MEMORIA DEL COMUNISMO
DE LENIN A PODEMOS CASTROCHAVISTA
Federico Jiménez Losantos
Cien años y cien millones de muertos después, ¿por qué el comunismo sigue siendo una ideología respetada? Buceando en las fuentes originales -de Marx, Bakunin y Lenin al Che o Pablo Iglesias- este libro explica la naturaleza real del comunismo, sus raíces filosóficas y políticas, los errores habituales sobre su historia y el hecho más terrible: que, cien años y cien millones de muertos después, siga siendo una ideología respetada entre políticos, profesores y periodistas. En dos países europeos, Rusia y España, se intentó crear en el siglo xx un régimen comunista. En Rusia, tras cinco años de feroz guerra civil de Lenin contra su pueblo, el comunismo triunfó.
En España, tras una atroz guerra civil de tres años, perdió. Pero se discute el papel de Stalin en la guerra -de Paracuellos y la muerte de Nin al oro del Banco de España- y se oculta la actuación de los dos comunismos españoles: el marxista del PCE, el PSOE bolchevizado o el POUM; y el bakuninista de la CNT-FAI, que impuso el terror rojo en Cataluña con la ayuda entusiasta de Companys. Ni la Rusia bajo la Cheka ni la España bajo las checas se recuerdan hoy. Solo eso y el éxito de la propaganda soviética desde 1917 explican la irrupción y el éxito de Podemos. ¿Por qué se creían los bolcheviques con derecho a imponer a todos su idea de sociedad y a asesinar a los que la rechazaban e incluso a los que no llegaban a hacerlo?
Esta es la gran cuestión del siglo que el mundo lleva a cuestas desde que Lenin tomó el poder: ¿por qué los comunistas se creen legitimados para robar y matar en nombre de una utopía que apenas esconde su afán de poder ilimitado? Lo peor del sistema de Lenin no es que se crea con derecho a imponer su dictadura y a matar a sus opositores, sino que las sociedades democráticas acepten ese derecho a robar y matar de los comunistas. Esta Memoria del comunismo recuerda por qué sucede. Y cómo, conociendo su historia y la de España, cabe evitarlo.
Cien años de una revolución
que implantó el crimen como modelo de Estado
Juan E. Pflüger
Se cumple un siglo de la Revolución Rusa, el primer triunfo del comunismo. Desde entonces, 100 millones de personas han sido asesinadas en su nombre
La izquierda española tardó en desterrar a Stalin de sus idearios, aunque en los últimos tiempos ha resurgido en los sectores más radicales, pero no ha ocurrido lo mismo con Lenin. Y ello a pesar de que fue el iniciador de los exterminios en masa en la Unión Soviética y el creador de la policía represiva de un régimen tiránico que duró más de setenta años.
Y no es por desconocimiento:
En 1918, según Izvestia, fueron ejecutadas por contrarrevolucionarias –es decir, por pensar de manera diferente a Lenin-, casi 6.000 personas solamente en Moscú y Petrogrado. Ese mismo año las fuerzas bolcheviques dirigidas por Stepán Shaumián con apoyo de Lenin masacraron a 14.000 civiles que se oponían al proyecto de instaurar un régimen soviético en Azerbaiyán como una república satélite de Moscú. Entre las víctimas de Bakú se encontraban los dirigentes socialdemócratas, comunistas mencheviques y liberales que fueron asesinados junto a toda su familia.
En 1919 se produjo una de las mayores masacres decididas por Lenin, curiosamente de ello no hablan los dirigentes podemitas para quienes todo en el líder revolucionario era bueno y admirable. En Turquestán, un territorio díscolo frente al Imperio Ruso que mantenía contra sus nuevos amos soviéticos la revuelta Basmachí, Lenin impuso la denominada “hambre artificial”. Un bloqueo a la entrada de alimentos en una zona de guerra permanente que ocasionó más de 1,2 millones de muertos en pocos meses y que supuso el agotamiento y sometimiento de un territorio que no quería pertenecer a la naciente Unión Soviética.
El avance soviético seguía imparable imponiendo el terror como forma de sometimiento. Un modelo que el propio Lenin había descrito perfectamente: “Ahora y sólo ahora, cuando en las zonas afectadas por el hambre hay antropofagia y las carreteras están pavimentadas con cientos de cadáveres, si no miles, es cuando podemos –y por lo tanto debemos- insistir en la apropiación de los objetos de valor (…) con la energía más implacable y despiadada, sin reparar en medios para aplastar toda resistencia (…) debemos declarar ahora una guerra decisiva y despiadada, y someter su resistencia con una brutalidad que no olviden durante décadas”.
Tras el Turquestán llegó el turno de Kiev, donde en una sola semana los bolcheviques del Ejército Rojo fusilaron a más de 3.000 personas. En toda Crimea la represión en 1920 había superado los 60.000 asesinatos contra la oposición política. Allí aplicaron la técnica de Lenin de matar de hambre al enemigo y durante los dos primeros años de ocupación soviética habían perecido por inanición más de 100.000 personas, en su mayor parte mujeres y niños.
La crueldad impuesta por Lenin se dejó sentir especialmente en algunas ciudades, como es el caso de Ganzha, en Azerbaiyán, donde la entrada de las tropas comunistas se saldó con el asesinato de 15.000 opositores en unas pocas horas.
Existen estudios que los profesores de la facultad de Ciencias Políticas no deberían desconocer a la hora de hablar de Lenin. En ellos, el estudio de la represión es tan pormenorizado que da las cifras agrupando a las víctimas por categorías. Así, entre las víctimas de Lenin, según recoge el libro “La URSS”, de Jorge Fernández Pradel (1932), se cuentan 890 mil campesinos, 268 mil soldados, 56 mil oficiales, 196 mil obreros, 8.800 médicos, 6.775 maestros, 212.263 intelectuales, no menos de 100 mil religiosos y más de 750 mil mujeres y niños que no se pueden adscribir a las categorías anteriores.
Si la izquierda occidental, salvo un reducido número de radicales, adjuró de Stalin por sus crímenes. Sin embargo no ha ocurrido lo mismo con Lenin, quien inició los exterminios en masa, y todo ello a pesar de que sus crímenes están documentados desde los años veinte del siglo XX.
SU RETORNO AL GOBIERNO DE ESPAÑA, LAS DESGRACIAS
QUE SE PRODUJERON Y LOS DESASTRES QUE OCASIONARON
Ochenta años después de la Guerra Civil, los comunistas de Iglesias volvían al Gobierno de la mano de los socialistas de Sánchez. Y, a la vez, se desataba la catástrofe del Covid19, que dotó al Gobierno de poderes especiales y permitió a Podemos afianzarse y desarrollar iniciativas desastrosas, desde el mantenimiento del 8M que dispara los contagios, hasta sus planes ecologistas contra el turismo y los automóviles o las subidas fiscales generalizadas. Iglesias y Montero han cambiado un movimiento antisistema que llegó a casi seis millones de votos por un partido comunista dinástico de solo tres millones, pero que es clave en el bloque de poder izquierdista y separatista.
El caso Dina y las derrotas electorales en Galicia y País Vasco destaparon las debilidades de un partido dependiente totalmente de su líder. Pero ¿quién es Pablo Iglesias? ¿Es verdad lo que cuenta de su familia? ¿Cuál es su relación con el narco-chavismo? ¿Podría el Gobierno Sánchez-Iglesias acabar con la monarquía y el régimen constitucional?
Tras su último libro "Memoria del comunismo", Federico Jiménez Losantos responde a estas preguntas y plantea dos esenciales: ¿qué mutaciones hacen del comunismo un peligro real en pleno siglo XXI? ¿Sobrevivirá España a la acción conjunta de la izquierda y el separatismo?
En este nuevo libro Jiménez Losantos aborda el retorno de los comunistas al Gobierno de España, hecho que no se producía desde el año 1936, con la coalición electoral del Frente Popular. Las desgracias y los desastres que produjeron aquellos nos amenazan hoy.
Sobre un color violáceo de fondo y con el comunismo en morado, que es el color que ahora pinta, ondea una bandera de España tomada por la hoz y el martillo, símbolo del comunismo.
Federico Jiménez Losantos vuelve a firmar un ensayo político de más de cuatrocientas páginas en las que analiza tanto los hechos de la actualidad relacionados con el gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, como sus conexiones con la historia reciente de España, con la Guerra Civil y el franquismo. El libro aporta datos y anécdotas desconocidos hasta ahora.
Capítulos dedicados a la saga de los Iglesias, el abuelo y el padre del vicepresidente, y la conexión de éste con los terroristas del FRAP, o a las nuevas batallas ideológicas de una izquierda obsesionada con las identidades, nacionalistas o de género, y a la censura y el control de la historia a través de leyes como la de Memoria Democrática.
Jiménez Losantos analiza el caso Dina y las derrotas electorales en Galicia y País Vasco que destaparon las debilidades de un partido dependiente totalmente de su líder. Iglesias y Montero han cambiado un movimiento antisistema que llegó a casi seis millones de votos por un partido comunista dinástico de solo tres millones, pero que es clave en el bloque de poder izquierdista y separatista. Respecto a Podemos, también se toca tanto su relación con el narco-chavismo como su obsesión con destruir la monarquía y el régimen constitucional.
PRÓLOGO
LO QUE VA DE AYER A HOY
En octubre de 2017 entregué a "La Esfera de los Libros" el texto de "Memoria del comunismo. De Lenin a Podemos, que salió al mercado en enero de 2018. Ni la editorial ni yo podíamos pensar que iba a vender más de treinta ediciones y de cien mil ejemplares, señal de que no hay muchos libros sobre el comunismo y de que, por lo que estaba pasando en Venezuela, raíz y referencia de Podemos, en la opinión pública crecía el temor de que España siguiera la deriva chavista de la que aviso en Memoria y que, tres años después, se ha consumado. Mientras tanto, el régimen narcocomunista, aliado con Rusia, China e Irán, ha provocado la mayor catástrofe en términos de vidas, pérdida de propiedades y de derechos civiles de toda la historia de América.
Sin embargo, la llegada al Gobierno de Iglesias, epítome de Lenin en Memoria, obliga a una actualización de urgencia. La naturaleza proteica, cambiante y engañosa del comunismo no altera su condición esencial: la de ser una doctrina contra la propiedad privada que necesariamente destruye la libertad individual y cualquier forma de Estado de derecho. Y en España presenta variantes especiales con respecto a las formas clásicas de acceso al poder de los comunistas, que son tres: violencia insurreccional y guerra civil -URSS, China, Vietnam, Camboya-; ocupación militar -países de Europa Oriental que toma el Ejército Rojo tras la Segunda Guerra Mundial-; y la corrupción de un Gobierno salido de las urnas, pero cuyo líder va minando la división de poderes hasta imponer un régimen comunista -Venezuela-.
El caso de España es tan singular que ofrece dificultades casi insalvables para explicarlo a quienes no conozcan la historia del comunismo y la de España, un país aparentemente inaccesible al peligro comunista. La nuestra es lo que suele llamarse una democracia avanzada, miembro de la Unión Europea, la cuarta economía de la zona y cuya calidad de vida, del sistema sanitario al asistencial, la coloca entre los mejores países del mundo para vivir. Aun así, España tiene un cáncer: los movimientos separatistas catalán y vasco, con los que colaboran socialistas y comunistas, y que se han expandido a la Comunidad Valenciana, Baleares y Navarra.
Tiene también España un régimen constitucional de monarquía parlamentaria, como el danés, el inglés o el sueco, salido de la Transición democrática que acabó pacíficamente con la dictadura franquista y fue votado de forma masiva por los españoles en 1978. Los comunistas de Podemos, con los separatistas vascos, catalanes y gallegos, pretenden derribar la monarquía, a la que tachan de continuación del franquismo, cuando fueron Juan Carlos I, heredero de Franco a título de Rey, y Adolfo Suárez, secretario general del partido único franquista, los que trajeron la democracia, pactada con el PCE. Y atacan a la Corona porque, hoy por hoy, es un dique legal infranqueable para los proyectos de fragmentar España.
La legitimidad de la Transición fue por primera vez cuestionada por un Gobierno del PSOE, el de Rodríguez Zapatero en 2004, que promulgó una Ley de Memoria Histórica avalada por la derecha e incluso por Juan Carlos I, y que, tras los años perdidos de Rajoy, ha retoñado con Pedro Sánchez. Tras sacar el cadáver de Franco del Valle de los Caídos -sórdido exorcismo histórico de la derrota del bando del Frente Popular ochenta años antes, retransmitido por televisión como el Día D en Normandía, y que reabre simbólicamente la Guerra Civil-, el Gobierno Sánchez, hijo político del ahora embajador del narco-régimen venezolano, promulga una ley tras otra de «reparación histórica» antifranquista. Antes de que Podemos entrase en el Gobierno anunció la creación de una especie de Ministerio de la Verdad para perseguir legalmente a los que no comulguen con la idea del pasado de la izquierda, que no es la anticomunista del PSOE de Besteiro y González, sino la de Negrín y Álvarez del Vayo, un socialismo enfeudado al comunismo.
Esa dictadura sobre la memoria es algo que, aunque relativamente nuevo en Occidente -al menos con respecto a la ferocidad iconoclasta actual, capaz de derribar estatuas de Colón en América, con el aplauso de la jefa del grupo demócrata en el Congreso, o la de Churchill en Gran Bretaña-, existió desde 1917 en Moscú o Pekín. La llamada «cultura de la cancelación» tiene su modelo en la Revolución Cultural china, que destruyó buena parte de los cuatro mil años de civilización por budista, confuciana o, simplemente, «vieja».
Pero hay aspectos del comunismo actual que se han desarrollado tras la caída del Muro de Berlín y que tienen una importancia esencial en el nuevo totalitarismo de izquierda tan visible en Podemos o en regímenes despóticos iberoamericanos como la Bolivia de Evo Morales o la Argentina de los Kirchner. Son, por citar solo cuatro, el racismo (Black Lives Matter), el indigenismo, el parafeminismo queer y el ecologismo, unos frentes ideológicos que parecen muy alejados de la lucha de clases marxista leninista hasta que uno se fija en que sus enemigos son los mismos: la propiedad, la libertad individual y el derecho natural; y que su herramienta es también la misma: la ingeniería social, eso que ahora muy equívocamente se llama marxismo cultural, que abreva en fenómenos ideológico-mediáticos norteamericanos como el #MeToo, el queer o el del cambio climático, ayer acaudillado por Al Gore, hoy por Greta Thunberg.
Estos nuevos escenarios de confrontación social despistan a quienes ven o prefieren ver el comunismo como creen que era hace décadas. Pero incluso en la época de mayor expansión territorial de la URSS y máximo crédito intelectual del marxismo clásico, el comunismo libraba sus batallas ideológicas esgrimiendo fórmulas como la de la lucha por la paz, la lucha contra la energía nuclear -solo en Occidente- o el Movimiento de Países No Alineados, pero siempre alineados contra Occidente, y que por eso los apoyaba Moscú.
Hoy ya no hay una sino dos grandes potencias comunistas de capitalismo mafioso, China y Rusia, de tamaño y ambiciones diferentes pero no enfrentadas. El movimiento comunista en el llamado Tercer Mundo ha pasado de Cuba como única referencia al «socialismo del siglo XXI», el triángulo Caracas-La Habana-FARC, con aliados como Nicaragua, Argentina y México, sin olvidarse del populismo de extrema izquierda que arrasa bastiones como Chile o Perú. Puede decirse sin exagerar que, si el comunismo se define por el odio a la propiedad, la libertad individual, la ley y la tradición occidental, nunca ha tenido más fuerza que ahora. Nunca los Estados Unidos se han parecido más a la China de Mao con sus teatrales campañas de autocritica promovidas por el poder, como cuando Nancy Pelosi y los demócratas del Congreso se arrodillan ante no se sabe muy bien quién por sus pecados de racismo imperdonables y olvidándose de su Constitución, Lincoln, Kennedy y hasta Martín Luther King. La fuerza del colectivismo televisado es tal que ya no se sabe dónde empieza el movimiento marxista BLM y termina la NBA.
En el comunismo de hoy cabe todo lo que sale en televisión para quejarse de la atroz herencia occidental recibida. En España, Podemos, por ejemplo, es leninista, queer, ecologista, animalista, inclusivo en educación, feroz perseguidor de la lengua común española y a favor del separatismo de regiones ricas como Cataluña o el País Vasco. Pero nunca hay que fijarse en lo que defiende, sino en lo que ataca. Lo mismo: libertad, propiedad , igualdad ante la ley, tradición occidental y unidad nacional.
Nada más llegar al Gobierno, Podemos empleó el BOE y toda su trompetería para avanzar en esos ámbitos que no parecen gubernamentales, pero lo son de poder. Lo veremos en el caso de su feminismo queer, no solo por su importancia en el 8 de marzo del COVID-19, sino por ser una enmienda total a la familia como institución y a la naturaleza en su máxima definición biológica: los dos sexos capaces de reproducir la especie. Ese era el fin último de Marx y Bakunin, Lenin y Trotski: romper los milenarios lazos de la cultura y de la naturaleza para crear el hombre nuevo, ser inédito que solo existirá dentro de una comunidad en la que se prohíba lo individual.
El #MeToo y BLM desembocan fatalmente en "El cuento de la criada", aunque la industria de la comunicación -cada vez menos entretenimiento y más adoctrinamiento -lo vende en un solo paquete con lacito progresista, como si Handmaid's Tale no fuera una actualización mediocre de 1984, la Camboya de Pol Pot, la China de Xi Jinping o, muy ajustadamente, del Estado Islámico, referencia prohibida para no caer en la islamofobia. Zuckerberg ha prohibido a sus empleados oponer al racismo violento de Black Lives Matter el «All Lives Matter», que representa la lucha antirracista de Luther King y la Constitución norteamericana. Da igual que los negros maten más negros que blancos, o que los blancos maten más blancos que negros: hay que imponer la agenda progresista, al margen de la realidad de los números y la fuerza de los argumentos. Al que disiente se le condena en las redes o lo echan del trabajo. Mao en el Gran Salto Adelante no hizo algo diferente: impuso su dictadura sobre las mentes. Luego la extendió a los estómagos y mató de hambre a sesenta millones de chinos, pero no verán eso en las producciones de Hollywood ni en las series de Netflix.
Otro aspecto tragicómico, ya antiguo, de la presión colectivista en la sociedad actual es la infantilización, esa ingeniería social izquierdista que trata a los niños como a adultos y a los adultos como a niños. El buenismo tontorrón que parece obligatorio en las teleseries está alcanzando niveles estremecedores. Por ejemplo, el de la payasa Filomena en Argentina , que con sus trenzas enhiestas y su apósito rojo en la nariz acompañó en televisión a los representantes del Gobierno que daban la cifra de muertos del COVID- 19. Veinte contabilizaron ese día, pero, como era el de las Infancias -niñas, niños y niñes, dijo la política-, les rindieron homenaje aunque no estuvieran viendo la tele, con esta lírica creación de la payasa: «Una nube / cae la lluvia / crece el pasto / sube el árbol / caen las hojas / sobre el agua / hay un pulpo y un caracol / ¡clonc!».
De Victoria Ocampo a la payasa Filomena: he ahí el «significante vacío» de Laclau anegándose de comunismo y fascismo peronista. Así se entierra a veinte muertos en el país de Borges, ahora de los Kirchner y también de Podemos, porque su ministro de Educación fue, hasta la victoria de los sepultureros del fiscal Nisman, jefe de Gabinete de Pablo Iglesias. Esta es la modernidad: la payasa y los dos del Gobierno imitando en la tele la caída de la lluvia y las hojas y el crecimiento del árbol y la hierba. Raro es que no se la comieran.
En el comunismo, como en todo crimen, no hay casualidades. En la primera fila de invitados a la toma de posesión del presidente Fernández, padre del #GobiernoDePayasos, estaba el podemita Juan Carlos Monedero. Y la primera aparición de Pablo Iglesias como vicepresidente en televisión fue para pedir perdón a los niños por las incomodidades del virus, culpa de los mayores. Lenin quería «ingenieros de almas»; el leninismo lo difunden hoy los llamados «educadores sociales», clérigos de guardería y comisarios televisivos de la corrección política, que, como no aplaudas a la payasa de turno, te corrigen, vaya si te corrigen. El hombre nuevo sonríe al porvenir.
DISCURSO DE JULIÁN BESTEIRO
«Conciudadanos españoles: Después de un largo y penoso silencio, hoy me veo obligado a dirigiros la palabra por un imperativo de la conciencia, y desde un micrófono de Madrid.
Ha llegado el momento en que irrumpir con la verdad y rasgar la red de falsedades en que estamos envueltos, es una necesidad ineludible, un deber de humanidad y una exigencia de la suprema salvación de la masa inocente e irresponsable.
¿Cuál es la realidad de la vida actual de la República? En parte lo sabéis; en parte lo sospecháis o lo presentís; tal vez muchos, en parte al menos, lo ignoráis. Hoy, esa verdad por amarga que sea, no basta reconocerla sino que es preciso proclamarla en alta voz para evitar males mayores, y dar a la actuación pública urgente toda la abnegación, todo el valor que exigen las circunstancias.
La verdad es, conciudadanos, que después de la batalla del Ebro, los Ejércitos Nacionalistas han ocupado totalmente Cataluña, y el Gobierno republicano ha andado errante durante largo tiempo en territorios franceses.
La verdad es que, cuando los ministros de la República se han decidido a retornar a territorio español, carecen de toda base legal y de todo prestigio moral necesario para resolver el grave problema que se presenta ante nosotros.
Por la ausencia, y más aún, por la renuncia del Presidente de la República, ésta se encuentra decapitada. Constitucionalmente el Presidente del Consejo no puede sustituir al Presidente dimisionario más que con la obligación estricta de convocar elecciones presidenciales en el plazo improrrogable de ocho días. Como el cumplimiento de este precepto constitucional es imposible en las actuales circunstancias, el Gobierno Negrín, falto de la asistencia presidencial y de la asistencia de la Cámara, a la cual seria vano dar una apariencia de vida, carece de toda legitimidad y no puede ostentar título alguno al respeto y al reconocimiento de los republicanos.
¿Quiere decir esto que en el territorio de la República exista un estado de desorden? El Gobierno Negrín, cuando aún podía considerarse investido de legalidad, declaró el estado de guerra, y hoy, al desmoronarse las altas jerarquías republicanas, el Ejército de la República existe con autoridad indiscutible y la necesidad del encadenamiento de los hechos ha puesto en sus manos la solución de un problema gravísimo, de naturaleza esencialmente militar.
¿Quiere decir esto que el Ejército de la República se encuentra desasistido de la opinión civil? Aquí, en torno mío, se halla una representación de Izquierda Republicana, otra del Partido Socialista, otra de la U. G. T. y otra del Movimiento libertario.
Todos estos representantes, juntamente conmigo, estamos dispuestos a prestar al Poder legítimo del Ejército Republicano la asistencia necesaria en estas horas solemnes.
El Gobierno Negrín, con sus veladuras de la verdad, con sus verdades a medias y con sus propuestas capciosas, no puede aspirar a otra cosa que a ganar tiempo, tiempo que es perdido para el interés de la masa ciudadana, combatiente y no combatiente. Y esta política de aplazamiento no puede tener otra finalidad que alimentar la morbosa creencia de que la complicación de la vida internacional permita desencadenar una catástrofe de proporciones universales, en la cual, juntamente con nosotros, perecerían las masas proletarias de muchas naciones del mundo.
De esta política de fanatismo catastrófico, de esta sumisión a órdenes extrañas, con una indiferencia completa ante el valor de la nación, está sobresaturada ya la opinión republicana toda. Yo os hablo desde este Madrid que ha sabido sufrir y sabe sufrir con emocionante dignidad su martirio; yo os hablo desde este «rompeolas de todas las Españas» que dijo el poeta inmortal que hemos perdido, tal vez abandonado en tierras extrañas; yo os hablo para deciros que cuando se pierde, es cuando hay que demostrar, individuos y nacionalidades, el valor moral que se posee. Se puede perder, pero con honradez y dignamente, sin negar su fe, anonadados por la desgracia. Yo os digo que una victoria moral de ese género vale mil veces más que una victoria material lograda a fuerza de claudicaciones y de vilipendio.
Yo os pido, poniendo en esta petición todo el énfasis de la propia responsabilidad, que en este momento grave asistáis, como nosotros los asistimos, al Poder legítimo de la República que, transitoriamente, no es otro que el Poder militar».
VER+:
Presentación completa del libro 'La vuelta del comunismo', de Federico Jiménez Losantos
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