Seamos comunicación,
porque para eso hemos nacido
de la misma boca de Dios.
Seamos comunicación,
porque Su Palabra
se comunica en nuestra propia carne.
Seamos comunicación,
porque hemos sido marcados
por el propio testimonio de Su Espíritu.
Comuniquémonos, hermanos, comuniquémonos.
Hablemos la verdad, contra toda mentira.
Gritemos La Esperanza, contra toda tristeza.
Hagamos el mensaje supremo del Amor, contra todo egoísmo.
Juntemos nuestras bocas en un solo grito de justicia
por encima del mar de los varios mundos,
por encima de los montes de las estructuras todas.
De lo alto de los tejados,
en el corazón del mundo.
En torno al tumulto que aturde a los hermanos,
forcemos el espacio de la humana libertad
para la noticia del Reino.
Gritemos El Evangelio.
Sepamos ser palabra transmisora de La Palabra,
verbos del Verbo, que se encarna siempre
en las periferias de Belén,
a orillas del lago de la muchedumbre hambrienta,
en las calles de la ciudad donde gritan
el mercado, la fiesta y los clarines del imperio,
delante del sanedrín y del pretorio,
en la cruz que ellos descargan sobre los hombros
del siervo sufriente,
en la silenciada vida del sepulcro,
en la vencedora mañana del domingo.
Si un día ya no podemos hablar con más palabras,
hablemos con los ojos a los hermanos aturdidos.
Oremos, sobre todo, a los oídos del Padre.
Y protestemos quizás
con la mayor palabra
de la sangre, proclamada
como pregón de pascua.
Experiencia de Dios
y pasión por el pueblo, 157-159
Pedro Casaldáliga
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