"LOS PUESTOS VITALICIOS
SON ANTI-EVANGÉLICOS"
No a las parroquias-cortijo
"El bien pastoral reclama movilidad y renovación en los sacerdotes"
Clericalismo y dignidad del laicado
La Iglesia católica actual, y al margen de debilidades humanas de no pocos de sus miembros, carece de atractivos para la juventud, los intelectuales y las personas cultas y lógicas
Hay diócesis, o provincias eclesiásticas, en las que determinadas parroquias se las considera, y se aspira a ellas, como a otros tantos oficios o "beneficios".
En rigurosa sintonía académica se las conoce también como "canonjías", a las que la misma RAE en su diccionario, define como "empleo cómodo y muy ventajoso", o como "cierta prebenda eclesiástica". En diócesis eminentemente industrializadas alcanzan la titulación de "negocios", de modo similar a como en las agrícola-ganaderas prevalece el carácter semipericlitado de "finca" o "cortijo" de "pastoreo o labranza".
Recientemente, a unas y a otras, el Papa Francisco se ha referido como "parroquias-huerto".
En unos tiempos en los que en determinadas diócesis españolas se preparan asambleas y reuniones entre sacerdotes, obispos y laicos, en las que el diálogo eclesial es imprescindible en todas sus direcciones, creo suficientemente justificadas las reflexiones siguientes:
Como anillo al dedo encajan a la perfección las orientadoras palabras de la última carta pastoral colectiva firmada por los obispos de Galicia. En ella se insiste en que "ni el sacerdote es propiedad de la comunidad parroquial, ni esta lo es del sacerdote". "Su destino al servicio de ella no será vitalicio". "Quienes ejercemos un ministerio ordenado sabemos que nuestra vocación es el servicio, por lo que jamás habremos de considerarnos, ni nos considerarán, "propietarios" de las respectivas parroquias, ni de los bienes patrimoniales o históricos de las mismas".
Otros comentarios estricta y religiosamente religiosos, por parte de hipotéticos asamblearios desde perspectivas y situaciones diversas, coinciden consecuentemente con estos: Es hora ya de que en la designación de los obispos participen sacerdotes y laicos.
Alargar a perpetuidad los procedimientos vigentes imposibilita cualquier posibilidad de reforma en la Iglesia.
La imagen, símbolos, ritos y liturgia, y los procedimientos actuales que encarnan la mayoría de los obispos, difícilmente son homologables con el evangelio. Los obispos "vitalicios", es decir, hasta que les llegue la jubilación, no debería sobrepasar los seis u ocho años en sus diócesis. El futuro de la Iglesia que representan y que intentan hacerla vivir, está más que cuestionado, dentro y fuera de la institución y en fiel sintonía con la teología, la pastoral y la sociología.
"Profesión-vocación: sacerdotes", precisa de profunda, humilde y actualizada reforma. Más aún, tal titulación se acaba. El problema de las vocaciones y su acentuado y creciente éxodo de los seminarios, noviciados y centros de formación, así lo delata, y del mismo tienen ya clara conciencia sociólogos y pastoralistas, con excepción de los obispos y de parte de la clerecía.
La Iglesia católica actual, y al margen de debilidades humanas de no pocos de sus miembros, carece de atractivos para la juventud, los intelectuales y las personas cultas y lógicas. El número de sacerdotes jóvenes es escaso y además, todos han de iniciar su ministerio ya "avejentados", es decir, "presbíteros" en ideas y en enseñanzas de vida, por muchos conocimientos teológicos que testifiquen sus títulos y sus estudios.
Y conste que no es solo el celibato obligatorio la causa y explicación principal de situación tan extraña y fuera de lugar. Lo es en mayor proporción y entidad, el estilo que catalogan como propiamente "pastoral", docente, alejado y desencarnado de los demás y de sus realidades familiares, sociales y convivenciales. La pertenencia obligada de los curas a las "fuerzas vivas de la localidad", les roba naturalidad y sobrenaturalidad. El bien pastoral reclama movilidad y renovación en los sacerdotes. Es una barbaridad, y un sinsentido, regir las parroquias durante toda la vida ministerial, convertidos en funcionarios y en caciques, aún con la mejor de las intenciones y propósitos.
Los laicos -feligreses-, más que "ser" y pertenecer a la Iglesia, "están" -o casi están-, en la misma. "Oyen", "asisten", van a misa", y se limitan a decir "Amén", sometiéndose al rito de la paz, para lo que se dan fríamente la mano, comulgando algunos, y dejando en el cestillo-colector, o gazofilacio, unos céntimos de euros. La colaboración y participación activa en la vida parroquial, es decir, en la Iglesia, es prácticamente nula, o deja mucho que desear, en el mejor de los casos, reafirmándose en la idea de que ella -la Iglesia- es cuestión de curas y obispos. La desclericalización de la misma es asignatura pendiente.
En el contexto de la teología del laicado, el tema de la mujer es capítulo aparte. El machismo tan exacerbado y anticristiano, con carácter casi dogmático, imperó e impera en la Iglesia, recortándole por ahora las alas a cualquier noble y sensata esperanza, pese a los datos tan optimistas que se registran en los demás órdenes de la vida cívica, profesional, política, social, económica, docente y empresarial.
El destierro de la mujer de la Iglesia es grave pecado estructural y personal, de quienes, "en el nombre de Dios" son sus autores. Sin participación, hasta sus últimas consecuencias, aún rituales, de la mujer en la Iglesia, esta deja de serlo. La mujer es su alma. Es -será- su futuro. El presente, no puede ser para ellas más desolador, absurdo, contradictorio y hasta ofensivo.
Temas como estos, y otros más, se harán dialogadoramente presentes en las asambleas diocesanas programadas hoy en España, que solo así contarán con la gracia de Dios y las bendiciones del Papa Francisco.
La renovación del clero
"¡Así no pueden seguir! ¡Hay que ser cretivos! ¡Hagan algo!"
¡Ejerzan la sinodalidad y busquen nuevos caminos! Son posibles. Sólo hace falta ‘parresia'
Días pasados, José M. Castillo, realizaba, con su habitual acierto, un atinado diagnóstico sobre el ejercicio del Papado en el futuro. A su vez, relacionaba una serie de ‘asuntos urgentes y apremiantes, que no admiten espera'. Todos ellos de gran calado. Evidentes, aunque hay quien ha mirado y mira para otro lado, no quiera verlos y pretenda ocultarlos. Difícil empeño. Pero, ahí están las resistencias.
Efectivamente, la Iglesia tiene un muy grave problema en relación con la renovación del clero. Es notorio que los seminarios y noviciados están, en general, casi vacíos o han cerrado. Es cierto que, en muchas diócesis, ya existen problemas reales para atender los servicios habituales (administración sacramentos/funcionarios de la salvación). Es cierto que no hay transparencia sobre el problema y que se llevan ya muchos años, muchísimos, sin saber cómo se va a reaccionar frente al mismo. Se ha hablado por algunos de ‘invierno vocacional' y de ‘viña devastada'. Es más, los fieles más responsabilizados con su papel en la Iglesia aguantan con paciencia su aparcamiento y sufren el desviacionismo del que son víctimas. El problema es evidente. Urge, por tanto, acometer, dentro de lo posible, su solución.
Quiero pensar -hablando con relación a España- que esta realidad preocupa a los Obispos. Si es así, convendría que, después de un amplio debate entre Ellos y en sus Iglesias respectivas, asumieran la realidad sin tapujos. ¡Así no pueden seguir! El cómodo lamento y el simple esperar a ver que pasa es apuntarse a la nada. ¡Hay que ser creativos! Ya conocen la historia más reciente. Ya saben los resultados de no haber impulsado el espíritu renovador del Concilio Vaticano II. Sin embargo, da la impresión de que siguen estancados, repiten los errores del pasado y vuelven a querer recorrer el mismo camino. ¡Como si no hubiesen aprendido nada de lo ocurrido!
Permitan (con el deseo de colaborar) que les sugiera unas pocas preguntas: ¿Todavía piensan que la cuestión ha de ser abordada por cada Iglesia local de modo individual? ¿Todavía creen que son viables los Seminarios actuales, donde los mantengan? ¿Están satisfechos del nivel medio de la formación de sus sacerdotes? ¿Están seguros que ahora tienen garantizada esta formación necesaria para el futuro? ¿No les parece que han de repensar la figura misma del sacerdote y de su función en la Iglesia actual?
¿Acaso esperan que una Iglesia, tan volcada en la restauración del pasado y tan a la defensiva, responderá con solvencia a los retos de la evangelización? ¡Muévanse, agiten el problema, salgan a su encuentro! ¡Hagan algo!
Es obvio, por otra parte, que la Iglesia viene manifestándose secularmente como una institución profundamente clerical. Todo el mundo sabe -ustedes señores Obispos tampoco lo ignoran- los males de todo tipo que semejante desviación ha venido causando. No es extraño que el papa Francisco lo tenga entre ceja y ceja.
Ustedes, señores Obispos, han de hacer suyo tal magisterio y dejarse de tantas resistencias, expresas o silenciosas. ¡Ejerzan la sinodalidad y busquen nuevos caminos! Son posibles. Sólo hace falta ‘parresia'.
En las actuales circunstancias (me temo que persistirán durante mucho tiempo), los sacerdotes podrían seguir, como función específica, con la administración de la Eucaristía y la Penitencia junto con la proclamación de la Palabra. Esta sugerencia del cardenal Marx merece la pena ser reflexionada y valorada. Por escasa atención que se haya prestado, ¿quién no ha advertido la necesidad de renovar el lenguaje y las formas de llegar a la gente?
"Cada vez le cuesta más a la gente entender lo que estamos proclamando y hasta no entiende nuestros sermones", ha explicitado el ilustre arzobispo de Múnich. Valoración que también ha puesto de relieve el Arzobispo Mons Rodríguez Carballo, secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica: "Hay que cambiar de lenguaje: los jóvenes no entienden el 99% de nuestras homilías". En términos similares, por poner otro ejemplo autorizado más, se manifestó el Arzobispo chileno de Concepción, Mons Chomalí.
Si algo les es exigible a quienes proclaman la Palabra de Jesús es que la conozcan, la hayan interiorizado y la vivan con cierta intensidad. Es una de sus misiones más esenciales en la Comunidad cristiana. Sin embargo, la experiencia nos enseña que su lenguaje es de otro mundo, es muchas veces ininteligible, vacío de contenido, poco sugerente y atractivo. Se suelen mover por los terrenos del tópico y los lugares comunes.
Es muy poco habitual que el predicador de la Palabra en los actos litúrgicos te sorprenda con una glosa verdaderamente completa, en la línea del llamado realismo evangélico. ¿No me digan, señores Obispos, que ignoran esta realidad? ¿Acaso están de acuerdo en que el cristianismo es un ‘mero fenómeno cultural'? ¿Qué vienen organizando para fomentar y actualizar la formación y espiritualidad de sus sacerdotes? ¿No piensan que el sacerdote necesita ahora completar su formación con saberes de carácter secular?
Se ha terminado ya hace tiempo, como ha sugerido el cardenal Marx, la figura tradicional del "liderazgo autoritario" según el cual una persona da órdenes y las demás obedecen. Ya no pueden ser "los protagonistas principales de las comunidades locales", que "supervisen todo lo que acontezca en la vida de la parroquia". Es obvio que "el liderazgo moderno consiste en aunar los talentos de las personas y no en hacerlas llevar a cabo las ideas de otro". Fina observación del purpurado bávaro, que reclama una mayor atención a la hora de organizar, en los tiempos actuales, el servicio parroquial.
0 comments :
Publicar un comentario