¿ESTA CULTURA POLÍTICAMENTE CORRECTA,
IDEOLOGIZADA DE MUERTE ES COMPATIBLE
CON EL EVANGELIO DE VIDA?
IDEOLOGIZADA DE MUERTE ES COMPATIBLE
CON EL EVANGELIO DE VIDA?
Estamos acostumbrados a que, cuando nos relacionamos con la gente, podemos compartir una imagen de Dios y de los medios que tenemos para relacionarnos con Él: la catequesis, la liturgia, los sacramentos, la predicación. Es un cuadro en el que nos sentimos acogidos y acogedores. Pero, cada vez con más frecuencia, encontramos a personas y grupos que no comparten esa experiencia que conocemos y en la que nos hemos educado. La llamada que Dios nos hace a través de ese mundo diferente es tan nueva que nos damos cuenta de que la respuesta que teníamos preparada ya no nos vale. Intuimos que “estamos en crisis” y sentimos miedo.
Esta situación interesa y preocupa a todos los cristianos, en especial a los evangelizadores que quieren seguir las huellas de un Jesús encarnado en un pueblo y una cultura determinados.
Estamos constatando lo que dijo Pablo VI en 1975: “El drama de nuestra época es la ruptura entre Evangelio y cultura” (EN 20).
Si en lugar de tener miedo, miramos esa realidad como una invitación del Espíritu Santo a creer de una manera nueva, a comunicar la Buena Nueva de un modo diferente, la crisis se convierte en un camino de esperanza. Una nueva manera de creer, porque nuestra sociedad esta constituida cada vez más sobre bases no religiosas; la gente no se identifica automáticamente con todo lo que viene de la tradición y la autoridad eclesiástica. Una nueva manera de creer, porque vamos hacia una sociedad pluricultural y plurirreligiosa formada por pueblos y culturas que en su mayoría no son de tradición cristiana. Una nueva manera de creer, porque el espíritu crítico de la sociedad postmoderna y el estilo de vida del mundo actual impulsan a poner todo en cuestión.
Ahora bien: una nueva manera de creer supone una nueva manera de evangelizar, en la que se comunique Vida, algo que tenga sentido para unas personas que quieren dar respuesta, desde su fe, a los retos del mundo; una manera de comunicar una Noticia Buena que llegue a los otros para compartir una experiencia humana abierta. Con esta manera de creer y de evangelizar, la Iglesia no pierde nada, sino que recobra todo su sentido de ser una comunidad viva y fiel a la Misión trinitaria, en la que todos viven la experiencia del Amor y la Vida, participando en la vida de la comunidad, siendo cercanos a la gente, vigilantes para unir y asegurar la autenticidad de la fe. El desafío de la misión está en ser una comunidad contracultural que dé cuerpo en ella misma a valores de vida, de comunidad y de trascendencia, de manera que sus miembros sean testigos del Reino de Dios en el mundo.
Pero, la vocación de evangelizador supone, no sólo transmitir el mensaje evangélico, sino tener en cuenta al destinatario. Decía Juan Pablo II en una carta del 20 de mayo de 1982: “La síntesis entre fe y cultura no es únicamente una exigencia de la cultura, sino también de la fe. Una fe que no se haga cultura, es una fe que no ha sido plenamente acogida, enteramente pensada y fielmente vivida” (cit. en EAf 78).
CULTURA Y EVANGELIO
Hablar de los destinatarios de la evangelización es plantearse la cuestión de la diversidad cultural. Con la Encarnación, Jesús no dogmatizó su cultura, sino que dio un ejemplo para encarnar el Evangelio en todas las culturas. La cultura es la forma de entender, valorar y explicar la vida que comparte un pueblo, una comunidad humana. Hay muchas culturas, tantas como pueblos. Por ser una manera de entender y explicar la vida, el Evangelio no puede comunicarse al margen de ella; por ser una forma de valorar, la persona que se vea forzada a abandonar su cultura, deja de captar valores, se desvaloriza; fuera de su cultura, uno no se entiende ni sabe quién es, pierde su identidad, porque la cultura no es un añadido, sino un constitutivo de los pueblos. La dignidad de la persona es la base de toda cultura.
La cultura, así entendida, es “lectura del mundo” y “proyecto de vida”; es una herencia social que nos califica como personas. Por lo tanto, la inculturación debe intentar asumir las expresiones culturales de otro grupo social, a fin de comunicar el proyecto evangélico. La aproximación cultural no consiste en identificarse con el otro en su cultura, sino en descolonizar las propias prácticas pastorales para que el proyecto evangélico aparezca en su pureza.
La inculturación es un proceso que incumbe a toda comunidad que quiere vivir la fe en su universo cultural, que se enfrenta al reto de vivir los valores evangélicos en el mundo. Es un proceso que afecta tanto a los valores evangélicos –fraternidad, obediencia, celibato, servicio, pobreza–, como a los medios de expresión y a la institución –jerarquía, sacerdocio, parroquia, comunidades de base–. De acuerdo con la exhortación Ecclesia in Africa, la inculturación es “un proceso que comprende toda la vida cristiana –teología, liturgia, costumbres, estructuras–” (EAf 78), y que “[...] trata de preparar al hombre para acoger a Jesucristo en la integridad de su propio ser personal, cultural, económico y político” (EAf 62). Inculturar la fe es una tarea ardua que exige la asistencia del Espíritu del Señor, que conduce a la Iglesia a la verdad plena (cf. EAf 78). “La evangelización debe abarcar al hombre y a la sociedad en todos los niveles de su existencia” (EAf 57).
La inculturación no se realiza de una vez para siempre, es un proceso permanente; la cultura es una realidad viva, no es algo estático. La Iglesia siempre puede descubrir aspectos del misterio de la fe que antes ignoraba. Es un proceso que se enmarca en la línea de la respuesta al mensaje evangélico y es tarea de la Iglesia local. Antes es preciso que haya una proclamación del mensaje de una manera inteligible y relevante para los miembros de la comunidad humana, con signos que anuncien el Reino y hagan creíble el anuncio. La inculturación debe ser integradora, liberadora, promotora de la persona y de la sociedad.
LA EXPERIENCIA CULTURAL DEL EVANGELIO
Cada persona nace en una cultura, se expresa y vive en ella; la cultura es una manera de ser personas. Cuando una persona acoge el proyecto evangélico, éste influye de tal forma en su vida que no le cambia de cultura, sino que le hace descubrir que puede vivir en su universo cultural con una nueva visión, la de Jesús. Pero el Evangelio no tiene una cultura propia, puede ser vivido en todas las
culturas. Aunque éstas no necesitan del Evangelio o del cristianismo, que son fenómenos históricamente tardíos, el Evangelio necesita del soporte cultural, porque se expresa en diferentes lenguas, utiliza conceptos filosóficos, imágenes disponibles. Frente a los misterios de Dios, todas las culturas son precarias. El evangelizador no puede acceder a un evangelio “puro”; todo evangelio está culturalmente situado. No existe una cultura modelo, una cultura para la evangelización. Evangelizamos a las personas, pero evangelizamos a partir de una determinada cultura que está también atravesada por estructuras de pecado. Desde el Evangelio podemos discernir las estructuras de pecado que atraviesan las culturas. Intentamos transformar las estructuras a partir de nuestra inspiración del Evangelio, de manera que se dé la “íntima transformación de los auténticos valores culturales mediante su integración en el cristianismo y la radicación del cristianismo en las diversas culturas” (RM 52).
NORMATIVIDAD DE LA INCULTURACIÓN
La inculturación “es la encarnación de la vida y del mensaje cristiano en un determinado contexto cultural, de tal forma que esta experiencia no sólo encuentra expresión a través de los elementos propios de la cultura en cuestión, esto sería una adaptación superficial, sino que también se convierte en un principio que anima, dirige y unifica la cultura transformándola y rehaciéndola como si naciese una nueva creación” (Pedro Arrupe SJ). Una evangelización verdadera debe ser inculturada, es decir, debe conocer, identificar la cultura en la que se da, descubrir las semillas del Verbo, las trazas de Dios, siguiendo los criterios de la dignidad de la persona y de Jesucristo. Todo lo que en la cultura corresponda a esos dos criterios debe conservarse, puesto que están en sintonía con el Evangelio. En segundo lugar, debe contrastar la compatibilidad entre esa cultura y el Evangelio, discerniendo lo que es absolutamente incompatible, que exige una conversión y una libertad interior de la propia cultura, y lo compatible relativo, que debidamente orientado puede ser válido para hacer presente el mensaje salvador. Seguidamente podemos hacer proclamar el Mensaje, anunciar una Buena Nueva, lo que esa cultura no sabe, lo que no ha oído acerca de la historia de la salvación, lo que no puede encontrar por sí misma o en ella porque es de Jesucristo y debe ser aceptado según sus criterios.
Por último, la comunidad cristiana, el agente central de la inculturación, es la que hace y vive su historia en clima de diálogo e interacción con otras comunidades, de manera que espontáneamente aporte respuestas y no estereotipos. Las culturas están marcadas por valores y limites; algunos de éstos son incompatibles con la fe cristiana, como la injusticia, la opresión, la violencia, la hipocresía. El Evangelio sirve de denuncia y crítica de las culturas. Por fidelidad a la persona y su cultura, que eventualmente puede estar desviada o contaminada por fallos humanos a lo largo de su historia, la evangelización, por ser obra de los sujetos de la cultura, ha de ser contracultural para rescatar desde la realidad cultural su propia identidad de fondo, de ser fiel a sí misma. Ésta sería de alguna manera como una denuncia profética, distinta de la pasividad conformista, de la ingenua absoluticidad de la cultura como pieza arqueológica. Por eso, la inculturación del Evangelio no es una opción, sino una norma, un imperativo del seguimiento de Jesús. Inculturar es desvincular la evangelización de una supuesta cultura modelo y trabajar con lo culturalmente disponible; es socializar el evangelio y su proyecto de vida en la cultura del respectivo grupo social.
PISTAS PASTORALES
La inculturación fortalece la cultura del otro, pero cuando el otro se vuelve cristiano, relativiza su cultura. Ser comunidad cristiana significa estar bien con la vida, vivir atentos al discernimiento, ser inagotables en gratuidad; significa, sobre todo, vivir abiertos al misterio de Dios y del prójimo. Ante la llegada de personas de otras culturas y religiones, nuestras comunidades deben ser misioneras, capaces de fortalecer la riqueza cultural y religiosa del visitante, humildes para relativizar la cultura propia y descubrir el Espíritu en otras tradiciones culturales. Por eso, el gran reto que esconden las migraciones es el de la inculturación, porque obliga a nuestras comunidades a peregrinar hacia el Espíritu presente en el diferente, el extranjero, al que Dios ama.
La globalización amenaza la identidad de los grupos culturales; ésta es siempre local, regional, pero en el mundo-mercado sin fronteras no hay raíces ni lealtades. ¿Cómo mantener un “nombre propio” en ese mundo impersonal, ser reconocido, caminar con dignidad, tener raíces y un proyecto de vida?
Si no encontramos solución a estos problemas, corremos el peligro de refugiarnos en nuestra cultura y rechazar al otro. El Evangelio no responde todas las preguntas. Cristo sigue abandonado por Dios en los pobres crucificados y en el sufrimiento de los pequeños inocentes, esperando nuestra cercanía compasiva y liberadora. Hasta que le veamos cara a cara, Dios permanece en el misterio. Mientras tanto, tenemos que hacer elecciones y opciones.
El Vaticano dice que en la Iglesia hay una jerarquía de verdades y valores (GS 37) y una diversidad legítima de prácticas (GS 92). El Evangelio nos hace cautivos de los otros, nos impulsa a la ternura del amor por todos, cercanos y lejanos. Pero universalismo salvífico no significa prepotencia ni exclusivismo, sino no exclusión, porque todos formamos parte de la misma historia de salvación.
Los proyectos de los pueblos están relacionados con el proyecto de Dios. La verdad del Evangelio es relacional, no doctrinal. El Evangelio transforma las relaciones humanas verticales, excluyentes, indiferentes, pragmáticas, en relaciones simétricas, fraternas. Lo original del Evangelio pasa por las nuevas relaciones entre las personas.
La inculturación es un camino evangélico para lograrlo, porque supone morir convencidos de que la luz de la resurrección surgirá. La diversidad cultural exige del evangelizador que conozca y ame la propia cultura para superar el etnocentrismo, suavizar las tensiones y conflictos y crear una verdadera comunión entre las comunidades. Debe relativizar los propios valores, dando importancia a lo fundamental y siendo flexible en lo accesorio.
Tener una visión unitaria del plan de Dios y conocer y vivir la Buena Nueva. Ser paciente para esperar contra toda esperanza y con una caridad a toda prueba, que sepa armonizar la profecía y la denuncia oportuna, ayudado por la voz del Espíritu. Que sienta en Iglesia y con la Iglesia, con posibilidad de disentir y capacidad de imaginar caminos nuevos.
He aquí algunas claves sobre la inculturación como reto de la diversidad cultural, según Ecclesia in Africa:
– “Una exigencia de la evangelización y un camino hacia una plena evangelización” (EAf 59).
– Un camino para una plena evangelización que “trata de preparar al hombre para acoger a Jesucristo en la integridad de su propio ser personal, cultural, económico y político, para la plena adhesión a Dios Padre y para llevar una vida santa mediante la acción del Espíritu Santo” (EAf 62).
– “Como la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros (Jn 1,14), así la Buena Nueva, la palabra de Jesucristo anunciada a las naciones, debe penetrar en el ambiente de vida de sus oyentes. La inculturación es precisamente esta penetración del mensaje evangélico en las culturas. En efecto, la Encarnación del Hijo de Dios, por ser total y concreta, fue también encarnación en una cultura específica” (EAf 60).
– “Cada cultura tiene necesidad de ser transformada por los valores del Evangelio a la luz del misterio pascual. Es mirando al misterio de la Encarnación y de la Redención como se debe hacer el discernimiento de los valores y de los antivalores de las culturas” (EAf 61).
– “Gracias a la efusión y acción del Espíritu, que unifica dones y talentos, todos los pueblos de la Tierra, al entrar en la Iglesia, viven un nuevo Pentecostés, profesan en su propia lengua la única fe en Jesucristo [...]. A su vez la Iglesia [asume] los valores de las diversas culturas [...]” (EAf 61).
– “Se debe tender a la inculturación de la liturgia [...] de modo que el pueblo fiel pueda comprender y vivir mejor las celebraciones litúrgicas” (EAf 64).
VIMOS A DIOS
Vimos cruzar los pasos de Dios
por las sendas de los hombres.
Vimos arder una fogata
para alegría de todos los pobres.
¿Vendrá Dios a caminar
por nuestras sendas,
a cambiar nuestros corazones de piedra?
¿Vendrá a sembrar en los cuencos de las manos
el amor y la luz?
Vimos danzar a los desgraciados
como en un día de fiesta.
Vimos renacer en el fondo de los ojos
la esperanza que estaba muerta.
¿Vendrá Dios a caminar
por nuestras sendas,
a cambiar nuestros corazones de piedra?
¿Vendrá a sembrar en los cuencos
de las manos el amor y la luz?
Vimos saciarse de pan
a los hambrientos del mundo.
Vimos entrar en el festín
a los mendigos de nuestra tierra.
¿Vendrá Dios a caminar por nuestras sendas,
a cambiar nuestros corazones de piedra?
¿Vendrá a sembrar en los cuencos de las manos
el amor y la luz?
Vimos a Dios abrir los brazos
al hijo pródigo.
Vimos brotar del corazón de Dios
la fuente de la vida.
¿Vendrá Dios a caminar por nuestras sendas,
a cambiar nuestros corazones de piedra?
¿Vendrá a sembrar en los cuencos
de las manos el amor y la luz?
VER+: CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURAPARA UNA PASTORAL DE LA CULTURA EVANGELIZAR LA CULTURA. INCULTURAR EL EVANGELIO |
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