"Historia reciente de la verdad"
Si la verdad es verdadera, ¿no debería ser siempre la misma e igual para todos?
Hubo un momento en el que la verdad se escribía con mayúscula, referente de la religión, la Ilustración, el imperialismo, el positivismo, el periodismo ….hasta de la publicidad. Ahora elegimos lo que queremos saber: acudimos a unas webs determinadas, unos grupos en Whatsapp y unas cuentas de Twitter donde la verdad se vota con emoticonos y me gusta/no me gusta. Hemos creado burbujas virtuales de realidad que se extienden desde un confín vagamente tribal y que acaban confinándonos en una trinchera personal.
En contraste con la aspiración a una verdad objetiva y universal basada en algún tipo de evidencias, ahora nos conformamos con opiniones, sobre todo la propia. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Roberto Blatt traza una evolución del concepto de verdad desde el siglo XVIII hasta la actualidad.
Roberto Blatt nació en Montevideo, estudió Económicas y Antropología en la universidad Ben Gurión (Israel) y, posteriormente, en Alemania recibió una beca de investigación doctoral en Filosofía. Colabora como escritor, traductor y consultor en diversos medios y editoriales españolas, además de ser director de Desarrollo y Contenidos en Multicanal, donde ha participado en el lanzamiento del Canal Odisea y Canal Historia, entre otros. Este es su segundo libro.
Roberto Blatt
El filósofo denuncia que podemos estar deshaciendo un concepto de civilización de más de mil años.
"En internet no buscamos la verdad"
"La mentira sustituye a una realidad desagradable".
Decía Antonio Machado que «después de la verdad, no hay nada más bello que la ficción», y en cambio, Mark Twain decía que «La verdad es más extraña que la ficción, porque la ficción debe ajustarse a lo posible».
Comunicación es lenguaje en plena acción. No se trata, estrictamente, de transmitir contenidos de un recipiente a otro, de una mente a otra. Wittgenstein ha enseñado que el contenido de las cajitas o pantallas mentales privadas, de ser tales, no es lo relevante para la comunicación, sino el “juego de lenguaje”: cuando acordamos que ése es un árbol, es precisamente el acuerdo lo que cuenta, no la comparación de dos imágenes mentales. Significa constituir una red que otorga un significado adaptable a todas y cada una de sus partes en movimiento. Lo verdaderamente singular es intransferible.
La comunicación es esencialmente oral: palabras en vilo, a la expectativa más que improbable de ser recogidas, como frutos en el desierto por el viajero, como la “rosa de Jericó”, una planta vagabunda, que mantiene una vida latente hasta treinta años para revivir con la primera lluvia y asentarse. Casi siempre acto fallido, la comunicación es movimientos a tientas, trial & error, invitación a prácticas compartidas, a juegos de resultado imprevisible, incluso inverosímil.
Los soportes de la comunicación, la escritura ante todo, nacen como tecnologías de amplificación de la oralidad.
En contra de lo que pudo pensarse, los primeros textos estaban efectivamente concebidos para extender el ámbito de la conversación directa, a saber, exhortaciones, libros de cuentas, balances, recibos; una telecomunicación, para nosotros, insoportablemente lenta. Las “grandes y eternas verdades”, no se confiaban a la falsa durabilidad de la escritura, sino más bien a la transmisión oral y directa de generación en generación.
Lo eterno requiere alimentación puntualmente continua; no puede congelarse en códigos de geometría variable. La eternidad se cultivaba de rito en rito, de actividad en actividad, inscritos en ciclos diarios, semanales, mensuales, anuales; la luna y el sol siendo los referentes más fiables de la continuidad, del “eterno retorno”, esa técnica mediante la cual buscamos someter a la radical variedad de lo real para que cumpla con una regularidad predecible.
Cuando está en juicio la verdad, lo está también el bien y el mal. Hasta ahí hemos llegado. Vivimos una época tormentosa, atrincherados en las redes sociales, donde más que información buscamos apoyo emocional, reflexiona Roberto Blatt (Montevideo, 1948), filósofo, escritor y traductor que acaba de publicar Historia reciente de la verdad (Turner Minor) para denunciar el poco apego que tenemos por la verdad consensuada y nuestra extrema dependencia de las opiniones. Socialdemócrata, como le gusta definirse, y lector empedernido, Blatt avisa de que pinta mal si seguimos sustituyendo la verdad por estados de ánimo tribales o nacionales y lanza un mensaje a los editores de prensa y a los redactores para que recuperen el gran periodismo que solo se logra, según él, con profesionales comprometidos religiosamente con la verdad.
-¿Cuándo entra en crisis la verdad única, señor Blatt?
-Hasta el siglo XVIII y comienzos del XIX se postulaba una verdad única, revelada y universal que después había que interpretar. Pero la separación entre lo sagrado y lo profano y el surgimiento de la ciencia, la democracia y el periodismo postularon un nuevo tipo de verdad que es la terrenal y que tenemos que consensuar. Esa verdad se ha ido degradando hasta nuestra época de posverdad. Cuando está en juicio la verdad lo está también el bien y el mal.
-Tu verdad, no, la verdad, y ven conmigo a buscarla. ¿Es la apuesta machadiana por la verdad consensuada?
-Lo que viene a decir Antonio Machado es que no hay verdad si esta es solo subjetiva y solo vale para uno mismo. El requisito inicial de la verdad es que surja de un pacto colectivo.
-Dice Yuval Noah Harari que la verdad se define hoy por los primeros resultados de Google. O sea que la verdad ya depende de un algoritmo.
-Lo que quiere decir es que mediante la acumulación de datos se llegará a verdades cada vez más precisas, que Google nos juzgará con más precisión que nosotros mismos. Yo prefiero pensar que importa más la responsabilidad y la libertad que dotan de esencia al ser humano. Ya hay quien dice que si la Inteligencia Artificial se impone nosotros seremos para las máquinas tan irrelevantes como lo son las hormigas para nosotros. Yo apuesto por mejorar en lo humano, con nuestras decisiones propias y sociales, sin despreciar los avances tecnológicos.
-¿Se puede alcanzar un acuerdo sobre la verdad mediante el voto o el clic?
-Necesitamos esa verdad consensuada. Tenemos que ponernos de acuerdo acerca de cuáles son las evidencias que justifiquen que algo se considere verdad. Lamentablemente en las redes sociales se vota la verdad en lugar de fundamentarla.
-¿Cómo ha evolucionado el concepto de la verdad que buscaban los filósofos griegos al aterrizar en nuestra era digital?
-Los filósofos griegos organizaron el pensamiento racional abstracto pero no eran observadores porque consideraban que la observación era muy variable. Esa demostración basada en la observación y experiencia surgió en la Ilustración. Hoy en día ese criterio de experimentación tiende a diluirse porque las redes sociales buscan esencialmente conexiones emocionales con círculos sociales afines. En internet no salimos a buscar la verdad sino a reafirmar la propia. En las redes sociales se prima la opinión más que la verdad demostrable.
-Antes esta palabra se escribía con mayúscula y ahora ya no.
-Porque antes se consideraba que era la expresión de un mensaje revelado y por tanto divino.
-Hoy nos atiborran con la verdad, la posverdad, las fake news y las medias verdades. ¿Dónde está realmente el problema?
-En que nos falta criterio de verificación de esa verdad. Las fake news se basan en acumulación de apoyos emocionales sin criterio de demostración inicial. Estamos en la época del todo vale y la gente busca en la Red más apoyo que información.
-¿Cómo han podido los emoticones y los likes acabar con la investigación contrastada de los hechos?
-Los emoticones y los likes demuestran esa tendencia a buscar apoyo emocional en la Red. Con ellos no se dice que algo te parece cierto sino que te gusta o no.
-La verdad de hoy tiene la apariencia de ser más democrática porque la definen los likes , no los púlpitos.
-La democracia sirve para todo excepto para establecer la verdad que requiere algo más que una acumulación de opiniones. Creer en la democratización de la verdad significa que democráticamente estamos enterrando la verdad como fenómeno social, colectivo y universal.
-Justin Rosenstein, el inventor del me gusta, denuncia ahora, arrepentido de su creación, que todos están distraídos todo el tiempo en las redes sociales y que esta será la última generación que recordará cómo era la vida antes. ¿Hacia dónde vamos?
-Si sigue este proceso en el que la verdad es progresivamente sustituida por estados de ánimo tribales o nacionales estamos deshaciendo una tradición centrada en un concepto de civilización de más de mil años. Eso es gravísimo porque la atomización de la verdad impide plantearse un proyecto que trascienda el mero presente.
-¿Cómo valora la herencia que nos ha dejado la posmodernidad al denunciar la verdad como arma de represión de los poderosos para sojuzgar a las masas?
-Los grandes posmodernos estarían escandalizados por las aplicaciones extremas de la posmodernidad. Ellos no se rebelaban contra la verdad como concepto sino contra la verdad como monopolio de grupo. La posmodernidad decía que la verdad evoluciona con el conocimiento, que no hay solo una manera de ver las cosas pero que hay que basarse en criterios y evidencias.
- Al menos han caído en desgracia grandes relatos nefastos como los del fascismo y el comunismo.
-Algunas de las grandes narrativas de seudoverdades absolutas han caído porque no se ajustaban a la realidad. Los planteamientos extremos se estrellaron contra la riqueza, el progreso y la realidad. Planteaban verdades absolutas y excluyentes que la verdad nunca puede ser. Toda verdad universal está abierta a los cambios en el tiempo y en la experimentación.
-El fragmentarismo actual ha creado numerosos islotes ciudadanos, cada uno con sus propias verdades. ¿Vamos hacia un libre mercado de la verdad?
-Ese es un problema. Hay un libre mercado de la verdad que no me preocuparía si no se constituyera como el único campo del que emana la verdad. Ahora lo que se busca es la conexión emocional que es muy legítima pero terrible si uno no se da cuenta o no es capaz de distinguir entre veracidad y falsedad.
-Y para eso hace falta criterio.
-Exacto y ese criterio es responsabilidad y libertad. No podemos echar la culpa de todo lo que pasa a otros y decir que hemos errado al elegir algo porque nos han lavado el cerebro.
-Hasta la aparición de la imprenta nos comunicábamos con imágenes, pero ahora damos un paso atrás y decimos que una imagen vale más que mil palabras. ¿Cómo hay que interpretar ese retroceso?
-Nunca he creído en esa frase. La iconografía cristiana tenía su razón de ser en épocas en las que las personas no sabían leer. Era una ilustración de la verdad de Dios que sustituía al mensaje. Hoy no es lo mismo porque vivimos fascinados por la fuerza mórbida y estética de la imagen en una especie de sucedáneo de la expresión real. La imagen trata de sustituir a la realidad buscando hasta una especie de inmortalidad. Hay que tener una imagen muy degradada de uno mismo para querer sustituirla con imágenes en la Red.
-¿Son las comisiones de la verdad auténticas cámaras de eco para movilizar las emociones más que buscar el conocimiento?
-Según cómo se hagan. Todo puede manipularse pero una comisión de la verdad ya reconoce por lo menos que la verdad no es individual ni exclusiva de un grupo.
-¿Qué le parece la Comisión de la Verdad sobre el franquismo y la Guerra Civil?
-Soy un socialdemócrata que condena todos los horrores del franquismo. Como creo en una verdad no manipulable también me preocupa que se quiera legislar sobre la historia nacional.
-¿Por qué resurgen con tanta fuerza los nacionalismos?
-Por la inseguridad brutal que ha provocado la globalización que ha llevado a la pérdida de referentes tradicionales. Hay entonces quien se aferra al concepto de pureza nacional porque le da seguridad. Es un bálsamo pero nada más porque las verdades nacionales no representan verdades objetivables.
-¿En qué clave hay que interpretar los dos millones de catalanes independentistas?
-La crisis de 2008 fue determinante para alentar ese independentismo que existía pero a escala menor. Es la demostración de esa inseguridad en una sociedad que además se consideraba líder dentro de España. Esas personas se han creído la mentira de los que azuzaron el independentismo.
-¿Por qué la mentira circula con más fluidez que la verdad en internet?
-La mentira viene a sustituir a una verdad desagradable y tiene la ventaja de aportar un factor de satisfacción. Una cosa es equivocarse, que se hace sin saberlo de antemano, y otra mentir que se hace a propósito y satisface. Por eso fluye más fácilmente.
- ¿Estamos abocados a la desaparición del periodismo tras el triunfo de la banalidad informativa?
-La inseguridad que genera la Red hace que muchas personas estemos desesperadas por encontrar a gente que nos devuelva el gran periodismo.
-¿Qué deben hacer los editores y los periodistas para erigirse en ese banco de la verdad que usted propone?
-Hay que apostar por los buenos periodistas, las voces críticas, autorizadas y creíbles que tengan un compromiso religioso con la verdad.
VER+:
Tres lecturas sobre un mismo Dios
Ante el colapso de las grandes ideologías en el siglo xx, y la emergencia de nuevos fundamentalismos religiosos, necesitamos pistas sobre la crisis global de nuestra civilización. Para detectarlas se requiere un repaso de la tradición bíblica en sus tres corrientes, la cristiana, la islámica y la judía, que de paso han incorporado el pensamiento griego clásico y provocado el surgimiento del pensamiento laico.
Es el propósito de este libro comparar sus diversos enfoques e interacciones respecto a cuatro ejes: la relación con la fuente común que es el Antiguo Testamento, la manera de interpretar esos textos sagrados, sus respectivas definiciones de la historia, y por fin sus diversas utopías de justicia y buen gobierno.
Un ensayo intemporal pero de lectura urgente para hoy.
El escritor y ensayista Roberto Blatt vuelve a Casa de América con motivo del Día Europeo de la Cultura Judía. Tras el éxito de su libro Biblia, Corán, Tanaj. Tres lecturas sobre un mismo Dios, el autor confiesa haber descubrir aspectos desconocidos de su religión familiar, el judaísmo: "He descubierto que la ignorancia más extrema que tenemos con relación a la religión no es con la religión del otro, sino con la propia". Blatt reflexiona acerca de la verdad y la mentira en las tradiciones religiosas. Es crítico y afirma que "las grandes falsedades de las religiones de la Biblia tienen que ver con algo que busca ponerlas por encima de las demás. El escritor apunta hacia la relación necesaria entre literatura y verdad y dice que: "La literatura es la que nos permite organizar el mundo". Aunque señala la actual crisis de ambas. Roberto Blatt participó en la conferencia Letras por la verdad, que tuvo lugar en Casa de América con motivo del Día Europeo de la Cultura Judía el 6 de septiembre de 2018.
Biblia, Corán, Tanaj..., que le llevó 20 años de escritura, es su primer libro. Dividido en ocho secciones, trata alternadamente los tres grandes monoteísmos abrahámicos -el judaísmo, el cristianismo y el islam- desde varios puntos de vista, buscando cada vez aquello que los diferencia y también el núcleo primigenio y compartido que los une. Abre con “Lecturas”, dedicada íntegramente a desentrañar las formas de interpretación que cada religión da a sus textos sagrados, con algo que se parece mucho a la teoría literaria. Desde esa primera sección queda clara la vinculación, para cada religión, entre la forma de leer sus libros e interpretarlos y su visión del mundo. “El mundo es un libro que hay que interpretar -dice Blatt con seguridad-. Continuamente suceden cosas, y esas cosas no tienen un valor, su propio significado... el mundo no viene con un manual de uso. Por lo tanto, en todas las actividades que acometemos aplicamos modelos de interpretación, e incluso cuando afirmamos verdades pretendidamente universales tenemos que explicar a qué nos referimos”.
Por eso, tal vez, Blatt aclara, en forma provocativa: “No soy un historiador, vengo de la filosofía y de la antropología; la historia no me interesa en sí misma”. Pero, entonces, ¿por qué escribir este libro? “Lo que sí me interesa es el mundo en el que vivimos -dice-; este mundo está inmerso en un gigantesco debate ideológico y religioso, de grandes titulares, sobre ciencia y espiritualidad, y estamos viviendo -o por lo menos eso es lo que se dice- una crisis civilizatoria. Pero entrar directamente de lleno en eso nos lleva al debate de café de todos los días, en el que en general tendemos a amarrarnos a grandes posicionamientos, sin mucho detalle. Entonces, mi idea fue avanzar progresivamente, a partir de esas posiciones dentro de las cuales vivimos, tratando de tomar un poco de distancia y de moverme hacia atrás; en ese movimiento hacia atrás, me fui a lo que considero que es el comienzo de la civilización en Occidente”.
Una cuestión central en el libro, y sobre todo las partes finales (“Demonios” y “Crisis”), más inmediatamente relacionadas con el mundo actual, es la crítica y la voluntad de desarticular ciertos lugares comunes que impiden el razonamiento, de traer a la discusión cosas que no están en un mundo a la vez lleno de pasado (por todos los medios posibles) y, quizá, más olvidadizo que nunca.
Conocerse
“Conócete a ti mismo”, decía famosamente la inscripción en el templo de Apolo en Delfos. Blatt comenta que, prestando atención a los debates interreligiosos, no sólo notó que los judíos saben muy poco de cristianismo, los cristianos muy poco de islamismo, los musulmanes muy poco de judaísmo y así, sino también que “es impresionante la ignorancia que tenemos sobre nuestras propias tradiciones”. Y lo ilustra con un ejemplo tristemente célebre: “Osama bin Laden, que representa una posición fundamentalista extrema dentro del islam, tenía un conocimiento muy limitado de la religión. La inmensa mayoría de los que hoy en día se identifican con el terrorismo islámico son gente que del islam no sabe nada”. Y no sólo eso, sino que, en el proceso de escritura, Blatt se descubrió ignorante de su propia tradición familiar, y acaso por eso llama a este libro su “biografía intelectual”. Por lo tanto, no es extraño encontrar largas reflexiones sobre temas que lo han acompañado en su propia búsqueda, como el sionismo o la laicidad. “A medida que iba avanzando en la investigación -cuenta-, se fue haciendo evidente el hecho de que tendemos a dividir el mundo entre lo religioso y lo laico, pero, curiosamente, el pensamiento laico existe sólo en Occidente y a partir del siglo XVIII”.
-¿Por eso decís que es una religión de la razón?
-Claro, porque si bien el laicismo nace en oposición, sobre todo, a la iglesia católica, adopta una cantidad de sus principios fundamentales, como la universalidad, la idea de que hay una verdad absoluta, o la visión lineal de la historia. Y todo eso no es una particularidad humana, eso es una aportación del cristianismo al pensamiento. El taoísmo, o el confucionismo, de lo que se preocupan es de cómo situarse dentro del mundo, cómo relacionarse en términos sociales o con el propio ego, pero no buscan una imagen definitiva, verdadera, del mundo, como busca la ciencia occidental.
Así fue que de pronto descubrí que el laicismo es otra versión del pensamiento bíblico. Y, de hecho, sobre todo en el republicanismo francés y en gran parte en el laicismo uruguayo, esa sensación de institución cuasi religiosa que representa lo laico es bastante evidente; el peso casi divinizado, si no idealizado, de las instituciones, el culto a los grandes héroes, el culto a los padres y a los fundadores de la nación, la propia idea de una esencia nacional, son conceptos difíciles de entender si no están asociados a sus precedentes religiosos. Por eso digo que la escritura del libro fue un proceso de autodescubrimiento.
-En otro sentido, decís también que el sionismo nace del nacionalismo y que no tiene nada que ver con el judaísmo religioso tradicional.
-El sionismo proviene de dos raíces. La primera es la invención del estado nacional. El fundador moderno del sionismo, Theodor Herzl, era de hecho un austríaco nacionalista alemán totalmente laico. El caso Dreyfus, en Francia, le hizo sentir que los judíos iban a quedar excluidos del gran proyecto nacional alemán, y pensó en armar su propio estado nacional. La otra raíz es la existencia real de una nostalgia religiosa, cultural, folclórica y ritual de los judíos de la diáspora por el punto de origen mítico de donde provienen, que es la tierra de Israel. Pero en realidad ese proyecto tuvo poca repercusión durante 2.000 años -la mayor parte del tiempo de dispersión-, y sólo algunos personajes muy marginales y mesiánicos, a los que la propia ortodoxia judía llamaba “falsos profetas”, tuvieron una vocación de retorno.
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