“Una defensa del liberalismo conservador”,
de Francisco José Contreras (Unión Editorial).
El liberalismo es la doctrina jurídico-política de la modernidad: triunfante en 1945 sobre su rival fascista y en 1989 sobre el comunista, parecía consolidarse a finales del siglo XX como la filosofía final, incuestionable e inevitable. Sin embargo, el liberalismo está evolucionando en un sentido que puede considerarse inquietante, incluso suicida a medio plazo.
“Liberalismo” es hoy para muchos sinónimo de relativismo moral, individualismo atomista, culto a la libertad como un fin en sí mismo, “progresismo” social y cultural, desprecio arrogante de toda institución tradicional como represiva y oscurantista.
“Liberalismo” es hoy para muchos sinónimo de relativismo moral, individualismo atomista, culto a la libertad como un fin en sí mismo, “progresismo” social y cultural, desprecio arrogante de toda institución tradicional como represiva y oscurantista.
Este libro critica la deriva relativista del liberalismo desde el interior de la propia tradición liberal. Muestra que el libertarianismo actual traiciona al liberalismo clásico, por ejemplo, en materia bioética y de modelo de familia. Examina el pensamiento de algunos grandes referentes del liberalismo clásico –Locke, Montesquieu, Smith- identificando en él elementos que hoy pasarían por “(ultra)conservadores”. Y le corrige la plana al mismo Hayek, demostrando que su epílogo “Por qué no soy conservador” parte de una caracterización sesgada y anacrónica del conservadurismo: Hayek, que se reclamaba de Burke y de los “old whigs”, fue en realidad uno de los grandes liberal-conservadores del siglo XX.
El liberal-conservadurismo encuentra su plasmación histórica en el ideario original de Estados Unidos. Los principios de los Padres Fundadores son una equilibrada síntesis de liberalismo, cristianismo y republicanismo. El liberalismo conservador quedó en cierto modo incorporado al ADN norteamericano. Y los representantes más potentes del liberalismo conservador actual se encuentran precisamente en el mundo anglosajón: Robert P. George, Roger Scruton, Samuel Gregg, Robert Sirico, el recientemente fallecido Michael Novak…
Existe una naturaleza humana, que debemos tener en cuenta a la hora de legislar. No cualquier uso que hagamos de nuestra libertad es igualmente valioso. El Estado no puede ser neutral moralmente, no porque no deba, sino porque es imposible: haga o deje de hacer, está adoptando posiciones morales y además las está avalando, siquiera implícitamente. Como señala nuestro pensador liberal-conservador español más importante, Francisco José Contreras, “las leyes tienen un efecto pedagógico, un impacto sobre las costumbres”
El capítulo final analiza una posible clave metafísica de la tendencia del liberalismo a degenerar en libertarianismo. El liberalismo conservador se apoyaba en la “concepción clásica del mundo”: una visión teleológica y teísta del cosmos, madurada en la Antigüedad y culminada en el cristianismo. Una visión que incluía como ingrediente esencial una antropología hilemórfica –el hombre está compuesto de materia y forma, cuerpo y alma- y creía en el libre albedrío, la libertad interior. Pero esa concepción ha ido siendo desplazada –primero entre ciertas élites, ahora también en las masas- por el materialismo ateo, y por una antropología que concibe al hombre como un animal más, producto fortuito de la evolución, y sometido al mismo determinismo causal que el resto del cosmos. La obsesión del libertarianismo por la libertad absoluta resulta, así, paradójica: la mayor parte de los libertarios son materialistas que creen que, en realidad, no somos sino autómatas muy complejos. La humilde libertad en la que puede creer un materialista no es sino la espinoziana “conciencia de la necesidad”.
Los supuestos conservadores de los liberales clásicos, desde Locke hasta Hayek, así como su plasmación práctica en el sistema político de los Estados Unidos. Niega que el libertarianismo (como el que representa por ejemplo Juan Ramón Rallo, por citar a un autor mediático) sea una deriva inevitable del liberalismo clásico, tal como acostumbran a denunciar los pensadores tradicionalistas. Los autores citados en primer lugar y otros entendían la libertad más bien como un medio, o una condición, para realizar la vida buena y virtuosa, mientras que los libertarianos, especialmente a partir de John Stuart Mill, convierten la libertad en un fin en sí mismo, de modo que cualquier decisión libre que no interfiera en los derechos de terceros merece la misma valoración. Por ello, el libertarianismo es moralmente relativista, a diferencia del liberalismo clásico.
Esta distinción entre la libertad como medio y como fin es crucial, pero muy fácil de olvidar. Carlos López Díaz cree que el propio pensamiento liberalconservador bordea ese olvido con frecuencia, cuando argumenta a favor de la moral y las instituciones tradicionales como las más adecuadas para preservar la libertad o la civilización. Lo cual es cierto, pero distinto de la afirmación que puede deslizarse implícitamente: que salvaguardar esos bienes indudables es la única justificación, o la más importante, de instituciones como el matrimonio y la familia.
Es significativa al respecto una cita de Robert P. George aportada por Contreras:
“Las empresas no pueden producir por sí mismas personas honradas y trabajadoras a las que emplear. Ni puede tampoco el Gobierno crearlas por decreto. Las empresas y los gobiernos necesitan que existan muchas personas con estas características, pero dependen de las familias –ayudadas a su vez por las comunidades religiosas y otras instituciones de la sociedad civil– para producirlas”.
Nótese el verbo producir, empleado un par de veces. Sin duda, su uso es completamente inocente, o todo lo más levemente irónico, pero no por ello consigue evitar una connotación desasosegante. Se quiera o no, sugiere que si existiera algún método alternativo para fabricar el “material humano” necesario para el funcionamiento de la economía, como en la novela Un mundo feliz de Aldous Huxley, podríamos prescindir de la institución familiar.
Este riesgo del pensamiento liberalconservador, consistente en reducir a finalidades pragmáticas los valores conservadores, parece confirmar los recelos de los autores reaccionarios contra el liberalismo. Contreras acaso trata de hacer justicia a dichas prevenciones al admitir que existe una pulsión “autofágica” en el liberalismo. Explicada brevemente: la explosión de riqueza creada por el sistema capitalista ha alumbrado una sociedad consumista que socava las virtudes (disciplina, ahorro, esfuerzo) que son condiciones de posibilidad del propio capitalismo. Sin embargo, con esta concesión no parece que dejemos de supeditar los valores morales a sus efectos socioeconómicos, cosa muy distinta de comprender la indiscutible relación entre ambos.
Carlos López Díaz opina que la tentación utilitarista del liberalismo conservador sólo se puede sortear asimilando la verdad nuclear del pensamiento reaccionario, esto es, la denuncia de la ruptura moderna con el cristianismo. Es lo que de hecho hace Contreras en el último capítulo, no exento de cierta melancolía crepuscular, titulado “Liberalismo, teísmo, materialismo.” Aunque también podríamos decir que con ello, en cierto modo, trasciende el marco del liberalismo conservador, apuntando al territorio maldito de los Donoso Cortés, Richard M. Weaver y Gómez Dávila. Lo cual no sería el menor mérito de un libro que tiene más que suficientes para hacer de su lectura un festín de la inteligencia. No se lo pierdan.
Concluyo. El Liberalismo Conservador no es una ideología, sino una actitud. Es decir, no tiene respuestas ni soluciones apriorísticas a todas las cuestiones ni a todos los problemas. Por el contrario, en buena medida es consustancial al pensamiento L-C la convicción de que no todo tiene remedio en esta vida, y que intentar hacer este mundo un poco mejor (o como mínimo no empeorarlo) requiere desprenderse de tentaciones utópicas que, como la historia nos enseña, sólo han servido para justificar los peores crímenes.
Pero las utopías no son a fin de cuentas más que “teologías sustitutorias”, como denomina Federico Jiménez Losantos al marxismo, en su recién publicado "Memoria del comunismo". Y esto puede entenderse de dos maneras. Una, que el mal está en la teología en sí, en el propio cristianismo. Así lo entienden Nietzsche y autores libertarios como Antonio Escohotado. La otra, que el problema es el opuesto: no el cristianismo sino habernos apartado de él, tomando heréticamente sólo algunos de sus principios (la preocupación por los pobres, la misericordia), para volverlos contra otro de importancia capital, esto es, que el hombre no puede salvarse a sí mismo, sin la mediación de Cristo. Este punto de vista es en mi opinión el más genuinamente liberal-conservador: que el hombre, a diferencia de lo que sostiene Yuval Harari en Homo Deus, no debe ni podrá nunca suplantar a Dios.
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CONTRA LA IZQUIERDA
La izquierda se siente moralmente superior y ha conseguido que este sentimiento cale incluso entre una parte de la propia derecha.
La mayor crítica que con frecuencia recibe la izquierda es que no es auténtica, con lo cual se asume implícitamente que su escala de valores es la correcta, aunque no predique con el ejemplo. Son también un tópico las llamadas a la renovación de la izquierda, generalmente como consecuencia de una derrota electoral. Con ello se sobrentiende de nuevo que la izquierda puede en ocasiones transmitir mal su mensaje, incluso incurrir en errores de contenido, pero que existe un núcleo esencial digno de admiración.
Pero ¿y si la izquierda fuera intrínsecamente un error? ¿Y si el problema no es solo la naturaleza humana, con todas sus debilidades e imperfecciones, sino unas ideas equivocadas, que llevan una y otra vez, en el mejor de los casos, a la inoperancia, y en el peor, a auténticos infiernos sobre la tierra?
El relativismo imperante, equivalente a una malentendida tolerancia, prácticamente ha relegado del debate público los conceptos de verdad y falsedad. Se discute sobre hechos o intenciones, pero fuera de restringidos ámbitos intelectuales rara vez se entra en las cuestiones de fondo, en si determinadas ideas se corresponden con la realidad de las cosas o no. De este modo, la repetición incansable de sofismas seductores, puestos en circulación sin apenas réplica, acaba minando el sentido común de sociedades enteras y nos conduce a la transmutación de los valores, de consecuencias impredecibles.
La realidad es tozuda, no sólo en el aspecto económico. Lo que tienen en común las políticas de izquierdas en temas como la igualdad de género, la seguridad, la educación, etc., es su ceguera ante los hechos de la naturaleza humana, que se intentan ignorar e incluso expulsar del debate; pero éstos no se dejan. Marx pretendía que la filosofía debía dejarse de interpretar el mundo y ponerse a transformarlo. Pero para mejorar la realidad debemos, ineludiblemente, partir de ella, lo que implica tratar de conocerla y saber qué es posible y qué no lo es. "Otro mundo es posible"; seguramente, pero no cualquier mundo.
Como ha escrito el economista José Luis Feito en un recomendable libro (En defensa del capitalismo), "la predisposición popular contra el capitalismo es, sobre todo, una reacción emocional que surge de comparaciones, acaso inconscientes, pero no por ello menos vívidas, entre los hechos económicos cotidianos y lo que a juicio de cada cual debería acontecer en un mundo ideal".
El capitalismo liberal es un proyecto en gran medida desconocido y, desde luego, inalcanzado. Si se observa la realidad de las economías desarrolladas y en vías de desarrollo, su realidad se aleja de manera sustancial de los presupuestos liberales. El sector público tiene una participación directa –gasto e impuestos– e indirecta –regulación de los mercados– en la economía sensiblemente superior a la dibujada por los teóricos antiguos y modernos del liberalismo clásico. En realidad se trata de “economías mixtas” con un grado de injerencia estatal muy elevado. Desde esta perspectiva, En defensa del capitalismo recuerda cuáles son los fundamentos básicos de un orden basado en la libertad económica, cuya aplicación práctica brilla por su ausencia en el mundo de comienzos del siglo XXI.
En un país en donde los textos liberales brillan por su ausencia y el pensamiento dominante sigue en manos de los estatistas de todos los partidos en un régimen de cuasi monopolio, En defensa del capitalismo tiene un atractivo añadido: el de ir “contra la corriente” como escribiría Isaiah Berlin.
En este libro se hallan numerosos argumentos para contrarrestar los prejuicios progresistas. Empezando por el primero de ellos: "Que toda persona decente e inteligente debería ser de izquierdas".
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Francisco José Contreras:
"Los liberales clásicos no hubiesen aprobado los vientres de alquiler"
Entrevista a Francisco José Contreras, autor de "Una defensa del liberalismo conservador".
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