El pequeño libro de los grandes valores
Meirav Kampeas-Riess
El testimonio de una superviviente de Auschwitz para educar en valores.
“La vida, la esperanza y la fe en nosotros mismos se abren paso en medio del horror del Holocausto: este libro es un regalo que fortalece el espíritu y nos recuerda la importancia de la memoria, la historia y la educación”. José Mota
Para la profesora israelí Meirav Kampeass-Riess, hasta la historia más oscura puede servir para enseñar el buen camino a los jóvenes. La autora de “El pequeño libro de los grandes valores” rescata el testimonio real de una superviviente del Holocausto judío y lo utiliza para mostrar enseñanzas éticas a las nuevas generaciones
El pequeño libro de los grandes valores no es un libro de autoayuda ni una emotiva novela, sino una mezcla de ambos, una obra que hila las dos partes sin que tengan razón de ser la una sin la otra. La autora, se sumerge en el estremecedor testimonio de su abuela Edith Roth, superviviente en el campo de concentración de Auschwitz, pero lo hace a través de la enseñanza de valores. El resultado es un libro-manual cargado de emoción y sensibilidad, además de treméndamente didáctico.
Según la autora, “este libro es un canto a la libertad, a la educación y la tolerancia y, además un recuerdo del ayer para el hoy”. Para Meirav Kampeass-Riess la única forma de evitar que vuelva a ocurrir algo como lo que sucedido en Auschwitz es educando desde la empatía y los valores.
La historia de Edith Roth, una joven de 16 años cuya vida cambia radicalmente cuando los nazis invaden su ciudad, Selish. Edith, como tantos otros judíos, vivirá los horrores del nazismo. Pasará por un gueto junto a sus padres y hermanos, vivirá el odio muy de cerca, viajará en los trenes de la muerte y recalará en el campo de exterminio de Auschwitz, donde conseguirá sortear hasta en tres ocasiones la selección del doctor Mengele. Sus padres fueron gaseados. Sus hermanos consiguieron huir. Sorprendentemente o no tanto, todo aquél dolor inenarrable la convierte en una mujer fuerte, que, acabada la guerra, comenzará una nueva vida en Israel.
Edith Roth (abuela de la autora) tenía 17 años cuando se convirtió en la prisionera 9130-A del campo de exterminio nazi de Auschwitz. Allí, perdió a sus padres y a otros familiares, y consiguió salvarse de la cámara de gas por un repentino acto de insumisión, para ser rescatada más tarde por los soldados ingleses. Edith se negaría durante años a contar su testimonio, hasta que finalmente accedió a rescatar su historia por petición de su nieta. Con este libro, la profesora hace un homenaje a su abuela, recuerda que no hay que olvidar el pasado y convierte uno de los episodios más oscuros de la historia en un manual que enseña en valores para evitar la barbarie en el futuro porque “los niños son el espejo de cada país”. A día de hoy, El pequeño libro de los grandes valores es el libro más vendido de la editorial en el rubro
autoayuda.
«El sol dejó de brillar para nosotros. Se fue oscureciendo hasta volverse negro». Qué metáfora tan devastadora. Entrar en el corazón de cualquiera de los millones de judíos que sufrieron la violencia de los nazis podría parecerse mucho a un descenso a los infiernos; algo indescriptible, fuera de toda concreción, superior incluso a lo que la imaginación se permitiría inventar. Y sin embargo, el alma de Edith Roth es, según cuenta su nieta Meirav, algo muy parecido a la felicidad. La abuela Edith ha cumplido noventa y cinco años y, con sus achaques, disfruta en Israel de una vida plácida rodeada de su abundante descendencia: hijos, nietos, bisnietos... como si fuese ella la guinda de un gran pastel familiar –por emplear esa metáfora– con la que termina una historia que para muchos será de terror, pero que para otros mostrará hasta dónde es capaz de llegar el espíritu humano en su afán por superar el dolor, el odio y la barbarie. Una historia, en fin, que ha quedado contada gracias a que Meirav Kampeas-Riess, tras mucho tiempo intentándolo, ha logrado que su abuela le refiera aquellos años horrendos con epicentro en Auschwitz. El resultado de ese relato largamente reprimido ha quedado impreso en un modesto y emocionante volumen sin trampa ni cartón publicado por Alienta y titulado El pequeño libro de los grandes valores.
«A mi abuela, durante muchos años, le costó mucho abrir esa caja, ese armario que llevaba tantos años cerrado, porque cada vez que habíamos intentado abrirlo había provocado muchísimo dolor. Para ella era imposible olvidar. No puedes olvidar algo así, porque lo tienes grabado para toda la vida. Pero a través de ese dolor tan profundo, de esta experiencia del Holocausto que ella tenía, a través de esta herida, ella fue capaz de sacar (y debo decir esta frase porque me gusta mucho) de la mierda el abono. Y eso es lo que yo quiero sacar adelante con mi mensaje a través de su legado, de su historia que yo cuento en mi libro. Porque si solo nos quedamos con lo que pasó, con el dolor, con la herida, con el odio que en mucha gente se genera, yo creo que de ahí no podemos sacar nada hacia el futuro. Tenemos que intentar generar el abono, y es lo que yo hago en mi día a día, que es ser profesora y educar a los niños y a las nuevas generaciones en valores. Creo que esta es la única manera que tenemos a nuestro alcance hoy en día para mejorar un poco el mundo, o para intentar llegar a la gente a través de la empatía que tanto nos falta», explica a este periódico Meirav Kampeas-Riess.
Curiosidad incontenible
Meirav trabaja en un colegio judío –pero no solo para judíos– de Madrid, el Ibn Gabirol, donde enseña hebreo, la cultura judía y los valores del esfuerzo, la solidaridad, la entrega, el respeto, la igualdad, el compañerismo, la perseverancia, la tolerancia; esos principios que, como ella indica, presiden los comportamientos humanos y nos permiten realizarnos como personas. Fue en un viaje con sus hijos a Israel cuando le asaltó la incontenible curiosidad por saberlo todo sobre la abuela Edith, de cuya historia «solo conocía retazos, fragmentos sueltos. Sabía, por ejemplo, que antes de la Segunda Guerra Mundial había vivido en la Europa central, no muy lejos de Budapest; que había pasado por el campo de concentración de Auschwitz y había logrado sobrevivir milagrosamente, que luego había emigrado a Israel, donde había vivido de cerca la fundación del estado a finales de los años cuarenta» y que allí había construido una existencia feliz a partir de los añicos. Pero no tenía ni idea de los detalles, así que se propuso «aprovechar esas semanas de visita» para escarbar en su memoria antes de que esta se cerrara.
La abuela le contó el comienzo de los años oscuros, cuando apenas tenía diecisiete años. Cómo aquellos niños que hasta entonces habían sido sus amigos y compañeros de juegos empezaron a llamarlos, a ellas y a sus hermanos, sucios judíos y a pegarles y apedrearlos cuando los veían. Los desprecios, los ataques, el abandono, los puños de los soldados aporreando la puerta, el tren de mercancías, la desnudez, los ladridos de los perros, las manos agarradas, el humo de las chimeneas, los ojos como platos, el hambre, la miseria, los gritos, el terror, la última vez que vio a sus padres entre las filas de presos. La embocadura de la muerte, como explica Edith a través de las páginas escritas por su nieta: «Por aquellos días, empecé a sentir unos fuertes dolores en las piernas. Se me hincharon mucho y se pusieron azules. Tenía fuertes dolores de estómago». «Iranka [una prima suya de quince años que estaba también con ella en el campo de concentración] me daba algunos días su ración de comida, pero se me había cerrado el estómago y cada día me sentía más débil». El tristemente famoso doctor Menguele estaba poniendo en una hilera a las personas que debían morir y a las que iban a salvarse de momento. «Me miró, miró mi cuerpo desnudo, caminó dando vueltas a mi alrededor y... su dedo ordenó ponerme en la fila de la derecha. Sentí que me abandonaban las fuerzas. ¡Estaba en la fila de la muerte! En la otra fila se encontraba Iranka, mirándome con los ojos bañados en lágrimas». Y entonces, sucedió: «Erguí la cabeza, estiré el cuerpo como pude, apreté los puños y súbitamente sentí que desde algún lugar me llegaban fuerzas y mis piernas me transportaban a toda velocidad a la otra fila. Sin sabes muy bien cómo, me encontré de pie junto a Iranka en la fila de la vida, y unos minutos después ya estábamos vestidas y dirigiéndonos de vuelta al barracón».
Cuando se le pregunta a la nieta cómo pudo hacer eso su abuela, una gran interrogación aparece sobre su cabeza. ¿Y nadie la vio? «No, no, no», responde Meirav Kampeas-Riess. «Y de verdad que cada vez que hablé con ella volví a hacerle esa misma pregunta que tú me haces, tal cual, y ella no tenía ninguna respuesta. La única respuesta era: porque sentí que eso era lo que tenía que hacer. Era una fuerza interior que yo creo que a lo mejor podemos sentirla cuando estamos en una situación extrema en la vida, cuando tenemos un peligro de muerte, y de repente hay gente que saca una fuerza que nunca tenía, y yo creo que eso fue lo que pasó. O una fuerza mayor, para no decir algo conectado con otro mundo. Estoy muy conectada con el mundo de las energías, porque creo que todos estamos conectados en energías, en vibraciones: cuando hablo contigo o si te voy a ver o si te doy un abrazo o si te miro a los ojos, nos conectamos. Y a mí me pasan muchas cosas que no se puede explicar por qué pasan, o por qué yo soy más sensible de recibirlas, no sé. Pero yo funciono así».
«Están ahí»
No cree la profesora que esos valores que ella defiende en su libro se hayan perdido. «Están ahí, como alejados en una esquina, encerrados en un armario, porque en el día a día no estamos prestándoles atención, porque es más fácil mirar al móvil, estar conectados todo el día a la televisión, que sentarse un minuto y pensar en las cosas tan bonitas que tenemos a nuestro alrededor, que es la gente tan maravillosa que hay en el mundo, a las que no damos importancia. Por ejemplo, hace poco estaba yo en La Rioja dando una charla sobre mi libro con treinta chavales de diecisiete años de un colegio católico, que no tiene nada que ver con el judaísmo ni ninguna empatía conmigo a priori, porque no me conocían, y yo al hablar con ellos y contarles la historia de mi abuela, al abrir todo aquello tan cercano a mí, con fotos y con sentimientos, logré que todos ellos, con lo difícil que es hoy captar su atención, estuvieran dos horas sin levantarse ni siquiera para salir al baño, sin que nadie mirase a la pantalla del móvil, y las chicas y los chicos llorando de emoción. Creo que en ese momento llegué a contactar con ellos. Sí hay con lo que trabajar, sí hay sentimientos, sí hay valores. Lo que pasa es que están dormidos». Se trata de hacer brillar al sol. No dejar que se ennegrezca nunca más.
«Yo soy muy optimista», dice la autora. «Quiero que la gente que lee mi libro imagine que en vez del nombre de mi abuela sale el nombre de la suya, de sus hermanos, de sus padres, para que se genere una empatía sin pensar que esta persona es negra, o blanca, o judía, o cristiana o musulmana. Cuando llegas a tocar el corazón de la persona, ya la tienes en la mano: podemos conversar con ella, entenderla, quererla, sin importar de donde viene, o qué idioma habla, o qué color tiene».
Mercedes Monmany recupera en un libro la memoria de las escritoras que murieron en el campo de concentración nazi.
Los nazis no hicieron ningún tipo de distinción cuando pusieron en marcha su maquinaria de aniquilación. Se trataba de acabar con inocentes, con todos aquellos que no pensaran igual que Hitler y sus secuaces, con culturas, con razas, con religiones... En definitiva, con todo lo que pudiera ser sinónimo de libertad. Y entre esas víctimas había escritoras, carreras truncadas o semillas que no tuvieron tiempo para dar el fruto esperado por su muy prematura muerte.
Eso es lo que se puede encontrar en «Ya sabes que volveré», el nuevo libro de Mercedes Monmany que acaba de publicar Galaxia Gutenberg. La autora centra su foco de atención en Irène Némirovsky, Gertrud Kolmar y Etty Hillesum, tres escritoras que murieron en Auschwitz, aunque en el ensayo también hay mención a otras autoras que corrieron la misma trágica suerte, como es el de Ana Frank y su celebérrimo diario.
Monmany, en conversación con este diario, afirmó que este libro es fruto de «años de lectura y de un especial interés por el tema. Me considero una divulgadora del tema europeo y te das cuenta que este continente es capaz de crear a Mozart, Beethoven o Goethe, pero también del mal». Pero el viejo continente, nuestro continente, el que fue escenario de la mayoría de crímenes del nazismo y sus seguidores, no supo asumir su parte de culpa cuando la guerra acabó. «Al principio no interesaba la historia de los supervivientes porque se trataba de sucesos inimaginables en una guerra que no fue nada convencional. Por eso hubo una serie de culpas, de sentimiento de vergüenza», apuntó la autora de «Ya sabes que volveré».
Nos quedó de aquel horror el testimonio escrito de autores como Primo Levi, «que al principio fue rechazado por una editora que era judía comunista». También el testimonio del terror, pero de los momentos previos a la deportación, como es el conocido caso de Ana Frank. «Es el diario de una niña de 16 años y eso es algo que resulta imposible de falsear. Los negacionistas aseguraron que aquello era una invención, por lo que Otto Frank, el padre de Ana, se tuvo que pasar su vida llevándolos a juicio», dice Monmany.
Etty Hillesum es una de las autoras que rescata el ensayo y en su historia y circunstancia se pueden ver no pocos paralelismos con Ana Frank. «Etty es diez años mayor que Ana y las dos son autoras holandesas de un diario. La diferencia es que la primera, al ser mayor, tiene más lecturas que la segunda y se nota en su prosa. Su diario es espléndido y es extraño que nunca se haya publicado íntegro aquí. Ella empezó ese texto como una terapia y así lo mantiene cuando empiezan a producirse esos hechos tremendos», comentó Mercedes Monmany.
Gertrud Kolmar era una joven que procedía « un mundo entre algodones en el Berlín de su infancia. Era la prima favorita de Walter Benjamin y vivieron sus primeros años felices en la capital alemana para acabar siendo masacrados al final de sus vidas. Ella era una mujer retraída que no pertenecía a ningún círculo literario. Es la Emily Dickinson de aquellos años y parece claro que hubiera acabado teniendo un gran futuro de no haber sido asesinada en Auschwitz», expuso la ensayista barcelonesa.
Irène Némirovsky se ha convertido en los últimos años en un mito literario gracias especialmente a la aparición de su «Suite francesa», «una obra que no se puede olvidar que es rescatada en 2004». Todas ellas, en palabras de Monmany, son víctimas de una maquinaria que tiene como principal eje el odio. «Cuando el odio tiene un programa, es muy difícil pararlo, como está sucediendo hoy en día en Siria», reconoció la autora.
Frente a ese odio y en recuerdo de quienes murieron, nos queda su obra como homenaje.
La crítica y ensayista Mercedes Monmany reúne en Ya sabes que volveré las vidas de tres escritoras, una diarista, una poeta y una novelista, que fueron asesinadas en Auschwitz.
Irène Némirovsky, Gertrud Kolmar y Etty Hillesum fueron las tres grandes escritoras y las tres compartieron destino: murieron en Auschwitz entre 1942 y 1943. Sus vidas breves fueron sin embargo distintas; provenían, respectivamente, de Francia, de Alemania y de los Países Bajos, y en su obra lo documental no se trata igual, o directamente (como en el caso de la poeta Kolmar) no se trata. A ellas ha dedicado Mercedes Monmany (Barcelona, 1957) su último libro, Ya sabes que volveré (Galaxia Gutenberg), en donde además de los tres perfiles incluye un ensayo sobre la tragedia cultural que fue el Holocausto.
"Siempre me interesó el tema de los intelectuales en Auschwitz -comenta la ensayista-. Y lo cierto es que, a poco que se investigue, no dejan de aparecer. Ocurre a nivel general, en el Holocausto. Se cercenó a toda una parte, la más importante quizás, de la cultura europea. Por los asesinatos, pero también a consecuencia de los suicidios, de la dispersión. Ahora cabe preguntarse qué significó ese corte, ese vacío. Pero me temo que nunca lo sabremos".
Las tres autoras escribieron diarios, poesía y narrativa. Y las tres, dice la autora de Por las fronteras de Europa, pertenecían a "una élite intelectual cuyo mundo se desmoronó cuando comenzó la persecución".
Nèmirovski fue una escritora reconocida en la Francia de entreguerras (aunque era de origen ucraniano escribió en francés). Fue deportada en 1942 y murió, como tantos otros, nada más llegar a Auschwitz. Su carrera, dice Monmany, "estaba ya lanzada", pero su fama hoy no se debe a ninguna de las novelas que despertaron el interés de sus contemporáneos, sino a una obra póstuma que apareció sesenta años después de ser escrita.
El manuscrito de Suite francesa, novela ambientada en la Francia ocupada, acompañó en la huida por todo el país a las dos hijas de Nèmirovski, una de las cuales, Denise Epstein, revelaría su existencia en 2004. Aquel año se publicó en francés y en 2005 Salamandra la editó en español. Ganó el Premio Renadout, que por primera vez se entregó de manera póstuma.
Gertrud Kolmar, prima hermana de Walter Benjamin, era una poeta cuya voz empezó a oírse en el Berlín de los años veinte, y cuya originalidad hizo que la crítica de entonces ya apuntara a ella como la gran poeta judía en lengua alemana del momento.
Durante muchos años estuvo olvidada, pero su poesía se comenzó a reivindicar en Alemania en los años noventa. De no haber muerto entonces, dice Monmany, habría alcanzado la categoría de una Nelly Sachs. "Es una simbolista, una poeta de la naturaleza y de los animales. No es una cronista. Fue una especie de Emily Dickinson alemana, con un mundo interior torturado y muy rico", explica la crítica.
Kolmar vivió en el Berlín loco de entreguerras, una ciudad tan cosmopolita como caótica, pero no participó de aquella explosión de libertad. Pertenecía a las élites intelectuales judías, pero se percibe -dice la ensayista catalana- que tenía dificultades para relacionarse en sociedad. "Mi recomendación es buscarla en su correspondencia, una correspondencia bellísima, llena de imágenes, que mantuvo con sus hermanos que se habían ido a Suiza".
Etty Hillesum, la más desconocida, dejó escritos unos diarios. Esta sí fue en vida una escritora secreta. Era neerlandesa de Middelburg y murió el 30 de noviembre de 1943, tras formar parte de un convoy de deportados de 987 personas, incluidos 170 niños, del que sólo sobrevivirían ocho. Toda su familia murió en Auschwitz. "Sus diarios, que fue lo único que dejó, son impresionantes, pero por alguna razón aquí no ha llegado del todo. En Italia, en Adelphi, lo tienen publicado íntegro", cuenta Monmany.
Aquí se han publicado antologías en Anthropos, pero su alcance fue mínimo. Las comparaciones con Ana Frank son inevitables, si bien estos son los apuntes de una mujer madura, de 27 años, con una sólida formación intelectual. "Hillesum tenía una lucidez, una penetración, una capacidad analítica y una potencia expresiva impresionantes, así que es inevitable pensar que, de no haber muerto, podría haber sido una gran ensayista, una gran filósofa".
Mercedes Montmany habla de su libro “Ya sabes que volveré”
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