn al capitán Venegas (que iba en levita y desarmado) que o les apoyaba o le llevaban prisionero", detalla Alfeirán, a lo que añade que uno de los líderes que amenazó a Venegas fue el coronel Carlos Espinosa de los Monteros. Este suceso da lugar a que Venegas fuera tomado como prisionero y enviado al Castillo de San Antón junto con el resto de autoridades absolutistas mientras los liberales coruñeses iban a por el siguiente paso: la creación de una Junta Suprema de Gobierno de Galicia.
"Los liberales sabían que lo necesario era triunfar en toda Galicia, para lo que contaron con conspiradores en Ferrol, Betanzos o Vigo y la Junta estaba encabezada por Pedro Agar, que había sido regente durante la Guerra de la Independencia y estaba detenido en Betanzos por sus ideas liberales", asegura Alfeirán, que pone también en valor la figura del coronel Félix de Acevedo (una calle coruñesa lleva su nombre), que ejerció de comandante jefe de las tropas que hicieron triunfar el levantamiento liberal en toda Galicia.
Revolución en España y Europa
El historiador relata que, una vez triunfa en toda Galicia el liberalismo, "se produce un efecto rebote en España", empezando por Zaragoza y luego pasando a Barcelona o incluso Madrid, "donde el Rey no tuvo más remedio que ceder ante las circunstancias y jurar que iba a cumplir con la Constitución", detalla. A continuación, se deriva de esto el efecto rebote internacional, lo que según Alfeirán "lleva a muchos militares liberales a replicar lo que se hizo inicialmente en La Coruña, pronunciándose a favor de la Constitución y cambiando el gobierno", una situación que se dio en Portugal, Nápoles, Sicilia, Rusia (aunque las protestas contra el zar fueron reprimidas fácilmente) y hasta en América.
El coruñés se muestra orgulloso de que "por fin" hoy se vayan a colocar las placas históricas conmemorativas del levantamiento liberal en la ciudad herculina y señala esta gesta le valió a La Coruña el título honorífico de "segundo baluarte de la libertad" (el primero es Cádiz), algo que estuvo representado en su escudo constitucional (hasta la llegada del Franquismo) con un libro encima de la Torre de Hércules "que simbolizaba la Constitución y el apoyo a la libertad", concreta Alfeirán.
Los actos conmemorativos no se ciñen a los de este viernes, ya que el próximo mes de octubre, Alfeirán será comisario de una amplia exposición organizada por el ayuntamiento sobre el Trienio Liberal, en la que también los más curiosos tendrán la oportunidad de conocer historias que sucedieron gracias a este periodo histórico, como el poco conocido romance del militar Espoz y Mina y la escritora y activista Juana de Vega.
El trienio liberal,
el pronunciamiento del general Riego
El suplicio del general Riego
El general Riego es conducido al lugar del suplicio. «Como si montarle en borrico hubiera sido signo de nobleza, llevábanle en un serón que arrastraba el mismo animal [...]; cubierta la cabeza con su gorrete negro, lloraba como un niño», escribió Pérez Galdós.
Las luces de Europa no permiten ya, Señor, que las naciones sean gobernadas como posesiones absolutas de los reyes. Los pueblos exigen instituciones diferentes, y el gobierno representativo […] es el que las naciones sabias adoptaron, el que todos apetecen, el gobierno cuya posesión ha costado tanta sangre y del que no hay pueblo más digno que el de España». En estos términos se dirigían al rey Fernando VII los militares que el 1 de enero de 1820 se habían alzado en armas en Andalucía, en las comarcas próximas a Cádiz. Su propósito era forzar al monarca a abandonar el régimen absolutista que había restaurado en 1814, al término de la guerra contra Napoleón, y establecer la constitución de las Cortes de Cádiz de 1812. «Resucitar la Constitución de España, he aquí su objeto: decidir que es la Nación legítimamente representada quien tiene solo el derecho de darse leyes a sí misma, he aquí lo que les inspira el ardor más puro y los acentos del entusiasmo más sublime», decía asimismo el texto. La revolución victoriosa inauguraría el llamado trienio liberal, un período en el que, por primera vez en la historia de España, el conjunto del país estaría regido por un sistema constitucional.
El héroe de la revolución
El gran protagonista del alzamiento de 1820 fue el teniente coronel Rafael del Riego. Nacido en una familia asturiana, noble pero de escasos recursos económicos, Riego tuvo una buena formación, a diferencia de otros compañeros de generación. Realizó estudios secundarios y en 1807 ingresó en un regimiento prestigioso, la Compañía Americana de Guardias de la Real Persona.
Al año siguiente, la sacudida de la guerra de la Independencia lo alcanzó de pleno. Capturado por los franceses ya en abril de 1808, consiguió escapar de su prisión en El Escorial y marchó a Asturias para sumarse al levantamiento contra los franceses. Dio muestras de valor y arrojo en la batalla de Espinosa de los Monteros, que tuvo lugar en noviembre de 1808, en la que fue capturado. A continuación fue enviado a Francia, donde estuvo encarcelado en varios centros durante unos cinco años. Pasó también por Holanda e Inglaterra. Según algunos autores, fue en ese tiempo cuando Riego se convirtió al liberalismo, de modo que cuando regresó a España, en el año 1814, se aprestó a jurar la Constitución de Cádiz.
Pero 1814 sería un año de aciaga memoria para el liberalismo español. El retorno de Fernando VII puso fin al ensayo de régimen liberal de Cádiz y dio paso a la restauración del absolutismo. Mientras sus partidarios gritaban «¡Vivan las cadenas!», el rey abolió la Constitución y la casi totalidad de la obra legislativa de las Cortes de Cádiz, «como si no hubiesen pasado jamás», al tiempo que ponía en marcha una dura represión contra todos los elementos sospechosos de simpatías liberales. Rafael del Riego hubo de adaptarse a este estado de cosas para seguir en el ejército, pero pronto se sumó a los movimientos clandestinos de oposición liberal que fueron cristalizando en distintas ciudades españolas. Destinado en 1817 al ejército de Andalucía, dos años más tarde fue introducido, en Cádiz, en la masonería.
Las logias masónicas fueron uno de los resortes más poderosos de la lucha contra el absolutismo; por su carácter de sociedades secretas permitían a sus miembros conspirar y preparar incluso un alzamiento militar contra el gobierno. Se produjeron varias intentonas de alzamiento, los llamados pronunciamientos, que el gobierno logró desbaratar. La ocurrida en enero de 1819 se saldó con la ejecución de 18 implicados. El general Elío declaró entonces: «La Divina Providencia, que vela sobre nosotros, se vale de medios incomprensibles para procurarnos el poder exterminar a los enemigos del trono, de las leyes y de la religión».
Pocos meses después, sin embargo, las circunstancias sonrieron a los rebeldes. El gobierno decidió reunir en la región de Cádiz varios destacamentos, con un total de 20.000 hombres –aunque al final fueron menos–, que debían embarcarse rumbo a América para participar allí en la represión de las revoluciones independentistas que se desarrollaban en el Imperio español. La mayoría de los soldados tenían muy escasos deseos de marchar a ultramar, y además pronto descubrieron que la flota que debía trasladarlos, recién comprada a Rusia, se encontraba en un estado deplorable. Todo ello hizo que prestaran oídos a los oficiales que los preparaban para amotinarse. Estos últimos habían entrado en contacto con los conspiradores civiles de las ciudades andaluzas, sobre todo en Cádiz, donde a partir de una logia masónica se constituyó una sociedad secreta llamada Taller Sublime, «un cuerpo donde estaban juntos los más arrojados y dirigentes de los conspiradores», según recordó más tarde uno de los promotores del movimiento, Alcalá Galiano. Los fondos aportados por Álvarez Mendizábal, influyente hombre de negocios de origen judío, fueron también decisivos.
La operación estuvo a punto de fracasar por la traición de dos oficiales, el conde de La Bisbal y el general Sarsfield, que llevó a la detención de quince militares en El Palmar (Cádiz). Pero el proyecto siguió adelante gracias a los oficiales que habían podido evitar la detención. Finalmente, en la noche del 27 al 28 de diciembre, los conspiradores celebraron una reunión secreta en la que acordaron su plan de acción: tres cuerpos de ejército, dirigidos respectivamente por Quiroga, López Baños y Riego, se alzarían en tres puntos diferentes de Andalucía y a continuación se dirigirían a Cádiz. En cuanto le fue dado a conocer el plan de la conjuración, Riego se implicó en cuerpo y alma, pero su papel inicialmente tenía que ser secundario. Nadie podía imaginar que acabaría convirtiéndose en el alma del movimiento.
El pronunciamiento
A las ocho de la mañana del 1 de enero de 1820, las tropas dirigidas por Riego se alzaron en Las Cabezas de San Juan, a unos 45 kilómetros al norte de Sevilla. El propio comandante leyó un manifiesto a sus hombres, en el que hacía referencia a la injusta orden de embarcarse a América: «Soldados, mi amor hacia vosotros es grande. Por lo mismo yo no podía consentir, como jefe vuestro, que se os alejase de vuestra patria, en unos buques podridos, para llevaros a hacer una guerra injusta al nuevo mundo; ni que se os compeliese a abandonar a vuestros padres y hermanos, dejándolos sumidos en la miseria y la opresión». Pero Riego, que según un contemporáneo «procedía sin atenerse a más regla que a su voluntad propia», tomó una decisión que no estaba prevista por sus compañeros de conspiración: proclamar la Constitución de Cádiz. Según Antonio Alcalá Galiano, tres días antes del levantamiento los conspiradores tenían planes muy vagos y varios de ellos consideraban que la Constitución de Cádiz era demasiado radical. Riego, sin embargo, mantenía intacta su fe en el régimen de Cádiz, de modo que se dirigió a la tropa con voz enérgica y tono paternal, apelando a las obligaciones filiales de sus hombres: «España está viviendo a merced de un poder arbitrario y absoluto, ejercido sin el menor respeto a las leyes fundamentales de la nación. El rey, que debe su trono a cuantos lucharon en la guerra de la Independencia, no ha jurado, sin embargo, la Constitución; la Constitución, pacto entre el monarca y el pueblo, cimiento y encarnación de toda nación moderna. La Constitución española, justa y liberal, ha sido elaborada en Cádiz entre sangre y sufrimiento. Mas el rey no la ha jurado y es necesario, para que España se salve, que el rey jure y respete esa Constitución de 1812».
Mensajeros de la libertad
Durante varias semanas, el resultado del levantamiento fue incierto. A pesar de los éxitos iniciales, logrados gracias al factor sorpresa, los sublevados no lograron ocupar Cádiz; las autoridades reales en la ciudad, avisadas por el telégrafo del avance de la insurrección, organizaron una mínima defensa y dos cañonazos desde el frente de la Cortadura bastaron para repeler a las fuerzas de Quiroga. La llegada de Riego tampoco sirvió para inclinar la balanza. Además, al pasar por las localidades andaluzas los sublevados encontraron una actitud de indiferencia entre la población, y muchos soldados se desanimaron rápidamente y decidieron desertar.
En aquellas circunstancias, el tiempo corría en contra de los insurgentes. Después de que fracasasen varios asaltos a Cádiz, Riego, en un intento de reactivar el movimiento, decidió ponerse en marcha al frente de una columna, con el objetivo de sumar el mayor número de adeptos posible. A partir del 27 de enero recorrió parte de Andalucía, deteniéndose en diversas poblaciones para proclamar la Constitución. A los realistas que capturaban los dejaban en libertad para poner de manifiesto que no estaban haciendo una guerra. Sin embargo, el entusiasmo inicial se desvanecía a medida que iban pasando los días. El cansancio, el acoso de las fuerzas absolutistas y la falta de recursos hicieron mella en el estado de ánimo de los sublevados, y las deserciones redujeron de forma drástica el número de soldados de la columna. El 11 de marzo, Riego se hallaba en un pueblo perdido de Extremadura y tenía a sus órdenes a poco más de cincuenta soldados. Estaba a punto de darse por vencido, disolver la columna y refugiarse él mismo en Portugal. Pero justo en ese momento le llegó la noticia de que la revolución había estallado en las principales ciudades de toda España.
El turno de las ciudades
En efecto, la noticia del levantamiento del ejército en Andalucía fue difundiéndose por los círculos liberales de todo el país y alentando conspiraciones locales contra las autoridades. Galicia tomó la delantera. El general Félix Álvarez Acevedo se levantó en La Coruña, donde una Junta proclamó la Constitución de 1812. Acto seguido, Acevedo ocupó Orense y Santiago de Compostela, pero murió de un disparo cuando arengaba a los enemigos. La sublevación de La Coruña fue clave para el éxito final del movimiento. A partir de entonces, la llama de la rebelión se propagó por todo el territorio. El 5 de marzo se proclamó la Constitución en Zaragoza, y en los días siguientes el resto de Aragón se sumó al movimiento revolucionario. En Barcelona, la revuelta se desencadenó el 10 de marzo, sin que el capitán general, el veterano general Castaños, pudiera frenarla. Según diversos testimonios, por las calles sólo se oían los gritos de «¡Viva la Constitución!» y «¡Viva el rey constitucional!». La euforia se desbocó. La sede del tribunal de la Inquisición fue saqueada y los presos liberados. Se publicaron manifiestos que proclamaban: «Nosotros no pretendemos sustraernos de la obediencia del rey… Sólo queremos el gobierno de las leyes bajo la potestad real, lo mismo que nuestros vecinos los aragoneses y que lo restante de la nación». El resto de Cataluña no tardó en seguir el ejemplo de la capital.
Otras poblaciones, como Pamplona, también se sumarían a la proclama constitucional, en un clima de fervor popular y con escasa resistencia por parte de las fuerzas del rey. Cádiz, en cambio, corrió una suerte muy distinta. En la mañana del día 10 de marzo, cuando una multitud se congregó en la plaza de San Antonio para asistir al juramento de la Constitución, las tropas realistas fueron a su encuentro al grito de «¡Viva el rey!» y abrieron fuego indiscriminadamente, dejando el suelo de la plaza sembrado de cadáveres. A continuación, la soldadesca protagonizó espeluznantes escenas de violencia y pillaje.
La hipocresía de Fernando VII
Entre tanto, en Madrid, Fernando VII se sentía cada vez más desbordado por los acontecimientos. Sus ministros le aconsejaban hacer concesiones, como convocar las Cortes según el modelo tradicional. Pero la revolución se aproximaba cada vez más a Madrid y el 6 de marzo el ejército, al mando del conde de La Bisbal, proclamaba la Constitución en Ocaña, a 60 kilómetros de la capital. Al día siguiente el rey capitulaba y anunciaba su intención de jurar la Constitución de 1812. El marqués de Miraflores cuenta en sus Apuntes histórico-críticos que el rey la juró «delante de cinco o seis desconocidos, que se llamaban representantes del pueblo». La Gaceta Extraordinaria de Madrid del 12 de marzo reproducía el texto firmado en palacio dos días antes en el que el soberano afirmaba: «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional». Unas palabras que se han hecho famosas como ejemplo de doblez e hipocresía, pues en los tres años que seguirían el rey Fernando VII y sus adictos no cesaron de maniobrar para hacer descarrilar el ensayo liberal. Éste terminaría en 1823, con la invasión de un ejército francés enviado por las potencias absolutistas de Europa, que habían decidido cortar de raíz la revolución que amenazaba el orden europeo.
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Para saber más
- El trienio liberal. Alberto Gil Novales. Siglo XXI, Madrid, 1980.
- La Fontana de oro. Benito Pérez Galdós. Alianza, Madrid, 2007.
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