Si Cristo, mañana, llamase a tu puerta,
¿lo reconocerías?
Será, como entonces, un hombre pobre,
ciertamente un hombre solo.
Será, sin duda, un obrero,
quizá un parado,
o, incluso, si la huelga es justa, un huelguista.
O tal vez irá ofreciendo pólizas de seguros o aspiradoras...
Subirá escaleras y más escaleras,
se detendrá sin fin piso tras piso,
con una sonrisa maravillosa
en su rostro triste...
Pero tu puerta es tan sombría...
Además, nadie descubre la sonrisa de las personas
que no quiere recibir.
“No me interesa”, dirás
antes de escucharle.
O bien la criada repetirá como una lección:
“La señora tiene sus pobres”,
y de golpe cerrará la puerta
ante el semblante del Pobre,
que es el Salvador.
Será, quizá, un prófugo,
uno de los quince millones de prófugos
con pasaporte de la ONU;
uno de esos que a nadie interesan
y que van errantes,
errantes por este desierto del mundo;
uno de esos que deben morir,
“porque, a fin de cuentas, no se sabe de dónde vienen
las personas de tal calaña...
”O quizá también, en América,
un negro,
un triste negro,
cansado de mendigar un hueco
en los hoteles de Nueva York,
como entonces, en Belén,
la Virgen Nuestra Señora....
Si Cristo, mañana, llamase a tu puerta,
¿lo reconocerías?
Tendrá un aire abatido,
extenuado,
agobiado como está
porque debe tomar
sobre sí todos los dolores de la tierra...
Y, si le preguntan:
“¿Qué sabes hacer?”,
Él no puede decir: “Todo”.
“¿De dónde vienes?”,
no puede responder: “De todas partes”.
“¿Qué pretendes ganar?”,
no puede responder: “A ti”.
Entonces se alejará,
más extenuado, más agobiado,
con la Paz en sus manos desnudas...
.
Raoul Follerau
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