Contra la socialdemocracia
El título de este artículo no es mío, lo he tomado prestado del libro de reciente aparición “Contra la socialdemocracia” (Editorial Deusto), cuyos autores son Almudena Negro, periodista especializada en análisis político, y Jorge Vilches, profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, ambos más que curtidos en el terreno del debate de ideas. Es evidente que, con este título, no cabe esperar medias tintas ni tampoco consensos, de hecho, en la contraportada está escrito, casi grabado a fuego, lo siguiente:
“La actual crisis política que asola Europa es uno de los efectos del consenso socialdemócrata”
No hay duda de que estamos ante un ensayo combativo, duro, implacable, pero, sin embargo, en absoluto panfletario sino más bien lo contrario: fino, intelectualmente elaborado y, se esté de acuerdo o no con las tesis, consistente y muy bien trabado.
En efecto, el libro consta de 254 páginas perfectamente aprovechadas, donde, con una prosa elegante y concisa (su lectura resulta muy agradable), encontraremos referencias sobre el régimen del 78 (pag. 32), la ley de hierro de las oligarquías (pag. 41), la democracia representativa como estafa (pag. 37), la asfixiante hegemonía cultural (pag. 43), el desastre autonómico (pag. 80), la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero (pag. 100), el sentimentalismo político (pag. 147), los mesias (pag. 179)… En resumen, un guion completo y muy bien estructurado, donde además los autores se atreven, en el capítulo final, a hacer propuestas para una política liberal (Pags. 209 a 241).
Sí, han leído bien: una política liberal. Pero no se confundan, y mucho menos empiecen a tener sudores fríos, se trata del verdadero liberalismo, el de los principios; no de doctrina económica que, a lo que parece, es lo único que hoy muchos presuntos liberales tienen en la sesera. Y es que, según explican los propios autores, hay cosas que van antes que la economía; es decir, que no sólo de pan vive el hombre. De hecho, no tienen reparos en afirmar que el economicismo no es liberal sino socialdemócrata. Y su explicación resulta interesante. Así, en la página 229 escriben:
“Una vez se produjo la renuncia a la batalla de las ideas, la política fue progresivamente sustituida por el positivismo jurídico, la burocracia, la asunción de las bioideologías que había hecho suyas el PSOE en la última década del siglo XX… y el economicismo. La en parte exitosa gestión de la economía por el PP sustituyó a la defensa de los principios liberales”
Y añaden:
“Y es que el capitalismo, como el liberalismo, no es sólo una doctrina económica, sino moral y filosófica completa. De hecho, el capitalismo es el único sistema moral, porque permite al individuo desarrollarse libremente, sin coacciones gubernamentales o estatales, y buscar la felicidad como mejor considere”
Un servidor, al menos en esto, les da la razón. Es más, sólo por encontrar apuntes así vale la pena leer Contra la socialdemocracia. He de reconocer que hacía mucho tiempo que no caía en mis manos un ensayo donde se apelara a los verdaderos principios liberales, esto es, el valor del individuo, de la persona, en contraposición al alienante colectivismo. Y además, anteponiéndolos a los omnipresentes dogmas económicos, por lo que el mérito es doble. El liberalismo como reglas del juego, no como ideología finalista.
Habrá quien lo prefiera al revés, pero de lo otro, de lo económico, hay ya mucha literatura. Y quizá sea por esta razón que el ensayo de Almudena y Jorge resulte fresco y gratificante. Además, soy de la opinión de que a los liberales les iría mejor –y al mundo en general también– si incidieran más en valor de la persona y menos en la teorías económicas. Y es que, como parecen apuntar los autores, nos encontramos en mitad de una colosal convulsión, casi en los preámbulos de una batalla ideológica, donde los números, las matemáticas y las omnipresentes estadísticas agregadas palidecen frente a las convicciones. Desde este punto de vista, ¿qué puede haber más emocionante, más esperanzador, que luchar por librarnos del abrazo de un mundo en el que gurús, mesías, burócratas y políticos se han propuesto hacernos felices a la fuerza?
En efecto, todo parece indicar que la socialdemocracia se tambalea, pero, en mitad de sus estertores de muerte, está alumbrando su última criatura: el nacional-populismo. Así pues, este ensayo llega en el momento indicado para ayudarnos a no caer en la trampa. Desengáñense, ningún gobierno, partido o político podrá sacar a España, a Europa o a Occidente del atolladero hacia el que parecen dirigirse. Es mentira que la política lo pueda todo. Por eso el “yes we can” de Barack Obama fracasó, como también fracasará el “American first” desenpolvado hoy por Donald Trump. Por eso ni el PP, ni el PSOE, ni Ciudadanos, ni mucho menos Podemos, obrarán ningún milagro. Sólo si las personas maduran y se libran de ataduras las sociedades tendrán alguna oportunidad de salir airosas del trance. No necesitamos una revolución, tampoco una regresión, sino una transformación liberal. Y precisamente de eso va este ensayo: de que tal vez contra la socialdemocracia vivamos mejor.
Robert von Mohl especificó como Estado de Derecho lo que no es un Estado policía, sino sometido a las leyes [1]. Por su parte, Antonio García-Trevijano da a conocer, intentando poner en práctica, la democracia formal y la libertad colectiva del pueblo para así elevar su dignidad como ser consciente y racional. ¿Puede, acaso, igualarse quien entiende este concepto con quien está ciego?
El poder define los valores sociales, los pueblos tienen la religión de sus reyes y, según su dominio y autoridad, será la estimación por parte de aquellos hacia ellos. ¿Hasta cuándo este respeto? En España hay un poder falso y es natural que todos los valores sean falsos. La belleza, la elegancia, la maldad, la bondad, todos los valores están deformados en una sociedad que Vaihinger en el año 1911 definió con una filosofía que se llama del «como si» [2]. España es como si hubiera una democracia, pero aunque no digan si hubiera, es una ficción tan profunda y tan lejana que la gente se lo llega a creer; incluso gente inteligente pero sin sinceridad mental.
Una ideología tiene que definirse en tanto idea a la que se le aplica el logos y la razón para definir la amplitud de esa idea puede ser universal, regional o local. Esa es la ideología, lo que Guillermo Dilthey, el filósofo de finales del siglo XIX, expresó con la idea de concepción del mundo. Las ideologías modernas son concepciones del mundo. Y ¿cuál es tragedia del mundo y, especialmente, de Europa?. Que ya no hay dos o tres concepciones del mundo como pasó en el siglo XIX, hoy la concepción del mundo es toda la misma y se llama socialdemocracia. ¿Quiénes son los socialdemócratas? Todos, la izquierda, la derecha, los comunistas, los liberales -excepto la Escuela Austríaca-, los demócratas cristianos y, por supuesto, los socialistas. Rajoy y Sánchez, Rivera e Iglesias, todos son socialdemócratas. ¿Qué quiere decir socialdemócratas? Que ya no aceptan el orden de prioridades de la socialdemocracia europea en Alemania y que los valores morales, políticos, culturales, éticos, estéticos y científicos -esos que ocupan la escala de valores del filósofo alemán Max Scheler- han desaparecido por un sólo valor que se llama socialdemocracia cuya principal manifestación es que el mundo se explica como si fuera verdad, como si fuera libertad, como si fuera justicia, como si fuera legalidad, como si fuera justo: el mundo es el como si. Osea, se sabe que todo es mentira pero se finge que se cree en ello y por eso el mundo es como si todo fuera correcto, construcción que hiciera Hans Vaihinger en 1911.
Pues bien, esa concepción del mundo es la actual ideología, y ese como sí se llama socialdemocracia. Y ¿qué es la socialdemocracia?. Como si las políticas fueran sociales o socialistas, como si el valor de la izquierda tradicional de las clases obreras y proletarias estuviera en vigor, como si hubiera proletarios, como si fuera la antigua clase obrera, como si los sindicatos fueran de clase, como si fueran verdaderos, como si los partidos no fueran estatales, como si España y Europa fuera una democracia, como si los jueces fueran independientes, como si los periódicos dijeran la verdad y no la postura ideológica de los dueños de cada periódico. Ese como si y esos valores falsos y ficticios que no se atreven a decir al hombre hombre, y a la mujer mujer, porque ambos son la misma cosa: ciudadanos y ciudadanas, miembros y miembras; esa locura de ni siquiera reconocer las identidades sexuales porque hay que decir siempre, al lado del o, el a, esa es la socialdemocracia, esa es la falsa igualdad. Que como no hay igualdad entre el hombre y la mujer todos tienen que decir cuando hablan de los géneros, el uno y el otro, masculino y femenino, gobernantes y gobernantas. ¿Cómo dicen, gobernados y gobernadas, y por qué no dicen gobernantes y gobernadoras o gobernantas? Es que todo es falso, empezando por el vocabulario.
¿Hasta cuándo? Mientras no se entienda el concepto de la socialdemocracia.
Referencias:
[1] A. García-Trevijano, Teoría Pura de la República [versión digital], El buey mudo (2010), p. 496-7 y 508.
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