UN FALSO CONCEPTO DE LA VIDA
Para Albert Camus la vida humana se compara al castigo sufrido por Sísifo “el esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo feliz”. Condenado a subir una roca perpetuamente sobre un risco, Sísifo, simboliza al “hombre absurdo” o, mejor dicho, al “hombre moderno”, cuya pérdida de sentido a la vida es tan próxima como los tiempos modernos. En efecto, cuando no hay un claro sentido por el cual vivir, se puede vagar sobre falsos caminos que no conducen a ningún sitio. La vida como un misterio inagotable solo la podemos penetrar a través de una disposición del espíritu que busca lo que nos trasciende; y en ese sentido, nada del mundo podrá llenar esa búsqueda y anhelo profundo que posee el alma como una vocación natural que, sin lugar a dudas, ha quedado dormida y dominada por la “era del ruido y la sofocación” en aquellos hombres que transitan a ciegas sus vidas.
UN PANORAMA DE LA ACTUALIDAD
Hay un mito actual que uno debe hacer de todo, vivir un frenesí inacabable e interminable y, en cuanto no lo hacemos, sentimos que no estamos viviendo. Este mito, en parte, pertenece al mundo de la jactancia. Un mundo que alardea y nos dice que: “todo importa menos todo”. Pero se trata, sin embargo, de una falsedad corta de ideas. Las cosas, en general, pierden rápido su vigencia en la actualidad. Pareciera ser (mejorando la fórmula anterior) que “todo importa hasta que deja de importar”. Pero ¿Por qué las cosas dejan de interesar rápidamente? Probablemente sea, porque se arraigó la costumbre de ceder ante una realidad opaca en estos tiempos. Esto quiere decir que nos encontramos con una impotencia para hacerle frente a la vida. Y se traduce, simplemente, en una pérdida de las virtudes fundamentales que le dan sustento a la vida y a las relaciones con los demás. Añadiendo, por otro lado, que cada categoría de la existencia y la vida misma padeció de una profunda “politización” en la modernidad. La vida privada y familiar del hombre como una esfera íntima y propia, sufrió la intromisión y el etiquetamiento, dejando de lado la espontaneidad y la apertura vital que cada persona debe encontrar en su recorrido. El padre del existencialismo, Søren Kierkegaard, afirmó en este sentido que: “Lo que me etiqueta me niega”. Y, consecuentemente, el afán del mundo moderno no es otra cosa que un apabullante etiquetamiento de todas las esferas de la existencia. Es un vicio que acarrea el aniquilamiento del espíritu.
En efecto, quienes sostienen una auténtica crítica a la modernidad, se pueden ver forzados a desarrollar una suerte de misantropía, a veces con justa razón. Sin embargo, no hay que defender la misantropía en sí, sino una “sociabilidad justa”, pues más que apelar a un mundo amplio y demasiado abierto, se debe fundar un pequeño mundo a nuestro alrededor. Chesterton, en su magistral obra “Herejes”, aseveró que “La sociabilidad, como todo lo bueno, está llena de malestares, peligros y renuncias”. Un peligro actual se debe, ciertamente, al constante influjo de engaños en la sociabilidad humana, marcadas por la superficialidad y la confluencia de egos. Es decir, se trata de un orgullo excitante por mostrar una falsa realidad de uno mismo al mundo y, por supuesto, el constante desvío de atención de la existencia misma (como en el amor o la amistad, por ejemplo). Las redes sociales ayudaron a develar este punto, justamente, por la falta de autenticidad que se desarrolla en el mundo virtual, ya que las tendencias, las modas y la frivolidad marcan el rumbo y sientan las bases de las relaciones virtuales. Además, la impersonalidad a la que se ven sometidas fatalmente los vínculos humanos en relación a la comunicación, careciendo, en tal sentido, de la “presencia real del otro” tan necesaria para un escenario estable.
En consecuencia, la fiebre por “el mundo Instagram”, por ejemplo, posee una estética particular: el tribalismo, es decir, comentarios y “likes” que siempre hacen las mismas personas; los emoticones de fuego o bombas para alabar el cuerpo como forma de idolatría; los modos de presentar las fotos cuidando metódicamente cada aspecto como las etiquetas, el color o las letras; los filtros o efectos que distorsionan la imagen real o que siempre se busca el ángulo más favorable que denote la mejor captura posible del cuerpo; mostrando, por ende, lo agradable y lo consumible, como si se tratase de un producto comercial de la propia imagen ante la sociedad: se debe vender frivolidad, buena vida, calidad, extravagancia o bohemia que, en realidad, son falsos modos de creerse auténtico, ya que no hay correlación entre el aspecto interno y externo del sujeto, como podría ser un verdadero artista que no vive para una imagen netamente externa, aunque muestre cierta extravagancia. En este aspecto, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han en un ensayo titulado “La sociedad paliativa” destaca:
“La sociedad paliativa es además una sociedad del «me gusta». Es víctima de un delirio por la complacencia. Todo se alisa y pule hasta que resulte agradable. El like es signo y también el analgésico del presente. Domina no solo los medios sociales, sino todos los ámbitos de la cultura. Nada debe doler. No solo en el arte, sino la propia vida tiene que poder subirse a instagram, es decir, debe carecer de aristas, conflictos y contradicciones que pudieran ser dolorosos. Olvidamos que el dolor purifica, que opera como catarsis. La cultura de la complacencia carece de posibilidad de catarsis, y así es como uno se asfixia entre las escorias de la positividad que se van acumulando balo la superficie de la cultura de la complacencia”.
UNA POSTURA CORRECTA
Si el amor es ver más allá de la realidad, quien ama, quien siente profundamente no tiene que tener miedo al dolor en esta sociedad que la esquiva constantemente; y duerme, justamente, ese dolor con “analgésicos”, o sea aquello que busca evitar la realidad y la aceptación de la vida. Así pues, no hay que relativizar lo que sentimos en “presencia del otro”, aún menos cuando se trata de los aspectos dolorosos de la vida. Y aquí, juega un rol fundamental la filosofía que debe cuestionar los falsos modos de vida como la “complacencia” actual, la excesiva “positividad” o la “virtualidad”, donde “la propia vida tiene que poder subirse a instagram” como “analgésico del presente” en términos del filósofo surcoreano. Para cuestionar, sin embargo, se debe realizar en base a una realidad simple, humana y común sin problematizar en vano la existencia, como se ha acostumbrado el pensamiento moderno en todos los campos del saber, sin generar ningún tipo de solución a la existencia humana; sino por el contrario la afecta cada vez más.
La filosofía en relación a lo anterior, debe ayudar a esclarecer cierta oscuridad vital en el mundo, descubriendo el lazo que, aunque misterioso con la realidad, es profundo y verdadero. Además, la filosofía y a grandes rasgos el pensamiento, deben estar vinculados a la realidad de forma fidedigna; sin olvidar que nada impide al ser humano forjar una propia visión de la existencia en cuanto conlleve esfuerzo y autenticidad, puesto que debemos ser héroes en nuestra propia circunstancia o, más específicamente, intentar ser fieles a nuestra propia perspectiva de la vida, por más que “la vida no es un problema que tiene que ser resuelto, sino una realidad que debe ser experimentada”, según entendió el filósofo danés Kierkegaard. Y por sobre todas las cosas, buscar una defensa de nuestro modo de ver la vida, aunque tengamos el mundo en nuestra contra. De esta manera, en general, sale a la luz la autenticidad humana con todo su esplendor.
UN MODO AUTÉNTICO DE VIDA: LA SERIEDAD, LA SENSIBILIDAD Y LA SIMPLICIDAD
Un modo auténtico de vida debe constar de tres aspectos fundamentales: la seriedad, la sensibilidad y la simplicidad. En primer lugar, la seriedad, según Leonardo Castellani en “De Kierkegord a Tomás de Aquino” aclara este punto sobre la mirada de Søren Kierkegaard: “La existencia de K. es por ende irresponsable del llamado existencialismo francés – que es una moda alocada – “di questa época pazzesca” algo como el “jazz” el “roch‘n roll”, el “streap tease” y la “dolce vida”. Al contrario, esta noción de K. nos lleva de inmediato a la más grande SERIEDAD. Y la seriedad (Lo Serio) es otra de las categorías de K. Lo serio es lo individual; lo NO serio, es lo estético, o lo multitudinario, o lo efímero”. Y Chesterton en su locuaz sabiduría dijo que: “Solo el tipo serio puede ser realmente gracioso”. La seriedad es, en efecto, lo contrario a la vida estética, o sea aquello que nos lleva a lo más superficial de la existencia y, por ende, a un estancamiento en lo inmediato que no es otra cosa que lo efímero o pasajero, carente de valor y trascendencia. Quienes presentan un quiebre en su interior poseen una enfermedad espiritual: “la desesperación”, y por ello, no tienen una razón profunda por la cual vivir “ni gran conciencia de su destino espiritual… de aquí toda esa falsa despreocupación, ese falso contentamiento de vivir, etc., etc., que es la desesperación misma”, según el escritor danés y autor de “tratado de la desesperación”. Por ese motivo, quien carece de un “yo” verdadero y auténtico cae en las garras de lo multitudinario, puesto que el individuo queda absorbido por las masas y el dictamen de las tendencias. Si se debe subir la vida a “instagram” o hacer un culto a la “selfie” y a los “filtros”, por lo común, la mayoría lo hará cayendo en uno de los tópicos más aclamados en la actualidad: el igualitarismo. Se debe mostrar la superficie y lo que aumente el ego o la idolatría: el físico, las marcas, lo excéntrico y, en definitiva, aquello que nos posicione bien dentro de la multitud, vaciando de esta forma lo esencial de la vida, como la amistad real o el amor comprometido
En segundo lugar, la sensibilidad. Nuevamente Chesterton en su magistral obra “Herejes” afirmó que: “Un gran hombre no es un hombre tan fuerte que sienta menos que otros hombres; es un hombre tan fuerte que siente más. Y cuando Nietzsche dice, «Un mandamiento nuevo les doy: sean duros», esta, en verdad diciendo «un nuevo mandamiento les doy: estén muertos». La sensibilidad es la definición de la vida”. Los aspectos más sensibles de la vida dotan al hombre de profundidad espiritual; es decir, lo conecta con la esencia de la vida y aquellos valores que nos hacen trascender. Una sana emotividad nos hace apreciar la vida y cada momento. Emocionarse con un abrazo, con una caricia o con la compañía de alguien amado, es dotarnos de fuerza vital, de amor y esperanza. Es darle al “otro” un valor inigualable a pesar de lo rutinario que a veces se torna la vida cuando se trata de enfrentarse a la cotidianeidad diaria y a la realidad actual. En este sentido, la seriedad y la sensibilidad son dos aspectos íntimamente ligados como necesarios entre sí, ya que la seriedad hacia la vida sin sensibilidad puede conllevar al desgaste del espíritu, esto es, al pesimismo, la amargura o la insensibilidad.
Finalmente, en lo respectivo a la simplicidad, el autor inglés de las paradojas lo ve en la figura del “hombre común”, quien contempla la vida desde una posición normal y corriente, en oposición al “hombre extravagante e inusual”. Este hombre marchito muestra su insolencia hacia el sentido elevado de la vida, banalizando la existencia con su sentir efímero, quitándole precisamente la seriedad y la sensibilidad que hemos visto anteriormente. Chesterton lo explica de la siguiente forma: “El error principal de esas personas se encuentra en la frase con la que más se identifican: «Vida simple y pensamiento elevado». Esas personas no necesitan una vida simple y un pensamiento elevado, ni serán mejores por alcanzarlos. Lo que esas personas necesitan es lo contrario. Les convendría más una vida elevada y un pensamiento simple. Un poco de vida elevada (e insisto –con pleno sentido de la responsabilidad– en lo de «un poco») les enseñaría cuál es la fuerza y el sentido de las festividades humanas, del banquete que ha existido desde el principio del mundo”. El esfuerzo por penetrar el sentido de la vida transforma al hombre en un ser más elevado, digno y apreciativo.
LO ESENCIAL
La vida en estos tiempos pareciera encerrarnos a nosotros mismos en una multiplicidad de actividades que no nos dejan tiempo para la reflexión ni para lo esencial de la vida. El verdadero lazo que une a las personas en la autenticidad y el amor se vieron desquebrajados por los tiempos líquidos que corren, donde nos instrumentalizamos y, además, adoptamos las modas que se nos imponen, quitándonos aún más tiempo vital para las cosas que realmente importan en la vida; recordando que hoy podemos estar pero mañana no. Deberíamos tener en cuenta que el tiempo se agota en aquellos falsos modos de vida y que, si queremos descubrir el verdadero sentido de la vida en esta época tan intensa como insensata, debemos “crear un poco de silencio” en nuestro interior para entender lo que verdaderamente importa; como diagnóstico Kierkegaard hace dos siglos: “El estado actual del mundo y de la vida en general es uno de enfermedad. Si yo fuera un doctor y me pidieran mi opinión, les diría «Creen silencio»”.
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