EL Rincón de Yanka: 📒 1492. ESPAÑA CONTRA SUS FANTASMAS 💀

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martes, 23 de octubre de 2018

📒 1492. ESPAÑA CONTRA SUS FANTASMAS 💀

1492

España contra sus fantasmas


Prólogo de María Elvira Roca Barea


Hay ideas fuertemente consolidadas en el imaginario español, a modo de grandes verdades: Al Andalus fue una sociedad plural y rica que entró en decadencia con la conquista cristiana, el descubrimiento de América puso de manifiesto el carácter sanguinario español, las ideas de la Ilustración no tuvieron ningún eco en España… Visiones, todas ellas, llamadas a consolidar la idea de una España intolerante y fracasada como nación.

Así, según el juicio sumarísimo de muchos, es precisamente esa misma identidad negativa, el único fundamento que justifica su unidad en la actualidad. De tal manera que, España termina por constituirse como sociedad política, pero una sociedad política en cuya base se encuentran, sin más, el odio y la violencia fanática. 

Este libro busca abordar esos fantasmas instalados en el imaginario español, para, sin omitir ni exagerar nada, revertir cada uno de estos fenómenos históricos asociados a España, y que figuran en la historiografía completamente desquiciados a través de su versión negrolegendaria.

Prólogo

Es posible que ningún español alfabetizado desconozca ya lo que significa la expresión «leyenda negra». En los últimos años ha ido creciendo el interés por este fenómeno histórico extraordinario que afecta a la historia de España, pero no solo a la historia. Lo que resumimos con esos dos términos es una creencia de opinión pública transcontinental que tiene múltiples aristas y cuya hondura está muy lejos aún de haber sido calibrada siquiera por aproximación. La leyenda negra, por ejemplo, habita no solo aquí, sino también en otras naciones occidentales, que han construido su relato histórico (favorable) sobre los cimientos de la hispanofobia. Este campo de investigación está casi virgen y animo desde aquí a los jóvenes historiadores a afrontar el reto. Es apasionante y requiere valor. Pero si un niño fue capaz de señalar en un desfile al rey que iba ridículamente desnudo y no vestido con ropas maravillosas pero invisibles, es posible que haya por ahí alguien con coraje suficiente como para hacer, por ejemplo, una tesis sobre la hispanofobia en los libros de texto europeos.

Otra vertiente del universo de la leyenda negra tiene que ver con la moral, en sus dos sentidos. La moral es por una parte una suerte de comportamiento adecuado según unas normas comúnmente aceptadas y consideradas correctas por una comunidad. En este sentido decimos que una persona o una acción es inmoral. Pero la moral es también una fuerza que emana del interior de los individuos y es capaz de hacerlos enfrentarse a los problemas con valentía. Si vamos con la moral baja estamos labrando nuestra propia derrota en cualquier partido de fútbol. El trabajo de Pedro Insua, que el lector tiene entre manos, explora de varias maneras la vertiente histórico-moral de la leyenda negra. Y es muy de agradecer porque este flanco ha estado muy descuidado. Peligrosamente descuidado, nos atreveríamos a decir.

A través del análisis que el año fundacional de 1492 tiene en nuestra historia, el autor va desgranando el uso que los tres hechos cruciales que se produjeron en esta fecha ha tenido a lo largo del tiempo, a saber, la expulsión de los judíos, la conquista de Granada y el descubrimiento de América. El carácter simbólico del año es esencial en el texto de Insua, que se centra en él precisamente por eso. Porque los símbolos son importantes, trascendentales. El ser humano es por encima de todo una criatura que construye y destruye signos, y esta actividad es posiblemente lo más valioso de su naturaleza.

El estudio sobre el mito de al-Ándalus que este libro ofrece es revelador de cómo una parte de del pasado puede ser desquiciada de su marco original para ser convertida en fuente y argumento de una superioridad moral manifiesta, o lo contrario. Como andaluza se me permitirá que me entretenga un poco aquí. La puesta en escena de al-Ándalus no aparece hasta el siglo XlX, que es período poco frecuentado por la historiografía en la consolidación y engrandecimiento de la leyenda negra, pero Insua lo explora con pulso firme y rigor. 

Lo andalusí surge como la demostración de un período ideal y perfecto de civilización y tolerancia que viene a ser arrasado por el terrible y violento español católico. Es, por lo tanto, una prueba más de la acusación, ya secular en Occidente, de que España es una fuente de destrucción, no de construcción. Es decir, al-Ándalus es otro argumento que viene a abundar en la inferioridad moral de los españoles. Pero no solo esto. Desde la Transición, el régimen de las autonomías, creado con el único fin de dar acomodo a algunos sectores nacionalistas, y no mayoritarios, en unas pocas regiones, convierte su existencia en una promoción y justificación constante de sí misma. No nos ocuparemos aquí de la singular situación política que supone que un grupo minoritario sea capaz de imponer una estructura territorial determinada a la mayoría. Pero la explicación no está lejos de ese segundo sentido de la moral a que nos hemos referido más arriba. 

En Andalucía, con éxito variable, el pasado andalusí se convierte en sustento del hecho diferencial que cada autonomía promociona, porque las autonomías son algo así como el sistema que nos permite recuperar aquello que nos han quitado. Cada una esgrime un relato de lo arrebatado y de lo perdido como fuente de legitimidad. Y en este punto tocamos verdaderamente el corazón del problema, hecho que a Insua, como filósofo que es, no se le escapa. La legitimidad es un problema moral, en los dos sentidos arriba mentados.

España como destructora del paraíso andalusí, como monstruo antisemita, como invasión catastrófica de América es el nombre de algo que no merece existir, porque ofende moralmente. Una vez asumida esta versión por los propios españoles, en mayor o menor medida, resulta un problema moral en el segundo sentido: de la inferioridad moral se va sin sentir a la moral baja. El español se limita a resistir. El resultado de esto es una y otra vez que las instituciones políticas que de ellos emana, en el sentido de cohesión y unidad, son siempre débiles. El misterio de los misterios es cómo consigue sobrevivir siglo tras siglo a esta debilidad. Como dice con mucha gracia Insua, eppur sí muove...

Así planteada la cuestión hay otra vertiente que suele escaparse y que conviene ir poniendo de manifiesto y nunca perder de vista. La debilidad a que nos referimos afecta y, por causas muy semejantes, al resto de las naciones de habla española. Esto ya no suele ser tenido en cuenta y es particular que requiere de mucha y profunda reflexión. Haber heredado una historia que es una condena moral dinamitó por su base las expectativas de futuro de los españoles de ambos hemisferios -así se expresa la Constitución de 1812- tras la desmembración del imperio.

De los cuatro aspectos de la historia de España analizados por Insua, dos tienen siglos de antigüedad en la lucha contra la hegemonía española :la Inquisición, como prueba de cargo irrefutable de la intolerancia, y la destrucción de América. Los otros dos se incorporan al argumentario de la leyenda negra en el siglo XIX. El asunto judío estaba en la hispanofobia desde el siglo XV pero no como prueba del antisemitismo español sino como demostración de que los españoles eran medio semitas y, por lo tanto, no europeos. Cabe preguntarse por las razones que explican que todavía en el siglo XIX, cuando ya el imperio no existe ni es necesario luchar contra la hegemonía española, siga creciendo y engordándose el caudal argumentativo de la leyenda negra. Es una investigación necesaria porque tiene que ver con la autoestima y el temario de autojustificaciones de distintas ideologías y naciones. En lo concreto e inmediato, ha servido para construir los nacionalismos periféricos que ahora mismo, con la ayuda inestimable de una estructura territorial cara y peligrosa, amenazan con destruir el Estado que tenemos, que será débil y poco operativo, pero es el que tenemos. Su fragmentación política es un peligro que los españoles llevan conjurando desde los tiempos de la invasión napoleónica. Es un gasto de energía formidable que obliga a cada generación a dejar lo mejor de sí misma en esta especie de resistencia a la desaparición. Resistencia exitosa porque la extinción no se produce y el Estado vuelve a reconstruirse una y otra vez, pero agotadora.

El análisis de Pedro Insua del uso ideológico de cada uno de los hitos que se concentran en 1492 es del mayor interés, porque pone de manifiesto la vigencia absoluta de los tópicos de la leyenda negra y su papel no solo importante sino crucial en distintas tendencias políticas que reclaman su influencia en la opinión pública y en la vida parlamentaria. Chávez, después de haber llevado Venezuela al desastre, no tiene más que culpar al Imperio estadounidense y al Imperio español del hambre y del desabastecimiento. No necesita más. Pero aquí también tenemos populismos verticales y horizontales (comúnmente llamados nacionalismos) a los que el Gran Demonio español sirve con enorme eficacia para lograr cuotas de poder. Y es absolutamente necesario para los españoles comprender cómo funciona ese mecanismo que niega toda cualidad moral a la historia de España con el propósito de destruir el Estado como mecanismo esencial que garantiza la organización legal y la articulación social y territorial. No es una destrucción nihilista, aunque algo de esto tiene, es un dividir para apropiarse de lo fragmentado. Prosperar generando enfrentamientos entre clases sociales, entre territorios, entre hombres y mujeres... es muy fácil.

Así las cosas, como señaló doña Carmen Iglesias, directora de la Real Academia de la Historia, la lucha por el pasado es una lucha por el futuro. Los españoles tienen que aprender a conocer el uso perverso que por intereses distintos se ha hecho de su historia, y el libro de Insua contribuirá muy destacadamente a este fin. Hay que enseñar a las nuevas generaciones que el descubrimiento de América fue el resultado de la investigación intelectual y la capacidad para afrontar riesgos controladamente, por ejemplo. Que en los siglos en que la tolerancia no existía ni como virtud personal ni como valor social, los españoles lo fueron mucho más que otros occidentales que presumen de ello a todas horas.
Historiográficamente la tarea que hay por delante es gigantesca, porque hay que desarticular la versión oficial de la historia de Occidente para colocar en su marco preciso los hechos, como hace Insua. No implica solo a la historia de España lo que aquí se ventila. Es mucho más que eso. En lo inmediato es preciso comprender que nuestra historia ha estado sometida a juicio moral condenatorio por razones que este trabajo explica muy bien, y que este mecanismo de condena con propósito destructivo sigue, aquí y ahora, vivo y con nuevos bríos por motivos que todos conocemos. Acabaré con una idea de otra señora formidable, Hanna Arendt, que en un momento muy delicado de la historia de Europa afirmó que cuando veía a los que estaban en el otro lado, sabía cuál era el suyo. Por eso y por muchas otras razones es un honor para mí haber escrito el prólogo de este libro.

M. E. R. B.
Introducción

España contra la leyenda negra
"Nada más actual que el pasado 
que vuelve siempre como fantasma cultural".
GONZÁLEZ ALCANTUD, El mito de al-Ándalusí

Calístenes, discípulo y sobrino de Aristóteles, fue uno de los primeros cronistas de las hazañas de Alejandro, llegando a decir de él en cierta ocasión, tal era su veneración por el hijo de Filipo, que el mar se había postrado genuflexo (prosk ynesis) a sus pies (como harían a continuación también los persas, en típico gesto oriental). Sin embargo, tras perder el favor real y comprometido en una conjura -la conjura de los pajes, que tramaba asesinar al rey macedonio mientras dormía-, Calístenes será arrestado, y finalmente ejecutado por el propio Alejandro después de atormentarlo. Algunos responsabilizan a Aristóteles, así lo sugiere Plutarco, de estar detrás de la conjura que, finalmente, esta sí, acabará con la vida del joven gran rey en junio del año 323 a. C., en el cenit de su carrera, y antes de cumplir los treinta y tres años.

La ejecución de Calístenes fue un acto que provocó tales recelos y odio hacia Alejandro entre algunas facciones de sus propias huestes que la mala fama ganada con este episodio se terminará consagrando en la literatura posterior y, trascendiendo la vida de Alejandro y también la de su imperio, llegará hasta la actualidad.
Alejandro Magno fue un gran conquistador, quizás un gran rey, «pero mató a Calístenes», dirá Séneca siglos después cortando las alas a cualquier juicio globalmente benevolente sobre la figura del rey macedonio.
Pues bien, algo así, mutatis mutandis, ocurre con España.
España quizás tuvo sus méritos como sociedad política, pionera como Estado moderno, incluso también pionera en la formulación del derecho internacional, pero «destruyó las Indias».
España fue la primera en circunnavegar el globo, atravesar el Atlántico y también el Pacífico, pero «expulsó a judíos y moriscos».
No hay, pues, redención posible en ese juicio sumarísimo (y final) sobre su negra identidad, sobre su mala reputación, sobre su fama escura, como ya dirá Juan Rufo en su Austríada (1584), la epopeya dedicada a Juan de Austria -como la Ilíada a Aquiles, o la Eneida a Eneas-, muy apreciada, por cierto, por Cervantes.

«PERO MATÓ A CALÍSTENES...»

La idea de España que todavía permanece en buena parte de la historiografía y tiene además gran influencia en otros ámbitos (políticos, periodísticos, literarios, cinematográficos) deriva directamente de lo que Julián Juderías denominó leyenda negra antiespañola, a saber:
La leyenda de la España inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos lo mismo ahora que antes, dispuesta siempre a las represiones violentas; enemiga del progreso y de las innovaciones; o, en otros términos, la leyenda que habiendo empezado a difundirse en el siglo XVI, a raíz de la Reforma, no ha dejado de utilizarse en contra nuestra desde entonces y más especialmente en momentos críticos de nuestra vida nacional.

Es muy fácil abrir una novela actual ambientada en el siglo XVI y encontrarse allí con la versión negrolegendaria de España y todos sus dramatis personae (violencia, despotismo, nepotismo, fanatismo, cinismo); igual de fácil que encontrarse ese mismo escenario, con esos mismos personajes, al entrar en una sala de cine o de teatro para ver una obra en la que, por ejemplo, se recree la vida de alguna figura ilustre (literato, político, santo) del siglo XVII o del XVIII. En una serie de televisión -ámbito, por cierto, muy propicio­ allí aparecen. Y por supuesto, en un artículo de periódico de actualidad o en un discurso parlamentario , allí está esa versión, allí esos personajes. En un díptico que pueda servir de guía en un museo; en una sala de exposiciones, en una sala de conferencias, en una entrevista... es muy fácil encontrarse, en fin, a la vuelta de cualquier esquina, con esa terrible España oscura y también oscurantista, tal como ha sido retratada por la leyenda negra.

Tanto es así que es precisamente esa identidad negra de España -de la que todos, sin duda, hemos oído hablar- el único fundamento, según muchos, que justifica su unidad en la actualidad, de tal manera que, sobre la base de la tiranía, la segregación, el expolio, la tortura y, en definitiva, la muerte y la destrucción, España termina por constituirse como sociedad política, pero una sociedad política en cuya base se encuentran, sin más, el odio y la violencia fanática.
En este sentido hay sobre todo tres hitos temáticos que, a modo de lugares comunes y fijados en la fecha clave de 1492, alimentan recurrentemente esta idea negrolegendaria y echan el cerrojo ideológico sobre ella; tanto es así que, en cualquier discusión o controversia acerca de España y su historia, aparecen presentadas de un modo o de otro (y al margen de cuál fuera el origen de la conversación) como «pruebas» terminantes en contra de España.

Nos estamos refiriendo, naturalmente, a la derrota y extinción de al-Ándalus (y su prolongación nazarí de Granada), al aniquilamiento y e:..polio americanos y a la segregación de Sefarad (su expulsión a instancias de la Inquisición). Pruebas infalibles, incontrovertibles, inapelables hasta el punto de ser, y al margen de la interpretación que se haga de ellas, arrojadas como acusación sobre aquel que ose cuestionar tales evidencias: es suficiente mencionar tales «hechos» para condenar a España y, por supuesto, a aquellos que la entiendan o justifiquen en algún sentido.
Así, la identidad negra de España se produce, y habla Blas, por cuanto la constitución de su unidad -con Castilla como artífice-se lleva a cabo a través del «sojuzgamiento» de los pueblos peninsulares, primero, y del «genocidio» americano después, a la par que se produce, en la misma acción prolongada de violencia fanática, la segregación de las «minorías» religiosas que no absorbe y expulsa (judíos y moriscos; después, protestantes). Estos «hechos» representan pruebas indiscutibles de ese «ser» odioso de España, de su identidad negra casi atávica, que evidencian, a modo de experimentum crucis, el carácter oscuro de su desarrollo histórico. Muchos incluso, dando un paso más, advierten de la ilegitimidad de España como poder político actual al basar esta su desarrollo en ese ejercicio de pura tiranía y exterminio genocida.

El «odio al otro», en definitiva, es el único verdadero fundamento, se dice more postmodernum (así Todorov, por ejemplo), de la constitución de España, llegando a ser concebida en el presente, desde diversos ámbitos y con las consecuencias prácticas de todos conocidas, como quintaesencia del mal político: un mal (maniqueo, teológico, metafísico, trascendental) con el que, desde luego, hay que acabar, al ser el ejercicio que justifica la historia de España del todo incompatible con la tolerancia y respeto propios de una sociedad «moderna y democrática». España, en fin, sin legitimidad que justifique su existencia, es incompatible con las sociedades democráticas avanzadas, y por lo tanto, está condenada a una merecida extinción. 
No hace falta buscar mucho para encontrar, insistimos, este tipo de opiniones y juicios sobre España en los ámbitos más variados (literarios, periodísticos, turísticos y por supuesto historiográficos) , pero entre ellos también, y esto agrava extraordinariamente la situación, en los actuales órganos representativos de la soberanía nacional española (corporaciones municipales, autonómicas y hasta en la sede parlamentaria nacional), en los que se oyen con muchísima frecuencia.

Se llega así a una situación realmente problemática, por paradójica, políticamente hablando: la de que desde esos mismos órganos representativos de la soberanía nacional, de la que emanan los poderes del Estado, se pone en cuestión la propia soberanía que los justifica.
Es más, se da el caso en España de la existencia de partidos políticos, con asiento parlamentario, en cuyos programas figura el no reconocimiento de la soberanía nacional española; esto es, insistimos, partidos representativos de la soberanía nacional española (según aparece en el artículo 6 de la vigente Constitución) pero que, sin embargo, no reconocen la legitimidad, a veces ni siquiera la existencia, de dicha soberanía nacional.
Este fenómeno sui generis, anómalo, poco común, realmente extraño, raro, solo es explicable cuando al nombre de España lo acompaña esa sombra negrolegendaria, esa especie de «reverso tenebroso» permanentemente acusatorio que hace que, incluso grupos políticos que buscan su ruina y destrucción, sean acogidos y financiados desde las instituciones representativas del poder político español.
Pareciera como si el mismo entramado institucional representativo de la soberanía nacional española se venciera sobre el propio peso de la mala reputación negrolegendaria, a cuya sombra operan grupos, facciones, que, cual larvas neumónidas, se alimentan de la energía nacional pero para agotarla, buscando, explícita y formalmente, la fragmentación de la nación, y, por tanto, su ruina. Ya decía Spinoza:
Si el Estado no se viera obligado a observar las leyes o reglas, sin las cuales un Estado no es ya un Estado, no sería necesario considerarlo como una realidad natural, sino como una quimera. El Estado comete, pues, falta, cuando cumple o tolera actos susceptibles de arrastrarlo a su propia ruina.
¿Quiere esto decir que España, postrada ante su propia leyenda, se ha agotado como idea-fuerza, como idea capaz de congregar los distintos intereses de los diferentes grupos sociales que en ella operan, sin ya poder conservarse -permanecer en el ser- como sociedad política? ¿Es actualmente España un mito, una quimera? ¿Se ha tragado esa idea negrolegendaria a España, como la ballena a Jonás, como para que ya su nombre, el nombre de España, genere más desistimiento que unión?

«Para que un Estado permanezca libre debe continuar haciéndose temer y respetar, si no, deja de ser un Estado ...», continúa diciendo Spinoza en ese mismo pasaje.  Tanto es así que, en el caso de España, dadas las divergencias internas que produce su nombre, la actividad política prudencial está orientada, en realidad, no a la mejora de la vida social, sino más bien a conservarla; no a prosperar, sino a sobrevivir.
Tal es el peso, pues, de la leyenda negra gravitando en muchos ámbitos de la vida social española, y el nombre de España, asociado a esta mala fama, tiene efectos sociales devastadores, disolventes porque, ¿quién querría pertenecer, en efecto, a una sociedad política con esos antecedentes?

Pues bien, de esto se va a tratar aquí, en estas páginas.

ESPAÑA CONTRA SUS FANTASMAS

Alguien, como es mi caso, que haya estudiado la educación básica y el bachillerato en los años ochenta, se ha visto completamente envuelto, preso como los encadenados en el fondo de la caverna platónica, por esta ideología negrolegendaria. Quizás el lugar y tiempo más propicio para que tal ideología negrolegendaria se filtrara en el ámbito social y cuajara de un modo eficaz, fuera justamente el libro de texto editado durante el posfranquismo inmediato.

IDEOLOGÍA NAZIONALISTA Y RACISTA: "La América del Norte, cuya población se compone en su mayor parte de elementos germanos, que se mezclaron sólo en mínima escala con los pueblos de color, racialmente inferiores, representa un mundo étnico y una civilización diferente de lo que son los pueblos -de la América Central y la del Sur, países en los cuales los emigrantes, principalmente de origen latino, se mezclaron en gran escala con los elementos aborígenes. Este solo ejemplo permite claramente darse cuenta del efecto producido por la mezcla de razas. El elemento germano de la América del Norte, que racialmente conservó su pureza, se ha convertido en el señor del continente americano y mantendrá esa posición mientras no caiga en la ignominia de mezclar su sangre". Adolf Hilter, "Mi Lucha"

Todo el mundo sabe que las nuevas generaciones son, en efecto, un material muy sensible y susceptible de adoctrinamiento (en lo que tiene de falseamiento de la realidad), y que su moldeamiento resulta fundamental para cualquier tipo de transformación social. Transformación -y la Transición lo fue- que pasa, pues, como también enseñó Platón en su República, por la articulación de lo que viene siendo, simplemente, un plan de estudios. Algo que también sabían y saben muy bien los promotores del nacionalismo separatista en España (quien esto escribe estudió educación básica y bachillerato en la Galicia autonómica) que, desde el principio, desde su surgimiento como movimiento político, quisieron ganar influencia en la Administración educativa logrando implantar sus doctrinas, institucionalizadas con normalidad, en el sistema educativo español. Así, lo normal en el estudio escolar acerca de España es encontrarse con su leyenda, no tanto con su historia. Un ambiente (Zeitgeist), además, en el que estaba inmerso ese libro de texto y, claro está, el alumno que lo leía, que no hacía más que abonar la visión negrolegendaria que allí aparecía, pivotando en torno al muy asentado tópico que habla de la acción siempre retardataria y reaccionaria asociada al nombre de España.

Así, una vez se abría el libro de texto, ahí aparecían congregados todos esos fantasmas, procedentes del «lado oscuro» de la humanidad y que siempre apuntaban a las mismas causas como mecanismo de explicación de los acontecimientos históricos narrados: 
España genocida, España despótica, España rapaz, España fanática, España intolerante, etc. Este será el mantra, consagrado en los ochenta y reforzado sin duda por la circunstancia del franquismo previo (que, se supone, había cultivado la tesis contraria de la leyenda rosa de España), sobre el que (de modo pendular, acrítico) había que tomar necesariamente distancias.

Ahora bien, en esa versión de manual, de libro de texto escolar, en el que se dibujaba a España como una sociedad atrasada, de segunda, en el vagón de cola y en crisis permanente, no encajan las siguientes cuestiones: ¿de dónde salen las energías, en esa España siempre miserable, para conmensurar hacia 1580 los tres océanos, y que tal dominio oceánico, además, se prolongara por lo menos hasta 1805, fecha en que comienza a declinar en Trafalgar? ¿Por qué, desde la más absoluta precariedad, incluso desde la bancarrota económica recurrente al parecer, la acción de España como imperio tiene semejante alcance global, en el espacio, y secular, en el tiempo? ¿cómo esque se impone ante una sociedad andalusí, según se dice, mucho más próspera y avanzada? ¿cómo es que expulsa a Sefarad, cuando los judíos controlaban las finanzas y la Administración? ¿De dónde procede la capacidad para dominar los grandes imperios precolombinos, el azteca y el inca, cuando estos habían mostrado un desarrollo civilizatorio parejo, si no superior, al español? ¿Cómo emerge, por cierto, el Siglo de Oro literario, admirado por todo el mundo, en una sociedad dominada, oprimida, encorsetada, por el siempre odioso tribunal de la Inquisición? 
¿Y qué pasa con la nación española actual, heredera de esta mole imperial bajo cuyo peso inercial se hunde la sociedad española, sin apenas margen de maniobra para recobrar una dinámica contemporánea, una dinámica de Estado «normal», a la «altura de los tiempos» por utilizar la manida expresión orteguiana?
Sin apenas ciencia, sin apenas industria, sin apenas educación, ¿cómo es posible, entre tanta insuficiencia y estrechez, la supervivencia de España cuando, además, de nuevo inexplicablemente, figura en la actualidad entre las doce primeras potencias del mundo?

1492: ¿ANNUS HORRIBILIS O ANNUS MIRABILIS?

La historia es un campo minado, expuesto al capricho ideológico y a los intereses políticos. A la mínima que se baje la guardia aparece una vía de fuga por la que la ficción, la leyenda, la deformación, en fin, casi siempre interesadas, ocupan el lugar de la verdad histórica y la encubren. Historia y ficción se ven así enmarañadas, solapadas, confundidas, y distinguirlas supone un gran esfuerzo de erudición.
La política tiene como fin lograr el buen orden en el Estado, y está en la prudencia del político utilizar para ello todos los medios a su alcance, incluyendo los arcana imperii (como ya enseñaba Platón en su República, pues no otra cosa es el famoso mito de los metales o terrígenos). La ideología, sin embargo, tiene como fin el dominio de un grupo sobre los demás para que sus intereses se impongan (sin tener por qué coincidir, en este caso, con los intereses del Estado).

Estas corrientes sociales, ideología y política, hacen, sea como fuere, que la historia, cuyo fin es la verdad histórica (la historia solo lo es si es verdadera), se vea constantemente distorsionada, alterada de manera tendenciosa, por los intentos de justificación, solo aparentemente «históricos», de las posiciones de estos distintos grupos de interés (ideológicos o políticos). La «lucha por la historia», es decir, la lucha por ganar la verdad histórica, le puede interesar a toda facción o grupo para mantener su hegemonía frente a otros en el presente (sea con fines políticos, sea con fines ideológicos).

La fecha de 1492 representa tres episodios de la historia española sometidos y expuestos a esa lucha, una lucha encarnizada, de tal manera que lograr un relato histórico canónico -esto es, verdadero- sobre tales episodios, decisivos en la historia de España, pasa, si se consigue, por descubrir y desactivar todas las trampas ideológicas y políticas que lo encubren (o pueden encubrirla). La historia de España es un auténtico campo de batalla en el que ganar una verdad, siempre a través de la controversia historiográfica más enconada, es todo un triunfo. Por su puesto, hay episodios de la historia española más tranquilos, menos polarizados historiográficamente , al ser más neutros en cuanto a política e ideología. Pero ello no ocurre con los asociados a esta fecha que, por su carácter de hitos fundacionales, se ven muy expuestos a una total distorsión.

En este libro, precisamente, se trata de abordar cada uno de esos tópicos que orbitan en torno a la fecha, simbólica si se quiere pero tampoco arbitraria, de 1492, y que han aparecido en la literatura negrolegendaria a modo de fantasmas, vueltos del pasado una y otra vez para juzgar y acusar a España de mal comportamiento histórico: así al-Ándalus contra España, Sefarad contra España y América contra España. En los viajeros del siglo XIX, en los periodistas del xx y en los blogueros del XXI se fueron formando, cristalizando, aquilatando, matizando esos temas asociados al nombre de España que adoptaron la forma de dedo acusador pantocrátor, hasta consolidarse en la actualidad (por lo menos en determinados ámbitos, muy resistentes a la razón histórica) en un «yo acuso» permanente.

Se busca aquí, por nuestra parte, conjurar estos fantasmas, descubriendo las trampas, los trucos de ilusionista en los que se basa su aparición, e intentar así devolver a sus quicios, sin omitir ni exagerar nada (revirtiendo la metodología típica de la leyenda negra), cada uno de estos fenómenos históricos asociados a España en 1492, y que figuran en la historiografía, en determinada historiografía, completamente desquiciados, negrolegendariamente desquiciados. Sobre todo porque esta versión, muy pregnante y beligerante a ciertos niveles, resiste poco a un análisis en profundidad, tanto en su profundidad histórica (es decir, documental, de archivo) como también en la política y sociológica.

Estos tópicos quizás se pueden aglutinar como quintaesencia de su deformación grotesca, caricaturesca, esperpéntica, en torno a la Inquisición: la España inquisitorial concentra todas las maldades que dan con la definición plena, exhaustiva, esencial de España. España es, sobre todo y ante todo, la España inquisitorial, de tal modo que ya nada cabe, ninguna alegación es posible, nada más tiene que decir España -ni política ni históricamente-, por haber sido cómplice de semejante tribunal. Un tribunal que tiene en la «mentalidad inquisitorial», como subproducto suyo y bien arraigada en los españoles, el fundamento del atraso de España como sociedad contemporánea. El espíritu de la Inquisición, a pesar de ser abolida en 1834, sigue habitando entre nosotros como lastre, como peso muerto, sin exorcizar, e impide que logremos convertirnos en una sociedad moderna, avanzada, democrática, en fin.
Este es el sambenito -y nunca mejor dicho- que cuelga en nuestra espalda como españoles, el pecado original transmitido de generación en generación a través de la carne quemada de los condenados por la Suprema Inquisición :cada español, dice la leyenda, lleva dentro un Torquemada, el Adán de nuestra historia, que es la historia -como la sagrada- de una condena, pero en este caso sin redención posible.


DE IMPERIO UNIVERSAL...

Ahora bien, el nombre de España significa, por lo menos históricamente hablando, el desarrollo secular de un imperio cuyo núcleo surge a partir de la resistencia de las sociedades asentadas, en principio, en las cordilleras cantábrica y pirenaica, frente al empuje islámico que, desde el 711, significó, a su vez, la ruina del Reíno (visigodo) de Toledo. Se supone que los llamados «núcleos de resistencia» cristianos buscaban, con su oposición antiislámica, restituir ese Reíno de Toledo perdido, ganándole de nuevo el terreno al islam, pero organizados, coordinados -y esta es la novedad-a través de la idea de Imperío .
Es decir, surge con el imperio una realidad política de naturaleza distinta al Reíno de Toledo (no se agota España en un solo reíno; de hecho, el Reíno de Toledo nunca se restituirá) que fija en Oviedo -refundada ad hoc por Alfonso II como capital imperial con el nombre de «nueva Toledo»- el centro de esta acción imperialista que, sea como fuere, marca el inicio de un proceso, el relativo al desarrollo del Imperio hispano frente al islam (Santiago como anti-Mahoma, dirá Américo Castro), que llega a su consumación en 1492 con la conquista de Granada y, sobre todo, con el descubrimiento y ulterior conquista de América.

De este modo, importante es subrayarlo porque marca nuestra posición en relación con el origen de España como realidad histórica, lo que se inicia en Oviedo tras la invasión islámica no es una «recuperación» de ese Reino de Toledo (según la idea neogótica de reconquista, alimentada sin duda por la influencia de la inmigración mozárabe, que tanta trascendencia tendrá, por otra parte, en la historiografía), sino el desarrollo de un programa imperial que, alimentado por el proselitismo cristiano, buscará «recubrir» todo el territorio que ocupa el islam hasta terminar desbordando el ámbito peninsular -y, por tanto, la idea del reino visigodo de Toledo-, a través de la insólita aparición del Nuevo Mundo.

Precisamente esta norma imperial, sostenida desde el principio (digamos, ab urbe condita, en referencia a Oviedo) por la monarquía astu1iana y continuada por el Reino de León y, ulteriormente, por Castilla, es lo que de común terminan teniendo los distintos «núcleos de resistencia» surgidos en el norte peninsular frente a Mahoma, pero también frente a Carlomagno, una vez consolidados como tales reinos. Una consolidación, decimos, que poco tiene que ver, en realidad, con el reino visigodo de Toledo, sin negar su «inspiración institucional» sobre los nuevos reinos (Líber iudiciorum, etc.), al quedar el ámbito peninsular e islas adyacentes en el que este se inscribía totalmente sobrepasado con la aparición del Nuevo Mundo y la acción de España en él.
Es más, no solo el Reino de Toledo se verá superado, sino que el propio Viejo Mundo, el mundo antiguo en su concepción pliniana (tripartita, tricontinental), será rebasado por la acción de España (reflejada en la divisa plus ultra), lo que otorga a España, junto a otras muy pocas sociedades políticas -Grecia, Roma, Gran Bretaña, Rusia, Estados Unidos, China quizás, y en menor medida Portugal, Francia y Alemania-, un gran significado desde el punto de vista de la historia universal.

Este carácter imperialista, este desbordamiento de sus propias fronteras en lucha con el islam, moviliza la acción de España a escala global, y así cobra significado histórico como sociedad política.
España, pues, no se agota en su ser nacional, no es, sin más, una nación entre otras homólogas, sino que si España importa algo en el contexto histórico y universal, lo hace por su carácter imperial y no por su carácter nacional, al expandirse más allá de sus fronteras buscando el «dominio universal» (en la línea del Imperio alejandrino). Ya lo advertía muy bien Unamuno:

¿Es España una nación? -me preguntaba un lego en historia-. Y le dije: España es internacional, que es modo universal de ser más que nación, sobrenación. Un conglomerado de republiquetas no es nada universal si no se eleva a imperio.

El nombre de España representa, pues, una aventura histórica secular que, bajo esta norma imperial establecida desde el principio Alfonso III el Magno, Alfonso VI, Alfonso VII se intitulan emperadores, elfec ho del Imperio de Alfonso X, Carlos I emperador, etc., llegará a tener un alcance global efectivo como imperio «realmente existente» -«Tú me diste la vuelta» es la divisa que regala el emperador Carlos I a Elcano al completar este la primera vuelta al mundo- cuando con el descubrimiento, conquista y administración de América, y la ulterior anexión de Portugal en 1580, España llegue a su máximo esplendor abarcando los tres océanos y llamando incluso a las puertas de China (y desplazando al Mediterráneo, de paso, del centro del escenario de la historia universal).

... A NACIÓN FANTASMAL Y ESTADO FALLIDO

Ahora bien, el auge de este imperio, de semejante mamotreto histórico, se encontró con la rivalidad de otras sociedades políticas que resistieron a su dominio con las armas pero también con el papel, siendo aquí, en la guerra de la propaganda, en general no muy bien manejada por una sociedad católica como la española, en donde España se va a encontrar con esa leyenda negra cultivada por las potencias rivales y cuyo peso se va a mostrar con toda su fuerza y beligerancia no cuando España esté en el cenit sino, justamente, cuando este auténtico mastodonte imperial se vea ya vencido y sustituido por esas otras potencias rivales (traslatii imperii) que, naturalmente, contarán la feria, la feria de la historia universal, según les haya ido en ella, y en general, España sale en dichos relatos muy mal parada.
Desde esta perspectiva negrolegendaria (y aun manteniendo versiones contradictorias), el pecado original español, el mal español que recorrerá transgeneracionalmente hasta llegar a la actualidad, se definirá en esos diez meses decisivos que transcurren entre el 2 de enero y el 12 de octubre de 1492 -pasando, claro, por el mes de marzo-, durante los que, de un capirotazo, España se consolida como Estado y pone las bases fundamentales de su cristalización como imperio católico: rendición de al-Ándalus, expulsión de Sefarad y expolio y genocidio de América. En apenas unos meses, dice la leyenda, España sacrifica en el altar de la voluntad de poder despótico esa sociedad armónica, ese «paraíso» de las tres culturas que supuéstamente representaba la España medieval.

Según esta versión, España renunció sin más a la tolerancia, al respeto al «otro», a la convivencia armónica con el diferente, a la sociedad inclusiva y contemporizadora con las minorías (religiosas, étnicas, políticas), y se despachó a gusto guerreando, expoliando, segregando y exterminando todo lo que no comprendía. El siempre laureado, conocido y reconocido por su hispanofobia, Juan Goytisolo, lo dirá sin ningún miramiento:
En el siglo XVI se crea una empresa de demolición de toda la cultura española, llevada a cabo a ciencia y conciencia por el nacionalcatolicismo: expulsión de judíos y moriscos, destrucción de las cátedras de humanidades, persecución de los erasmistas, de los protestantes, de los místicos y de la naciente ciencia española. Todo es arrasado y, a finales del siglo XVII, España ya es un erial en todos los terrenos. Cuando los franceses llegan en el siglo XVIII, se dan cuenta y acuñan la frase: Ajríque commence aux Pyrénées. Los ilustrados y liberales españoles se propusieron la europeización de España para superar el retraso, al tiempo que se interrogaban sobre el porqué del mismo.

VER+:

MANIFIESTO EN DEFENSA DE ESPAÑA



1492 POR PEDRO INSUA



Crítica del libro 1492: 
España contra sus fantasmas, de Pedro Insua