Contra el separatismo
Fernando Savater
Si alguien no se podía quedar callado ante la situación que está viviendo España, ese es Fernando Savater, quien a lo largo de su vida ha combatido desde la razón todo exceso de totalitarismos.
A modo de panfleto, este libro pretende ser un golpe directo a la sinrazón de los separatismos. Porque el separatismo no es una opinión política o un ensueño romántico, como puede ser el nacionalismo, sino una agresión deliberada, calculada y coordinada contra las instituciones democráticamente vigentes y contra los ciudadanos que las sienten como suyas. No es un delirio más o menos grave, sino un ataque en toda regla al núcleo más importante de nuestra garantía de ciudadanía, el Estado de Derecho. Con algo de paciencia y sentido del humor, se puede convivir mejor o peor con los nacionalistas; pero con los separatistas no hay más arreglo posible que obligarles a renunciar a sus propósitos.
Hay en el separatismo algo especialmente maligno, incluso desde una perspectiva mítico-religiosa. El Diablo es etimológicamente el separador, dia-bolum, el que desune y rompe los lazos establecidos.
La tarea diabólica es la fechoría antihumanista por excelencia, separar a los que conviven juntos y obligarles a detestarse unos a otros, a alejarse:
sembrar la discordia, el desgarro de los corazones. Es de lo más desdichado que tantos separatismos pequeños y grandes encuentren terreno abonado en España, hasta el punto de que cualquier símbolo regional y si es posible excluyente sea visto como algo liberador, progresista, por la izquierda lerda y sus asimilados: es prueba de que tenemos un país de todos los diablos...
En un nuevo libro resume los argumentos que aniquilan la mentira y el adoctrinamiento de quienes viven en la posverdad nacionalista
En su nuevo libro, «Contra el separatismo» (Ariel), Fernando Savater ha resumido, a modo de receta, las razones de peso contra el separatismo, argumentos de fuerza evidente para «quienes no llevan ese sello diabólico en la frente o quienes aún lo tienen superficialmente grabado». Reunimos aquí los siete brillantes epígrafes que todos deberíamos tener en cuenta estos días en los que aún se mantiene la incertidumbre:
1. Es antidemocrático
Los portadores de derechos son los ciudadanos, no los territorios. Cualquier ciudadano es igualmente dueño político de cualquier parte del Estado, porque ninguna pertenece en exclusiva a quienes ocasional o secularmente tienen los pies puestos en ella. Hablar de una «ciudadanía catalana» o «vasca» es como referirse a aquella «equitación protestante» con la que bromeó Borges. El referéndum celebrado (más o menos) el 1-O era inválido no por carecer de transparencia, censo fiable, recuento limpio, sino porque convocantes y participantes carecían de competencias para decidir por sí solos lo que era de todos.
2. Es retrógrado
Porque plantea una ciudadanía basada en el terruño, en la identidad étnica, en la lengua única. El «nosotros» de los separatistas es siempre «no a otros». Y marca un regreso al tradicional caciquismo hispánico que saboteó concienzudamente las promesas liberales y sociales de la democracia española en el siglo XIX y comienzos del XX.
3. Es antisocial
El Estado social debe ser fuerte para no admitir más privilegios locales que los que pueden revertir en mayor bienestar para todos, y lo suficientemente centralizado para garantizar la igualdad de los servicios públicos en todo el país. El único argumento para mantener cualquier disparidad fiscal entre regiones es que sea en beneficio común, no en nombre de «derechos históricos», que son algo así como las brujas de Zugarramurdi de nuestro ordenamiento jurídico y deberían desaparecer si hay una reforma constitucional.
4. Es dañino para la economía
Así está quedando patente en la huida de empresas ante el anuncio de la independencia unilateral de Cataluña. Crear fronteras internas y multiplicar los aranceles en un espacio de mercado que hasta ayer estaba unido es un atentado al desarrollo económico y afecta sobre todo a los pequeños empresarios y comerciantes. Y ello una vez ampliamente demostrado que los agravios económicos que denunciaron no son reales y que no era «España» quien les robaba, sino una importante y muy reconocida familia de la casta nacionalista.
5. Es desestabilizador
El países se divide en banderías opuestas, se fomenta la inseguridad institucional, jurídica, etcétera, y las fuerzas de orden público se convierten en jenízaros al servicio de caciques locales. Además brinda una oportunidad de oro para aumentar su cuota de poder a las fuerzas políticas antisistema. Otras fuerzas totalitarias, como el III Reich, ya se apoyaron en su día en movimientos separatistas de las potencias europeas para zapar su fuerza y someterlas. A mi entender, Podemos significa una amenaza mayor a medio plazo para las libertades democráticas de España que cualquier partido nacionalista.
6. Crea amargura y frustración
Siempre que se deshace un país que llevaba mucho tiempo unido, no digamos si son varios siglos, aunque sea con consentimiento legal, deja una ristra de dramas personales y familiares, como se ha visto en Pakistán, Yugoslavia... en muchos sitios. La generación que padece la división, sobre todo cuando ha sido precedida y acompañada por una campaña de odio social al distinto fomentada por la educación sectaria y los medios de comunicación criminógenos, queda inevitablemente traumatizada y a veces duraderamente resentida. El que pierde a sus compatriotas sufre algo más que un daño administrativo o una serie de molestias burocráticas.
Si un territorio se separa a las bravas o incluso por las buenas pronto surgirán otros contagiados de lo que Freud llamó «el narcisismo de las pequeñas diferencias». También en Europa. Esperemos que esta muy real amenaza en perspectiva baste para que los miembros de la Unión Europea apoyen sin fisuras al Estado español en su tarea de atajar el separatismo, recordando que ya una vez en el pasado siglo el enfrentamiento civil en España fue una especie de ensayo general del enorme y sangriento que luego desgarró a toda Europa.
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